domingo, 8 de abril de 2012

Te hubieras visto

Imagen por ylana.hunt

Figúrate que el martes, después de haberte aburrido con mi visita sorpresa, encontré, al volver a casa, el atardecer que mirabas desde tu ventana. Me acompañó un rato, y como todo lo fugaz, desapareció. Después sobrevino la noche y otra vez éramos tú y yo caminando cada uno por su lado en un tiempo imaginario.

Te hubieras visto, dulce como indiferente, luminosos tus dominios cercados por tus pasos distraídos que tiñen de belleza tu distancia natural. Un chorro de pileta desenfocaba el encuadre verdinoso de tus pasos. Soy ciego en el detalle y los rostros, pero experto en distancias y siluetas. Y ver un esbozo de ti a lo lejos, viejos ensueños, grácil recuerdo que no se borra, hizo que apure el paso para que no escaparas.

Extrañamente, si no nos cruzamos los lunes, nos vemos los martes. Estamos vetados los demás días. "Si los horarios no se cruzan, no se cruzan", tú dices. Apenas cruzamos palabras, nerviosos, te miro un poco, quizá mi deseo egoísta es que suspendan tu clase y conversemos en los pastizales, con la cómoda excusa de esperar a tu amiga Magdalena.

Que todo sea casualidad y nadie busque a nadie, solos nos encontramos, como te dije una noche en el Parque de las Leyendas.

Husmeaste por la ventanilla del laboratorio de computadoras para ver si estaba libre como efectivamente decía el letrero que estaba. Pensaba que ya conocías los usos y costumbres de la facultad, todo indicaba que no mucho. Era el tiempo muerto de tus martes; esperabas que Magda saliera del gimnasio de la universidad, donde lleva dos semanas de consistentes resultados para sus brazos, específicamente los bíceps, que ahora luce con orgullo pelirrojo.

Mi aterrizaje causó en ti un sustillo, sentí el chispazo de tus hombros de sabor vainilla. Tu asombro fue tan natural que parecía practicado incansables veces con los avezados que, me entero a veces, te quieren besar.

Qué novedades, me pedías. Mis novedades desaparecen inmediatamente si me las pides, no sé, me hago un manojo de nervios y recuerdo detalles intrascendentes de mi vida de por sí aburrida. Tú me sorprendes primero, me cuentas del extraño dolor de rodilla del que hablas poco para decir demasiado.

Conversamos un poco de ello y siento que debo cambiar de tema. Te pedí, casi obligué, que me acompañes a buscar los salones de estudio. Debía presentar un artículo a las dos de la tarde, me quedaban cuatro horas y no había escrito nada. Era sobre el conflicto del Vaticano con la universidad, esos esbirros eclesiásticos quieren invadirla.

Me acompañaste a buscar esos salones. Creo que en tu carrera, la Publicidad, no te piden muchas lecturas (disculpa el prejuicio); sin embargo, espero que te sirva el dato de las salas para leer, estudiar, dormir y pensar. Mi intención era que ese elefante blanco que es la facultad fuera para ti menos inhóspita de lo que a primera vista parece: un Titanic de cemento anclado al jardín.

Sólo que todavía no publican la lista de salones. Era la segunda semana de clases y no estaba la lista de los condenados salones libres. Maldije al decano. Volvimos, caminamos a lo largo de la sombra y llegamos al sol que ardió molesto cuando nos vio pisarlo de vuelta. Pisar el sol a tu lado y volver inmediatamente al fresco fue la rendición que disfrutamos.

Te sentaste cerca de las hierbas, allí donde toda la facultad pasa apurada sin mirarnos, me sentía reconfortado en las perlas de tus ojos y deslizado en la viva montura granate de tus antiparras. Esas lunas gigantes reflejan mi cara, escudan tus ojos, tan negros y limpios que los miro más de lo permitido. Te hubieras visto, ¿la luz del sol aprendió a rebotar en las sombras o tú te iluminabas sola?

Y qué novedades, volviste a preguntar. Te conté que de venida en el micro un aprendiz de "choro" me quiso robar el celular y terminé dándole consejos, dos soles para su pasaje y un par de chistes de callejón. También me pediste que te cuente el lío de la Iglesia y la universidad, que el buen periodista informado que soy no supo clarificar. La Católica se apoya en la autonomía dictada en la ley peruana; el Vaticano se apoya en el concordato firmado en 1980. Entre el funesto Cardenal y el convenido Rector, ninguno tiene la razón, sólo los abogados la tienen.

Te pregunté qué harías por el feriado largo. Sólo hablamos de la fiesta del miércoles en Barranco, no había nada más que aclarar. Como no tienes que explicarme si sales con un chico o si otro te escribe desde lejos, si ya se han visto, por qué aquel te llena la biografía del Facebook o si por todo eso te odio secretamente y me engaño barnizándote con palabras celestes. Me importan esos minutos que paso contigo y te siento mirar como yo te miro, y ausculto en tus ojos, uno por vez. Es imposible mirar a los dos ojos e intercalo, aprecio e intercalo, uno a uno. Cada farol tuyo queda marcado que todavía lo recuerdo mirándome lejano tras las S escondidas de este texto.

De repente, escucho un redoble de tambores y un sonido marcial, son las botas de Magda que se acerca. Tenemos que despedirnos. Yo me voy a escribir y te escribo esto, tú te vas a caminar sin pensar en mí.

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Esta historia en una canción

4 comentarios:

  1. Que gran post, mi estimado Reiner, me gusta la nueva portada del blog, hace mucho mucho que no visitaba y leía. Pero hace un buen buen tiempo no hay videos,espero que los hagan de nuevo, y reirme con sus ocurrencias, un abrazo.

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  2. Respuestas:

    Hola Wavis Cr, mis lunes terminan los jueves.

    Hola silvia crespo, ¡lindos son los peluches! Y a ti te veo recontratuitera.

    Hola Sergio, espero que sigas leyéndonos. Estamos caídos de videos sobre todo por el tiempo. Ya nos autosacaremos la vuelta y haremos algo.
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    #SALUDOSATODOS

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Aunque sea una carita feliz... )=D