sábado, 29 de mayo de 2010

Recuerdos de un otoño




Te recuerdo como eras el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Pablo Neruda.

A veces suelo creer en el destino, otras tantas en la casualidad; no obstante, estaba seguro de volvernos a encontrar, Malena. No sabía como, ni cuando, simplemente lo presentía y eso bastaba. Fue un Miércoles por la tarde, aun no terminaba mi trabajo de “Teoría de la comunicación”, cuando irrumpiste en la ventana del Messenger, con un Nick tonto: “Boina Gris”, me dejo algo intrigado, lo busque por google, para tratar de encontrar algún significado; era sin lugar a dudas, un poema de Neruda, aun no conocía tu fascinación por él, Octavio paz, Benedetti, Bueza, entre tantos. Solo eras una chica distante y dolorosa, con la que Salí algún tiempo, tan lejana y sencilla, en un mundo aparte, y tan cercana en el mundo de la red. Mi orgullo quebrantado me impedía hablarte; sin embargo; todo mi ser me subyugaba a saludarte, pero mi ultra ego pudo mas, y no lo hice.

Al otro lado del monitor estas tu, deprimida, desconsolada, necesitando un abrazo, un balazo, un amigo, alguien con quien hablar, que te escuche, y que no busque tus labios a cambio. Hasta el día de hoy, no sé si fui tu segundo plato, tu mejor elección, peor elección, o el único que estaba disponible.

Escribiste un hola, con una carita feliz, que disfrazaba tu tristeza, melancolía.

-¿Qué haces?
-Terminando un trabajo de “Teoría de la comunicación.”
-¿Que planes para mas tarde?
-Ver Tele y dormir.
-jajaja, que aburrido, ¿Quieres ir a dar un vuelta?
-Seria genial, vamos por unas hamburguesas y unas latas.
- No, mejor tomemos un café y unos cigarrillos.
- Ya chévere, ¿A que hora?
-A las 7 pm, okas.
-Pero, ¿Y Mauricio?
-Terminamos, ¿Salimos o no?
-Esta bien, a las 7pm, ¿En el cruce de las avenidas cerca de tu casa no?
-Si, me parece bien.
-Ya, okas te dejo, voy a terminar mi trabajo.

Me desconecté, traté de parecer relajado, no se, si lo notaste, quizás algo sobreactuado. No iba a terminar mi trabajo, mire mi reloj y salta a la ducha; una vez en el baño entré en el clásico dilema existencial dejarme la frondosa barba, de la cual era presa o de dejarla liza. Decidí, borrarlo del todo, escogí una de la camisa nueva que había comprado, unos jeans, y esperaba impaciente, que el reloj avance para ir a verte.

En cambio tu, no tenias prisa, mirabas en el Messenger, otras opciones, para cancelarme con un: “ya, es tarde. La dejamos para otra ocasión”, pero parecía ser, que nadie estaba disponible, fuiste al baño, te lavaste la cara, cogiste tu maleta, volviste a mirarte al espejo, Exclamaste : “ Ya vuelvo, madre, voy a la U.”

Llegue siete minutos antes, suelo ser puntal, y los demás casi nunca los son conmigo; los minutos avanzaban y no venias, cuando mire el reloj habían pasado diez minutos, temí que me hubieras dejado plantado.

Me viste parado en esquina dando vueltas, mirando mi reloj, reíste, sabias que llevaba minutos esperando, aun así caminabas lento, mientras te arrepentías de haberme citado, cuando una parte quería verme, me viste caminando, como abandonando el lugar, y entonces te vi.

Al verla, me encontraba nervioso, la miraba, y no era ella, lucía unas corrientes sandalias negras, unos jeans del mismo color, y una polera gris para hacer contraste, tenias el cabello mas negro que la noche, recogido y algo sucio, sabias que no estabas presentable, pero no te importaba. Estábamos los dos juntos parados en una esquina, mudos, atónitos, sin nada que decir.

Rompí la tención diciendo “pensé que no vendrías”; me miraste y dijiste “Siempre llego tarde, siempre”. Caminamos, a paso lento. Caminamos por caminar, no sabíamos a donde íbamos, parecía ser inercia de nuestros cuerpos; compre tus cigarrillos preferidos, una Coca – Cola y te pregunte si deseabas algo: “Un agua mineral esta bien”- pronunciaste.

Caminamos, mientras me contabas lo furiosa que estabas con tu madre, no la soportabas mas, habías discutido con ella, aunque te sentías mal por eso. Nunca me contaste el porque; quizás fue por la noche que llegaste ebria a casa, tus constantes tardanzas, o por eso chupetón en el cuello que no pudiste explicar.

Yo te hable de mis proyectos a futuro, las miles de aventuras del verano que había terminado, de las fiestas en las playas del sur, de mis amigos, de mis ex novias, y sobre todo de Blue. Ninguna de mis historias parecía sorprenderte te parecían cotidianas; mi vida en conclusión, te parecía el remedo de la vida de un chico californiano.

Por extraño que nos parecía, de alguna forma seguimos saliendo, pero no como las primeras veces, había algo extraño, que nos conectaba. Causabas unas nuevas y extrañas sensaciones en mí. Los Jueves de pronto, empezaron a ser días oficiales de caminatas sin sentido, cigarrillos y unos cuantos cafés. Cierto día, me hablaste de Julio, tu mejor amigo gay, y el único hombre en que confiabas, nos sentamos en un parque, que me gusta creer que descubrimos juntos y cada vez que paso por ahí, aun me recuerda a ti.

Había días que yo no podía dejar de hablar, y tu querías caminar en silencio, otras no me dejabas hablar, y a veces hablabas y yo no te escuchaba, porque cada vez que te oía, me sentía decepcionado, no comprendía como una chica tan linda como tu, había “experimentado todo” en su precoz adolescencia, que estaba terminando.

Me contaste acerca de Úrsula, tu mejor amiga, a la cual apreciabas mucho, y que una cierta tarde-noche, besaste bajo la influencia de algunos estupefacientes, y podrías haber llegado a algo mas, si no fuera, por tu amigo incondicional Julio, me hablaste de Marco, tu primer gran amor, quien había terminado contigo y te había dejado destrozada, de Mauricio tu ultimo novio, y de los cuatros chicos que besaste en una noche.

A pesar de todo Malena, tenias algo que no podía explicar, una tarde Otoño, sentados un parque después de haber escuchado tus cientos de alocadas historias, me costo cerca de un mes y medio,lo que a otros chicos les tomo menos de una noche,mientras mirabamos una tarde anaranjada el mar, me arme de valor, y pude besarte, me besaste, te mire, y reiste nerviosa,despues hice un comentario, acerca de tu cabello, y dejamos el tiempo pasar.
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Fotografía de archivo.
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Esta historia en una canción.


sábado, 22 de mayo de 2010

Para terminar una batalla



Para: Lucía
Asunto: Silencio
Fecha: 14/04/2010  09:41 PM

MI ESTIMADA,

parece que nunca me vas a explicar porqué dejaste de hablarme repentinamente. No es justo. No entiendo cómo paso a tu lado y me da vergüenza mirarte a la cara, darte los ojos y decirte “hola Lucía”, aunque sepa que seguramente ni me mirarás y seguirás de largo o, si algo dices, será un inapelable PIÉRDETE, IMBÉCIL, ensalzado por tu labia poderosa.

Siento que hice mal. En serio, o de repente has hecho que me sienta mal sin ninguna razón. Sabes que eres más fuerte que yo y te aprovechas de eso. Sabes que yo siempre estaré detrás de ti porque fuiste, a pesar de todos tus desplantes, y tu gusto por la cumbia villera, una buena amiga y confidente.

Me escuchaste todas esas noches que te contaba de ya-sabes-quién. Y te escuché o te leí por Messenger cuando me contabas de ya-sabes-quién.

No te va a interesar pero este verano estuve relativamente feliz porque por fin mi chica de Letras me dijo que me quería. Lástima que no prosperó, ahora eso está en stand-by (prometo no volver a usar el inglés que tanto te harta en mí). A veces me da miedo invitarla a salir, hace unas semanas lo hice y nunca apareció. Cansado, me senté a esperarla, mi imaginación caminó y terminé odiándola un poquito.

A ti te he visto con ya-sabes-quién y varias veces eh. Creo que volvieron a ser amigos ¿no? Me pongo feliz por ti. Siempre admitiendo mis celos mínimos: de amigo, de chico fácil.

Si me siento a escribirte esto es porque me jode cruzarme contigo y que tratemos con poca astucia de ignorarnos. Me resulta injusto pasar a tu lado y no saludarte, teniendo una suerte de pasado juntos.

Cómo aquella vez en la facultad de Sociales que me viste con unos libros en la mano. Estaba esperando a mi amigo Melón que ya salía y tú pasaste. Pocos metros antes me viste (siempre serás una cegatona) pero pasaste rauda y lanzaste una mirada que solo las arianas enfurecidas saben usar para demostrarme que yo, hombre tonto, era el culpable. Lo sé, pues Luciana, mi hermana menor, también ariana, me regala esos mohines con frecuencia cuando la molesto.

O aquella noche en uno de los huariques al frente de la Universidad. Llegué con unos amigos del primer ciclo de periodismo. Mientras estuve sobrio no intenté acercarme, pero la cerveza y los amigos me bancaron y fui por ti. Quise tomarte del brazo para sacarte a la fuerza a bailar, tú supiste zafarte. Con la elocuencia de tus brazos agitándose y el grito desaforado que diste para que llegara ese amigo gigante. Sólo me quedó actuar como borracho triste para no ser golpeado por él.

En esas dos circunstancias, entre otras, me he sentido impotente, atado de manos, inoperante, diría hasta frustrado. Sin embargo, Lucía, sé que puedo aceptar que no me hables nunca más, si quieres separarte tanto de mí, tal vez tengas razón y no vamos a compartir el destino (digo, como amigos). En ese caso, no me revelaré ante nada ni nadie, y tal vez no arreglemos nada con este mail –mucho menos descubriremos algo– pero al menos cuéntame qué te molestó de mí, ¿en qué momento te hice daño?

Aunque tú decías que mis actitudes no te afectaban, y me lo dijiste siempre en mi cara pelada, a veces fuiste injusta en tu trato, curiosamente porque creo, sin ufanarme de nada, que sí te importaba lo que me pasaba, pero nunca quisiste afirmarlo y te entiendo. A mí, tu desdén me importó un rábano. Contigo nunca quise tener orgullo. No me nacía, tal vez no lo necesitaba para ser tu amigo.

Hasta que llega el momento que uno se agota. Y creo que esta es la verdadera razón por la que te separaste voluntariamente de mis estupideces. Creo que a veces te asfixié mucho y te saqué de quicio. Ese fue mi error. Pero no debiste ser malvada, buscaba que me comprendas como yo creía hacerlo contigo. Por eso creo que nuestra relación nunca fue equitativa en términos de preocupación.

Aun pensando eso, jamás podré olvidar a ti y a tu ya-sabes-quién yendo a despedirme en la Biblioteca. Y peor todavía, no podré olvidar cuando yo estaba en la cola del aeropuerto, antes de registrar mis maletas para volar a Nueva York, y tú me llamaste Lucía, me llamaste. En ese momento, mis palabras no expresaron la gratitud que conservo desde que me despedí y te colgué. Tal vez porque fuiste la única que me llamó ese día, dulce y a la vez amargo. Ni siquiera me llamó ya-sabes-quién, bueno no la culpo tampoco.

Si te escribo esto es para que me respondas por escrito. Por aquí también si quieres. Me has borrado de todas tus redes sociales y este era el único camino que me quedaba. No tomaré lo que me escribas, sea lo que sea, como una muestra de interés de tu parte, sé que eso no te va a gustar.

Sea lo que sea, lo tomaré como algo definitivo. Si quieres expectorarme de tu vida como si fuera una flema molestosa, dime el motivo de una buena vez, no quiero irme a la tumba (que será pronto) sin entenderlo.

Si quieres y crees que podemos ser amigos de vuelta, dímelo también por acá, por favor. Ahora, cuando volvamos a la realidad no te preocupes, no dejaré que hagas nada, yo me acercaré solito y si quieres me puedes regañar, lo que quieras. Pero antes de acercarme necesito que me digas si vas a continuar siendo la misma Lucía fría, distante e indolora conmigo.

Tu indiferencia me mata.

Siempre tuyo,
r.

pD. Mis más fuertes abrazos, Lucía del Perú Profundo y la poca vergüenza.


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Fotografía por xdesx
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A pedido del público lector remuevo la canción "God only knows" de los Beach Boys y dejo "Santa Lucía", en una versión italiana de un tal Mario Lanza. Escúchenla, a mí me dieron ganas de llorar.

sábado, 15 de mayo de 2010

La Corte del Rey




Era un fin de semana cualquiera, sábado para ser preciso. Las horas avanzaban, la tarde-noche se hacía purpura, destilaba un suave aroma jazmín, que se perdía con la brisa otoñal, que tomaba por sorpresa  mi ventana. Mientras, postrado en mi cama, sin ánimos, ni fuerzas, para salir al mundo. Pensaba en Ximena  y André, en Blue y sus cientos de pretendientes, que no colmaban sus expectativas. Pero sobre todo en Malena, quien hace tan solo un día atrás, me conto que tenía novio. A pesar de ello, sentía que  el destino aun deparaba una minina posibilidad de hacerla mi novia.

Aquella semana de lo único  que  me había hablado Reiner, era de la fiesta que daría su amigo “Memo”, en una de las zonas mas exclusiva de la Molina, donde los micros no llegan, y los taxis, te cobran dos ojos de la cara (Corregidores cuadra 35, pasando la virgen, a la derecha, la casa-mansión melón pastel de la esquina) sus palabras me daban vueltas en la cabeza: “Teni, vamos. Fiesta de periodistas, toda la gentita de la Cato estará ahí”.

“A un amor muerto, un amor puesto”, me decía dándome ánimos y levantándome de mi tibia cama. Seria la ocasión perfecta para distraerme un rato. Como de costumbre, tomaría algún licor, por el cual no había pagado, fumaria un par de cigarrillos, antes de conocer a cinco chicas en toda la fiesta, olvidaría el nombre de dos, bailara con tres, y flirtearía con una toda la noche.

Salí sin prisa ni gloria rumbo a la casa de Reiner, dando largas zancadas, miré el cielo nocturno, no habían estrellas, ni luna, solo la inmensidad de lo infinito, contemplaba  a las personas mientras caminaban, pesaban en los miles de problemas que los acogían, en las historias detrás de sus historias, en la inmensa soledad que me abrigaba aquella noche.

Pasé a buscar a Piero, que suele ser un gran compañero de fiestas. Sin embargo, este no se encontraba y no contestaba mis insistentes llamadas, la contestadora repetía sin cesar, deje su mensaje de voz, cómo odio ese sonido. Cuando por fin me contesto le dije: “Piero, vamos a una fiesta con Pato, será genial”. Él contesto: “¿Teni? No puedo, estoy en casa de Blanca (Su novia oficial, entre sus novias) y pasaré toda la noche con ella”- sentenció.

Después de treinta y seis minutos llegue a casa de Reiner, toqué el intercomunicador, me contestó una vos familiar, que juraba que era la suya: “Maricon, sal de una vez, y no estés demorando”- Era su padre, perdón señor asentí. No dijo nada, solo atinó a decir: Esta en los servicios, y me quede pensando en aquella palabra, tan poco común para describir una necesidad biológica. Diez minutos más tarde, Reiner abrió la reja de su casa y me saludó.

-Pensé por un instante que no vendrías.
-Necesitaba distraerme, que mejor que una fiesta, para levantar los ánimos. – respondí.
-¿Y que paso con Piero? Juraba que vendría con nosotros.
- Se quedo en casa de Blanca, no vendrá.
-Entonces, solo quedamos los dos, ya veras será genial.

En el camino, pasamos por Ray, un amigo de el, que se ofrecía a llevarnos hasta la fiesta, parecía ser un buen tipo a simple vista, aunque notaba que no dejaba de mirarme por el retrovisor, debe ser mi imaginación pensé. Escuchábamos un poco de “Cultura Profética”, cuando me empezó a hablar de sus proyectos  a futuro, abrir una revista de eventos sociales, o algo así, la música reggae no me dejaba escucharlo  y asentía a todo con un sí, señor.

Una vez estacionado el carro. Bajamos, entramos de forma precipitada a la casa de Meno con cierto nerviosismo. La música de electrónica de Erick Van Buren, perforaba mis oídos, las chicas lucían diminutas faldas y grandes escotes, que se rebelaban al invierno. Nos dirigimos hacia el jardín trasero, donde estaban servidos todos los tragos: Whisky, Vodka, Tequila, Ron, y cerveza; íbamos con excusa de saludar a Roberto Rojas, quien  es una joven promesa de la literatura contemporánea, al cual venía leyendo hace ya algún tiempo. Lo admiraba a pesar de su juventud y por sus brillantes historias.

Roberto nos ofreció un poco de whisky, que no dudamos en recibir, sacó un habano y lo prendió, trate de preguntarle por su antiguo Blog “La Hora Carretera”, que había seguido, capítulo a capítulo hasta su eventual cierre. Pareció sorprendido. Adoptó una pose algo egocentrista. No sé si es propio de los escritores, que usamos un tonito raro de “sabelotodo” al hablar, comentó que venia leyéndonos también hace un tiempo, que admiraba mucho el trabajo de reii.

Al poco rato se acerco a nuestro grupo, Martin, que es un chico de pronunciada musculatura y cara de niño bueno, con lentes. Al cual Reiner, no dudo en llamar Clark Ken. Este lo saludó con un gran abrazo y unas palmadas en la espalda.

Llevado por el alcohol y el ritmo de la electrónica, que se apoderaba de mi cuerpo, me animé a soltar un par de pasos improvisados, seguidos por Reiner. “El paso del torero, el de me olvide la billetera, el siempre infaltable pituco de balcón”. A lo lejos una de las pocas gorditas preciosas que he visto en mi vida me seguía con la mirada, se acercó furtivamente al grupo y entre todos me sacó a bailar. Me dijo qué haces por la vida, soy periodista, le contesté. Le pregunté por ella, me dijo yo soy actriz y conozco la muerte.

Me movía, con ciertos nervios ¿Cómo carajos, se baila la música electrónica? Pensaba, trataba de ser original, en mi imperfección de movimientos. Ella reía y no dejaba de mirarme, de alguna forma ese flirteo mutuo me atraía y asustaba. Siempre he sido el primero en tomar la iniciativa, pero esta vez me sentía intimidado, por sus raros pantalones y su pronunciado escote. Terminada la canción me refugié en mi “manada”, como venado apunto de ser cazado. Reiner, me soltó una palmada en la espalda, dándome ánimos de  convencer a la chica de seguir nuestro baile en la terraza. Que contaba con 3 habitaciones, en las cuales nos quedaríamos a dormir. Ante la mirada atenta del grupo, asentí con la cabeza, más tarde, sobre todo si la noche se prestaba para la ocasión. En el fondo, tenía miedo, nervios, esa chica me desvestía con la mirada y yo le sonreía.

Irrumpieron en escena dos hermosas chicas, que saludaron de forma efusiva a Rei, y todos los presentes, una de ellas se acerco de forma amable y me preguntó "¿Tú eres el otro cacheteado verdad?"; "¿El otro cacheteado?", respondí.

-Acaso, tú no escribes con Rei, en ese blog “A cachetadas aprendí”·
-Jajaja, No, no soy el otro “cacheteado”, en todo caso seria “choteado”.
-Perdón, entonces es “A choteadas aprendí”. Que gracioso el nombre ¿No?
-Sí. ¿Lo lees?
-De vez en cuando, la verdad casi nunca, una o dos veces nomás.

Nunca en mi entera vida, había sentido tanta vergüenza, de escribir mi vida como en ese momento, le sonríe, la saqué a bailar, para no seguir hablando del blog.

Horas más tarde, algo más ebrio, algo más cansado nos quedamos  atrincherados muy cerca al bar. Salimos al jardín muy cerca del carro de Ray. Este, confeso estar  enamorado de Gabriela, la primera chica, que yo saqué a bailar, que entre ellos había pasado algo una vez, cuando ella estaba sola y triste. Fue en el tiempo que un tal Alfredo la término por su prima, la miraba y recordaba la noche que la hizo suya, después de eso, nunca más volvió a tocarla. Ella le dijo que todo había sido un error que se sentía sola, que él estuvo ahí para apoyarla, que se olvidara de lo que pasó.

Destrozado, alcoholizado, refutaba la mojigatería de las chicas peruanas, que en sus viajes a Brasil, California, Argentina le enseñaron que cuando dos personas tenían ganas de intimidar simplemente lo hacían y punto. Reiner, defendía aquella teoría.

Unas gradas más arriba, Roberto escuchaba fielmente a Martín, quien le hablaba de Vitoria, su mejor amiga, a la que cuido siempre y hace un par de días había vuelto a besar. Pero ella no olvidaba a su ex, un chico de buen porvenir, estudioso pero feo, que sin embargo, había mostrado su peor versión los últimos meses. Ella sufría por su indiferencia, al igual que Martin por la de ella. Eso y más le contaba, con el corazón en la mano, a Roberto.

Roberto, maldijo su trabajo, sus escritos, sus apuntes. Él estaba enamorado de la mejor amiga de su ex, el problema era más complejo aun, su hermano también estaba enamorado de la misma chica, conflicto, que esta el día de hoy sigue en pie, a pesar que los desayunos más ricos que ha probado Roberto son los que le prepara su hermano de sangre y enemigo del amor.

En consecuencia, Roberto me lanzó una mortal pregunta ¿Y por quién sufres tú, es acaso por esa chica Blue, de la que he leído, será acaso Ximena, o Malena? Me pareció una buena pregunta, y le respondí. Ximena, fue mi primera novia, mi primer gran amor, con la que descubrí las primeras formas de amar, sufrir y llorar, la llevo siempre donde la olvide más, escribiendo de ella (tal como lo hago ahora). Blue, es mi mejor amiga, y solo será eso, no soy el príncipe azul de sus sueños, y mientras ella siga enamorada de André, nadie lo será. Malena, ella y yo salimos por un tiempo, pero ayer me acabo de enterar que tiene novio, eso me dejo destrozado, si me preguntas, quien me destruye, yo te diría que todas y ninguna.

Propuse un brindis por todas, por nosotros, y porque esta noche, quede inmortalizada. Todos, tan ebrios como yo, hicimos salud. No sé en qué momento Reiner, empezó a mezclar, tequila, vodka y algo de cerveza, mientras lo escuchaba hablar, balbucear, el nombre de “S”. Vimos el amanecer en casa de Memo, no dormimos aquella madrugada para planear la perrada más antigua que haya inventado un borracho: robarse el trago de la fiesta, si es posible el más caro.

Mientras yo calmaba a Pato, que de borracho se puso a contarles a todas las chicas sobre S, Martin salió de la cocina y dijo rápidamente “ya nos vamos”. No pasaban micros y cuadras más abajo, Roberto soltó una risita antes de mostrarnos el José Cuervo que le había birlado a Memo, la tomamos entre los que quedábamos frente a la gruta de la Virgen de Fátima, maldijimos al mundo, a sus secretos y a nosotros. Así mismo, mientras sonaba una canción de Sin Bandera del celular de Roberto, que todos cantábamos desentonados y sin saber la letra, los vi llorar, y quiera llorar con ellos, las lagrimas no me salían, estaba muy cansado para llorar.

Ya se habían acabado los cigarros y volvimos a hacer el descenso hasta la Javier Prado. Largos cuatro kilómetros nos esperaban. Reiner renegando de su suerte nos dijo “!Chicos, un OVNI!”, señaló al cielo, y, cuando todos mirábamos, él lanzó la botella al cerro más pituco de La Molina: nunca escuchamos la explosión. Éramos una comunidad de hombres recorriendo el mundo con sus respectivas paradas, para desayunar por ahí y orinar un par de veces antes que cante el gallo tres veces.

Una vez en el bus, casi a las 7 am., todos dormían y Pato quiso pasarse de espeso con la chica del costado a quien en sus delirios manoseaba, ella no parecía oponerse. Nos despedimos de Martin y Roberto, que me dejaron el trabajo más pesado: cuidar al borracho espeso de Reiner. Quería orinar donde sea, yo le impedí hacerlo y lo empujaba hasta llegar al otro paradero. Reiner me decía “no me robes, no me robes”. Yo le metía un par de cachetadas mientras le decía “reacciona Pato de mierda, no me hagas esto”.

Reiner me pidió que lo acompañase a su puerta pero que antes quería vomitar y que no lo deje  morir solo, que le sujetara la frente mientras él limpiaba su estómago. Le dije “Reiner, ¿tu viejita no me va echar la culpa de tu borrachera si te dejo en tu puerta no?”. “No te preocupes, Teni, yo asumo mis culpas”, me dijo convencido y obnubilado. Entramos a su casa, lo deje en su sofá, prendí su televisor y él exclamó “¡Teni, cooorre!”.

Yo le hice caso y no paré hasta que me di cuenta que estaba muy cerca de la casa de Malena.

Aquella noche, en otra parte de la ciudad, con el corazón igual de quebrantado y después de haber consumido el doble de alcohol que yo, estaba Malena, mi futura chica gitana, con las piernas temblorosas, llorando las penas, buscando alguien que la entienda. Nuevamente había sido besada, burlada y abandonada: Mauricio era el culpable, pero no era más su novio.

Con la fragilidad de las hojas en otoño expulsadas de un torbellino, nos volveríamos a encontrar con su mirada perdida y mis ojos tristes.

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Recomiendo este blog de mi amiga Kirsa Lozano: Travesuras Cíclicas
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Imagen de Archivo.
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Estas historias en una canción.

domingo, 9 de mayo de 2010

2. Historias mínimas


(Cuentos crudos y pequeños, para expiar las culpas del narrador)






La abogada

Yo hacía encuestas en la Universidad. Felizmente, me pagaban por eso, aunque me pagaban poco. No era el único, muchos otros estudiantes desempleados, como yo, paseaban por todas las aulas que pudieran para encuestar a los alumnos desprevenidos. Más aulas, más sueldo.

Fue donde conocí a Jerónima, futura abogada de ciclos avanzados. Recuerdo que ella quería conmigo. No tenía los ovarios suficientes para encararme y decírmelo, bueno, tampoco las cosas funcionan así (pero serían mejor así). Yo era un chico silente y ella me habló. No estaba muy interesado en ella así que no hice nada, sólo me regodeaba con sus escandalosas muestras de afecto.

Por ejemplo, ¿cuál era la necesidad, Jerónima, si me estás leyendo, de que me agarres las manos mientras me comentabas que los del salón H-201 fueron muy colaborativos con la encuesta? O qué culpa tenían mis pequeños rulos que acariciabas mientras me contabas que los chicos del H-407 no se habían robado ninguno de tus lápices. Tampoco hacía tanto frío en el ascensor del pabellón Z para que te pegaras tanto a mí, considerando que el ascensor estaba lleno y yo hincándote las espaldas.

Esas y las veces que me traías galleta o hablábamos de lo más animados en la carpeta que nos asignaban para corregir los errores de los alumnos en las encuestas, esas pequeñas insinuaciones hicieron que al ciclo siguiente te buscara sin complejos ni impedimentos para agarrar un rato escondidos en el juguetito que papá me había prestado.

Primera semana de clases, quedamos en que yo la llamaría, la esperaba en el estacionamiento, conversaríamos. Sí, como no.

Llegó con su bolso rojo. Sentados atrás. Soy un puto pudoroso, por eso hablamos un rato. Dijo que se iba, que tenía que hacer. Nos despedimos, la jaloneé, me besuqueó la boca y el mentón a la vez. Se despojó de los lentes que chocaban mis cachetes. Yo bajaba y ella me subía. Y si subía mucho, tenía que bajar. Primera, segunda, tercera, cuarta, quinta y ya era suficiente. Nos peinamos y salimos, la acompañé a su clase. Quiso darme un beso de despedida pero eso no se hace, amiga.

Seguro se fue molesta por eso, a los días se le pasaría. No la conocía bien pero estaba seguro de eso. A los dos días la volví a ver, era de noche. Siempre me la cruzo cuando está con otro chico, no sé, un amigo quizás. Tengo suerte ya que los deja y viene conmigo. Ahora caminábamos, ella era una parlanchina y yo ya suponía adónde me llevaba con la voz que no paraba de brotar de su boca lamedora.

Llegamos a la meta, las bancas de un lugar oscuro de la Universidad. Nos sentamos, nos miramos, nos besamos, nos apartamos, nos acomodamos y continuamos en la casualidad de esos besos. Le dije vamos a tu casa, me dijo sólo hago eso con mi enamorado. ¿Tienes enamorado?, no, pero cuando tenía. Pero somos amigos, los amigos hacen estas cosas, tú vives sola. Pero igual no llevo chicos nunca a mi casa, pues. Bueno, que siga la fiesta entonces.

Me pidió estar, ser de ella. Le dije que yo era muy chibolo para ella, que tres años de diferencia es mucho, que no tenía nada que ofrecerle o enseñarle. No me comprendió, pensó que la edad no importaba si le gustaba estar conmigo. Le propuse que si se sentía sola que me llame, que yo bajaría, que si vivía sola no había problema ¿no? Se mostró convencida. En cinco minutos le quite las ganas amorosas sin desilusionarla. Ahora le parecía más divertido una relación ligera, que el peso del novio que te busca, que te acosa, que se hace el celoso. Ya no estamos para esos trotes, le dije, como un sabio niño viejo.

Ahora Jerónima se ha perdido, a veces aparece. Cuando nos cruzamos, la saludo como un chico  que saluda a su miss de primaria.
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La mandada

Amanda me adoptó desde el primer día que entré al salón. Tan guapa ella. Si me abrazas así yo te querré siempre, amiga Amanda, le decía.

Cuando estaba con la mirada perdida en el salón me llamaba para conversar. Me preguntaba por mis enamoradas. Yo le decía que no había tenido y le preguntaba por sus queridos. Me decía no te creo y me contaba de su último chico, el popular E.T.

Decía que siempre quería terminarle, además no lo veía mucho, el tipo estaba en otra sección y venía sólo para los descansos. Amanda se iba con él, dejaba a sus amigos y eso no le gustaba, la ponía triste. Pero E.T., terco, la llevaba a su planeta.

Se acercaba el final de año y las clases se iban relajando. Los profesores venían para cumplir, no daban sus clases a los de quinto para no jorobarlos más. Faltaban pocos días para salir de ese cole de miéchica. Todos nos guarecíamos atrás, con la guitarra de Walter a tararear canciones ré-cursis desde Daniel F hasta Alejandro Sanz.

Cierto día, sacamos la pica-pica y la música, alguien conectó una radio y empezó una juerga en el salón. Venían de otras secciones y movieron las carpetas para bailar. E.T hizo su aparición y, gaseosas van, gaseosas vienen, le reclamaba a Amanda su desgano. Estaban en una esquina y todos mirábamos de reojo, E.T. estaba un poco faltoso así que Golo-Golo, el más bravo del salón, le increpó su actitud y en pocos segundos todos lo sacamos a las patadas.

Una vez expectorado E.T., cerramos el salón y volvimos a la bulla. Amanda se recuperó rápido y me sacó a bailar un perreo, hice lo que buenamente pude. En un momento, Amanda se acercó y me dijo “estoy sola, ¿no conoces algun chico que quiera estar conmigo?”, sin entender la indirecta, le respondí “ya va a llegar ese chico Amandi, no te apures”. Se dio una vuelta entera, abrió los ojos y “ese chico eres tú, ¿quieres estar conmigo?”. Dejé de moverme, esperé unos segundos y dije, con el candor de mis dieciseis, lo primero que me vino a la mente para zafar “ahora no me siento preparado para estar con alguien”.

Amanda entristeció un rato, pero su sonrisa siguiente y las ganas con las que coqueteaba luego con Golo-Golo me quitaron el peso de sentirme choteador.
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La chica de la multitud

Los dados del azar me han traído al pie de la multitud que espera a sus dioses roqueros bajo la llovizna limeña. Soy yo o estos miles de fanáticos enardecidos, los miro como una polilla mira un pedazo de madera, siento que mi misión es despedazarlos, carcomerlos, agujerearlos para llegar a la primera fila, el objetivo ciego e inexplicable que me he trazado. Si un hombre reza no es por fe.

Penetro suavemente las últimas filas, pero a medida que avanzo se hace más difícil. Busco camaradas que se unan a mi causa y encuentro que una mancha considerable de ganapanes, al grito guerrero de “avalanchaaa”, pujan hacia adelante. Me uno a ellos rápidamente, avanzamos unas filas más y esperamos. Nadie mira atrás, nadie retrocede, todos empujan y dicen palabras deshonestas; más gente se une a la causa. Por qué me sigues ahora, si antes nunca lo hiciste.

De pronto mis ojos se posan en la chica más loca del concierto. Con un polo rojo ceñido de media manga, un jean azul añejo, una leve sonrisa que juguetea en sus labios y sus cabellos castaños, me ha seducido. La preocupación por avanzar hizo que no la viera antes, a dos cuerpos de distancia, empujaba y era empujada por el tumulto al que habíamos vendido nuestras almas. Por no dejar pasar la flecha que al azar voló.

Ya estábamos cerca de la zona VIP, así que la mancha tomó un descanso. Aproveché para acercarme silenciosamente a aquella mujer. La banda canta el tiempo va acelerando marchas, es una de sus canciones principales y los fanáticos saltan, zapatean, gritan con el dedo apuntando al cielo. Estoy detrás, la multitud hace el favor de empujarme contra ella, todos se mueven, todos gritan y patalean, a ella le late el corazón locamente. Sin que sus amigos adviertan mi atrevimiento, me acerco, mis dedos están en su cintura y le canto un par de estrofas al oído. Dos corazones solos y empiezas a volar.

La turba me empuja, me lleva de derecha a izquierda. El grupo canta ra-ra-ra-ra-ramera dejarás al niño… y, previsiblemente, el público se enfurece, todos están entregados. Braceo en ese mar humano para volver con la misteriosa fanática que aceptó mis primeras caricias, o tal vez ni las sintió. El caso es que el siguiente fue mi último acercamiento. Se dejó atenazar suavemente por mis brazos en su cintura, dejó que le acomodara los mechones que tapaban su blanco rostro y echó su cabeza en mi hombro. La vi por las alturas arriba de mí.

Bajo la lluvia y la bulla, me dice que se llama Magdalena. Magda, le digo, dónde te vuelvo a encontrar. Búscame entre los árboles, me dice parafraseando al puto del vocalista que ahora maldigo pues el verso que él inventó le dio la escapada perfecta a esa chica que, al parecer, confiaba que los vientos malignos de Lima nos volvieran a juntar luego. Y has de saber que a tu conjuro, respondo con una flor.

Se abanica con las manos, hace calor y la lluvia no es suficiente, está hirviendo, al parecer se da valor pues toma del brazo a su amiga y le dicen al ACOMODADOR, esos forzudos chicos de seguridad, que les falta el aire, que las saque de allí. Veo que es una actriz de cuna, el tipo les cree y carga con un brazo a cada una, las lleva al sector exclusivo, que son dominios donde ya no la puedo perseguir. Una vez más el juego terminó.

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Lee aquí las Historías Mínimas (parte I)
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Fotografía por marcarambr
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Las Historias Mínimas en una canción, recomiendo el video, como dijo mi amigo Huarcaya, es casi casi una película de terror.


LEAVE BEFORE THE LIGHTS COME ON from Christian Arceo on Vimeo.

sábado, 1 de mayo de 2010

En el lugar de siempre



Estoy destinado a destriparme el corazón en tus llamadas. A poner los dedos en mi celular obsoleto de pantalla azul. Después llegarás toda esplendorosa como el diablo vestido de mujer, con zapatos incendiados en la boca poderosa de una estrella y delgados kilos de juventud esparcidos en piernas, sobre todo en sus piernas, y manos.


Por qué siempre ella aparece cuando más la extraño y la necesito menos, pensaba. Mientras, la esperaba en el lugar de costumbre con un cigarrillo rubio a medio consumir. Había llegado con esa puntualidad inglesa que me caracteriza, como es habitual en ella, llegaría quince minutos tarde, lo arreglaría todo con una sonrisa color aurora, y yo la disculparía de todo.


Han pasado dos meses tres semanas y dos días desde la última vez que la he visto. La he llamado una, dos o tres veces en un solo minuto para actualizar nuestras vidas, saber un poco más de ella y que ella sepa un poco más de mí. La extraño, la echo de menos, me hace falta. Lo disfrazo en mis palabras para no sonar desesperado, ella por su parte alega un protocolar yo también.


Blue, mi mejor amiga, y solo eso, porque el destino se ha esmerado de hacerlo así, y yo he vivido con eso, una llamada suya, me ha devuelto la vida. Violenta, improvisada, a última hora, una llamada de ella, ha hecho, que cambie mis planes y como un remolino corra a su llamado.


-Ay, Teni, tengo mucho que contarte.
-Hola Blue, sabes cuánto odio que me digan Teni.
-Ay, pues, a mí me gusta decirte así. ¿Qué crees que soy Renato Cisneros para decirte Jorge?
-Jaja, Blue, ¿qué tan rápido viste el video?
-Ay, ni que lo hubieras colgado en Cholotube. Teni, no me cambies el tema, no sabes a quién he visto por la universidad de Reiner.
-Uhmm, no, ¿a quién? -un poco desinteresado-.
-Me quiero morir, Teni, me quiero morir. A tu Ximenita y al tarado de André, de lo más felices agarrados de la mano y ella besándolo en la oreja. Necesito alguien con quien hablar, Teni, te necesito más que nunca. Nos encontramos en el lugar de siempre en cuarenta minutos.
-¡Te ordeno que no llores! Porque me harás llorar a mí también. Ya estoy saliendo.


La noticia me tomó por sorpresa, la televisión estaba prendida pasando el especial de Queen por VH1. La apagué y me lancé a la calle estrepitosamente y no paré hasta llegar al lugar de siempre. Prendí un cigarrillo mientras ella aun no llegaba. Llegaría tarde, lo sé, siempre me lo hace. En mi cabeza no concebía que aun no haya superado aquel estúpido romance que tuvo con André, como yo sí lo hice con Ximena, a duras penas y con el tiempo. Tal vez el tiempo no borra a las personas, simplemente te hace la idea de que las olvidaste.


Estoy caminando por una avenida en blanco y negro. Ximena me clava una tierna mirada en los ojos y me dice


-Luis, lo siento, te quiero.
-¿Y por qué me pides perdón por eso? –presintiendo que era el fin de todo-.
-Es que te quiero, pero no como antes. Te quiero como quiero a mi mejor amigo o a mi hermano.
-¿Qué? ¡Tú eres estúpida, qué te pasa! Cómo que mejores amigos ¿después de todo lo que hemos pasado?
-Sí, lo sé. Y por eso me duele más. No creas que es fácil, por favor, no hagas las cosas más difíciles –odiaba que me dijera esa frase tan cliché-.
-O sea, ¿tú quieres contarme cuando tires con otros patas? ¿Por qué me haces esto? Eres una perra, eres una perra de mierda –con lágrimas en mis ojos-. Si querías verme llorar, estoy llorando. Pero por favor, por favor, no me dejes.


Ximena se alejó un par de cuadras más allá. Corrí tras de ella, lloramos juntos, la abracé, me abrazó y me dijo “te quiero, Luis, pero no como antes”. Y se fue caminando rumbo al malecón para no volver siempre…


La tarde noche se alumbraba con su presencia. Blue estaba solo a cuatro pasos de mí, estaba quebrada, triste, meditabunda, fingía con una sonrisa que todo estaba bien. La abracé y no me abrazó. Caminamos un par de cuadras y me dijo “vamos por Piero”. Él es un personaje secundario que tiene que estar presente en la historia que protagonizamos los dos. Por un instante pienso que todo es una farsa y solo quiere buscarme como pretexto para buscarlo a él. A veces pienso que entre ellos hay algo más que amistad. Sin embargo, Piero no se encuentra en su casa y nos quedamos los dos como en el comienzo: solos.


Cada vez que podía no dejaba de mirar sus piernas, que a diferencia de Ximena, a Blue le ha costado rigurosas dietas, ejercicios y bailes. Aunque cada vez que estábamos juntos ella la rompía. Fuimos por unas pizzas que pagamos a medias con tarjeta 147. Hablamos de Ximena, hablamos de André, hablamos de la secundaria, de qué estaría haciendo Piero, pero nunca de nosotros. Tal vez fue mejor así.


En ese lapso de tiempo que no vi a Blue, ella había conocido a Sebas, el chico del yate, al cual sus más cercanas y más metiches amigas adoraban y tildaban de bombón y de dios griego. Mientras yo tenía cierta resistencia a contarle de la existencia de Malena y que no cubra sus expectativas. Ella encestó el primer golpe, contándome de la cena con Sebastián en su velero “Tizziana”, orillado en las costas de La Punta. Ametrallé con la pregunta directa: “¿Te gusta?”. Me dijo “ay, no sé, es lindo pero hay algo en él que no me convence”. “¿Y ya agarraron?”, le pregunté. “Ay, qué te pasa, cómo puedes hablar así. Se nota que no me conoces”. “Yo te conozco pero no lo conozco a él, simplemente quiero que no te lastime”, le dije. “Bueno, me dio un pico pero yo no quería”, confesó.


Sospechosamente ya no me daban celos. En mi cabeza pensaba en Malena pero no lo decía. Luego de un par de horas de conversar, una pizza y dos helados. Nos despedimos con un siempre te veo pronto. Al llegar a casa, entré al Messenger y vi conectada a Malena. El corazón me palpitó como un zumbido de abejas y le puse “¿hey, cómo estás?”. Me dijo “bien, aquí haciendo trabajos”. Le dije “te puedo ver mañana”. Y me dijo “mañana no puedo, voy a salir con mi novio”.


Asqueado, molesto y herido, con una excusa tonta salgo del Messenger y me echo en mi cama. Blue está pensando en André. Malena está soñando con el beso que le dio en la tarde a Mauricio. Yo otra vez solo en mi cama, dando vueltas, pensando en todos.


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Esta historia en una canción


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