sábado, 3 de marzo de 2012

Pluma Invitada: Billetera mata galán

Imagen por phatpuppycreations

Escribe Darwin Gutiérrez

Desde hace algún tiempo acepté mi nivel de vida modesto, pertenezco a esa clase tan discriminada en estos días, tan incomprendida, el ser “misio”. A decir verdad fue una elección, he tenido la oportunidad de dejar de ser un típico joven peruano promedio que cuenta el sencillo para el pasaje y es capaz de bajar de la combi cuando el tan maltratado y poco amable cobrador no quiere aceptar el carnet universitario. Me siento orgulloso de serlo, el no sumergirme en este mundo mercantilista, el no ser visto como un objeto al cual las grandes empresas con el lema del trabajo en equipo y otras tantas paparruchadas engatusan a los estudiantes inexpertos y cándidos como alguna vez lo fui o todavía lo soy. Cuando renuncié a ese mísero sueldo me juré a mí mismo no pertenecer a la PEA (población económicamente activa) hasta acabar mis estudios –razón por la que me obligan a adelantar cursos– o por lo menos algo relacionado a ello.

Cuando elegí este estilo de vida tan desprestigiado pero con una gran consistencia filosófica sabía a qué consecuencias me atenía, el de ver una película en la comodidad de mi casa en vez de acudir a esas bulliciosas e incómodas salas de cine, el de comer hamburguesas en el “Bravazo” que promete ser el próximo Bembos pero por motivos de algunas clausuras de índole sanitario su camino se le viene truncando, el preferir hacerme un bronceado en vez de alquilar las sobrestimadas sombrillas al momento de ir a la playa, el comprar algún libro de Amazonas para algún cumpleaños venidero ya que no hay mejor regalo que un buen libro, que sea pirata o formal es lo de menos. Por lo visto las consecuencias no eran tan malas que digamos e incluso podría sacar provecho de ellas, disfrutar la naturaleza, el caminar sin ningún rumbo y el hacer ejercicio sólo a punta de planchas y abdominales, todo parecía funcionar, ignorar las críticas de los amigos que presumen de sus trabajos con sueldos paupérrimos con un orgullo solo comparable al de un niño explorador después de ayudar a cruzar a alguna ancianita malgeniada; incluso aceptar adjetivos como el de vago o mantenido. A pesar de todos estos padecimientos me abstuve de abandonar mi estilo de vida, y sigue este largo camino hacia el disfrute diario de las pequeñas cosas que no tienen precio.

Todo iba bien hasta ayer, cuando P me insinúa que quiere tener una salida o mal llamada cita. No suelo tener citas debido a mi corto presupuesto no suelo organizar salidas, siento que son forzadas y de mal gusto, siempre preferí las salidas esporádicas e inesperadas en las cuales un paseo breve o ir a la casa de alguno de los dos nos libre de la incomodidad de los lugares públicos. Ya que no compartimos ningún centro de estudios ni centro de trabajo o algo parecido que facilite las salidas inesperadas, condición indispensable que compartían la mayoría de sus antecesoras, nos vemos en la incómoda situación –intuyo que sólo de mi parte– de planificar una cita. P me informa que quiere salir a pasear, bailar y para mi mala suerte comer, por lo visto quiere tener toda una salida especial y sin motivo que lo justifique, hasta bailar andaba todo bien, conozco un par de lugares donde esta actividad es compatible con mi tan delgada billetera, pero comer salta a ser el punto discordante.

Desde que conocí a P supe que estos momentos en los cuales mi estatus económico iba a salir a flote era inevitable, en algún momento tenía que enterarse que está con un misio, con un ser despreciable que quizás con un poco de suerte la lleve a comer en un McDonalds. Trato de inventar alguna excusa, pero cualquier táctica es desvanecida y derrotada por las palabras de P. acabo por perder la batalla y con las palabras “mañana nos vemos” me da el último golpe. No puedo dormir, estoy dando vueltas como un púber descubriendo su sexualidad, tramando alguna excusa para faltar a la cita pero que al mismo tiempo me haga quedar bien, justo cuando estoy escribiendo un mensaje, excusándome, la poca dignidad y orgullo que tengo –y quizás también arrechura– me juegan una mala pasada y me hacen dormir contra mi voluntad.

–Vamos a comer primero, no te olvides –un largo silencio siguió, lo cual ella infirió como una afirmación.
–¿Pero dónde? –mi tan mal abastecida masa encefálica cometió un error garrafal, darle la potestad de elegir el restaurant a una mujer.
–Que sea en el Friday´s, no seas malito.

Ya acabamos de degustar y empacharnos con la comida, que por supuesto no la disfruté, sufría al ingestar cada platillo apetecible pero al mismo tiempo dañino para mi bolsillo. Ahora viene la cuenta, al parecer la mesera se da cuenta de mi situación, que claro P ignora completamente con una gran sonrisa en su rostro. Me entrego en una oración silenciosa para que el feminismo latente en P la obligue a querer establecer sus derechos y no dejar que estos sean aplastados por la estúpida regla machista de que el hombre pague la cuenta. Parece que ese ser supremo me hace recordar porqué soy agnóstico. Todo está consumado.

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Esta historia en una canción

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