Imagen por phatpuppycreations |
Escribe Flor de fuego
Llegó tarde como siempre. El bar está lleno. La música suena bien. Es Janis cantándole otra vez al amor perdido o eso entienden mis oídos enamorados. En la esquina hay cinco jóvenes, uno más excéntrico que el otro. Cada uno con una botella de cerveza personal en la mano. Los observo a lo lejos. Camino a ellos, uno me saluda levantándome la mano con una sonrisa grande que ilumina el lugar. Yo le retribuyo el saludo, me tropiezo con una silla que está adelante. Que estúpida me digo, pero él no se ríe, sigue cada uno de mis pasos como escoltándome con la mirada.
Llegó tarde como siempre. El bar está lleno. La música suena bien. Es Janis cantándole otra vez al amor perdido o eso entienden mis oídos enamorados. En la esquina hay cinco jóvenes, uno más excéntrico que el otro. Cada uno con una botella de cerveza personal en la mano. Los observo a lo lejos. Camino a ellos, uno me saluda levantándome la mano con una sonrisa grande que ilumina el lugar. Yo le retribuyo el saludo, me tropiezo con una silla que está adelante. Que estúpida me digo, pero él no se ríe, sigue cada uno de mis pasos como escoltándome con la mirada.
Son los mismos debates
de siempre. Solo son cinco jóvenes confundidos hablando de lo mismo, de las
últimas películas que han visto o de la última novela que han leído o están
leyendo, que Hegel dice esto y que Lennin lo otro. Deberíamos salir a protestar
para que destituyan del cargo a aquel político que se llena la boca de pan
mientras sus hermanos sufren en las calles.
Trato de desviar la
conversación con Adriana y Sabrina. Pero ellas parecen más apasionadas que
Sergio, Mateo, y Gabriel. Hablan de cambio, cambio de qué, me preguntó. Solo
son hijos de papi jugando a la revolución. Cuando creo que solo viven de
críticas y apariencia para tratar de sonar más intelectuales. Me excuso para ir
al baño. Toda esa cháchara política solo me está enfermando. Solo quiero
tomarme unas cervezas, bailar un rato, elevarme luego y si se puede hacer el
amor frenéticamente.
En el baño me encuentro
con una chica que no ha dejado de observarme desde que me tropecé con la silla.
Le gusto de eso estoy segura, y a decir verdad a mí tampoco me desagrada del
todo, me llama la atención el tatuaje de hadas pequeñas que vuelan por sus
hombros.
La chica me toma por la
cintura, me susurra algo a la oreja, no sé lo que dice pero me toma de la mano
y yo la sigo. Nos perdemos en la puerta trasera de aquel bar. Saca un pequeño
canuto, moja la punta con su pequeña lengua y lo prende. Aspira con fuerza,
tose un poco, vuelve a hacer lo mismo y me lo entrega en la mano. Lo prendo.
Estoy contra la pared.
Su lengua hace algo raro en mi boca. Me dejo llevar. Apoya sus pequeños pechos
contra los míos. Se mueve al ritmo de la música que tocan dentro del bar.
Acaricia mi cabello y sus manos viajan al sur de mi cuerpo. Estoy excitada no
puedo negarlo.
Gabriel abre la puerta
trasera. Observa cómo me beso con aquella chica de cabellos negros. Me llama
por mi nombre. La misteriosa chica del baño le regala una sonrisa y le toca el
hombro, él la retira con algo de fuerza. Ella vuelve a entrar al antro y solo
estamos afuera él y yo.
Odio que siempre quiera
ser ese príncipe azul en caballo y armadura. Que siempre trate de rescatarme.
No me dice nada, me abraza con fuerza. Nos metemos al bar, quiero saber que es
lo que pasa por su frondosa caballera. Pero no dice nada, solo me saca a
bailar, me ofrece una cerveza, prende unos cuantos cigarrillos y actúa como si
nada hubiese pasado.
Tengo que ir al baño,
le digo. Él acepta la premisa resignado. De regreso puedo observar como Sabrina
lo mira, le habla y toma de sus manos un cigarrillo mientras él acerca su
encendedor al cigarro. Lo tomo del cuello y lo beso con fuerza. Sabrina se
queda callada, me mira y luego a él.
Él me lleva a una
esquina y me dice que hablaremos después. Yo no quiero hablar después quiero
hablar ahora. Pero él me dice que es mejor que me deje en mi casa. Me convence,
es mejor así, al menos yo me lo he llevado a casa y no está con la resbalosa
esa.
Caminamos varias
cuadras antes de tomar un taxi. Me pone su casaca negra entre mis hombros. Lo
detengo para ver las estrellas, mientras él está rígido, apurado como si
quisiera deshacerse de mí. Pero no lo dice, lo siento raro. Me detengo, lo beso
y él se deja besar. Me besa lento como siempre, en la forma en la que solo él
sabe besar. No quiero tomar un taxi quiero quedarme la noche entera con él.
-Gabriel, quédate
conmigo, ¿sí?
-Estoy contigo ahora.
-No, no es eso. Me di
cuenta de que estoy enamorada de ti. No pude soportar como te miraba Sabrina y
la atención que tú le dabas.
-¿Qué quieres decir con
eso?
-Que nos vayamos que
dejemos todo. Gabo, tú eres diferente a los demás, eres mejor.
-¿De qué viviremos?
- Yo puedo hacer
trenzas, bailar. Tú puedes tocar guitarra y dibujar.
-Lo siento, pero esos
son tus sueños, no los míos.
-Entonces nunca me
quisiste.
-Qué hablas, yo nunca hice
nada que tú no quisieras, o que me hicieras primero. Mejor descansa, nos vemos
mañana, vamos a la playa.
-No Gabriel, mañana me
voy a las tres. Si quieres vienes conmigo.
Estaba parada frente al
terminal de buses. Tiro y piso mi último cigarrillo en Babilonia. Espero que
sea como en las películas que venga por mí, pero los minutos avanzan y él no
aparece, no aparecerá. Lo odio. No lo quiero. Es mi culpa. Por qué no me
entiende.
El bus aparece y subo.
Mi próximo destino será alguna ciudad de provincia. Hasta siempre Babilonia,
hasta siempre Gabriel.
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Esta historia en una canción
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