Imagen por My Brasil Mercado |
Febrero lleva su
nombre. Y con él la oportunidad de verla de nuevo. Habían pasado casi dos meses
desde la última vez. Un huracán de preguntas revoloteaba mi cabeza, acompañada
de cierta emoción y nerviosismo que uno siente al volver a ver a alguien.
No es que no haya
intentado, lo hice, la llamé una tarde en la que su ausencia y mis ganas por
saber de ella dominaron mis dedos que casi poseídos marcaron los nueve dígitos que
me llevarían a su voz. Más que una conversación fue un monólogo donde sólo
hablaba yo. Sus respuestas eran cortas y con cierto desaire; quizás así la
conversación terminase de una vez.
Me prometí entonces no
volverla a llamar. Como tantas veces me he prometido dejar de fumar, o comer a
deshoras. Son esas promesas que uno sabe que debe cumplir y no cumple. Así que
la llamé un par de veces más sin tener éxito. Había desparecido, se había
esfumado, ni siquiera estaba en la red, no dejó rastro. Quizás eso aumentó mis
ganas de querer volver a verla. Y ahora, luego de casi dos meses, estoy rumbo a
encontrarla.
Su mejor amigo, Marco
le organiza una fiesta sorpresa al otro lado de la ciudad, en casa de Guillermo.
Es un viaje de casi una hora y media. Me acompaña Nicolás que de no haber sido
por él no hubiera llegado nunca.
Es extraño volver a ver
a mis compañeros de clases, aquellos que no pensaba ver hasta que el verano
termine. Saludo a todos esperando llegar a la cumpleañera ausente. No está y he
viajado todo este tramo para nada. Disimulo mi impotencia con una sonrisa
triste.
Marco me pasa una
botella y dejo que el alcohol merme su ausencia. Él ha planeado cada detalle
para sorprenderla. En el fondo él está, al igual que yo, no perdida, sino
perdedoramente enamorado. Me recuerda tanto a mí, que casi lo entiendo.
Horas más tarde irá a
recogerla con la excusa de pasar por la casa de Guillermo. Mientras tanto
soltamos unos cuantos gallos en el Karaoke improvisado que ha instalado en la
sala.
Bajamos el volumen,
apagamos las luces y nos escondemos en la cocina mientras ella sube por las
escaleras. Todos están emocionados, quizás igual o más que yo. Dos tipos más
también han recorrido media ciudad para verla.
¡Sorpresa! y aún con las
luces apagadas se puede ver cómo su sonrisa ilumina el lugar. Nos acercamos a
saludarla, susurrarle unas cuantas frases al oído. Soy el penúltimo en hacerlo,
Marco quiere llevarse los honores.
Estoy sentado en una
esquina de la sala, con un cigarro en la mano. Ella está muy cerca de mí, tanto
que casi puedo olerla. Le susurro al oído que es la mujer más linda que he visto
en mi vida, y ella me mira conmovida y creo que sabe que le hablo con el
corazón, que no le miento como un oportunista para llevarla conmigo. Mientras
todos bailan de forma descoordinada.
Me pide un cigarrillo
pero es el último que tengo, sin embargo, ella quiere compartirlo. Se va al
balcón mientras que en la sala, el alcohol ha hecho su trabajo y dejado en los
brazos de Morfeo a Marco y a un par más. Nicolás es mi back-up y se encarga de
animar la fiesta que ya está terminando.
No sé qué decirle a la
mujer que me acompaña, no sé cómo decirle que estoy idiotizado por su belleza,
por su capacidad de estar callada y decirme con una mirada todo lo que me hace
feliz, y por eso no digo nada, sólo la beso, la aprieto contra mi cuerpo
esmirriado y devoro sus labios con un placer que nunca podrán darme.
Nos decimos cosas
dulces al oído. Mientras aún la tengo abrazada y creo estar enamorado de ella.
Tengo ganas de decirle lo mucho que la he extrañado. Que quisiera que el tiempo
se detenga. Que el mundo deje de girar. Que se quede inmóvil para grabar este
momento en mis recuerdos, pero cuando estoy a punto de decirle todo eso, se
desprende. Se aleja, el sueño ha terminado. Se despide de mí, y despierta a
Marco que la llevará a su casa. Ella se ha ido y yo regresó a la sala, a
terminar lo que queda en mi vaso.
Aún tengo sabor de sus
labios en los míos. Pienso en ella, y en Marco. Pero en el amor como en el
fútbol no gana quién hace los meritos sino quien define una acción. Creo que él
tiene la esperanza de que algún día ella reconozca todo lo que hace para
sorprenderla, complacerla y verla feliz. Aunque, también me gustaría que ese
sea mi trabajo.
La mañana siguiente aún
alcohol en el cuerpo, me despierto y veo que tengo cuatro llamadas perdidas en
mi celular. Es ella, así que la llamo, hasta que conteste. La saludo de nuevo,
le digo que espero verla pronto. Pero ella se adelanta y me invita a su casa,
para celebrar su cumpleaños, es una reunión más intima concluye.
Quizás todo debió
terminar ahí. Pero no le hice caso a esa vocecita interior que me advertía que ella
solo jugaría conmigo. No debí tomar un bus esa noche. No debí ir a su casa. No
debí hacer de bar tender. No debí
besarla en la cocina. No debí quedarme a dormir. No debí enamorarme de ella,
pero lo hice.
Aquella noche en su
casa, Marco y Guillermo se sorprendieron de volverme a ver. Casi como yo a
ellos, la situación era incomoda para Marco que trataba de encontrar cierta
lógica a mi presencia aunque lo disimulaba muy bien.
Desde ese día nuestra
relación se volvió clandestina. Nos perdíamos entre la gente, entre el
bullicio, entre música, entre nuestros amigos. Y cada vez que se podía a
escondidas era para regalarnos un poquito de amor.
Salimos un par de veces
más por insistencia mía que de ella. Nos tomamos de la mano, nos abrazábamos, nos
besábamos y un par de veces la escuche decir te quiero. Que vacía suena esa
palabra ahora.
Me enamoré de cada una
de sus cosas, de sus locuras, ocurrencias y de sus prolongados silencios.
Conocí más a fondo sus aficiones, sus dudas y temores. Sus sueños que de alguna
forma se parecían a los míos. Me sentía de nuevo vivo y me volví estúpidamente
cursi.
No quería ocultar más
mis sentimientos. No quería esconderme de mis amigos, de los suyos, de Marco.
Pero ella nunca estuvo segura. Le costaba dar el siguiente paso y ahora
entiendo porqué.
Dos días antes de que
todo acabe. Estábamos sentados en un parque tomando unas latas de cerveza
mientras su pequeña hermanita se entretiene en los juegos infantiles. Sube y
baja de los toboganes, columpios y trepa un pequeño castillo. Mientras ambos la
observamos a la distancia.
¨Lo nuestro¨ es lo más
parecido que he tenido a una relación, me dice ella, mientras su mano izquierda
toma la mía. La beso, me besa y recuesta su cabeza contra mi hombro. Le
pregunto qué hará el fin de semana que se acerca, me dice que saldrá con Marco
a tomar unas cervezas pero él va llevar a una chica, es por eso que ella ha
decidido llevar a alguien más, por un instante pienso que soy yo, por un
instante creo que no tendremos que ocultarnos más de él, para demostrar
nuestros sentimientos. Pero ese alguien más es un chico con el que había salido
en enero antes de que nos volviéramos a ver, antes de besarnos nuevamente en su
cumpleaños.
No sé qué decir, estoy
incomodo pero trato de no estarlo. Me escondo en una pequeña sonrisa. Hasta que
ella me dice que no es del todo seguro, que quizás él la cancele, o tal vez
ella no pueda salir. Aunque ambos sabemos que está mintiendo, pero me dice como
premio consuelo que puedo ir. Además, también va a ir Guillermo.
Los días siguientes,
pensaba si debía ir. Si no haría el papel de idiota. Quizás era verdad y el tipo este no iría, o tal vez
era una invención de ella, y si iba lo hacía con el único fin de probarme. Esas
eran las hipótesis que me planteaba.
Aquella noche comenzó
de forma extraña. Ella llamó y me dijo que bajara a un bar de Centro a las
once, cuando ella estuvo allí desde la diez. Para hacer algo de tiempo me
entretuve en el concierto que se daba en Plaza San Martín, y cuando me senté
estaba mi ex novia, con el cabello corto era irreconocible, pero de todos los
lugares de la ciudad nos encontrábamos en la misma banca. La miré, me miró, me
paré y me fui. Mis amigos me plantaron, y por ellos me quedé afuera gran parte
de la noche, además de no querer pagar una entrada.
Esperé alrededor de
casi una hora y apareció Guillermo, Carlo y su novia. Con ellos bebí un ron. Y
conseguí uno más después que hablar con unos franceses en mi precario francés.
Envalentonado por las copas extras que tenía en la sangre, decidí entrar al
bar. Buscarla y bailar con ella. Ella estaba más ebria que yo.
Bailaba con Marco
cuando la vi. Me abrazó desinteresadamente. No era la chica que días antes me
abrazó con tanta fuerza que tocó mi alma. Marco me ofreció una cerveza que bebí
tranquilamente, me presentaron a un desconocido, mientras que a mí solo me
importaba bailar con ella.
Tres minutos después, ella
besaba un tipo que pululaba por el escenario, presa de celos e impotencia
arremetí con un empujón contra él. El tipo que había besado se perdió entre la
multitud y yo fui a darle caza. Su amigo me pidió disculpas por él y yo alegaba
que me había empujado, pero lo que había hecho era partir mi alma.
Debí tomar la poca dignidad
que me quedaba e irme, pero no lo hice. Ella trató de darme explicaciones y
pedirme disculpas para luego bailar conmigo. La rechacé y Marco trató de tranquilizarme.
Mientras que a ella se la llevó otro tipo desconocido que le ofreció un vaso de
cerveza, mientras ella lo besó como agradecimiento. Yo era un perfecto imbécil.
Luego fuimos a otro bar,
y la escena fue casi lo misma. Era yo impotente, era yo queriendo pelear con
todos los chicos a los que ella se acercaba y viceversa. Su primo que había
llegado del interior del país, pedía que me tranquilizara que actúe normal. No
le hice caso. Todo se había salido de control. Los embarqué en un taxi. Y debí
irme a casa, pero no lo hice. Me quede tomando con Marco y Guillermo y un grupo
de lesbianas que también habían flirteado con ella.
Media hora más tarde
mientras Marco nos cuenta su triunfo con
una de ellas. Guillermo propone continuarla en su casa y terminar una botella
de ron que había comprado hace una semana. Camino a su casa, estuvimos en
silencio.
La mañana siguiente
había comprendido la magnitud de mi comportamiento. Mientras que Guillermo me
ponía al tanto de detalles que había pasado por alto. Cómo que el primo de ella
le había dado mis quejas de no haber controlado mis emociones. Y que se había
dado cuenta de que yo estaba enamorado de ella.
No pude negar nada.
Pero Guillermo estaba atrapado, Marco era su mejor amigo, y yo le parecía un
buen tipo. Me dio un par de consejos antes de que nos despidiéramos con la
promesa de juntarnos de nuevo.
Camino a mi casa pienso
que no creo que no exista el olvido, ni que deba existir, quizás todos somos un
menjunje de escudos, recodos y cenizas. Quizás ya será hora de empezar a
olvidarla.
FIN.
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Esta historia en una
canción.