domingo, 25 de abril de 2010

1. Historias mínimas

(Cuentos crudos y pequeños para expiar las culpas del narrador)


QUIÉN TE HABRÁS creído tú para pisotear las ilusiones de Aurorita, me decía, meses después de ocurridos los hechos, el pajarito fiscalizador que se poza con frecuencia en los árboles de mi mente (y de mi Twitter).

Y es que me quise divertir un poco con Aurora luego de haberla choteado. La quería por “haberse atrevido a mí” (daring me, como dicen los gringos; léase aproximado, acercado, besado). Si antes aprovechaba que su hermano se iba al Icpna y pasaba la tarde con ella en su casa para, obviamente, degustar las limonaditas que su buena empleada me servía, pues nunca salimos de esa mini mansión amoblada y encerada de la calle Torre Tagle. Ahora, meses después, que hablábamos por Messenger cada vez con menos constancia, ella no era mala, tampoco buena, pero ya no me invitaba a su casa.

No sé si ya les ha pasado haber choteado a alguien de quien luego terminaron, sino enamorándose, preocupándose por su estado de salud, sus nuevas actividades o sus nuevos amiguitos (o dating, como dicen los gringos). Quiero aprovechar este breve episodio con Aurora para narrar crudamente otras situaciones en las que salí airoso a la luz pública sabiendo, en mi oscuro interior, que terminé siendo realmente y a la larga el que lo echó todo a perder, el aguafiestas, el que prendió el cohetecillo que terminó reventándole los dedos.
...

La chica de la universidad vecina
Conocí a Daína en cuarto de secundaria. Se sentaba a mitad de salón y yo atrás. En una de esas emotivas despedidas de fin de año, en que todos prometen verse las caras el siguiente, obtuve su correo. Al siguiente año, ella no se matriculó y empezamos a chatear sin pretensiones mayores.

En estos tiempos, uno puede darse el derecho de tener amigos exclusivos del Messenger, que no deben salir de allí, a quienes no conviene ver en la realidad, probablemente porque no los soportaríamos de vuelta. Esa circunstancia nos acomodó a los dos, pero no por mucho tiempo.

Ella estudiaba Negocios Internacionales en San Marcos, así que teníamos ciertos intereses comunes pues yo estudiaba Administración en la Católica. Ese fue el floro que usé para verla. Cierto viernes nos citamos en el paradero de la calle Santa Teodosia para debatir sobre el desprecio de los jóvenes hacia las entidades estatales. No esperé mucho, pues llegó casi puntual; venía acompañada de un chato trinchudo: un Jason Day de Júpiter. Se despidieron y ella se acercó a saludarme. Detrás de Daína, el jupiteriano me miraba con desconfianza. Abracé a Daína y nos fuimos caminando por toda la Riva Agüero, avenida ubicada en la periferia de la Universidad.

Daína tenía buenas caderas y estaba en su peso exacto. A lo largo del trayecto, debo haberle llenado la cabeza de mentiras sobre mí. Le decía, por ejemplo, que salía en el periódico de la universidad, que mi blog periodístico era muy leído, etc. Comentábamos los recuerdos del cole, rajábamos de los ex compañeros.

Nos sentamos en una banca donde le robé algunos centímetros. Esperaba el momento de traspasar la línea, un indicio, un chasquido de labios tal vez, una mirada de más de dos segundos quizá. Hasta que aparecieron dos seres de vestimenta desgastada y una bolsa de caramelos. Los cabrones me intimidaron.

Sabía que querían robarnos, pero intenté responder con aplomo a sus amenazas. Cómprame caramelo o acá pierdes comparito, me dijo el menos sucio. Le dije que no tenía nada, que nos dejara, que se vaya, con una voz que asemejaba un pajarito muriendo. El más sucio sacó un material punzocortante inclasificable que hizo que Daína, del susto, se recueste en mis brazos por acto reflejo.

En ese momento pensé en abandonar la escena. Mandar ese “agarre” a la mierda y correr tan lejos que ni los choros ni Daína pudieran alcanzarme, y esconder mi cabeza como una cobarde avestruz. Sudaba, miraba a las dos direcciones, a ver qué ruta tomaría. Las palabras brotaban solas, sin que tuviera consciencia de ellas: no tengo nada para darte, choche. Fue lo último que dije y guardé silencio. Él habrá pensado que lo retaba con la mirada pero en realidad buscaba algún policía cerca. Afortunadamente, en ese juego de miradas, el choro se rindió a la mía dos segundos antes de que yo empiece a correr.

Nos salvamos, le dije a Daína para ir al otro parque donde estaríamos más seguros (y más escondidos también). Sin pujar mucho más, en la banca que ella eligió, empezamos a besarnos con mucha saliva de por medio. No le molestaba que fuera manolarga, me dejo llegar a las curvas que no pensaba recorrer ese día. Quería descocerle la ropa en ese momento pero ella tenía que ir a tomar lonche con su madre.

Nos paramos, la acompañé a tomar el bus. Fueron los últimos cuatrocientos metros que pasé con ella. Hubo un momento imperceptible que reveló cierto aspecto de mi personalidad. Al cruzar la pista, ella entrelazó su mano izquierda en mi derecha. Fue incómodo, me sentía una de sus pertenencias, a la altura de una cartera, un collar o unos aretes. Me sentí atrapado, encarcelado, responsable de una chica por la que tendría que preocuparme y llamar por teléfono, por lo menos, los siguientes siete días.

Rogaba para que ningún conocido pasara y me viera pegado a ella. Aquel recorrido hasta el paradero, la besé una vez más y luego casi no abrí la boca. Luego de habérmela agarrado, no tenía más que decirle. Hasta que ella ofreció acompañarme hasta el paradero de la Católica. Hablamos, pensé, aquí te quedas. Inventé que tenía que irme rápido y la embarqué en su bus.

Meses después, saliendo de mis clases del Británico, la vi. Me iba a acercar a saludar, pero sorpresivamente llegó el chico de Júpiter. La tomó de los brazos y la besó. Aproveché la multitud para perderme.


La chica de los cinco soles
Había sonado la campana del recreo y yo no quise salir porque el argollero de Ricardo Chocos nunca me ponía en el equipo titular del salón. Creo que me odiaba secretamente porque yo no era hincha de Alianza como él. Me quedé repasando el libro “Vitral”, muy concentrado, pues luego venía la clase de Lingüística con el feroz profesor García Denegri.

La tarea era aprender un poema completo de Valdelomar y, tal vez, recitarlo, aunque no era seguro. García Denegri siempre nos sorprendía con sus preguntas rebuscadas y tareas raras. Una vez pidió que le lleváramos la mejor película que habíamos visto. Yo le llevé "Matilda" en un cassette de video y el condenado nos dijo que escribiéramos un ensayo crítico de la película. Así iríamos formando un juicio escéptico de la realidad y comprenderíamos que la verdad dependía de la forma en cómo se ordenaban las palabras, decía García Denegri, que se definía como un libertario de izquierda que tomaba mucho whisky.

A juzgar por el silencio, pensé que estaba solo en el salón, hasta Teni, que para el fútbol está negado había salido a calentar la banca. En esos tiempos no le conocía su afición por las letras (tampoco conocía la mía). Al voltear a la página siguiente, me doy cuenta no sólo de que Julissa Cervantes está en su sitio, en la carpeta de la primera fila, sino que me estaba mirando otra vez, con desparpajo por encima de sus anteojos gruesos.

Todos en esa promo eran muy malos con Julissa, su apodo era Betty la fea. Pero si uno se tomaba el tiempo de conocerla bien se daba cuenta que ese remoquete no le hacía justicia. Julissa, como el swing que acompaña su nombre, tenía el pelo ondulado, los ojos grandes y ciegos, la piel bronceada y los braquets transparentes. Antes que intentara venir a mi carpeta, yo le dije chuscamente: “qué chú me miras”. Ella hizo de esa su frase favorita y cada vez que me la cruzaba me la repetía, yo le seguía el juego con muecas forzadas.

Julissa, de buena gente, vino a sentarse a mi lado, a ayudarme a repasar. Influenciado por las cosas que decían de Julissa, me separaba cuando ella se juntaba mucho a mí. Me arrebató el libro y me dijo, “a ver si sabes, dime esta poesía: Tristitia”. Mis ojos brillaron, era el poema más cojonudo de Valdelomar y me lo sabía completo. Puse énfasis en la parte del medio.

“Dábame el mar la nota de su melancolía”, dije muy sentido. “El cielo, la serena quietud de su belleza”, musité separando las manos en el viento. “Los besos de mi madre, una dulce alegría”, respiré. “Y la muerte del sol, una vaga tristeza”, continué con el puño cerrado. Ella me miraba y pensaba derretida “qué inteligente este chico”. Y lo sé porque me lo dijo años después, por Facebook, desde España, donde vive con un cheff que le ha hecho los mejores platos del mundo, además de dos hijos al hilo.

Los siguientes días yo me haría el difícil, nuevamente, peor que niña. Por primera vez, Teni me haría el bajo con una chica, con Julissa, que lo molestaba todos los días para preguntarle cosas sobre mí. Mientras escribo, no evito soltar una risa adormilada por lo que pasó después.

En una clase de Educación Física fue la choteada. Siempre esperaba los días de ejercicios físicos con mucha expectativa. No sé, inexplicablemente las chicas en buzo me resultaban más atractivas que en falda. En pantalón dejaban verse más normales y anatómicas que con falda y las medias altas. Mientras elevábamos el tronco para hacer planchas, Teni me dijo que ahora sí Julissa quería estar conmigo, que al final de las clases me acorralaría, que inventara una dolencia o una lesión para irme temprano a mi casa, que aun estaba a tiempo de salvarme.

Teni ya me venía contando las cosas que Julissa preguntaba sobre mí. Sin saber cómo reaccionar, le dije que no, que podía quedar como maricón, que mejor le diga a Julissa que si quería estar conmigo me pagara cinco soles mensuales. Lo desubicado de mi propuesta se vio opacada por la respuesta de Julissa. Teni volvió con los cinco soles en la mano, correspondientes a ese mes de agosto de 2001.

No me quedaba de otra que aceptar mi parte del trato y entregarme a los braquets de Julissa. Esos cinco soles me recordarán siempre que soy un puto, pero no cualquier puto, sino el mejor y más barato de los putos.
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Imagen por marcarambr
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Hace unas semanas, estuvimos con Renato Cisneros en la Católica. Nos dejó unos saludos para el bloJ al final del video, ojalá les guste. Nuevamente "achoteadasaprendí live" para no perder la costumbre.



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sábado, 17 de abril de 2010

En un café



Han pasado tres semanas desde nuestro primer inside (fenómeno de la primera impresión) y aun siento su pregnante olor: vainilla; que me hace estremecer el cuerpo, cada vez que me acuerdo de ella. No obstante, mis deseos de volver a verla, me han hecho pedir desesperadamente a Reiner, que recurra a todas las armas posibles para obtener su Messenger y si es posible su móvil, debido a que, yo trataría de abordarla de la mejor manera, con su ayuda.

Fue así, como empecé a hablar o mejor dicho a chatear con Malena, preparando el terreno, hasta el momento que me armara de valor para invitarla a salir. Ella de alguna forma siempre me pareció atractiva, alegre, extrovertida, con aires de misterio; fue por este medio que actualizábamos nuestras vidas, y cada ves que chateaba con ella no hacia mas que confirmar mis antiguas impresiones.

Según el Gestalt, la ley de la proximidad: tiende agrupar de un conjunto a los dos elementos más próximos; si nosotros no lo éramos, propiciaría todos los elementos para que una cita lo fuera. En una de nuestras tantas conversaciones, pasamos más de dos horas discutiendo de las mejores bandas que trascendieron en la historia: Queen; The Cure; Nirvana; Radiohead; Oasis; Pearl Jam, The Smiths: de los cuales ambos éramos fanáticos, sin saberlo. Me contó que el jueves, había una exposición de artes plásticas, o algo así, que le llamaba mucho la atención; aproveché aquel desliz para pedirle su numero telefónico, si me animaba a ir. Lo que realmente planeaba era tener el valor suficiente para convencerla de ir conmigo, pero no lo tuve.

Durante los siguientes días, practiqué frente al espejo con poses absurdas, modulando en varios tonos mi voz, para tratar de sonar: más interesante, relajado, modesto o incluso desinteresado de su compañía, mientras marcaba los números de su celular, las manos me temblaban, sudaban y mi voz se apagaba de a pocos, mientras sonaba el “tuuuuu… tuuuu” aprovechaba en colgar, aun no estaba preparado.

Cierta mañana nos encontramos por la calle, caminamos juntos un par de cuadras, conversando de temas tan trascendentales como de los más tontos también; gracias a ese reencuentro, en mi casa me armé de valor para invitarla a salir. Confieso que me daba vergüenza y miedo que me dijera que no podía, chantándome una excusa inverosímil. Así que, para blindar mi orgullo y evitar una embarazosa choteada, recurrí a ese método tecnológico que nos ha solucionado la vida a los hombres “tímidos”: el mensaje de texto por celular. No hay pierde con esta modalidad, porque te haces el invisible. Si una chica rechaza una invitación tuya, por lo menos no estarás allí presente, cara a cara, para disimular tu frustración, risitas, muecas nerviosas, para evitar maldecir al mundo y querer que te trague en ese momento. Si ella te responde negativamente por celular, pues le envías un mensaje que diga algo como: “ok, flaquita, fácil para la próxima semana, hablamos un beso” y listo: quedas, muy cool, el muy fresco, como si no te importara el tremendo desaire, y te ahorras la exposición de tu cara de choteado imbécil.

Sin darle tanta vuelta al asunto le mandé un mensaje de texto, diciéndole directamente para ir al cine juntos, no sé hasta el día de hoy, si por dársela de bacancita, por precaución, o porque efectivamente tenia el celular apagado- no me contestó hasta el día siguiente, dejándome cada cinco minutos, sudando, analizando en silencio las mil posibilidades que uno se plantea en esas circunstancias.

Primero pensé: “Quizá no sabe como decirme que NO…y va salir con la clásica: no me llego tu mensaje”. Luego descarté ese pensamiento suspicaz y cavilé: “No, tal ves no tiene saldo…pero bien podría pedirle el celular a una amiga y contestar…aunque sea por educación, ¿no?
Más tarde, cerca de la madrugada, convencido y hastiado me dije: “Seguramente está saliendo con alguien más, pero que raro, me lo hubiera dicho”.

Al final, desvelado, dando mil vueltas en mi cama, con ojeras y harto de especular, me dormí maldiciendo:
“Ya fue, también si quiere. No voy a insistir. Total no será la primera, ni la ultima”. La crueldad duró hasta las nueve de la mañana del día siguiente, hora en que mi celular vibró, anunciando que la respuesta de Malena acaba de aterrizar en mi buzón de mensajes: “ya pues, quedamos después de clases tú me llamas para quedar, chau”.

Lo termine de leer, lo leí de nuevo y sonreí, victorioso. Como lo hombres necesitamos fortalecer todo el tiempo nuestro ego masculino, llamé a Reiner para contarle lo sucedido. Contra mis pronósticos amicales, el desalmado de Reiner me pinchó el globo de la ilusión: ¿Vas a salir por primera vez con ella y la vas a llevar al cine? ¿O sea, van pasar dos horas sin conversar? Uno va al cine a la tercera o cuarta salida; llévala a comer o tomar algo. Pero qué sabe de Reiner de citas pensé, el igual que yo no tiene novia. El cine, uno puede usar de excusa para espiarla por dos horas, estudiar sus risas, analizar sus manos y gestos.

La llamé y me contesto efusivamente alegre y podría decirse hasta algo nerviosa. Quedamos en encontrarnos en un conocido café, cerca de su universidad. Ni bien salí de clases, tomé un taxi, hasta el lugar indicado, ella estaba bella e inalcanzable sentada en una mesa, sosteniendo un cigarrillo en una mano, y en otra su frappé de vainilla. Sobre su mesa se encontraba un libro llamaba: “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”.


Me senté al frente de ella, y pedí lo mismo que estaba tomando, conversamos de libros que habíamos leído, de Derecho, periodismo, publicidad, y una que otra cosa sin importancia en ese momento. Salir con ella fue mas fácil de lo que había planeado, nos divertimos, se nos pasó las horas, hablando en un café, el cine quedó en segundo plano, mientras los cigarrillos se habían acabado.

Caminamos por el malecón de Magdalena, mientras el sol caía y nuestras miradas crecían iluminadas por la oscuridad. Le dije “Malenita que linda está la mar”, nos reímos. No dejaba de ver su piel color durazno que se escondía en su prominente escote. Ella eligió un columpio mientras yo parodiaba al camarero que nos atendió y me burlaba de su cómica voz.

De pronto se acercaron dos malhechores con las manos atrás. Me pidieron la hora, yo muerto de nervios le dije: “brother no tengo”, y el otro que estaba más atrás se acercó a ver qué pasaba y dijo “ya pee causa chorréate con algo”, en ese instante, por su voz, por sus fachas y su diente con marco de oro lo reconocí, era el mejor amigo de Magic B (el enamoradito de Queen). Lo reconocí en el acto y como quién no quiere la cosa le pregunté por él. Muy arrochado el galifardo me dijo “por qué no avisaste que estabas apadrinado” y se fue a joder a la siguiente parejita.

Quedé como un héroe ante Malena, que gracias a ese accidente me miró asustada y me dijo “de dónde conoces a esa clase de gente”. Yo le respondí “siempre es bueno conocer los disquechoros de la zona, Malena”, aunque por dentro pensaba que sino fuera por el enamoradito de Queen nos habrían robado hasta mi llaverito de cuero de Chevrolet.

Más tranquilos, le llevé a mi heladería favorita, el Special, y me atreví a decirle la estúpida frase de macho alfa, “mientras estés conmigo estarás con Dios”. Me miró como diciendo pobre imbécil y lo disimuló regalándome una sonrisa nocturna.

La acompañé hasta su casa, me dio un beso en la mejilla, antes de irse le extendí un papel a su mano. Que decía: “¿Te veré de nuevo?” (que la había visto en Click y decidí hacer lo mismo), me respondió con una sonrisa y me dijo: “sabes dónde encontrarme”, quizás ese día comenzó nuestras historia juntos, aunque aun no lo sabíamos.
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Fotografía por d1andonlykar
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Esta historia en una canción.





Por último, quiero compartir con mis lectores (amigos), mis enemigos y mis seguidores la foto que nos tomamos cuando visitamos a Renato en la Feria del Libro PUCP, salió publicada en el periódico. La próxima semana sale el video con Renato, no se lo pierdan ¿Salimos guapos?


lunes, 12 de abril de 2010

La ejecución de Aurora



EL DÍA DE MI GRADUACIÓN escolar en un hotel de delfines no podía mirar a los ojos de Aurora. Sí podía mirarla a ella, toda vez que fuera para evitarla. Pero no sus ojos, que me culpaban. Yo no había hecho nada malo, tampoco nada tan bueno, eso sí, le rehuía al cruce de miradas. Era gracioso ver a Lola, su amiga fiel, agarrada del brazo de Aurora, dándole apoyo emocional. Ahora pienso que no era para tanto.

Dos días antes, habíamos ido separados al cumpleaños de María Viera, la cachetona de la clase. Como pocas veces he hecho, llevé un regalo pequeño, minúsculo, pero significativo: un chocolate Princesa (en esos tiempos costaba 20 céntimos y venía en papel platino). María estaba guapísima para celebrar sus 16 años y me agradeció el gesto con un abrazo riquísimo. Siempre pensé que esa Princesa fue una inversión a largo plazo, mi manera de decirle María, vendré por ti muy pronto, muy muy pronto (bis): han pasado cuatro años y pico de eso. Ella está felizmente emparejada con un alférez de fragata, al menos eso dice el Facebook.

María se tragó la Princesa sin masticarla. Entramos a su fiesta, ella se perdió por ahí y yo fui donde estaba la gente del salón. Entre ellos Aurorita. Saludé a todos y me dieron una chela. Me distraje con mi amigo el pajarraco Villacorta: me contaba que no le bajaba la regla a su flaca, que posiblemente sería papá al primer intento y sin querer. Yo le recordaba que siempre había una salida para eso.

Sorpresivamente, apareció Piero (futuro rompecorazones). Nos abrazamos, no nos veíamos desde que dejé el colegio más pituco de Breña en primero de secundaria. Piero, que en esos tiempos no era el chico de la billetera gruesa y las siete mujeres por semana, me pidió que le consiguiera una cerveza. Le dije que no había problemas y robé a escondidas una botella de las que tenían mis amigos. Prometimos juntarnos el domingo en una cancha de fulbito.

La fiesta acabó. El chino Khián juntó a varios para jalarlos, su papá lo recogería. Me logré colar. Y antes de subir al Wolkswagen combi, vi al pajarraco Villacorta agarrando con Olga Patiño, de quién todos decían que con 20 kilos menos podía ser la Luciana Salazar peruana. Ella, bandida o no, también subió. Aurora ya estaba adentro, habló todo el camino muy animada con el chato Bobby, era claro que terminarían agarrando cuando nadie los viera.

El señor Khián nos dejó en la casa de Aurora, una pequeña mansión. Desde allí, yo podía caminar a la mía. El chato Bobby y Olguita también bajaron. Aurora iba a dormir con Olga. Sus viejos habían salido a un matrimonio y Olga se iría temprano por la mañana. El chato Bobby estaba ansioso y contrariado: si Olga se quedaba de “violinista” era seguro que Aurora se desanimaría de hacer travesuras. Propuse entonces acompañarlas un rato para distraer a Olga y dejarle el camino libre a Bobby.

Aurora no tenía problemas en hacernos pasar, al fin y al cabo la casa estaba sola. Entramos por el garaje, bajamos por una escalerita hacia el jardín y desembocamos en la sala. Los sillones eran blancos y el piso de parquet reluciente. Quitamos la mesa de centro y prendimos la radio. Aurora sacó un ron que estaba a la mitad y unas cajetillas de cigarro que Olga y Bobby aprovecharon (yo no fumo). Habíamos inventado una pequeña reunión.

Bobby bailaba muy pegadito con Aurora. Yo le decía a Olga que vayamos al jardín para que los muchachos se sientan en confianza y no desperdicien esos sillones tan cómodos. Olga me decía que no iba a pasar nada entre ellos, que sólo eran amigos. Al parecer tenía razón, Bobby buscaba los labios de Aurora pero ella no se los prestaba.

Olga me animó a bailar. Salimos y yo ensayé los pasos ridículos que a uno le sale cuando está picado y entre pocos amigos. Olga, muy divertida, me acompañó. El chato Bobby fue el siguiente, se meneó con los brazos abiertos y los puños cerrados hasta chocar las rodillas con el suelo. En ese momento sonó el teléfono, Aurora fue corriendo a responder, dejando al chato Bobby más enano que nunca.

Bajamos la música, era el papá de Aurora. Sí, papi, ya me estoy durmiendo, ¿a qué hora llegan?, ¿pero por qué tan tarde?, ay, mañana te despiertas temprano ah, tenemos que alquilar la toga para la graduación, decía Aurora por el teléfono. Confirmado: los viejos de Aurora demorarían hasta el amanecer. Bobby tendría su revancha seguramente.

Pero esa llamada torció la noche de manera irreversible.

La música volvió y se intercambiaron las parejas: ahora Olga bailaba con Aurora y yo con Bobby. No, mentira. Olga le jalaba los brazos al chato Bobby y yo me hice el ebrio abrazando a Aurorita. Ya ni pensé en Bobby y seguramente fui desleal en ese momento. Con este post, Bobby, exijo tus disculpas, éramos unos niños.

Cansados de bailar nos sentamos en los sillones blancos y conversamos. Eran apenas las tres de la madrugada. Aurora compartió conmigo el sillón largo. El chato Bobby y Olguita cuidaban los flancos. Cualquier disparate que decía le causaba gracia a Aurora, pero adormecía a los otros dos (lo que prueba que mis chistes postescolares eran malos).

Sobre nosotros se dibujaba una nube que nos encerraba y condenaba a terminar juntos el cumpleaños de María. Así recuerdo esa noche, como el cumpleaños de María. Podía ver esa nube imaginaria porque siempre me había tocado estar en la posición del chato Bobby y ver a las chicas bonitas congeniar con los chicos vampiros a desmedro de mis intereses sentimentales. Esta vez, la historia me colocaba del otro lado.

Olga apagó las luces y yo me hice el dormido un rato, Aurora hizo lo propio, que para una dama como ella era hacer lo impropio. Ahora, yo no pienso que Aurora sea una chica juguetona o casquivana, simplemente nos gustamos esa noche; hasta ese momento ninguno de los dos pensaba terminar liado con el otro. Era como meterse a un río y dejarse llevar. Lo entendí así y proseguí (y si no lo entendía así, también proseguía).

Primero se buscaron nuestros dedos y, de repente, como dos dragones en batalla, nuestros labios comenzaron a besarse. Intentábamos hacer el menor ruido posible para que Olga y Bobby no despertasen ¿o nos espiaban haciéndose los dormidos? La caída del sofá fue cuidadosa (y muy sensual, ojo), el riesgo de ser descubiertos estaba latente. Ella me quitó el polo y yo intenté quitárselo a ella, antes le propuse subir a uno de los dormitorios.

Pisamos las escaleras suavemente, ella sujetaba mi polo de una manga y yo lo mordía de la otra, de modo tal que simulábamos a un perrito siendo llevado por su dueña. Llegamos arriba, a uno de los cuartos, al parecer el de ella: todo era rosado, muy ordenado, el espejo por un lado, el clóset por el otro y la cama de colchón duro (que eso ayuda y mucho).

La ventana era gigante, así que la luz fría de la luna traspasaba las cortinas y alumbraba como el día (el poeta José Ángel Valente lo explica mejor: “La oscuridad no es oscura ante ti”). Con ese escenario final, empezaron los jaloneos, embestidas, columpiadas, poses extrañas y volantines. Faltaba el salto sobre aros de fuego para que esa cama asemejara un circo. La besé, me mordió, la apreté, me arañó, la perdoné, me lamió, la busqué, me encontró, la sacó, se arrepintió, se encogió.

Creo que estábamos tanteando, en realidad, éramos dos niños curiosos, ninguno quería consumar nada y la prueba fue que dos horas después aun estábamos con los pantalones puestos. No había malicia de nuestra parte, o “aun no era tiempo” (aunque me sienta horrible y puritano por usar esa frase).

Dormimos un rato abrazados. Al despertarme, eran las cinco y media. No quería levantarme, retomamos los besos pero ya no tenían el mismo sabor después de dormir. Bajé y le dije a Bobby que era hora de irnos. El chato se incorporó y salió dormitando de la casa. Aurora nos acompañó a la puerta. Despidió a Bobby y naturalmente quiso besarme de nuevo, para despedirnos, pero arrimé la cara, desentendiéndome de la jugada. No la volví a ver hasta la graduación.

Lanzamos los birretes, padres y profesores aplaudían, ya no éramos escolares, sino hombres libres y sin trabajo, todos buscaban a los profes preferidos para una foto y Lola me interceptó camino al baño. Me reclamó que no fuera suficientemente hombre para no hablar con Aurora. Le quise decir que no había hecho nada que me comprometiera con ninguna chica, que ligarme con alguien significaba estar acabado, perdido (pero eso se me ocurrió cinco años después). Le dije que de todas maneras yo hablaría con ella, estos días, como si ella fuera un negocio que debía cerrar y pronto.

Así fue, antes del año nuevo 2006, fui a su casa, sus padres estaban de viaje, no me reclamó ni exigió nada así que agarramos de nuevo y esas cosas.

A la tercera vez que la vi, quiso anclarme suavemente. Yo sólo seguí el primer mandamiento de la ley pirata que me enseñó mi amigo Rodrigo: no amarás a tus prójimas, sólo a ti mismo.

–¿Qué somos? –preguntó–.

–Amigos.

–Quiero ser tu enamorada –en mi mente sonó “eennaammooraaddaa”, qué palabra tan larga, pensé–.

–Es que, Aurora, las relaciones basadas en momentos intensos nunca funcionan.

–¿Cuál momento intenso?

–No, olvídalo, esa frase se la dijo Keanu Reeves a Sandra Bullock en una pela y quise repetirla –no le causó gracia mi chiste post escolar–.

–Estas cosas que han pasado, tú sabes, creo que me gustas.

–Ese es el problema –aquí me puse impostadamente serio–, antes de que pasara lo del cumple de María estoy seguro que a ti te gustaba otro chico y a mí, obviamente, otra chica.

Era la verdad, no podíamos pensar que ella y yo, de pronto, nos habíamos dado cuenta, al mismo tiempo, en el mismo segundo, que nos queríamos, amábamos y demás, que por eso agarrábamos, crudamente dicho, agarrábamos. Probablemente era un error iniciar algo ese momento, significaría empezar una relación mediocre con la que no iba a estar cómodo. Fue mi forma, mi excusa de decirle no quiero nada contigo.

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Fotografía por paolawyeah

Quisimos hacer un video sobre las prójimas más próximas a este bloJ: fue en un desfile de modas en Jesús María. Ojalá les guste.


Son las cinco de la tarde del lunes. Todas mis disculpas por la demora de este post.


domingo, 4 de abril de 2010

Encuentro inesperado



Para encontrarnos, ha tenido que pasar, más que media vida: dos novios suyos y una novia mía, muchas lagrimas, bastantes sonrisas e innumerables sueños despierto, de citas frustradas; besos regalados a desconocidos; asistir a mil fiestas; borracheras vergonzosas; equivocaciones, discusiones, ilusiones, arrepentimientos, y de más.

Había pasado cerca de dos meses, desde la última vez que la había visto, no la recordaba me había olvidado. De su vos ronca y tierna; su flequillo infinito, de sus hebras color noche; su risa de ángel; sus piernas endiablas y firmes, su piel color Perú; sus ojos cafés oscuros, que podrían pasar como negros; su escote pronunciado que deja entrever su alma y su corazón color carmín, su atuendo de chica hippie “chick”, y tus ojotas pre colombinas, de dudosa procedencia. No me acordaba de ella y aun así, no dejaba de mirarla. Había llegado del brazo de un amigo, medio ebria y quizás algo drogada, saludaron a todos en la mesa, y al saludarme me llamo por mi nombre, ¿de donde me conoce este ángel caído, pensé? Le respondí con un saludo muy efusivo, haciendo el máximo esfuerzo por recordar su nombre. Se sentó muy cerca de mi, o quizás yo aproveche en sentarme cerca de ella, en cualquier, momento se produciría una conversación. Su sola presencia llenaba la habitación de ese bar de mala muerte; en uno de los antros de barranco; que racionalmente juro no volver jamás, me impregne en su ropa, en su mirada y escuchaba detenidamente su vos.

Ella me confesó tiempo después que quedo impactada de mis vestimentas, mis cabellos, mi polo de The Ramones, y mi jean plomo, y las zapatillas de cuadros que son la imagen del blog, aquella fiesta que había asistido, por Reiner quien me había prometido, la noche en la que la conocí; que el alcohol y las chicas estarían de sobra, ni lo uno ni lo otro, (sus macabras intenciones era vestirme de acompañante, un respaldo o quizás un amigo. Él iba a por "S", yo iba a por mi destino,) de no haber sido que ella, estaría de sobra, habría sido como un fantasma que deambula de un lado a otro hasta llegar al mundo de los muertos.

Aquella noche te vi bailar una canción en medio de la bruma discotequera, danzando sin mucha coherencia. En uno de sus tantos exabruptos, caíste contra mis rodillas, te diste cuenta que existía. Me susurraste a la oreja. "Ya me conoces", luego le hablaste a tu amiga y me la presentaste. Yo estaba sentado, tomando mi primer vaso de cerveza; huyendo de todos. No quise conocer a tu amiga, te quise conocer a ti.

Te sentaste y se sentó contigo tu amigo, que me intimidó, (a primera vista) al cual pensé en ese instante que era tu novio, quien llevaba una huachafa ( y posiblemente barata) camisa negra; con unos jean verde petróleo; y zapatos marrones; me acerque a él, para poder estar mas cerca de ti; le pregunté ¿puedo bailar con tu novia? Él (que dicho sea de paso es tu único y verdadero amigo) rio, y me dijo: No es mi novia, es mi mejor amiga, entonces pensé, que era el eterno mejor amigo enamorado de su amiga, que quizás nunca tuvo el valor de decirle lo que siente por ella, y me sentí mal por él; porque por un instante me sentí reflejado en él, y ahora era yo quien ocupaba el lugar que muchas veces odié, el tipo que flirtea con tu mejor amiga, y tú sin poder reclamar nada, te quedas absorto, mudo; sin ánimos, ni fuerzas de poder reclamar algo.

Como siempre mis pasitos chistosos y mis malos chistes dieron resultado, flirtear con ella y ella conmigo. Poseías esa actitud alpinchista que me impactaba; Siempre un cigarro a punto de consumirse en tu mano y unos collares brillantes de plata que se refugiaban en tus senos.
Ella pidió una cerveza. Yo me olvide de pedir la mía. Ella de manera increíble me siguió conversando. ¿Que había hecho, el fin de semana pasado? Le dije que había estado con mis amigos en Aura; mentía y mentía con una sonrisa. Ella sabía que lo hacía y se reía de mis incoherencias. Hablamos de política, arte y sociedad. Conversaciones no aptas para una fiesta. Fuimos a bailar y no bailamos. Fuimos a pedir más cerveza y no las tomamos. Seguimos hablando.

Creo estar enamorado de un sueño. De esa chica medio hippie y espiritual como Dharma, de Dharma y Greg. De esa chica dulce y promiscua como Natalie Portman en Closer. De esa mujer idealista como Rachel Weisz en El Jardinero Fiel. De Scarlet Johannsen y su lasciva candidez en Match Point.

En esa ocasión, desee que la maldad de aquella chica que se tome su revancha conmigo. Por momentos, quiero la seducción y a veces a la impresionante belleza de esa chica que boté por descontrolada. Por instantes, deseo la ambición de la pequeña niña que se enamoró de mí y, otras, las ansias de amor de aquella chica que nunca me convenció. Pero esta chica parecía ser todas en una.

Cuando nos dimos cuenta, era demasiado tarde, escapamos de todos del bullicio de la gente, con la tonta excusa de comprar cigarros; la quise besar, y no sabia si era correcto, tal vez me quiso besar también, pero no lo hizo. Tome su mano para alcanzarle un cigarro, la mire fijamente a los ojos, y de pronto Reiner gritó: “¡hey, ya no vamos!”, la acompañé hasta su casa, mientras conversábamos, nunca dejábamos de hablar, era simplemente como si tuviéramos la urgencia de decir algo; la sorpresa fue que vivía solo a 10 cuadras de la mía, me dio un beso en la mejilla, me dijo me dio mucho gusto en conocerte, a mí también Malena.

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Esta historia en una canción.


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