lunes, 12 de marzo de 2012

Pluma Invitada: La calle del pensamiento

Imagen por phatpuppycreations

Escribe Edna

Un cigarro y pensamientos circunstanciales acompañaban a Pilar en el caminar de una larga avenida. De pronto, nuevamente, su corazón se encogió al recordar aquel chico de risa peculiar que le ofreció confianza, lealtad, desenfado y una amistad que, ella pensó, sería duradera. Ricardo había fallado y caído en ese estúpido juego llamado amor.

Fue en octubre que ese mismo muchacho le declaró sin intimidarse el secreto mejor guardado que había tenido por varios meses. Los abrazos, las risas y miles de historias compartidas lo llevaron a querer desafiar esa sincera amistad que había nacido entre ellos. Pilar (despistada como siempre en asuntos de relaciones) había dejado que todo avance sin percatarse que se acercaba el fin, no sólo de la amistad, sino de todo aquello que la ataba a las cursilerías y romanticismos de ciertos sentimientos.

Pilar seguía caminando por aquella avenida y miles de preguntas invadían y violentaban su mente. Fueron dos meses de lucha constante por parte de Ricardo para obtener la respuesta que él tanto quería escuchar de los ojos de niña traviesa que se negaban a perder a su nuevo mejor amigo.

-          No puedes negarlo. Esa lucha es la que te enamoró de él… ¡Qué tal idiota!

Renegaba con ella misma. Era inevitable, las mejores conversaciones que tenía eran consigo misma en esa avenida, de esa manera despojaba sus sentimientos más oscuros y tristes. Las palabras ahora vacías de Ricardo atacaban sus recuerdos para seguir cuestionándose.

-          Te quiero demasiado, chiquita. Quisiera que estés acá conmigo para abrazarte.

Miles de mensajes gastados, demasiadas frases cursis, llamadas para dedicar canciones, insuficientes acordes fuera de su casa. La inversión de tiempo y gasto sentimental de Ricardo la hacía sentir segura entonces, pero ahora simplemente la confundían con cada paso que daba.

-          ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué?

Sus ojos inertes escoltaban a sus pasos aletargados pero su corazón, aún encogido, latía a mil por hora. Ahora su respiración se volvía también más rápida con el recuento de recuerdos.

Ese día, el día en el que posiblemente esa niña ilusa que una vez existió en ella comenzó a endurecer cada parte de su cuerpo y alma para no volver a caer de esa manera.

Ese día en el que retomaron trazos de su verdadera amistad, aunque sea fingida en ese momento. Un par de Cuzqueñas, unos Marlboro Light y la conversación que siempre los caracterizó. La caminata a casa de Pilar en silencio y ya sin miradas cómplices. La imagen de ellos sentados en la cochera con más conversaciones triviales, la tertulia que siempre los mantuvo unidos y por las cuales se habían convertido, en algún tiempo, tan buenos amigos.

Pilar encendía otro cigarro. Ahora ya no fumaba Marlboro (le recordaba a esas tardes con Ricardo, su olor), era un Lucky Light el testigo de su viaje a través del tiempo. El humo salía de su boca y nuevamente recordó.

-          Y bueno, ¿qué es eso tan importante que tenias que decirme?
-          No, nada. ¿Qué me comentabas del F? (Daniel F., autor favorito de ambos)

Sí, así intentó enfrentar en primera instancia a Ricardo. Ella ya sabía lo que se avecinaba, Nelly (hermana de eternos momentos de Pilar) le había corroborado sus sospechas. Esa cuasi hermana se había vuelto también en una buena amiga y confidente de Ricardo.

Él le confió entonces lo que venía rondando en su cabeza, la lucha que había dado con la de ojos traviesos no había sido una lucha bien pensada. Tal vez, era mejor volver en el tiempo y regresar a la gran amistad que alguna vez lo unió a Pilar.

-          Dime de una vez, ¿qué tenías que hablar conmigo?
-          Vamos chiquita, estamos hablando de otra cosa.

Si hay algo que ella detestaba en este mundo (a parte de la hipocresía y los egos monumentales) era la cobardía de no decir las cosas como son. Sí, fue la insistencia y la lucha que dio Ricardo lo que hizo nacer en ella ese cariño que ahora sabía tenía que arrancar. Sí, fue también lo directo de su confesión lo que la cautivó.

-          ¡No, detesto que esquives! Dilo de una vez, sabes que no me gustan los rodeos.
-          Por favor, sigamos hablando de otra cosa – susurró Ricardo, casi como una súplica.
-          Habla en este instante, sino estamos perdiendo tiempo, me está haciendo perder tiempo. Mejor entro a mi casa, quédate aquí si quieres. Me importa poco –le respondió Pilar sin paciencia.

La avenida que ella recorría se había vuelto larga, cada día se hacía más larga. Recordaba a Ricardo quedarse callado por un momento, mirando el suelo como buscando el coraje que no había tenido toda esa tarde. Recordaba su rostro resignado y sintiéndose perdedor de aquella batalla, escuchaba esas palabras que se inyectaron como veneno en su cabeza.

-          Sabes… me gustó como anduvimos hoy, como cuando estábamos en la academia, hablar de todo un poco como dos amigos… Te quiero así, como una amiga. Tal vez siempre te quise así. Será mejor de esa manera. Creo, pequeña, siempre tuviste razón, tú siempre fuiste más sensata que yo.

Nuevamente el humo atravesaba sus labios y terminaban difuminándose en el viento que hacía más lento aún su andar en aquella avenida de buenas autoconversaciones.

-          Hey, todo bien. Te lo dije desde un principio: Pasará lo que pasará seríamos aún buenos amigos, ¿no? Además, no estoy para hacer ningún drama.

Aún se sorprendía como mantuvo la calma ese instante, ella que solía ser tan emocional. La manera en que se contuvo (a pesar que luego, no en frente de él, sintiera como se rompía el suelo de vidrio sobre el cual había caminado esos cortos meses) había sido nuevo para ella. No podía negarlo, fue satisfactorio el no hacerlo sentir tan importante como realmente lo era, finalmente lo egos monumentales era otra cosa que odiaba.

-          ¿Cómo se puede luchar tanto por alguien para decir finalmente: Me equivoqué?

La avenida había llegado a su fin, las bocinas y el grito de los cobradores acallaron los latidos acelerados. La respiración apresurada volvió a su normalidad. El cigarro yacía unos pasos atrás destrozado.

-          Sí, fui más sensata. Yo no fui cobarde. No lo fui… sabía me iba a doler, por Dios aún me duele… No, no fui cobarde.

El paradero, unas lágrimas en el mismo rostro sosegado. La preparación para las cobardías de la vida… las de los hombres… las de ella misma.


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Esta historia en una canción

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