lunes, 30 de abril de 2012

El malo soy yo

Imagen por Stink Pop

La fiesta había terminado. Igual que los excesos aquella noche oscura y sin estrellas. Éramos simplemente ella y yo deambulando por la ciudad con rumbo desconocido y sin querer alejarnos mucho. Luego nos besamos. Fue el beso más sobresaltado que me hayan dado. Era una carnaval de sensaciones. Labios mordidos, lenguas entrelazadas y manos extraviadas. Eran movimientos descordinados propios del alcohol y la noche.

Tres horas antes, estaba sentado en una banca en la terraza, fumando un cigarrillo casi en soledad de no haber sido por una parejita que, no se les ocurrio mejor lugar para darse besos acaramelados. Mientras yo,  golpeaba de forma consecutiva mi segundo cigarrillo y pensaba en cómo acabar aquella extraña relación que mantenia con la desconocida con nombre. Quizás la había dejado entrar mucho a mi mundo del que ella no  era parte y no quería que lo fuera. Era tan sólo otra chica confundída como las demás que conozco. O tal vez ella sólo era el producto de un corazón danmificado por tres chicas conflictivas y una hippie.

Había tratado toda la semana de escubillirme de su llamado, de su voz, de su presencia. Pero tenía que verla para terminar con todo esto. No es que no lo haya intentado. Lo hice. Lo intenté. No se pudo. Lo siento. Por otro lado, a ella la idea de etiquetarnos le desagradaba al principio. Amaba su tan ansiada libertad, libertad para poder salir con quien quiera, incluido su ex, su 'mejor amigo' y un tipo del que no me hablaba mucho. A los cuales había estado viendo al mismo tiempo que a mí.

Es verdad, no puedo negar que al principio, sentimental como siempre, me enamoré o creí estarlo. Sentí celos o algo parecido. Pero no me atrevía a decirle nada. No queria perder 'lo que teniamos'. Pero me cansé, me abrumé, me aburrí. No quería ser su novio a medio tiempo ni a tiempo completo. Era mejor decirte todo antes que algo pueda salir mal, antes de que alguien salga realmente lastimado. Estaba al otro lado, donde casi nunca había estado. ¿Cómo terminar algo que nunca ha empezado? Cómo, me decía. Cuando mi celular empezó a vibrar. Era ella, habiamos quedamos en vernos. Lo había olvidado.

La noche ya estaba un poco avanzada en la casa de mi viejo amigo Franco al quien los estudios, los trabajos y las novias habían distanciado parcialmente. Pero aquella noche no. No la noche de su cumpleaños. Dos vasos de pisco puro y contesté el telefono. Era ella del otro lado. Me preguntó cómo estaba, dijo que me extrañaba y que quería verme. Le dije que estaba en la casa de Franco celebrando su cumpleaños y que no pensaba moverme hasta que la fiesta termine. Le pedí que tomara nota y alguna referencia de como llegar sin insistir. 

Me consultó si podia llegar con Moises, el amigo de su ex convertido en el mejor amigo de ella; era un moreno poco agraciado, de pecho hundido y omóplatos sobresalientes, su cabeza era tan grande como la devoción por su amiga, a la que quiere como su hermana y le demuestra su cariño cocinando para ella "Saltado a la Chorrillana", ya que Moisés es chef y ha participado en Mistura. No puse objeción. Se despidió de mí, asegurando que en menos de veinte minutos llegaría.

Su llegada cambio el panorama de la fiesta. Era tedioso tener puesta su mirada fija en mí; con esos grandes ojos celándome, siguiéndome, cuidándome. Cada vez que podia me excusaba para perderme varios minutos en el baño. Al salir conversaba con conocidos que no veía hace mucho y tenia la firme intención de que así sea. Casi por promiso mi voz interior me reclamaba que regresara con ella, aunque otra parte de mí no lo deseaba.

Ahí estaba yo, sentando en una mesa con dos vasos medio vacios conversando con ella. Escuchándola. No era más que una chica llena de maquillaje, escote pronunciado y risas impostadas. Me tomé el vaso que tenia en la mano, y me serví otro para armarme de valor. Sabía que debía terminar con aquella situación pero no sabía cómo.

Debia ir de frente, sin preambulos ni anestesias. Creo sinceramente que no deberiamos seguir saliendo porque te falta esto, esto y lo otro. Pero no tuve el valor para hacerlo. Quizas debía ser amable con ella y decirle que no debería seguir perdiendo el tiempo conmigo: un chico idealista, inestable e inmaduro. En verdad los minutos pasaban y la tensión era sofocante.

Las dos botellas de Barceló estaban por terminarse. Franco me llamó sutilmente tocandome el hombro, me disculpé con ella. Me ofrecí como voluntario para ir a comprar unas botellas en la licoreria más próxima. Lo que me daría tiempo suficiente como para saber por dónde empezar y dejar de una vez por todas aquella extraña situcación. Para mi sorpresa, Moisés decidió acompañarme.

Es gracioso cómo me habló Moisés. Con ese extraño dejo entre colombiano e israeli. Me contaba acerca de su vida, su familia, los hijos que perdió y de sus negocios turbios: la cocina era pura fachada. Su presencia era extraña, no era mi amigo ni lo será. Espero que haga su pregunta, que dispare de una vez, que me diga por qué está aquí conmigo. Me pregunta por su amiga antes de llegar a la tienda. El silencio se hace más notorio que incomodo, él espera mi respuesta.

Él paga la cuenta, no le importa que me quede con el vuelto de las compras, sólo quiere que abandone a su amiga. Ella atraviesa una situación dificil. El divorcio de sus padres, la hospitalización de su abuelo, la inestabilidad de su casa. Ella necesita un hombre que pueda afrontar esa situación, que pueda sacarla adelante que luche con ella, que tenga algo serio. Camino seguro, decidido de mí mismo en cada paso que voy en silencio. Yo sé, es verdad, que está confundida que sale contigo y, con Tomas pero es tu deber pedirle que sea tu novia y que formalizen esto que tienen, sino te voy a pedir que te alejes de ella, que no lo hagas por ti sino por ella. No quisiera tener problemas contigo, concluyó.

Cuando le hablé fue para contarle acerca de Sartre, Poe y Kundera. Era mi manera de hablarle de las libertades individuales de las personas. De que cada quien es libre de sus actos, y que nosostros no estamos atados el uno del otro, allí se basaba nuestra complicidad. Era nuestra tonta manera de ver al amor y el enamoramiento sin estarlo. Por la expresión en su rostro pude ver que se habia perido cuando citaba alguna frase de Kundera. Caminamos el resto del camino en silencio hasta llegar a la fiesta.

Estoy sentado en una banca fumando con mi soledad, pensando en las palabras de Moises, y en ella. Hasta  que Santiago, el hermano menor de Franco, ha subio hasta la terreza con su prima. A tan solo dos metros de donde estoy yo, mirando a la gente bailando. A Santiago parece no parece importale que lo estoy mirando y  sigue besando a su prima, la sigue calentando allí abajito. Es tiempo de bajar al mundo y terminar con esto.

Ella me ha estado buscando por toda la casa. Sabe que hay algo distinto entre nosotros. La miro y nos sentamos en las escaleras entre la hermosa terraza y el salón de abajo. Soy un tipo lleno de dudas, conflictos y emociones. A veces tengo ganas de comerme al mundo, y otras tantas no quiero salir de mi cama e ir por él. Me gusta estar muchas veces solo y otras tantas no. Necesito mucho tiempo para mi mismo y por ello no sé sí pueda estar siempre ahí, contigo.

Su respuesta me dejo más consternado que su silencio. Lo sé, siempre lo supe. Por eso me gustas, por eso te quiero. Por haber tenido el valor de decirme esto. No importa cómo me quieras, o lo que sientes por mí. Lo importante es siempre el ahora, me dijo; y yo, no tengo palabras para decirte cómo me siento; y ella, no digas nada. También disfruto de tus silencios.

Moesis, la llamó dese la primera grada. Anda y ve con él, le dije, y ella, frunció el ceño asegurandome que quería quedarse hasta el final conmigo. Ella bajó las escaleras, habló algo con Moises que no llegué a escuchar y él se fue molesto, sólo me extendió la mano en señal de despedida.

Nos quedamos solos, le dije mirandola.Ella me regaló una extraña risa. Nos despedimos de la poca gente que quedaba aún la sala. ¡Lima es solo nuestra!, le dije iracundo y mermado de alcohol; y ella, Lima es nuestra como yo soy para ti. Caminamos hasta alejarnos de aquella casa.

Sin darme cuenta nos estabamos besando. Como sólo dos amantes que después de tiempo lo hacen. Luego susurró casi de puntas en mi oreja 'podemos hacerlo, no hay ningun problema'.Yo la miré a los ojos y sonreí, era la primera vez en varios meses que decía algo de tremenda magnitud.

Quizas no era el momento correcto; sin embargo, nuestros deseos vencieron los cuerpos. Sin amor pero con romance. Sin compromiso pero con ilusión. Yo libero mis miedos y ella juega con mis perversiones. Monta sobre mí, quería sentirme de verdad. Entramos al viaje de la muerte. Hasta que caímos exhaustos en la cama. Ella me dice te quiero, y yo, no le dijo nada.

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GANADORA DE PLUMAS INVITADAS 2012
Anunciamos que el premio Choteadas Awards 2012 ha sido ganado por Fabiana Cantilo por su texto llamado "Gritos / Silencio" (08). 
En segundo lugar quedó Wavis con su texto "Pérdida de tiempo", que logró (03) tres votos. Agradecemos a todos por participar, pronto revelaremos a la ganadora en una entrevista. Saludos.

domingo, 22 de abril de 2012

XV. Incidente en el Jafetti

Acercándose al final, con ustedes la penúltima entrega de la novelita.

Imagen por nigeljohnwade



Hechos-sin-fechar
No entiendo a las chicas que depositan en instantes su cariño. Son las que menos olvido, dijo Javier. A las que me hacen caso y les gusta lo que a mí, me aburren, continuó. Al lado de aquellas me siento complacido y engañado. En su destino los chicos sólo son amantes de paso. Por eso, aunque pueda perdonar sus arrebatos, me duele si me dejan. Yo no las quiero como amigas porque es insoportable no hacer nada, apostaría que esos supuestos mejores amigos son en realidad sus eternos chaperones que, a la antigua, planean besarlas cuando la oportunidad toque la puerta, sin saber que ellas se divierten con el cortejo más que con el cortejador.

Si quisiera que alguien me entretenga, pagaría una entrada al circo, seduciría amigas o alquilaría una puta. Pero Lucía no ha sido hecha para entretenerme, ella está aquí para destruirme, concluyó Javier y dio un sorbo a la cocacola personal de siempre. A su lado, Jorge lo escuchaba sentado en una banca del parque Osores.

“¿Y ella qué quiere contigo?”, preguntó Jorge. “Nada, la cagué hace tiempo, ella piensa que quiero jugar con ella”, respondió Javier y esbozó una sonrisa, un recuerdo cruzó el cielo en ese instante: Javier y Lucía en el micro rumbo a casa de ella. Javier la acompañaba al parque Kennedy y bajaba para tomar el mismo carro de vuelta a su casa en Jesús María. Kilómetros más allá bajaba Lucía. Ella siempre pagaba un sol, decía que bajaba en la avenida Arequipa pero no bajaba hasta llegar a Chorrillos. Ejercía poder sobre los cobradores.

Las cosas se habían quebrado para aquel tiempo. La suya era una relación clandestina no exenta de sentimientos, tanto Lucía como Javier no tenían interés en ventilarse juntos públicamente en fotos y publicaciones del virtuales, sólo caminaban por los parques oscuros de la ciudad, tomaban emoliente al paso o iban por las avenidas más grandes conversando. Así pasaron el tiempo sin darse cuenta que su amistad y complicidad florecía. Ninguno aguantó eso. Ahora Lucía, la más valiente de los dos, había tomado  la decisión de apartarse.

Podía conversar con Javier siempre que él guardara su distancia. Lucía no aguantaba ni los roces casuales y se lo hacía notar con gritillos y amenazas si lo volvía a hacer. Nunca lo miraba, siempre el rostro altivo y dirigido a un punto muerto de la ciudad. Jamás una risa prolongada, sólo una mueca rala cuando Javier lograba un chiste legendario, de los que antes, cuando todo estaba bien, nacían sin esfuerzo y por montones. Estas chicas que depositan en un instante su cariño no entran en vainas, reflexionó, con ellas no puedes equivocarte un solo milímetro.

Habían llegado al parque Kennedy y era hora de despedirse. “Un paradero más” parecía pedir la cara de imbécil que Javier ponía en estas despedidas de microbús. Lucía se quedaba callada y antes que Javier abandone el asiento, actuaba. Con un audaz movimiento, tomaba a Javier del cuello y lo besaba. Llenaba intensamente esos segundos que a Javier, que pedía un beso más, lo confundía.

Imagen por aNi, aNi, aNi

Lunes, 25 de octubre de 2010
Javier esperó a Lucía en el Octógono. Ella salía de clase, acordaron verse por mensajes de texto. Dieron las ocho en punto y Lucía apareció con Vanessa, Javier las vio a lo lejos, dudó en acercarse y mantuvo su posición. Ella fingió no verlo, abrió su casillero para cubrirse la cara y que él no la vea.

Javier se levantó y caminó hacia ella. Cada paso acrecentaba la duda: ¿lo hará de nuevo? Sucede que Lucía es una en persona y otra por teléfono. Específicamente con él es así de arisca, es su manera de vengarse, piensa él. No hace más que justificarla.

Ellas caminan y él las alcanza desde atrás. Sujeta con dos dedos la cintura de Lucía y la saluda. Ella voltea, le responde “ah, hola” sin detenerse. Detrás de sus cabellos, sus ojos delataban indiferencia. Vanessa también volteó, no comprendió lo que pasaba, ella y Javier sostuvieron dos segundos la mirada. Ellas siguieron caminando. Él puso su cara de bochorno, se sentía un fantasma a presión, Lucía le había demostrado que no existía y al parecer Vanessa, la amiga de sabiduría oriental, se había dado cuenta.

Javier arremete con Lucía. Le dice “voltea, Lucía, ¿hemos quedado en algo o no?”. Lucía no contesta, su silencio es impenetrable, más difícil que su perdón. No va a hablar, Javier lo comprende y deja de mirarla, en compensación vuelve a mirar a Vanessa. No los han presentado pero siente conocerla, él no cree que sea prejuicioso pero piensa que su aspecto de oficina la hace una chica predecible, una chica fashion de la que saltaba primero su perfume de golocidalove, el cabello castaño, ojos rasgados, un culo precioso, dos piernas fornidas y trabajadas en el gimnasio. Mientras Lucía es una retaca, pensó.

Las ve alejarse, deja de mirar a Vanessa y se concentra en el odio que siente por Lucía. Las ve caminar hacia la cafetería Central. Confundido por lo que acaba de pasar, Javier la llama por teléfono y quiere aclarar las cosas que no pudieron conversar. Ella le dice a Vanessa que la disculpe un momento, sale de la cafetería y contesta. Él la mira de lejos, detrás de un arbusto, como un francotirador que mide a su presa quiere ver su reacción cuando le dispare sus preguntas.

– ¡Qué coño te pasa, Lucía!
–Qué hice ––pregunta, sin inmutarse––.
– Lucía, ¿por qué me odias?
–Yo no te odio.
– ¿Y por qué no me hablas?
–No tengo nada para decirte.
–Pero habíamos quedado por teléfono que iba a verte y me ignoras con tu amiga. Ella se ganó todo el pase.
–Lo siento, no te vi.
–Lucía, si no quieres verme, sólo tienes que decírmelo y desapareceré.
–Es que no tengo nada que decirte, no siento nada por ti.

Javier no le cree. En el fondo, busca que Lucía confiese el daño que él mismo le hizo. Quiere escuchar esas palabras de su boca. Sentirá la culpa encima, pero ella será quien pierda más.

– ¿Y por qué me tratas así, entonces?
–Define: “así”.
–Con esa amiga tuya al costado…
–Se llama Vanessa y es una de mis mejores amigas. No la veo hace tiempo, quiero hablar con ella.
–Bueno, ella, Vanessa. Me has tratado pésimo a su lado. No me mirabas, hacías de cuenta que no estaba, caminabas nomás. Me quedaba atrás y a ti qué chucha. Te tuve que perseguir y la chica esta Vanessa, bueno, se daba cuenta, como Peter se dio cuenta que yo te perseguía en el mitin y me miraban como a una cucaracha, ¡pero a la mierda ellos! Me importaba llegar a ti y por eso te seguía. Pero carajos tú te pones en el mismo plan.
–Y la lógica te dice... Sorry, no quiero ser así pero ya es tarde. Tengo trabajo y ayer dormí tres horas.
–Y cuando me decías que me querías. ¿Era floro?
– ¿Cuándo te dije eso?
–Sí me lo decías. Entre broma y broma pero lo hacías.
–Ya te dije cómo pasó todo al comienzo. Simplemente estaba aburrida y bueno pasaron cosas como al comienzo, luego me empecé a encandilar contigo pero luego me llegaste. Así de simple fue.
–Pero no querías que nadie se entere.
–Ya ni me acuerdo. Del pasado no hablo.
– ¿Y con Vanessa no hablarás de mí, no?
–Eh, nooo.
– ¿Qué le has dicho de mí? ––pregunta, extrañamente preocupado––.
–Tantas cosas que hemos hablado.
–No sé si tú y Vanessa hablaban mal de mí, espero que no.
–En fin, ya ni siquiera importa, estoy ocupada. Tengo una exposición para mañana.
– ¡Putamadre, deja de huir así de todo!
–Como quieras, adiós.
–No, espera.

Lucía cortó la llamada. No entendía cómo ese huevón podía ser tan terco y ridículo. ¿Para qué me llama si ya fue todo?, se preguntaba Lucía. Él por su parte todavía pensaba que Lucía le pertenecía. Cada vez que una chica terminaba con él, demoraba en asimilar su nueva condición de soltero. Los primeros días de terminarlo él sigue creyéndose novio de la chica y con plena libertad para llamarla y proponer una salida. “Luego me acostumbraba poco a poco”, contó en el parque Osores.

–El manipulador que llevas dentro puede más que tú ––advirtió Jorge, desde otro tiempo, en el Parque Osores––.

Imagen por ashleigh290

Sábado, 30 de octubre de 2010
Cuantas veces Javier tomó el auto y manejó sin destino. Lo hacía por el puro gusto de conducir, de subirse a la maquina y desabrocharse los cinturones mayores del sonido y tentar la muerte. Con las ventanas cerradas, sintonizaba Oxígeno o Radio Mágica, dependía del ánimo. Elegía un malecón y estacionaba un rato para abrigar sus pensamientos con la bruma delictuosa del litoral.

You can´t do that lo sorprendió en el cambio de luces de la avenida Diagonal, en Miraflores. Pisó quinta a fondo y abrió las cuatro ventanas del automático. Una canción de los Beatles, según había medido los tiempos pacientemente durante varios días, era una alegría que orbitaba a razón de una vez por hora en Radio Mágica, de preferencia el primer cuarto de hora de cada hora. Abría las ventanas y compartía la música con el pueblo mientras el viento poseía al auto y lo hacía flotar como las notas en la partitura gigante de la pista.

La canción duró hasta el faro de Miraflores. Javier bajó a humedecer los pulmones, una niebla espesa cubría el malecón como un presagio de esa noche donde todo acabaría. Caminó por el malecón, que es para él un destapa mentes, un lugar donde fácilmente queda expuesto al rigor del vacío, que muestra la inmensidad que nunca podrá recorrer, lo pequeños que somos. Es el abismo que visita antes de escribir. Las personas sentadas en los jardines hablaban de las estrellas y del fin del mundo ¿La llamo o no la llamo?, debatía dentro de sí mismo. Revoleó su celular y salió el nombre de Lucía. Es sábado, qué estarás haciendo, preguntaba imaginariamente a su celular, como si él tuviera la respuesta.

Era noche de chicas, las llamadas iban y venían, las amigas tenían que coordinar y Lucía estaba más preocupada por el rímel, el rubor y por rizarse las pestañas antes que algún terremoto en Chile o la declaración de la bancarrota en Grecia, cuando entró una llamada en estado anónimo. Ella tiene por política no contestar a desconocidos, pensó que eran otra vez las Meras para preguntarle la dirección de la fiesta y contestó presurosa.

– ¡Aló, Vanessa!, ¿ya llegaste al Jafetti? ––se delató Lucía––.
–No soy Vanessa ––dijo Javier. Lucía supo que la había cagado––.
–Ah, qué quieres ––dijo inmediatamente––.
– ¿Puedo ir al Jafetti? ––preguntó––.
–No.
–Ya estoy ahí.
– ¡Haz lo que quieras! ––contestó Lucía––. No vas a entrar, seguro estás misio.
–No. Sólo conversamos un rato y te dejo en paz, lo prometo.
–Me estás acosando, ¿no te das cuenta?
– ¿Me crees que iré entonces?
–No sé, estás en drogas.
–Estoy en ti.

Lucía colgó. Ahora faltaba saber lo más importante: dónde mierda quedaba el Jafetti. Iba a ir con Vanessa, la china predecible, lo más seguro es que no se alejaran mucho de Miraflores o Barranco, ese era su radio de acción. Y como preguntando se llega a Cantuarias, llamó a su mejor amiga, una periodista que escribía para Dow Jones, una agencia de noticias económicas para el extranjero, y cobraba en euros. Se daba siempre sus gustos caros y el Jafetti debía ser pan comido para ella. En el fondo, Javier quería morderla un rato. Entendía que todavía no era tiempo, le habló con el cariño de siempre, cuando Javier le decía a Lucía que quería salir con otras chicas una de ellas era la periodista económica, quedaron en verse en la universidad, hablaron un rato más y luego le preguntó por el famoso restaurante. “¡En las Cantuarias, pues huevón!”, dijo la periodista. El lenguaje coprolálico que utilizaba la periodista económica le confería bella terrenalidad que debía ser resuelta alguna vez con unas buenas puteadas en la cama.

Subió por Pardo a toda prisa, llegó a Paseo de la República y volteó. Cuadras más allá, entró a la famosa calle Cantuarias. Lo árboles y la sombra silenciosa no advertía las fiestas que allí se gestaban. Buscó y buscó, en la cuadra dos, “cuánto lugar ficho, carajo”, dijo Javier. Encontró el restaurante del famoso cocinero peruano que tanto odiaba por ser tan adulón con el presidente gordinflón. Se rumorea que la panza presidencial provenía de los banquetes que el cocinero de marras le preparaba. Al costado, bien plantado en la esquina, estaba el famoso Jafetti. Las paredes rojas cubrían las luces azules de neón de dentro. Se escuchaba música electrónica todavía. Él pasó lentamente, volteó la esquina a la derecha y entró al pasaje Tello, una calle sin salida. Cuadró el carro al fondo. Era sin duda el lugar más tenebroso de Miraflores, una mirada al más allá.

Bajó y caminó sigilosamente hasta la esquina del Jafetti cuidándose que Lucía no lo vea llegar. Se percata que la entrada es con lista, le parece raro que Lucía ahora acuda a lugares exclusivos. Desde que practica en Indecopi está más consumista. Pensó que Lucía y Vanessa no vendrían solas, alguien más las invitó. Un jabalí era el cerrojo de la puerta. Los mercachifles están cerca y en la esquina del frente. Javier hace la finta que está hablando por celular y sucede lo inesperado: su suerte lo encuentra.

Un argentino sale borracho con su esposa del restaurante del cocinero mundialmente famoso. Ella vestía unas perlas en el cuello dignas de una princesa gaucha y él puteaba a todos en la calle con la camisa afuera. “¡Peruanos del orto, mi abuela cocina mejor!”, gritó primero. Estaba molesto, al parecer no le gustó la comida. El de la seguridad trató de callarlo con serenidad. Todos miraban, la esposa subió al auto para evitar el papelón. El argentino sacó la verga al aire y siguió gritando: ““Me re-sarpo en la comida peruana, ¡me chupan la pija todos!”, y comenzó a mear.

El escándalo era mayúsculo. La seguridad del Jafetti tuvo que ayudar para controlarlo. El argentino amagó las tumbadas con elasticidad maradoniana. Se llevó a uno, a dos, pero el tercero, el jabalí del Jafetti, lo parchó al suelo. “¡Soltame, negro quita hipo!”, atinó a decir el argentino. Era el momento de entrar, reaccionó Javier, luego de admirar la violenta elegancia del porteño para insultar. “¡Perucho la recalcada concha bien regarchada de tu madre, cabeza de poronga, hijo de tres yeguas bien cogidas por un camión de porongas!”, fue lo último que escuchó.

En tres pasos estaba adentro, el ambiente era otro. El volumen de la música independizaba al Jafetti de las inmundicias de Miraflores, que eran menores confrontadas con las cochinadas que ahora le tocaría escuchar. Caminó buscando a Lucía, eran varios ambientes, cada uno decorado con la luz azul, los clientes tenían pinta de banqueros, por allí vio que algunos se metían coca con sus tarjetas. Eligió ir a la barra para pedirse la cerveza más barata y pasar el tiempo.

Desde allí logró ver a Lucía en un grupo de amigas de fachas provocadoras junto a unos tipos en camisa, con pinta de salir recién del trabajo. Todos reían y brindaban, alzaban los vasos y se hacían señas, uno de ellos quiso demostrar su felicidad a Lucía con un beso en la mejilla. Fue suficiente para Javier, abandonó su silla y caminó decidido a liarse a golpes con el tipo de camisa remangada. Cuando estuvo cerca se percató que las chicas se divertían con aquel peculiar juego de confesiones llamado “Yo nunca”.

¡Yo nunca lo hice drogada! ¡Yo nunca me tiré a mi amiga! ¡Yo nunca follé en un baño público! ¡Yo nunca caché en la cama de mis viejos! ¡Yo nunca salí con el mejor amigo de mi ex! ¡Yo nunca hablé mal del chico que me choteó! ¡Yo nunca pasé la noche en un hotel y le dije a mis viejos que me quedaba en la casa de una amiga! ¡Yo nunca dije que era virgen sin serlo! ¡Yo nunca besé a un chico después de haberle hecho un oral a otro! ¡Yo nunca me masturbé escuchando los Beatles! ¡Yo nunca o casi nunca me comí secretarias!, decían y chupaban todos.

Javier ahora sí interrumpiría, la música lo invisibilizó, Lucía no lo vio, seguía en brazos del gandul descamisado al que Javier quería moler a patadas si no fuera porque una chica le clavó las uñas al brazo y lo empujó contra la pared. Una copa de Martini jugueteaba en sus dedos. Javier contuvo la respiración, abrió bien los ojos, la oscuridad revelaba poco a poco el nombre de la misteriosa mujer de ojos felinos. Era Vanessa, cuyos labios carnosos eran las puertas abiertas de los siete infiernos y su altivo rostro morado una invitación a pasar.

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Esta historia en una canción

lunes, 16 de abril de 2012

Mi chica del Facebook

Imagen por Amanda Michelle
Podría ser cierto. Era tan linda de los pies al alma, como leí alguna vez en un poema de Benedetti. Eran tiempos confusos, de cabeza gacha, manos en los bolsillos y mirada pérfida. Aún pensaba en otra. La única chica que de vez en cuando deambulada por mis recuerdos y me dejaba nostalgias. Por mucho tiempo no hubo alguien que cubra mis expectativas. Pero llegó ella.

Diez latas de cerveza giran por mi cabeza, me siento el protagonista  de aquella canción ochentera 'Cuando la cama me da vueltas'. Prendo la televisión para llenar el molesto silencio, silencio de un domingo de resaca. Reviso mi laptop nadie me escribe. Duermo. Son las dos de la tarde, y la bulla de un nuevo gol del Barcelona me despierta, es Messi otra vez marcando su primer hat trick de la temporada.

Tomo todo el agua que puedo. Hoy no saldré de casa, me digo. Reviso mis correos, mi Twitter y hasta ese momento tedioso Facebook. De repente un pequeño letrero rojo salta a la derecha de mi monitor. Mafer te ha enviado una solicitud de amistad. ¿Aceptar? O ¿Rechazar? Tras una rápida revisión me percaté que teníamos más de tres amigos en compun pero con los cuales no hablo nunca. Nació en el 91, eso quiere decir que tiene tres años menos que yo. Estudios universitarios en Ciencias de la Comunicación. Cita favorita, una de Oscar Wilde. Qué interesante. Tiene un blog, enrevesado con una escritura moderna, tierna, furiosa, descontrolada y algunas veces redundante. Estado civil: soltera.

Luego navegué entre sus centenares de fotos. Fotos blanco y negro, sepia y a colores. Me quedé varios segundos viendo su foto de perfil. Una en blanco y negro, cigarrillo en la boca, mano izquierda sosteniendo su largo cabello albo. Con el fondo oscuro. Y es que cada foto transmitía una cierta emoción llena de vida y de pasado.

¿Parejas? Un tipo trigueño, confianzudo y de mal tino para vestir, su ex novio seguro. Un señor entrado en años dándole un gran beso en la mejilla. De seguro es su papá o algún tío. Un gordito querendón ajustándola de la cintura, pero sin demasiada emoción, seguro su mejor amigo. Parecía soltera.

No lo había notado pero estaba ahí en línea. ¿Le escribo? Sí, pero qué. ¿Y si comienzo con un hola, qué tal tu fin de semana? Obvio que no recordarías a una chica así. Seré yo, al diablo. Así que fiel a mi estilo escribí cualquier estupidez.

–Hola, ¿tú también estudias en la San Martín?

Varios minutos después.

–Hola, lo siento, se me colgó la laptop. Ahora sí, ¿qué decías?

–Nada, si no como que me percaté que tenemos un par de amigos en común, pensé que tú también estudiabas ahí, pero me acabo de percatar que no.

– ¿Así, quienes?

–Bueno, este… Melissa, Adrián, Renato, Sandra.

–Uhmmm, no sé, tu rostro se me hace cencido. Espérate, tú, tú, ¿tienes un hermano?

–Sí, ¿por?

–Yo lo conozco. ¿Tú estudiaste en el mismo colegio que él?

–Sí, toda la secundaria. Qué raro nunca te vi.

–Eso debe ser porque no acabé ahí, me fui a otro cole. Pero qué pequeño puede ser el mundo, ¿no?

–Sí, bastante supongo, ¿entonces vivías por aquí?

–Sí, bueno, vivía. Hace una semana me mudé, ahora vivo en San Borja.

–¿Cómo es posible que viviendo tan cerca no te haya visto?

–Sí, qué rarazo, ¿no?

–Quizás sí, o tal vez sí. Fácil sí, pero no nos hemos dado cuenta.

Hablamos casi toda la tarde hasta bien entrada la noche. Tocamos los temas más trascendentes como los más bobos. Ella era divertida, espontánea, graciosa y malintencionada. En ese instante comprobé que aun hay chicas que pueden interesarme, pero ¿yo le interesaré a ella? Aceptémoslo, no era el tipo más inteligente del mundo, pero tampoco el más tonto, había leído libros como La insoportable levedad del ser y El amor en los tiempos del cólera, ambos hablan sobre mujeres, ¿no? De acuerdo, sólo bromeo. Pero siempre suelo ser muy torpe con las mujeres y otras demasiado “tierno”, como dicen muchas. Más cercano del “amiguis” que del galán. Aunque tengo mis momentos. Soy bobo para las intelectuales y bohemio para las chicas chick. Soy un genio para las tontas y un yuppie para las hippies.

Durante las siguientes dos semanas y tres días esperé encontrarla en línea. Si tenía suerte iniciaba la conversación con algo anecdótico, gracioso o interesante. Sin embargo, de vez en cuando le dejaba de hablar para no mostrar demasiado interés. Y es que la experiencia me ha enseñado que la mayoría de chicas no quieren un chico diferente, sino un indiferente. Yo jugaba mi juego y ella el suyo. Sólo tenía que mostrar un mínimo de interés por mí, para no perder mi tiempo. Nunca la invité a salir, aunque una vez quedamos en encontrarnos pero ninguno de los dos confirmo nada.

Son las siete de la noche y camino por el parque Kennedy de Miraflores. Luego de casi tres semanas conoceré a la chica del Facebook. Ella ha propuesto encontrarnos y tomarnos un café. Estoy algo nervioso y emocionado. Ella ha llegado antes que yo, diez minutos para ser exactos. Está parada de espaldas jugando con un gato de esos que pululan el grass del parque. Vaya sí que es linda, pero no es tan alta como pensé. Parece ser sencilla pero no lo es.

La saludo y me regala una enorme sonrisa. Desde que nos encontramos ella no ha dejado de hablar, hablar de su hermana, hermano, clases, profesores y compañeros. La miro con atención aunque no la escucho. Quizás habla demasiado porque está nerviosa, igual que yo o tiene miedo al incómodo silencio que puede haber entre dos extraños que recién se conocen, dos extraños que son amigos por la red.

Caminos por andar. Fumando unos cuantos cigarrillos, hablando de casi nada. Reservando lo peor de nosotros y coqueteando sutilmente entre sí. Nos sentamos en medio del Olivar. Riéndonos, mirándonos bajo la enorme luna coqueta que nos embriaga. Mientras ella habla yo la miro con sutileza, no sé muy bien lo que está hablando pero no puedo dejar de mirarla, de querer besarla, me pregunto si ella pienso lo mismo. Hasta que tengo el valor suficiente de hacerlo y lo hago, la beso y ella a mí. Como si ella también hubiese esperado ese momento toda la noche.

Mi deseo se enredó con el suyo. Mis besos eran más intensos y llenos de lujuria y pasiones escondidas. Éramos dos extraños, dos amantes, dos enamorados. La noche nos cubría y el Olivar nos ocultaba. Mis manos viajaban constante al sur y norte de su cuerpo, mientras ella no ponía resistencia y parecía disfrutarlo tanto como yo. Pero su celular interrumpió la partida, era su ex novio al teléfono, con el cual no había terminado del todo. Después de varios minutos de silencio le pregunté ¿y qué es todo esto? Y ella me respondió, con una risa, tan solo es el verano.

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Para quienes reclamaban videos nuestros, el viernes fuimos a un concierto de Los Mojarras en San Marcos. Estuve en primera fila y Reiner me grabó bailando y resistiendo el pogo (presten atención a sus dedos jeropas), a la vez que cuidaba las mochilas. También estuvo La Nueva Invasión, banda que recomiendo. Espero que comenten el video.

domingo, 8 de abril de 2012

Te hubieras visto

Imagen por ylana.hunt

Figúrate que el martes, después de haberte aburrido con mi visita sorpresa, encontré, al volver a casa, el atardecer que mirabas desde tu ventana. Me acompañó un rato, y como todo lo fugaz, desapareció. Después sobrevino la noche y otra vez éramos tú y yo caminando cada uno por su lado en un tiempo imaginario.

Te hubieras visto, dulce como indiferente, luminosos tus dominios cercados por tus pasos distraídos que tiñen de belleza tu distancia natural. Un chorro de pileta desenfocaba el encuadre verdinoso de tus pasos. Soy ciego en el detalle y los rostros, pero experto en distancias y siluetas. Y ver un esbozo de ti a lo lejos, viejos ensueños, grácil recuerdo que no se borra, hizo que apure el paso para que no escaparas.

Extrañamente, si no nos cruzamos los lunes, nos vemos los martes. Estamos vetados los demás días. "Si los horarios no se cruzan, no se cruzan", tú dices. Apenas cruzamos palabras, nerviosos, te miro un poco, quizá mi deseo egoísta es que suspendan tu clase y conversemos en los pastizales, con la cómoda excusa de esperar a tu amiga Magdalena.

Que todo sea casualidad y nadie busque a nadie, solos nos encontramos, como te dije una noche en el Parque de las Leyendas.

Husmeaste por la ventanilla del laboratorio de computadoras para ver si estaba libre como efectivamente decía el letrero que estaba. Pensaba que ya conocías los usos y costumbres de la facultad, todo indicaba que no mucho. Era el tiempo muerto de tus martes; esperabas que Magda saliera del gimnasio de la universidad, donde lleva dos semanas de consistentes resultados para sus brazos, específicamente los bíceps, que ahora luce con orgullo pelirrojo.

Mi aterrizaje causó en ti un sustillo, sentí el chispazo de tus hombros de sabor vainilla. Tu asombro fue tan natural que parecía practicado incansables veces con los avezados que, me entero a veces, te quieren besar.

Qué novedades, me pedías. Mis novedades desaparecen inmediatamente si me las pides, no sé, me hago un manojo de nervios y recuerdo detalles intrascendentes de mi vida de por sí aburrida. Tú me sorprendes primero, me cuentas del extraño dolor de rodilla del que hablas poco para decir demasiado.

Conversamos un poco de ello y siento que debo cambiar de tema. Te pedí, casi obligué, que me acompañes a buscar los salones de estudio. Debía presentar un artículo a las dos de la tarde, me quedaban cuatro horas y no había escrito nada. Era sobre el conflicto del Vaticano con la universidad, esos esbirros eclesiásticos quieren invadirla.

Me acompañaste a buscar esos salones. Creo que en tu carrera, la Publicidad, no te piden muchas lecturas (disculpa el prejuicio); sin embargo, espero que te sirva el dato de las salas para leer, estudiar, dormir y pensar. Mi intención era que ese elefante blanco que es la facultad fuera para ti menos inhóspita de lo que a primera vista parece: un Titanic de cemento anclado al jardín.

Sólo que todavía no publican la lista de salones. Era la segunda semana de clases y no estaba la lista de los condenados salones libres. Maldije al decano. Volvimos, caminamos a lo largo de la sombra y llegamos al sol que ardió molesto cuando nos vio pisarlo de vuelta. Pisar el sol a tu lado y volver inmediatamente al fresco fue la rendición que disfrutamos.

Te sentaste cerca de las hierbas, allí donde toda la facultad pasa apurada sin mirarnos, me sentía reconfortado en las perlas de tus ojos y deslizado en la viva montura granate de tus antiparras. Esas lunas gigantes reflejan mi cara, escudan tus ojos, tan negros y limpios que los miro más de lo permitido. Te hubieras visto, ¿la luz del sol aprendió a rebotar en las sombras o tú te iluminabas sola?

Y qué novedades, volviste a preguntar. Te conté que de venida en el micro un aprendiz de "choro" me quiso robar el celular y terminé dándole consejos, dos soles para su pasaje y un par de chistes de callejón. También me pediste que te cuente el lío de la Iglesia y la universidad, que el buen periodista informado que soy no supo clarificar. La Católica se apoya en la autonomía dictada en la ley peruana; el Vaticano se apoya en el concordato firmado en 1980. Entre el funesto Cardenal y el convenido Rector, ninguno tiene la razón, sólo los abogados la tienen.

Te pregunté qué harías por el feriado largo. Sólo hablamos de la fiesta del miércoles en Barranco, no había nada más que aclarar. Como no tienes que explicarme si sales con un chico o si otro te escribe desde lejos, si ya se han visto, por qué aquel te llena la biografía del Facebook o si por todo eso te odio secretamente y me engaño barnizándote con palabras celestes. Me importan esos minutos que paso contigo y te siento mirar como yo te miro, y ausculto en tus ojos, uno por vez. Es imposible mirar a los dos ojos e intercalo, aprecio e intercalo, uno a uno. Cada farol tuyo queda marcado que todavía lo recuerdo mirándome lejano tras las S escondidas de este texto.

De repente, escucho un redoble de tambores y un sonido marcial, son las botas de Magda que se acerca. Tenemos que despedirnos. Yo me voy a escribir y te escribo esto, tú te vas a caminar sin pensar en mí.

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Esta historia en una canción