jueves, 13 de septiembre de 2012

Con el viento entre los dedos

"Le hubiera besado las manos y nada más".
“El Príncipe”. Oswaldo Reynoso.

Imagen por lesbryant2

Estar misio no es lo mismo que quedarse sin recursos. Los bolsillos vacíos no impiden invitar a una chica a tomar unos tragos de viento de la noche. Bien mirado, Lima entrega sus escenarios al disfrute sin más que gastar en pasajes para recorrerla. Por ello, podía estar misio, pero no falto de recursos para pasear con la escurridiza Viviana Dallas.

Esa tarde soleada, la esperé en una de las bancas del Parque Washington, agarrado a un cuaderno verde para apuntar y dibujar. El viento movía las hojas de los árboles y desviaba mi mirada que perseguía el vuelo gris de una paloma que aterrizaba en la hierba al tiempo que Viviana saltaba de su taxi. Observaba absorto a la paloma picoteando el piso en busca de granos hasta que ella tocó mi hombro.

Las clases de Estética nos obligaban a visitar galerías de arte y comentar luego las exposiciones en una “bitácora” (un cuaderno lleno de reflexiones sobre obras de arte). Viviana y yo, en nuestro acostumbrado almuerzo de los martes luego de la clase, armamos un mapa cultural de Lima y acordamos ir al Centro Cultural España.

Visitar eventos culturales es una manera digna de estar misio. El ingreso libre es nuestro mejor aliado. Un misio contempla la vida desde su mirada indigente y desamparada. La opulencia y los lujos nublan el gusto, comercializan las obras, ponen precio al arte y puede hacer de un mamarracho una pieza invalorable.

Allí tenemos a la sala Miro Quesada en Miraflores que te salva los lunes con su ciclo de películas peruanas, esta vez tocaba Tinta Roja; los martes había una exposición fotográfica en el Centro de la Imagen. Los miércoles, el Cineclub Pueblo Libre traía los últimos documentales sobre el agua para estar enterados. Los jueves, los “intelectualoides” se reúnen en las galerías de Barranco para apreciar el arte contemporáneo. Los viernes, si no tienes para las chelas en el Bar Kekos de la universidad, llevas a Viviana al Olivar y los sábados su madre no le da permiso. Los domingos sólo la llamas, porque hasta Dios descansa.

Le dije que estoy con unas amigas en Starbucks. Me llega que siempre me controle, no me deja ser ni hacer lo que yo quiero, tengo que pedirle permisos para todo. Siempre ha sido así, desde chica, mandaba a mi padre a recogerme a todas las fiestas a las dos de la mañana, o si no tenía que conseguir una amiga que volviera conmigo en el taxi porque no podía volver solita. Los días de semana no podía pasarme de las nueve, iba al Icpna y volvía rápido a la casa, no hueveaba nunca con mis amigos. Nunca he podido ser yo, recién ahora siento que estoy viviendo desde los 20. Se espantaría si supiera dónde estoy ahora.

Salimos del centro cultural y nos sentamos en la banca, conversamos acerca de la muestra dedicada a los 50 años de la publicación de “Los Inocentes” de Oswaldo Reynoso. En mi mente tenía contarle acerca de “El Príncipe”, personaje marginal de Reynoso que un buen día la vida le sonríe y se vuelve ladrón. Viviana escuchaba; cuando un tipo en chancletas y vestido con ropas raídas intervino, decía llamarse “Colorete” y venir del circo, donde le enseñaron un truco que le daba para vivir o al que le debe la vida. Es un loco maestro de la palabra, no podía callársele, aseguraba que en breve introduciría dos clavos en sus narices.

Noté el susto de Viviana, cuando ella tiene miedo se pegajosea a mí. Espera protección, una voz de bronce y nervios de acero que espante al advenedizo. Yo no le creo cuando insiste en realizar su acto, le pido que no haga nada, “diablos”, pienso, “si le doy un poco de plata ya no tendré para después”. El loco salido del circo extrae dos puntas de fierro de su canguro, cada una de diez centímetros de largo. Apenas las mostró Viviana me abrazó y yo me molesté. Han perturbado nuestra tranquilidad, la paloma emprende vuelo.

La punta de Colorete no me agrede pero hinca mi orgullo de macho defensor. Le pido que se retire, no, le pido que se largue, me pongo de pie y no le doy chance a defenderse. Colorete, sentado en el piso, pide paciencia moviendo las manos en el aire. Introduce uno de los clavos en su nariz.

Visualmente, el fierro se deshace a medida que entra en la fosa nasal derecha mientras me mira sonriendo con ojos sibilinos. El crujiente sol baña su cara y achicharra el clavo de su fosa izquierda, parece no tener fin o tal vez, en el sin fondo de su nariz, descansa el alma insondable del loco sonriente que introduce fierros a su cuerpo. Sin duda, un espectáculo horrendo.

Le grité, lo amenacé de mil maneras pero no acababa. “Dame una moneda aunque sea”, rogó a cambio. Le dije lo que le digo a todos los que me piden plata en la calle: estoy más misio que tú. Lárgate, láaargate, ¡lár-ga-te!, enfurecí contra el guiñapo. “Por qué me botas, es mi trabajo”, decía él pero yo no lo escuchaba, me cegó el horror, quizá no comprendía su habilidad, su arte.

No olvido la mirada de Colorete. Cada vez que veo a Viviana recuerdo en silencio la mirada maledicente del chico de los clavos. La conciencia me atormenta por haber sido maleducado con él: sólo quería unas monedas. “Ahora sé que contigo estoy protegida”, me dijo a cambio Viviana.

¿Gina y tú tienen algo? Te pregunto porque leí sus mensajes y tenía varios tuyos y todos  muy cariñosos. Además la última vez que te fuiste con ella del Kekos estaba borracha y te la llevaste supuestamente a su casa, pero ella no llegó hasta el día siguiente. Tengo mis dudas de ustedes. ¿Y por qué me preguntas por Micaela? Siempre quieres saber de ella, yo no sé nada, ¿manyas? Es mi amiga pero no paro todo el día con ella ni me importa con quién de la Facu ha chapado. Además, Gabriela me dijo que la llamaste borracho el fin de semana pasado y le dijiste que era la chica más bonita de la universidad, por tu culpa se peleó con su novio y ni te quiere ver. Respóndeme. ¿Tú quieres con todas, no?

De haberle deslizado unas monedas al indigente no habría ido con Viviana por el camino oscuro. A escasas cuadras del Parque, había visto un hostal con nombre de beata al que entramos sin decirnos nada. Pasamos por allí, la tomé de la mano, no hubo oposición y doblé, abrí la portezuela de madera y busqué la recepción. Pagué con lo justo, había calculado bien el precio de un hostal de la zona. Subimos al segundo piso y entramos, era un cuarto de paredes naranjas con un ventanal en la esquina que daba al tragaluz, también se colaba el ruido de la calle, las bocinas de los autos y los ladridos de los perros. Aunque nada competía contra los crujidos de la cama vetusta sobre la que Viviana se sentó para luego preguntar:

– ¿En esto vamos a dormir? –recordaba el suave colchón de todas sus noches–.

Técnicamente, yo no quería dormir con ella. Viviana también se sorprendió, o se hizo la sorprendida, al encontrar una toalla, un jabón y un rollo de papel higiénico al costado del televisor de veinte pulgadas que tuve el tino de voltear porque allí se suelen esconder las diminutas cámaras con las que graban los videos pornos caseros en los hospitalarios hostales de baja estofa de Lima.

Yo creía que tú eras un pendejo, compréndeme. Que querías salir con varias chicas y no solo conmigo. Si en Año Nuevo te dije que no quería nada contigo fue porque estaba confundida. No es que no quería estar contigo, no-no-no-no, tampoco salía con otro brother, jamás, o sea out de mi mente. Pasa que yo no me lanzo si la piscina no está llena. Además, podíamos salir, conocernos más, no entendía tu apresuramiento. Tú mismo me dices que quieres tener la libertad de salir con amigas cuando quieras y adónde quieras; no te gusta que te haga preguntas de ellas, ¿acaso no puedo pensar que te las chapas?, los hombres siempre tienen una chica de remplazo. Ahora sí quiero estar contigo, sólo si me pides que sea tu enamorada, podremos seguir más tiempo aquí, así.

Viviana Dallas nunca se despojó de su ropa interior. Ajustada y tibia, una tanga rosada cubría aquella preciada isla de su cuerpo. En un momento, la llamó su madre. Ella le mintió, le dijo que estaba en el baño de un cafetín. No esperé que corte y empecé a besarla debajo de la oreja, a ver si accedía a quitarse todo y terminaba la historia dentro de ella sin hacerla mi novia como exigía el fervor religioso que había castrado para siempre sus ganas de tener aventuras pasajeras, inofensivas… minúsculas. ¿Quería despojarla de su inocencia? No sé, empecé a lamer sus senos pequeños luego de estrujarlos con las yemas de mis dedos. Puse mis púrpuras intenciones a la altura de su ombligo y embestí; extrañamente le procuré una sensación tan agradable como recatada. Toda la extensión de su vientre era un clítoris, su respiración me lo decía. Nuestras pieles discutían, era sexo sin heridas, era mutua excitación la que siempre practicó Viviana Dallas para burlarse de las reglas de su religión sin romper del todo con ella. Ese goce extraño de mi sexo en su vientre la encumbraba en el trance del placer solitario al que se abandonaba, ¡abre los ojos!, le grité, pero no hacía caso. Encerrados en ese cuarto, yo era el prisionero. Viviana estaba en trance, acompañada por ángeles y demonios, mientras yo no sentía nada ni tenía a nadie. No quería insistir y me tendí a su costado.

Vamos a la ducha para purificarnos, la convencí. Allí sí se desvistió pero me pidió que cerrara los ojos, yo obedecí. Le besé el agua de las piernas, escalé su cuerpo resbaladizo con mis manos y, todavía ciego, hube de ponerla a horcajadas pero ella destrabó sus piernas rápido, dijo que podía abrir los ojos y apareció detrás del chorro de agua, ¡otra vez Colorete!, ¡mierda!, me asusté, salí de la ducha espantado, sin decir nada.

Colorete lo había logrado y yo no. Sus clavos fueron más efectivos que mi precaria seducción de joven desempleado. Viviana Dallas no nació para lugares podridos. Es más inteligente de lo que pensamos todos. Viviana Dallas quiere conocer y está probando. No será conmigo, lo he decidido.

Tampoco quiero que seas tú. Pobre chico tonto, ¿te crees el único?

“Suficiente mierda le he mostrado, casi un circuito cultural de hoteles al paso. Viviana Dallas desayuna en Charlotte, almuerza el menú universitario, toma lonche en la Tiendecita Blanca y cena en su casa”, pensé, tendido y mojado en la cama. Ella volvió de la ducha, habría de tomar su taxi de regreso con los cabellos mojados, nadie la acompañaría, cruzó la habitación mal iluminada. En su rostro había una velada confusión, o eso creí ver.

Más turbado por ella, dejé que me vinculara con unas amigas en común. El nombre de Micaela me delató pero pasé piola. Me dio la espalda. Prefirió el abrazo luego del combate y no quise arriesgarme a nada más. Siguió con la rosada tanga ajustada. En mi corta experiencia, la estirpe de chicas que no se desnudan completamente quieren dar mucho pero les falta confiar. Han de besarla con más insistencia si quieren encender la eternidad de esas mujeres y horadar el fuego de sus praderas. De lo contrario, lo advierto, evapórense.



PD. Quédense un buen rato y aprendan de la chica que no le importa que estés misio. 

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Esta historia en una canción.



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