Imagen por Patrizia Burra |
No era la primera vez
que traspapelaba los recuerdos de una chica real para imaginar a un personaje. Bebí
mucho de una chica con nombre, DNI y Facebook, como Sofía de los Cojones, para
crear mi personaje Lucía Costello, a quienes le debo la producción de una seriede 17 capítulos de largo aliento que demoré un año y medio en escribir, pronto
será publicada en los bajos fondos del Centro de Lima y lleva por nombre
tentativo “Lucía sin Lucía”.
La todavía desconocida
Sofía de los Cojones, metida en mi cabeza, me hablaba, mandaba besos volados, no
me dejaba escribir en paz. No exagero, y perdonen cuando digo que escribía
sobre Lucía a la vez que pensaba en la noche que conocí a Sofía. Pocas veces
termino haciendo ligeras confesiones a una desconocida como me pasó esa noche
con Sofía de los Cojones.
Aquella vez, Jorge
Teni me pidió que recogiéramos juntos a Sofía. Accedí, sabiendo que debía
llevar el auto. Como Teni me había hablado mucho de la belleza de Sofía, no
dudé en ir con él, y luego contra él, para llevarme a ella.
Esperamos a Sofía
estacionados en la zona comercio-residencial de Magdalena, no me cabía cómo una
chica con las características que mi amigo seguía describiendo aparecería en
cualquier momento sorteando los obstáculos y el hacinamiento de esas calles.
Al llegar, Sofía
agradeció que la recogiéramos con una voz delgada y firme. Yo le dije que le
agradezca a Jorge Luis, quien había sido, con sus ruegos, el precursor de que ella
llegue al Centro de Lima (lugar al que nos dirigíamos) como toda una princesa
en un auto japonés del 96.
Me acuerdo que
esperábamos a Gianluca, un amigo de Teni que también quiere ser escritor y que
en un momento de la noche le diría, un poco huachafo, a Sofía: “¡Salta, Sofía,
salta, que con tres escritores no volverás a salir más!”, y quiero
interpretarlo como una profecía. Sonaba una canción famosa de Thalia que
Gianluca se encargó de vindicar dando volteretas en la pista sin sacar las
manos de la casaca.
Lo esperamos en la
puerta del Etnias. Tenicela, con su chispa característica, contaba anécdotas de
Sofía y de él en un supermercado buscando aperitivos vegetarianos. Teni la
había convencido que los chizitos tienen “preservante de queso”, lo cual era
mentira porque tal producto no existe, según él mismo, pero no se arrepiente de
su mentira pues aduce que Sofía de los Cojones, quien lo trae muerto, tuvo un
orgasmo con el chizito que Teni le invitó, pues no comía chizitos desde un buen
tiempo atrás.
Gianluca hizo su
aparición mientras nos reíamos. Le tocó el hombro a Teni, nos presentaron. En
aquel tiempo, Jorge tenía la sospecha que Gianluca y Sofía se besaban a sus
espaldas. Así que la llegada de Gianluca, si bien alegraba a Teni, también lo
preocupaba. Ellos dos se fueron a comprar cervezas y yo me quedé con Sofía.
En la mesa con Sofía, recordé
a Lucía, la de la novela que empezaba a escribir. Quería extraer todo lo que
pudiera de Sofía para utilizarlo como material para describir a Lucía. Al fin y
al cabo, me di cuenta con el paso de las horas, que las dos eran unas maestras
en domar hombres y controlar situaciones al principio esquivas.
¿Cuánto de Sofía hubo
en Lucía? No lo sé, si acaso mucho. Si una misión tenía, estoy seguro, no pude
cumplirla esa noche, que fue la única noche que vi a Sofía de los Cojones, y en
una noche, al menos yo, no puedo empaparme de la totalidad de una chica.
¿Acaso Lucía no me
alcanzaba como personaje, para qué miraba a otras si quería escribir sobre una?
Muy sencillo, esa noche, viendo a Sofía, conocería a Lucía sosteniendo la
compañía de tres hombres sin besar a ninguno. Para algunas sonará fácil, otras
románticas que creen en la amistad no se sorprenderán. No sé, de lo que sí estoy
seguro es de que el Etnias fue la sede donde me regodeé al ver a dos tipos,
además de mí, caer súbitamente en el intento de conquistar a una chica de la
investidura de Sofía de los Cojones.
********
–Sofía, he pecado.
– ¿Qué? –sorprendo a
Sofía que está en el otro extremo de la mesa. Hablamos casi por señas debajo de
la bulla de la discoteca–.
Antes de volver el
Etnias esa misma noche, fui a recoger a mi hermana al terminal de buses de Cruz
del Sur. Ella volvía de una fiesta tradicional de Huaraz. Me propuso comer unos
nuggets en el Kentucky de Javier Prado con Las Flores. Hicimos el pedido y
comimos sin culpas en el auto. Fue una de las pocas veces que me gustó
conversar con mi hermana mayor. Sin embargo, Sofía era “vegana” (variante
ideológica del vegetariano). Saber que yo había pecado al mordisquear sin
culpas esos retazos de pollo frito en litros de aceite sucio tenía que hacer
reaccionar a Sofía al verla de nuevo.
–Dos padrenuestros y
un avemaría, Reiner –castigó De los Cojones–.
No sabe lo que hace, pensé.
Para mí, Lucía estaba molesta y se le pasaría apenas me viera con los chocolates
que le llevé. La música atronadora aventó a las parejas a bailar. Tenía que
subir la voz para contarle a Sofía mi última desgracia: la novela que escribía.
Mi defecto es no hacerle caso a una chica que me dice frases como “no siento
nada por ti”; “me gustas, pero no te amo”; “mejor lo dejamos así”, luego de
habernos abrigado juntos contra las noches heladas de agosto. No me las creo.
Tengo que decir que yo la había cagado primero con Lucía. Algunas veces le dije
que me gustaba otra chica, que no estuviera segura conmigo porque en cualquier
momento me iría, pero le quedó grabado y no me lo perdonó. Ella, sin un pelo de
tonta y con carácter explosivo, me dijo las mismas veces que no era mi puta
privada. Yo nunca te sentí así, Lucía, le dije. Cambiaron la canción y Jorge
Luis sacó a bailar a Sofía, así que me quedé con Gianluca y le continué
contando los últimos días con Lucía.
–Espera que ya salgo
–dijo Lucía–.
–Si te vas a demorar
más, avísame. Sólo para saber cuánto te esperaré.
–No te desesperes, ya
voy, tenemos que cerrar unos folios con mi jefe.
Ultra celoso,
imaginaba a su jefe intentando seducirla. Me imaginaba mil cosas y ella no dudó
en ponerme el parche apenas se las dije cuando me encontró en el quiosco de la
esquina con los chocolates derretidos.
– ¿Y quién mierda te
crees tú para ponerte celoso por mí?
–Me tienes esperando
una hora en esta esquina como un pepelmas, qué quieres que piense.
– ¿Acaso yo te pedí que vinieras? Yo quiero irme a mi casa tranquila.
–Te vas a ir, te vas a
ir ––repetí reblandecido––, pero conversemos antes un rato.
– ¿Sabes qué?, me voy
de acá, no te soporto. Mis compañeros van a salir y no quiero que me vean
contigo.
La acompañé, mejor
dicho, le hice sombra. Lucía caminaba y yo le hablé de sentarnos en una de las bancas
de la avenida Del Lenguaje (esas son calles de nombres literarios). La convencí.
Tienes cinco minutos, me dijo. Gianluca miraba a los bailarines, tal vez tenía
celos de ellos, quería manducarse a Sofía también, que iluminaba al buen Jorge
Teni con sus filudos pasos. Como siempre que le digo a una chica para hablar,
apenas logro su atención se me olvidan las cosas que quiero decirle y hablo
cualquier cosa. Lucía notó que le hacía perder tiempo, que nada conmigo estaba
bien, que era un pendejo que quería contaminar sus horarios con mis argumentos
farsantes, que era un egoísta por no dejarla ir a su casa estando ella cansada.
Se levantó, amenazó con avisarle a un guachimán si seguía insistiéndole a
quedarse. Me permitió acompañarla a tomar el micro a un metro de distancia. Estiró
sus dedos en señal de “Stop” cuando me acercaba mucho.
Es mi turno. Bailo
salsa con Sofía, sus dedos se deslizan suavemente en mi mano izquierda y mi
hombro derecho. Extrañamente, según Jorge Luis, aquel baile marcó un antes y un
después en mis performances de fin de semana. Sofía y yo íbamos al compás de la
música con mucho ritmo y garbó. Nos complementamos muy bien. Ha de ser porque
es un poco alta y, no sé, algo en su rostro limpio, en su mirada misteriosa, en
su perfume venenoso y en el universo que construimos con nuestros pasos trastorna
mis sentidos al punto de convertirme en John Travolta de “Fiebre de sábado por
la noche”.
–Quiero llegar rápido
para ver el partido de Alianza.
–Lucía, espera,
escúchame.
–Acompáñame a mi casa
si quieres y en el trayecto hablamos ––dijo Lucía––.
–Mejor vamos a verlo
al Chifa.
– ¿Y luego alguito
más? ––aumentó Sofía––.
–No gracias ––dijo
Lucía––.
– ¿Por qué siempre eres
tan esquiva, Lucía?
–Te digo que me
acompañes a mi casa y no quieres.
–Es que de San Borja a
Chorrillos es un tripsazo. Dime la verdad, me odias y no quieres escucharme.
–No te odio.
Simplemente no siento nada por ti, ya te dije. Odiarte sería perder el tiempo.
Te pusiste cargoso
pues, dice Sofía y chupa su Lucky light. Gianluca y Jorge no vuelven con la
jarra de cerveza que ella ha pagado. Me han visto muy cerca de Sofía y no se
animan a interrumpir.
–Loco, nunca bailaste
tan bien como con Sofía esta noche ––dijo Jorge Teni––.
–Nada, le pisé los
pies dos veces ––aduje––.
–Ni se notó. Más bien,
cuánto pones para la chancha.
–No puedo tomar, voy a
manejar.
–Son un par de
chelitas nomás, cáete con algo. Nadie ha dicho que eres el amigo elegido.
La verdad que sí estoy
muy cerca. Sofía cruza las piernas y yo estiro el tórax para atrás y la miro de
costado. Quedo en una posición privilegiada, debajo de su oreja hay un panorama
que me devuelve a la infancia.
–Te voy a confesar
algo ––le digo a Sofía––.
–No por favor, no me
cuentes tus intimidades todavía ––rehúye ella, tierna e implacable––.
–No son intimidades.
–Espero que no me cuentes
las cosas que me cuenta el pajero de tu amigo.
– ¿Jorge es un pajero?
–Sí, me confesó que se
masturbaba por mí.
– ¡Eres loca, Lucía!
––me equivoqué––.
– ¿¡Qué!?
–Perdón, me haces
recordar a una amiga.
– ¿A quién, a S?
– ¿Cómo sabes de ella?
–Teni me ha contado.
–Ese maldito. No, a ella
no, ella ya fue. Me haces recordar a otra. No importa, el caso es que ver así,
tu cuello, tan cerca, me hizo recordar cuando estaba enamorado de mi madre.
Sofía abrió los ojos.
Yo continué. Le expliqué que cuando era niño y mi madre me hacía dormir, yo
tenía una fascinación por su cuello. Estaba enamorado de su cuello blanco,
delgado y gentil. Siempre pensé que si lo tocaba se llegaría a romper, por eso
dormía sólo mirándolo. Era el cuello de un cisne delicado, mi madre se
convertía en un bello cisne alado cuando me hacía dormir.
– ¿Vine de tan lejos
sólo para hablar cinco minutos? ––le reclamé a Lucía––.
Ella no hizo caso y se
acercó a un microbús. “¿Vas a subir?”, me preguntó. “No”, le dije y ella volvió
como una mansa paloma a mi lado. Te lo juro, Sofía, me sorprendí de que ella me
hiciera caso. Pero el efecto duró hasta el siguiente micro que ella tomó sin
mirarme. “Tu pataleta no funcionó de nuevo”, dijo Sofía. Eran más de las nueve de
la noche y me esperaba un viaje desde la avenida Canadá hasta Chorrillos y
luego volver a mi casa. No gracias. Era imposible acompañarla, compréndeme
Sofía. El semáforo demoró tanto en cambiar que su micro no se movía, ella
estaba sentada y yo abajo, que por hacerme el digno no la miraba y decidí
llamarla y convencerla de que baje. Al otro lado de la línea, Lucía me recibió
con un balazo.
–Deja de hacer
escándalos. Pierde el orgullo y súbete.
Corté y corrí hasta el
microbús que no arrancaba. Subí. No debí subir. No debí gritarle allí adentro.
Me senté en el asiento libre delante de ella. Volteaba para conversarle.
–Por qué me haces
estas cosas, Lucía.
–Tú fuiste el que
quiso venir ––dijo ella––.
–Quería que hablemos tranquilos
y no me dejas.
–Por qué eres tan
niño, por qué gritas, quién te has creído que eres ––espetó ella––.
– ¿Te dejaste tratar
tan feo? ––preguntó Sofía––.
–Ni de vainas, allí
mismo alcé la voz, esta vez de verdad. ¡Qué te pasa!, ¿quieres gritar?, le
empecé a decir.
– ¿Y todos te
escucharon? ––Sofía estaba encandilada con mi historia de los gritos en un
microbús––.
– ¡Vamos a ver quién
grita más fuerte!
–Idiota ––susurró
Lucía, clavó su mirada, no pensó decir más––.
–Ahora te quedas
callada, ¡grita pues, grita más fuerte, yo también sé gritar!
–Eres un asno ––me
dijo Sofía––.
–Dios mío, esto no
puede estar pasando ––dijo Lucía, todos nos miraban, fue un momento incómodo––.
–Parecía una escena de
sexo duro ––le dije––.
–Sexo duro e inmaduro
––completó Sofía––.
Bajé del micro. Desde
aquel incidente no volví a ver a Lucía. No podíamos hacer el viaje a Chorrillos
luego de tantos gritos preñados de odio, rencor, malicia y veneno. Lucía de los
cojones ha desarrollado todas esas cosas en mí. He aprendido a odiar, Sofía
linda. Desde ese día, supe que escribiría una novela que hablara de ella.
Gracias a Lucía soy más frío, menos confiado y menos tonto. Aunque nunca se
sabe en estas cosas del amor, nunca se sabe. ¿Y cómo te va a ti? Cuéntame,
Sofía. Por si no ha quedado claro, me tienes en tus manos.
–Que primero lleguen mis
cervezas ––dijo ella y puso la tristeza en su lugar––.
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Esta historia en una canción
Muy bueno!. Es de los primeros que leo pero me ha enganchado. Espero algun dia escribir de pluma invitada jaja.
ResponderEliminarSaludos desde Barcelona
Bona nit!
http://slaintebcnagain.blogspot.com.es/
Quedas gustosamente invitado a ser Pluma. Mándanos tu texto hasta el 15 de diciembre de este año. Lo publicamos en enero 2013 de todas maneras. Chévere que te hayas enganchado, visitaré tu blog. Saludos.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarI'm delighted.
ResponderEliminarLo siento, el inglés en este caso me es más preciso.
Precioso juego sobre la construcción de Lucía-Sofía- restos (raíces) del amar.
Es como lo dices, es como la construí, es como el idioma te ayude a expresarlo. Claro que Lucía y Sofía, ellas solas, son más formidables de cualquier personaje que yo pueda crear pero es la precariedad a la que cada autor se atiene para crear sus demonios. Gracias por comentar, Patricia. Me gusta tu nombre.
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