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Escribe Viviana Dallas
Ya
está decidido. He pensado en decirte todo desde hace dos días. El fin de semana
me ha permitido repasar una y otra vez lo que voy a decirte. Hoy será el día.
Me despierto muy temprano, incluso antes de que el despertador suene. Descalza,
voy al baño sin abrir los ojos. Abro el grifo. El agua está helada, pero no me
importa, no espero que caliente. Salgo tiritando. Cojo la ropa que alisté y me
visto. Cepillo mis dientes y salgo de casa.
Siete
de la mañana. El micro no viene. Ya quiero llegar al salón de clases. Quiero
verte y sentarme al lado tuyo. Que seamos dos amigos que escuchan atentos a su
profesor. Que todo esté bien entre nosotros. Lo siento. Entre tú y yo. Sé que
no existe un nosotros.
Siete
y diez. Aun no pasa el micro. Me desespero. Por fin.
Siete
y cincuenta. Ya estoy en la avenida La Marina.
Ocho
de la mañana. Veo la puerta del salón. Ingreso. Me dirijo a mi lugar de
siempre, adelante, frente al profesor, quien ya empezaba a pasar la lista.
-Hagan
un sonido al escuchar su apellido. Moreno.
-Presente.
-Jiménez.
-Presente.
-Calero…
Calero.
Volteo.
Te busco con la mirada sabiendo que no estás.
-Dallas.
-Presente,
digo, casi en un susurro.
El
profesor levanta la mirada y me ve. Anota en su lista que sí estoy aunque pareciera
que no estuviera. Es cierto. No estoy en el salón, estoy contigo. Estamos en el
pasto, aquel lugar al que solíamos ir para estudiar meses atrás. Estamos
echados, mirando al cielo, conversando de cosas que no valen la pena ser
habladas entre nosotros. ¿Por qué seguir perdiendo el tiempo?, pienso. Empiezo
a decirle todo lo que siento, que ya no puedo guardar más, que me disculpes por
no haber sido sincera contigo, que lamento haber perdido el tiempo, que sí, es
cierto, yo también estaba enamorada de ti pero tuve miedo de ser honesta cuando
tú me lo confesaste, en este mismo lugar, hace un par de meses. Y tú me dices
que me perdonas, que nada importa, que por fin estamos juntos y que todo va a
estar bien entre nosotros. No. Eso es lo que yo quiero escuchar. Tú dices que
es mejor que dejemos de vernos.
-Dallas,
¿estás de acuerdo con lo mencionado?
Estoy
en el salón otra vez, con la mirada del profesor dirigida hacia mí.
-Sí,
profesor. Muy de acuerdo.
Escucho
risas. No me importa. Sonrío.
Vuelvo
a estar contigo. Incluso recostados y tras un árbol. Tú ves a Romina, nuestra
amiga, la que hace un par de días me confesó que estaba enamorada de ti.
No
pude evitar preguntarle si ya había pasado algo entre ustedes aunque, claro,
ella no sabe lo que ha pasado entre nosotros, ni se imagina que su “sujeto”
también es mi “sujeto”. Que ambas estamos enamoradas del mismo “sujeto”. Romina
me confesó que fueron juntos a un concierto, pero que no fue una salida, sino
que fueron con un amigo más, que ambos conocían a ese cantante británico,
desconocido para mí, y que todo salió “muy rápido, el mismo día”. No podía
seguir escuchando lo que ella decía. Tampoco podía dejarlo de hacer.
-¿Y
te llama?, le pregunto.
-Ayer
me envió un mensaje, dice entusiasmada Romina.
-¿En
serio?, qué bien, eso significa que tiene interés.
Cogí
su celular de la mesa y empecé a leer los mensajes. Mientras los leía me mentía
diciendo que no eran de gran importancia, eran sólo cuatro mensajes un 26 de
mayo. Tú le decías que estabas deprimido porque una chica no te hacía caso. “Me
deja huérfano de la enfermedad de no tenerla”, le pusiste, acéptalo, fuiste
huachafo pero me gustó, pues supuse que esa chica era yo. Resolví que Romina no
sería un problema, pero aun así me daban celos que le hayas enviado cuatro
mensajes ese día y ninguno a mí.
Y
Romina me pregunta qué tal me va a mí. Yo le digo que creo que mi “sujeto” ya
no quiere seguir saliendo conmigo, que pienso que está enamorado de otra
persona, que ya no es el mismo de antes. Ella me aconseja, me dice “habla con
él, dile todo lo que sientes”, y yo le digo que soy muy orgullosa y que no
puedo, y ella me insiste, “pero si ya te ha dicho antes que quería estar contigo,
quizás ya no te dice nada porque cree que tú no quieres nada serio con él,
probablemente él también está siendo orgulloso ahora”.
Ella
quiere que yo se lo quite. ¡¿Por qué no te das cuenta Romina?! ¡Reacciona! ¿No
te percatas que al decirme eso me incitas a hacerlo, a arrebatártelo?
Tú
la llamas. La saludamos, ella te sonríe y tú a ella. La miras con esos ojos
penetrantes que tantas veces me han doblegado. Siento celos otra vez.
Alguien
abre la puerta, volteo. No, no eres tú.
Nueve
de la mañana. El profesor manda al break. Me demoro a propósito, porque,
quizás, tú estarías esperándome afuera del salón. Te imagino sonriéndome,
mientras me dices “me quedé dormido”. Pero salgo y no, no estás. Voy a comprar
y mientras regreso pienso que estás esperándome en el salón. Pero tampoco
estás.
Nueve
y diez. El profesor vuelve a entrar. Y yo vuelvo a salir porque estoy contigo
otra vez. Ya no sé dónde estamos, pero estamos juntos.
Nueve
y cuarentiocho. Me llega un mensaje, no eres tú, es Franco, con quien crees que
estoy saliendo.
Es
cierto que antes tuvimos una relación, pero eso quedó en el pasado. ¿No te das
cuenta que no quiero estar con nadie más que contigo? Sonrío al recordar lo que
me dijo Franco el viernes, “tú sales con él, él sale contigo, él piensa que yo
salgo contigo. Ella quiere salir con él, ella quiere que tú también salgas con ‘él’ si saber que ‘él’ es él”. Telenovela mexicana, pensé. Franco y yo,
después de terminar nuestra relación de seis meses, nos hemos vuelto muy buenos
amigos, nunca había mantenido una tan buena relación con un ex. Él sabe que yo
estaba decidida a decírtelo todo hoy.
Le respondo con un simple
“10 afuera de mi salón”.
Diez de la mañana. Salgo
presurosa, pensando por última vez en verte afuera. Y te veo. Sonrío. Pero no
estás solo. Estás con ella, con Romina, besándose. Franco también está ahí. Lo
abrazo. Él comprende la situación y me besa.
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