Imagen por Nisha Marie Photography |
Joplin susurra a mis
oídos mientras estoy parado esperando que llegue. Para hacer tiempo, fumo otro
cigarrillo en menos de diez minutos. Muevo el pie izquierdo, me rasco la
cabeza, me muero una uña. Pero que lento pasa eltiempo cuando uno espera.
Cuando uno espera por ella. Los nervios y mis tics más agudos se hacen
presentes. Miro, guardo, y vuelvo a ver la hora. Mi mirada apunta a la esquina
donde ella puede aparecer, si es que aparece.
Me ajusto los tenis
antes de marcharme. Parece que no vendrá. Me siento un tonto, algo más que de
costumbre; más aun por haber llegado temprano, por esperar y por dejar que me
deje plantado. Miro por última vez hacia la esquina y no hay nadie. Empiezo mi
marcha hacia el lado opuesto del camino del que ella vendría.
Me tomo la cara y
respiro en mis manos. Mis piernas retumban sin parar contra el suelo. Mi nombre
viaja a través del viento. Giro la mitad del cuerpo, impulsado por una voz de
sirena. Es ella que aparece en una esquina. Es ella que mira a todos lados,
como extraviada y apurada. Con pasos cortos pero rápidos a diferencia de los
míos que son largos y más lentos.
Ella está con un polo
sin mangas, sus jeans ajustados, muy ajustados y una extraña carterita con
cientos de colores fosforescentes, unas tenis blancas con líneas de arcoíris y
está cubierta de elaborado poncho rojo que le sirve de abrigo. Tiene el cabello
corto pero aun así sus crespos armonizan con su rostro y la embelesan a tal
punto de quedarme sin palabras.
Seis meses después y
está a menos de siete pasos .es tan distinta a la chica que se fue, aunque en
el fondo sé que sigue siendo la misma que mando a la porra a su padre, los
estudios, la ciudad y a mí. Ella está delante de mí. Me detengo, no sé si
abrazarla o darle un pequeño beso en la mejilla; sin embargo, antes de que
pueda reaccionar me encuentro entre sus brazos, me abraza y la abrazo. Nos
abrazamos con tanta fuerza y con tanta ternura que escuchamos levemente el
latido de nuestros corazones. Es un instante eterno.
Ahora caminamos en
silencio. Aunque millares de palabras revolotean en mi cabeza, no sé qué decir
o por dónde empezar. Aun me cuesta un poco creer que ella está conmigo
caminando por nuestras calles. Quizás soy tan solo un niño asustado delante de
una mujer que me intimida, me atrae y quisiera amar contra la pared. Pero me
contengo y le regalo pequeñas sonrisas. Hasta llegar a unos pequeños columpios
de un parque.
–No puedo creer que aun
lo conserves, me dice ella sorprendida.
–¿Qué cosa?
–La pulsera de tela que
te hice en la mano izquierda. Vaya, lo había olvidado.
–es curioso, yo nunca
me olvidé de ti.
–Basta, no es momento
para que te pongas cursi. Risas.
–No, no me pongo cursi,
simplemente es la verdad. De cuando en cuando entro a tu pagina de Facebook y
miro las fotos que te tomabas en todo el país.
–Sí, ya me conoces, he
estado por aquí y por allá. Moviéndome de un lado a otro. Pero no sabes lo que
es Pucallpa, Iquitos y Brasil.
– ¿Brasil?
–Sí, llegué hasta allá.
Lo mejor de esos días fue la caipirinha. Risas.
–Sí, de eso estoy
seguro.
– ¿Y ya te olvidaste de
Malena?
–Bueno, me costó mucho
trabajo, además tiene novio. Aunque nos hemos cruzado un par de veces en el
Partido Socialista.
– ¿Partido Socialista?
Cuidado que te laven la cabeza, niño. No quiero que te pase algo por estar
metido en política.
–Casi todos piensan
eso, pero el Partido Socialista, no es más que el nombre de un antro del Centro
de Lima. Es todo.
– ¿Qué más vas a hacer
más tarde?
–Aun no sé. ¿Por?
–Quiero que me
acompañes al Maria Reich. ¿Quieres ir?
–Bueno, está bien, pero
antes déjame invitarte algo, ¿vamos por un café?
–Me gustaría la verdad,
pero no tomé café. Qué te parece una ensalada de fruta.
Por un instante todo
fue como en los viejos tiempos, caminando con ella, cuando éramos inseparables.
Siempre hablando cosas sin sentido y riéndonos de los disparates del otro; no
obstante, sabíamos que algo era distinto y diferente. No quería que las horas
transcurrieran, no quería que caiga la noche en la ciudad, pues tendría que
despedirme de ella.
Intente inmortalizar
nuestros recuerdos en algunas fotografías mientras ella las evitaba. Sólo le
robe una sola sonrisa en una fotografía. Pagué la cuenta y ella propuso
caminar.
– ¿Cuánto tiempo más te
quedas en la ciudad? Sabía que la respuesta no iba a ser la que yo quería
escuchar.
–Dos días más, me voy
el martes.
–Pero así, tan de
prisa. Como si nada. Qué tiene de malo Lima, y la ciudad. Bueno yo sé que no es
la mejor ciudad del mundo, pero es nuestra.
–Tranquilo, muchacho. A
mí también me gustaría quedarme aquí pero no puedo, entiende.
–Es que, es que me
preocupo por ti, ¿sabes? Me importas.
–Lo sé, lo sé, tú
también. pero Lima no es para mí, el problema no es Lima, ni el Perú, el
problema es el tiempo.
– ¿El tiempo?
–Sí, verás, no soy de
este tiempo. Donde todo ocurre tan rápido y sin tapujos. Todo está al alcance
de un click. Y el mundo se ha olvidado del mundo, de lo que somos y la conexión
con la Tierra.
–Sí, tienes razón pero
no puedes estar toda la vida así, viajando de aquí por allá sin tener un lugar
fijo donde pasar la noche, o qué comer ni bañarte.
–Tranquilo, muchacho.
Yo sé cuidarme sola. No tienes por qué preocuparte.
–Dentro de poco voy a
graduarme, bueno íbamos a graduarnos juntos. Conseguiré un buen empleo y te
pediré que te quedes aquí y te cases conmigo.
–Por eso te quiero,
¿sabes?, por la forma tan tierna que tienes de ver el mundo. Ojalá la mitad de
hombres fueran como tú.
El día se hizo de noche
y con ella se acercaba la despedida. Con el pasar de los minutos, ella se fue
desahogando. Necesitaba un amigo con quien conversar, y con quien pasar la
tarde. Jumpi, mi novio, terminó conmigo. Él dice que no siente lo mismo por mí,
que una parte de él está conmigo y otra con el universo. Aunque lo que más importa es lanzar su CD “Sonidos del Viento”
que viajar, quiere establecerse en Lima de nuevo y vivir de la música. Pero Lima
me enferma, me condensa, me abruma, me dijo ella, mientras yo la escuchaba en
silencio. Los tambores, el humo y el incienso nos daban la bienvenida al parque
donde se juntaban losmhippies de toda la ciudad. era como ella misma lo decía,
un universo paralelo junto al otro.
–Hay una pequeña fogata
prendida en el medio del parque, muy de cerca de él hay un pequeño anciano de
cabello gris y cola de caballo que hace sonar un pututu al compás de los tambores.
Dos delgadas chicas bailan poseídas por la música y el cannabis. Ella me
presenta a los que están alrededor de la fogata. Saludo a Hez, Zoa, Randu,
Endra y Jumpi, entre otros.
Todo es tan distinto a
la última vez que se fue. ella sentada en la misma banca que yo, hablando de
sus planes del futuro. De recorrer el Perú juntos y encontrarnos de vacaciones
en alguna ciudad. Ya no es más la chica de mechas rastas ni pantalones holgados
ni yankees como calzado. Es ella, pero no lo es. Está sentada a 20 centímetros
que parecen ser kilómetros, su vista se pierde entre los humos del ambiente en
dirección a Jumpi al otro extremo.
Jumpi está sentado casi
al centro, como si fuera uno de los discípulos más cercanos al gran maestro que
toca el pututu cada vez que las flamas bajan. Uno de los chicos que me han
presentado desmoña una pequeña planta verde y la prende, fuma y se la pasa al
del costado.
A mí no me gusta la
marihuana, pero que sí la fumen a mi costado. La muchedumbre, inquieta por
naturaleza, empieza a danzar al compás del fuego y los tambores. La flama crece
y con ella los saltos, los movimientos y los gritos del chamán por invocar a la
Pacha, en medio del frenesí de cuerpos contorneados entre las sombras. Ella se
para y se pierden entre los otros cuerpos danzantes de la oscuridad.
La escena siguiente es
repetida. Es ella besando a Jumpi. Es Jumpi abrazándola y susurrándole frases
al oído. Y soy yo haciendo el papel de siempre. Me paro del pasto, me limpio el
jean y me marcho, no miro atrás. Me alejo del fuego, del centro, y pido permiso
para alejarme de la gente que baila sin tener control de su cuerpo.
Pero ella me toma del brazo,
sabe que la he visto y no puedo hacer nada para tranquilizarme. Sólo me abraza
con mucha fuerza y la abrazo, y lo entiendo todo, no soy parte de ese mundo, no
soy ni seré. Los de antes no somos nosotros, aunque tratemos de intentarlo y
emular el pasado, el tiempo lo cambia todo, hasta el sabor de los labios.
–Bueno, supongo que
este es el adiós. Le digo.
–tú siempre tan
dramático. Pequeñas risas.
–Por un instante, creí
que todo podía ser distinto, ¿sabes?, que éramos nuevamente tú y yo después de
clases, hablando de todo y perdiéndonos en esta ciudad de mierda.
–Y lo fue.
–Pero no, te vas como
siempre.
–Tal vez algún día nos
vayamos juntos. Una parte de ti siempre viaja conmigo.
Nos estábamos
despidiendo de nuevo. Por más que queríamos comportarnos como si nada pasara,
estaba pasando. Por más que no lo decíamos nada sabía que esta vez la despedida
iba a ser más larga y quizás para siempre. Yo la abracé con fuerza. Ella quería
hablar pero no tenía qué más decir. Yo esta vez no le pude prometer nada.
La vi regresar al medio
del tumulto, de la fogata, los tambores yJumpi. Ella también vio alejarme sin
decir una sola palabra: cuando me tropiezo con una piedra en el camino, recojo
una flor que lleva su nombre.
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Esta historia en una canción.
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