domingo, 31 de octubre de 2010

I. Dulces dieciséis (parte final)



Sábado

Las meras pisaron Naútica pasada la medianoche, querían completar la faena. La discoteca estaba llena de chicos-conejillos-de-indias a quienes debían hacerles creer que correteaban en un parque de diversiones, siendo la verdad que estaban presos en una celda de barrotes fundidos con su propia arrechura. La similitud entre un hombre torturado y un hámster feliz y enjaulado era aun incomprendida en esa discoteca. Náutica sería desmantelada.

El desfile de strippers se anunciaba para las dos de la madrugada. Debían realizar primero un sutil trabajo de campo para elegir a sus potenciales víctimas, desperdigados aquí y allá: acodados en la barra, encerrados en grupos o flirteando con mujeres. Raquel y Fiorella fueron al baño. Allí escucharon cuando dos chicas atolondradas conversaban sobre un tal Mauricio. “Si no me saca a bailar a la siguiente, Mauricio se caga, total, él se lo pierde”, decía una de las desconocidas.

Fiorella no perdió de vista a las chicas cotorras que fueron a sentarse a la mesa de dos hombres, supo que el de camisa a cuadros era Mauricio y si no lo era no importaba: la presa estaba elegida. Según el relato de las niñas quejonas estaba soltero así que no había problema. Le contó a Lucía la “Operación Mauricio”, le pidió ayuda para sacar a bailar a los dos tipos. “Darling, date cuenta que no vienen solos”, advirtió Lucía, pero Fiorella le dijo que no preguntara y confiara en ella. El único problema eran los gringos del semáforo que  siguieron a las meras a pedido de Lucía, ahora ella debía deshacerse finamente de ellos “al menos por un ratito”, no se vayan a ofender. Para eso, les pidió que compren trago, los gringos “of course, Lucy” accedieron, momento aprovechado por Lucía y Fiorella para buscar a Mauricio y su amigo.

Ella se acercó y, sin dudar de sus encantos juveniles, les ofreció bailar con ella y Lucía. Sonaba una salsa antigua y, apenas cinco segundos de baile, Fiorella supo que su chico elegido de camisa a cuadros era una estatua, un plomazo. La amiga sacrificada la pasaba mejor: “¿Cómo te llamas?”, preguntó él, “Lucía ¿y tú?”, preguntó ella. “Mauricio. Sígueme, Lucía”, susurró él y sacó de la manga un paso salsero extravagante: hizo girar a Lucía, cruzaron sus manos en el aire, cuando ella volvió a darle el rostro, él metió su cabeza entre sus brazos cerrados y la pose resultante la sorprendió abrazándolo. Fue obra de la inercia juntar un poco más sus cuerpos y besarse suavemente. Era el primero en Náutica y el cuarto de la noche.

Entretanto, los chicos de pasaporte azul, observaban a Lucía besar, se preguntaban si esos bailes avezados incluían siempre esos ósculos furtivos. Carina le respondió que no necesariamente, “perhaps, if you know how to dance with her”, dijo ella, que se compadeció de esos gringos indefensos y decidió que apenas pueda, pues no quería dejar una amiga sola, le diría a Grecia o Raquel para enseñarle unos pasos salseros a esos blancos paracaidistas.

Una voz omnipotente se hizo escuchar. Anunciaba, en pocos minutos, una “¡sorpresa muy mojada!”, esas fueron sus palabras. La multitud respondió coreando un grito animoso e ininteligible. El anuncio no calmó a Fiorella que ya se había dado cuenta que Mauricio era el otro. Quiso calmarse, dejó a su pareja y fue a sentarse. Quería chapar con alguien, igual que Lucía y Mauricio. Quedamente, despacio, con un poco de lengua, abrazados como si se amaran de tiempo atrás, tal vez ese fue el error de Mauricio, creer que Lucía se entregaba en ese chape minúsculo. Besa bien, pensó Lucía, pero cuando una manada de chicas sale a cazar, el corazón es un hueco, no existe, se suspenden los sentimientos. Estuvo a punto de soltar los labios de Mauricio, cuando un chorro de espuma los sorprendió desde el cielo.

Lucía emitió un largo pitido, “¡aaaaaaaaaaaahhh!”, que hizo tragar un poco de espuma y toser a Mauricio, pero no despegarse de su cintura. “¡Suéltame, me voy!”, dijo Lucía ciegamente colérica. “Qué pasa, es sólo espuma”, replicó Mauricio. Lucía zafó con un movimiento histriónico y volvió a la mesa de las meras, no quiso explicar que la espuma la tomó desprevenida y había hecho sentir ridícula. Para su sorpresa, sólo encontró a Grecia aburrida y excluida de la conversa de Carina y el segundo gringo; el otro estaba entretenido en la pista de baile con Raquelita.

La verdad es que Lucía estaba arrepintiéndose un poquito. La idea de ahogarse debajo de toda esa espuma empezaba a atraerla. Se culpaba por haber abandonado a Mauricio a mitad del clímax. Le dieron ganas de volver a su mesa y buscarlo, pero significaba pasarse de la raya o de la frontera que un hombre merece. Le pidió a Grecia que la acompañe a la pista. Tal vez forzaría un encuentro casual con Mauricio, nada que parezca voluntario.

No esperaron mucho tiempo, un chico invitó a Grecia a bailar. Élla aceptó sin saber que, dos meses después, éste chico se volvería su novio. Lucía no vio a Mauricio y volvió a la mesa con el gringo y Carina, tampoco soportaba estar sola parada en la pista de baile. Vio a Raquel bailar contenta, Fiorella también había conseguido otro chico y ella, cuando menos lo esperó, fue raptada a la espuma por un tipo con casaca de cuero negra.

Minutos después, Lucía bamboleaba sus nalgas con el encuerado que la sacó furibundamente. Éste chico, de ojos reventados, tuvo el valor de sacarla luego de meterse un poco de coca. Bailaron dos canciones y Lucía se aburrió, vio a sus amigas alegres, bailando, intercambió un par de frases con el encuerado, no resultó muy divertido así que por hacer algo, decidió besarlo debajo de la espuma. “A no hacer nada”, pensaba mientras. Empujaron juntos a las parejas hasta que llegaron al cráter invertido de dónde chorreaba la nube de espuma. Poco importaba a Lucía si alguien la veía, pero debajo del líquido llameante se sentía protegida y podía agarrar libre hasta que a otra pareja se le antojara tomar su lugar. El beso le pareció rico, no había Quinto malo.

(…)

Raquel enrojecía con sus movimientos al gringo del semáforo. Fiorella y Grecia se perdieron en la disco. Carina conversaba con el segundo gringo en la mesa. Lucía debajo de la espuma no se quejaba de su suerte. Sin embargo, éste fue el momento crítico de la noche. Cada una por su lado, el grupo estaba fragmentado, por tanto debilitado. Cada una de ellas quedaba libre a sus propias pulsaciones, a merced de las circunstancias, autorizada al desbande más cínico.

Lucía aceptó unos tragos exóticos de colores que el Quinto tipo le invitó, ella no encontró nada malo en aceptar la invitación del nuevo amigo al que nunca más volverá a ver. Apenas hicieron salud con sus tragos, el tipo adelanta sus fichas y propone llevarla a un lugar más cómodo donde puedan jalar tranquilos. Ella retrasa la respuesta dos vasos del trago exótico que estaba dulce, luego no se hace problemas, le dice sosegadamente que no es de esa clase de chicas, seca el vaso y se despide educadamente, es toda una dama. “Por qué los hombres serán tan tontos, por qué tendrán que apurarse”, pensaba Lucía.

El Sexto tipo no se hizo esperar y vino tan rápido como se fue. Es más, Lucía bailaba con el Séptimo tipo de la noche cuando pasó todo. Se introdujeron a la espuma salvadora, Séptimo buscaba sus labios pero Lucía lo evadía, deseaba primero los besos del Sexto tipo que estaba a sus espaldas, así que solamente volteó, aprovechó el pánico espumoso y besó a Sexto en la cara pelada de Séptimo, sin mayores dilemas.

Éste sintió que ella le debía una explicación por su proceder, si se miraba al espejo en ese momento éste le devolvería el reflejo de un calzonudo.

–Ey, flaca, ¿qué tienes? –reclamó Séptimo, llevándose el dedo índice a la sien–.
–Ahmmm, nada. ¿Qué pasa? –repuso ella–. ¿Tienes algún problema?
– ¿Lo has besado en mis narices y crees que todo bien? Mira, María…
– ¡Lucía!, soy Lucia –rectificó ella–. Yo hago lo que quiero. No te molestes y vamos a la espuma.
–Pero no te hagas la pendeja pues.
– ¿Perdón?
–No puedes andar besando huevones así porque sí.
– ¿Por qué no? –preguntó Lucía, con la seguridad de quienes llevan la razón–. Yo sólo he venido a divertirme, ¿tú no?
–Si bailas conmigo, estás conmigo –dijo y, nervioso, viró la mirada a sus amigos que lo veían discutir. Lucía se dio cuenta–.
–Si te jode que tus amiguitos se rían, mejor vete, me divertiré sola.

La voz omnipotente anunció, a continuación, el desfile de strippers. Pidió que se acerquen a la barra para “¡expectar las carnes del Perúuu!”, esas fueron sus palabras. Lucía entendió que ahora lo más importante era dejar a Séptimo y sus reclamos por los mentados modelos. Probablemente, en ese tumulto, reencontraría allí a sus amigas las meras.

La realidad sobrepasó las expectativas de Lucía. Dos hombres de prominentes músculos, vestidos de vaqueros ensayaban una coreografía a ritmo de electrónica, subidos en la barra. Ella logró estar en primera fila, no logró ver a sus amigas, pero le quedaba la opción de subir en cualquier momento para llamarlas y que la vieran bailando con uno de los strippers, ella prefería al moreno de bemba colorada. Al lado de ellos, acompañaban dos señoritas bien apretadas para deleite de los hombres.

Las modelos rozaban la entrepierna de los strippers y desataban el grito de la discoteca entera, y más cuando realizaron esos pasos arriesgados de alto voltaje sexual en que elloa cargaban muy estilísticamente a ellas. Poco a poco se fueron desvistiendo hasta quedar en un bóxer morado fosforescente, un sombrero de ala corta y pañoleta en el cuello. Lucía se gileó a un tipo al pie de la barra y le apostó una cerveza a que se subía a bailar con el stripper belfo. El pata apostó con ella, pensando que no se atrevería, pero Lucía cobró su apuesta antes de tomar el reto: secó su cerveza y saltó a la barra a bailar con el stripper, que se sorprendió al ver una niña loca acercársele. No por eso dejó de mostrarle sus argumentos de bailarín de cabaret.

La tomó por la cintura, aprovechó la contextura delgada de Lucía para ponerla a horcajadas sobre él. Lucía galopó afiebrada, olvidó el futuro, las consecuencias y lo besó apresuradamente, como queriendo succionarlo. Era el octavo de la noche. Llamó la atención de las meras, que la divisaron a lo lejos y las sorprendió: Lucía atrapada por un mastodonte. Los brazos del stripper bailarín le brindaban seguridad, no había temor a las alturas, sentía que podía, en esa y otras circunstancias, siempre con el stripper, romper el techo y tocar el cielo de Lima.

Carina se abrió paso hasta la barra, el gringo todavía la acompañaba. Gritó el nombre de su amiga, cuyos ojos emblanquecidos indicaban que se encontraba en estado de gracia y no deseaba ser interrumpida. Sólo quería rescatarla, su espectáculo era poco menos que pornográfico. El stripper se puso detrás, la cargó de nuevo, esta vez de las piernas, la colgó a su hombro y giró en su eje hasta marearla. La música cambió a una zamba. El gringo ayudó a subir a Carinita que caminó con paciencia por la barra y no observó el reguero de cerveza derramado, pasó por encima y se deslizó hasta caer en las piernas del stripper.

Apenas sintió eso, el vaquero semi-desnudo terminó con Lucía, “gracias, puedes bajar, tus amigas te esperan”, le dijo, y volteó a ayudar a Carina. Todavía confundida, ella se sujetó de las piernas del stripper y sin darse cuenta por la oscuridad, apretó el bulto de su trusa, sintió una preocupante suavidad. Carina volvió a tropezar y tocó con sus cachetes el pene erguido del mulato fosforescente. El stripper la tomó del brazo, la elevó, le dijo “qué atrevida eres, nena” y la besó sin mayores trámites.

La zamba obligaba a todos a estar más alegres, pero Carina quería llorar. Luego de unos segundos, se liberó del stripper y, lacrimosa, bajó de la tarima. El gringo trató de consolarla, “What happened, Karina?”, pero ella fue corriendo al baño a esconderse. Grecia fue a ayudarla y ver qué pasaba. Mientras Lucía balbuceaba “¿dónde está el morenaje?, ¡quiero volver con él!”, sus amigas la contenían.

Carina lloraba profusamente en el taxi, nadie sabía si de emoción o de tristeza. “Cari, no es para tanto, sólo le tocaste el pipilín”, consolaba Grecia y soltaba una risita discreta. En cambio, Lucía borracha seguía delirando. “Ya Lucía, cálmate, parece que te clavó un toro”, bromeaba Fiorella. No hay una estadística que sustente lo que Lucía pensaba en ese momento, ella creía simplemente haber obtenido el recórd mundial de besos en Barranco, nueve tipos en una noche no era poco. Fueron ocho, claro, pero, como decía ella desde la profundidad de sus sueños locos, “¡ese tío vale por dos, vale por dos!”.

Domingo

Fiorella fue la única que salió cabizbaja del examen de admisión. Las demás sólo atinaron a decir que les fue bien y no tocaron más el tema. Debían planear la tarde en casa de Lucía, donde verían la noticia por internet a las siete de la noche. Carina se despidió de las chicas, pues no tenía permiso de salida los domingos. La notaron un poco retraída.

A las siete de la noche, entraron a la página web de la universidad. Una por una fue ingresando sus datos para conocer los resultados. De las cuatro, Lucía había entrado en mejor puesto, entre los 50 mejores, seguida por Grecia entre los 100 mejores y Raquel en el puesto 187. De Carina no sabían nada hasta que la llamaron: puesto 10, sacó la niña genio besapenes. Fiorella fue la única que no ingresó, quedó a más de 200 puestos del último ingresante. Fue un golpe triste, sus amigas ya lo sospechaban, siempre fue la más relajada, pero trataron de animarla a no rendirse y postular nuevamente. Fiorella guardó sus lágrimas, se hizo la fuerte. No quería dar pena. No le gustaba que la vieran llorar.




(CONTINUARÁ...)

____________________
Fotografía por kurvandeweerdt
____________________



(Puedes compartirlo en tu red social favorita)

domingo, 24 de octubre de 2010

Una noche para dos





Esa noche estaba destinada a ser distinta y especial de todas  las que han vivido. Ellos no quieren ir al cine, ni cenas románticas a la luz de vela o fiestas en luminosas discotecas. Lo que quieren es dormir y estar juntos, sin sustos ni sobresaltos, mirarse, desearse, dar a conocer cada uno de sus sentimientos, que hasta el momento han sido reservados. Tenerse toda la noche para algo más que sexo. Él lo desea pero no propone, ella lo piensa, aunque no lo dice. Ambos piensan cómo será aquella noche, que se acerca a ellos, con cierto nerviosismo y excitación.

Esta noche será mía. Se lo repetía muchas veces en su cabeza. Esta noche es nuestra, bailaremos toda la noche, mientras le susurraré al oído una canción que le recuerde a mí. Estaba algo ansioso, nervioso y  emocionado. Mientras las yemas de sus dedos se deslizaban en las hebras de sus cabellos rizados, tratando de sacar el poco shampoo espumoso que aún le quedaba.

Se seco con poca gracia, se dirigió al espejo, secándose el cabello con una toalla y con otra tapando sus partes intimas. En el espejo, el dilema existencial de los sábados lo atormentaba: dejarse la barba o no. Decidió por no hacerlo, borrar de la faz de su cara, todos los ralos bellos que cubren su rostro, se miró al espejo. Se sintió como el ganador que no es. Recorrió todo el pasadizo hasta llegar a su cuarto, ahí lo espera, su camisa, jean, y zapatillas; que había escogido con mesura media hora antes de bañarse, todo tenía que salir perfecto, todo.

Luego de echarse la colonia en su rostro, se cambio presuroso, encendió la radió, tomó a Snoopy (un viejo peluche, que le sirve de almohada hace buen tiempo) de los brazos, mientras practicaba los pasos que daría esa noche. En fondo, él no quiere irse a bailar con ella, en el fondo, quiere pasar la noche con ella, pero no bailando exactamente, no se atreve a decirlo, sólo lo piensa, tal vez eso sea suficiente, piensa en ella, mira su celular, aún es temprano.

Ella está en su cuarto, ha salido de la ducha hace siete minutos, prende la TV, están pasando un video de latín pop, por una extraña razón, tararea la letra. Desea verse linda. Sacó de su ropero su infartarte vestido: blusa blanca y de falda negra, que robará miradas aquella noche; está segura de eso, pero sobre todo quiere verse linda para él. Cambia su ropa interior, por el negro de encaje. Se pone las pantis negras, se mira al espejo, le regala una risa coqueta, se sonroja, piensa en él, observa su fotografía en la billetera que le regaló hace pocos días. Mira su celular, para ver si tiene alguna llamada perdida, no tiene ninguna. Sabe que él llegará en cualquier momento, es su deber hacerlo esperar, el tiempo le ha quedado corto. Prende la maquina onduladora de cabello, sabe que su novio, tiene debilidad por las chicas rizadas. Su celular empieza a sonar. Es él.

-Aló -dice ella-.
-Hola ¿Oye ya estas lista? -pregunta él-.
-Sí. Por qué -replica convencida-.
-No quiero que me hagas esperar es todo. Aparte que me da un poco de pavor, tener que hablar con tu madre, tú sabes.
-Bueno, pues, si no quieres esperar, entonces ya no vengas ¡Ya!
-¡Asu ¡ Ya, perdón -dice algo arrepentido-.
-Bueno ¿Qué hora es?
-Son exactamente las 8.40
-¿Y a qué hora hemos quedado?
-A las 8 y 45pm.
-Entonces pues. Cuando vengas ya voy a estar lista. Qué estresante te pones a veces ah.
-JAJAJA. No, solo te llamo, para decirte que estoy a dos cuadras de tu casa, es todo.

Los nervios siempre lo acompañan cuando se trata de buscar a su novia. Prende un cigarrillo, para vencer su miedo, lleva a su boca unos halls. Al llegar, toca el timbre, no obtiene respuesta, espera un tiempo prudente, vuelve a tocar. Es ella, hace una señal de espera con la mano, él está afuera nervioso, impaciente, y algo ansioso. Moviendo la pierna derecha. Ya que tiene un extraño tic, síntoma de nerviosismo.

Cuando salió de la puerta, lo hizo como en cámara lenta hacia él. Valió la pena la espera, pensó, la miró de abajo a arriba, de arriba a abajo, deteniéndose en sus rodillas, sus deliciosas y extrañas manos, para bajar a sus piernas y subir paulatinamente a su rostro. Ella está hermosa, qué suerte tengo de ser su novio, se decía. Ella lo miró y le dio un beso en la mejilla. Caminaron un par de pasos hasta alejarse lo suficiente. En la esquina, lo abrazó, lo besó y fue correspondida. Él sabe que siempre será así, además, de tener a su madre espiando hasta donde le dé la mirada en la ventana.

Caminaron en silencio, agarrados de la mano, pasaron por el parque Osores, cuando se encontraron con Reiner, quien se dirigía a la tienda a comprar una sopa instantánea, los saludó. Él  le preguntó si desea ir a la fiesta con ellos, su novia los había puesto en lista, junto con los roqueritos de “Squaied”, sin embargo, éste prefería quedarse en casa o buscar a Romeo, para tomarse  unas copas con los chicos de ese barrio de poetas y futboleros frustrados.

Se despidieron de Reiner pero no terminaron la cuadra, cuando Queen gritó “¡hola!” saludándolos. Tenían que acercarse más por obligación que por ganas.

-¿Qué planes chicos? -decía siempre la inoportuna de Queen-.
-Bueno, vamos a una fiesta en Miraflores, ¿y tú?, seguro vas a ver a Magic B.
-No, no está, se fue de viaje, y yo voy una reu, por mi casa.
-¿Y podemos ir? Como está más cerca -dice él-.
-Pucha, no sé, es íntima, yo te aviso pues -dice algo comprometida Queen-.
-Bueno, está bien, ya pues cuídate -se despide, su novia hace lo propio-.
-Ya pues chicos, cualquier cosa los llamo.
Caminaron algunas cuadras más, sin sentido. Una brisa nocturna, cubrió el ambiente, ella friolenta por naturaleza,  tiritaba de frio, él al darse percatarse, le puso su saco, en sus hombros desnudos.
-¿Vamos a ir a la fiesta de tu amiga? -preguntaba él, algo confundido-.
-No sé, ¿tú quieres ir? -dice ella-.
-A mí me da igual, pero si tú quieres ir, vamos.
Aunque en el fondo ninguno de los dos quiere ir, quieren estar juntos, por primera vez, explorarse, sentirse, amarse; no obstante, nadie lo dice.
-No, ya llegamos tarde –sentencia, aunque sabe que aún pueden llegar, si parten de una vez.
-Que te parece si nos tomamos unas latitas o un vino, y pensamos adónde ir -finaliza él-.

Fueron a una tienda y decidieron ir por unas latas de cerveza, cuando el celular empezó a sonar, era Queen. “Chicos, si quieren vengan, la fiesta está buena, es a la espalda de mi casa, ahí estoy con unos amigos en la calle, los espero”. Ellos, se animaron a ir. Diez minutos más tarde, saludaron a Queen, que se encontraba entre risas y chismes con una amiga, ella los presentó. Pasaron a la pequeña  pero acogedora sala, sonaba una antigua canción de Daddy Yankee, que la gente coreaba como en sus tiempos de escolares, y por un instante, él se sintió otra vez en el colegio. Hasta que la risa de hiena de Queen, lo trajo a la realidad, ella hablaba con su novia de códigos: procesales, penales, civiles, leyes jurídicas; profesores y uno que otro chico de la universidad. Él tuvo que hacerse de oídos sordos, mientras le daba largos sorbos a la cerveza que había comprado.

En la otra esquina de la sala una bella chica regalaba vinchas de personajes infantiles a las muchachas de la fiesta, a su novia, le tocó el de Baby Bob, realmente le daba mucha gracia verla con una vincha verde, con cresta de dinosaurio, la escena fue muy cómica. Ella le dijo que se sentía abrumada, aburrida, que sería bueno irse ¿Pero a dónde? Entonces, dándole mucho  rodeo al asunto, pero armado de valor por las cervecitas tomadas, le propuso de forma minuciosa irse a un hotel. Ella quedó petrificada y demoró en responderle .Bueno, sí tenía en mente tocarse un poco, pero lo otro no, iba más allá de lo planeado. Ella le respondió que no se sentía preparada para lo otro. Él le pidió disculpas y no volvieron a tocar el tema, durante casi toda su estancia en la casa del amigo de Queen.

La fiesta siguió con música variada, entre reggaetón, salsa y cumbia. Él rápidamente hizo migas con un chico que había conocido jugando pelota y conversaron un rato. Ella, por su parte, le pidió su celular prestado, ya que su amiga, la del cumpleaños de Miraflores llamaba insistentemente, sin embargo, ella no le contestó, en su lugar le mando un mensaje de texto: “Disculpa, no pude ir, tú sabes cómo es mi mamá. Hice todo lo posible”. Ni bien el mensaje fue recibido por su amiga, esta la llamó, tuvo que salir corriendo de la fiesta.

-Pucha, no vas a poder venir. Están todos aquí.
-No, la verdad que no.
-Pero escucho mucho ruido.
-No, es la TV, que está prendida, es todo.
-Ya pues, ni modo, a ver cuando nos reunimos y tomamos mucho por mi cumpleaños, me la debes perra, me la debes.
-JAJAJA, está bien, de repente, te llamo el jueves y quedamos, besos.

Por alguna razón, entró decidida a llevarse a su chico de la fiesta. Le susurró a la oreja “vámonos”. Él no lo pensó dos veces, se despidió de su amigo y salieron sin despedirse de Queen, quien baila con uno de sus amigos. “Y Queen”, le dijo ella. No te preocupes, ni cuenta se va a dar -le dijo-.

Por inercia o por impulso, pararon un taxi, y pidió que los llevase al viejo Queirolo, un conocido bar en el corazón de Pueblo Libre. Tenían planeado tomar unas copas de vino pero este estaba cerrado, lo cual los dejo extrañados ya que era sábado. Así que ,no tuvieron más remedio que entrar a un bar del costado, pidieron una botella de vino, y tuvieron conversaciones entretenidas, cómicas, superfluas, ya que ninguno de los dos, quería volver a mencionar la palabra “hotel”; además, él tampoco era un experto, nunca había ido a uno. Media botella después, ella le dijo, “y si nos vamos a otro sitio”, él actuó como si no hubiera entendido la indirecta, quería escuchar de sus labios, que le pidiese llevarla a un hotel.

Minutos más tarde, tomaron un taxi, que los dejase en la esquina de una transcurrida avenida, para que el taxista no sospeche que se iban a un hotel, pensaban los ingenuos. Caminaron hasta la puerta, la noche los protegía, entraron por la cochera, estaban nerviosos, emocionados, y excitados. Él le pidió que esperara en el pasadizo, mientras le pagaba al recepcionista por una habitación, el problema es que éste estaba dormido y cuando lo levantó, solo le dijo que tenía la habitación matrimonial, y bla, bla, bla. El precio lo escandalizo, pero solo atino a pagar con un billete de Jorge Basadre. Sin esperar cambio.



Subieron las escaleras, hasta el 204, aquella habitación poseía el piso de parquet de madera, paredes cremas, dos amplias ventanas con cortinas melones, espejos en el techo, una pequeña cómoda con una lámpara encima, un televisor 42 pulgadas. Y la cama más grande que hayan visto en su vida. Cerraron la puerta, rieron, apagaron la luz, ella prendió la TV y puso dibujos animados, se detuvieron a ver “La vida moderna de Rocco”, entre risas y nerviosismo. Hasta que una oportuna propaganda les recordó el propósito de su estadía. El televisor se quedó encendido. Él la contempla maravillado, mientras ella le regala su mejor risa coqueta, se acercó de forma repentina hacia sus labios, lo besó y se dejó besar de forma paulatina, tierna, sincronizada y romántica. La pasión que se apoderó de golpe del cuarto, más caricias, abrazos y besos. Le emocionó verla en bragas, sobre la cama colocada casi al rincón de la habitación, donde el techo se inclinaba, y la pequeña luz de la lámpara creaba románticas siluetas en las paredes. Luego, la sujetó con firmeza, mostrándose inexperto en desabrochar su brasier con una mano. Pero ella lo detuvo cuando intentó seguir su destino hacia el sur -se sentía nerviosa y algo confundía-, en su largo recorrido de chicos, novios, citas, amores de una fiesta o fin de semana, de repartir cientos de besos, la única experiencia que sexual que había tenido había sido con su ex novio, la cual no disfrutó mucho, ya que ambos estaban ebrios, no recuerda muy bien lo que pasó.

Echados en la cama, mientras el recorre su cuello, orejas, hombros, de besos .Ella le murmura. “Quiero que sepas, lo que estamos haciendo, no lo he hecho con nadie. Para mí eres especial”. Mientras él  la despoja del último bastión de ropa interior que aún queda. Se detuvo para contemplarla delgada, de miembros muy bien proporcionados, de cintura estrecha, que podía cubrir con la manos. Bajo la pequeña mancha de vellos en la pubis, la piel lucia más clara que en resto del cuerpo. Era suave y fresca. Toda ella desprendía una fragancia delicada que se acentuaba en el tibio nido de sus axilas depiladas, detrás de sus orejas y en su sexo pequeñito y húmedo. Le recitó “Desnuda” de Neruda, y otras palabras de amor que le balbuceaba al oído. Ésta sin duda parecía ser la noche más feliz de su vida, nunca había deseado a nadie tanto como a ella, siempre la querría.

-Metámonos bajo las sabanas porque siento algo de frío -dijo ella-.

Cuando él se levantaba de la cama, para hurgar de sus bolsillos el preservativo. Lamentablemente se rompió. Y tuvo que abrir otro. Le fue difícil encontrar su sexo, pero se las arreglo para hacerle el amor con cierta dificultad. Ella se entregaba sin el menor embarazo, pero resultó ser muy estrecha y con cada uno de sus esfuerzos por penetrarla ella se encogía, con una mueca de dolor: “más despacito, más despacito”. Sintió su sexo como fracturado por esa víscera palpitante que lo estrangulaba. Sin embargo, era un dolor maravilloso, un vértigo que lo hundía, trémulo.  Y se concentró  para no eyacular todavía. Dos minutos más tarde, explotó.

Se quedaron recostados viéndose el uno al otro. Ella se levantó casi en el acto, pidiendo que le mostrara el preservativo para no correr el riesgo de no quedar embarazada, no lo encontraron, ambos quedaron asustados. Cuando vieron unas pequeñas gotas de sangre en el piso de la habitación.

-¿Qué es eso? -miró atónito-.
-Te dije, eres el primero -él prefirió mantenerse en silencio. No quería responderle nada. Agachó la cabeza y encontró el preservativo en el piso.

Ella entró en pánico, se puso pálida y quiso llorar. Él le juro que eyaculó afuera, que no iba a pasar nada, que confiara en él. Algo confundidos, asustados, nerviosos y con sueño, regresaron a la cama. Él la observo casi el resto de la noche. Aún cuando se quedo dormida, vio con sus pechos se inflaban al tomar aire. Y se quedó dormido.

Cuando él se despertó, la vio sentada, parecía tener un buen rato observando, lo cual lo asusto a primera impresión. Y lo acribilló con una pregunta.

-¿De veras estas enamorado de mí?
-Más que nunca -respondió él-.
-No quería decirte esto, pero dentro de unas tres semanas me voy a California. Me voy con mi madre y mi hermana.

La habitación se oscureció de a pocos, se abrazaron fuerte y dejaron pasar la noche.



_______________________
Fotografía 1 por  Luduen
Fotografía 2 por katieohh
_______________________
Esta historia en una canción



lunes, 18 de octubre de 2010

I. Dulces dieciséis



Introducción

Una noche improbable, tres mujeres solas caminaban al pie de los peñascos de La Herradura. La brisa helada del mar se colaba por sus orejas y endurecía sus muslos, apenas cubiertos por los vestidos entre rojos y morados que les colgaban. Caminaban presurosas por la pista casi abandonada, las veredas estaban reservadas para los borrachos esquilmados que despertaban con el golpeteo de los tacos para adular a esas quinceañeras con piropos incomprensibles, deseaban clavarle las encías pues no tenían dientes.

Ellas volvían de una fiesta poco menos que decepcionante en uno de los bares levantados en ese último rincón de Lima. Minutos antes, recibieron la llamada de Lucía, que se había quedado en casa, algo constipada (que no es lo mismo que castigada). Ella les contó que Raquel estaba a su lado llorando descontrolada pues acababa de perder la virginidad en circunstancias no aclaradas en la llamada.

Se dirigían a la casa de Lucía, la base de todas las piyamadas. Vivía a pocas cuadras, en la calle Nueva York. Lucía era la menor de todas, inexperta en esas lides, a pesar de tener un enamorado que solo la llevaba al cine; el problema de Raquel se le escapaba de las manos pues esas complicaciones las veía todavía lejanas. Por eso llamó a las chicas que, comandadas por Fiorella, volvían del fin del mundo, para consolar a Raquel, la amiga herida, y maquinar fríamente la venganza.

Lucía abrió la puerta. Al verlas, tenían el aspecto de haber salido de una orgía en las aguas negras del mar de Chorrillos. “¿Dónde está?”, preguntó Fiorella. “Pasen, está en mi cuarto”, dijo Lucía, antes de ir a la cocina a buscar galletas para invitarle a las chicas. Fiorella, Grecia y Carina vieron desfallecer a Raquel, no entendían qué pasaba hasta que ella les dijo, balbuceando, “me trató como una Cualquiera, sólo me quería como su perra” y volvía a llorar.

“Ah no, ¡ese tipo me va a oír, qué mierda se ha creído!”, dijo Fiorella. Grecia trató de calmarla, pidió que la venganza contra el, ahora, ex novio de Raquel sea silenciosa y deje el menor rastro. “Cagaron a Raquel, listo, nadie debe enterarse”, acotó Grecia. Carina la apoyó, dijo que, de todas maneras, Raquel quedaría mal parada y saldría lastimada si todo se hacía público en la academia. Fiorella se negó, pedía ir y a la casa del maldito tramposo, obligarlo a salir, amarrarlo a un poste, lincharlo y prenderle fuego.

Le preguntaron qué hacer a Lucía. Ella tartamudeó y no supo qué decir. Rápidamente, Carina exigió que todas se junten y dijo: “Chicas, tenemos que prometer algo” y todas formaron una redondela. “De hoy en adelante, vamos a darnos nuestro lugar. Esos malditos, hablo de todos los hombres, no van a herirnos nuevamente, quiero que lo prometan, que no se enamoren más, que ellos lo piensen dos veces si nos quieren tener, ahora nosotras jugaremos con ellos, y si ellos lo hacen con nosotras, que se atengan a las consecuencias. Prométanlo”.

El apoyo fue unánime. Claro que no calmó mucho a Raquel. Era una lástima que ella haya tenido que caer para que sus amigas reaccionaran y firmasen ese pacto con sangre. La redondela se separó y, en un rincón, Fiorella rezongaba para ella misma la falta de actitud de sus amigas y Lucía comprendió que debía cuidarse si no quería salir lastimada.

Naturalmente, cada una siguió su vida con normalidad.

Del 10 de febrero al 12 de febrero (2006)
Viernes

Como todas las tardes, cinco amigas alborotaban las calles con sus largas caminatas. Venían de la academia Pamer, bajaban por la avenida Cuba hasta llegar a las Galerías Brasil. Allí contemplaban engolosinadas la última moda gótica que había llegado por esos pasillos contestatarios y compraban drogas ocasionalmente. Fiorella, de escote verde y pezón erecto, comandaba esa colectividad de niñas codiciadas y solteras conocido en ese ambiente de la música cavernaria como Las Meras.

Ninguna recuerda el momento exacto, ni a quién se le ocurrió recortar la palabra “meretrices” por “meras” pero les iba bien, “a pelo”, decía Fiorella. No se hacían paltas cuando el marihuanero que vendía ropa, las llamaba así: “¡llegaron mis meras, qué van a pedir!”. Ellas eran felices y vivían tranquilas, jugaban play station, les gustaba pelearse en el Tekken Tag.

Fiorella, los días de exámenes tipo admisión se sentaba al lado del genio del salón que, en retribución por los escotes infartantes que modelaba, le facilitaba las claves. Ella era la encargada de conseguir las fiestas. Venían de todos los salones a invitarla, era muy atrevida y por eso tenía a varios detrás de ella. Siempre llevaba a las fiestas a sus cuatro inseparables amigas, entre ellas, Lucía, una nena chorrillana de 16 años que apenas había tenido un novio al que dejó porque no entendía.

El examen de admisión a la Católica estaba a dos días. A la salida de las galerías, planearon recibir la noticia juntas el domingo. Todas iban a Letras, y a pesar de haber sido amigas por mucho tiempo, o por eso mismo, postulaban a carreras dispares.

Grecia, cuyos ojos acuosos eran de un color indefinible, postulaba a Audiovisuales; Raquel, recuperada de una traición a los 15 años, quería ser psicóloga; Carina adoraba la rama filosófica de la antropología, era la más chancona del grupo. Leyó a Foucault a los 14 años por exigencia de su padre; Fiorella no se decidía entre Administración o Contabilidad, pero sabía que era buena cuadrando los números. Lucía, por su parte, no tenía otra opción, estudiaría derecho por imposición de su madre, quien le costeaba la carrera.

Habiendo estudiado todo el verano, consideraban justo que esos dos días debían entregarlos a la más célebre pereza. Por la noche, fueron a Náutica, discoteca puesta de moda por sus publicitadas noches de espuma. “No necesitamos hombres, allá habrá muchos, ya verán”, advirtió Fiorella. Conocía al barman y si aceptaban seducirlo un rato, el trago no faltaría. “Igual, yo ni chupo”, dijo Lucía. “Cuando estés adentro te vas a animar, vas a ver”, contestó Fiorella.

El taxi dejó a las cinco en el boulevard, así que se les antojó hacer unos previos en uno de los bares de ingreso libre. Entraron por un callejón de luces rojas. Al fondo, tres discotecas se erigían como las cruces de Monte Calvario. A la izquierda, en The Jungle, había mucha gente en la puerta; decidieron ir a la Esquina del diablo, a la derecha. Sólo les interesaba llegar a la barra, pero con la pista llena de bailarines era imposible y tuvo que entrar una sola. Carina y Grecia aceptaron bailar con dos “tipitos” desconocidos para no aburrirse, Lucía y Raquel esperaron a Fiorella que discutía con el barman.

Cuando Fiorella volvió con dos jarras de una cerveza mezclada con agua de caño, encontró a las chicas muy amenas, habían juntado mesas con los tipitos a condición de que estos les convidaran las chelas. Ellas etiquetaban de “tipitos” a sus víctimas: chicos que estaban destinados a chaparse en el momento que ellas (no ellos) quisieran. Raquel fue la primera en sazonarse y le dijo a Lucía, “¿cuál quieres que caiga?”, Lucía eligió al más feo para molestarla pero Raquel no se hizo paltas.

Raquel era relajada, besaba a quién quería. Después de Fiorella, ella era la más atrevida, de alguna forma le había sacado provecho a su Desgracia. Quiso enseñarle a Lucía, la menor de todas, cómo ganarse un buen trago. Se llevó a bailar al chico de Grecia, quien, contenta, se sentó al lado de Lucía para ver cómo Raquel se fajaba al chico desconocido: moldeaban sus cuerpos al ritmo de la música, iban y volvían del suelo, permanecían atenazados, ella dejaba besarse el cuello. “Ya consiguió sus tragos”, le dijo Grecia a Lucía, mientras veían a Raquel y su amigo acercarse a la barra.

-¿Qué tomaste? –preguntó Lucía, mientras esperaban a Fiorella-.
-No sé, un trago raro color morado y cañita –dijo Raquel-.
-Ja, ja, qué imbécil el tipito –dijo Grecia-.
-¡Perras! –irrumpió Fiorella-, no dejaron que le saque nada el mío –reclamó, con tono burlón-.
-Ya te tocará en Náutica, pues chola –dijo Lucía-.
-Obvio perra, pero antes quiero ir a ese De Boleto –Fiorella señaló la disco del centro-.
-¡Vamos! –completó Carina-, pero esta vez quiero que Lucía chupe y escupa hombres.
-What?, todavía en plural, no way –dijo Lucía, que solía utilizar el inglés-, yo paso –pero sus amigas no le prestaron atención-.

Entraron entonces a Boleto, un espacio cenagoso dedicado a los visitantes del placer. El atractivo estaba en el segundo piso, adonde se llegaba por una escalera de madera, los espejos devolvían la imagen de las parejas entregándose a los escarceos furtivos. Las paredes tenían periódicos antiguos pegados, las ventanas se dejaban llevar por el viento de la calle.

Los tipos de la Esquina del diablo quedaron atrás: una a una, las meras habían ido saliendo de la discoteca, la última fue Fiorella que fue quien los despidió, “gracias por todo, pásenla bien chicos, ¡chau!”. Intentaron perseguirla pero fue inútil pues a la salida ella pidió auxilio al hombre de seguridad que los intervino mientras ella se iba. Las chicas escucharon el relato de Fiorella e hicieron salud antes de borrar a esos tipos de sus recuerdos.

Lucía había probado cerveza antes, pero no en las cantidades que esa noche tomaría.

“Sabes qué Grace, ¡a la mierda el examen de admisión!”, dijo Carina. “¡Sí, esta noche es para nosotras!, no hay teorías, respuestas ni leyes”, completó Grecia que advirtió la mirada de los chicos de la otra mesa. “¿Quién los saca a bailar, tú o yo?”, preguntó Carina. “Que sean hombres y vengan”, dijo Grecia, sin dejar de vigilar a Lucía, Fiorella y Raquel que bailaban aparentemente tranquilas.

Ellas se miraban a través de los espejos. Fiorella le hizo la seña a Raquel para que empiece a besuquear a su chico. Raquel se recostó en los vitrales, lo jaló de la chaqueta y empezaron a agarrar. Lucía no entendía lo que pasaba, pero vio que Fiorella también lo hacía. Se sintió presionada, supo que no reproduciría un beso con el desconocido, pero éste se acercó y la besó, Lucía lo mordió, empujó y volvió a la mesa. “¡Loca de mierda!”, gritó el tipo. Raquel fue la primera en darse cuenta de lo sucedido y jaló a Fiorella que no quería soltar su presa.

“Que no te afecte, Lucía, tómate un trago”, pidió Carina. “Ah, pero por supuesto, solo pido que me sepa tratar, si no yo no respondo”, dijo Lucía mordiéndose el labio. “Muy bien, ya estás en la onda”, felicitó Fiorella. Al parecer, Lucía lo había tomado bien, no hizo mayor drama, probablemente porque estaba picada y seguía bebiendo. Raquel, que ya se le había subido los colores a la cara, la animó diciendo “ya sabes, Lucía, no dejes que te besen, tú te los chapas y punto”.

Cinco amigas en plan de allanar la discoteca siempre resultan hostiles. Los chicos no vienen solos, sino con amigas o novias, que las meras anulaban rápidamente con recursos conocidos. Ellas han probado, casi científicamente, que los hombres son predecibles, básicos y de punto débil conocido: la entrepierna, debían dirigir allí la seducción, a calentarle las venas. Esa frescura teórica atraía el odio de las mujeres, que las veían chibolas y atrevidas. Lo que vino después, ya era costumbre en las salidas de las meras.

Lucía y un tipo mayor bailaban, él le hablaba del cochino mundo de los abogados, cosa que ella encontró interesante por razones profesionales, él hacía sus prácticas en un conocido estudio y, por ende, sabía que todos los juicios en el Perú tenían tarifa. Parecía aplicado y estudioso, de los que le gustaban a Lucía y por eso decidió besarlo. Segundos después, una chica apareció por detrás y le dio de carterazos a Lucía, “¡para que te portes bien, regalona!”, pregonaba.

“Fucking bitch!”, pensó Lucía y arremetió con las uñas. Felizmente, todo pasó rápido, el barman sujetó a Lucía y el practicante a su amiga (o novia celosa). Grecia y Carina se llevaron a Lucía. Fiorella le gritó “¡pobre cachuda!”. Salieron todas entre risas, podían tomarse el incidente como la “graduación” de Lucía, pero la noche recién empezaba, no querían dormirse en sus laureles, todavía faltaba la noche de espuma en Naútica.

Caminaban alegres y mareadas. Podían sentir los hundimientos de la calle Grau y la presión del calor del verano. La espuma sería el refresco, tanto como esos dos chicos gringos que parecían turistas y pagarían derecho de piso debajo del semáforo. “Grecia, enséñale a Lucía cómo se hace”, ordenó Fiorella. “Hablamos, están cruditos, son muy blancos para mí”, rechazó Grecia. “Ustedes no me van a enseñar nada, par de arrechitas, miren y aprendan cómo tratar a los visitantes”, sorprendió a todas Lucía. Avanzó rápido y llamó con los dedos al turista, “hey, guy. Got a minute?”, preguntó. Antes que el turista dijera algo, Lucía se encaramó en él y lo besó. El otro turista sólo atino a grabar la escena con su celular U7, como si fuera un evento típico del país y a la vez sobrenatural. Como sea, era el tercero en su cuenta personal, la cacería de chicos estaba declarada. Lucía tenía nivel internacional.

____________________
Esta historia continuará. 

Un golpe de gracia me llevó a comenzar la "chiqui-novelita 2.0" que acaban de leer y me obligaré a escribir las siguientes semanas. Esta fue la primera parte del primer capítulo. Estoy abierto a ideas, diatribas o sugerencias que me envíen para poder terminarla (personajes, situaciones, etc.) ya que mi idea para continuarla es vaga. Espero que la sigan NO fielmente, espero que la sigan los infieles.
____________________
Fotografía por handrez
____________________
Este capítulo en una canción

martes, 12 de octubre de 2010

El cojo y el loco: Ensayo de dos pesadillas juntas


La temporada de exámenes parciales ha descalabrado el cuerpo, mente y el alma de estos niños escritores que, desorientados, se encontraron en dos sueños, felizmente no mojados, que se hicieron uno. Historias de sábanas, sueños imposibles, babas soñolientas en almohadas desplumadas. Dos eventos que transcurrirán en el futuro o nunca ocurrirán: un premio de niños preconcebidos y una fiesta donde el ganador será el más vapuleado.



El loco (reii)

Una cigüeña se escondió detrás de un arcoíris invertido en forma de sonrisa y la noche cayó de golpe. Acomodo mis gafas, escucho un bullicio dentro de una casa construida sobre un árbol gigante. Desde arriba, me llaman y lanzan unas lianas para escalar por el tronco. A la altura de las nubes, encuentro una casa roja, de rejas negras, jardín exterior y una morena con camiseta blanquiazul me invita a pasar.

Entro, escucho un jolgorio terrible y veo un payaso maquillándose detrás del teclado. Reconozco esos cachetes, son los míos, me espanto al darme cuenta que tiene mi cara. Busco un espejo en ese salón grande y mi cara sigue puesta en su lugar, de repente, llegan más invitados y me empujan hacia un asiento. Entre los asistentes cuentan varios amigos de la vida y algunos comentaristas del blog como me los he imaginado en los sueños de mis sueños.

La delicada decoración de las paredes y los techos indican que esta es la fiesta de bienvenida al mundo de una criatura bíblica o un anticristo. De pronto, salta el pica-pica y el payaso que tiene mi cara sale del candelabro y grita, para que ya no queden dudas, “Oiga, bienvenidos al matrimonio, a no perdón, al baby-shower ¡Voy a presentar primero al culpable y quiero que entre baiiiilando!”.

Me rio y pregunto al de mi costado quién es el culpable. El tipo balbucea un nombre que no entiendo, lo miro y me sorprendo, es Magic B. A su lado, la chica de abrazos de algodón me aclara “no jodas, Pato ciego, es Teni, ¿no lo ves?”. No esperaba esa noticia, mi querido amigo Teni con más panza que años encima, el pelo corto sin rulos, barba de cuatro días, bajo un terno gris y un babero de tul, irrumpe con su paso característico, el de las maracas en la mano, que no ha cambiado desde la secundaria.

No salgo de mi estupor, cuando el payaso presenta a la futura señora Tenicela, y yo me calmo, pienso en Malena, espero su salida que se retrasa unos segundos, hasta que por fin sale y veo que no es ella, es otra, es Ximena, el primer amor de mi partner, que sale bailando la macarena, meneando la barriga de la que mi amigo tiene que hacerse responsable. Ella lleva un vestido de flores que se ciñe a sus ocho meses de embarazo, además, unos leggins negros y unas balerinas plomas, está maquilladísima y se posa delante de una caja llena con cien regalos.

Estoy aturdido, Blue aparece y me habla con su voz gangosa, “Pato, qué te pasa, porqué no aplaudes”, le pido que me ponga al tanto de lo que ha pasado, “¿y Malena?”, le digo. “Pato, qué hablas, Malena ya fue, no te acuerdas que cambió a Teni por ese roquerito de la Plaza San Martín?”, me dice. “¿Y Ximena?”, pregunto de nuevo y ella dice “acuérdate que peleo con André, Teni aprovechó y para su suerte, justo, le sale el hijo. Ahora a Teni le han chantado al chibolo y, no es por ser malintencionada  ¿ya?, pero sospecho que no es suyo”, sin embargo, no siento mala intención sino despecho: tantos años han pasado y no pudo superar lo de André. Prefiero no preguntar más y creer que es verdad lo que veo, oigo y, todavía no sé, sueño.

El payaso que tiene mis manos, propone varios juegos que se suceden uno tras otro, cada uno destinado a humillar al futuro padre. Desde unas escaleras, su suegro observa todo mientras acaricia la pistola que tiene escondida en el bolsillo, a esa distancia no fallaría. El payaso que tiene mis cachetes le pregunta a Teni, “caballero, qué quiere que sea, ¿niño o niña?” y él responde “sólo espero que sea mío” y todos ríen. Ximena mira a su padre y con un gesto imperceptible le indica “tranquilo, guarda el arma”, perdonando el desliz de Teni.

El payaso que tiene mi nariz saca un regalo de la caja para que los futuros padres adivinen qué es. Ximena consulta con Teni por el regalo, que a todas luces es un biberón, pero ella dice, influida por él, que es una colonia Pulso. Todos dicen “aaaay, Teni”, pero él dice “yo la apoyo”. Abren el regalo y descubren un biberón lleno de cerveza.

El castigo que propone el payaso que tiene mi lunar en la baja espalda es dirigido al público. Teni tiene que elegir a un asistente para que dé un discurso. Piensa un poco y ante su indecisión, Ximena le aconseja en voz baja“¿dónde está ese cachetón de mierda que te ayudaba en el bloJ?, que diga algo pues ahora”, pero el micrófono delata sus palabras. Todos quedan callados y Teni revolea el dedo, cierra los ojos, ilumina su cara con su sonrisa y dice “¡Pato!”.

Recibo el micrófono y digo brevemente:

“Bien, Teni, voy a decir la verdad. Esta vez la haz cagado, más que en tus posts, pero no hay camino de regreso y sabes que siempre te apoyé. Sabía que esa noche me contaste el cuento a mí, y no al hijo de Malena, ahora mujer engañada. Perdona, Ximena, que la traiga a colación bajo tu techo, pero no es mi culpa que no usaran condón en el lecho. Siempre fuiste un pillín, amigo Jorge, pero nunca nos dijimos mentiras, siempre supimos que entre las mujeres y los amigos, preferíamos a las primeras de lejos. Por mi parte te digo, a ese hijo, producto del amor todavía incomprendido por la raza humana, lo querré como si fuera mío”.

En ese momento, Blue, ebria, interrumpe y grita “¡ese no es tu hijo Teni, despierta!”. Todo se descontrola con ese grito y Blue salta a agredir a Ximena. El papá de Ximena vocifera “¡al suelo, carajo!”, dispara a los candelabros, se apagan las luces y se escucha un último disparo. “¡Papá, pobrecita, la mataste!”, dice Ximena. El payaso que tiene mi voz saca una linterna del bolsillo y alumbra el charco de sangre que se ha formado. “¡Mataron a Tenny, hijos de puta!”, grita la chica de abrazos de algodón. Todos nos damos cuenta que Teni yace en los brazos de Blue, con una bala instalada en el pecho.

La imagen de Teni escupiendo sangre por la boca me despierta a las cuatro de la mañana con las almohadas mojadas. Busco mi celular y llamo a Teni para comprobar que nada de eso ha pasado, todo ha sido tan real que no parece un sueño, demora tres timbradas y finalmente contesta.

_________________

El cojo (Jorge Luis)

Sumergido en mis sábanas en posición fetal, navego en mis sueños, un leve hormigueo en el vientre me recuerda las cuatro latas que tomé en la tarde con el bueno-para-nada de Pato que me ha despertado a las cuatro de la madrugada y ya no me dejó conciliar el sueño.

Me dirijo al baño soñoliento y amargo. Micciono violentamente fuera de la tapa del wáter, lo que me condena a trapear, cosa que hago desganado. Unas gotas han salpicado a mi media derecha, lo que me obliga a caminar en talones hacia mi cuarto. Las tiro al viento y antes de taparme con las sábanas, creo que suena la alarma de mi celular, pero es nuevamente el cachetón de Pato.

-¿Aló, Teni, me escuchas? -dice.
-¿Reiner? ¿Qué pasó ahora, Pato? Espero que sea importante para que no me dejes dormir, carajo.
-Llegué temprano a la redacción y Carmina, mi secretaria, con cara preocupada, me pasó el teléfono, yo pensé que eran malas noticias y un señor me dijo en inglés cosas inentendibles hasta que capté que dijo “Duck´s Academy”, yo paré las orejas y la llamada se cortó.
-No jodas, Pato, no me digas que por fin…
-Pensé que eras vos, gastándome una joda.
-Déjate de huevadas, ya estamos viejos para esas cosas.

Extrañados, nos despedimos y vuelvo a mi almohada. Diez minutos más tarde, otra vez es Pato la re-Pata que lo pateó.

-Oye Pato, ¿no tienes más amigos a quién despertar tan temprano?, son las seis pelotudo. Me tienes con las bolas paradas hace dos horas.
-No me vas a creer, boludo, ni tú ni la Argentina me lo van a creer.
-¿Te van a extirpar los hongos de los pies?
-Mejor que eso, mejor que un orgasmo, estoy en la cima, el tipo me llamó de nuevo y me dijo que en diez minutos van a anunciarme como nuevo nobel de Literatura 2020 en todos los diarios del mundo, menos en Cuba, quería que seas de los primeros en saberlo. Ya llamé a mis hijos, sólo lo saben ellos y vos.
-¡Felicidades, Pato! ¡Ahora estamos iguales! Acabamos de entrar juntos a la historia, somos dioses malcriados del Olimpo.
-¡Teni, échate unas hurras!, como cuando éramos veinteañeros y teníamos ese blog que al final no prosperó.
-Calláte, que me vas a hacer llorar. Canta, Pato, canta: ¡Y donde están, y donde están, esos lectores que no querían comentar! ¡Y donde están, y donde están, si ahora me leen, me tienen que pagar.

Pato me invita a la premiación, que será en pocos minutos en el bar Queirolo, será presidida por la alcaldesa Queen y las autoridades literarias suecas que han viajado inmediatamente a Lima montadas en pterodáctilos. Me parece irónico que Pato haya elegido Pueblo Libre como escenario de la premiación pues ese barrio nunca creyó en nosotros.

Mientras, corro por todo Pueblo Libre, saltando los semáforos, me trepo en una nube voladora turquesa, recuerdo las novelas improvisadas que han hecho inmortal a mi amigo, yo creo que no lo merece, pero este día glorioso no le voy a decir que el premio le corresponde en realidad a Roberto Rojas, pero parece que la Academia nunca se lo dará, como a Borges, por sus ideas políticas, él es ferviente militante de la ultraderecha marihuanera.

Entre las novelas escritas por Pato que recuerdo, pero no destacan, están “Por siempre a las cinco”, la polémica “No me arrimes el piano”, “Doña Julia y el choteador”, “Ellas sólo fueron letras” y, la única que me gustó y compré, porque las otras me las regaló, “Amor tras las cortinas”. Me sorprende que, a pesar de su corta trayectoria, le ha arrebatado el premio a otros monstruos ex-ídolos, como el mismo Rojas ya mencionado, Renato Cisneros, Jaime Bayly, Haruka Murakami, Philip Roth, Alonso Cueto, entre otros. Creo que todo se debe a su dedicación por abandonar el aseo, proponerse ser un escritor y publicar casi una novela por año, desde dos ciudades, Lima y Buenos Aires, mientras hacía de periodista en Buenos Aires Times.

De todas maneras, siento gusto pues la última vez que lo vi fue en el quinceañero de su hermana, donde el maldito aprovechó para vender sus libros a condición de poder bailar con la quinceañera. Eso fue poco antes de los años agitados en que Ollanta Humala le quiso quitar la nacionalidad a mi amigo, por haber escrito un artículo sobre tráfico de mujeres chilenas que obligó la salida del Gabinete completo, y felizmente la Argentina le concedió el pasaporte albiceleste, gracias a las gestiones hechas por el presidente de Boca Juniors.

Me bajo de la nube voladora, veo a amigos en común que suman unos veinte, debajo del tabladillo donde Pato está subido. Malena también está, sostiene a mi primer vástago con ella. Se ha hecho presente también la banda internacional Squaied, han llevado sus cuatro supuestas estatuillas Grammy, fabricadas en Azángaro, para que la prensa se fije en ellos, pero ninguno de los medios se ha hecho presentes. Además, está el finalista de El show de los sueños, Christian Vega al lado de la empresaria de Picolini, Vanessa Morales y futura candidata a las presidenciales del 2021 por Acción Popular. También está Julio Mezacuadra, presidente del MHOL que está muy agradecido con Reiner por defender el derecho a los homosexuales en su libro “No me arrimes el piano”. Veo a una chica ofreciendo sanguchitos, parece ser Lucía. Llego y saludo a todos ellos.

Me sorprende que quien le va a dar el premio a Pato es, Roberto Rojas, su eterno enemigo; no hay versiones claras sobre esto pero yo, que soy amigo de los dos, puedo decir que Roberto cumplió lo que nunca pudo Reiner: estar con “S”. Al enterarse de eso, Pato lo agarró a trompadas hace una década en un cine rosarino. Al parecer, diez años han sanado las heridas y ahora es el propio Rojas, quien le entrega el trofeo.

Reiner no puede contener la emoción y suelta lágrimas por recuperar a su amigo. Roberto le pide un discurso que Pato se dispone a pronunciar, cuando Rojitas, en un acto que ya tenía planeado, le quita el micrófono y anuncia al mundo lo siguiente: “¡Si yo te robé una mujer, tú me robaste la idea de mi novela, No me arrimes el piano es mía y gracias a mí tienes el Nobel, malnacido”.

Llega la policía, como siempre tarde, porque Rojitas ya huyó, sin el nobel, pero sí con el premio en efectivo: diez millones de coronas suecas. Aparecen las cámaras de la CNN, TV Chile, la BBC de Londres y los colegas periodistas me piden declaraciones de lo ocurrido, yo me dispongo a hablar y los flashes me perturban hasta que uno de ellos me deja ciego. Veo todo blanco, doy un grito y es mi almohada quien lo recibe, suena el timbre de mi casa, bajo a ver y es Pato, en sandalias y polo blanco. Sujeta pan fresco de la mañana y me abraza. “Traje tamalitos, Teni, vamos a desayunar, en honor al nobel de Mario”, me dice.

Tomamos desayuno, quiere contarme su último sueño, yo le digo lo mismo. Empezamos el relato pero a medida que avanzábamos, lo fuimos olvidando.

_____________________
Fotografía desde archivo.
_____________________
Disculpen la demora del post, quisimos que salga todo junto: el post, el último video y la nueva fachada del blog. Trataremos de volver al ritmo habitual de los sábados.

Este video es sobre la incursión urbana que hicimos en la Feria del Libro  de Lima 2010, así que prepárense un café, acomódense y disfruten de las secciones del video. Esa es la primera parte, pronto saldrá otra.