martes, 31 de enero de 2012

Sombras a contraluz

Imagen por massimo.iudicelli


No sé adónde voy. No sé de dónde vengo. No sé cuál es mi lugar en el mundo. Estoy ebrio y necesito tomar aire. Salgo de un bar, aunque aún es temprano. Me subo a un taxi y le digo que me lleve al malecón más cercano. En el camino siento el sabor salado de mis lágrimas resbalando hasta mi boca. La vida no es más que una puta mierda, pienso.

Humos siniestros desprenden de mi boca. Camino sin andar. Mis pasos son más seguros que yo. Voy por las calles de siempre. Las mismas que saben más de mí de lo que yo sé de ellas. Contemplando una vez más sombras que se pierden, mil historias, cientos de cuentos, decenas de risas, más de cinco besos repartidos, una pareja;  y yo camino como siempre a los lejos, tan lejos de casa y tan cerca, tan cerca de mí.

Me detengo muy cerca de los riscos. Observo como las olas se estrellan contra las piedras. El viento sopla fuerte, tan fuerte que me despeina. Si me lanzo se acabará todo. Será un duro viaje. Volaré al menos 50 metros hasta estrellarme contra suelo. Lo pienso, y mientras más lo pienso mil recuerdos pasan por mi cabeza, como una proyección de película muda, en blanco y negro y las más tristes a colores.

Una chica me reconoce a lo lejos: es Sofía. ¿Qué hace aquí?, ¿Llevará mucho tiempo observándome? Ella se sienta muy cerca de mí. Es una bella noche para morir, me dice. Yo me quedo callado, no sé si es que ella puede leer mis pensamientos, o será que el destino la trajo hasta mí. Será acaso que sabe lo que quiero hacer, pero no dice nada más, espera una respuesta.

Siento más miedo de explicarle lo que quería hacer que de las rocas que esperaban abajo. Pero lo único que se me ocurre es preguntarle, qué hace ella aquí. Sentada con unos jeans ajustados, su blusa blanca que trasluce su brasier negro, negro como sus botas.

-¿Qué haces por aquí?, le preguntó.
-Pensaba en ti y apareciste. Pequeñas risas.
-¿Es enserio?, le preguntó consternado.
-No, me timbraste hace algunas horas, luego me mandaste un extraño mensaje de texto en el que te despedías de mí. Así que vine a despedirte ¿Pero tú qué haces aquí, en serio?
Silencio.
-Bueno, salí de un bar muy cerca de aquí. Me siento algo extraño y pensé en tomar aire.

Saca una lata de sus bolsillos, prende un cigarrillo, golpea un par de veces. Se echa en el pasto húmedo, me toma de la mano y caigo con ella.

No sé qué decirle a la mujer que me acompaña, no sé cómo decirle que estoy idiotizado por su belleza, por su capacidad de estar callada y decirme todo con una mirada lo que me hace feliz, y por eso no le digo nada más. Sólo la beso, la aprieto contra mi cuerpo, devoro sus labios con un placer que nadie más podría darme.

Pienso entonces que ella me llena de vida, me hace olvidar la existencia gris y mediocre a la que me he condenado en esta ciudad de la que quiero irme. Me convence de irnos del malecón.

Será que las mujeres son seres muy sensibles, que buscan hombres con ternura femenina, o porque tuvieron un padre ausente que las abandonó y fue duro con ellas; o porque crecieron con una madre mandona, egoísta y caprichosa, que no supo darles amor propio; o simplemente porque tuvieron mala suerte o poco criterio para elegir novio. Sea el motivo que fuera ella está conmigo ahora. Caminando juntos.

Aún es temprano y me convence de ir un bar muy cerca donde aquella noche toca un amigo suyo. Sospecho que han sido amantes pero no quiero arruinar el momento con mis clásicas inseguridades, no le refuto nada. Pedimos un vino que ella ofrece en pagar, no pongo resistencia. Pongo la cajetilla de Marlboro Ligth en la mesa. Escuchamos como suena la banda. El baterista no deja de mirarla desde hace un buen rato. Me incomoda, me saca de mis casillas, sin embargo, trato de contenerme, ella parece gustarle aquel juego de seducción y celos que desprende el ambiente.

La banda toca una canción lenta, sale a la pista, aunque no soy tan malo bailando, quiero dar mi mejor esfuerzo y que todos sepan que ella ha venido conmigo. Bailamos cerca, tan cerca que puedo sentir su olor a vainilla y canela. No creo que sea su perfume debe ser su olor natural, pienso.

Ella está algo cansada luego de bailar cuatro piezas seguidas. Trato de convencerla de irnos, pero aquel baterista irrumpe en escena. Ella me lo presenta y ambos nos apretamos las manos en señal de duelo, luego habla de lugares, amigos en común y yo salgo de cuadro. Me excuso para retirarme al baño. La he perdido, soy un loser que no sabe hacer nada bien ¿Qué posibilidades podría tener yo contra él? Me miro en el espejo, me mojo la cara, mientras el vocalista de la banda me toca el hombro y me pregunta si soy amigo de Sofía, no le respondo, salgo del baño.

Sofía aún sigue conversando con aquel baterista. Me siento en la mesa donde estábamos sentados minutos atrás. Prendo un cigarro y me fumo mi ira, mi rencor. Ella se acerca hasta la mesa. Toma su cartera, se despide de aquel baterista. Me toma del hombro y nos perdemos entre la muchedumbre del lugar.

-¿Estás celoso? Me pregunta con una sonrisita irónica.
-¿Yo Sofía? No, sabes que yo no soy celoso. Le miento. No importa con quién bailes, o con quién hables, porque el que te dejará en tu casa seré yo.
-Estás loco. Pero debe ser eso lo que me gusta de ti. Que eres tan predecible.

Al salir del bar, me siento vivo, más vivo que nunca. Sofía camina conmigo y con ella todo lo malo de la vida desaparece. La noche es abrumadora, el calor insoportable, las copas de más hacen que ella sea más cariñosa de lo habitual conmigo. Como rehusarme a sus encantos.

Esa noche hacemos el amor en un colchón de un hotel de dudosa reputación. Ella está sentada sobre mí, la ventana está medio abierta y no nos importa que puedan vernos. Ella grita de placer cuando termina. ¿Nunca habías gritado así, le preguntó? Es que nunca me habían querido como hoy.

-Realmente me gustas. Le digo muy suave a la oreja derecha pues un amigo me dijo que el hemisferio izquierdo del cerebro controla el lado izquierdo del cuerpo, donde está el corazón.
-Ya me lo habían dicho antes, me dice ella. Pero está es la primera vez que lo siento. Me besa con mucha fuerza.

Nos damos una ducha muy larga, la mejor de nuestras vidas, y luego nos tumbamos en la cama y caemos dormidos. Despierto asustado horas después. No sé donde estoy. Tengo miedo que todo haya sido un sueño. Pero Sofía me sonríe, me da un beso y vuelvo a la realidad. Has dormido por tres horas, dormilón, me susurra. Jorge, la vida tiene estas cosas siempre. Son los pequeños instantes de alegría que hacen que valga la pena estar vivo. Nosotros hacemos la diferencia.

Sin darse cuenta ella me ha dado el regalo más hermoso. Aquella noche ella me devolvió algo más que su amor, me devolvió la vida.

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Esta historia en una canción

martes, 24 de enero de 2012

XIV. Delete (1)

Imagen por Iztieta

Martes, 21 de setiembre de 2010
La noche permitía el paso de su mirada. Lucía permanecía callada, mirando las nubes que se habían ordenado como un ejército de genios gigantes que custodiaban los actos del chico impertinente. Ella dejaba que Javier la entretuviera con sus fábulas y naderías. No le había dicho ni una letra del cáncer al cuello que tenía, no lo necesitaba para vencerlo. Por ahora, las anécdotas de Javier en clase de Fotografía Periodística, la narración del derrame de los químicos (que revelan las fotos en blanco y negro) encima de la profesora la distraía, tanto que la noche permitió que brotara una sonrisa de ella.

Cada tanto, Javier preguntaba si le pasaba algo, la notaba rara y se conformó con el mentiroso “no pasa nada”. Él no sabía que había un tercero entre ellos, un componente invasor amamantado en secreto por los tejidos celulares del cuello de Lucía. Quiso decírselo, en un momento se animó, pero estuvo tan burlesco con las personas, tan farragoso en sus anécdotas, tan bebé, que lo sintió poco serio e inmaduro para entender las cosas que le pasaban y dejaban de pasar en aquella banca poco alumbrada de la universidad.

Abrió su bolso mostaza. Sacó un lapicillo y un espejo que tomó con su mano izquierda, abandonó su bolso al costado y empezó a delinear una belleza que en verdad nunca abandonaba su rostro. Al sentir que su monólogo era ignorado, Javier quiso curiosear y metió la mano en el hoyo oscuro del bolso. Encontró un cuaderno verde marca Loro un poco descuajeringado. “¡Deja eso!”, exclamó Lucía al ver un pedazo de su intimidad en peligro. Allí guardaba varias anotaciones que la comprometían, alguna de las cuales involucraban a Javier.

Él quiso despeinarla un poco. Se levantó de la silla donde estaban y la esquivó una y dos veces. Lucía se quedó quieta, no le seguiría el juego a ese parlanchín. Sólo atinó a advertirle que le devolviera el cuaderno verde en ese mismo momento. “Lo voy a ver y ahorita te lo devuelvo”, se excusó él que, zorro del desierto que huele la carne podrida a mil metros, sintió la desesperación de Lucía y activó sus ganas de rayar su paciencia. Hojeó el cuaderno, le dio vuelta, examinó la letra ininteligible de abogada de Lucía y siguió avanzando. Hasta que se detuvo en una hoja fechada tres días atrás.

“examen de derecho constitucional, avanzar lecturas. comprar yogurt frutado en metro. estoy muerta, visitar al oncólogo. me duele el cuello y caí en su juego”.

Era el cuaderno de anotaciones de Lucía, un ayuda–memoria de su vida, una planificación en letras minúsculas de los días que vendrán. Se preguntaba si las oraciones cayeron en ese orden por azar o por caprichos de ella. “Estoy muerta, visitar al oncólogo”, repitió con las manos alzando el cuaderno. Lucía volvió por última vez a la carga. No pudo quitarle el cuaderno, se sentía ofendida e indefensa.

–¿¡No entiendes lo que te digo, imbécil!? ––enfureció ella––.
–Entiendo lo que no me dices, qué pasa, ¿por qué la molestia?, ¿cómo que estás muerta? ––preguntó él––.
–¡Porque lo estoy! ––gritó ella y rompió en llanto––. No te conté, tengo cáncer ––dijo, arrugando la voz––.

Javier quedó en una pieza, sus huesos se molieron, no sabía en qué lugar del alma posar su pena. Atinó a preguntar lo que había escuchado claramente. Ella le confirmó que le habían detectado un edema en el cuello. El cuaderno verde cayó de sus manos y de su boca sonó “perdoname”.

–¿Te duele? ––preguntó Javier––.
–Eso es lo raro. No siento nada.
–A ver, déjame tocar.
–Ni se te ocurra. El doctor dijo que hay un 60 por ciento de probabilidades.

La noticia vuelve a impactar a Javier, que se sienta a su lado y piensa. Lucía puede morir, un bulto en el cuello ha alarmado a un doctor que se juega 60 fichas contra 40 que Lucía tiene un cáncer en esa zona que ha besado tantas veces. Le da rabia, confirma su desconfianza hacia los doctores. Todos manipulan, encubren y ahora apuestan como si de un bingo se tratara. O sea que se puede dividir la enfermedad de una persona y por tanto a ella también. Si luce radiante y delicada, cómo puede creer que ahora se vaya a morir. ¿Puede destruirse tanta belleza?

–No me importa ––afirma ella––. Mi vida sigue como siempre.

Un vientecillo moviliza un hilo del cabello de Lucía a las narices de Javier que responde con un estornudo impertinente. La oscuridad del lugar traga a los amantes. Javier no sabía cómo reaccionar ante la noticia de Lucía, nadie sabe qué hacer cuando la noticia es el cáncer. Se limitó a escucharla y tratar de no malograrla de nuevo.

Luego quiso distraerla del tema con sus comentarios siempre disparatados. Lucía se mostraba fuerte, no asomaba ningún atisbo de tristeza, sólo el repentino peso de la muerte en sus palabras. Javier tuvo la sensación de estar ante un cadáver y le parecía injusto el destino que ella presagiaba para ella. La belleza muerta no existe si palpita la risa en sus palabras.

Lucía tomó su cuaderno verde, lo guardó y se fue. Javier la vio caminar diez pasos y reaccionó, corrió y la alcanzó. “¡No me toques!”, advirtió ella con los ojos llameantes. “Lucía espera”, trató de calmarla, se puso delante de ella. Todavía no había nadie, a cincuenta metros, la cafetería de Letras era el primer lugar lleno de gente, los alumnos estudiaban, ¡maldición, tan tarde, lárguense a sus casas!, pensó Javier.

Antes de llegar a la cafetería con Lucía, Javier se acobardó y detuvo su marcha, la dejó irse porque no quería que lo vieran discutir y perseguir a Lucía, significaba hacer el espectáculo para los demás. Si él estudiaba periodismo era para jamás estar al centro de la noticia, sino que sea él quien señale a los pillarajos de la política y la farándula local, que lo mismo era.

La vio caminar robusta y molesta, no parecía la chiquilla frágil que segundos antes habló de morir. Ahora le había mostrado los dientes. No aguantó una intromisión más de Javier y se despidió como si fuese para nunca más verlo. Él  no se quedó contento, la siguió de lejos, tomó el camino de los rosedales de la universidad, desde donde espió cómodamente, él pensó que saldría pero vio que entraba a la biblioteca.

Se acercó tomando las precauciones para que no lo viera si volteaba; a la vez rogaba no encontrarse con ningún compañero. La vio subir al segundo piso de la biblioteca, encontrar un amigo al que le pidió su laptop para entrar al Facebook e iniciar la venganza que ha tomado popularidad en la juventud confundida de estos tiempos de redes sociales: eliminar contactos, porque eso son, fríos contactos, témpanos de hielos cibernéticos ordenados por algoritmos, mas no amigos.

Javier la vigilaba sin que ella lo sepa. Fue testigo del recorrido del ojo de Lucía en su Facebook, se sentía un vouyerista cibernético. Sin darle click a los números en rojo que indicaban novedades en su vida social on-line, Lucía revisó el perfil de Javier Marsano sin sospechar que él la espiaba desde atrás, camuflado tras un libro de abogados de los tantos que hay en el segundo piso. A lo lejos, reconoció su muro y la quedó observando, inquieto por saber qué cosas miraba: apretó dos veces la opción de “publicaciones más antiguas” y ojeó rápidamente los enlaces que un par de chicas habían puesto con encabezados en doble sentido. Vio las fotos, retiro unos estratégicos “me gusta” y procedió al desenlace.

Rápidamente, fue a la opción “Reportar/bloquear” y le dio click. “Eliminar a Javier Marsano de tu lista de amigos”, era la tercera opción que eligió sin chistar. Mediante un aviso, Facebook dijo “gracias” y le recomendó qué hacer ante un caso de acoso cibernético. Ella pensó que ojalá dijeran qué hacer ante el acoso real que Javier hacía. Refrescó la página y lo vio, el muro estaba en blanco, Javier ya no era su amigo. No quedó contenta y decidió bloquearlo, es decir, que Javier no pueda encontrarla en Facebook si la buscaba desde su cuenta.

Listo. Punto final, Javier, se dijo en su mente. En su casa lo borraría del Messenger, invisibilizar su muro era más urgente, impostergable. Lucía se despidió de su amigo y bajó las escaleras, Javier siguió escondido. Salió detrás de ella de la biblioteca y caminó a sus espaldas. Ella seguía resuelta, giró en el árbol y sintió la necesidad de mirar atrás. Plantó sus tacos en el piso y volteó, allí estaba Javier, aventándose a las plantas para no ser visto. Patético, pensó ella y siguió caminando.

Volvió a doblar en el Cafetal, empezó a planear su venganza. Algo radical, pensaba, pero qué. Al cruzar el Banco Continental y el par de cajeros, sentenció a Javier. Él por su parte fue cauto, pensó en conversar con ella en el micro camino a casa. No quería exponerse en la universidad a los gritos destemplados de Lucía. Cruzaron el McGregor, el edificio más alto de la universidad, y Lucía lo miró por última vez.

Al llegar a la puerta, Lucía habló con el guachimán que custodiaba la entrada. Él se volteó, Javier observó con cautela, estaba a diez metros de ellos, ¿qué le vas a decir?, pensaba. Lucía no lo miró para no sentirse culpable de su solución radical; él agudizó el oído y logró escuchar lo que hablaban mientras ralentizaba el paso.

– ¿Quiero poner una denuncia por acoso, Walter, cómo hago? ––dijo ella, conocía al señor––.
– ¿Segura, señorita? ––dijo el guardia y le miró el escote––.
–Como que te lo estoy diciendo.
– ¿Qué ha ocurrido?, cuénteme.
–Un chico me sigue por la universidad, lo vi hace un rato.
–Es normal, señorita Lucía, usted debe tener club de fans.
That´s not the point, Walter. El caso es que ese tipo me perturba.
–Avisaré en Intendencia. A ver, deme su nombre ––dijo el guardia––.
–Se llama…

En ese momento, Javier apuró el paso, no quiso escuchar más, no la creyó capaz de denunciarlo por acoso, ¡nada menos! Nuevamente la cobardía, no quiso enfrentar a Lucía ni afrontar un escándalo con el vigilante. Pensó que Lucía había ordenado su apresamiento y que sería llevado a alguna cárcel universitaria (si acaso eso existe) esa misma noche acusado bajo los cargos de depravado sexual o lector de diarios íntimos.

Cruzó los dedos, avanzó, pasó al lado de ambos, cerró los ojos luego de mirar a Lucía. El movimiento de sus párpados fueron una venia hacia ella, una minúscula reverencia para pedirle que no lo denuncie, que diera marcha atrás y salve su pescuezo. Su crimen era gaseoso e improbable, nada menos que haber leído el cuaderno secreto de la niña Lucía (que por otra parte no le pareció tan revelador), pero todos sus miedos se juntaron al sólo pensar que perdería la libertad y la tranquilidad por culpa de esa niña violenta y arrebatada que conversaba con el señor de seguridad. Total, ella era la abogada, ella conocía bien su proceder esa noche y podía inventar una argucia legalista para provocar una llamada de atención por parte de las autoridades universitarias.

“¡Oiga usted, señor Marsano, venga para acá!”, pensaba escuchar en cualquier momento. Rogó que el guachimán no lo llame, cruzó los dedos y no se detuvo. No quiso mirar atrás, imagino una cueva en cuyo fondo yacía una mujer capaz de depredar al ser más peligroso, al enemigo más pintado. No necesitaba de genios gigantes que expiraban con el viento para eliminar del juego al idiota que no había respetado su espacio, sus letras y ahora odiaba con rabia.

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lunes, 16 de enero de 2012

Tenemos que hablar


Te espero cuando la noche se haga día, 
suspiros de esperanzas ya perdidas. 
Mario Benedetti.
  
Imagen por WillemGT

El tiempo se detuvo. Cierra los ojos. Le dice a ella mientras pasa las manos por sus mejillas, de abajo a arriba y viceversa. Y ella, para que sirve, y él, ayuda a la memoria sensorial, para no olvidarnos de cosas básicas. Las orejas, los ojos, la nariz, la boca. Y ella, ¿quieres saber lo que me gusta de ti?, que me rechazaste. Que eres delicado. Que estas asustado. Que estés fuera. Que me provoques ternura. Que me excitas. Que igual estás dentro de mí. Los dos abrieron los ojos.

Tengo que hablar contigo. Me dijo David, al otro lado del teléfono. Estoy en tu casa en cinco minutos. Colgó. Cientos de preguntas revolotean en mi cabeza. Estoy casi convencido que aquellas palabras conllevan nombre de mujer. No me equivoqué.

Él, como yo, ha sucumbido más de una vez a los encantos de alguna fémina que ha mellado su ingenuo corazón. Pero así es él, un romántico empedernido, un chico de  banco que  ha renunciado momentáneamente a su sueños de ser músico. Es a su vez un luchador de batallas perdidas, debe ser por eso que es mi amigo.

Cuando conoció a Amanda, no paso mucho tiempo para que se enamorara de ella. La conoció en el trabajo, me contó. Ambos pasaron la prueba. A él lo contrataron y a ella no. En compensación la invitó a tomar helados, caminar un par de cuadras por el malecón. Se perdieron por las calles de la ciudad y deambularon felices quizás por haberse encontrado.

Dos semanas después y ella era su novia. Su relación fue como todas y como todas llegó a acabarse. Él siempre trato de ser el novio perfecto. Quizás fue esa misma perfección la que fue desgastando esa extraña relación.

El único recuerdo que yo tengo de ella es su traje de novia una noche de brujas en la que salimos los cuatro; es decir, ellos, una ex y yo a bailar a un antro barranquino. Quizás yo también recuerdo esa noche por la dulce compañía en la que me encontraba. Nunca habíamos bailado tanto como aquella vez, nunca, recuerdo con él, mientras caminamos.

Luego de la ruptura él no solo perdió casi todo contacto con ella, si no trato como todos en reconquistarla desesperadamente. No obstante, fue inútil. También perdió su trabajo. Fueron duros meses que en los que le costó recuperarse.

Nos gustaba conversar en las noches y analizar nuestros errores .Los buenos y malos momentos que pasamos con ellas, las que no estaban. Yo siempre traté de ser más fuerte, y así convencerlo de a pocos de que empezara a salir.

Pero claro, eso fue hace muchos meses atrás. Antes de consiguiera otro trabajo en otro banco y de mejor prestigio. Y después de su pequeña aventura con Viviana Dallas en la fiesta de fin de año. En aquella noche me preguntó por ella. Que si yo creía que estaba bien si intentaba algo. Yo le di una palmada en el hombro, deseándole suerte y que contaba con mi apoyo y aprobación.

Durante toda la noche observé de forma sutil cómo ella se reía de las frases sueltas que David le decía en la oreja. Los abrazos en la oscuridad de una playa del sur, sólo iluminada por los cohetes que alumbraban el cielo por segundos. De regreso en la casa de playa, se perdieron entre la multitud, hasta las escaleras del segundo piso. La besó de forma frenética. Ella lo tomó del cuello y dejó que él la tomase por la cintura. Hasta que los vio el dueño de la casa, y ella separó a David a empujones. Él consciente de lo que había pasado solo atinó a reírse. Ese fue su pequeña aventura con la coqueta estudiante de periodismo y aspirante a escritora.

Ahora, ambos estábamos apoyados en una mesa de billar. Jugamos en silencio. Mientras él aplaudía una de mis jugadas usando una banda para colocar la negra en la esquina y aún así no ganar la mesa.

-¿Por qué estas tan callado?, le pregunto. ¿Es por mi jugada?, me rio.
-No, no es nada de eso.
-Por cierto, de que querías hablar. Le digo mientras me preparo para tirar de nuevo.
-Qué pasaría si tuvieras la oportunidad de volver ver a tu ex. Qué harías.
-Depende cuál, supongo. Hoy es cumple de Alejandra. Mi ex, la que duró dos semanas. Risas. Me ha invitado a su fiesta. Su prima también me llamó para que vaya.
-Qué y vamos a ir.
-Claro.

Camino a la fiesta de Alejandra, David caminaba en silencio, pensativo. Mientras Reiner siente más que curiosidad por conocer a Alejandra, la ex de la que le estuve hablando días atrás, él tiene un plan entre manos que no me va a contar. Él lo sabe todo de mí y yo casi todo de él. Llegamos a la casa de Alejandra con dos botellas: un ron y un pisco.

Mientras Alejandra me saca a bailar y Reiner baila con la carismática Carlina, amiga de Alejandra que conoció camino al baño, lugar habitual donde conoce a las chicas. David está sentado en una esquina fumando un cigarrillo como si lo más profundo de sus pensamientos divagara en el humo que desaparece en el techo.

Horas más tarde y con unas copas demás, llega Nicolás. Que a vez es amigo de Reiner, y al cual conozco por él. Debe ser cierto Lima es un pañuelo, pienso.

Alejandra se ha olvidado de mí. Saca a bailar a Nicolás todas las canciones que suenan. Tengo celos. Sí. Los tengo. De la chica con la que termine hace más de un mes. Reiner  trata de calmarme como siempre. No es suficiente para mí. Cuando la canción termina me despido de la cumpleañera. Ella me detiene en la puerta, pidiendo que me quede. Yo la miro con mis ojos desorbitados por el alcohol. Le digo espero que no hayas perdido tiempo despidiéndote de mí para que puedas bailar con Nicolás.

-Silencio.
-Estás celoso. No me jodas que estás celoso porque sería estúpido. Tú terminaste conmigo y dijiste que querías que fuéramos amigos.
-Sí, discúlpame. Tengo que irme. En serio, hablamos otro día.
-Como quieras, Jorge. Pero eres un tonto.

Mis amigos esperan en la esquina, me preguntan si besé a la cumpleañera. Me quedo en silencio mientras tomamos un taxi camino a nuestras casas. Reiner es el primero en bajarse.

Minutos después, mientras caminamos las dos últimas cuadras para llegar a mi casa, David me cuenta que vio a Amanda hace poco. Dos días para ser exacto. Yo me quedo en silencio. Nos sentamos en la puerta de mi casa, mientras prendemos los últimos cigarros de la noche.

-Cuando la vi, fue para pedirle disculpas acerca del pasado, me cuenta David.
-No sé que decir. Le respondo.
-No, no digas nada hasta que termine. Le invité algo de comer, pero nunca tocamos el tema de nosotros ni del pasado. Era extraño, por un instante todo era como siempre pero distinto sabes.
-Y qué pasó después.
-La acompañé a su casa, me invitó a pasar. Entré y bueno, me acosté con ella. Pero no es sexo. Es mucho más que eso, creo que la amo.

Silencio.

-Qué harás ahora, le preguntó.
-Por lo pronto, irme a dormir, mañana hablaré con ella.
-Las ex son un campo minado donde uno debe saber dónde pisar, no vayas a salir herido de nuevo.
-Pequeñas risas.
-Hasta pronto, amigo.

David se va alejando, quizás con más dudas en la cabeza que yo. La noche se hizo de día en la puerta de mi casa, pienso en Alejandra. En David y Amanda. Mañana tendré todo más claro, me digo. Sé que cuando me duermo ebrio, me despierto triste.


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Esta historia en una canción



Anuncio: Las Plumas Invitadas 2012 empiezan en pocas semanas. Atentos eh. Anunciaremos las posiciones en el próximo post y AVISAMOS que todavía pueden enviarnos sus plumas a la dirección blog.choteadas@yahoo.com. Serán listados al final, pero igual serán publicados.

viernes, 6 de enero de 2012

Hola oscuridad


Hello darkness, my old friend 
I've come to talk with you again
Simon & Garfunkel

LA OSCURIDAD es propicia para que yo exista. Que aparezca en tu mirada es un capricho de la luz que no vino a resguardarte. Fui desterrado hacia este balneario para encontrarme con tu historia. Me dieron las doce caminando, cambiaba el año nuevamente, llegué antes que ellos para preguntarte qué pasaba.


Imagen por Dalla

Las bombardas en el cielo hacían saltar a las ratas de sus madrigueras. Mis pasos arenosos eran acompañados por el júbilo de las personas escondidas en sus casas de playa. Puedo entender las luces, es hasta poético ir tan alto para iluminar la noche, lo que no comparto es el ruido, la explosión, la mamarata con que el mundo festejaba la llegada de la tristeza a tus ojos.

Primera comprobación. Punta Negra todavía es un barrio agreste. Las calles son una suerte de maraña desértica flanqueadas por casas de paredes blancas con comodidades de las que conviene disimular. Los Pingüinos, las Garzas y los Manatíes son los nombres de las calles por las que caminé hasta encontrarte, niña sola, tú no tenías nombre y yo olvidaba mi pasado en cada paso.

Tú sentada en la calle vacía. Te hablé y me dijiste que esperabas a tu amigo o novio, no sé, lo mismo da. Así que te acompañé. Me contaste que a las doce tu amigo te raptó y caminaron buscando un hotel pero todos estaban llenos. No aceptaron esa respuesta y se escondieron en una esquina donde forzaron las caricias y cabalgaste sobre él.

– ¿De verdad pasó eso? Cuéntame más –dijiste–.

Venían de una fiesta y querías volver a ella. Él te llevó por el camino contrario y tú te dejaste llevar, le reclamaste que era un mal hombre, pegaste el grito al cielo, lo golpeaste hasta que tus pies no aguantaron y te quedaste sentada. Él te preguntó qué harían y le pediste que trajera tus cosas, vámonos a Lima.

Él estaba asustado. Si volvía, todos le reclamarían por ti. Aun así, dejó su celular contigo, te dijo que no te movieras y volvió a la casa para recolectar las cuatro cosas que le pediste: tu cartera, billetera y no recordó más. Le pediste tantas cosas que lo aturdiste, no sabías lo que él quería. Desbordado por la situación, pidió ayuda, él y su amigo se subieron a un auto plomo y fueron a recogerte. Cuando llegaron en el auto me escondí en la oscuridad.

– ¿Y no viste quien bajó del auto?

Sí los vi. Bajó un moreno flaco, alto, era el que conducía, parecido a Neymar, el futbolista brasileño. Te tomó en brazos y detrás de él bajó el copiloto, era él, el que te había dejado allí postrada, se quedó mirando la escena. Había soportado las riñas de Neymar en todo el trayecto, “¡putamadre, a dónde te la has llevado!”. Te acostaron en el auto y arrancaron.

Imagen por xd360

Segunda comprobación. Hay favores que llegan sin pedirlos y personas nobles para ejecutarlos. En el auto, negaste todo porque eres una dama, confundida, que quiere divertirse y no encuentra el rumbo todavía. Dijiste que no había pasado nada. Neymar manejaba, al tiempo histérico que eufórico, volvió a gritar, prometió que no contaría lo que había visto, que moriría con el secreto guardado. Gracias, le dijo él repetidas veces, eres un buen amigo.

Si sé todo eso es porque soy tal vez el culpable y aspiro a ser tu salvador. Es difícil de explicar. Prefiero actuarlo para ti. Pero cómo. Yo sólo aparezco cuando estás sola y me esfumo si aparecen los demás.

– ¿Entonces para verte de nuevo tendré que estar sola?

Y en silencio. Si me delatas, me diluyo. Me contaste que perdiste el celular. Me dijiste que perdiste varias cosas que no te pude devolver. Por eso también me fui. Yo no tenía más sentido en tu vida. Perdiste lágrimas, el cielo y las luces de año nuevo. Eso decías. Tal vez las puedas recobrar.

–No. Tendré que esperar otro año nuevo.

No te preocupes, esas son medidas del tiempo que el hombre hace y que otro hombre las puede deshacer. El tiempo se puede alargar siempre hasta llegar a romperse si no sabes jugar. Pero de esos hombres que conocen las comisuras del tiempo quedan pocos, no te garantizo que los puedas encontrar. De haberlos, seguro te preguntarían por los momentos de tu vida sola, ellos quieren saltar por tu ventana y que de pronto todo sea pájaros.

También te pedirían, ellos y yo también, que no utilices más palabras celestes, que aprendas las frases duras, las menos calmadas. No sé. Yo no conozco a esos hombres, aunque camino con ellos en las sombras, los he visto pasar a mi costado, no les hablo por precaución. Cuando quise ser como ellos, fracasé. Soy muy tonto quizás. Cuando me divierto, en realidad me pervierto y ya me han aborrecido por ello.

Última comprobación. Pervertir en el sentido de perder mi forma primera. Por ejemplo, tengo la piel pervertida porque me he quemado en esa playa maldita donde el sol golpea fuerte. Si quieres conocer la historia universal de la oscuridad debes volver a donde nos encontramos.

–Eso es superficial. Lo que importa es cómo eres.

Soy lo que recuerdas.

–Ese es el problema, mi memoria es débil al ingerir mucho alcohol. Aunque recuerdo algunas cosas. No recuerdo tu nombre.

Es mejor no saberlo. Tanta luz puede oscurecer tus ojos. Insisto, actuaré para ti los sucesos que me relataste en el corto tiempo que te conocí, como me los imaginé, tengo muchos recuerdos en la mente, casi como si fuera yo quien los vivió. Para devolvértelos, vamos al teatro más adelante.

Ahora debo escapar. Alguien viene a buscarte, no podré caer por tu chimenea, no seré la correspondencia debajo de tu puerta y menos la casualidad al doblar la esquina. Yo sólo existo en ese habitáculo oscuro que son tus recuerdos. Allí duermo solo. Si me olvidas, aparezco. Escucho pasos, mi muerte está cerca.

–Calla. No morirás.

Moriré en ti. Y recuerda que hay un precio.

– ¿Cuál es?

El silencio.



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Esta historia en una canción.



[ A continuación, una de las últimas entrevistas que hice el 2011 en la Bolsa de Trabajo. Olvidé colgarla antes. Espero les guste, esta es a la psicóloga Suzann Yoplac, la hice con mucho cariño. Ella atiende jóvenes y adultos como ustedes queridos lectores con ganas de hablar. Como me cayó bien, le dije que la entrevista saldría publicada con la dirección de su consultorio, que yo arreglaba con la editora, pero esta desatendió el pedido que le hice, así que cumplo mi promesa por esta página. Para los interesados en terapias, la bella Suzann los espera en Las Dalias 214 dpto. 602 en Miraflores. Su teléfono es 95628-7929. Si les dicen que vienen de mi parte, les cobrará más. Saludos.]
Dale click al link de la entrevista.