sábado, 9 de agosto de 2014

Razones para volver a escribir

Llevaba mucho tiempo en silencio. Sentado frente a una hoja en blanco, vacío, inerte, cuasi muerto. No había nada más espantoso que sentarse casi tres horas frente al monitor sin que, una sola palabra viaje por el teclado, dibujando, ordenando palabras y que se conviertan en oraciones, y así engendrar el tan anhelado texto semanal al cual estaba acostumbrado, mi suerte de diario, mi catarsis sentimental donde plasmaba de forma irónica, delirante y graciosa los sucesos cometidos en una o dos semanas de farra, siempre burlándome de la situación, de mis amigos y sobre todo de mí mismo y del cómo las situaciones inverosímiles de nuestros primeros años de juventud se veían siempre envueltas o entrelazadas por musas de las noches limeñas.

Imagen por Michael Erhardsson.

Sin embargo, con el devenir del tiempo las musas que eran muchas dejaron de importarme. No sé si había aprendido algo de ellas, o ellas habían aprendido algo de mí. Pero lo cierto es que, al ir conociendo más a fondo a cada una de ellas, se fue desdibujando esa imagen casi celestial, misteriosa de chica independiente con más experiencia que yo. Tenían esa falsa seguridad que me atraía y condenaba. Pero eran tan solo chicas confundidas, inclusive, más que yo.

Pero como sucede siempre con el primerizo, caí, caí decenas de veces algunas sin amortiguador. Algunas caídas tardaron tiempo en cicatrizar pero ahí estaba yo, siempre dispuesto a caer de nuevo y más profundo.

Quizás al escribir sobre lo sucedido no tomaba muy en cuenta la realidad, cambiándola, moldeándola a mi antojo, deformando casi siempre la historia. Aquí, en los textos podía darle el final que quisiera a una infantil historia de amor. Tiempo después me sentía avergonzado como describía a aquellas chicas que solo eran fantasmas, tan lejanas a las reales que casi siempre volvía a mis textos donde eran como yo quería que fueran. Creo que me enamoré más de los personajes que había descrito que de ellas mismas, no sé si a todos los que escriben les pasa lo mismo, pero a mí me pasó.

Creo que inclusive buscaba enamorarme simplemente para llegar a casa y escribir, escribir sobre ellas, sobre todos, sobre mí. Buscando sacar frases de películas, de libros, de poemas, de textos de otros y usarlos como míos cambiando pequeños detalles que, me hacía sentir como un gran escritor, bah, pamplinas, jugaba a ser escritor. Soñaba alcanzar la inmortalidad. 

Pero había pasado mucho, mucho que no me sentaba frente al monitor. ¿Acaso no tenía que contar? Sí, y mucho pero sentía que ya no podía escribir sobre los demás, ya no podría escribir sobre mí, era todo tan personal, tan vergonzoso que dejé de hacerlo. Dejé de escribir.

No obstante, el comportamiento humano es más complejo que antes, y siento que aunque no escriba todo lo que deba escribir. Siento que estoy en deuda con ustedes y conmigo. Ahora estoy aquí de nuevo sentado frente al monitor explicando las razones por las cuales deje de hacerlo,  ahora las preocupaciones han cambiado, y aunque las chicas quizás siempre serán un tema recurrente hay muchas otras cosas de que escribir, por ejemplo, las razones para volver hacerlo.

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Esta historia en una canción.

lunes, 14 de julio de 2014

Finales


Para disfrutar del silencio de una muchacha tienes que ir a una biblioteca. Te juegas los minutos finales de tu carrera en ese último curso que fue tan esquivo, que supo complicar tus defensas e hizo que dejaras de creer en tu ofensiva. Preocupado por buscar información en unos recortes de periódicos pasados, llegas a la sala de lectura y tomas el primer asiento que tienes a la mano sin percatarte de la chica que está resguardada por la pantalla de su computadora y rodeada de separatas. Tiene los cabellos negros, el color de la belleza, piensas.


Imagen por Dany Pschl

“Se prohíbe hablar”, advierten los letreros azules colgados a cada paso, así que los ojos tienen que hacer la tarea, quimbosos y entrenados en rapidez, de transmitir la belleza a los aposentos del recuerdo, para ello tienen que ser conchudos. Invisibles. Esa es la palabra.

Los relojes apostados en todas las paredes te vigilan, pero no solo ellos. Hay que ser cuidadoso. Si alguno de los compañeros de la mesa de lecturas percibe tu admiración hacia ella te hace acreedor de una etiqueta en la frente que dice: mañoso. Si algún estudiante de, digamos, ingeniería, percibe tu fisgonería, puedes levantar la frente y ufanarte de ser más valiente que él por el solo hecho de mirar a la chica de cabellos negros, y de tener buen gusto. Es tu último día de entrega y no puedes leer pasajes de una buena novela de John Banville, pero sabes que al menos no tienes que leer el libro de sistemas mecatrónicos que revisa el chico que te ha pillado. Tienes que hacerlo todo rápido, buscar unos datos más para zanjar la hipótesis de tu trabajo de Seminario.

Se te ocurren muchas frases imaginarias a la chica para convencerla de ir a charlar un rato a otro lado, piensas en las palabras exactas. Es como una carta que escribes, y sabes que no llegarán a destino, en las páginas blancas que te sobran en esa infernal semana de exámenes finales que coincide con los partidos de la Copa del Mundo.

La una de la tarde es una hora virginal para asaltar bibliotecas. Has tenido la suerte de ir a leer al primer sótano y encontrar asiento ya que todos se encuentran en refrigerio. Como un soundtrack que te despide, las fotocopiadoras escupen toneladas de páginas que no serán leídas, pero cuyo olor a sagrada tinta fresca se confunde con el de las chicas estudiosas. Porque la que está a tu costado no es la única, pueden haber más, pero sería gula intentar ponerlas a tu alcance. Uno juega con las fichas que le han dado, sería un error pedir más si el partido más urgente, el primero que te planta la vida, no se ha perdido o ganado. En las lides lectoras no hay empates. O aprendes el poema o no lo sabes.

Los murmullos de dos tipos discutiendo la correcta respuesta de su biblia matemática y los golpes al teclado de otros alumnos que tienen su examen final a media tarde se funden con el suave pasar de las hojas del libro abierto de la chica de cabellos negros. De pronto, ella tose. Dos veces. Dos golpes de garganta, uno más seco que el siguiente.

Se cubre, se preocupa por no hacer bulla. Teclea rápido y poco, lee más. Sus manos son blancas e inocentes, de un olor que la tinta de las fotocopiadoras ha bloqueado en mi cerebro. La muchacha huele a libros, a horas de la mañana invertidas, a separatas de facultad de Sociales, a ojeras de madrugada y pocas horas de sueño, a licor de café pasado. Tiene chapas en las mejillas, el pelo recogido, su mirada no pierde el destino que es su siguiente examen final, ese es su partido urgente, nunca yo.

Lleva un gorro azul que coquetea con el morado y una camisa de franela al estilo Cobain, de cuadros rojo y negros, los colores de un equipo de fútbol italiano. Sus labios hablan en silencio, repite oraciones para recordarlas luego ante el papel definitivo. Hay en esas líneas resaltadas en verde y rosado un misterio que la sepulta. Hay en mis escritos la imposibilidad de asirla.

Sus gafas son negras y empequeñecen los detalles de color, pero agigantan sus ojos que de pardos al mirar la lectura, pintan a verdesinos cuando resuelve sus dudas mirando la luminaria fluorescente. Sus brazos son delgados, sus manos delicadas y sus uñas negras. No me está permitido ver más abajo, sus zapatillas NorthStar y su jean recién se permiten a mi vista tras haber tirado a propósito mi lapicero verde de tapa azul. Va a ser imposible hablarle antes que comience mi examen de las cinco de la tarde. Por siempre a las cinco.

Se prohíbe hablar, pero no escribir, piensas. Dejas los recatos y trasladas las frases que tenías pensadas, las resumes en un par de palabras, añades tu número de celular y escuetamente un saludo a su belleza: “soy un puto enamorado de tu estilo”. La dejas detrás de su laptop para que antes de su examen, se sorprenda y sin recordar tu rostro piense en ti, o en cualquier otro, quizá en el siguiente que se sentó a pasar la tarde a su costado.

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Esta historia en una canción

jueves, 8 de agosto de 2013

Conversación en el De Grot

Imagen por Diversión en Lima

Dos viejos amigos conversan en una esquina del bar. La música llena los pequeños silencios.  Los acompañan dos arrugadas cajetillas de cigarro y tres cervezas. Las musas no están pero se sienten. Duelen. Se extrañan y dejan oír su voz en ellos. Aquel bar casi siempre es el escenario de la mayoría de sus conquistas y fracasos. Sus debates por lo general están llenos de crisis sentimentales, teorías, hipótesis y filosofía para tratar de entenderlas y no salir heridos en el intento.

Medio vaso y es suficiente. Uno de ellos se anima hablar primero. A expulsar sus demonios como si hablando de ella dejara ir su nombre en el próximo sorbo.

-Detesto a Yoko Ono. Los partidos de básquet. Las botas de cuero marrones. Las medias colas de cabello. Los cachitos de manjar blanco. Pero sobre todo escuchar Pedrito Suárez Vertiz, sin sentirme miserable, algo resentido y con furia. Me dice mientras le doy una bocanada a mí cigarro.

-No he podido sacármela de cabeza. Por increíble que parezca cuando más quieres olvidar a alguien parece ser que el destino busca la estúpida forma de recordártela.
-Te conozco, Perrito, y solo te he escuchado usar ese tonito un par de veces. Creo que ella te ha movido más que el piso para que estés así.

-No, nada. Es solo que….

-Quizá  es eso, que es demasiado  pronto, y aún no hayas asimilado  del todo, pero ¿qué fue exactamente lo qué sucedió?

-Creo que… Habían pasado exactamente casi tres semanas, desde la última vez que la vi. Era el primer día de clases. Horas antes de llegar practique frente al espejo diferentes tipos de entonación para decir: Hola. Pero que estúpido me veía, seguro. Llegué tarde a propósito, quería dar una apariencia de chico cool que no le importa los horarios y que crea sus propias reglas. Aunque detesto llegar tarde.

-Eso te pasa por ser puntual en un país en el que nadie lo es. Perdón. Sigue que más paso.

-Llegue y busqué una carpeta vacía donde sentarme. No había ninguna disponible. Solo quedaba una. Una muy cerca de ella, tanto que había calculado de un golpe de vista los 45 centímetros que nos separaban de forma diagonal. Ironías de la vida, estaba exactamente igual que la última vez que discutimos.

-No creo que lo haya hecho intencional. Es que tú a veces sueles atribuir mensajes subliminales a eventos sin trascendencia.

-Quizás, pero le di la espalda, saqué mi celular y me perdí en los mensajes de texto que ella me había mandado semanas atrás. La clase empezó lenta y aburrida. Ella me tocó la espalda dos veces y yo la ignore unas tres.

Fingía que no la había visto. Deseaba hablar con ella. Ella conmigo, pero regreso a la escena en este bar y me veo acercándome a ella. Nos separa un tumulto de gente. Tengo un chocolate Princesa entre las manos, el mismo que daba siempre cuando la sorprendía. Pero ella esta empalmada a un tipo que salía del escenario. Quizás era el sonidista. No lo sé. Pero no sé si irme, o quedarme parado. Mientras ambos se besan y mi chocolate se derrite en mi mano. Atino a meterme al medio, a empujar a aquel sujeto. Le digo que me ha empujado y que me ha metido un codazo. Sin embargo, él se disculpa y se aleja para evitar  cualquier pleito.

-Yo en tu lugar me hubiese quedado contemplando la escena. Esperando su reacción, luego me hubiese acercado a ella en silencio, la tomaba de la cintura. La llevaba a un costado y la hubiera besado de una forma distinta a otras veces. Luego, me hubiese ido. Pero claro, eso soy yo.

Prrrrr…  ¡MAESTRO! Dos cervezas más, por favor. Tú pagas las siguientes.

-Supongo pero debe ser por todo eso que no puedo acercarme a ella. Debe ser por eso que no puedo hablarle, no quiero hablarle aunque quiera.
-Insisto debiste estar seguro. Seguro de ti mismo. Llevártela a un costado, darle el mejor beso de su vida e irte.

-De hecho, pero ya que no lo hice, las semanas siguientes traté de evitarla. Otras veces ella me evitaba a mí. De vez en cuando mis ojos la buscaban y otras tantas ella fingía no verme. Me preguntaba constantemente quién rompería el hielo. Cuál de los dos se sentía más incómodo con lo que pasó.

-La culpa no es nadie. Es en parte de ambos. Tuya porque ya deberías tener cierta experiencia en estos casos. Ya no estás para esos trotes pues, cholo. Sino de que te ha servido la chica de verano, para practicar.

-Yo tengo una teoría uno debe enamorarse de una imposible, para que así las demás no duelan ni les des importancia. Eso me paso una vez con la pequeña publicista y ni más. Basto con eso y aprendí mi lección.

-Sí, de hecho y de ahí te he visto hacerla de ‘winner’. Aunque a veces yo, tenía ganas de acercarme a ella, separarla de sus amigas y besarla. Y a veces creía que ella deseaba al menos que volviésemos ser amigos. Pero se me venía la escena del bar y me iba en silencio.

-Déjate de orgullos tontos. La hubieses besado y punto. Si la chica le da importancia es que le importas. Sino que ellas juegan a estúpidos orgullos y sobre todo el que dirán, aunque en el fondo les gusta que les ruegues. Simplemente, para saber que más haces por ella.

-No sé, aunque casi un mes después mientras tomaba algunas fotos para una campaña publicitaria, ella se me acercó. Me preguntó cómo estaba y sí la cámara que tenía colgada en el cuello era mía. Además, estaba bastante ebria que aún manteniendo una cierta distancia de sus labios emanaba un dulce alcohol.

-¿Y? no te emocionaste, no te creo.

- No, no puedo decir que no me emocioné pero sabía que la algarabía era momentánea. Al día siguiente trate de saludarla y ella me ignoro. Todo había sido producto de excesivas copas que había tomado. Todo había sido un lapsus.

-No, no creo. Es que quizás estaba ansiosa por hablarte y arreglar las cosas contigo.

-Con las chicas nunca se sabe. Pero casi dos semanas después, me llamo a mi celular por la mañana. Hasta que por fin contestaste, me dijo. Que si podíamos vernos, que necesitaba hablar conmigo y toda esa mierda. Yo necesitaba verla.

Escogimos una vieja esquina en donde de cuando en cuando nos perdíamos en mis pequeños monólogos y su graciosa risa. Entre latas y cigarrillos.

-Era obvio, le importas o le importabas. Debiste jugar tus fichas, no echarte la culpa ni parecer tonto. Hubieras actuado con cierta normalidad e indiferencia. A las chicas les gusta que uno actué así.

-Lo sé, lo sé. Me es difícil recordar lo que me dijo con exactitud. Pero me dijo algo, como que no éramos nada, que simplemente salíamos. Que nunca le había dicho para formalizar ni nada de esas cosas. Pero claro, Lima debe ser la única ciudad el mundo, en la que sales con una chica por casi un mes, la llames contantemente, la veas con frecuencia, le dices cosas cursis al oído. Pero si no le caes son solo amigos.

No tuve como defenderme. Mis palabras solo me perjudicaban más. Quizá no debí decirle a su mejor amigo que yo salía con ella. Quizá no debí decirle que la besé. Pero lo hice. Lo hice. Lo hice porque me dolió. Además me dijo que había conocido un tipo y que las cosas le iban bien, que él no era como yo. Y luego todo se fue a la mierda.

-Lo del chico puede ser verdad. Las chicas siempre van estar rodeada de huevones como nosotros, la diferencia está en que tú actúes diferente a ellos, actúa siempre con normalidad. Pero no te digo que la trates como perrita, como te he visto tratar a la chica con la que salías en verano. Pero haz que ella se enamore de ti, y no viceversa pues, Perrito.

-Es que a ella no le molestó la escena de celos que le hice. Ni como reaccione ante aquel tipo. Es más creo que hasta le gustó. Lo que a ella le dolía es que le haya dicho lo que sucedió a su amigo, como a mí me dolió lo que me hizo ella. Ese fue la última vez que hablamos. La vez que le pedí un lapicero, una hoja y cómo se hace una flecha en Word no cuentan.

Los siguientes meses fueron un infierno. Siempre me quede con las ganas de hablar con ella. De conversar de nuevo, pero mi orgullo, su indiferencia y el temor. Sumando a los terceros que también salieron damnificados.

-Pero acaso no crees que ella no sabía que su ‘mejor amigo’ estaba enamorado de ella. De hecho pues, que se haya hecho la loca es distinto. Lo que te pasó con ella, es simplemente que le diste mucha importancia. Para la próxima actúa como que si no te importara. Cholo, a esta edad estamos para jugar, divertirnos, enamorarse es para los huevones y cojudos.

Salud.

-El último día de clases, ella llegó tarde y dejo su examen en blanco. Salió apurada tanto que no me dio tiempo de alcanzarla. Aunque, yo  termine segundos después. Pero mis pies se pegaron al piso, sabía que no debía ir tras de ella. Sabía que la había perdido. Que nos perdimos que nunca hubo nada. Que era mejor así. Y la vi salir por la puerta en silencio.


Mientras él termina su vaso, y yo le doy una bocanada al último cigarro le digo que no voltee porque su pasado acaba de pasar por aquella puerta. Él guarda silencio y yo empecé con mi historia.

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Esta historia en una canción





ATENCIÓN:
¿Quieres escribir con nosotros y eres mujer? Estamos en busca de una Pluma Femenina para que escriba con nosotrosSolo necesitamos que nos envíes un texto de dos hojas de extensión en Arial 11 donde cuentes una historia como la que acostumbrar a leer en este blog. Envíala a blog.choteadas@yahoo.com Te responderemos el 30 de setiembre, día en que termina la convocatoria.

Mándanos un mail aclarándonos estos requisitos:
-Buena redacción.
-Gustos por la lectura y el cine.
-Haber sido choteada o, lo mejor, haber choteado a alguien.
-Comprometerse a enviar un post mensual como mínimo.
Nada más

Habrá menciones honrosas. Gracias.

lunes, 22 de julio de 2013

Un verde señor

Por ellas se va con la policía a la felicidad
Martín Adán

Imagen por Cuba Gallery


– ¡Señor!, sírvase a bajar del auto en este momento.


–Qué pasa, jefe. Casi me revienta la luna.
–Cómo que qué pasa. Un vecino ha llamado a quejarse de lo que está haciendo.
–Jefe, qué dice, solo nos estamos abrazando.
–Lo he visto en una posición faltosa.
–Y eso cómo es.
–Usted estaba encima de la señorita, señor. ¡Deme sus documentos!
–Y a quién le voy a entregar mis documentos.
–Cómo dice.
–Usted cómo se llama.
–Baldomero Ingaruca, señor, Teniente Segundo.
–Está bien, tome.
–Carnet universitario no quiero. En ese sentido, deme brevete y DNI.
–Le doy mi brevete, pero que conste que no me agarró manejando el auto.
–Igual tengo que identificarlo, señor.
–Aquí tiene mi DNI.
– ¡A ver sus documentos de ella!
–Para qué quiere saber, el carro es mío.
–Quiero saber su identificación.
–Ella no ha hecho nada.
–Yo tengo mi derecho de preguntar, señor, soy policía. ¿Dónde vive la señorita?
– ¿Qué?, señor, esas preguntas no vienen al caso.
– ¡Vamos a ir a contarle a su madre lo que está haciendo!
-Así es, Tufino, ¡fíjese que es su cuero!
-¡Ah carambas!, y por qué no se la lleva a un telo.
-Oficial, hable bien.
-Mira, jovencito, los vamos a llevar a la comisaría para que declare y asunto arreglado.
-Así es, señor, maneje su auto y acompáñenos.
-Policía, no he hecho nada, deme mis documentos.
-¡Está en la vía pública haciendo cochinadas!
-¡Cuál vía pública, estoy dentro del auto!
-¡El auto está en la calle! y este no es horario para menores.
-(…). Usted sabe que no he hecho nada malo.
-¡Cómo que no! Ha estado en actos inmorales, de baja pasión con la señorita.
-Eran unos abrazitos, no me venga.
-Abrazito es lo que le vamos a contar a la mamá de la chica.
-¿Usted no abraza a las mujeres, mi teniente?
-A mí solo me abraza mi mujer y mi vecina.


-¿Tienes algún documento, Pajarito?
-No le daré nada.
-Sólo es para que se vayan.
-¿Qué van a hacer con mi documento?
-Lo van a chequear.
-Y para qué, no he hecho nada flagrante.
-¡Jovencita, voy a consultar su identidad a la base nomás!
-Sí, solo comprueba tu nombre y ya se van.
–Policía, yo no soy menor de edad por si acaso.
– ¿Qué dijo, señorita?
–Que dice que ya es mayor de edad.
–Eso no lo sabré hasta que me dé su documento.
–No sea chistoso, teniente.
–A propósito, ¿cómo se llama la señorita?
–Qué le importa. ¿Por qué tiene que preguntar eso?
–En ese sentido, síganos a la comisaría.


–Puta madre, los pendejos quieren plata.
–No les pagues nada. Y yo no les voy a dar mi DNI.
–Con tu número sólo llaman a la Reniec.
–Ni lo digas, no van a saber quién soy.
– ¡A VER, QUIÉN ES LA SEÑORITA!
– ¡No se pase, Oficial!, por qué alumbra a la cara. Quite su linterna.
– ¡Tengo que verla para verificar su foto en el sistema!


–Jefe, ya le traje el DNI, verifique su nombre.
–Y cómo se llama.
–Para qué le voy a decir, usted verifíquelo.
–No, jovencito, muy tarde. ¡Usted nos va a acompañar a hacer un atestado a la comisaría!
– ¿Quéee? No puedo.
–En ese sentido, usted debió haber pensado bien lo que hacía.
–Jefe, ya nos íbamos a ir.
–Si usted hubiera sido más caleta, la llevaba más adelante, al árbol, ahí nadie lo ve.
–Sí, la próxima, lo prometo.
–A nosotros nos ha llamado una vecina de por acá que los ha visto.
–Jefe, juro solemnemente...
–Averaver, pásese allá a hacer su juramento con el oficial.


– ¿Y usted a qué se dedica, jovencito?
–Yo soy p..., comunicador.
–Comunicador... Y no se comunica bien.
–JA JA JA.
–Le estoy explicando, jefe.
–Me refiero a su novia.
–Qué tiene ella.
–No se comunica bien con ella.
–Cómo sabe, jefe. Ella me dice lo mismo.
– ¡Porque si no se la hubiera llevado al hotel!
–No, oficial Tufino, no diga eso.
– ¿Acaso está aguja?, en mis tiempos era así...
–No llevamos saliendo ni una semana.
–Una semana, ¿y todavía no clava?
–Yo veo que ahí me voy a demorar seis meses, mi teniente.
–Cuando yo tenía veinte años, no le miento...
– ¿Cómo hacía usted?, aconséjeme.
–Salía del cuartel. Fin de semana. Y mi costilla me esperaba en la puerta del cine.
–No, oficial, es muy aburrido el cine, la verdad.
–Cómo que aburrido.
–Las películas de la cartelera son enlatados.
–Yo la llevaba al cine a las dos de la tarde. Tomaba un buen almuerzo y salíamos toda la tarde y a las 7 de la noche entrábamos a la discoteca.
– ¿A cuál discoteca, señor?
–Allá, una por Orrantia.
–Pero yo tengo carro pues, señor. Bueno, es de mi viejo.
–Pero sáquela a pasear.
–Con este frío la mato, jefe. Pero siga su historia, lo interrumpí. ¿A qué hotel la llevaba?
– ¡Naaada!
– ¿Entonces?
–En la discoteca nomás, de allí no la dejaba salir.
–Temo que así no son mis métodos, oficial Tufino.
–Oiga señor, una cosa es la táctica y otra muy distinta la estrategia.
–Jefe, sin querer ha citado a un poeta uruguayo que me gusta.
–Qué poetas, hombre, a las mujeres no les gusta el palabrerío. Quieren hechos y no huevadas. Quieren que los goles que metamos se los dediquemos a ellas. Las copas también. Usted me entiende. Todo es para ellas. Es el deshueve, amigo.
–De todas maneras, oficial. Yo siempre digo los versos al oído izquierdo y...
– ¡No me joda!, ¡voy a fusilar a todos los poetas antes del amanecer, carajo!
–Me cuadro, jefe.
–Siga lo que le digo si quiere tenerla con usted mañana más tarde.
– ¿Mañana? No, jefe. Ella se va a ir.
–A dónde.
–No sé. Ella me lo ha dicho. No está hecha para esta ciudad, este país.
–Déjese de excusas. Usted use la táctica para besarla hoy, pero la estrategia si la quiere besar mañana.
–Nunca mejor explicado, jefe.
–Y para qué la trae acá.
–Es un barrio tranquilo. Oficial, hemos estado diez minutos y ustedes han llegado.
–Aquí dice que usted vive en Pueblo Libre.
–Sí, por la Brasil.
–Y qué hace acá.
–Porque aquí vive mi chica, jefe.
– ¿Dónde?
–Aquí a la vuelta, en la Residencial.
–Pero allá tiene estacionamientos libres, por qué viene a otro barrio.
–Porque nos puede ver su hermano, oficial.
–Usted quiere pasar por agua tibia con la familia, señor.
–No lo había pensado, sólo nos gusta ir a lugares nuevos, jefe.
–Y por qué está con ella.
–Porque no estoy con otra.
–No se haga el gracioso que no da risa.
–Qué quiere que le diga, señor.
– ¿Es mayor de edad?
–Ella misma le ha dicho que sí.
–Y por qué está con ella.
– ¿Otra vez?
–Responda.
–Jefe, si la viera sonreír me entendería.
–Ah carajo, poeta me saliste.
–Unos toques, jefe.
–Bueno, cada loco con su tema. Ingaruca, ¿encuentra algo más?
–Parece que está limpio, oficial.
–Mire bien, policía, no tengo antecedentes, ni una sola papeleta.
–Por ahora.
–Ustedes no me pueden poner papeleta porque el carro ha estado parado.
–Igual nos va a tener que acompañar a la casa de la señorita, señor.
–A su mamá le voy a decir su hija ha estado... ¡montada en el joven!, ¡y chapando! y que me dé los documentos de la señorita.
–Oficial, no me venga pues.
– ¿Cómo dice?
–Si a usted le pasara, Dios no quiera, que un policía le diga que su hija estuvo con un tipo y...
–Ah, ni lo digas, ¡yo le parto las piernas al gaznápiro ese!
–Y ¿por qué quiere hacer eso con mi chica?
–Porque están en actos inmorales.
–La estaba abrazando, ya le dije.
–No sea cínico. Si no quiere, igual vamos a estar cuatro horas en la base para confirmar el nombre de la susodicha.
–Jefe, no tenemos su tiempo, la verdad.
–Vamos a la casa de ella entonces.
–No puedo colaborar de esa forma, jefes.
–En ese sentido, colaborará con el pollo.
–Qué pollo.
–A ver, se llama Javier, ¿no?
–Sí.
–Vamos a resolver esto, Javier.
–Dígame, jefe, a cuánto la porción.
–Usted dirá, amigo. Cáigase que somos varias bocas en la comica.
–Mire, ya le dije que estoy aguja. Si no, estaría en un telo.
–Váyase a 28 de julio, jovencito, por el Ministerio, hay unos baratazos.
–Desconozco, señor. Más bien vaya cobrándose…
– ¡Baje eso!, no me saque la billetera en la cara.
–Pero le voy a pagar.
–Tenga sangre en la cara, jovencito.
–Disculpe mi torpeza, oficial.
– ¡Oiga, a dónde va!
–A mi auto, saco el billete y se lo traigo.
–Quédese y sea discreto nomás.
–Cómo haríamos, jefe. Sólo tengo para una porción.
–Tome su carnet (ponga ahí el dinero).
–Qué inteligente, jefe.
–Mire, así uno no se hace problemas. Y seguimos nuestro camino, le decimos a la Base que no había nadie en el auto denunciado.
–Gracias, señores. Más bien, quisiera pedir la parte pierna.
– ¿De qué?
–De la pollada.
–Qué pollada.
–La que le he comprado. Y póngale doble de papa frita.
–Para qué, si ella no quiere papa, ella quiere su chorizo con harta mayonesa.
–Ja ja ja. Gracias por sus consejos, jefe.
–Le voy a decir algo antes que se vaya, la vecina de atrás es la que ha llamado. No vaya a voltear nomás.
–Claro que no.
–Bueno, vaya con cuidado que a veces roban por acá.
–Gracias, oficiales. Un gusto habernos hecho amigos.
–La Policía Nacional siempre está para proteger al ciudadano.


–Qué te dijo.
–Son unos malditos. Sabía que querían plata.
–Y cómo zafaste.
–Tuve que darles. Caballero.
– (Carita de sorpresa).
–Había leído que los policías vendían rifas que no existen.
–No me digas...
–Sí, pero pedirme para una pollada ya es el colmo.
–Mi abuelo decía que la coima es una institución en el Perú.
–Sí, pero nunca me había pasado esto.
– ¡A mí tampoco!
–He coimeado antes, pero no por tener el auto apagado.
–Te vieron la cara... Mi mamá me llamó.
–No jodas, ¿sabe que estás conmigo?
–Sí. Pero no sabe las circunstancias.
–Los únicos que la saben son los policías.
–Sabes lo que eso significa.
– ¿Qué?
–Que debemos desaparecerlos.
–Escribiré sobre ellos, así es como mato mis demonios. ¿Y qué dijo tu madre?
–Justo me advirtió que nos podía parar la policía.
–Dio en el clavo, mamá sabe mejor.
–Es que ella también ha sido joven. Y qué más te dijeron los policías.
–Me estuvieron dando consejos sobre ti.
–No te creo. ¿Como qué?
–Cosas tranquilas. Que vayamos al cine y a la discoteca luego.
–Ja, ja, ja, ja.
–Dijeron algunas obscenidades, la verdad.
–Me habrás defendido, supongo.
–Por supuesto. Felizmente, los precios habrán subido, pero la coima en el Perú sigue valiendo diez soles, Pajarito.



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Esta historia en una canción



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[ MANIFIESTO. HOY lunes 22 de julio a las 6 PM  // #TomaLaCalle // #22J // todos están "invitados" a luchar con su voz por una política decente, hecha de ideas Y NO DE REPARTIJAS, de conveniencias partidarias, de firmas bajo el tapete, de corrupción, de pura mierda. Que la Plaza San Martín sea testigo de nuestra indignación contra los congresistas/otorongos/lagartijas que NO REPRESENTAN A NADIE. 
No te duermas, alza tu VOZ. Que esta tarde ni los besos nos callen. ]

Difundir: La calle es nuestra. ¡Recuperemos el Congreso!


17 de julio, Plaza San Martín. Foto: Colectivo Dignidad.