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Imagen por marcarambr
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EL DÍA DE MI GRADUACIÓN escolar en un hotel de delfines no podía mirar a los ojos de Aurora. Sí podía mirarla a ella, toda vez que fuera para evitarla. Pero no sus ojos, que me culpaban. Yo no había hecho nada malo, tampoco nada tan bueno, eso sí, le rehuía al cruce de miradas. Era gracioso ver a Lola, su amiga fiel, agarrada del brazo de Aurora, dándole apoyo emocional. Ahora pienso que no era para tanto.
Dos días antes, habíamos ido separados al cumpleaños de María Viera, la cachetona de la clase. Como pocas veces he hecho, llevé un regalo pequeño, minúsculo, pero significativo: un chocolate Princesa (en esos tiempos costaba 20 céntimos y venía en papel platino). María estaba guapísima para celebrar sus 16 años y me agradeció el gesto con un abrazo riquísimo. Siempre pensé que esa Princesa fue una inversión a largo plazo, mi manera de decirle María, vendré por ti muy pronto, muy muy pronto (bis): han pasado cuatro años y pico de eso. Ella está felizmente emparejada con un alférez de fragata, al menos eso dice el Facebook.
María se tragó la Princesa sin masticarla. Entramos a su fiesta, ella se perdió por ahí y yo fui donde estaba la gente del salón. Entre ellos Aurorita. Saludé a todos y me dieron una chela. Me distraje con mi amigo el pajarraco Villacorta: me contaba que no le bajaba la regla a su flaca, que posiblemente sería papá al primer intento y sin querer. Yo le recordaba que siempre había una salida para eso.
Sorpresivamente, apareció Piero (futuro rompecorazones). Nos abrazamos, no nos veíamos desde que dejé el colegio más pituco de Breña en primero de secundaria. Piero, que en esos tiempos no era el chico de la billetera gruesa y las siete mujeres por semana, me pidió que le consiguiera una cerveza. Le dije que no había problemas y robé a escondidas una botella de las que tenían mis amigos. Prometimos juntarnos el domingo en una cancha de fulbito.
La fiesta acabó. El chino Khián juntó a varios para jalarlos, su papá lo recogería. Me logré colar. Y antes de subir al Wolkswagen combi, vi al pajarraco Villacorta agarrando con Olga Patiño, de quién todos decían que con 20 kilos menos podía ser la Luciana Salazar peruana. Ella, bandida o no, también subió. Aurora ya estaba adentro, habló todo el camino muy animada con el chato Bobby, era claro que terminarían agarrando cuando nadie los viera.
El señor Khián nos dejó en la casa de Aurora, una pequeña mansión. Desde allí, yo podía caminar a la mía. El chato Bobby y Olguita también bajaron. Aurora iba a dormir con Olga. Sus viejos habían salido a un matrimonio y Olga se iría temprano por la mañana. El chato Bobby estaba ansioso y contrariado: si Olga se quedaba de “violinista” era seguro que Aurora se desanimaría de hacer travesuras. Propuse entonces acompañarlas un rato para distraer a Olga y dejarle el camino libre a Bobby.
Aurora no tenía problemas en hacernos pasar, al fin y al cabo la casa estaba sola. Entramos por el garaje, bajamos por una escalerita hacia el jardín y desembocamos en la sala. Los sillones eran blancos y el piso de parquet reluciente. Quitamos la mesa de centro y prendimos la radio. Aurora sacó un ron que estaba a la mitad y unas cajetillas de cigarro que Olga y Bobby aprovecharon (yo no fumo). Habíamos inventado una pequeña reunión.
Bobby bailaba muy pegadito con Aurora. Yo le decía a Olga que vayamos al jardín para que los muchachos se sientan en confianza y no desperdicien esos sillones tan cómodos. Olga me decía que no iba a pasar nada entre ellos, que sólo eran amigos. Al parecer tenía razón, Bobby buscaba los labios de Aurora pero ella no se los prestaba.
Olga me animó a bailar. Salimos y yo ensayé los pasos ridículos que a uno le sale cuando está picado y entre pocos amigos. Olga, muy divertida, me acompañó. El chato Bobby fue el siguiente, se meneó con los brazos abiertos y los puños cerrados hasta chocar las rodillas con el suelo. En ese momento sonó el teléfono, Aurora fue corriendo a responder, dejando al chato Bobby más enano que nunca.
Bajamos la música, era el papá de Aurora. Sí, papi, ya me estoy durmiendo, ¿a qué hora llegan?, ¿pero por qué tan tarde?, ay, mañana te despiertas temprano ah, tenemos que alquilar la toga para la graduación, decía Aurora por el teléfono. Confirmado: los viejos de Aurora demorarían hasta el amanecer. Bobby tendría su revancha seguramente.
Pero esa llamada torció la noche de manera irreversible.
La música volvió y se intercambiaron las parejas: ahora Olga bailaba con Aurora y yo con Bobby. No, mentira. Olga le jalaba los brazos al chato Bobby y yo me hice el ebrio abrazando a Aurorita. Ya ni pensé en Bobby y seguramente fui desleal en ese momento. Con este post, Bobby, exijo tus disculpas, éramos unos niños.
Cansados de bailar nos sentamos en los sillones blancos y conversamos. Eran apenas las tres de la madrugada. Aurora compartió conmigo el sillón largo. El chato Bobby y Olguita cuidaban los flancos. Cualquier disparate que decía le causaba gracia a Aurora, pero adormecía a los otros dos (lo que prueba que mis chistes postescolares eran malos).
Sobre nosotros se dibujaba una nube que nos encerraba y condenaba a terminar juntos el cumpleaños de María. Así recuerdo esa noche, como el cumpleaños de María. Podía ver esa nube imaginaria porque siempre me había tocado estar en la posición del chato Bobby y ver a las chicas bonitas congeniar con los chicos vampiros a desmedro de mis intereses sentimentales. Esta vez, la historia me colocaba del otro lado.
Olga apagó las luces y yo me hice el dormido un rato, Aurora hizo lo propio, que para una dama como ella era hacer lo impropio. Ahora, yo no pienso que Aurora sea una chica juguetona o casquivana, simplemente nos gustamos esa noche; hasta ese momento ninguno de los dos pensaba terminar liado con el otro. Era como meterse a un río y dejarse llevar. Lo entendí así y proseguí (y si no lo entendía así, también proseguía).
Primero se buscaron nuestros dedos y, de repente, como dos dragones en batalla, nuestros labios comenzaron a besarse. Intentábamos hacer el menor ruido posible para que Olga y Bobby no despertasen ¿o nos espiaban haciéndose los dormidos? La caída del sofá fue cuidadosa (y muy sensual, ojo), el riesgo de ser descubiertos estaba latente. Ella me quitó el polo y yo intenté quitárselo a ella, antes le propuse subir a uno de los dormitorios.
Pisamos las escaleras suavemente, ella sujetaba mi polo de una manga y yo lo mordía de la otra, de modo tal que simulábamos a un perrito siendo llevado por su dueña. Llegamos arriba, a uno de los cuartos, al parecer el de ella: todo era rosado, muy ordenado, el espejo por un lado, el clóset por el otro y la cama de colchón duro (que eso ayuda y mucho).
La ventana era gigante, así que la luz fría de la luna traspasaba las cortinas y alumbraba como el día (el poeta José Ángel Valente lo explica mejor: “La oscuridad no es oscura ante ti”). Con ese escenario final, empezaron los jaloneos, embestidas, columpiadas, poses extrañas y volantines. Faltaba el salto sobre aros de fuego para que esa cama asemejara un circo. La besé, me mordió, la apreté, me arañó, la perdoné, me lamió, la busqué, me encontró, la sacó, se arrepintió, se encogió.
Creo que estábamos tanteando, en realidad, éramos dos niños curiosos, ninguno quería consumar nada y la prueba fue que dos horas después aun estábamos con los pantalones puestos. No había malicia de nuestra parte, o “aun no era tiempo” (aunque me sienta horrible y puritano por usar esa frase).
Dormimos un rato abrazados. Al despertarme, eran las cinco y media. No quería levantarme, retomamos los besos pero ya no tenían el mismo sabor después de dormir. Bajé y le dije a Bobby que era hora de irnos. El chato se incorporó y salió dormitando de la casa. Aurora nos acompañó a la puerta. Despidió a Bobby y naturalmente quiso besarme de nuevo, para despedirnos, pero arrimé la cara, desentendiéndome de la jugada. No la volví a ver hasta la graduación.
…
Lanzamos los birretes, padres y profesores aplaudían, ya no éramos escolares, sino hombres libres y sin trabajo, todos buscaban a los profes preferidos para una foto y Lola me interceptó camino al baño. Me reclamó que no fuera suficientemente hombre para no hablar con Aurora. Le quise decir que no había hecho nada que me comprometiera con ninguna chica, que ligarme con alguien significaba estar acabado, perdido (pero eso se me ocurrió cinco años después). Le dije que de todas maneras yo hablaría con ella, estos días, como si ella fuera un negocio que debía cerrar y pronto.
Así fue, antes del año nuevo 2006, fui a su casa, sus padres estaban de viaje, no me reclamó ni exigió nada así que agarramos de nuevo y esas cosas.
A la tercera vez que la vi, quiso anclarme suavemente. Yo sólo seguí el primer mandamiento de la ley pirata que me enseñó mi amigo Rodrigo: no amarás a tus prójimas, sólo a ti mismo.
–¿Qué somos? –preguntó–.
–Amigos.
–Quiero ser tu enamorada –en mi mente sonó “eennaammooraaddaa”, qué palabra tan larga, pensé–.
–Es que, Aurora, las relaciones basadas en momentos intensos nunca funcionan.
–¿Cuál momento intenso?
–No, olvídalo, esa frase se la dijo Keanu Reeves a Sandra Bullock en una pela y quise repetirla –no le causó gracia mi chiste post escolar–.
–Estas cosas que han pasado, tú sabes, creo que me gustas.
–Ese es el problema –aquí me puse impostadamente serio–, antes de que pasara lo del cumple de María estoy seguro que a ti te gustaba otro chico y a mí, obviamente, otra chica.
Era la verdad, no podíamos pensar que ella y yo, de pronto, nos habíamos dado cuenta, al mismo tiempo, en el mismo segundo, que nos queríamos, amábamos y demás, que por eso agarrábamos, crudamente dicho, agarrábamos. Probablemente era un error iniciar algo ese momento, significaría empezar una relación mediocre con la que no iba a estar cómodo. Fue mi forma, mi excusa de decirle no quiero nada contigo.
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Fotografía por paolawyeah
Quisimos hacer un video sobre las prójimas más próximas a este bloJ: fue en un desfile de modas en Jesús María. Ojalá les guste.