Imagen por phatpuppycreations |
Escribe Luiggi Kafka
Hubo una vez, en el mundo invisible de los sueños, un humano con forma de monstruo que se dedicaba a destripar todo tipo de seres vivos. Este humano, cuando despertaba, sentía una terrible desazón al recordar que había asesinado tantos personajes de ficción, y le espantaba la idea de que probablemente ni siquiera recordaba todas las muertes que había perpetrado en cada noche.
Decidió no dormir más. Pasaba las
noches sufriendo de un insomnio en parte inconsciente y en parte provocado,
debido al profundo miedo que le escarapelaba el cuerpo cuando pensaba en que el
menor descuido podría costar más vidas. Cuando no podía más, se metía en la
bañera, el agua muy fría, con un cigarro entre los dientes tintineantes,
tiritantes, y jugaba con los únicos compañeros que le quedaban: su barco a
cuerda y su pato de hule, un pato amarillo patito. En su brazo, un tatuaje de
Kevin Arnold le recordaba la adolescencia que se empecinaba en abandonarle.
Lloraba, silencioso, para que los sueños dormidos en su mente despierta no se
burlaran de él.
Pero, como ocurre siempre en las
existencias, tanto en las ficticias como en las otras, uno busca crear su
historia para darse cuenta finalmente de que la historia se crea sola y suerte
de cada quién si ésta se toma la molestia de darle a uno un papel mínimamente
aceptable que representar. En este caso, sucedió que el hombre, por más empeño
en lo contrario que puso, se durmió.
Y quién diría, pareciera que este
letargo de sueños fortaleció al monstruo oculto en él, lo solidificó, le abrió
las puertas hacia otros sueños, hacia otras historias, y el desalmado se dedicó
al bárbaro quehacer de matar. Ya mató sueños ajenos, mató novias imposibles, mató
personajes de cuentos, mató alegrías y penas, despedazó caperucitas y lobos,
volteó ovejas y les dejó la piel adentro y las tripas afuera, y así, por puro
placer, se puso a contarlas, regocijándose en la sangre.
Nosotros, espantados, huimos de la
tierra de los sueños cuando ya le quedaban por matar pocos de esos seres
etéreos. Ahora nuestro trabajo, si las fuerzas nos sostienen, será encontrar al
hombre del tatuaje de Kevin Arnold y eliminarlo sin mediar vacilaciones. Nos
repartiremos el barco a cuerda y el pato de hule amarillo patito, y volveremos
a soñar.
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Esta historia en una canción
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