jueves, 27 de diciembre de 2012

Fin de fiesta

Imagen por Clarity25


Todo había acabado. Todo había pasado tan de prisa que no asimilaba que era el último día de clases, del  penúltimo año, antes de que el mundo se acabe o al menos eso decían. Eso esperaba. Nos separa un riachuelo de cerveza caliente sobre la mesa. Pero ahí estaba ella a escasos centímetros míos en silencio como siempre, ocultándose tras una inocente sonrisa o con un cigarrillo entre los labios.

Yo había escogido el bar, la mesa y la silla donde iba a estar sentado. Pero no podía escoger el momento exacto para acercarme a ella, separarla del resto, y morderle la boca. Sabía que podía ser la última vez, lo intuía, lo sabía, lo lamentaba. Ella solo jugaba conmigo y yo me había enamorado de ella.

Sin embargo, lo que me molestaba más es que ya no lo haga. Que el verano nos separé, que ya no haya más trabajos en grupo, reuniones en su casa, o en la mía. Que no me llame. Que le escriba. Que no responda. Que haga el papel de chico enamorado y ella de mujer indiferente.

Muy cerca de nosotros había un pequeño grupo de chicas que nos habían observado desde que habíamos llegado. Ellas habían tomado unas copas demás y nosotros recién empezábamos. Una de ellas, la menos agraciada de las tres se me acercó y me pidió un poco de fuego para llenarse de humo los pulmones.

Saque mi encendedor del bolsillo y le encendí un cigarrillo. Aunque, trate de sugerirle que aquel bar estaba prohibido, ella me regaló una enorme sonrisa y empezó a reír como si le hubiera dicho alguna gracia. Luego, me preguntó si era nuevo en dicho lugar, la miré fijamente a los ojos y le dije que no, mentí.

Las cervezas que han llegando a nuestra mesa casi la llenan por completo. Es la cuarta ronda, y presiento que aquellas chicas de la mesa continua siguen observándome, quizás sea producto del alcohol, la música, las ganas que tengo de besarla, o de sacarle celos a Milenka que conversa con Rolando, además  ella se muestra indiferente a mis flirteos con las chicas de la mesa continua.

Ella habla con el gordito Rolando, le susurra cosas a la oreja que no logro escuchar. Lo hace para sacarme celos, pienso. Por otro lado Rolando está feliz, y piensa que está noche podrá decirle que él también está enamorado de ella. Pero ella juega con él como juega conmigo. Pobre infeliz.

Cerati quiere amor de música ligera y Milenka por primera vez en la noche se levanta de la silla, se aleja de la mesa y se separa de nosotros, yo voy tras ella. Qué habilidad tienen las chicas de escabullirse entre las masas y perderse entre las luces de neón que ahora confundo con estrellas. No la encuentro. La he perdido, hasta que tropiezo con una pequeña botella vacía en el piso y la veo.

La llamo desinteresadamente, mientas ella habla por teléfono pero al verme cuelga instintivamente. Ella se acerca a la barra y compra dos cervezas pequeñas, me regala una. Me ofrezco a pagar pero ella toma mi dinero y lo pone en el bolsillo de mi camisa. La música suena cada vez más fuerte, y la llevo a la pista de baile, sin embargo me regala una sonrisa y se disculpa porque tiene que ir al baño. Regreso a la mesa derrotado pero con una pequeña cerveza de consuelo, nadie pregunta por Milenka.

Johana, que es una de las chicas de la mesa del costado, me pide mi encendedor y se dirige a una especie de puerta secreta, primero la sigo con la mirada, me levanto y mis pies caminan en dirección a ella. ¿Puedo acompañarte?, le pregunto. Ella se ríe y me pregunta si aquella chica sentada en la mesa es mi chica; y yo miro a Milenka de forma cómplice y le afirmo que solo somos buenos amigos, que alguna vez intentamos algo pero no funcionó. Pero ¿cómo te has dado cuenta?, le pregunto; y ella, porque te mira de forma desinteresada pero con interés. Cosa de chicas, y se quedó en silencio. Nunca entenderé a las mujeres, bromeo y golpeo de forma consecutiva mi último cigarrillo.

No obstante, no sé en qué momento la chica del cigarrillo mentolado, empezó hablar de filosofía; y yo le escuchaba. Descubríamos que teníamos pequeñas coincidencias y cosas en común y antes de terminar de hablar sobe Benigni, nuestros labios empezaron a acercase. La besé y me besó.

Diez minutos más tarde, fueron a mi búsqueda, y me dejé encontrar. Me despedí de la desconocida de nombre mentolado y dejé en el aire una promesa florando de que la llamaría cuando regrese a casa. Milenka echaba fuego por los ojos, y me llamó a un costado y me susurró lo nuestro ha terminado; y yo, si nunca empezó.


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Esta historia en una canción 



[ Aviso #1: Quiero invitarlos, queridos lectores, a mi cumpleaños que será hoy viernes 28 de diciembre en la Plaza San Martín del Centro de Lima. Sería un golazo verlos ahí. He hecho un video para que se animen a ir conmigo a celebrar antes que nos atrape el fin de año. Saludos y felices fiestas. ]


Hagan click aquí para ver el evento en Facebook

[ Aviso #2: Están invitados a participar en el evento Plumas Invitadas 2013, que serán las últimas. Envíen su choteada al correo blog.choteadas@yahoo.com. Entérense más en este link: Bases del Tornero de Plumas Invitadas. ]

domingo, 2 de diciembre de 2012

La boda de mi mejor amiga (y más)

Continuación de Acompáñame a la boda


Imagen por Mauro Brancorsini

Alejaos de mí, buenas maldades,
dulces bocas picantes…
César Vallejo. DESHORA.



Escucho mi nombre y una copa se quiebra. Rosa brilla bajo el vestido blanquísimo,  finísimo, que la convierte en una novia feliz. Me llama a través de los parlantes.  No se ha olvidado de mí. Es momento de que Mauricio, su ahora esposo, lance la liga al tumulto de monigotes solteros y buenos-para-nada a los que me acerco paso a paso.

Mientras camino a mi ubicación de solitario codiciado, me percato de la risilla cómplice de Rosa, mi mejor amiga de Trilce, un colegio preuniversitario que se publicita con el logo insostenible de "Vive la universidad desde el colegio". Son los mismos ojos de niña, la que regalaba sonrisas rojísimas en los recreos de tercero de secundaria, cuando la conocí.

Rosa no me vio en la Iglesia, llegué tarde y tuve que sentarme atrás, junto a Catalina y su novio. Catalina es pintora, de sonrisa fácil, está un poco llenita. Ojo, no gorda, sino llenita. Una vez me quiso besar, pero no me dejé. Ignoraba el cariño febril que las mujeres de formas ubérrimas reservan para los flacos ojerosos como yo. “No llores”, me dijo Catalina luego que Rosa diera el “Sí, acepto” por el que algunos de la promoción nos nublamos de lágrimas por ver a nuestra compañera partir…

Como ordenan los manuales, cerraba mi saco a la velocidad de dos pasos por botón. Toño, Búho, Chupete y Papa-Lindo, los chancones del Quinto A, me esperan junto a otros tipos que parecían pingüinos. Ellos, ahora aspirantes a doctores, se pasaron la noche conversando de Medicina y recordando pasajes de la vida colegial en los que yo no estaba incluido. Me aburrían mucho o yo lo aburría a ellos.

Me mantuve absorto. Los bailes iban y sucedían. Un señor colocaba cervezas en mi mesa y estas me llamaban como las sirenas a Ulises. Todavía me quedaba corto con las primas y amigas de Rosa. Como en los bailes de primaria, ella me emparejaba con chicas olvidables a las dos canciones. Conversaba un rato con Jesús “Papa-lindo” Gómez, interno del Hospital Dos de Mayo, de humor filudo y mirada seca. A él le conté mis experiencias en el periodismo policial. Su cara se contaminó de malicia cuando le conté que conocía los más baratos burdeles del Centro de Lima. Al principio, me repelió, pero mis profundos conocimientos de la noche lo animaron a contarme su vida putañera.

Luego, llegaron cuatro amigos más de Papa-lindo. También estudiaban Medicina. Es sospechoso estar rodeado de tantos doctores en una mesa. Me sentía un enfermo terminal auto-medicándose pomo tras pomo de cerveza. Papa-lindo me presentó a Vanessa Dávila, cuya mirada había traspasado los valles del centro del Perú que me faltan conocer; cuyos labios conocían los mitos y leyendas jamás contados; cuya sonrisa había sido moldeada en los carnavales más alegres de su tierra: Huancayo. Va a graduarse apenas termine el internado en el Hospital Loayza, donde conoció a Jesús, el putañero.

Me posicioné estratégicamente a un costado del tumulto de pingüinos. El que va al centro, como Chupete, sabe que ganará la liga. O al menos peleará por ella que es todavía más ridículo que ganarla. Codear al del costado, extender los brazos, abrir grande los ojos y la boca, saltar quizás: ganar la liga implicaba actos de vandalismo matrimonial que no quería cometer.

El único premio de ganar la liga, a mi entender, era el baile posterior con la ganadora del buqué. Es en la inocencia de esos momentos donde un chico tímido y solitario como yo encuentra la ocasión perfecta para flirtear a discreción. Lástima que no gané.

Bailé con Vanessa y las copas de más hicieron que despliegue mi danza de robot poco aceitado. Ya no me escondía como en la foto de los pingüinos, sino que zapateaba con Vanessa a lo largo de la pista y creo que todos nos miraban o le miraban las piernas voluminosas que encendían el final de mi noche. Le propuse irnos, ¿a dónde?, me dijo. Mi celular vibró y salí contestar: la dejé sola. Me refugié de la bulla en una losa deportiva de afuera. Era Gabriel, quien me había prestado la corbata para la boda. Le dije que volvería en una hora para tomar con él y los amigos del Parque Osores.

Chupete se llevó la liga, gracias a que lo empujamos. Hay cosas que no cambian. Como que le pisó los pies a la ganadora del bouqué cuando bailaban. No recibió una cachetada por respeto a los novios. Sin embargo, Chupete sorprendió con su desaparición, ¿fue a buscar a su “Chupetina”? Mis compañeros de promoción también se fueron temprano. Yo les dije que me quedaba, quería convencer a Vanessa de irse conmigo al Centro.

Todo mantenía su brillo, las rosas de lejanas olían a teoría, los invitados exudaban alegría, muchas flores con vestidos de mil colores regaban las mesas, habían tres pisos de torta intocable, la novia dorada y yo deslucido ante tanto brillo. Había cruzado la mitad del camino de esa celosa noche de noviembre. Las serpientes que pululaban en el cerro me susurraban que todo había terminado en el club Revólver del Rímac, que me esperaba una musa rebelde en algún bar disidente de la Plaza San Martín. Que tenía que ir solo.

Vanessa me dijo que se iba con sus amigos doctores. Todos trabajaban al día siguiente y no querían amanecerse. A ella, por ejemplo, le tocaba la sala de partos y no quería traer nuevamente al mundo a criaturas inocentes estando ella de boleto. No me cuentes más y vámonos, le dije. Pedí un taxi. Los doctores se subieron. Yo pagué por adelantado hasta la Plaza y subí último. Me pegué a la ventana. Coloqué mi saco sobre sus piernas. Caleta, removí mis manos hasta que se encontraron con la suya. Alcé la cara y recibí su temblorosa mirada de niña-mujer.

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Imagen por Alvaro Vega

Es noche cerrada en el Centro de Lima. Una vez más, solo, en la Plaza. Al borde del jirón más largo de la ciudad. Los transeúntes y su cauce vigente. Unas niñas paseanderas en faldas cortas se llevan mi última mirada dulce. Bajo el portal, detrás de los mercachifles, un indigente observa todo en fondo blanco, como si de un gran cinema se tratara, pero le importa tan poco que vuelve al amarillo de su trago.

Su promesa es mi esperanza. Ella dijo que vendría al Centro. Podría buscarla uno a uno en los bares de Piérola y Carabaya, pero prefiero la hipotenusa. El amor no está en Yield, Zela, De Grot, Etnias ni el Directorio. La he visto muchas veces en Vichama sin pasarle la voz. Esta vez, borracho como yo solo, en terno como ninguno, me propongo encontrar en cualquier antro de esta Plaza bonita la sonrisa turbadora de Sofía de los Cojones.

Decía que la Plaza San Martín es un gran cinema por los cuatro costados. Un avejentado y señorial hombre con sombrero y bastón municipal que permite a los ideólogos jugar a la política en su patio y pulular en los sótanos de su casa. No les va a prestar la sala, mucho menos el dormitorio, que serían respectivamente la estatua y las exedras marmoleadas que suman ocho en total. Apenas permite a los amantes usar las bancas o a los putos cerrar transacciones sexuales sobre las cadenas que rodean al Libertador.

En esta casa, Quilca sería la zona de servicios (culturales) y el teatro Colón la puerta falsa. Aquella calle todavía es la vergüenza de la ciudad y aquel teatro es una residencia melancólica para el ebrio que no tiene sitio o lugar en ese mundillo de soledades entretenidas. Creada a sí misma, no se necesitan borrachos que le den vida a la Plaza, pues esta los adelanta y los imagina primero, juega con ellos, los utiliza para pulir su mito con detalles.

Cualquier escalinata de la Plaza es una buena butaca para gozar el espectáculo de vida que una mano mística y juguetona enciende cuando el día muere. Los borrachos, espectros de jóvenes abotagados de penas o alegrías, peregrinan conmigo hacia Vichama. Tocamos juntos las puertas del infierno. Ya son las tres de la mañana. A esta hora se forma nuevamente la cola para entrar. “Fila india”, mugen desde adentro y nadie hace caso.

Vichama es el desaguadero del Centro. Vienen todos a morir. Cuando son las seis de la mañana, basta cruzar su puerta y es la medianoche de nuevo. No hace falta llegar a los baños para sentir la fina piel de orines que cubre sus pisos. Cada resbalón podría ser una oportunidad. Podría caer en los brazos de Sofía de los Cojones. Mi mala suerte me lleva a los de un tipo forzudo que cuida dos niñas. Me conmina a mantener mi distancia. Es lo que menos he venido a hacer esta noche. Tras la boda de mi amiga Rosa, donde todo refulgía, ahora quiero unas cuantas dosis de realidad.

Sofía tiene las pastillas que yo necesito. Ellas son un atajo para mi memoria. No estoy deprimido pero me encantan los antidepresivos. Aunque solo los he probado una vez. Es un avance, antes me enamoraba sin conocer a la chica deseada, y ahora por lo menos debo probarla una vez, como sucede con las pastillas que Sofía me invitó la noche en que Octubre se enamoró de Noviembre.

Esas pastillas son mis nuevas rosas consentidas. Puedo perder la lucidez sin preocuparme, la vida parece terminar para que yo vuelva a sanarme. ¡No! Una chica está besándome. Atravesándome la boca. Su boca boca, su boca tremebunda, parafraseando a Vallejo. Me falta oxígeno, tal vez la música lo suple. “Dime cuantas veces quieres que te lo repita”, se oye desde los parlantes de sus pechos.

Gracias a mi exhibicionismo, o tal vez para que la aun invisible Sofía me vea, subo a la plataforma con esta chica anónima de labios púrpura que ha decidido besarme ignorando los virus a los que se expone. No le pregunto su nombre, no me pregunta el mío. Su mirada tiene una larga cabellera. Arrastra mi cabeza por la pared. Ahoga mi cuello entre sus dientes. Me entibia, me soba. Ya estoy empalmado. Le propongo una fuga pero ella coloca un dedo índice muy cortésmente en mi boca.

–Voy a desaparecer de tu vida.

Me dice. Y lo intenta. El mar de gente se abre de repente, ella salta de la plataforma, corre rapidísimo entre la muchedumbre y dobla por la pared. Avanzo, la busco, ambas murallas hirviendo de gente caen sobre mí. Me siento un egipcio en el Mar Rojo, aturdido por las olas que en mi saco saben a cerveza derramada. No puedo perder tiempo en reclamos o la voy a perder. Impiden mi paso, me codean y golpean a placer. Doblo por la pared y llego a los baños, cuyo hedor insobornable en nada me recuerda a la Tierra Prometida.

Se fue y es hora de irme. La mañana despunta sobre un árbol escondido. Los borrachos, desasidos bajo un cielo de colores espermas, vuelven a las callejas. Son larvas que se arrastran a casa. La noche ganó unas horas al día, pero ya entregó el resto. Adentro, los últimos cuerpos se atenúan en silencio. Vichama es una máquina del tiempo para quien quiera subvertir la violencia de las horas: el pasado fue adelante, el futuro quedará atrás. Abrumado, el presente cuela mis deseos de encontrar a aquella musa que quiebre su copa y grite mi nombre UNA VEZ MÁS.

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Esta historia en una canción.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Como luciérnagas en primavera

Imagen: Google Images

Nunca te salgas de la realidad ni creas que una mujer puede ser una diosa. Se repetía constantemente en la cabeza. Mientras ella camina con él. Pero su soledad es quien la acompaña. Ella muy lenta y él no tanto. Se mueven al rito hilarante de sus botas de cuero y el sonido peculiar que estos hacen al andar. Con mirada perdida contemplan como va cayendo la sombra del día mientras se alejan de todos hasta dejar de ser ellos mismos.

Se observan a lo lejos como si sus pasos dibujarán pequeñas sombras con los últimos rayos de sol que les marca el camino. Quizás dos latas de cerveza siempre pueden ser excusa para inventar cualquier destino.

Es curioso, pero en trayecto no hablan de otra cosa que de ella. Ella, la que no está, como él sospechaba, quizá todo haya sido una excusa para perderse con ella, todo es una excusa para que se quede con él.

Sus manos están frías, las de ella. Él lo sabe porque las ha rosado intencionalmente para probar que está viva y que siente. Pero es inútil sus palabras van y vienen. Ella casi siempre está en silencio. Silencio que no logra comprender ni descifrar. Parece como si estuviera conversando solo, es un monologo de lo que ha sido conocer a aquella chica a la que han ido a buscar para encontrarse.

Las dos pequeñas latas de cerveza, se hicieron cuatro y las cuatro en seis. De no haber sido porque ella le pidió un cigarrillo de cuando en cuando, se hubiera sentido que estuviese hablando solo. Sin más remedio que apelar a la risa como último recurso y dejar que los lúpulos y la cebada hagan su trabajo. Su risa, la de ella era como augurio, una fábula. Su mirada, la de él, tomaba nota de cómo eran sus ojos, los de ella, pero sus palabras, las de él, no se enteraban de esa dulce encuesta.

Una hora apenas de biografía y nostalgias hasta que al fin sobrevino de nuevo el silencio como se sabe en estos casos es bravo decir algo que realmente no sobre. Entonces él trato de probarle su amor con palabras por media hora más, ella solo lo escuchaba.

Hasta que él empieza a sentirse ridículo y a ella empieza a gustarle. Por un segundo, siente que es una escena repetida. Es un momento que ya lo ha vivido antes, quizá sea aquella chica de secundaría a la que acompañaba a su casa con la esperanza de que se de cuenta de que él estaba enamorado de ella, y ella sólo se divertía con él.

Dos luciérnagas amarillas sobre vuelvan muy cerca de ellos. Tan cerca que se dejan iluminar por aquella luz, quizás fue aquella luz, o un instante de primavera, pero aquella muchacha de ojos indescifrables, le susurró a la oreja que disfrutaba de su compañía.

Pero de manera tierna y a la vez implacable sentía como ella lo rechazaba de forma indolora y letal. Pero debe ser por esas cosas que pasan en primavera que cuando todo estaba perdido y sin esperanzas resignado a su suerte que ella le dio un beso. Dejando más confundido que sereno y se fue soñando con ella aún despierto.

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Esta historia en una canción

lunes, 29 de octubre de 2012

Acompáñame a la boda


A veces gana el que pierde a una mujer
Joaquín Sabina

Imagen por Melimelo

De tanto repetir el discurso, lo aprendí de memoria: “en la tradicional Iglesia Nuestra Señora de los Ángeles, cerca a la Alameda de los Descalzos, la fiesta será en el Club Revólver, ya tenemos mesa reservada junto a los novios (claro, si aceptas). Empieza a las siete de la noche, el diez de noviembre. Lleva tu mejor traje de noche, pero sólo bailaremos hasta horas moderadas”.


También estaba la broma: “ya te veo cogiendo el bouqué, miraré y te guiñaré el ojo, como en las películas. Que le dije a mi amiga que no se case, que la traté de convencer pero ella está necia, como las universitarias que no sueltan la botella. Que te invito, ¿lo estás dudando? Tienes media hora para pensarlo, amiga”.

Con esas armas, y agazapado en el chat del Facebook, cualquier chica me acompañaría a la boda de mi mejor amiga Rosa, pensaba. El riesgo de mi experimento era alto.

1
Tuve suerte a la primera. Virna Martínez aceptó. Ella era una morena de figura torneada, pero un poco niña. Siempre quedábamos para salir y nunca coincidíamos. Sus clases en la USIL de La Molina lo impedía. Recogerla era un viaje interprovincial hacia Lima Este.

–Hola, Virna, ¿qué planes para el 10 de noviembre?
–Nada, ¿por?
– ¿Me acompañas a un matrimonio?
–Qué, ¿quién se casa?
–La mejor amiga de mi colegio, ya le dije que no lo haga pero ni modo. Está neciaza.
–Sí, puede ser. A qué hora. Detalles.
–Iglesia Nuestra Señora... Y luego la fiesta a la que ya tenemos mesa reservada, junto a los novios, en el Club Revólver. Fiesta hasta el amanecer pero volvemos temprano.
– (Risas). ¿Seré tu invitada de honor?
–Bueno, sí. Y bueno me cruzaré con algunos patas del pasado que prefiero evitar.
–Pero ¿por qué?
–Eran los intelectualones del salón, ir contigo será más divertido.
–Bien. Entonces come on! (Carita feliz).
–Ok, Virna, prometo que ganarás el bouqué. Nos miraremos y te guiñaré el ojo como en las películas.
–Nada más no me pidas matrimonio ahí como el idiota de “Yo Soy” que seguro estaba stone.

Minutos después, peligrosas redes sociales, la impredecible Virna me etiquetó en: “Iré contigo entonces…”, escribió. Inmediatamente, le pedí que borrara tamaña falsedad. Felizmente, no se ofendió.

–Qué, ¿no quieres que se entere la marcación? Lo borro, no te preocupes.
– ¡Te me rebelas! Ya vi que en la boda, llego contigo y tú te quitas con uno de mis patas nerds del cole.
–Qué chistosito. Siempre me gusta ser dominante. No me escaparé, a menos que me dejes ir ––amenazó––.

E-MAIL QUE LUEGO LE ENVIÉ
[Mi estimada,
Por esos reveses del destino, ya no habrá boda. Primero, te confieso que quien se casaba era Rosa, sí, Rosita Castillos, la de nuestra Promo de Trilce. Lamentablemente, el novio no se apareció hoy para el matrimonio civil. Disculpa, querida vecina, si hubo alguna molestia (igual creo que ya olvidaste que te invité). Pero bueno, hoy día estamos de luto porque mi amiga no se casará, ni civil ni religioso, recalco con pena. El maldito que la dejó está desaparecido, escapó anoche con destino incierto, pero te juro que cuando lo encontremos, te invitaré a su funeral. R. ]

2
A Aurora Cavenaghi la conozco del mismo colegio que la novia. Rosa, que quiso total discreción con los de la Promo, no la había invitado. Aurora está a punto de concluir su carrera y va camino a convertirse en una administradora de la belleza, pues trabaja en Unique. Es delgada, atractiva y es mi vecina, por lo que no gastaría en pasajes para llevarla de su casa y volver.

Fue la que más detalles me preguntó. Estaba visiblemente emocionada, no por ir conmigo, su felicidad era una expresión de solidaridad con la especie. Alguien lo consiguió, alguien alcanzará el amor en esa boda, las almas gemelas existen y ella estará en primera fila, agarrada a mí (como podría ser a cualquiera) para maravillarse y desinflarse en el momento del sí. Le pregunté por sus planes ese día y

– ¿Qué día cae? ––me preguntó––.
–Sábado.
–Aún no he planificado nada. Falta más de un mes.
–Es que es un día especial. Mi mejor amiga se casa y me ha dicho que puedo llevar a alguien. Inmediatamente pensé en mi vecina que no veo hace tiempo. ¿Quieres ir?
– ¡Wow! ¡Boda! Explícame. ¿Día? ¿Noche? ¿Dónde? ¿Religiosa? ¿Civil?
–Es en la tradicional Iglesia Nuestra… a las siete de la noche. Luego el tono es hasta las últimas…, y como vivimos cerca, es un punto a favor.
– (Risas). Primero, dónde queda esa iglesia, que yo no sé.
–Es en el Rím… El tono será en el Club..., tenemos mesa... junto a los novios casi (claro, si aceptas).
–A estas alturas, diría que sí, no tengo nada que recuerde para ese día.
–Separaré la mesa con tu nombre. Sería muy gracioso si me dices que sí y luego me dices que no, tendré que llevar a otra amiga y tu nombre seguirá ahí. Roche.
– (Risas).
–No te presiono.
–Ok, cero presión.
–Piénsalo, no sé, en media hora me respondes.
–O sea, estoy como invitada y sitio reservado a una boda de la que me acabo de enterar mientras me aseguras que me llevas y me devuelves a mi casa.
– (Risas). Basta que le mande tu nombre y tus señas a mi amiga y en algún lugar de Lima imprimirán tu nombre y colocarán en esa mesa.
–Pero, ¿puede ir cualquier chica y dice que es Aurora Cavenaghi y entra.
–Perdóname Aurora. Como tú no hay otra. Con esta invitación le rindo un homenaje a nuestra amistad y tu belleza.
–Que tal floro.
– (Risas). Pero sí, me gustaría ir contigo.
–Por lo pronto diré que sí.
– ¿Hay alguna fecha de vencimiento para que ya no me digas no?
– (Risas). No, está bien, ¡vamos!

Le pido su teléfono. Y prosigo.

–Ya estamos listos para el matriqui. Ya te veo ganándote el bouqué…
– (Risas). Me conformo con buena música y el espacio suficiente para bailar.
– ¡Y la buena comida, no lo olvides!

E-MAIL QUE LUEGO LE ENVIÉ
[Mi estimada,
se cancela la boda porque al novio lo durmieron. De buena fuente sé que le hicieron brujería. La mamá de él nunca estuvo de acuerdo con el matriqui y cagaron a mi amiga. La novia está destrozada por tremenda burla, como imaginarás, no le cree nada al novio y ese niño que viene en camino crecerá sin padre. Hay que ver el lado positivo: ya no será necesario que salgas más temprano de tu diario. De todas maneras espero conversar contigo en otro momento, recibe mi caluroso abrazo y, por favor, dejen de darle duro a mi tía Villarán en tu diario. ¡Chau! ]

3
A Hilda Portugal la conocí en la época de El Chirrión. Fue en una comisión en los acantilados de La Perla, Callao. Una pareja se desbarrancó a bordo de una camioneta. Para poder bajar al mar, yo la ayudé a caminar el largo trecho que estaba lleno de gallinazos, piedras y tierra que le carcomió los pies. Tierna, de ojos saltones y pardos, flaca por demás y reportera estrella de la competencia (“Correo”), le dije que una amiga periodista se casará y, como estará el Gremio, quizás quiera acompañarme a la boda.

–Como hace tiempo no te veo, pensé en ti para que me acompañes. ¿Qué dices?
– ¿Ahh?
– ¿Quieres ser mi invitada de honor a un matriqui periodístico?
–No. Apenas y recién estamos hablando. Si es un matri, tienes que ir con alguien de confianza.
–Tienes que saber, Hilda, que te considero mi amiga. Tú eres buena onda y por eso te invito. Pero acepto tu crítica.

Apenas sintió que la boda que ella no quería se iba de sus manos, me dijo que lo iba a consultar con sus padres, a ver si le daban permiso. Le dije que yo tenía todo el tiempo del mundo para esperarla. Ve nomás, cándida palomita.

–Bueno. Voy a ver, ¿el 10 dices no? Dame tu celular.
– (Le di mi RPC). Sería paja verte. Claro que si me dices que hay un galán por ahí, yo comprendo que se pueda poner celoso.
–No tengo novio por si acaso.
–Igual nos vamos temprano, no quiero quedarme hasta ver al novio borracho y sin poder caminar. Y sin poder hacer otras cosas obviamente.
–Ya, ya. ¿Pero dónde va a ser?
–En la tradicional…, luego tenemos una mesa reservada... Empieza a las 7 pm. Puntuales, por favor.
– (Risas). ¿A las 7 pm? Pero a esa hora yo salgo de trabajar.
–Bueno, como es boda de periodistas, fácil se puede ir vestida como periodista (Risas solitarias). Tal vez puedas pedir permiso.
–Voy a ver pues. ¿Cómo se llama la periodista?
–Rosa María Castillos, todavía está en mi universidad –-mentí––.
– ¡Ahla! ¿y ya se va a casar?
–Así es. No se descarta que esté en Bolivia.
– (Risas). Oye, te dejo. Voy a averiguar a ver si me dan permiso. Cualquier cosa me mandas mensaje a mi celular o me llamas, como desees.

E-MAIL QUE LUEGO LE ENVIÉ
[Mi estimada,
A que no sabes. Ya no habrá boda. Todo se fue a la mierda. Ayer me enteré que el fin de semana el huevón del novio no fue al matrimonio civil y cagó a mi amiga. Uno de los nerds de mi salón me llamó para contármelo, me dijo que es mejor que nadie hable con Rosa. Al parecer, la están convenciendo de que todo fue una ilusión. Será mejor porque sé que ella no aceptará la realidad. De todas maneras, cualquier día bajo a la USIL para tomarnos un cafecito y ahí quedamos para vernos en otro matrimonio, querida Virna. ]

Imagen por decouverte de Lorie
4
El otro par de chicas que aceptaron, tuvieron el tino de cancelarme a tiempo por distintos motivos. La primera me cambió de tema en el acto (1-3). La siguiente aceptó pero días después me dijo que iba a cambiar de chamba y que tenía “mil cosas que hacer” ese dichoso sábado 10 en su oficina (2-3). A la tercera la dejé de lado cuando la cuarta me dijo que sí. La tercera y la cuarta son amigas y se pueden pasar la voz (4-3). No imagino lo que pasaría si ambas se enteran que irán a una boda conmigo o cuando les envíe el mail cancelando a todas.

Todas, absolutamente todas, eran experimentos para el verdadero peldaño que pensaba subir, tentar, para las verdaderas cumbres que pensaba llevar a esa boda. Decidí apostar al sentimiento y jugarme la última carta: Sofía de los Cojones, la niña fatal. Con ella debía ser directo y sin tanta floritura. Debía asegurarme que haya tomado sus pastillas, que esté dulce y leve, para preguntarle de madrugada qué haría dentro de dos semanas:

–Uhmmm… No uso agenda.
–Lo imaginaba. ¡Vamos a una boda!
– ¿Una boda? ¿Hablas de verdad, como quien dice en serio?
–Se casa mi mejor amiga del colegio. No puedo hablar más en serio.
– ¡Rayos! Tendré que vestirme como una chica buena.
–Sólo hasta que ya no resistas los tacos. Opacarás a la novia.
– ¿Y quiénes más van?
–Bueno, la familia y amigos de ella, ja.
– ¿Y si no voy a quién le dices? ¿O soy la segunda, tercera,… opción?
–Sofía, tú estás más allá de las opciones.
–No creo ser buena compañía para tu noche, así que diré que mejor nos veremos en el Centro.
–Vale, Sofía, que no se diga que no tuve los cojones. Ojalá pueda bajar al Centro esa noche.
–O nos veremos cuando puedas.
–Exacto.
–Gracias por convertirme en una opción.
– ¿Te has molestado?
– ¡Noooo!, no podría.
–Iba a dar un discurso para la novia esa noche.
– ¡Debería ver eso! Ya será otro fin. Espero que te diviertas, pero no mucho, ¡ja!

5
La negativa de Sofía fue un golpe que dolió por todas las victorias anteriores, pero no mermó mis ganas y tretas de mentiroso profesional. Es menester decir que a la segunda chica que confirmó, ya me sentía un malnacido, timador, asaltante de amistades. Acabé el día con seis chicas engañadas (tres me cancelarían los siguientes días) y eso gasta a cualquiera. La mentira mella el alma. Es como una fiebre que sube paulatina, un veneno que circula por mis venas y me invade poco a poco hasta marearme.

Estos días ajetreados, decidí que la broma había terminado y escribí los mails para Hilda, Aurora y Virna. Todos debían ser parecidos, todos empezaban con mi acostumbrado saludo: “Mi estimada,”. Debía decirles que ya no había boda, que el novio recapacitó o que ella lo plantó, tal vez que los padres se oponían o que yo me había roto una pierna y no podría bailar. El problema comenzó allí.

Cuando leí los mails de respuesta. Todas fueron escuetas para expresarse. Mucha sorpresa me causó que Virna Martínez me escribiera: “Oye, Poquita Cosa, bien ganado tienes que te etiquete como #MentirosoDetected. ¡Trilces te voy a dejar las pelotas!”.

Luego, leí la respuesta de la periodista Hilda Portugal: “¡A cuántas chibolas de la USIL habrás invitado, cafecito debería echarte en la cara, friégate por PENDEJO! Ni me vuelvas a pedir prácticas, mequetrefe”.

Por último leí el de Aurora Cavenaghi: “Me suda Mariátegui y tu tía Villarán, aggg, que la revoquen por incompetente, ¡nada hace por Lima! No me vuelvas a venir con más invitaciones, periodista del orto, que con tu sueldo de diario chicha no vas a poder pagar mis gustos”.

Para mi mala suerte, confundí las direcciones de correo y auto-saboteé mi experimento sociológico. Será mejor ir sin compañía al matrimonio de Rosa. Bien mirado, será un buen lugar para conocer chicas y bailar. Prometo atarme mi corbata michi y contar impúdicamente en esta página, todo lo que pase esa noche del 10 de noviembre en que me encargaré de beber mucha cerveza y evitar que triunfe el amor. ¡Salud y que vivan los novios!
  
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Esta historia en una canción

sábado, 20 de octubre de 2012

La chica misteriosa


Imagen por Google

Me gusta.

Me gustan sus botas, sus botas de cuero y la extraña forma que tiene de amarrarse las agujetas. Me gustan sus jeans rasgados y bien ajustados. Me gusta su blusa ligeramente escotada pero escondiendo sus encantos. Me gusta cómo el humo se desprende de sus pequeños dedos y cómo se ríe. Sobre todo porque lo hace conmigo. Me gustan sus miesterios, sus silencios y como poco a poco los voy descifrando. Me gusta tanto aquella chica que ahora me acompaña que no sé explicarle con palabras lo mucho que me encanta.

No sé porqué ella ha escogido aquel parque, aquella banca, aquel muro  donde ambos estamos sentados muy cerca de los árboles, muy cerca de casas aledañas. Pero tan lejos de nosotros. Sin embargo, presiento que ya he venido antes. Nos acompaña una botella de ron, una cajetilla de cigarrillos, algo de música y mis pequeños chistes que llenan los silencios incómodos. Ella no toca su pasado y yo no lo profundizo, sólo sé que le gusta estar sentada aquí conmigo, y eso es suficiente.

Los vasos se acaban pero vuelven, me toca de nuevo. Ella se rehúsa a tomar y me obliga a hacerlo otra vez. El silencio juega en contra de nosotros y las risas apelan a un amor posible. No sé muy bien lo que digo pero sí sé que ella se está divirtiendo. Su risa me renueva, me alegra, me llena de vida. Se parece tanto a lo que andaba buscando y sin querer está sentada a escasos centímetros míos. La gente pasa y no nos ve, somos invisibles, casi transparentes. Mientras las últimas gotas de mi vaso caen en las tristezas.

Refugio mi silencio en el humo del cigarro, mientras ella me observa con cierta complicidad. Ella toma la posta y empieza a bombardearme con todo tipo de preguntas de las que trato de torear con cierta experiencia que me dan los años: como nunca profundizar en ninguna respuesta ni hablar con énfasis de alguna chica del pasado. Menciono a grosso modo las veces que creí estar o estaba enamorado, de mis dos novias formales, de mis mejores amigas, de fiestas y de una que otra estupidez que hice en la adolescencia.

Quizás sé tan poco de ella que eso es lo que me gusta. Me atrae de forma misteriosa su melancolía. cuando ella habla trata de cuidarse, no de decir nada más allá de la cuenta, parece que analizará cada respuesta, cada pregunta que he lanzado al aire y ella ha cogido con sabiduría. No obstante, son aquellas respuestas simples, no trascendentes, las que nadie toma en cuenta, con las que yo voy construyendo un perfil de ella en mi cabeza.

Sé que le gusta el cine italiano: La vida es bella, Cinema Paradiso y Malena. Las independientes: Blue Valantine, Réquiem por un sueño y Soñadores. Las clásicas: Casa Blanca, Lo que el viento se llevó y Tiempos Violentos. No es necesario pensar mucho para deducir que le gusta el rock, el rock en español sobre todo porque ella no domina el inglés, sin embargo, le gustan Los Beatles.

Entonces lo entiendo todo, comprendo que ella es distinta, sobrenatural, una de esas criaturas que el destino te pone enfrente una sola vez en la vida, y que si la dejo pasar es porque soy un marica y un perdedor, cosas que sin duda soy, pero no esa tarde que quiero escapar de la realidad y soñar, aunque sea un momento, que mi vida podría ser mejor con esta mujer que ahora quiero besar y no sé si me corresponderá.

Me acerco un poco más, las distancias se van acortando y ella se da cuenta de mi siguiente jugada. Necesita ir al baño, que está a pocas cuadras del muro donde estamos sentados. en el camino, coge unas moras de los árboles, se las mete a la boca, toma un puñado y me da el resto, yo me las como instintivamente, parece como si fueran los primeros habitantes de la tierra, como como Adán y Eva expulsados del jardín del Edén.

Caminamos en silencio. El silencio ya no incomoda porque estamos juntos caminando, ninguno quiere irse, ninguno quiere que esta tarde termine nunca. Pero dentro de una hora será la clase de fotografía a la que ella ha faltado por un par de veces sin justificar. Nos dirigimos a los servicios higiénicos de Metro, compramos algo de papitas y algunas bebidas energizantes.

El tiempo se nos ha escapado de las manos. Ambos sabemos que no llegaremos para la clase de fotografía y aun así no hacemos nada para llegar a tiempo. Ella sugiere irnos caminando y a mí me gusta la idea. Tengo que aprovechar cada segundo adicional que tengo para besarla.

Parece que puede leer mis pensamientos, o quizás son mis manos que empiezan a buscar las suyas hasta encontrarlas. Y en la calle codo a codo somos muchos más que dos. el alba nos da entre los árboles.

Mi boca busca su boca, pero no la encuentra, con cierta tristeza ella me ha evadido. Le pido disculpas y sonrío. Cuento algo gracioso, trato de no estar molesto o finjo no estarlo. Yo trato de actuar normal aunque quizás sobreactúe un poco. Pero no es que tampoco sea un nominado de la academia.

Ella me mira con sus grandes ojos negros en silencio. Me da un beso en la mejilla, y me dice, que también le gustaría besarme pero la amistad es primero, y yo, pero yo no quiero ser tu amigo; y ella, no es por nosotros, es por mi amiga, tú también le gustas...



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Esta historia en una canción.



jueves, 4 de octubre de 2012

Del verano y otros inviernos


“Dominas otro idioma cuando aprendes a enamorar con él”
(Anónimo, 
encontrado en un baño público)

Imagen por Lissy Elle Laricchia

Aprendí los días de la semana en alemán.

Ella, de ojos verdinosos, es celeste bella y otoñal, porque la belleza camufla millones de colores; paseamos en el malecón; compramos Inca Kola y chocolate; quiere llevarme a la selva; quiere probar Ayahuaska; dejó a sus padres a los 20, ahora tiene 25, dos más que yo, vive a dos horas de Berlín; sabe que es mejor viajar que estudiar o trabajar; por eso duerme plácidamente y sola en un hotel samborjino; más tarde viajará; no tiene celular, no toma taxi sola, con ella hay que citarse en un punto, a la antigua, pero a través de Facebook; no conocía el malecón sanisidrino ni la Pera del Amor, mucho menos los conos de Lima; le expliqué que el limeño es triste; le hablé de Vallejo y Vargas Llosa, me contó que ha llorado con las cartas del joven Werther; le dije que el chileno ahorra mucho y el argentino sabe todo y si no sabe también opina; le dije que no vuelva a Perú, que conozca Brasil o Colombia; que olvide a su amante peruano; que no me olvide a mí, pero que no necesariamente me haga su amante para no olvidarme; está confundida; le gusta ir a Help y a El Mirador, antes un Pisco Sour Catedral en el Hotel Bolívar; le gustan los Beatles y dice que los sudacas pronunciamos gracioso los nombres de bandas inglesas; ha olvidado el francés que aprendió en su colegio; que son los franceses los que odian a su país, y no al revés; que sus abuelos no hablan de la Segunda Guerra; que mirándola a los ojos yo le declaro la Tercera Guerra a mi pasado; me gusta cuando pierde la voz y mira para abajo y otra vez nace el otoño; me gustan sus mejillas del color del abedul y carnosas como las mías; me gusta cuando ya no quiere besarme e igual lo vuelve a hacer; que el país de donde ella viene también viene mi nombre; me gusta que sepa la verdadera pronunciación de mi nombre de viejo ario; me gusta enseñarle a decir en correcto castellano el nombre de su ex; que muerda la G y la R al pronunciarlas; me habla de Rammstein, una banda dura de su país; recito un poema, sonríe y me aplaude; tal vez no ha entendido nada; disfrazas las verdades en mentiras; no quieres que te miren, Claudia, ¡y miras!; no quiere que la acompañe a su hospedaje, piensa que entraré con ella; yo pienso que ella quiere lo mismo; trabajó un tiempo en España, se le ha pegado el “vale”, “vosotros”, “joder” pero no ha apartado de ella ese cáliz; quiere seguir viajando; si no podemos ir a la selva, vamos más cerca, me dijo, haz lo que me dijiste ¡y vive el momento, disfruta la vida, manda todo a la miegda!; que discúlpame pero hay responsabilidades que me atan a Lima, arrugué; odio y quiero a esta ciudad por partes iguales; que los limeños son mentirosos; que no te prometo nada porque no te quiero mentir, le dije; que valoro que no me mientas, respondió; quiere volver en seis meses pero uno nunca sabe; es ahora o ahora; que yo quiero ser su amigo, estemos donde estemos, que confíe en mí, que la defenderé de cualquier pendejo que se quiera pasar de vivo; que quiero presentarla a mis amigos, que hay que ir todos a bailar; mucha rumba y mucha fiesta; que la acompañe a caminar por la Javier Prado; que vamos al Festival de rock; será tu última noche en Lima la veleidosa; ¿vamos al pogo o está bien acá?; que nos encontramos en la Plaza San Martín; que necesito verte; que se me perdió la cartera con mi pasaporte y mi plata; que los soles ya no te van a servir, cámbialos en euros de una vez; que yo te acompaño al aeropuerto; que no te vayas, que no me digas adiós; ¿te vas enamorar de alguien?, no supe ni quise responder; se acabaron el dinero y las vacaciones; Claudia volvió a Europa el último domingo; mis madrugadas de verano serán tus mañanas de invierno. Antes que te vayas, aquí te entrego mi lenguaje más mi beso prometido.

Ahora enséñame a contar del uno al cinco.

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Esta historia en una canción




[ ACTUALIZACIÓN: Una amiga, y muy ocasional lectora del blog, recomienda la canción Tu verano mi invierno de "Kanaku y el Tigre". "Fácil la has escuchado, pero no sé por qué me gusta mucho esa idea de estar en verano mientras alguien está en el frío o viceversa", me escribió. Comparto su idea y la canción.]

miércoles, 26 de septiembre de 2012

La cuarta es la vencida

Imagen  por Chloé Wallace

Los grillos hacen más bulla que nosotros. La brisa de la primavera nos acompaña con olores de jazmín. Y yo sentado al costado de Ximena en silencio, con lo mucho que me ha costado traerla al jardín, con lo mucho que cuesta no trabarme y que el corazón no me salte del pecho, con lo mucho que ha sido separarla de su tediosa prima, con lo mucho que me ha costado TODO y yo en silencio.


Camino por las calles del recuerdo, doy dos vueltas a la manzana antes de animarme de una vez por toda a tocar el timbre de su casa. Pienso en voz alta las cosas que le voy a decir cuando la tenga en frente. ¿Puedo comenzar con un cumplido?, ¿puedo bailar con ella y después pedirle que salga conmigo un segundo? Puedo, puedo. Puedo todo menos tocar su timbre maldita sea.

Estoy nervioso y mis manos empiezan a sudar cuando estoy parado en su puerta. Adriano me toca el hombro, está acompañado de Antonio. Ambos me preguntan si busco el timbre de su casa. Para parecer despreocupado y natural les digo que sí. Veo que Antonio lleva una caja rosada entre manos, la cusiosidad me gana y le pregunto qué es. Y él, es un regalo para Ximena, y yo, lo miro como pidiendo saber su contenido. Antonio parece darse cuenta de mi intención y me dice que es una correa blanca Roxy, esas que están de moda, me responde.

Nos recibe Chiara, la prima de Ximena, que nos abraza a todos, en especial a mí. Cuando me pregunta ¿qué cosa le haz traído a Ximena?, y yo, nada. No he tenido tiempo para saber qué cosa traerle. Además, me avisaron muy tarde, me defiendo; y ella, bueno, lo importante es que estás aquí, primito, me susurra cómplice.

El ambiente está rodeado por los chicos de Cuarto a los que conozco pero no saludo, algunos han oído hablar de mí. Además, me doy cuenta que soy el único de Quinto que ha venido. Una gordita, que tiene una gelatina de fresa en la mano, le dice en voz baja a su amiga que he venido por Ximena y que espera que esta vez no haga ninguna escenita, la pobre ha tenido demasiadas penas por mi culpa. Al oír eso me siento más incómodo que cuando daba vueltas por su casa.

Ximena, que está al otro lado de la sala, al percatarse de mi llegada se acerca a saludarme, la abrazo y le doy un beso. Feliz cumpleaños, le susurro y ella me agradece, y yo, no te he traído nada, lo siento, no sabía qué cosa te iba a gustar, soy malo a la hora de escoger regalos, y ella me dice que no le importa, aunque igual le debo algo, y yo le sonrío mientras ella me ofrece algo de beber. Dos minutos después me trae una cocacola.

Han sido las insistencias de “La Shivi” que me ha traído hasta aquí y la ilusión de ver a Chiara, quien también me gusta de la misma forma que su prima, aunque yo guardo silencio. Estoy confundido aunque casi todos esperan que le diga a Ximena que sea mi novia. El patio de la escuela se ha trasladado a la casa de Ximena.

Mercury me sirve de fondo, mientras hablo con Ximena de ir a jugar bolos la semana que salimos de vacaciones, y aunque no sabe si le darán permiso, a ella le encantaría ir a jugar conmigo. Cuando interrumpen Chiara, Shivi, Karina, para que saque a bailar a Ximena, yo les prometo sacarla sin necesidad de que me hagan demasiada publicidad. Ximena sólo sonríe.

Chiara se acerca al equipo de sonido y pone una salsa cubana, de esas que comienzan bien lentas y conforme van avanzando se hacen más rápidas. En menos de un minuto la pista de baile, o mejor dicho su sala está casi llena, me mira como pidiendo que la saque a bailar y es lo que yo hago, nos movemos de forma extraña y tímida.

Estos son mis mejores pasos de salsa, le digo al oído a Ximena después de darle una vuelta; y ella, como serán los peores, echándose a reír de mis pasos cantinflescos. Hace mucho calor aquí, me dice ella, que tal si vamos afuera; y yo, por mí está bien. O sea, vamos afuera un rato, me gusta cuando huele a jazmines, tienes un jardín hermoso, empiezo a hablar, hablar y hablar, son los nervios que me traicionan.

Ximena se sienta en un muro rojo desde donde se ve la fiesta en su sala, ahora los dos estamos solos en silencio. Muevo mis pies al compás de la música y ella se ríe de mis movimientos acrobáticos. No puedo dejar de mirarla, de querer besarla. Tengo algo que decirte, Ximena. Hace mucho tiempo, le digo mientras ella me mira con esos enormes ojos color café en silencio. Qué, me pregunta. Y yo me saco las zapatillas, se las acerco y le digo que son nuevas, quizás presa del nerviosismo, quizás por desesperación. Ella se echa a reír y me dice las mías también, creo que lo he echado a perder de nuevo.

Lima debe ser la única ciudad en el mundo, en la que puede gustarte mucho una chica, salir con ella, puedes incluso decirle que te gusta. Pero si no le dices ‘para estar’ son sólo amigos. Pienso mientras elaboro las palabras correctas para ‘caerle’ de una vez a Ximena. Sin embargo, sólo me salen las palabras más trilladas y poco originales del mundo: ‘Bueno, Ximena, hablando en serio, yo soy malo para estas cosas pero... este... yo sé... tú sabes... que cuando te veo me mueves el piso y me gustas como nadie me ha gustado antes. Es por eso que en realidad lo que yo quiero decirte es si tú... ¿Quieres estar conmigo?’  Ximena  se quedó en silencio, no sabía que decir, cuando la corté para decirle. ‘Bueno, sabes que... me conf... cuando ella me dijo tú también me gustas. y dentro de la sala se escuchaba ‘We are the champions’ y me sentía un ganador de los juegos olímpicos. No obstante, las siguientes palabras lo cambiaron todo: déjame pensarlo.

¿Tienes que pensarlo? Sí, en realidad, sí. Dado que los antecedentes no me ayudan. La primera vez que le dije a Ximena que me gustaba me hizo lo mismo, cuando iba a dar la respuesta le dije que no me importaba y dejamos de hablar por un largo tiempo. La segunda fue en la fiesta de las gemelas de mi salón. Había estado algo pasado de copas, lo que disgustó de manera rotunda a Ximena, que se echó a llorar porque pensaba que era alcohólico. La tercera fue en el quinceañero de Gisel, me había pasado de copas de nuevo y esta vez lo hice a lo grande, pedí al Dj el micrófono y le dediqué la canción más sosa del mundo: “Rendido ante ti”, de Camagüey, acto que la abochornó tanto al punto de retirarse minutos después de la fiesta.

Fue en las vacaciones para pasar a quinto que nos encontramos nuevamente en un quinceañero. Creía ser más maduro, le pedí disculpas por los antecedentes del pasado y le pedí ser amigos, que no quería perderla del todo. Pero fue en ese momento en que ella se fijó en mí. Estoy sentado en el muro rojo, Ximena me da un beso en la mejilla y entra a la sala. Me quedo pensativo, cuando sale Antonio a preguntarme si ya estoy con ella, no sé qué decirle, supongo que sí, le digo y me invita una gaseosa helada.

Las bromas transcurren a la velocidad de los bailes. Llega la hora de irme, Ximena me abrazó con fuera, me dijo sí al oído y se perdió en el tumulto. Por fin lo había lo grado, Ximena la chica que me gustaba, me había dicho que sí. No podía creerlo. No sabía si buscarla o darle un beso. así que salí de su casa y regresé con la excusa de buscar mi celular. Todas sus amigas sabían que era pretexto para darnos nuestro primer beso (su primer beso) pero la pena de tanto que nos despedimos con un beso en la mejilla.

Ahora, años después, al pasar por casualidad por la puerta de su antigua casa, me vienen los recuerdos de aquella fiesta de cumpleaños que no voy a olvidar. Con respecto a Ximena, sé que tiene una larga relación con otro compañero de mi salón de Quinto. Y que está próxima a casarse. La nostalgia es graciosa, sobre todo cuando aún huele a jazmín. Paro un taxi. Al centro, digo.



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