lunes, 25 de abril de 2011

VII. Consejos inútiles


Miércoles, 17 de junio de 2009
-Ayer hablé con Tiger–escribió Javier en el Messenger–.
-Huevón, ¿por qué te metes? –dijo Lucía–.
-Te advertí que lo haría y estuviste de acuerdo.
-Idiota. ¿Y qué hablaron?
-Un poco de todo y mucho de ti.
-Al grano –dijo Lucía, que estaba apurada, debía terminar un informe–. ¿Cómo se encontraron?
-Por pura casualidad. Lo encontré en el sótano de la biblioteca, estaba leyendo.
-Clásico en él, siempre lee allí.
-No perdí oportunidad, lo saludé, fingí interés.
-¿No que era tu amigo?
-Después de anoche, comprobé que jamás lo será. El caso es que salimos juntos y le animé para invitarle una cerveza al frente.
-Mentiroso, él no toma.
-Eso dijo, así que tuve que ser directo y decirle que hablaríamos de ti.
-¡Tarado!
-¿Quieres que te cuento o no?
-Debiste ser menos obvio –se molestó Lucía–. Bueno, sigue.
-Cómo está ella –dijo Tiger casi sin preguntar pero interesado, sorbiendo su gaseosa con cañita–.
-Bien, avocada a la facultad y un poco ajetreada–respondió Javier–.
-Qué bueno, ¿está trabajando no?
-¿Cómo supo eso? –se removió Lucía en su asiento, tapó su boca con la mano abierta–.
-Tranquilo, la vi con un vestido muy formal hace unos días–aclaró Tiger, para no sonar acosador–.
-Sí, lo está. Practicando no sé exactamente en donde, sabes que ella nunca especifica bien sus cosas.
-Y para qué hemos venido, Javier.
-Le prometí a Lucía que encontraría la verdad de tu actitud y hemos venido a que me expliques.
-Eso me temía, pero ya sabes que esto no te incumbe.
-Es cierto, tampoco estoy ciego para saber que no soy tu amigo, pero lo soy de Lucía y me jode que juegues con ella.
-Si lo que quieres es impresionarla llevándole mi versión de los hechos, no la tendrás.
-Al contrario, tú eres quién ha dramatizado todo esto. He leído la carta que le enviaste, Tiger, a qué quieres jugar, ¿al típico escritor fatalista que se despide por carta con la excusa de no herirla?
-No juego a nada –resumió Tiger–.
-He visto casos parecidos, lo que creo es que te faltaron huevos. Debiste dar la cara.
-Nunca fue necesario –Tiger se dio cuenta que hablaba de más-. No te contaré, no insistas.
-A eso vine, eres un engreído, las palabras que usas en tu carta te delatan, es insalvable, has hecho un drama de todo esto –lo acusó Javier, señalándolo con el dedo, los codos en la mesa–.

Lucía pidió que le explique esta parte de la conversación. En opinión de Javier, Tiger había querido echarle la culpa de todo a Lucía, y ella se devanaba los sesos preguntándose qué hizo mal. “Hice lo mismo alguna vez”, confesó Javier. Como cualquier chica abandonada, antes que echarle la culpa al novio, buscaban los motivos dentro de ellas, en sus actitudes.

-Lucía no era ella a mi lado, quizás nunca lo sería. Sólo aceleré las cosas –dijo Tiger–.
-Cabrón maldito –dijo Lucía–. A nadie le permito que me cuide, y menos de mí misma, fuck.
-¿No crees que ella estaba grandecita para darse cuenta? –preguntó Javier–.
-Lucía es niña y muy mentirosa –respondió Tiger–. Dentro de ella habita otra persona, la verdadera Lucía, una más libre y rebelde, a tal punto que no me hacía bien ni yo a ella, ella lo sabía, por eso lo escondía y me molestaba que lo hiciera, conmigo era muy cobarde para decir lo que sentía –palabras que le dolieron a Lucía–.
-Supongo que me defendiste –cortó Lucía–.
-Qué podía decir, sonaba sensato –respondió Javier a Lucía–.
-Sabía que no debí confiar en ti para estas tareas. O sea que, para ti, estoy loca.
-¿No piensas volver a hablarle o acercarte?, ¿te borras? –inquirió Javier a Tiger–.
-Estoy saliendo con alguien más, Lucía ya no me importa.

Lucía estaba triste y furiosa, le sorprendió saber que Tiger tenía ese concepto de ella, lo había hecho otra vez, él siempre estuvo un paso delante de ella, o al menos se las arreglaba para simular que siempre controlaba la situación. Ella siempre creyó engañarlo, creyó que taponaba bien su lado “rebelde”, que sus travesuras eran perfectas, indescifrables, se equivocaba totalmente. Fue por un vaso de agua para seguir leyendo lo que le contaba su espía Javier, quien la empezó a irritar.

-Era eso, había otra –dijo Javier–.
-Deja de referirte a las mujeres con palabras machistas como la otra –Tiger intentó cambiar el tema–.
-Debiste decírselo a Lucía, no tirar todo por la borda con ella.
-Como termine mis relaciones no le debe importar a nadie –sentenció Tiger, cortando el aire con su mano derecha–.
-El punto es que, por tus miedos, no podías cagarla así.
-¡Ya! Deja de meterte en esto –intervino Lucía–. No quiero que me cuentes más, ¡no sirves para esto!
-Lucía, tranquila, te estoy contando lo que me dijo. No te molestes.
-Sí me molesto. Prefiero quedarme con lo que sé. No quiero que venga ningún sonso como tú a decirme cosas que ya sé –mintió Lucía–.
-Cálmate, Lucía, mejor te cuento mañana cuando te vea en la universidad.
-Tú y yo no nos veremos más –advirtió Lucía, llevada por la ira–. Aléjate de mi vista.
-Está bien, lo dejamos aquí –dijo Javier, desatendiendo la ira de Lucía, lo que la molestó más–. Te llamo mañana.
-Te dije que no. Lo único que haces es contarme de él y de él. Quiero que desaparezcas.
-Relájate, no me trates así.
-Te trato como me da la regalada gana.

Javier no soportó que Lucía fuera tan despiadada, en anteriores ocasiones lo había sido y  no le gustaba, siempre se tragaba el sapo, él era el que cedía. Esta vez, desesperado por ganarle, tuvo que recurrir a una artimaña para ganarle la pelea a su malva amiga.

-Ah, le dije una cosa más –empezó Javier–.
-Qué cosa.
-Le conté lo del francés, del emo del concierto y del estríper que vale por dos.
-Cállate que no te creo.
-Sí, ya sabe que le sacaste la vuelta mil veces. Y también le conté tu pasado, la gran vida libertina que te diste a los dieciséis y que agarraste en una noche con ocho tipos.

Sus ojos se convirtieron en dos pequeños monstruos antes de gritar: “¡Ándate a la mierda!”, alarido que traspasó las paredes de su cuarto, a la vez que una punzada le cruzaba el cerebro. Jeremías, su hermano, la escuchó y no se interesó debido a su mala relación con ella, Doña estela, su madre, no estaba en casa. El Messenger le advirtió que Javier está escribiendo, tal vez se venía algo mucho peor, no quería saber más, le hacían daño las cosas que Javier le contaba sin parar. De repente, tomó la radical decisión de anularlo de su vida, había colmado su paciencia. Llevó el cursor a la opción “no admitir” y pinchó en él.

-Te aconsejo que te alejes de Lucía–dijo Tiger–.
-¿Alguna razón en especial? –indagó Javier–.
-Es un poco complicada, terminará odiándote.
-Si hay algo en lo que nos parecemos, Tiger, es que yo también sabré odiarla primero.
-Te advierto nomás, antes que termines pareciéndote a mí.


Hechos-sin-fechar
¿Recuerdas el cactus, Tiger? Apenas leí tu carta (tan cobarde) lo boté a la basura. No creas que estoy molesta, en estos meses que te supiste borrar de mi mundo he intentado comprender la tontera que has hecho. Lamento si cometí algún acto que tú ves como inmoral (atacar a la naturaleza a través de la muerte del cactus que me regalaste), si seguía viendo una noche más en mi ventana ese puto cactus seco, que según tú simbolizaba la fortaleza humana pero para mí no era más que un genital con espinas (parecido al tuyo), iba a terminar lanzando otras cosas por la ventana, y créeme que todavía no estoy lista para protagonizar el suicidio más hermoso. Como digo, no estoy molesta, porque molesta no habría podido escribir esta misiva en la que me place informarte que tú, tus misterios, tus cartas pueden irse al cacho, expulsé todo más rápido que una bala. Tus razones tendrás para no querer verme, te conozco y sé que tu problema no está en darme la cara una última vez, así como mi problema tampoco está en torturarme sopesando los motivos (íntimos, me queda claro) que tuviste para borrarte súbitamente. Después de todo este tiempo que recién me animo a responder la carta a quemarropa que me enviaste (al Yahoo, que sabías que no usaba), aprendí a controlarme, a reclamarle a las nubes, al vacío, por tus actitudes, pero de ninguna manera a ti: arrebatos de chiquilla despechada nunca. Si nunca compartimos esa zalamera costumbre de preguntar y preguntar hasta llegar al final del asunto (dónde has estado, con quiénes, qué hicieron), menos empezaremos ahora que todo se acabó. Cada mañana que me levanto, y a medida que te esfumas de mis recuerdos, olvido el dolor que sentí al inicio y siento que nunca lo conocí. Una amiga me hizo entender que mujer que ama, también odia, y esconde esa energía desde el primer segundo que toma cariño por un chico. Por eso las mujeres tenemos un escudo para estos casos, y no es que olvidemos más rápido a los hombres. Simplemente sabemos separar la paja del trigo. Si bien salí con otros tipos, no estuve con ninguno (que sólo fueron dos) en el sentido más profundo del verbo. Si no me crees, no importa, ¿debo justificar mis acciones?, nada de mí o de mi pasado (que pasé contigo) es ahora de tu incumbencia, salvo que conozcas mi posición ante esto que has hecho. No tienes la sartén por el mango, tú te borraste, yo no, si quieres pelear es mejor que te ahorres esas ganas y no me busques. No es necesario, pero te contaré: lloré muchas noches, sí, lloré a mares, eché por tierra el mito de tu cariño, congelé el olvido que no supe igualar a tu traición, no aplaqué mi ira y después de todo, lo reconozco, te guardo cariño, Tiger. No le vuelvas a hacer eso a una chica, claro, quién soy ahora para pedirte eso, no sé. Ahora que terminó todo me alivia pensar que volvemos al inicio, cuando tú babeabas y yo ponía el orden.

Lucía exhaló hondamente, miró el reloj de la pantalla, no releyó la carta, el tiempo la apremiaba, saldría esa tarde con su amigo Peter al cine. Presionó enviar, dejó la computadora prendida, tiró la puerta y salió corriendo. Se refugió en la primera sombra de árbol que encontró.


Sábado, 12 de setiembre de 2009
Los meses siguientes, Lucía distrajo su mente aceptando salidas a fiestas, se dejaba llevar a donde querían sus amigas de la facultad de Derecho. No le molestaba tampoco aceptar invitaciones de amigos a los que conocía horas antes, todos claro no sabían que, si bien encantadores, también eran pensados como futuros y simples contactos profesionales.

La excepción era Peter Argüello, el único chico de su salón al que nunca sintió venir con intenciones segundas. Peter llevó dos ciclos en la facultad de Ciencias antes de decidirse por las leyes. Había estado relacionado a las computadoras desde adolescente por lo que se quemó los ojos al pasar muchas horas pegado a la pantalla. La consecuencia devino en su principal característica: los gruesos y redondos anteojos que ocupaban la mitad de su cara. Su peinado raya al medio asemejaba su cabeza a un libro abierto que hablaba de todo menos del amor. Nunca le habían roto el corazón, pues ninguna vez lo había puesto en juego.

Lo conoció al inicio del octavo ciclo, en el curso de Derecho Civil. El profesor había entrado al salón y todos se callaron. “Perdón, tu cabello está tapando mi cuaderno”, dijo Peter, luego de tocarle levemente el hombro con un dedo. Lucía volteó su cuerpo, su evidente fastidio se calmó con el susto de ver a Peter mirándola, “ah, disculpa, siempre me trae problemas”, le dijo Lucía. “Pierde cuidado”, respondió Peter suavemente y pegó sus ojos a las anotaciones de las primeras cosas que dijo el profesor.

El profesor ordenó un break, pidió que nadie se vaya pues a la vuelta formarían grupos para analizar unos casos sobre transacciones. Fue en el descanso que Lucía le preguntó a Peter si quería hacer grupo con ella, que le caía bien y no tenía más amigos en esa clase. Peter no oyó nada, llevaba puestos unos audífonos verdes que se tuvo que destaponar.

La bondad con que Peter la trató todo el ciclo, le hacía recordar al primer Javier, al que conoció en Letras, cuando todavía estaba con Tiger. No lo veía desde finales del ciclo anterior, cuando se entrometió en sus problemas, casi difamándola ante Tiger. Creyó que era tiempo de perdonarlo. Hace meses que no lo veía, se preguntó qué sería de él.

Esa noche, había salido con unos amigos de la facultad. Un par de amigos intentaron algo con ella. Se defendió como pudo cuando uno de ellos quiso besarla en el fragor del baile, se acercó demasiado y ella tuvo que empujarlo y mirar a Peter como quien busca un salvavidas. Peter no se pelearía con nadie, simplemente que a su costado se blindaba ante los amigos que buscaban gilear o tener sexo rápido con ella, quizás a manera de olvidar que tienen poco para amar.

En la barra con Peter, Lucía le preguntó si debía perdonar a Javier o no. antes le contó todo el rollo. Nunca le contaba sus cosas personales a Peter, menos lo que había pasado con Tiger.

-Para entender tu rollo con el tal Javier, debes contarme lo que pasó con el tal Tiger –dijo Peter–.
-Confórmate con que fue mi novio dos años y cuatro meses.
-Ni borracha sueltas la lengua, ¿no?
-No me gusta la palabra borracha, Peter. Pero no, no estoy ebria. ¿Cómo hago con Javier?
-Por qué te preocupa tanto.
-No sé, creo que ya es tiempo de perdonarlo.
-Si no me cuentas cuál fue su error, no entenderé la magnitud del asunto.
-Eres un chismoso –recriminó Lucía–. En pocas palabras, le habló mal de mí a Tiger y le corté toda comunicación.
-Eso no merece perdón –juzgó Peter–.
-Lo que le contó no fue verdad, digamos que tampoco fue mentira.
-Entiendo. No te juzgo, Lucía. Estoy de tu lado. Si sientes que debes perdonarlo, hazlo.

Supo que no debía contarle nada. La actitud pasiva de Peter sesgaba su opinión hacia el perdón del prójimo. Peter era un ángel, incapaz de mantener odio hacia nadie.

-Tengo miedo que lo malinterprete –dijo Lucía–.
-En el fondo eso es lo que quieres. ¿Te gusta no?
-Hablas piedras, Peter. Él es un buen amigo. Sólo una vez…

En ese momento, un sujeto la tomó del brazo y la llevó a bailar. Ella aceptó, utilizó ese momento para reflexionar. Ciertamente no podía bailar y pensar, tuvo que dejar que el sujeto la besara para cerrar el plan que tramaba para Javier. Estaba decidido, tenía ganas de jugar en serio con él. Sólo había un inconveniente, el desconocido que cometió el error de besarla, así que lo dejó solo en medio de la pista de baile, humillado, con el labio mordido.

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Imagen por Miss_Salander (fotógrafa oficial de esta novelita)
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Esta semana, el recordado “Tucuy Ricuy” grabó un video muy divertido con el propósito de entregar su corona de Rey de las Plumas 2010 a la nueva campeona y Patrona de las Plumas 2011 “AAC”. Aquí colgamos el video para que toda la familia choteada se divierta.




lunes, 18 de abril de 2011

El Premio


Dibujado por littleoutrageous

Servilletas que hacen el amor

Allí estaba, vieja y melancólica, la cantina de siempre. Junto a los rostros arrugados de los beodos, la sabia Rocola y las paredes descascaradas le levantaban la falda a la historia del lugar, un inagotable templo de anécdotas y conspiraciones relacionadas al amor, así como al arreglo de problemas de carácter legal, financiero o doméstico entre pares de distintos procederes.

Metíamos la barriga para pasar entre las sillas, el local estaba abarrotado, felizmente había espacio para nosotros: Bruno, Reiner y Teni. Llegamos a un rincón del bar, el más privado de todos, al lado del baño. Tres butifarras, primero, y una botella de ron no sería suficiente para conversar acaloradamente sobre ellas.

Uno de nosotros cogió una hoja del servilletero y escribió una frase: “A veces el humo toma forma de mujer”. Inmediatamente, mordió su butifarra y lanzó un reto a los otros dos, “¡continúenla, muchachos!”, sonrió, mientras un hilo de cebolla se zafaba de sus dientes.

No recordamos quién de los tres hizo tal o cual frase, no creemos si quiera que una de ellas pueda cobrar inmortalidad más allá de esa noche, salvo para nosotros. Solamente vomitamos frases no resueltas, verdades oscuras, enunciados despechados. Lo que sí, hay ciertas repeticiones entre una oración y otra, como si uno hubiera querido responderle al otro desde la inconsciencia del alcohol barato y los cigarros recogidos del piso.

Hay ideas que nacen cuando te ahogas en un vaso de cerveza caliente, amarga, e intuyes que todo está perdido.

La noche es eterna, las calles plebeyas. Sumergen en los ojos del andaluz más profundo del alba, pero es ahí donde el humo del olvido te encierra en ti.

Debajo del vaso vacío, la veo a ella, debajo del vaso mis lágrimas se pierden entre el humo del cigarrillo que estoy fumando.

Y sabes que cuando amanezca y abandones el bar estarás encerrado en los recuerdos que cada esquina te traiga de ella.

Y donde fuimos, en aquella cantina, hiciste acordarme de ella, una vez más, pero esta noche sólo prefiero dejar que el franco desierto de sus ojos me lleve al mejor lugar del mundo y hoy comenzaré a olvidar que hay amor en su amor.

La música nefasta invade mis oídos, mis oídos no escuchan, mi voz la nombra, mi corazón la llora, mis recuerdos la extrañan, mis lágrimas la olvidan.

Cualquier canción no servirá para invocarla.

Véndeme el olvido, compraré el recuerdo, alquilaré tus besos y remataré mis deseos, recogeré miradas al azar, prestaré tus noches y cobraré mi despecho, dejaré de ser lo que soy por un momento más de ti, pero no mediré cuánto pero cuanto perdí.

Su nombre se pierde en una canción, sus palabras se encuentran en mis pensamientos. La veo entre las gentes, su olor se dispersa y por un instante envuelve el bar.

Las moscas no mueren, simplemente duermen.

Michael Jackson vive y está allá sentado metiéndose unos tiros.

12:18 Bruno confiesa que le gustan las piernas de Malena.

Vamo´ hacerla linda acá.

Braulio, el chileno peruano.

La botella de cerveza cuesta cuatro cincuenta.  Medio ron con coca cola quince soles. Puedes llevarte la botella.

Esta noche quise ser el porqué del a veces sí y a veces no. El alcohol nos dará el mejor sabor del pretexto, la parada será la resaca, esa misma que nos hará gatear, gatear al Concilio del verdadero sabor.

La calle está arbolada, los sujetos no son manzanas ¡pero cómo caen a la noche, esa hierba mojada!

Sin las putas no hacemos nada.


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Fotografía por Tiffany Street


Coronación de Pluma Invitada

Habló el volcán. Ante la temprana lejanía que AAC había alcanzado de sus demás perseguidores, decayeron sus preferencias en las encuestas. Ximena Castro Breña amenazó en primera instancia, logró empatar en puntos por unos minutos paralelos al mundo virtual. Sin embargo, a galope, se entrometió Melón Rivas, un extraño concursante que entre gallos y medianoche, pocos días antes de cerrar la elección digital se llevó el primer lugar de la votación. Llámenlo outsider, si quieren, mas no le alcanzó en el resultado Global, donde la mencionada AAC alcanzó la gloria.

Este fue un resumen de los comicios electorales celebrados aquí. Se ha consagrado como ganadora del Concurso Anual Veraniego Choteadas Awards II, ¡¡la señorita AAC (@Alvaradita)!! Según el conteo de actas a nivel nacional, ella dejó muy lejos a sus contrincantes con un ponderado de 18.6 puntos sobre su más cercano perseguidor: Dinky Don con 7.5 puntos (calculado con el nuevo sistema: [ 70% (Comentarios) + 30% (Votos virtuales) = TOTAL ]). ¡Felicitaciones!

Asimismo, saludamos al señorito Melón Rivas, quien tuvo la mayor acogida en la votación digital (esta vez votaron 46 personas), manifestada en sus 15 votos ganados limpiamente, lo que le vale el Premio del Público, entregado por primera vez en esta edición del Choteadas Awards. Ya veremos cómo te recompensamos, Melón Rivas.

Como lo prometido es deuda, AAC se hace acreedora a la camiseta del blog, un holograma del blog, un diploma a nombre del Estado y, esto ya no es seguro que sea un premio, será entrevistada por nosotros.

Sabemos que AAC vive en Arequipa, así que pronto estaremos en esa ciudad para entregarle sus premios, salir a pasear, conocer los antros más respetados, el circuito cultural, comer rico y entrevistarla al pie del Misti, al ritmo de los Chapillacs.

(Abusando de tu confianza, AAC, se agradecería la facilitación de algún hospedaje o Casa para Mochiblogueros que pueda acogernos algunos días del segundo semestre del año corriente.)

Como se recuerda, en la elección del 2010, Arequipa estuvo a punto de llevarse el premio y fue Tucuy Ricuy, representante de Chimbote, quien finalmente se lo llevó de robo. Aquí una postal del recuerdo de Tucuy Ricuy recibiendo su premio (para que vean que sí cumplimos). Este también es un post sobre cómo Ricuy fue destronado, es innegable el sabor a revancha para las tierras arequipeñas que, si bien ya tenía un Nobel de Literatura, le faltaba una “Princesa de las Plumas”, es decir AAC, para completar el podio literario. ¡Disfrútenla!

En el siguiente cuadro, se puede apreciar los resultados finales. Denle click para verlo mejor. El Rojo es la ganadora global y el amarillo es el Premio del Público.



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Por último, el miercoles pasado, fuimos al conversatorio "Sobre cuernos y libros" del Festival Eñe. Los ponentes, Renato Cisneros (@recisneros) y Gustavo Rodríguez, prepararon una sorpresa para el final, la cual pudimos registrar: no está editada, véanla pero ¡no se la crean!




martes, 12 de abril de 2011

Al lado del camino (fin del viaje)

El destino tiene dos formas de herirnos: negándose  a nuestros deseos y cumpliéndolos.
Henry Frederick

A menudo la gente me toma por aventurero; nada podría estar más alejado de verdad. Mis aventuras han sido siempre casuales, impuestas, sufridas en lugar de emprendidas. Soy de espíritu inquieto pero no aventurero. Pues sólo existe una gran aventura y es hacia dentro, hacia uno mismo, y para ésa ni el tiempo ni el espacio ni los actos, siquiera, importan.


¿Estaré soñando? Me pregunto mientras camino en la letanía de un sueño. Avanzo a paso cauteloso entre flores y girasoles gigantes de un colorido jardín, de entre las sombras aparece ella, no puede ser, es tan real, la tengo tan cerca que tiemblo. Ella me toma de la mano sin pronunciar palabra alguna hasta el final del camino donde se ve el mar. Me abraza y yo a ella, con inmensidad que ahora nos separa, ella está llorando, y yo la beso, una y otra vez con ternura, con fuerza, quizás como nunca he besado a nadie. Luego me susurra de forma delicada: te extraño.

De pronto la voz Miguel de, me aleja del aquel paraíso ¡Despierta, ya llegamos! Me rehusó a levantarme, sin embargo, es demasiado tarde, ella se ha ido. Cuando abro los ojos estoy en medio de un camión de carga y un cartel luminoso: Caja Municipal de Piura.

Son las nueve de la noche y hemos viajado 138 kilómetros, desde que nos recogieron desde el último control de peaje, desde entonces hemos viajado como polizontes en la parte trasera de un carro de cebollas y verduras, el olor se nos ha impregnado en el cuerpo y sobre todo en la ropa.

Intercambiamos unas cuantas palabras con los sujetos que muy amablemente nos han cogido en medio de la nada, les doy la mano y nos despedimos. Estamos en medio de la ciudad y estamos tan emocionados como perdidos y nostálgicos, Miguel nos alienta, me da una palmada en la espalda y me dice, que es probable que mañana lleguemos a Sullana y finalmente a Máncora, nuestro último destino.

Uno sabe que ha llegado lejos cuando escucha a la gente hablar diferente que nosotros, los piuranos, hablan lento y pausado poniendo énfasis a las últimas letras que pronuncian. Mientras que nosotros para ellos hablamos cantando.

Me las arreglo para preguntarle a un oficial de policía donde queda el terminal de buses, él me dice ,que está a tan solo a cuatro cuadras de distancia, pero es recomendable que tome una moto taxi, Piura es peligroso y es mejor prevenir riesgo.

Por la recomendación del policía viajamos algo incómodos en un moto taxi, sujetando las cosas con fuerza, puedo observar que, efectivamente, es una ciudad peligrosa, más del noventa por ciento de robos se cometen a esta hora de la noche en motos particulares.

Una vez en el terminal de buses pagamos dos soles y cincuenta centavos para llegar a Sullana, ahí nos esperarían Iron y Harold, dos gemelos, amigos de Miguelón, que nos darían estadía, comida y sobre todo agua y una ducha fría.

Esperamos dos horas hasta que llegue el bus; luego nos sentamos en nuestros respectivos asientos, Salomé se ha sentado conmigo pero no intercambiamos palabras, y rápidamente soy vencido por el sueño.

Hemos llegado a Sullana, en el terminal de buses nos recibe Harold, han pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi, cuando vivía en Lima y soñaba con ser un reconocido chef, como a la mayoría de nosotros Lima destruyo sus sueños. Volvió a su tierra y aquí le va mejor, y no las ve negras (haciendo alusión a su tez).

Hemos llegado a Bellavista, fiel retrato de uno de los barrios más bravos del Callao, pero el más peligroso de todo Sullana, sin embargo, Harold, o el negro, como lo llamamos de cariño, se las arreglado para hacernos sentir en casa, con las cajas de cerveza que ha comprado para recibirnos, y por el seco de chávelo que ha preparado su mamá. Sin lugar a dudas, me siento como en casa, el papá de los gemelos desenvuelve la guitarra de su funda y nos deleita con canciones memorables, que me hacen sentir más peruano y extrañar Lima.

Nos hemos quedado hasta altas horas de la madrugada, cantado cuando llora mi guitarra, somos amantes, la mitad del repertorio de los panchos, y uno que otro vals ecuatoriano.

La noche es extremadamente calurosa, tanto que me he bañado dos veces y sigo traspirando. He decidido fumar un cigarro en la puerta de la casa, he encontrado a Salomé nostálgica y pensativa, junto a ella hay una cajetilla de cigarrillos que son la compañía perfecta para noches como aquellas. Entonces le pregunto en qué piensa, y ella en el viaje, mientras golpea su cigarrillo, pero sé que miente y no me cuenta todo.

Me siento a su lado, mientras tomo un cigarrillo, y después de golpear le pregunto, si no quieres hablar está bien te hare compañía hasta terminar el cigarro, y ella, no es eso, está bien, pienso en Rubén, me hace falta, necesito besarlo, llamarlo o verlo, pero esta a cientos de kilómetros de distancia, sabe dios con qué perrita, sabe dios en qué hotel, y yo, si es tanta tu urgencia, llámalo pregúntale como esta y eso sería todo, y ella, yo no puedo hacer eso, no que no, nunca he llamado un chico y menos en este estado, que irá a pensar de mí, y yo sácate de dudas y hazlo.

El problema estaba en que Rubén, efectivamente estaba con otra chica, aquella noche mientras hablaba con Salomé. Él como otros tantos estuvo enamorado de ella, pero la infidelidad, promiscuidad y dependencia de los estupefacientes que necesita Salomé para escapar de la realidad hicieron que la dejase, y ella nunca se recupero del todo.

Diario, 27 de Febrero 2011.
Todo lo que me ocurre, cuando tiene importancia, es contradictorio por naturaleza. Solía pensar que las soluciones para todas las cosas se encontraban en algún lugar en el exterior, en la vida como suele decirse. Cuando extendí los brazos en busca de que aferrarme, y no encontré nada, descubrí algo que no había buscado: a mí mismo. Descubrí que no deseaba vivir como lo hacen los otros, si no por lo que hago ahora, algo que es paralelo a la vida, pertenece a ella al mismo tiempo que lo sobrepasa; sólo me interesa lo que imagino ser, lo que quiero es decir lo que siento y pienso de forma libre sin la asfixia del día a día para vivir.

(…)

He llamado a Lima para saludar a mi madre, mi hermano, me ha sorprendido saber que, la mayoría de mis familiares comentan  y envidian mi viaje. Mi abuelo, ha hecho algunos arreglos y me  ha pedido de  forma muy prudente que durante mi estancia en Sullana pase a visitar a mi tía Flor, hija de tio René.

Horas más tarde después de aquella llamada he decidió visitar a aquellos parientes norteños, los cuales no he visto nunca en mi vida y me da ciertos nervios y curiosidad de conocerlos. Ellos viven en Ugarteche, que a diferencia de Bellavista es una de las zonas más pudientes de la ciudad. A mí llegada me recibe una hermosa señorita de unos 28 años, me pregunta mi nombre y el motivo de mi visita, mientras observo el impotente estudio de abogados que posee mi tía, le respondo que soy su sobrino de Lima, y que estoy de visita en la ciudad, que vengo de parte de mi abuelo, Pedro Cárdenas, me hace esperar unos cuantos minutos, hasta que soy recibida por ella.

Mi tía flor ha sido muy amable, me ha recibido como a un huésped de honor, me ha presentado a Carlos, su esposo, un señor hecho y derecho de su misma edad, luego de una charla para encontrar mi parentesco con su esposa, me invita a recorrer la ciudad en su Mustang blanco.

Luego del paseo, me invita a quedarme en su casa. En el almuerzo tuvimos una larga y ostentosa conversación, ella está admirada por la forma en la que he estado viajando, o al menos eso dice, me pide que me quede y que traiga mi cosas a su casa, que acondicionara un cuarto para mí, los días que me quede en la ciudad.

La idea me parece de lo más tentadora y acepto, el problema será como decírselo a mis dos amigos, pero pienso en recompensarlos llevándolos a Colán. Hablo con Salomé y decirle que pasare la noche en casa de mis tíos.

Por otro lado, Miguel y Salomé iban a una fiesta en una de las zonas más bravas de la ciudad. Aquellos días, me vida transcurría ente dos mundos, almorzando con regidores municipales y comiendo en “Don Carlos”, y tomando cerveza por las noches en Bellavista.

Gracias a mis tíos conocí Colán, y sus alrededores, disfrute la belleza natural de sus playas y me rompí el ojo con sus mujeres, definitivamente mi tío Carlos tenía razón las chicas más hermosas del Perú están aquí.

Mi último día en Sullana fue nostálgico y me costó mucho trabajo despedirme de mis primitos, a los cuales les había agarrado un cariño especial, y sobre todo de Gena la hermosa empleada de mis tíos a la cual nunca tuve la oportunidad de intimar con ella.

Nuestro retraso a la hora de partir se debió a la escapada de media tarde que se dio Salomé cuando estamos ya en casa de Harold, empacando nuestras cosas y hacer maletas rumbo a Máncora. Salomé había decidido tener una aventurilla con Jamir, un pueblerino con el que se acostaba desde su llegada a Sullana, lo que me causó molestia, no por celos, si no por retrasar nuestro viaje.

Debido a su aventura viajamos en la noche, y quebramos así la regla impuesta de nunca viajar a oscuras, fue así que tuvimos que cruzar caminado el puente de Sullana, tal vez la parte más difícil y peligrosa del viaje, mientras lo cruzábamos me encomendé a todas las vírgenes que conozco y recé como hacía mucho tiempo no lo hacía.

Por última vez estuvimos sentados por unas largas tres horas en medio de la carretera, esperando la voluntad de un camionero que se apiade de nosotros y nos deje en nuestro último destino: Máncora.

Quizás cuando habíamos perdido las esperanzas y pensábamos armar las carpas y dormir en un grifo, intento por última vez probar suerte y  “tirar dedo”, funcionó y conseguí un modesto carro que trasportaba comida para aves y se dirigía a Tumbes, pero nos dejaría en Máncora.

Recuerdo la expresión de satisfacción de Salomé y Miguel cuando llegamos a Máncora un lunes primero de marzo del mismo año. Reímos de emoción.

Máncora tenía una sola avenida, la Panamericana norte o  la avenida Piura, como se le llama allá. Máncora era Macondo y yo era Buendía, había encontrado mi lugar en el mundo, era el último rincón de libertad del mundo o al menos eso parecía cuando llegué.

Nos alojamos en casa de Aní Lu, una señora campechana de modales modestos pero de un gran corazón, nos brindo una cómoda habitación con tres camas, un baño y ducha fría, era sin duda el paraíso. Luego de instalarnos propuse una excursión de la zona, a lo que Salomé y Miguel, debido al cansancio de negaron rotundamente. No me quedo más remedio que bañarme nuevamente e irme a dormir.

La mañana siguiente paseamos por el boulevard de Máncora, quedé impresionado por los sombreros de paja, las artesanías, los puestos de madera, la estatua de un surfer en medio pero sobre todo de sus mujeres que eran en su mayoría europeas, australianas y estadounidenses.

Fueron los días más felices de mi corta vida estoy seguro, yendo a la playa en las mañanas, durmiendo por las tardes y paseando por las calles de noche, hasta que se nos acabo el dinero, y no habíamos conseguido trabajo. Aquella noche en la que nos quedamos sin comer, me llamó una amiga desde Lima, contándome que las clases comenzaban el lunes y que regresara cuanto antes a Lima.

Debido a aquella premisa decidí llamar a Lima y pedirle a mi madre que me mandase el pasaje cuanto antes para regresar. Desmotivados por mi pronta partida, Miguel y Salomé planearon mi despedida y me acompañaron a comprar mi pasaje a Lima que saldría en dos días.

Por aquellos días, conocí a Lagarto, un conocido Chaman de la zona, me reconoció en el acto y me convenció de conocer los secretos del Ayahuasca. Usó esta introducción: tú nunca debes buscar el Ayahuasca, él te encuentra a ti, pues esto no es un juego, es un viaje del que muchos no vuelven ; sin embargo, tú pequeño forastero llevas algo en la mirada que te produce dolor, una carga que no ha sido liberada, un vieja herida, tal vez un amor. No respondí.

Lo seguí hasta su casa a pocas cuadras de donde me alojaba, estaba lleno de cuadros de santos, velas aromáticas, espadas y calaveras. Procedió a llenarme de escupitajos de agua ardiente, me pasó un medio cuy marrón, se murió en el trayecto, luego pronunció unas palabras imposibles de repetir y me brindo una copa de Ayahuasca, la bebí y sentí una conexión con la tierra, mejor dicho con la pacha.

De pronto la habitación se tornó oscura, el chamán desapareció y de pronto vi abismos, extraños animales, lamentos y gemidos, rostros conocidos y llovían lágrimas del cielo, vi un enorme perro con aspecto de lobo que me aullaba a los lejos, de improvisto un hermoso león salió a mi rescate, y me pidió no tener que estaría cerca de mí hasta que yo logre espantar a mi gran temor. Seguí avanzando con un sendero de flores de colores, de pronto me embargo un terrible miedo, mi temor más grande era yo, lo demás es confuso borroso, solo sé que lloré mucho, y desperté arrojando y golpeando la pared.

El chaman me ofreció una colcha caliente y me dijo estas limpio del mal, eres un hombre nuevo, ve y regresa a Lima forastero que el verdadero viaje no estuvo nunca aquí, si no en tu regreso.

El día siguiente era mi último día en Máncora, para lo cual Miguel y Salomé me harían recorrer la vida nocturna y porqué es tan conocida esta parte del país, comenzamos en una de las discotecas del boulevard para terminar en School Sufer bar, con unos tragos de encima Miguel se pone espeso y su hermana no deja de tomar, son la misma mierda convertida en desgracia ajena.

Miguel quería que gaste todo mi dinero en alcohol, mientras consumía cocaína y fumaba marihuana, su hermana hizo lo propio y cuando quise probar me lo prohibió, me dijo, nosotros ya estamos cagados, no te cagues tú también, durante todo el viaje y desde que los conozco nunca los había visto así, endemoniados.

La seguimos en Coco loco a las tres de la mañana, al final compré tres cervezas más, por insistencia de Miguel, mientras abordaba a una italiana que me cantaba muy de cerca una canción antigua y pegajosa de Glewn Stephany, bajo el ritmo de la canción bailamos juntos, mientras me susurraba al odio “do you really love me?”, y yo le regalaba mi mejor sonrisa, por otra parte estaba Salomé bajo besos prohibidos debajo de una escalera, y Miguel parchándose en los baños.

Ni tres minutos después, Miguel me toma del cuello y me pide retirarnos sin darme oportunidad de despedirme de aquella extranjera, lo único que quiero es irme repetía, además los amigos de aquella chica te querían sacar la mierda y para evitar mechas te rescaté, me escupía.

Al pasar por un puesto de comidas, Salomé y Miguel insistieron pedirme algo de dinero hasta el regreso a casa, la gorda Dayhana, les había mandado dinero para aguantar el hambre un par de días. Bajo esa premisa y la amistad me hicieron creer en ellos, a pesar de haber escuchado balbucear al cerdo de Miguel: no le pagues.

Efectivamente una vez que llegamos a la me casa, no me dieron ni un sol, y me pidieron que espere hasta mañana, no me quedó más remedio que llamar a Lima y contar lo sucedido, y pedir dinero para poder comer hasta llegar a Lima. Me fui molesto de la casa, y casi toda la tarde la pasé en la playa con mis cosas, ellos trataron de disculparse conmigo, pero no me devolvieron  ni un sol, más que el dinero me duele más la traición, subir a mi carro, viajar por 20 horas hasta llegar a Lima, y esa fue la última vez que vi a los hermanos Gardos Barriga.


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Fotografía por reii
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Este post en una canción

lunes, 4 de abril de 2011

Aparecido afuera del Etnias

Yo soy el río.
Pero a veces soy bravo y fuerte
pero a veces no respeto ni a la vida
ni a la muerte.
(Javier Heraud, 1960)

Varías posibilidades saltan de tu mente cuando un chico extraño de pelo enjabonado y de casaca negra se acerca a pedirte ayuda al cierre de una jornada de sonidos tridimensionales, momento en el que sientes que tu aporte a la noche ha sido consumado y sólo quieres arroparte en una cama, la más cercana que encuentres.


-¿Puedo caminar con ustedes? –fue la pregunta con la que nos abordó un ser ambulante en la entrada de La Calle de las Putas. Cuadras abajo, abandonaría el mundo, raptado por una de ellas–.

La noche para mí, como un barco de piratas, había navegado de una isla a otra. No busqué estacionarme en una, sino arrebatar los tesoros de todas. Nada hacía sospechar que terminaría contando esto, y menos interrumpir la novelilla que venía escribiendo para compensar a Homer el Desamparado de esta forma quizá inútil y tardía.

Todo comenzó en la fiesta de Luciana, mi hermana menor, quien cumplió siete años, acaso una edad atractiva. Advertido de los niños revoltosos que poblarían mi casa, y como tengo genes ariscos a ellos, decidí ausentarme la primera hora de esta fiesta en la que no tenía mucho que ver. Al regresar, como me temía, tuve que ayudar en las labores domésticas de repartir panecillos y demás viandas a los invitados –vale recalcar, los niños- y a los papás de los invitados.

Como mi residencia no está preparada para tantas personas a la vez, y no había otro lugar, tuvieron que prestarle mi habitación al Payaso y su amiga asistente para que se cambien los trajes. Su show se dividía en dos partes o actos. En el primero, divertía a los niños con una serie de juegos truchos, pero, como payaso, le faltaba ser más cruel con los menores y eso no me daba buena espina. Fue muy benevolente al momento de asignar los castigos, concedía muchas “vidas” a los niños cuando debió expulsarlos sin contemplaciones al primer error (salvo a mi hermana que era la cumpleañera).

La segunda parte fue la Hora Loca, donde noté a un payaso menos acartonado que el anterior, como más feliz (activado con el reggaetón). El problema fue ese, que los payasos decidieron cambiarse de ropa entre el primer y segundo acto. Entraron a mi cuarto, cerraron con llave y por un lapso de largos 20 minutos mudaron sus ropajes y se maquillaron con mucha lentitud. Puedo apostar que usaron mi colchón para tener un sexo rápido y violento, practicado en cada hogar que pisan por el puro gusto de hacerlo, del que salieron inspirados para animar a los niños. Yo sólo estaba preocupado por las pertenencias más preciadas que tenía allí adentro: mi laptop, mis libros, mi pasaporte y mis ahorros para la entrada del concierto de Paul McCartney.

Acabada la fiesta, nos dedicamos a limpiar la casa rápidamente, a mérito de lo cual pude conseguir un par de soles más con los que fui al encuentro de Teni y Bruno. Los encontré sentados en la estrella del parque Osores, acompañados por botella de Cristal vacía que Tenicela pagó para que Bruno le contase su historia.

Los últimos sucesos eran desalentadores para él. Un día antes, Bruno celebró su cumpleaños en su casa, rodeado de sus amigos más cercanos entre los que me incluyo si la pequeña infidencia que contaré no se interpone. Alma, la ex que lo terminó por su falta de carácter y decisión, había prometido que saldría con Bruno esa noche, para celebrar su cumpleaños número 23. Horas antes, ella canceló todo con la excusa de que sus padres no le habían dado permiso. Bruno encajó el golpe y consiguió pactar la salida con otra chica, con la que buscaría agarrar en represalias a la malvada Alma.

Por su parte, Teni consiguió una fiesta en Lince, donde estaba su amiga Kimberly, a quien tenía interés de conocer para cerrar unos negocios turbios que tengo en mente. Lástima que Kimberly canceló a Teni y nos quedamos en el aire. Además, Bruno debía separarse de nosotros para recoger a Alexandra, su chica de rebote.

Una noche más solos, Teni y yo optamos por lo más sano: beber en las cantinas del Centro de Lima. El micro nos llevó a la sombría avenida Quilca, donde nos posamos en una de las librerías al paso para ver las novedades editoriales. Era noche de metaleros y las cantinas estaban cerradas, no pudimos entrar.

Dejamos atrás la bulla de esa indómita calle y llegamos a la Plaza San Martín. Un suave coqueteo de nuestra vista con ciertos bares claves –El Mirador, De Grot, El Directorio– no distrajo el objetivo de esa noche: el Etnias.

Cruzamos la Plaza en diagonal. Preguntamos al robusto vigilante de la puerta por el costo de la entrada. Cinco soles y la cerveza doce, dijo, no hay presentación de banda, pura discoteca nomás, añadió con seriedad. Entramos.

Tras cruzar el umbral, pisamos el hall, habían cuatro sillones rojos, sólo uno estaba ocupado por una chica que hablaba por celular. Detrás de ella, estaba la cara del último Jhon Lennon. En rigor, todavía no estábamos adentro. El descenso continuó hasta la barra de cervezas, donde la visión esquinada de la discoteca brindaba una perspectiva endiablada. Las pintas de las paredes eran una mescolanza entre reclamos ecológicos y arengas cerveceras. Un cuadro mostaza colgaba con las notas de “I want to hold your hand” de Los Beatles.

Introdujimos más las narices y llegamos a la “Zona Beach”, al costado de los baños, un ambiente completamente independizado de la discoteca, aunque dentro de ella, lleno de arena, donde encontré a Pachacuteq, un pinchadiscos que conocí una semana atrás. Pensé pedirle las sustancias prohibidas.

La clientela estaba compuesta por hombres con fachas norteamericanas. Un lema brillaba sobre las cabezas de todos: “Amor, Paz y Armonía”, era lo que había que hacer. En nombre de esos tres pilares, Teni y yo salimos a la pista, evadimos a otros danzantes y ensayamos unos pasos, yo con menos éxito que él. DJ Pachacuteq a lo alto, combinando los sonidos en el mixer, estaba acompañado por unos sujetos, de entre los cuales no se distinguía a la morena de oro que luego bajó a bailar con nosotros: los mortales.

Teni no quiso respetar la órbita de baile de cada danzarín y provocó un grosero acercamiento a la Morena Dorada, apenas vestida con un ceñido de cuerpo entero que llevaba los tres colores de la bandera etíope: rojo, amarillo y verde. La dama en cuestión se bamboleaba sin exagerar, estiraba su corto cabello entre sus dedos, sonriéndole al vacío, apropiándose con parsimonia de la pista, a la vez que la compartía.

Pronto advertí que tenía novio y jale a Teni del brazo, quizá salve su pellejo. Él me dijo que no pasaría nada, que los tipos eran buenos, que jamás se peleaban por chicas. Le respondí cholo, mejor no te arriesgues. Nos sentamos al lado de una cerveza abandonada. Esperamos un tiempo prudente a que alguien viniera a recogerla y nadie se presentó. Tuvimos que llevárnosla, escápamos al otro lado de la disco, al Etnias más discotequero, con canciones más rock-pop.

Una vez allí, tomamos asiento para beber la cerveza. Al ver a tantas chicas emparejadas, prometimos que esa noche no nos retirábamos si una chica no nos choteaba a cada uno. ¡Salud!, cerramos el trato. Hicimos una inspección rápida.

El ambiente era grande, tenía dos niveles, abajo la pista y arriba las mesas, donde estábamos nosotros. Debajo de nosotros, tres mujeres se divertían con cuatro chicos. Más allá, un chico ocupaba una mesa con quien seguramente sería su eterna mejor amiga, a quien él no tuvo los cojones de confesarle sus sentimientos y se conformaba a acompañarla a las discotecas donde la veía coquetear con otros. No había mucho más.

En el segundo nivel todo era más aburrido. Eran grupos de parejas visiblemente de base tres que habían salido a divertirse. Otra pareja se daba arrumacos en la barra. Detrás de nosotros, los asistentes bailaban allí mismo, a pesar del espacio que había abajo.

Acabamos nuestro trago de maracuyá reciclado y  en vista que la buena carne estaba reservada, salimos a buscar lo que sea con tal de bailar el último rato. Habían tres muchachas no muy agraciadas que bailaban solas. “Ya qué chucha”, dijimos y les preguntamos cordialmente si bailaban con nosotros. Lo dudaron cinco segundos y aceptaron. Desde aquí un saludo a esas chicas malagracia, que no nos inspiraron ni las ganas de preguntarles su nombre, en todo caso, gracias por la compañía.

Acabó la canción y volvimos a la Zona Beach. Pedí hablar con Pachacuteq, quien me hizo pasar a su “oficina”, donde mezcla y lanzaba los sonidos. Pachacuteq es un hombre blanco sano y sagrado, de mediana estatura y barba hirsuta. Su aura misteriosa lo ha llevado a impulsar el “Pachamama Hatunfestival 2011”, un evento lleno de música y talleres de aprendizaje que se desarrollará en el Valle Sagrado del Cosco, como lo llama él. “En el día aprendes y por la noche te diviertes”, me contó el último DJ Inca sobre su Woodstock cusqueño.

Le pregunté a Pachacuteq si tenía la sustancia prohibida para que me invite en nombre de nuestra incipiente amistad, me dijo que no tenía. Le pregunté entonces si vendía, me volvió a decir que no. Luego me dijo que nunca vendía, que no consumía ningún alucinógeno. Le dije que lo comprendía, que estaba bien. Para cambiar de tema, le pregunté por quién votaría, me dijo que por Ollanta Humala, le pregunté el motivo. Es hora de un cambio, hermano, ya basta de los políticos de siempre, de la misma medianía, Ollanta es el verdadero cambio.

Yo, en cambio, le dije, iba a votar por Pedro Pablo, que de todos, me parece quien conoce mejor sus propuestas y, raro en un candidato, las puede explicar. No me trago, Pachacuteq, la moda del PPKuy, pero el cambio que buscas, no es el que propone Humala, él tiene un plan de estatizaciones de las empresas y de la prensa, por ende compromete la libertad del ciudadano, es un lobo vestido de oveja. No va a esperar a llegar a la presidencia, apuesto que en la segunda vuelta veremos al verdadero Humala, el de los gritos acalorados y las arengas sin sentido. Sin embargo, Pachacuteq, respeto tu voto.

Igual, para evitar que gane Humala, votaré por Toledo, le dije finalmente. Todos son la misma mierda, dijo Pachacuteq para zanjar la discusión y volver a sus rolas.

Volví donde Teni, que ya se quería ir, en vista de que las chicas lindas estaban cautivas. Acabamos la última cerveza y salimos del Etnias, dispuestos a volver otra noche. Enfilamos la retirada raspando el Hotel Bolívar, bajamos por Colmena, La Calle de Las Putas, que cobija diversos antros denominados “A-Luca-La-Barra”, donde los parroquianos asisten por unos pocos y nada baratos escarceos con mujeres de la vida desabrigada (muy dignas todas).

Teni se sorprendió al ver que las prostitutas que se ofertaban en las calles eran solamente mujeres, a diferencia de las de la avenida Arequipa. Lamentablemente, para el ojo del buen observador, estaban un poco acabadas, al parecer, La Colmena es la Calle de las Putas acabadas, revejidas, retiradas de las Ligas Mayores de la otrora avenida Arequipa, hoy ocupada por impostores de genitales compartidos.

Caminamos sin hacerle más caso al paisaje, estábamos aturdidos por la noche de sonidos tridimensionales y nos cogió un semáforo. De pronto, un joven de aproximadamente unos 25 años, trigueño, chato, apareció y nos preguntó si lo podíamos ayudar. Se acercó sospechosamente, pensé que nos haría daño. Extrañamente, Teni no corría, su actitud me tranquilizó.

El tipo estaba desamparado, necesitaba ayuda pero no me compadecí de él. “¿Puedo caminar con ustedes?”, preguntó el extraño aparecido. “Qué fue”, dijo Teni. “Estoy perdido, llévenme a Tacna para tomar mi micro, por favor”, rogó. “No te conocemos”, me apresuré a decirle para que no molestara. Teni me reclamó, me dijo que fui malvado, que llevaba cara de asustado, seguro sí necesitaba ayuda. No hice caso de sus argumentos, no es que huya de los extraños, simplemente no es mi rollo, no tengo la culpa que un tipo no pueda encontrar su paradero.

Además, ¿qué hacía allí tan tarde?, ¿por qué no fue antes a su casa viviendo tan lejos?, ¿y si estaba actuando, si sacaba una pistola en un momento inesperado? Era muy extraño y mil teorías despertaron en mi cabeza, no debía ser ingenuo, era de las pocas cosas que aprendí este verano en mi paso por la sección Policiales de un diario popular. Habiendo visto a la cara a muchos asesinos y ladrones de fuste, entrenado en desentrañar casos de bandidos y “peperas”, habiendo aprendido a desactivar bombas, creo que tenía cierta autoridad para alejar a Teni del extraño sujeto.

Pensaba en eso cuando llegamos a la avenida Tacna. El muchacho nos siguió, se puso adelante, se detuvo y buscó contacto visual. “Vivo en Los Olivos, acompáñenme a tomar mi carro”. Le iba a repetir que no, cuando Teni le dijo “Ok, ven con nosotros”. Sin saber lo que vendría, hice lo básico que hay que hacer con un extraño, preguntarle su nombre, su edad, sus señas. No parecía tener dotes histriónicos para engañarnos, así que si mentía se delataría solito. Si no mentía, aceptaría acompañarlo a tomar su micro.

“Homer, me llamo Homer”, respondió el desdichado. Nos sorprendió su nombre de poeta griego, incluso me despertó un rápido rapto de solidaridad, el que suelo tener con personas de nombres extraños (como Pachacuteq o el mío). El detalle lo escuchó una señorita mayor, una puta que se acercó sigilosa, lo escuchó decir su nombre, se le pegó, repitiendo su nombre tres veces: “¡Homer, Homer, Homer!”, vociferó con voz de bruja. Lo cogió de la casaca, le apretó los hombros y lo empujó hacia la oscuridad de la avenida.

Desde aquel altercado fugaz no hemos vuelto a ver a Homer. Teni me hostigó en el taxi de vuelta a casa, decía que Homer sería una carga para mí, para siempre. Es cierto que no olvidaré los ojos asustados de Homer, tal vez fui muy desconfiado con él, ahora creo que Homer soy yo. Escribo esto a modo de desagravio con todos los que, como Homer, poblamos el mundo en busca de un paradero sin poder encontrarlo y tropezamos con el indeseable y puto destino de siempre.

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Fotografía por lemper
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