domingo, 23 de octubre de 2011

Hasta la próxima tormenta


¿Qué sucedió primero la música o las penas? A la sociedad le preocupa que los jóvenes jueguen con armas, vean videos violentos y que los absorba una cultura de caos. Pero a nadie le interesa que escuchen  miles, literalmente miles de canciones sobre corazones rotos, rechazo, dolor, desgracia y pérdida. ¿Acaso escuchaba música ‘pop’ porque era infeliz? ¿O era infeliz porque escuchaba música ‘pop’?

Imagen de archivo
Morrisey me susurra a los oídos. Camino mientras recuerdo sus labios delgados en su larga sonrisa, sus palabras absurdas, sus movimientos caricaturescos  y situaciones inesperadas todas entrelazadas entre sí. Todas dibujan el  sabor que me ha dejado ella tras tomar el bus que la llevara a casa. Debí ir con ella. Debo llamarla luego. Será mejor esperar un par de días. O tal vez debo esperar que ella tome la iniciativa, reflexiono. Han dado las once y estoy rumbo a mi destino, dejo caer el cigarrillo consumido que sostiene mi mano derecha  y mis pensamientos divagan una vez más hasta mi almohada.

Creo que me estoy enamorando de fotos superficiales en el Facebook, de mensajes texto inocuos, de actualizaciones de estado incoherentes, de mensajes irrelevantes en el teléfono, canciones cursis y tiernas. Quizás es la impertinente soledad que me había rodeado desde que terminé con mi enamorada. O quizás es producto de sumergidas noches solo, o simplemente sea el deseo de sentir amor.

Sin embargo, ahí está ella. La  chica con rostro a pasado y fragancias de presente. Me había hecho sentir algo. Aún cuando me era extraño sentir algo. Compartir algo, intentar algo. Caminar con alguien. Comer con alguien. Sonreír con alguien. La extrañaba, la echaba de menos aún cuando no se había ido.

El viernes que quedamos en vernos llegué tarde. Ella llevaba casi veinte minutos esperándome, sentada con un libro en la mano, y en la otra un cigarrillo. Tenía la mirada perdida, y mi voz la guiaba hacia mí, aún no me había visto cuando le dije que estaba cerca. A lo lejos pude observar que se arreglaba el flequillo, a lo lejos se presentía lo nerviosa que estaba por verme. Ahí estaba yo, parado. Observándola, regalando mi mejor sonrisa  y luego un suave beso en la mejilla.

No había venido a hacer una crónica .Había venido a verme a mí, sin embargo, no me lo dijo. Así que caminamos por calles, jirones y plazuelas  recorriendo el Centro y desembocamos en la alameda Chabuca Granda. Me tomó de la mano y me llevó a ver ‘al hablador’, el río que alguna vez fue el ‘Rímac’ y suspiro.

-¿No es hermoso? Me dijo.
-¿Qué cosa?
-Esto, el río, el puente, la vista, el cerro.
-¿Cuál río? Sí no más que un surco y por cierto lo atraviesa un río de basura, la vista es de combis con tráileres y el cerro es como cualquiera de las decenas que hay en la ciudad.
-Hablas en serio, te parece sólo eso, dice ella. Frunzo el ceño.

Al comprender que su tono de voz había cambiado, atine a tomarla de las manos y decirle.

-Es broma, en realidad, no había visto lo ‘pintoresco’ que es.
-Oh, me alegra que lo entiendas, creo que al otro lado está el verdadero Perú.

Ambos guardamos silencio.

Creo que aquella noche, mientras  observaba un río seco y el cerro con una enorme cruz de fondo, la fui conociendo. Cada vez que nos encontrábamos sabía un poco más de ella. Lo primero que noté fue quizás ese misterio que la embriagaba, su sentido lógico de la vida y sus ansias de justicia social. Su humor negro y su blanca sonrisa sarcástica.

Muy cerca de nosotros, apareció una señora entrada en carnes como en años, ofreciendo llevarnos al mirador de la ciudad por una suma irrisoria. Quería mostrarme experto, así que tome su mano y subimos al bus. En el trayecto, hablamos en nuestro lenguaje y nos entendíamos. Nos mirábamos y nos comprendíamos. Sin tocarla la toqué.

Mientras ella mueve la boca, observo sus ojos, que la hacen ver tierna, debajo de esos lentes rojos que le hacen ser sensual sin quererlo. Se quedó en silencio pues quiere saber de mí. Quiere conocer mi pasado, mis amores, mis sueños. Nuevamente quedé mudo. Quizá por temor de arruinarlo todo. De contarle que me enamore tres veces. Que la eche a perder dos. Que me fui de mochilero por el Perú para olvidar uno. Así que fui tajante y le conté cualquier cosa, trataba siempre de cambiar la conversación y que esta no torne a mí. Por primera vez en mi vida, no quería hablar de las cosas que había hecho.

Lima está a tus pies. Le susurro desde el mirador. Lima está a tus pies y tú eres su reina, le susurro lentamente, ella me pregunta sutilmente si puede abrazarme, y lo hace con fuerza. Ella levantó su mentón  y me miró a los ojos por unos segundos. Yo la busqué. Tomé su cara con mis manos y le di un beso, un beso tímido, nervioso y lento. Luego, ella me besó de nuevo. Sus labios contra los míos, su lengua explorando la mía. Su pecho respirando cerca al mío y sus, manos desordenando mi cabello. Morimos en silencio.

Quizás fue después de ese instante que, ambos sabíamos que no nos pertenecíamos. Fue solo el instante que duró el beso. De vuelta en el Centro, nos sentamos en una banca, y ella me dijo que lo había estado pensando, que realmente le gustaba, le gustaba como era y cómo la hacía sentir, pero (siempre en vida sentimental están presentes) primero tenía que arreglar las cosas con su ex novio, quería aclararle que ella no es una chica que sale con dos chicos, no es de esas. Que la entienda y que no la juzgue.

Guardé silencio para decir que la entiendo. Me besó nuevamente. Me sentía consternado una vez más, desorientado casi arrancado del presente. No sabía cómo actuar o qué decir. Miró la hora de su reloj y me pidió que la acompañase, ya que vivía lejos del Centro, y el camino era largo. Te volveré a ver, pregunto. Ella me respondió, yo te llamo.

Esa fue la última vez que la vi. Los días siguiente, fueron de conversación superfluas en el Facebook, mensajes almacenados, y promesas de vernos pronto. Una de ellas, fue precisamente esta nota que ella escribió para mí, me etiquetó públicamente (en un acto que me alegró) y ahora cito.

Sé que quizás no mereces mis desplantes
Sé que quizás no mereces que te hable
Sé que quizás no encuentras en mi más calor del que buscas
Pero sé que hay algo más que puede hacernos sobrevivir a todo ello

No quiero evitarte, no pretendo hacerlo
Perdón por todas aquellas veces que sí parecieron
No quiero que te sientas solo o triste siquiera
Pero quizás busco una manera, no cualquiera, de estar contigo

Dices que me preocupo demasiado, pero quizás así vivo
Puede que no sea la mejor forma pero intentaré, por ti y por mí, que así yo te mantenga vivo
Pues no quisiera hacerte daño ni lastimarme a mi misma
Yo lo que busco es a alguien nuevo en ti
Ese alguien que llegó a mi vida una noche
Y que aún persiste en querer deslumbrarme con palabras

Quiero volver a escribir como ahora, y quizás como ahora, encontré motivo para hacerlo
Quiero descubrir si nos merecemos el uno al otro y sí…
Estaría dispuesta a hacerlo de la mejor manera
Quiero que seas esa luz, que mientras brille me guie en cada paso
Y si en cada beso, no funcionamos, hagamos como si nunca hubiera pasado
Comencemos de nuevo y así, quizás, encontremos un camino de vuelta
Hacia algo o un lugar más especial que esto, que todo esto.

Honestamente quisiera tener al chico que escribe que viva así conmigo
Quisiera que sean ambos la misma persona
No sé de qué dependa, pero quiero darte toda la confianza que tengo
Pues me interesaría encontrar que eres más que tus palabras
Y puede que todo ese quizás se convierta en un sí rotundo

Fin de la cita. Hasta cierta tarde en la que me llamó, me citó como siempre en el Centro. Está vez llegue temprano, y me dijo que le daba mucho gusto verme, y yo, a mí también. Pero había algo en su mirada que no lograba comprender.

Claro, ahora lo entiendo todo. Lo imbécil que fui. Sabía que estaría ahí siempre que él no le prestara atención. Me usó, me utilizó siempre y permanentemente. Soy un pobre diablo, sin duda. Fui su peluche parlante que la acompañaba como guía turístico. Ahora que lo pienso bien, no era tan bonita. Que se joda.

Sin embargo, cuando se quedaba en silencio atinaba a besarme, como si nunca hubiese besado a nadie, no entendía lo que estaba pasando, y me dijo, eres muy bueno para mí y antes que comenzara el discurso protocolar de la despedida no le pedí más explicaciones. Me fui con la poca valentía y dignidad que me quedaba.

Dos semanas después, estoy sentado en la misma banca, el mismo bar donde empezó todo. Me acompaña un viejo amigo, de fondo suena una banda desconocida que toca covers de los Beatles. Mientras mi amigo se sirve otro vaso de cerveza y yo le pregunto si el alcohol ayuda a borrar las penas de amor, él me responde que no. Pero saben mejor. Ambos reímos y brindamos por la próxima tormenta.

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Esta historia en una canción



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lunes, 10 de octubre de 2011

Apuntes de un guerrero caído


Como un ir y venir de ola de mar

así quisiera ser en el querer
dejar a una mujer para volver
volver a una mujer para empezar.
(Leónidas Yerovi, RECÓNDITA)

No sé si estoy preparado para escribir, o ustedes para leer, lo siguiente.

Imagen por El Comercio

CUANDO UNA VEZ le dije a una chica que la quería desde siempre, no quise decir para siempre

Recuerdo la primera vez que vi a la señorita aludida entrar tarde al salón 310 que estaba con las luces apagadas, el profesor proyectaba un video sobre la comisión de la verdad. Se sentó en el único asiento que quedaba libre, delante de mí. Yo la miraba adusto desde la carpeta de atrás, había llegado para taparme el panorama o nublarme la visión que casi es lo mismo.

Aquellas dos horas que conservo a retazos en mi mente ocurrió una serie de imprevistos que me incomodaron. El momento que volteó a preguntarme si había apuntado algo. Malo, le dije que no para deshacerme de ella. Cuando al profesor le ligó un chiste y ella soltó una risotada alharacosa que rápidamente reprimió. Sus movimientos al voltear a buscar a sus dos amigos. Mirar sus vaqueros gastados, su delgada chompa turquesa; su cabello, una catarata de hilos que iba a morir a sus hombros, el color de su rostro de vainilla; la sola mención de su nombre en la lista de asistencia. Al echar la vista atrás, aquella búsqueda rápida que hice de sus defectos creo que era una reacción natural ante lo que sería mi futura derrota.

Por supuesto que yo no existía para ella y no lo hice hasta muchos meses después. Ella salía de un examen parcial y quién más tonto que yo para esperarla turulato en la puerta, simular un encuentro casual y utilizar una boba excusa para pedirle finalmente su celular.

Cada vez que estuve en esa misma situación de inminente embobamiento reproduzco esa misma alergia a enamorarme y busco la quinta pata del gato. El amor a primera vista no existe. Valoro primero mi libertad y el amor te encadena, pero no quiero llevarlos por ese lado filosófico de la argumentación.

Más que un sentimiento, fue un sentimiento de fastidio, una molestia que se escondía y, por lo tanto, estuvo instalada desde siempre en mí. Así como una escultura está presente en el mármol antes de que sea esculpido por el cincel de un artista, así también se justificaba la expresión: te quiero desde siempre, que desde aquella única vez que la dije (y espero no volver a utilizarla) me ha intrigado y he analizado en muchas noches de soledad y silencio.

A mis 22 años, calculo rápidamente que no me debo haber enamorado en serio más de cinco veces, todas ellas sin mayor éxito. Siempre es raro preguntarme a mí mismo a ver, quién te gusta, y responder nadie. Quien dijo que el amor mueve el mundo, tenía algo de razón, si no es para encontrarme con ella, entonces para qué salgo a la calle, para que hago lo que hago si no es por ella. No digo que viva por ella, sólo estoy en permanente estado de alerta por si aparece al doblar la esquina o la veo sentada un viernes en el patio de la facultad.

Siempre me enamoro de mujeres que no me hacen caso, y quedo involucrado con las chicas que, palabra, no me interesan, preferiría evitar y de las que no me molesta escribir. De las chicas que de verdad me interesan he escrito poco. Qué se va a hacer, me faltan huevos, dicen algunos.

Admito que mi espíritu enamoradizo me ha llevado a no pocas dudas los últimos meses que vengo escribiendo una novela de mediano éxito. Ahora creo firmemente en las contradicciones. Una vez Alfredo Bryce dijo que él no sería escritor si no creyera en las contradicciones. Cuando defiendo una posición, es inevitable no pensar por un momento en el valor de la contraria: el derecho al aborto, el candidato a presidente, la existencia de Dios, etc. Lo mismo se aplica cuando te gusta alguien. Al primero que enfrentas es a ti mismo, te preguntas qué de especial hay en ella que no haya en otras, si acaso no tiene defectos como todas. Inmediatamente tu mente elegirá a las candidatas a sucederla en el trono de tus pensamientos.

Si te pasa como a mí, que no puedo deshacer a una chica de mi cabeza por varios meses o años, y no me explico por qué, no te preocupes. Sácale el jugo. Aprovecha a esa sola chica a la que idolatras para que no te vuelvas a enamorar de otra (como lo hacía el caballero Seiya de Pegaso, que era indiferente a varias flacas porque ya tenía a su diosa Atenas). Con un amor imposible, los demás ya no serán posibles. A menos que cambies de opinión, la chica con la que agarraste el fin de semana, y que es tal vez la más linda de la fiesta, no te causará el menor resquemor o duda si tienes claro que no quieres enamorarte más.

Pues bien, aquello mismo ocurre cuando disfrutas de una fiesta entre amigos y estás ebrio y ves el mundo de distinta manera. En una de las últimas reuniones de ese tipo a las que asistí y estuve ebrio la noche entera, mostrando la peor versión de mi alma deambulante y sempiterna, recuerdo haber conversado con, por ejemplo, Clarisa Moyano, estudiante de periodismo, como todos en esa fiesta, que vive una relación con un chico peruano que radica en la ciudad de Baltimore, ML.

Clarisa me repite en las clases de Periodismo Televisivo que odia a su novio por estar tan lejos. Como su novio es un gran amigo mío, le digo en broma que no se vaya a portar mal, que estoy vigilándola para escribir semana a semana un informe de ocurrencias que envío vía fax a Maryland. Me intriga saber cómo llevarán ellos su relación, apostaría que ella no tiene culpas si acaso sale en Lima con otro chico. Está bien, ella es libre.

También me junté a Tracy Chávarri, una chica de ojos verde-grisáceos que esconden varios misterios y un pasado amoroso que todavía no me atrevo a preguntarle. A nadie le puede confundir que su recatada forma de vestir o sus ganas de pasar toda la fiesta en una silla, conversando, fumando y tomándose unos tragos la hace una chica aburrida. Al contrario, ella aguardaba la llegada de sus amigas y de varios cazadores, mas nunca la he visto con novio.

A Tracy se le vincula con un tipo que también estaba en la fiesta. Cuando le dije que se notaba que ese chico la quería conquistar, ella se reía, negaba y agregaba: “si se va con la primera fulana que aparece”. La fulana mencionada era la chica más guapa de la fiesta: una rubia apretada y encorsetada de morado. Lucía un bronceado ganado recientemente en las playas de Sitges. Él la escuchó y se volvió a decirle: “¡Qué va a ser!, si mi novia es el doble de esa gringa”. Y tiene razón, le he comprado libros a su novia y para no decir menos: es cien veces más guapa.

Me acuerdo también de Alessandra, que hace poco tiempo se vio involucrada en un trío amoroso en el que no quiso nunca estar. Un periodista deportivo salía con ella y con otra a la vez. Tras enterarse de ello en una borrachera en los bares del frente de la universidad, decidió volver a su casa herida. El periodista habló con ella, le pidió perdón, ella no lo perdonó completamente y la prueba es que en la fiesta lo buscaba con la mirada y cuando cruzaba palabras era para decirle una que otra frase encendida que el periodista sabido respondía atizándola más.

Estuve en la puerta de la fiesta cuando llegó Grazzia, otra chica deslumbrante. Cualquier reunión a la que asista, siempre es de las más bonitas, como se dice: rankea. Tiene los rulos más largos y bien cuidados que he visto. Apenas la vi con un tipo a su costado, tras saludarla, le pregunté si ese plomazo era su novio, con esas palabras, sin anestesia. Coqueta, soltó una risa blanca y me dijo que sí. Su novio volteó, me lanzó una mirada desconfiada y. como un perro de presa, no me soltó. Por supuesto, un poco picón, seguía susurrándole al oído de Grazzia unas cuantas diatribas contra él. Ella sonreía más con mucha correa de periodista.

Micaela es otra amiga de la noche. Después de dos fiestas sin poder bailar con ella, y habiendo cruzado ríos de mensajes de texto, me animé a practicar unas vueltas con ella en el preciso instante que Clarisa, Tracy, Alessandra y Grazzia bailaban con sus respectivas parejas pertenecientes a esa secta viperina que es la juventud del periodismo peruano. Animados, practiqué varias piruetas con Micaela, cuya risa dudosa me hizo pensar que no le gustaba nada lo que hacía. Así que le dije:

– ¡Está muy buena la fiesta!
– ¡Gracias!... ¿y ya cayó alguna? –preguntó curiosa, tras haber yo inquirido a las demás por sus estados amoriles, ella era la primera que se interesaba por el mío–.
–Ja ja, bueno fuera –dije, la verdad, sin negar ni afirmar–.
– ¡Pero si hay muchas chicas!
–Ninguna como tú –dije y tropecé con mis propios pasos.
–Ya, no mientas –me contuvo, que te he visto bien cariñoso con Tracy.

Quería responderle y yo te he visto cariñosa con Zutano y Mengano, con el chinito, con el catalán y con el dueño de la casa. Pero tal vez pecaba de suspicaz y hubiera sido muy duro. Tuve que controlarme y cerrar el pico por única vez en la noche.

–La verdad es que no me interesa ninguna. Si pudiera acabar esto e irme contigo no dudes que lo haría –le dije a Micaela, al parecer la asusté porque se fue a bailar con el cumpleañero, con quien ha sido vinculada en los últimos comentarios en las redes sociales–.

¡Bah!, y por qué me hago bolas, me preguntaba resaqueado al día siguiente. Cada una de ellas tiene una historia diferente, un recorrido distinto en el camino del amor, algunas bien recompensadas, otras desagradecidas y maltratadas por el destino. Las historias eran tantas en esa fiesta que uno siente empequeñecidos sus problemas sentimentales.

Imagen por revolution11com


En un momento de la noche llamé a Lucía (la protagonista de la novela que me engaño escribiendo y viene llegando a su desenlace) con el celular de mi amiga Viviana Dallas, ya que no me contesta las llamadas cuando ve mi número palpitar en su Ericsson. El sonido ambiental de la conversación con Lucía me dio unas primeras pistas del lugar donde estaba: una fiesta. Ella me aseguró que era una discoteca del boulevard de Los Olivos. Me sorprendió, siempre tan exótica esta chorrillana, pensé de inmediato.

–¿Pero quién eres? –pregunta ella–.
–Eso no importa, quiero verte.
–¡No puedo y no quiero!, ¿Tiger? –dijo, me molestó que me llame como a su ex novio, que haya olvidado mi voz, pero a eso me expongo cada vez que hago llamadas de otro celular y no me presento–.

Sus gestos despertaron la incomodidad de un amigo que estaba cerca y le quitó el celular. Quién es ah, oí que le preguntaba el gandul a Lucía. No sé, respondía ella. Así que quiso zanjar el asunto como abogado metiche que es. Yo esperaba armado en la línea.


–Con quién hablo, cómo te llamas –me dijo–.
–Quién eres tú que me preguntas mi nombre –respondo altanero y alcoholizado–.
–Me llamo Roberto Rojas, ¿y tú? –transmitía seguridad, era un rival de fuste–.
–Cómo estás, Roberto, yo me llamo José Paolo Guerrero y quiero hablar con Lucía.
–Ja ja ja, ¡dice que es Guerrero! –es buena señal arrancarle una sonrisa al enemigo.

Supongo que Lucía estaba mirando al idiota de Roberto, su amigo o quizá algo más. Por la disparatada identificación que había dado, calculé que ya había pensado en mí como probable autor de la llamada.

–Vamos, yo le paso tu encargo, dime, qué se te ofrece –se entregó el idiota–.
–Quiero invitar a Lucía a la celebración que haré, acabo de meterle dos golazos a la selección de Paraguay.
–Sí huevas, yo le digo, ¿algo más?
–Sí, ojalá que en persona seas tan gallito como por teléfono, abogado hijo de puta.

No sé si me escuchó, Lucía le quitó el celular. En ese momento Viviana Dallas me riñó desde lejos por gastarme el poco saldo que le quedaba.

–¡Tiger, ya te he dicho que no me llames!
–Lucía, se corta, te mando un abrazo. Espero verte pronto.
–Espera, no me vas a dejar así.
–Lo siento, sólo dile al rechucha de tu amigo que le queda poca vida.

La llamada se cortó. El saldo se había terminado. Lucía nunca me reconoció.

Así, podría mencionar las charlas con anónimas, por ejemplo, en la cola para el baño, las miradas en la pista de baile con tres chicas más o los saludos chapuceros a las extranjeras que pulularon por allí y, me daba rabia, eran acosadas por bricheros amaestrados. Por mi parte, todas esas seducciones fueron hechas por el puro gusto de joder, de probar los poderes de conquista que la cerveza se encarga de despertar en mí.

Las fiestas son la mejor prueba de que el amor no existe, sólo el cariño sino efímero. No te puede gustar una persona cuando conoces a varias más que interesantes. Para qué te vas a encaprichar con una única chica si hay, como está dicho, muchos peces en el agua. En vez de entristecer, hay que agradecer que la existencia de las chicas imposibles permita olvidarlas a su vez saliendo con otras.

Si te sentías bendecido por haber conocido a la “mujer de tus sueños”, ahora siéntete blindado, nadie volverá a hacerte daño. Eso sí, recuerda, cuando vuelvas a estar frente a la chica que te puede cambiar la vida lo mínimo que tienes que hacer es rebelarte y resistir estoico a los encantos que despliegue para dominarte. Porque es inevitable, más temprano que tarde, ella, esta o aquella te vencerá gloriosamente.

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Esta historia en una canción de barra.



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domingo, 2 de octubre de 2011

Efecto rebote

Siempre he creído que para que nuevas parejas se formen es menester que otras terminen. Alejandra había terminado con Óscar y mi novia conmigo. Había conocido a Alejandra en el bar De Grot que  hace un par de semanas atrás. Esperé tres largos días para llamarla, para verla, para no sonar desesperado.


Imagen por Caiti Borruso


Quería verla, y me preguntaba constantemente si ella a mí. Así que tomé el teléfono, marqué los nueve dígitos que me llevarían a escuchar su voz, esa voz graciosa que la caracteriza. El sonido de espera me mata, me siento un primerizo, como si fuera la primera chica que haya abordado a lo largo de mis veintidós años de amores tormentosos. Aún así, marqué. Al otro lado de la línea estaba ella, en su laptop terminando de editar un video para su próxima clase.
 
-Aló, dijo ella emocionada.
-Alejandra, murmuré nervioso.
-Sí, qué pasá.
-Nada, soy yo. Jorge, el chico del De Grot.
-Si, si sé sino que me sorprendió tu llamada es todo.
-Sorry por no llamar antes.
-No, nada que ver no tienes nada de porque disculparte, aún no me has hecho nada malo. Risas.
-Bueno, me preguntaba si tenías algo que hacer el fin de semana.
-Uhmm, en realidad ¡Sí¡ Sí tengo que hacer, me dijo de forma repentita y entusiasmada.
-Ah, ok entiendo. Con voz derrotada y resignada.
-Pero, tú me puedes ayudar, me dijo voz juguetona y cómplice.
-¿Así, cómo? Le pregunté.
-Es qué tengo que hacer una crónica de todos los bares del Centro, y pensé en ti, que podías ayudarme.
-Claro, claro será un placer. Bueno, entonces te llamo más tarde.
-Si, está bien.
-Entonces te llamo. Le dije emocionado.
-Sí. Supongo. Risas.
-Bueno, chau.
-Ok, cuídate nos vemos.
 
Aquella llamada había sido el primer paso para 'conquistar' a Alejandra. No sería fácil, pero estaba convencido que había algo en su mirada que la hacía única e igual a todas, a todas  las chicas que he amado antes. Sin embargo, no todo siempre sale como uno quiere. Así que volví a llamar en la noche. Hablamos de nuestro día, nuestros trabajos, su proyecto y de vernos pronto, tan pronto como fuera posible, tan pronto que no estaba preparado, quizás ella tampoco.
 
-Tienes algo hacer mañana, disparó.
-No. Respondí emocionado.
-Te parece si nos encontramos en el parque Kennedy a las 7pm.
-Perfecto, Por mí está bien. Sentencié.
 
Así que después de clase tomé un bus camino a Miraflores, para verla, para verme en ella. Para ver si me recordaba. Si es que aquella química que hubo en el bar del Centro estaba presente en otro lado de la ciudad. Llegué como siempre puntual, quizás demasiado en un país donde el noventa por ciento no lo es. Esperé y seguí esperando, los nervios de que haya plantado empezó a asustarme. No quería parecer demasiado emocionado por verla. Así que deje que el tiempo transcurriera mientras terminaba un capítulo más de 'Claudia, cuídate cuando estés conmigo', mi libro favorito. Disfrutaba tanto de la lectura de aquel libro que, por un instante, Miraflores, el parque Kennedy y Alejandra desaparecieron de mi cabeza.
 
Cuando apareció lo hizo de forma extraña, corriendo para verme. Me causó mucha gracia y ahora, tiempo después, sé por experiencia que el tiempo que se demoran las chicas arreglándose para salir con un alguien y  el tedioso protocolo de hacernos esperar es simplemente una táctica para saber si seremos tolerantes con ellas.
 
Sentado en una banca de Kennedy puedo verme a mí y ella a lo lejos, como una figura repetida de un tiempo atrás con otra chica. Es inevitable, pienso en mi ex. Uso los mismos chistes, las mismas frases y los mismo comentarios que con ella. Me estoy repitiendo, tal vez solo muestro lo mejor de mí, no me importa, finjo ser feliz, y Alejandra no nota la diferencia. Hablo y sigo hablando, filosofeo un poco, exagero lo que sé y minimizo lo que no. Kundera, Nietzche, Camus, Sartre, entre tantos. Hago de la conversación un pequeño monologo, mi unipersonal que tiene como única espectadora a Alejandra que se ríe de todas las incoherencias que digo, acerca del arte, del sistema político y del amor en general.
 
Sus 19 años me observan, está callada, atónita, me preguntó qué pensara mientras hablo y no paro de hablar. Observo sus ojos castaños oscuros que podrían pasar por negros. Miro como mueve las manos, se moja los labios y se arregla el cabello tres veces mientras le cuento acerca de la última película que vi. Un pequeño silencio se apodera del ambiente, mientras pienso rápidamente qué decir, ella me toma de la mano y me lleva a dar una vuelta, espero no haberla aburrido me digo. Le ofrezco unas butifarra y un vaso de chicha que ambos tomamos y comemos desaforadamente entre risas y comentarios de los dinosaurios que adornan el parque. Otra vez la imagen de mi ex, toma mi cabeza por asalto y recuerdo el juego gracioso de palabras que ella decía tener su nombre 'Malesaurio'. Me río y Alejandra no entiende por qué, yo le explico que me parece muy gracioso aquel dinosaurio. Ella me mira diciendo qué tiene de gracioso. Miento, no sé si con el tiempo me he convertido en un experto mentiroso o es que ahora miento mejor. Le dijo que se parece a mi profesor de Dirección de actores y ella se ríe también, como si lo conociera.
 
Mientras caminamos por Miraflores nos detenemos en uno de los parques a ver el mar. 'Si quieres saber de mi vida. Vete a mirar el mar', Martín Adán. Le digo. Alejandra me sonríe, y me dice siempre tienes una frase para cada ocasión, y yo, eso intentó. Observamos el mar, y contemplamos lo minúsculo que son nuestros problemas, nuestra vida y nosotros mismos. Las ultimas brisas del invierno arremete contra nosotros, Alejandra se frota las manos, no sé si abrazarla o besarla. No sé si sea muy pronto. Creo que ella espera que haga algo y yo también. Le digo que es mejor volver antes que sea más tarde, que tengo que levantarme mañana muy temprano, creo que he arruinado el momento. Si me etiqueta como amigo, lo tengo bien merecido. Antes de despedirnos, Alejandra me enseña el dibujo de un tatuaje que planea hacerse. Lo miro y le pregunto qué es. Ella me responde que es su nombre en griego antiguo, de pronto se cae una foto de su billetera. Es Oscar, su ex novio, lo sé pero no me lo dice.
 
Recojo la foto, ella está algo desorientada, tal vez igual que yo. Quizás ambos pensemos en otras personas aunque fingimos que no. Se la doy sin observar la foto, ella me dice que es Oscar su ex novio, y un vomito verbal desprende de ella, la observo en silencio. Poco a poco empiezo a escuchar todos mis defectos en Oscar, por un momento ciento que habla de mí y por otro ella ha pasado a ser Malena. Interrumpo para decirle que quizás deba darle una oportunidad para arreglar las cosas. Ella me dice que no, que es mejor estar así mientras me toca el hombro muy suavemente. No quiero que pienses que quiero regresar con él, si no que me da una cólera. El simple hecho de verlo me enferma. Imagínate, está en la misma facultad que yo. Mientras observo la foto de Oscar, me imagino la relación caótica que tuvo con él. Oscar es un tipo bien parecido, y por la pequeña fotografía inclusive  puede parecer algo loco pero no un mal tipo.
 
Lamento haber arruinado nuestra conversación hablando de él, se disculpa la pequeña Alejandra, y yo, no tienes porque, le digo. Ahora caminamos en silencio, fumando unos cigarrillos por las transitadas calles de Miraflores, quizás pensando en alguien más estando juntos, al estar muy cerca de su paradero, le doy un suave beso en la mejilla, mientras Alejandra me da un enorme abrazo y me susurra muy lentamente 'espero verte el viernes', se despide y sube al bus.




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