Imagen por Chloé Wallace |
Los grillos hacen más bulla que nosotros. La brisa de la primavera nos acompaña con olores de jazmín. Y yo sentado al costado de Ximena en silencio, con lo mucho que me ha costado traerla al jardín, con lo mucho que cuesta no trabarme y que el corazón no me salte del pecho, con lo mucho que ha sido separarla de su tediosa prima, con lo mucho que me ha costado TODO y yo en silencio.
Camino por las calles del recuerdo, doy dos vueltas a la manzana antes de animarme de una vez por toda a tocar el timbre de su casa. Pienso en voz alta las cosas que le voy a decir cuando la tenga en frente. ¿Puedo comenzar con un cumplido?, ¿puedo bailar con ella y después pedirle que salga conmigo un segundo? Puedo, puedo. Puedo todo menos tocar su timbre maldita sea.
Estoy nervioso y mis manos empiezan a sudar cuando estoy parado en su puerta. Adriano me toca el hombro, está acompañado de Antonio. Ambos me preguntan si busco el timbre de su casa. Para parecer despreocupado y natural les digo que sí. Veo que Antonio lleva una caja rosada entre manos, la cusiosidad me gana y le pregunto qué es. Y él, es un regalo para Ximena, y yo, lo miro como pidiendo saber su contenido. Antonio parece darse cuenta de mi intención y me dice que es una correa blanca Roxy, esas que están de moda, me responde.
Nos recibe Chiara, la prima de Ximena, que nos abraza a todos, en especial a mí. Cuando me pregunta ¿qué cosa le haz traído a Ximena?, y yo, nada. No he tenido tiempo para saber qué cosa traerle. Además, me avisaron muy tarde, me defiendo; y ella, bueno, lo importante es que estás aquí, primito, me susurra cómplice.
El ambiente está rodeado por los chicos de Cuarto a los que conozco pero no saludo, algunos han oído hablar de mí. Además, me doy cuenta que soy el único de Quinto que ha venido. Una gordita, que tiene una gelatina de fresa en la mano, le dice en voz baja a su amiga que he venido por Ximena y que espera que esta vez no haga ninguna escenita, la pobre ha tenido demasiadas penas por mi culpa. Al oír eso me siento más incómodo que cuando daba vueltas por su casa.
Ximena, que está al otro lado de la sala, al percatarse de mi llegada se acerca a saludarme, la abrazo y le doy un beso. Feliz cumpleaños, le susurro y ella me agradece, y yo, no te he traído nada, lo siento, no sabía qué cosa te iba a gustar, soy malo a la hora de escoger regalos, y ella me dice que no le importa, aunque igual le debo algo, y yo le sonrío mientras ella me ofrece algo de beber. Dos minutos después me trae una cocacola.
Han sido las insistencias de “La Shivi” que me ha traído hasta aquí y la ilusión de ver a Chiara, quien también me gusta de la misma forma que su prima, aunque yo guardo silencio. Estoy confundido aunque casi todos esperan que le diga a Ximena que sea mi novia. El patio de la escuela se ha trasladado a la casa de Ximena.
Mercury me sirve de fondo, mientras hablo con Ximena de ir a jugar bolos la semana que salimos de vacaciones, y aunque no sabe si le darán permiso, a ella le encantaría ir a jugar conmigo. Cuando interrumpen Chiara, Shivi, Karina, para que saque a bailar a Ximena, yo les prometo sacarla sin necesidad de que me hagan demasiada publicidad. Ximena sólo sonríe.
Chiara se acerca al equipo de sonido y pone una salsa cubana, de esas que comienzan bien lentas y conforme van avanzando se hacen más rápidas. En menos de un minuto la pista de baile, o mejor dicho su sala está casi llena, me mira como pidiendo que la saque a bailar y es lo que yo hago, nos movemos de forma extraña y tímida.
Estos son mis mejores pasos de salsa, le digo al oído a Ximena después de darle una vuelta; y ella, como serán los peores, echándose a reír de mis pasos cantinflescos. Hace mucho calor aquí, me dice ella, que tal si vamos afuera; y yo, por mí está bien. O sea, vamos afuera un rato, me gusta cuando huele a jazmines, tienes un jardín hermoso, empiezo a hablar, hablar y hablar, son los nervios que me traicionan.
Ximena se sienta en un muro rojo desde donde se ve la fiesta en su sala, ahora los dos estamos solos en silencio. Muevo mis pies al compás de la música y ella se ríe de mis movimientos acrobáticos. No puedo dejar de mirarla, de querer besarla. Tengo algo que decirte, Ximena. Hace mucho tiempo, le digo mientras ella me mira con esos enormes ojos color café en silencio. Qué, me pregunta. Y yo me saco las zapatillas, se las acerco y le digo que son nuevas, quizás presa del nerviosismo, quizás por desesperación. Ella se echa a reír y me dice las mías también, creo que lo he echado a perder de nuevo.
Lima debe ser la única ciudad en el mundo, en la que puede gustarte mucho una chica, salir con ella, puedes incluso decirle que te gusta. Pero si no le dices ‘para estar’ son sólo amigos. Pienso mientras elaboro las palabras correctas para ‘caerle’ de una vez a Ximena. Sin embargo, sólo me salen las palabras más trilladas y poco originales del mundo: ‘Bueno, Ximena, hablando en serio, yo soy malo para estas cosas pero... este... yo sé... tú sabes... que cuando te veo me mueves el piso y me gustas como nadie me ha gustado antes. Es por eso que en realidad lo que yo quiero decirte es si tú... ¿Quieres estar conmigo?’ Ximena se quedó en silencio, no sabía que decir, cuando la corté para decirle. ‘Bueno, sabes que... me conf... cuando ella me dijo tú también me gustas. y dentro de la sala se escuchaba ‘We are the champions’ y me sentía un ganador de los juegos olímpicos. No obstante, las siguientes palabras lo cambiaron todo: déjame pensarlo.
¿Tienes que pensarlo? Sí, en realidad, sí. Dado que los antecedentes no me ayudan. La primera vez que le dije a Ximena que me gustaba me hizo lo mismo, cuando iba a dar la respuesta le dije que no me importaba y dejamos de hablar por un largo tiempo. La segunda fue en la fiesta de las gemelas de mi salón. Había estado algo pasado de copas, lo que disgustó de manera rotunda a Ximena, que se echó a llorar porque pensaba que era alcohólico. La tercera fue en el quinceañero de Gisel, me había pasado de copas de nuevo y esta vez lo hice a lo grande, pedí al Dj el micrófono y le dediqué la canción más sosa del mundo: “Rendido ante ti”, de Camagüey, acto que la abochornó tanto al punto de retirarse minutos después de la fiesta.
Fue en las vacaciones para pasar a quinto que nos encontramos nuevamente en un quinceañero. Creía ser más maduro, le pedí disculpas por los antecedentes del pasado y le pedí ser amigos, que no quería perderla del todo. Pero fue en ese momento en que ella se fijó en mí. Estoy sentado en el muro rojo, Ximena me da un beso en la mejilla y entra a la sala. Me quedo pensativo, cuando sale Antonio a preguntarme si ya estoy con ella, no sé qué decirle, supongo que sí, le digo y me invita una gaseosa helada.
Las bromas transcurren a la velocidad de los bailes. Llega la hora de irme, Ximena me abrazó con fuera, me dijo sí al oído y se perdió en el tumulto. Por fin lo había lo grado, Ximena la chica que me gustaba, me había dicho que sí. No podía creerlo. No sabía si buscarla o darle un beso. así que salí de su casa y regresé con la excusa de buscar mi celular. Todas sus amigas sabían que era pretexto para darnos nuestro primer beso (su primer beso) pero la pena de tanto que nos despedimos con un beso en la mejilla.
Ahora, años después, al pasar por casualidad por la puerta de su antigua casa, me vienen los recuerdos de aquella fiesta de cumpleaños que no voy a olvidar. Con respecto a Ximena, sé que tiene una larga relación con otro compañero de mi salón de Quinto. Y que está próxima a casarse. La nostalgia es graciosa, sobre todo cuando aún huele a jazmín. Paro un taxi. Al centro, digo.
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