[LUEGO DEL FRACASO DE LOS CAPÍTULOS UNO Y DOS, CERRAMOS LA SAGA CON LA CONVICCIÓN DEL TRABAJO MALCUMPLIDO]
“Acaso voy a ser el amante”, se cuestionó Osquítar toda la semana antes del encuentro con Julia. Atrás quedaba Huaraz, ahora debía concentrarse ya que el sábado siguiente era el examen de admisión de la Bausate: legendaria escuela de Periodismo. Pero antes, el viernes, correrse el riesgo de buscarla en la misma clínica. Estaba muy nervioso, jamás pensó verse en el cuestionado papel del tercero sobrante en una relación.
“Por qué quiero ver a ese chico”, se preguntaba Julia una mañana mientras tendía su cama, que ya no era el nido de amor de los primeros años de su matrimonio. Confiaba que Osquítar desistiera de ir. No sabía si quería verlo o no. Y de verlo, qué le diría. Y de decirle algo, en qué le ayudaría ¿Había que buscarle una utilidad? Debió aceptar que el chico ejercía en ella el hipnótico poder del amante: aquel motor inmóvil que mueve sin ser movido.
Algo sí era real: que Julia le haya dado luz verde para verse no significaba que algo pasaría entre ellos. Osquítar hizo su plan sin escuchar cuando le dije eso, él sabía a lo que iba, yo sabía que podía tropezar. Julia manejaba el secreto hechizo de atraerlo, de juntarlo a ella con el solo timbrar de su celular. Importaba poco su estado civil. Si tú me dices ven, yo tengo que ir.
(…)
El viernes llegó. Su madre le dio permiso para que faltase al colegio. Él adujo que se tomaría la mañana trotando la avenida Salaverry hasta el malecón que tanto le gustaba respirar. La señora Pocha, su madre, le dio una propina preuniversitaria de treinta soles. Torció su camino y llegó al Bermúdez. Eran las diez y media en punto, como habían quedado. No se acercó a la puerta; en cambio, se retiro a la esquina para tener mayor vista cuando apareciese Julia.
Ella llegó, llevaba un carterón negro, vestía unos jeans apretados, una suelta blusa de vivo y traslucido rojo que cubría con su chaqueta. Él observaba su andar, estaba olímpicamente deliciosa, le provocaba mucho entrar en ella. Decidió sorprenderla a la salida, que era cuando Julia pensaba que no iba a venir. Esperó paciente, esperó hora y media el pobre.
En el sexto piso, Julia respondía de poca gana las preguntas gaseosas del ginecólogo. Repetidas veces miró por la ventana a ver si el chico llegaba, apenas recordaba sus ojos marrones y su cabello ensortijado. Ni siquiera le dio cosquillas cuando el doctor insertó en ella el espéculo, su mente estaba fuera de esas paredes de la Salud. Quien te manda a venir al chequeo si tu marido ya ni te tira, burra, reflexionaba Julita sobre la camilla mientras el mañosaso del doctor continuaba su inspección; una escena digna de Almodóvar.
Salió y no vio a nadie: se había entregado a la idea de que no vendría. Así que fue a la baguette de la esquina a comprar un strudel de manzana. Esperaba su orden cuando, viniendo de atrás, Osquítar le pinchó las caderas con los dedos y le dijo alegremente ¡hola!
Visiblemente nerviosos, fueron a caminar. Si algo sabe Osquítar a su corta edad es que a una chica nunca debe llevarla al parque, a cualquiera, por más piletas o columpios que tenga éste. Es de mal gusto y poco genuino pasar el rato donde cagan los perros del vecindario o juegan pelota los chicos de la cuadra. Por ejemplo, jamás la llevaría al Parque del Amor, mucha pareja arrechita por allí; sí, en cambio, a los parques temáticos de Disney.
Por qué me llamaste, le preguntó Osquítar con las manos atrás. Estaba confundida esos días, dijo ella, oye no puedo demorarme mucho aquí. Qué propones, dijo él. No sé, creo que no hay que volver a vernos más, dijo ella. No hemos caminado ni diez minutos, por lo menos déjame llevarte a algún lugar, tentó Oscar. Mira soy una mujer casada y no puedo hacer esto, alguien me puede ver, dijo Julia preocupada. Por eso mismo, qué te parece si vamos a un hotel, la remató Oscar.
Él ya estaba preparado para que Julia le diera de carterazos, habida cuenta, ¡oh casualidad!, del hostal que se erguía enfrente de ellos. Osquítar había elegido ese camino a propósito para acorralarla: El Hogar de Ponny, de dos estrellas, era su sucio objetivo. Julia se mostró contrariada con esa propuesta traviesa. Le dijo que estaba loco, que no iría a ese lugar con él.Pero piénsalo, tú estás casada, si te ven conmigo se caga todo como tú dijiste, argumentó Oscar. Es difícil defender en esto a Osquítar o explicar lo razonable de su propuesta, pero en el fondo quería cuidarla: tampoco quería quebrar su matrimonio.
No va pasar nada que tú no quieras, le mentía Oscar, pero es para estar tranquilos. Tú estás mal, replicó Julia. La tomó del brazo y avanzaron, entraron por la puerta trasera del Hogar de Ponny. Eso le ahorraba a Julia el mal rato de pasar por la Recepción, a la que sí fue Osquítar para pagar la tarifa (con la propina que le dio su mamá) y hacerse del juego de llaves correspondiente: el 204 los esperaba. Subieron, entraron, una vez al pie de la cama, no podían creer que estaban allí. Julia se sentó de espaldas al espejo lateral de esa habitación.
Prendieron la televisión, pasaban un reggaetón en “Las 40 Principales”. ¿Bailamos?, preguntó Osquítar. Espera, ¡cuál es tu nombre!, se le ocurrió preguntar recién a Julia. Oscar, dijo Osquítar sonriendo por lo maravillosamente atemporal de la pregunta, y tú eres Julia, continuó, no sabes todo lo que me gustas, le cantó a la oreja. Quiso besarla, ella apartó la boca, a cambio se dejo abrazar, se dejo estar y cayeron a la cama para regodearse. No puedo hacer esto, mascullaba Julia. Sin embargo, disfrutaba las caricias de Oscar ya sin polo. Ahora los acompañaba Manos al aire, de Nelly Furtado.
Julia le pidió un tiempo. Oscar aceptó. Las cosas no son tan fáciles, tengo hijos, un matrimonio, dijo ella. Tú me llamaste, ese mensaje me movió, le increpó Oscar. Ella se quedó callada: podría haber dicho “pero ahora no me provoca hacer esto” o “las cosas han cambiado” y habría disminuido moralmente al inexperto Osquítar, pues él creía en eso de que si una chica dice no… es ¡NO! Oscar indagó: por qué me llamaste. La verdad, las cosas con mi marido no van bien, contestó Julita, antes de contarle lo demás.
Si bien sus primeros años habían sido maravillosos, últimamente no venían bien. Una vez le pilló una infidelidad y se la perdonó. Él le rogo que no se separasen de rodillas, le prometió por sus hijos que no volvería a sacar los pies del plato. Y Julia lo perdonó por consideración al futuro de los niños, aunque dio a entender que era también por el miedo a quedarse sola. Sin embargo, sospechaba que seguía engañándola porque encontró el mensaje de una mujer en su celular hace poco. Tal vez quiero vengarme de él y por eso estoy aquí, concluyó Julita mientras escondía su anillo debajo de la almohada.
No importa, ¡úsame!, se inmoló Oscar. Si luego de pasar por mí, las cosas en tu casa mejoran o te hace sentir bien, entonces hazme el amor rabiosamente, seguía, no lo hagas por vengarte de él, ya ni pienses en él, ven, escápate de todo aquí conmigo que nadie te verá. Tranquilo, no te acerques, dijiste que no haríamos nada que yo no quisiera, frenó Julia a Osquítar, que había quedado en calcetines.
Le apartó los brazos y le partió la boca con un beso furibundo. Echados, le mordía el cuello con los labios, aspiraba el perfume de sus cabellos. Julia lo envolvía con sus piernas y le daba golpecitos en la espalda con sus tacos por el movimiento. La frotación de su pelvis con el jean de ella le producía un dolor inhumano pero seguía. Ella miraba al espejo lateral: veía como ese chico extraño se trenzaba en ella con poco arte pero muchas ganas.
Le quiso quitar la blusa roja (traslucía un sostén negro) para besarle los pechos. Ella no se dejó, él forzó la situación, la rompió y saltaron los botones, ella grito mierda, él la besaba sin tregua como si ese fuera el único y último polvo de su vida. Condujo la mano derecha de Julia hacia su sexo erguido, hizo que lo agitara con más y más velocidad hasta hacerlo estallar. Sin mucho control, mirando el techo con los ojos cerrados, Osquítar explotó de placer, murió, volvió a nacer y manchó con una línea de semen los pechos, el cuello, el rostro y los cabellos de Julia que quiso llorar en ese momento.
Osquítar se desarmó arriba de Julia y cayó extenuado a un lado de la cama, el intenso masaje genital había doblegado la dureza del pedazo de carne que ahora se deshacía como un camote sancochado. Conversaron un poco, Julia le dijo que no podía creerlo y él le juro que nunca la olvidaría, que volvería por ella, que cuando se cruzaran por la calle aceptaría no saludarla y pasar en silencio, pero siempre con una sonrisa cómplice, sonaba tan romántico. Ella respondió que jamás lo volvería a ver, que la primera y la última que engañaba a su esposo.
Sin entender como Julia aun conservaba remilgos morales por el canalla de su marido, Osquítar entró a la ducha helada, mientras Julia se lavaba los mechones que le quedaron horriblemente pegajosos luego del salpicado seminal. A pesar de la blusa rota, la brusquedad de Oscar y la humillación, Julia no reclamaba nada; Osquítar prefirió el silencio bajo el agua. Sólo hablo para pedirle una toalla para secarse.
Julia salió del baño, demoró un poco mientras alistaba sus cosas, él la llamó, ella gritó ya voy, pero tiró la toalla por la ventana, caminó hacia la puerta, dijo hasta nunca y tiró un portazo. Osquítar salió a corretearla calato pero en la escalera se le escapó. Volvió al cuarto, busco la toalla y no estaba.
Hacía frío, al cerrar la ventana vio su toalla en la pista; Julia volteaba la esquina con los brazos cruzados, nadie hubiera sospechado de su reprobable proceder y era mejor así. Él se abrigó con la colcha-cortesía del Hogar de Ponny. Tiritando en la cama, encontró el anillo de Julia debajo de la almohada, lo había olvidado: supo entonces que no sería la última vez que la tuviera frente a él.
[HAS LLEGADO AL FINAL, !CONGRATULATIONS!]
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Osquítar no volverá a bailar esta canción con la misma soltura que en sus tonos de colegio: una historia del pasado obstruirá sus pasos salseros.