sábado, 26 de septiembre de 2009

Debe Saber a un Adios


No importa la distancia, los kilómetros, las ciudades, el idioma, ni el país, ni la religión, no sé si es por una ley física o es el simple hecho de estar vivo, pero todos los corazones parecen estar destinados a romperse alguna vez. Por ser rechazados o por rechazar a alguien…

Fue aquella tarde en la que hablé con Sasha por teléfono y habíamos quedado en vernos el sábado. Muy entusiasmado, esperé con ansias ese metódico día. Quedé en llamarla para confirmarle, pero sólo le dije eso para hacerme el interesante: como siempre, no tenía planes (seguro ir al pool, jugar póker o ver algún partido de la Libertadores por la TV). Pero ese día las cosas se cayeron por una llamada y perdí más cosas de la que perdería en toda mi vida.

Ese día no era para Sasha, ese día, con esa llamada, asumí sin culpas que era para ti. Inventé una excusa, calibré mis palabras y marqué el número que me dio Sasha en la fiesta que fui con Queen. Es cumpleaños de mi tía Flor, lo había olvidado, le dije. A Sasha pareció no importarle y me dijo muy desinteresada que la llame después o quedábamos otro día. No te pierdas, bye.

Es dificil escoger las palabras correctas del adiós (aunque creo que estoy exagerando, es que lo siento así) para decir lo mal que me siento (y no es porque esté en una silla, sino que tengo el ánimo hecho trizas), no tengo palabras para describirlo.

El consejo de mi madre fue espera que se le pase (aunque no sabe lo resentida que puedes llegar a ser), la llamas en un par de semanas y listo, no creo que te pierda, se conocen desde siempre para terminar así, me dio un abrazo y me besó. En sus brazos sentí toda la ternura de una madre que quería ver a su hijo feliz, pues estaba aunque no lo admita entre lágrimas en mis dormilones ojos café, por aquel instante así lo sentí, pero había actuado mal, pensé, me dijo porque no le escribes ya que no te quiere hablar, alimentando una pequeña esperanza así que por eso decidí escribirte.

La solo idea que no me hables me perfora el pecho y atraviesa cada rincón de este acribillado ser. No quiero ser patético, pero lamentablemente suelo serlo, soy un persona extremadamente bipolar: bailarín, fiestero, borracho ocasional, galán de Televisa, poeta incomprendido y escritor frustrado, pero está de más que me describa porque tú sabes cómo puedo llegar a ser y todo lo mucho que no soy ni seré. Casi todo el tiempo suelo estar alegre pero cuando me deprimo pretendo destruirme.
Quizás nunca debí decir las palabras hirientes que dije (has cambiado, te has vuelto muy superficial, quisiera que seas la de antes y no la persona frívola que has llegado a ser, y la eché a perder diciendo, vete sola…), y sin pensarlo me fui, caminé hasta la esquina, instintivamente volteo a ver qué estabas haciendo: tal vez llamabas por tu celular a tu casa para hablar con tu hermana o con tu mamá, tal vez a ese amigote que dedica más tiempo a mi blog que yo y seguro llamará para decirte que ha aparecido en este post y que estoy hablando de ti. Y por estúpido que parezca tal vez a él, aunque sé que no lo hiciste pero en ese momento así lo presentí.
Al darme cuenta de mi error quise pedirte disculpas, regresar a ti, pero no te encontré, te había perdido con la mirada te había perdido del todo, te había dejado ir (aunque sé que estabas escondida detrás del kiosko amarillo, del poste o debajo del emolientero).
Aquella noche llamé, llamé, llamé desesperadamente a tu celular. No contestabas, tal vez porque pretendías ignorarme o quizás ya estabas en tu fiesta y la costosa cartera Gucci no dejaba oír mis alocadas timbradas. Yo nunca fui a bailar con Sasha esa noche como habíamos quedado al principio de este relato, no tenía ganas, no tenía fuerzas, quedé sin alma, como si hubiera sido un violento huracán que causó pequeños sismos en todas partes de mi ser y arrasó recuerdos de playas, avenidas, heladerías, parques, discotecas, casas, autobuses, autos (y una vaca por ahí). Más que destrozado quedé damnificado y huérfano de mis emociones aquella noche.
Termine yendo a una fiesta en Dolce Vita (un antro miraflorino), más porque me ofrecían pagarme la entrada que por convicción, tal vez para emborracharme, como cada vez que me siento mal (no es un buen remedio pero ayuda a curar el dolor), sin darme cuenta por error de la persona que me acompañaba esa noche, terminaron golpeándonos (como sabrás, yo no soy bueno con los puños, acuérdate esa noche en el aeropuerto) y por querer separarlos recibí un golpe (y di un par más). Pensé que la sangre de mi camisa era del nipón de Akira, que parecía un power ranger con sus malabares de Kung Fu (Panda), pero salía de mis carnosos labios. No llegué a dormir a mi casa esa noche, me fui a dormir al departamento de mi amigo. No podía llegar así a casa, qué le diría a mi madre.
En el fondo pensé que lo merecía, pues te había lastimado y todas las desgracias que me quedan serán justificadas mientras no perdones el pasado aniñado que salió de mí ese día que te lastimé. Los puños de Akira ajusticiaban tus congojas y tus ojos azules. Lamentablemente eso no te traería de regreso, no haría retroceder el tiempo, no evitaría que con mis estúpidas palabras haya dañado de alguna manera tu inalcanzable desdén.
No termina aquí, sería patético pedirte disculpas con mil palabras acomodadas en un post idiota. He mirado a las estrellas que, cansadas de brillar, me han señalado un verdadero y más justo fin para esta historia. No es esperar la muerte sin tenerte, es otra especie de fin, o una gran razón, ¿algo así como un perdón?
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Esta historia en una canción




Fotografía por yellowrubberduck

sábado, 19 de septiembre de 2009

Julia y Osquítar: Si Tú me dices Ven



Fotografía por forgetmenotdarling

[LUEGO DEL FRACASO DE LOS CAPÍTULOS UNO Y DOS, CERRAMOS LA SAGA CON LA CONVICCIÓN DEL TRABAJO MALCUMPLIDO]

“Acaso voy a ser el amante”, se cuestionó Osquítar toda la semana antes del encuentro con Julia. Atrás quedaba Huaraz, ahora debía concentrarse ya que el sábado siguiente era el examen de admisión de la Bausate: legendaria escuela de Periodismo. Pero antes, el viernes, correrse el riesgo de buscarla en la misma clínica. Estaba muy nervioso, jamás pensó verse en el cuestionado papel del tercero sobrante en una relación.

“Por qué quiero ver a ese chico”, se preguntaba Julia una mañana mientras tendía su cama, que ya no era el nido de amor de los primeros años de su matrimonio. Confiaba que Osquítar desistiera de ir. No sabía si quería verlo o no. Y de verlo, qué le diría. Y de decirle algo, en qué le ayudaría ¿Había que buscarle una utilidad? Debió aceptar que el chico ejercía en ella el hipnótico poder del amante: aquel motor inmóvil que mueve sin ser movido.

Algo sí era real: que Julia le haya dado luz verde para verse no significaba que algo pasaría entre ellos. Osquítar hizo su plan sin escuchar cuando le dije eso, él sabía a lo que iba, yo sabía que podía tropezar. Julia manejaba el secreto hechizo de atraerlo, de juntarlo a ella con el solo timbrar de su celular. Importaba poco su estado civil. Si tú me dices ven, yo tengo que ir.

(…)

El viernes llegó. Su madre le dio permiso para que faltase al colegio. Él adujo que se tomaría la mañana trotando la avenida Salaverry hasta el malecón que tanto le gustaba respirar. La señora Pocha, su madre, le dio una propina preuniversitaria de treinta soles. Torció su camino y llegó al Bermúdez. Eran las diez y media en punto, como habían quedado. No se acercó a la puerta; en cambio, se retiro a la esquina para tener mayor vista cuando apareciese Julia.

Ella llegó, llevaba un carterón negro, vestía unos jeans apretados, una suelta blusa de vivo y traslucido rojo que cubría con su chaqueta. Él observaba su andar, estaba olímpicamente deliciosa, le provocaba mucho entrar en ella. Decidió sorprenderla a la salida, que era cuando Julia pensaba que no iba a venir. Esperó paciente, esperó hora y media el pobre.

En el sexto piso, Julia respondía de poca gana las preguntas gaseosas del ginecólogo. Repetidas veces miró por la ventana a ver si el chico llegaba, apenas recordaba sus ojos marrones y su cabello ensortijado. Ni siquiera le dio cosquillas cuando el doctor insertó en ella el espéculo, su mente estaba fuera de esas paredes de la Salud. Quien te manda a venir al chequeo si tu marido ya ni te tira, burra, reflexionaba Julita sobre la camilla mientras el mañosaso del doctor continuaba su inspección; una escena digna de Almodóvar.

Salió y no vio a nadie: se había entregado a la idea de que no vendría. Así que fue a la baguette de la esquina a comprar un strudel de manzana. Esperaba su orden cuando, viniendo de atrás, Osquítar le pinchó las caderas con los dedos y le dijo alegremente ¡hola!

Visiblemente nerviosos, fueron a caminar. Si algo sabe Osquítar a su corta edad es que a una chica nunca debe llevarla al parque, a cualquiera, por más piletas o columpios que tenga éste. Es de mal gusto y poco genuino pasar el rato donde cagan los perros del vecindario o juegan pelota los chicos de la cuadra. Por ejemplo, jamás la llevaría al Parque del Amor, mucha pareja arrechita por allí; sí, en cambio, a los parques temáticos de Disney.

Por qué me llamaste, le preguntó Osquítar con las manos atrás. Estaba confundida esos días, dijo ella, oye no puedo demorarme mucho aquí. Qué propones, dijo él. No sé, creo que no hay que volver a vernos más, dijo ella. No hemos caminado ni diez minutos, por lo menos déjame llevarte a algún lugar, tentó Oscar. Mira soy una mujer casada y no puedo hacer esto, alguien me puede ver, dijo Julia preocupada. Por eso mismo, qué te parece si vamos a un hotel, la remató Oscar.

Él ya estaba preparado para que Julia le diera de carterazos, habida cuenta, ¡oh casualidad!, del hostal que se erguía enfrente de ellos. Osquítar había elegido ese camino a propósito para acorralarla: El Hogar de Ponny, de dos estrellas, era su sucio objetivo. Julia se mostró contrariada con esa propuesta traviesa. Le dijo que estaba loco, que no iría a ese lugar con él.Pero piénsalo, tú estás casada, si te ven conmigo se caga todo como tú dijiste, argumentó Oscar. Es difícil defender en esto a Osquítar o explicar lo razonable de su propuesta, pero en el fondo quería cuidarla: tampoco quería quebrar su matrimonio.

No va pasar nada que tú no quieras, le mentía Oscar, pero es para estar tranquilos. Tú estás mal, replicó Julia. La tomó del brazo y avanzaron, entraron por la puerta trasera del Hogar de Ponny. Eso le ahorraba a Julia el mal rato de pasar por la Recepción, a la que sí fue Osquítar para pagar la tarifa (con la propina que le dio su mamá) y hacerse del juego de llaves correspondiente: el 204 los esperaba. Subieron, entraron, una vez al pie de la cama, no podían creer que estaban allí. Julia se sentó de espaldas al espejo lateral de esa habitación.

Prendieron la televisión, pasaban un reggaetón en “Las 40 Principales”. ¿Bailamos?, preguntó Osquítar. Espera, ¡cuál es tu nombre!, se le ocurrió preguntar recién a Julia. Oscar, dijo Osquítar sonriendo por lo maravillosamente atemporal de la pregunta, y tú eres Julia, continuó, no sabes todo lo que me gustas, le cantó a la oreja. Quiso besarla, ella apartó la boca, a cambio se dejo abrazar, se dejo estar y cayeron a la cama para regodearse. No puedo hacer esto, mascullaba Julia. Sin embargo, disfrutaba las caricias de Oscar ya sin polo. Ahora los acompañaba Manos al aire, de Nelly Furtado.

Julia le pidió un tiempo. Oscar aceptó. Las cosas no son tan fáciles, tengo hijos, un matrimonio, dijo ella. Tú me llamaste, ese mensaje me movió, le increpó Oscar. Ella se quedó callada: podría haber dicho “pero ahora no me provoca hacer esto” o “las cosas han cambiado” y habría disminuido moralmente al inexperto Osquítar, pues él creía en eso de que si una chica dice no… es ¡NO! Oscar indagó: por qué me llamaste. La verdad, las cosas con mi marido no van bien, contestó Julita, antes de contarle lo demás.

Si bien sus primeros años habían sido maravillosos, últimamente no venían bien. Una vez le pilló una infidelidad y se la perdonó. Él le rogo que no se separasen de rodillas, le prometió por sus hijos que no volvería a sacar los pies del plato. Y Julia lo perdonó por consideración al futuro de los niños, aunque dio a entender que era también por el miedo a quedarse sola. Sin embargo, sospechaba que seguía engañándola porque encontró el mensaje de una mujer en su celular hace poco. Tal vez quiero vengarme de él y por eso estoy aquí, concluyó Julita mientras escondía su anillo debajo de la almohada.

No importa, ¡úsame!, se inmoló Oscar. Si luego de pasar por mí, las cosas en tu casa mejoran o te hace sentir bien, entonces hazme el amor rabiosamente, seguía, no lo hagas por vengarte de él, ya ni pienses en él, ven, escápate de todo aquí conmigo que nadie te verá. Tranquilo, no te acerques, dijiste que no haríamos nada que yo no quisiera, frenó Julia a Osquítar, que había quedado en calcetines.

Le apartó los brazos y le partió la boca con un beso furibundo. Echados, le mordía el cuello con los labios, aspiraba el perfume de sus cabellos. Julia lo envolvía con sus piernas y le daba golpecitos en la espalda con sus tacos por el movimiento. La frotación de su pelvis con el jean de ella le producía un dolor inhumano pero seguía. Ella miraba al espejo lateral: veía como ese chico extraño se trenzaba en ella con poco arte pero muchas ganas.

Le quiso quitar la blusa roja (traslucía un sostén negro) para besarle los pechos. Ella no se dejó, él forzó la situación, la rompió y saltaron los botones, ella grito mierda, él la besaba sin tregua como si ese fuera el único y último polvo de su vida. Condujo la mano derecha de Julia hacia su sexo erguido, hizo que lo agitara con más y más velocidad hasta hacerlo estallar. Sin mucho control, mirando el techo con los ojos cerrados, Osquítar explotó de placer, murió, volvió a nacer y manchó con una línea de semen los pechos, el cuello, el rostro y los cabellos de Julia que quiso llorar en ese momento.

Osquítar se desarmó arriba de Julia y cayó extenuado a un lado de la cama, el intenso masaje genital había doblegado la dureza del pedazo de carne que ahora se deshacía como un camote sancochado. Conversaron un poco, Julia le dijo que no podía creerlo y él le juro que nunca la olvidaría, que volvería por ella, que cuando se cruzaran por la calle aceptaría no saludarla y pasar en silencio, pero siempre con una sonrisa cómplice, sonaba tan romántico. Ella respondió que jamás lo volvería a ver, que la primera y la última que engañaba a su esposo.

Sin entender como Julia aun conservaba remilgos morales por el canalla de su marido, Osquítar entró a la ducha helada, mientras Julia se lavaba los mechones que le quedaron horriblemente pegajosos luego del salpicado seminal. A pesar de la blusa rota, la brusquedad de Oscar y la humillación, Julia no reclamaba nada; Osquítar prefirió el silencio bajo el agua. Sólo hablo para pedirle una toalla para secarse.

Julia salió del baño, demoró un poco mientras alistaba sus cosas, él la llamó, ella gritó ya voy, pero tiró la toalla por la ventana, caminó hacia la puerta, dijo hasta nunca y tiró un portazo. Osquítar salió a corretearla calato pero en la escalera se le escapó. Volvió al cuarto, busco la toalla y no estaba.

Hacía frío, al cerrar la ventana vio su toalla en la pista; Julia volteaba la esquina con los brazos cruzados, nadie hubiera sospechado de su reprobable proceder y era mejor así. Él se abrigó con la colcha-cortesía del Hogar de Ponny. Tiritando en la cama, encontró el anillo de Julia debajo de la almohada, lo había olvidado: supo entonces que no sería la última vez que la tuviera frente a él.


[HAS LLEGADO AL FINAL, !CONGRATULATIONS!]

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Osquítar no volverá a bailar esta canción con la misma soltura que en sus tonos de colegio: una historia del pasado obstruirá sus pasos salseros.

sábado, 12 de septiembre de 2009

A Labio Dulce




Fotografía por Fernando Fronza


Durante los veinte años que tengo (y de los cuales no quiero cumplir más) he hecho de todo por impresionar a las chicas de las cuales creí estar perdidamente enamorado. Pero sobre todo para impresionar a una en especial. Que nunca llegue a causarle otra cosa que no fuera risa. Desde mi constancia para aprender a tocar guitarra. (Gracias a mi abuelo que me enseño Do; Re; Mi; y un par de canciones criollas) Pasando por mi burdo intento de ser un crack del futbol (Tiempo después comprendí que de aguatero no paso) Ni mi entrega por intentar surfear (Que casi termina ahogándome, si no fuera por una hermosa chica de rizos dorados) Y hace algún tiempo mi sueño de convertirme en el próximo Tonny Hawk (Que solo me ha traído raspones en las piernas, moretones en la espalada y la rodillas). Después de todo algunas veces valió la pena, otras tantas fueron motivo de burla e intensos debates entre amigos cuando comentan mis increíbles y porque no ridículas hazañas.

Ya han pasado casi dos meses desde aquella noche en Drama, aquella discoteca miraflorina que tuvo como protagonistas del post anterior a Piero, el chico rompecorazones, la ingenua Queen, la siempre inalcanzable Blue y lamentablemente a mí.

Piero que ha decidido terminar su relación con Queen, pues está inseguro por primera vez. O tal vez porque prefiere no lastimarla.

Queen, que trata que las cosas sean normales. Está más confundida que nunca entre el primer gran amor de su vida que fue Magic B y su mejor amigo y ahora ex novio Piero.

Blue, a quien no veo desde aquella fiesta. Esta concentrada en su traslado de la Universidad de Cataluña a estas inmundas Tierras del Sol. Su meta es acabar con creces este ciclo en la Universidad que lleva el nombre de la ciudad.

Yo por mi parte siento que soy el protagonista o personaje secundario en la vida de los demás. He decidido dedicarme más a mí, como me dijo una amiga hace poco: El problema es que eres un chico muy bueno, debes ser mas egoísta pensar más en ti, y levantar esa nota en Estadística que ha bajado un poco este ciclo.

Fue en transcurso de dos meses que conocí a la que llamare Sasha, por su fascinación por aquel Dj de música electrónica, que es como ella dice: Básico para un “buen tono rave”. Sasha asegura que está en la segunda Universidad más antigua del país, aunque yo creo que es la mejor que el dinero puede pagar. Cursa el séptimo ciclo de Derecho (Aunque con nuestras leyes todo parece estar chueco) Quizás lo que más me llamo la atención de ella fue… como decirlo… tal vez… su peculiar vestimenta, su desordenada personalidad, o su extraña forma de ver el mundo desde una perspectiva totalmente diferentes al común de los mortales.

Porque negarlo también fueron sus grandes ojos almendrados (Que parecían brillar más que el sol) y su sonrisa de esperanza al mostrar sus alineados dientes, o sus rizos color café perfectamente acomodados en su extensa cabellera. Y sus manos, tan suaves y delicadas como las almohadas de pluma de ganso.

A ella como dije la conocí hace dos meses en una de esas tantas fiesta que he ido. Fue la noche en la que Queen me llamó y me pidió desesperadamente que la acompañe al cumpleaños de una de sus grandes amigas una: tal Fresia o algo así. Al llegar a la fiesta (Debo decir que fue en una de las partes más exclusivas de la ciudad) fue quizás como un sueño pues habían seis hermosas chicas y yo.

Lamentablemente a los pocos minutos se lleno de gente. La cerveza había sido totalmente marginada en una esquina de una mesa, pues aquellos hijos de papi solo tomaban whisky, tequila y vodka. Me acerqué muy sutilmente a la mesa y saque del Four pack de Peronis que había y me la lleve a una silla que estaba cerca de Queen. Ella, a su vez, me presento si recuerdo bien a un tal André Pegroos, campeón de corchos en Punta del Este según nos contó aquella noche. Era un chico de aspecto típicamente surferito de marcado acento uruguayo.

André en su plan de caerle bien a Queen me presentó a todas sus amigas que era lo más cerca que he estado al cielo al estar rodeado de ángeles. Rápidamente hice migas con todos y sobre todo con una chica en especial: Sasha, que me miraba como si nos conociéramos hace algún un tiempo atrás.

No me di cuenta cuando Sasha me saco a bailar un mix de “world hold on” de Bob Sinclair con base de reggaetón. Tal vez llevados por el alcohol en nuestros jóvenes cuerpos el baile se volvió más frenético. Una vez terminada la canción decidí salir al jardín para ubicar a Queen. Al no encontrarla me senté en un columpio con una Peroni que cogí al salir y me puse a mirar las estrellas que alumbraban todo el cielo esa noche (Lo cual es raro en esta gris ciudad). Intempestivamente y sin notarlo salió Sasha y se sentó a mi costado y conversamos de todo y nada a la vez (mientras todos seguían en la fiesta que se daba en la sala) Sin darnos cuenta terminamos besándonos. Al darme cuenta de mi imprudencia me detengo pero ya es demasiado tarde sus labios vuelven a tocar los míos. Su boca, que es color carmín, tenía el sabor de un semi seco Rosenthal. Fue increíble.(En el fondo siento que es ella,la inalcanseble,mi imposible...Simplemente con otro rostro otro nombre diferente)

Reaparece el uruguayo (que espero que no lea mi post), no sé si es el Peroni o los besos de Sasha, pero lo veo doble, y más alto, y más agarrado y más uruguayo que nunca. Sé que viene por Sasha, por sus miradas presiento que tienen una historia pasada que conviene no conocer. Se zurra en mí, la toma del brazo y se la lleva debajo de la escalera. Intento escuchar, lo único que percibo es “qué hacés con ese pelotudo, ese Francescoli perucho”. Yo siento que he jugado como nunca y he perdido como siempre, que cuando Sasha salga, estará de las manos con el charrúa.

En un instante las cosas parecen cambiar, de repente es Saturno que se ha alineado con la luna pero Sasha le dice que la deje en paz, que lo suyo ya fue, que fue bonito mientras duró y toda la parafernalia de mentiras piadosas que suelen decir las chicas que acaban con uno. Por un momento, quiero que el charrúa me gane. Despierto con mi parpadeo y Sasha está otra vez cerca de mí. Me lleva afuera a los columpios, se desprende de su ropa y se lanza a la piscina. Me incita a zambullirme con ella, yo que llevo mi bóxer de Snoopy (ese blanco que muy pocas han visto) me meto con ella.

Al poco rato, la gente también se une. Parece que el tono se ha convertido en la fiesta de Aquaman. En medio de la piscina, veo a Queen bailando “eternamente bella bella” de Alejandra Guzmán. La veo rodeada de seis chicos: la mitad sin polo, la otra mitad sin correas. La fiesta se ha salido de control, esto es un desmadre. Más preocupado de lo que pase con Sasha, nado hasta la ingenua Queen (esto ya parece Titanic), mientras Sasha me detiene y me canta “que tienes boca de azúcar, eso ya lo sé…”. Queen se cae de espaldas, y antes que uno de esos vampiros quiera besarla debajo del agua yo me interpongo (y es que con Queen soy todo lo hombre que no puedo ser con Sasha, pues recién la conozco). La rescato, soy su héroe, la escalera está copada y salimos por el trampolín. Buscamos toallas y encontramos sólo una, se la doy a Queen. Entro a la sala y, apunto estoy de secarme disimuladamente con las cortinas cuando entra Sasha: me ve, la veo, se acerca, me acerco, la quiero besar y me da su toalla.

Queen interrumpe la escena, no sabe pero ha llegado antes de que yo la bese, temblorosa señala con sus dedos el sol que está saliendo detrás de ese cerro de La Molina. Es hora de irnos, así lo entiendo y nos vamos. De pronto Sasha me detiene, me da un último beso y me deja un papel con ocho cifras benditas apuntadas, era su número o su DNI, no importa, estoy muy mojado para preguntarle eso.

Han pasado Tres días días desde Que me dio el número de Sasha.

-¿Alo?
-¿Sasha?
-Hola, ¿Cómo estás?, pensé que nunca llamarías…

lunes, 7 de septiembre de 2009

El Fruto de tu Vientre

Fotografía por: gorkame

No fue difícil entender que no iba a venir, que me había choteado. No es difícil comprender que una chica escapó de tus manos cuando pruebas como postre una mandarina jugosísima que ayuda a reflexionar, después del almuerzo que le ibas a invitar, pero ahora masticas coléricamente y mal acompañado.

S y yo habíamos quedado al mediodía para vernos. Ella salía de clases y yo entraba a clases en tres horas más. Era evidente que iría tan temprano para verla y sólo para verla (y es posible que me haya matriculado en la universidad sólo para verla, y que sigo la carrera que sigo, sólo para verla). Parece que ella no entendió eso, o a mí me corresponde no ser tan explícito y dejar espacio al misterio, pero la excusa era ir juntos al reclutamiento de la Oficina Encuestadora: buscaban chicos para que apoyen en esos estudios de Opinión Pública que aparecen de vez en mes en los medios.

Era todavía de mañana, me desperté temprano, probablemente abrumado porque la vería en unas horas más. Hecho un manojo de nervios, calenté el agua (casi se quema), preparé un desayuno austero, pero rico en vitaminas: leche con soya y dos panes integrales. Inspeccioné en la televisión noticias del Espectáculo: pasaban el reportaje del Blog-Day donde hurtamos breves segundos a la televisión nacional junto a Teni. Verme esos mínimos segundos, robándole cámara al chispeante Gonzalete, brindando con Teni y con la patria, me recordaron mi lado farandulero, del que sólo queda reírme buenamente.

Como sea, más relajado luego de ver las noticias, prendí la laptop para pasar el rato antes de ir al encuentro. Vamos, a quién engaño, quería encontrar a S conectada. Efectivamente, lo estaba. Saber eso me escarapeló el cuerpo, empezaba el debate interior de “le hablo o no le hablo”. Pero te acabas de conectar, espera un rato, mandaba la razón. No esperes mucho que se va a desconectar, advertía la experiencia. Pero si se van a ver, es obvio que le hables ahora, hazlo ya mismo o pensará que todo ya fue, pontificaba la lógica.

Mientras esos pensamientos cruzaban mi mente como cuchillos, una ventana emerge al lado derecho de la pantalla. Era S que, con decisión y desparpajo, me pide ¡oye tráeme comida ah! Le digo que no se preocupe pues tengo algunas reservas en el frutero. Ella es feliz con esa noticia. Ella es la hambrienta más hermosa del mundo. Ella come más que yo, por tanto, ella es más viril que yo; si yo tuviera el privilegio de ser su novio, contradictoriamente, ella sería mi macho.

Le pregunto dónde está, que si acaso no tenía clase. Me dice que está en las computadoras de la universidad, haciendo hora también. Y tú por qué estás acá ¿Por qué no te estás bañando?, me pregunta, ya que faltaba media hora para el mediodía. Cree, equivocadamente, que yo me baño, que me aseo con esmero para verla. No estaba en mis planes bañarme, pero al instante me convence y le digo que todo está fríamente calculado. Oye, mi vieja ha salido, aprovecharé que estoy solo para alistar tus frutas, le cuento. Me dice ohhhhh qué lindo. Yo pienso que lindos son los peluches y los polos Lacoste, que no quiero que me vea como chico lindo, sino como un hombre al que debe comerse antes o después (eso no importa) de comerse las frutas que le llevaré.

Demoro un poco, he ido al baño luego de recolectar las frutas en una bolsa negra. Ella sospecha eso y cuando vuelvo leo asu tanto te demoras… ¿o estás en el baño? Yo le digo que no estaba en el baño, que encontré plátano, mandarinas y una rica lima (la fruta más parecida a las tetas de una mujer). Ella nunca ha comido lima y se extraña con el nombre. Tú confía en mí no más, le digo. De pronto se desconecta y se vuelve a conectar. Pero ya no responde. Es hora del duchazo.

Salgo con la hora justa, tomo el micro y llego rápido. Mi amigo Paulo (alias Paulín lín lín) me llama, él también irá al reclutamiento de Encuestadores, me dice que está en el salón donde quedamos pero no hay nada. Yo le digo que apenas llegue, reviso mi correo y le confirmo el dato. Camino a la facultad de Comunicaciones, el lugar de encuentro, con la preocupación de haber llegado cinco minutos tarde. Es un lugar rodeado de piletas y alumnos desparramados en los pastizales aledaños. No me gusta estar parado como un poste, así que me moví al lugar donde están los módulos para revisar mi correo y confirmarle el dato a Paulín, que me llamaba de nuevo.

Volteo y veo a una menuda chica de mirada risueña, pantalón morado, polo blanco y morral color militar, el cabello recogido y las mejillas entre un rojo-chaposo y un naranja-atardecer. No me ha visto, así que me abandono a la contemplación embobada de su silueta caminante, cruza por las piletas como quien recorre el Niagara en bicicleta viniendo hacia mí. Un mechón de su cabello ha caído sobre sus ojos, así que, al arreglarse, logra verme batiendo los brazos, llamándola. Al acercarse, nos damos un abrazo que, por mi parte, terminó siendo una torpe demostración de afecto.

Le digo para ir a la reclutamiento pero la veo desanimada, no quiere ir allí, probablemente no quiere estar conmigo pienso. De todas maneras, seguimos caminando donde mi amigo Paulín. Me cuenta sus últimas desventuras. Suena su celular, es probablemente una amiga que la está llamando. Ese celular funciona sólo cuando la llaman sus amigas y no cuando yo la llamo, pienso.

Al llegar al segundo piso, al salón 211, encuentro a la guapa Sandra, futura administradora y novia de Paulín (en ese orden), y dos amigos de ella. S, unos amigos, los presento. Mentira, apenas y conocía a Sandrita de una tarde que Paulín me la presentó. Llega Paulín y me dice que soy una falla, le digo que ya lo sé; me dice que dónde es, luego que ya fue; le respondo te dije a ti no más y me traes a toda tu mancha. Subo al quinto piso, a las computadoras a revisar mi correo Gmail. S me acompaña porque no se quiere quedarse sola con esos perfectos desconocidos, además que siempre es bueno desconfiar de la gente que estudia Administración.

No entraba la cojudez, se demoraba, es que nadie usa Gmail, dijo S. Es un correo para asuntos serios, respondo con mucha pica-pica en la lengua. Mejor lo reviso en mi hotmail, tú me pasaste el correo, dijo S. Le cedí el asiento y logró ver el dato, no era el 211, era el 112 y yo me había confundido (ja). Salgo a la terraza del quinto piso y le grito a Paulín ¡es en el 112! Paulín hace un gesto de reprobación con las manos.

Desde el quinto piso, bajamos en ascensor. Quinto piso, los dos solos. Cuarto piso, la miro breves segundos. Tercer piso, creo que le confesaré me gustas desde siempre. Segundo piso, no lo hago pero intento acercarme a su boca bandida. Llegamos con un beso tímido al primer piso, se abren las puertas ¡maldita sea! y nos separamos automáticamente.

Siento que es conveniente olvidar el episodio del ascensor, siento que ella lo siente también así. Llegamos al salón 112, miramos y el salón está lleno. Nos da palta entrar, además era tarde. Le digo ya fue entonces. Me dice entra tú, tú querías venir. Siento que se quiere deshacer de mí para ir con su amiga (siempre que estoy con ella se interpone una amiga). Le digo que no entraré, justo llega Paolín y su mancha de administradores. Ellos miran el salón pero tampoco quieren entrar, me arengan a que entre yo. Carajo, vienen hasta acá y ya nadie quiere entrar, pienso. Pero entrar significaría dejar a S por una cojuda oportunidad laboral de medio tiempo. Pero S quiere ir con su amiga y la cosa será de tres, hablamos (como dice ella): eso termina por empujarme al salón.

Antes de entrar, ella me dice que le avise apenas termine, es decir, me da una esperanza de volverla a ver. Pienso que, sin querer o queriendo, ella juega conmigo. En el salón, me encuentro con mi antigua amiga Lucrecia. Escuchamos la charla pero como van a pagar muy poco nos desanimamos. Recibo un “sms”: cuando termines tu encuesta me pasas la voz para que me des tu platanolimatostada - S.

Eso hago apenas termina el reclutamiento. Lucrita me presta un mensaje, yo estaba sin saldo. Donde estas, ya acabé, donde te busco, le escribí. S guardo silencio, nunca respondió. La Lucrita, con su tormentosa voz, me repetía ya te choteo, ya te choteo, que sería un cojudo redomado si le insistía. Si hubiera tenido ganas de verme, pensaba, hubiera encontrado la manera de mandarme un mensaje diciéndome donde está, le reclamo al viento. Ni modo, fui a almorzar con la Lucrita. Al final, yo mordía molesto las jugosas mandarinas y ella se comió mi platano.

Pero aun reservo la lima para S.

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Dejo aquí el video de la noche farandulera en el Maria Angola. Para los que esperaban el post desde el sábado, las respectivas disculpas: siento decepcionarlos con este.