domingo, 24 de febrero de 2013

Arrivederci, princesa

Imagen por My Brasil Mercado

Febrero lleva su nombre. Y con él la oportunidad de verla de nuevo. Habían pasado casi dos meses desde la última vez. Un huracán de preguntas revoloteaba mi cabeza, acompañada de cierta emoción y nerviosismo que uno siente al volver a ver a alguien.

No es que no haya intentado, lo hice, la llamé una tarde en la que su ausencia y mis ganas por saber de ella dominaron mis dedos que casi poseídos marcaron los nueve dígitos que me llevarían a su voz. Más que una conversación fue un monólogo donde sólo hablaba yo. Sus respuestas eran cortas y con cierto desaire; quizás así la conversación terminase de una vez.

Me prometí entonces no volverla a llamar. Como tantas veces me he prometido dejar de fumar, o comer a deshoras. Son esas promesas que uno sabe que debe cumplir y no cumple. Así que la llamé un par de veces más sin tener éxito. Había desparecido, se había esfumado, ni siquiera estaba en la red, no dejó rastro. Quizás eso aumentó mis ganas de querer volver a verla. Y ahora, luego de casi dos meses, estoy rumbo a encontrarla.

Su mejor amigo, Marco le organiza una fiesta sorpresa al otro lado de la ciudad, en casa de Guillermo. Es un viaje de casi una hora y media. Me acompaña Nicolás que de no haber sido por él no hubiera llegado nunca.

Es extraño volver a ver a mis compañeros de clases, aquellos que no pensaba ver hasta que el verano termine. Saludo a todos esperando llegar a la cumpleañera ausente. No está y he viajado todo este tramo para nada. Disimulo mi impotencia con una sonrisa triste.

Marco me pasa una botella y dejo que el alcohol merme su ausencia. Él ha planeado cada detalle para sorprenderla. En el fondo él está, al igual que yo, no perdida, sino perdedoramente enamorado. Me recuerda tanto a mí, que casi lo entiendo.

Horas más tarde irá a recogerla con la excusa de pasar por la casa de Guillermo. Mientras tanto soltamos unos cuantos gallos en el Karaoke improvisado que ha instalado en la sala.

Bajamos el volumen, apagamos las luces y nos escondemos en la cocina mientras ella sube por las escaleras. Todos están emocionados, quizás igual o más que yo. Dos tipos más también han recorrido media ciudad para verla.

¡Sorpresa! y aún con las luces apagadas se puede ver cómo su sonrisa ilumina el lugar. Nos acercamos a saludarla, susurrarle unas cuantas frases al oído. Soy el penúltimo en hacerlo, Marco quiere llevarse los honores.

Estoy sentado en una esquina de la sala, con un cigarro en la mano. Ella está muy cerca de mí, tanto que casi puedo olerla. Le susurro al oído que es la mujer más linda que he visto en mi vida, y ella me mira conmovida y creo que sabe que le hablo con el corazón, que no le miento como un oportunista para llevarla conmigo. Mientras todos bailan de forma descoordinada.

Me pide un cigarrillo pero es el último que tengo, sin embargo, ella quiere compartirlo. Se va al balcón mientras que en la sala, el alcohol ha hecho su trabajo y dejado en los brazos de Morfeo a Marco y a un par más. Nicolás es mi back-up y se encarga de animar la fiesta que ya está terminando.

No sé qué decirle a la mujer que me acompaña, no sé cómo decirle que estoy idiotizado por su belleza, por su capacidad de estar callada y decirme con una mirada todo lo que me hace feliz, y por eso no digo nada, sólo la beso, la aprieto contra mi cuerpo esmirriado y devoro sus labios con un placer que nunca podrán darme.

Nos decimos cosas dulces al oído. Mientras aún la tengo abrazada y creo estar enamorado de ella. Tengo ganas de decirle lo mucho que la he extrañado. Que quisiera que el tiempo se detenga. Que el mundo deje de girar. Que se quede inmóvil para grabar este momento en mis recuerdos, pero cuando estoy a punto de decirle todo eso, se desprende. Se aleja, el sueño ha terminado. Se despide de mí, y despierta a Marco que la llevará a su casa. Ella se ha ido y yo regresó a la sala, a terminar lo que queda en mi vaso.

Aún tengo sabor de sus labios en los míos. Pienso en ella, y en Marco. Pero en el amor como en el fútbol no gana quién hace los meritos sino quien define una acción. Creo que él tiene la esperanza de que algún día ella reconozca todo lo que hace para sorprenderla, complacerla y verla feliz. Aunque, también me gustaría que ese sea mi trabajo.

La mañana siguiente aún alcohol en el cuerpo, me despierto y veo que tengo cuatro llamadas perdidas en mi celular. Es ella, así que la llamo, hasta que conteste. La saludo de nuevo, le digo que espero verla pronto. Pero ella se adelanta y me invita a su casa, para celebrar su cumpleaños, es una reunión más intima concluye.

Quizás todo debió terminar ahí. Pero no le hice caso a esa vocecita interior que me advertía que ella solo jugaría conmigo. No debí tomar un bus esa noche. No debí ir a su casa. No debí hacer de bar tender.  No debí besarla en la cocina. No debí quedarme a dormir. No debí enamorarme de ella, pero lo hice.

Aquella noche en su casa, Marco y Guillermo se sorprendieron de volverme a ver. Casi como yo a ellos, la situación era incomoda para Marco que trataba de encontrar cierta lógica a mi presencia aunque lo disimulaba muy bien.

Desde ese día nuestra relación se volvió clandestina. Nos perdíamos entre la gente, entre el bullicio, entre música, entre nuestros amigos. Y cada vez que se podía a escondidas era para regalarnos un poquito de amor.

Salimos un par de veces más por insistencia mía que de ella. Nos tomamos de la mano, nos abrazábamos, nos besábamos y un par de veces la escuche decir te quiero. Que vacía suena esa palabra ahora.

Me enamoré de cada una de sus cosas, de sus locuras, ocurrencias y de sus prolongados silencios. Conocí más a fondo sus aficiones, sus dudas y temores. Sus sueños que de alguna forma se parecían a los míos. Me sentía de nuevo vivo y me volví estúpidamente cursi.

No quería ocultar más mis sentimientos. No quería esconderme de mis amigos, de los suyos, de Marco. Pero ella nunca estuvo segura. Le costaba dar el siguiente paso y ahora entiendo porqué.

Dos días antes de que todo acabe. Estábamos sentados en un parque tomando unas latas de cerveza mientras su pequeña hermanita se entretiene en los juegos infantiles. Sube y baja de los toboganes, columpios y trepa un pequeño castillo. Mientras ambos la observamos a la distancia.

¨Lo nuestro¨ es lo más parecido que he tenido a una relación, me dice ella, mientras su mano izquierda toma la mía. La beso, me besa y recuesta su cabeza contra mi hombro. Le pregunto qué hará el fin de semana que se acerca, me dice que saldrá con Marco a tomar unas cervezas pero él va llevar a una chica, es por eso que ella ha decidido llevar a alguien más, por un instante pienso que soy yo, por un instante creo que no tendremos que ocultarnos más de él, para demostrar nuestros sentimientos. Pero ese alguien más es un chico con el que había salido en enero antes de que nos volviéramos a ver, antes de besarnos nuevamente en su cumpleaños.

No sé qué decir, estoy incomodo pero trato de no estarlo. Me escondo en una pequeña sonrisa. Hasta que ella me dice que no es del todo seguro, que quizás él la cancele, o tal vez ella no pueda salir. Aunque ambos sabemos que está mintiendo, pero me dice como premio consuelo que puedo ir. Además, también va a ir Guillermo.

Los días siguientes, pensaba si debía ir. Si no haría el papel de idiota. Quizás  era verdad y el tipo este no iría, o tal vez era una invención de ella, y si iba lo hacía con el único fin de probarme. Esas eran las hipótesis que me planteaba.

Aquella noche comenzó de forma extraña. Ella llamó y me dijo que bajara a un bar de Centro a las once, cuando ella estuvo allí desde la diez. Para hacer algo de tiempo me entretuve en el concierto que se daba en Plaza San Martín, y cuando me senté estaba mi ex novia, con el cabello corto era irreconocible, pero de todos los lugares de la ciudad nos encontrábamos en la misma banca. La miré, me miró, me paré y me fui. Mis amigos me plantaron, y por ellos me quedé afuera gran parte de la noche, además de no querer pagar una entrada.

Esperé alrededor de casi una hora y apareció Guillermo, Carlo y su novia. Con ellos bebí un ron. Y conseguí uno más después que hablar con unos franceses en mi precario francés. Envalentonado por las copas extras que tenía en la sangre, decidí entrar al bar. Buscarla y bailar con ella. Ella estaba más ebria que yo.

Bailaba con Marco cuando la vi. Me abrazó desinteresadamente. No era la chica que días antes me abrazó con tanta fuerza que tocó mi alma. Marco me ofreció una cerveza que bebí tranquilamente, me presentaron a un desconocido, mientras que a mí solo me importaba bailar con ella.

Tres minutos después, ella besaba un tipo que pululaba por el escenario, presa de celos e impotencia arremetí con un empujón contra él. El tipo que había besado se perdió entre la multitud y yo fui a darle caza. Su amigo me pidió disculpas por él y yo alegaba que me había empujado, pero lo que había hecho era partir mi alma.

Debí tomar la poca dignidad que me quedaba e irme, pero no lo hice. Ella trató de darme explicaciones y pedirme disculpas para luego bailar conmigo. La rechacé y Marco trató de tranquilizarme. Mientras que a ella se la llevó otro tipo desconocido que le ofreció un vaso de cerveza, mientras ella lo besó como agradecimiento. Yo era un perfecto imbécil.

Luego fuimos a otro bar, y la escena fue casi lo misma. Era yo impotente, era yo queriendo pelear con todos los chicos a los que ella se acercaba y viceversa. Su primo que había llegado del interior del país, pedía que me tranquilizara que actúe normal. No le hice caso. Todo se había salido de control. Los embarqué en un taxi. Y debí irme a casa, pero no lo hice. Me quede tomando con Marco y Guillermo y un grupo de lesbianas que también habían flirteado con ella.

Media hora más tarde mientras  Marco nos cuenta su triunfo con una de ellas. Guillermo propone continuarla en su casa y terminar una botella de ron que había comprado hace una semana. Camino a su casa, estuvimos en silencio.

La mañana siguiente había comprendido la magnitud de mi comportamiento. Mientras que Guillermo me ponía al tanto de detalles que había pasado por alto. Cómo que el primo de ella le había dado mis quejas de no haber controlado mis emociones. Y que se había dado cuenta de que yo estaba enamorado de ella.

No pude negar nada. Pero Guillermo estaba atrapado, Marco era su mejor amigo, y yo le parecía un buen tipo. Me dio un par de consejos antes de que nos despidiéramos con la promesa de juntarnos de nuevo.

Camino a mi casa pienso que no creo que no exista el olvido, ni que deba existir, quizás todos somos un menjunje de escudos, recodos y cenizas. Quizás ya será hora de empezar a olvidarla.

FIN.

_______________________
Esta historia en una canción.