martes, 22 de marzo de 2011

VI. Buzón de reclamos



Hechos-sin-fechar
Ayudada por la luz tenue de la lámpara, Lucía observa el reloj, tuerce la cabeza y de pronto advierte que las agujas no sólo avanzan, retroceden. Como si fuera un péndulo, el segundero da un paso adelante y otro atrás. Piensa un poco y no logra concluir si el tiempo se ha detenido o ha tomado un curso equívoco en esa madrugada amarga.

Javier ha vuelto de su viaje. A pesar que sus aires no son los mismos, no sabe si está mejor o peor. Pasado el trajín de los papeleos de entrada en el aeropuerto, le sorprende cómo ha cambiado su barrio: las parejas que parecían inseparables han roto sus compromisos; y aquellos viejos zorros solitarios han encontrado dueñas temporales, uno o dos años menores que ellos curiosamente.

Cierra fuerte los ojos, piensa que son los ataques de migraña otra vez. Un silbido la atraviesa por detrás de los ojos cuando posa los índices al costado de sus párpados. Patea sus sábanas, resuelve ir por un vaso de agua y unos Panadol extrafuerte para calmar el dolor punzante que la acecha desde que era adolescente. El tiempo se ha colgado, insiste en no avanzar y Lucía quiere que esa noche acabe rápido.

De entre la fauna de sus amigos, le llama la atención el gordo Jorge que no veía hace tanto tiempo y lo saluda efusivamente: “¡Javicho!, una de las grandes leyendas”. Mientras lo abraza, Javier recuerda los años divertidos de la secundaria cuando Jorge y él eran los primeros en las clases de Literatura, pero los últimos en los otros cursos que incluían números, fórmulas químicas o fechas para memorizar.

Tiger ha terminado con Lucía inexplicablemente o de la manera más perra posible, sin dar la cara, a través de un correo electrónico extraño para ella. Mail asesino que ha leído 13 veces antes de intentar dormir. No logra reconocer al remitente de esa horrible carta de despedida, un hombre al que cobijó muchas veces dentro de ella y que ha escrito con mucha dosis literaria y talento innegables el adiós que jamás imaginó. Parece que la redactó un extraterrestre que no sabe nada de ella, que no la conoce y supone cosas que ella no se cansaría de desmentir ante cualquier tribunal amañado.

Su amigo Jorge quiere ser poeta y quiere salir en la televisión. Son, claro, dos aspiraciones contradictorias, que se raspan la una a la otra, intermitentes de fuerza, carentes de coherencia, pero el convencimiento con que lo dice contagia a Javier. Tal vez primero quiera ser poeta y luego estrella de televisión, o al revés, teniendo claro que lo será en tiempos separados. “Los poetas y la fama no se llevan bien”, dice Javier mirando a su amigo, “y los famosos no soportarían la soledad necesaria de los poetas”. El gordo Jorge no parecía hacerle caso, siguió soñando con esas dos aficiones como quien ama a dos mujeres hermosas y no sabe a cuál elegir. “Estás jodido, gordo, igual te apoyo”, consoló Javier. “No te preocupes, preparé unos versitos para tu llegada”, dijo Jorge mientras sacaba una servilleta arrugada y escrita a mano.

(…)

Lucía,
no me queda otra elección. Tengo claro lo que haré contigo desde que fui a buscarte al malecón de Chorrillos y no notaste que te espiaba cuando mirabas las estrellas que se insinuaban a las siete menos quince de la noche. Te vi desde una esquina escondida detrás de un árbol, saltabas de un punto de luz a otro con la mirada y hacías las conexiones con tus dedos. Estabas tan concentrada que no merecías mi interrupción, aguanté el paso y dudé en acercarme hasta que el viento dobló tus ojos hacia mí y, como un flechazo, supe que nunca más podríamos mirar el mundo con los mismos ojos.



Viernes, 12 de junio de 2009
Luego de bostezar en clase, Lucía piensa, con un lápiz apoyado en su frente, que se encuentra bajo tortura por varias razones: como ejemplo, soportar profesores aburridos y amargados con su profesión; compañeros (no amigos) cuyos temas de conversación versan sobre el nuevo Código Procesal Penal y los líos de su universidad con el cardenal Cipriani; lecturas que serían un poco más interesantes si vinieran en inglés, o mejor, en francés, lenguas que domina casi a la perfección. Decide eliminar todo lo que contribuya a su desdicha, para eso tiene un atajo: toma su celular, escribe un mensaje de texto y busca un destinatario: Javier Marsano. Recuerda que esa semana lo ha visto pulular por la universidad en un terno que mal no le queda. “¿Puedes venir? Salvame”, escribe. “Sending message”, aparece en su pantalla.

Las señales suben hasta un satélite que orbita la tierra, luego desciende y se aplasta de golpe contra el celular Movistar de Javier que vibra en un momento inoportuno: la reunión con el jefe supervisor. Por esa semana, Javier ha conseguido trabajo de medio tiempo como encuestador en su universidad, su tarea consiste en recorrer muchos salones llevando unas fichas que los alumnos deben llenar con lápices especiales 2B. Le alegra no haber encontrado la desidia que imaginó en los alumnos, por el contrario, casi todos colaboran así que eso le tiene de buen humor, de vez en cuando entabla conversación con alguna dulce chica de la facultad de Educación o con las misteriosas de Arte. Ahora su jefe le asigna sus comisiones del día: tres salones en la facultad de Letras y dos en Gestión.

Javier desvía la atención de las palabras del supervisor hacia su celular, siendo tan temprano sólo puede ser un maldito mensaje de los que prometen planes tarifarios más cómodos a primera vista, pero que sólo lo hacen esclavo de una rutina de boletas que esperan pagarse en el banco más cercano. Logra leer las tres palabras y la remitente le sorprende: Lucía Castello. El brillo fugaz en los lentes de su supervisor lo traen de vuelta desde sus cavilaciones.

-Señor, le estoy hablando -le dice-.
-Perdón, jefe, voy ahora mismo a Letras.
-No pues, te me dormiste, tu compañera ya fue a tu comisión.
-¿Qué?, pero usted me dijo a mí.
-Para qué te distraes. Igual tienes la otra en dos horas.
-Imposible, qué haré en tanto tiempo –dijo molesto, haber perdido una encuesta significaba menos dinero-.
-Allí tienes para corregir tus anteriores encuestas.
-Antes voy a tomar desayuno y vuelvo.
-Vale, también lávate la cara, que no creo que hayas dormido bien.

Una vez libre, Javier llama a Lucía, le propone ir a la cafetería Central a tomarse algo. Lucía abandona su clase y, como estaba más cerca, llega primero que él. Le sigue pareciendo que Javier ha cobrado un atractivo debajo de ese terno Pierre Cardin con el que hace su entrada, pero es una confesión que se guarda para ella misma y para hacerle creer lo contrario le dice: “ya quítate esa ropa, pareces un pingüino”. Javier le recuerda que no tiene otra opción si quiere ganar dinero fácil.

-¿Cuánto te están pagando? –pregunta Lucía-.
-Y eso a qué viene.
-Para saber qué puedo pedir.
-Lo que quieras, Lucía, yo invito.
-Genial, primero quiero un pan con chicharrón.
-Está bien ya te lo traigo.
-Apúrate, que tengo hambre.
-Tranquila, soy encuestador pero no mesero.

Desde que Tiger terminó con Lucía, ella se había refugiado en la amistad de Javier, que era dócil para consentir sus caprichos.  Él acostumbraba tocar el tema de Tiger sólo después que ella lo hacía, aunque algunas de las cosas que decía eran un poco pesimistas, siempre terminaba dándole aliento para que lo olvide de una vez. “Si te gusta, lucha por él hasta que te destruyas”, decía primero Javier, que no entendía que las palabras de Tiger eran determinantes. “Es que no has leído sus mails, son tajantes, no me quiere ver y yo nunca me arrastraré por un hombre”, decía Lucía. Javier percibió el futuro de la frase, “nunca me arrastraré”, ¿acaso antes lo había hecho?, según le había contado, ella siempre salió ganando de esos casos. O probablemente escondió detalles para quedar mejor parada en sus relatos.

-Felizmente nunca se enteró de nada -acotó Lucía-.
-¿De las sacadas de vuelta, el estríper y eso?
-No hables así, además fue sólo una vez.
-Tal vez se hizo el de la vista gorda y recién quiso entrar en razón.
-Imposible, Tiger era celoso pero despistado.
-Para mí que se las olía y dejo de pasarlo por agua tibia.
-No, cariño. Él sigue pensando que soy una santa.
-Tú eres la mejor actriz.
-Lo sé y quiero que dejes de decirlo.


Cuando acabaron el desayuno, Lucía recogió su mochila en el salón y se fue a leer al sótano de la biblioteca. Javier, por su parte, llegó con las justas para cumplir con la comisión de las diez de la mañana. Acordaron verse en la noche.

(…)

Aprovecho esta carta para aceptar mi más fiel error: los celos. Que yo los entiendo como protección (hacia mí, hacia ti) mas nadie los entiende como yo. Te quería; y no te quería compartir con nadie, si tengo celos es porque tengo miedo de perderte o que te vayas con el primer imbécil que te deslumbre con su floro barato. Apuesto que cuando estabas conmigo no faltaban esos charlatanes cuyo único arte, reconozco, es el de esconder bien lo que no saben. Que se hacen pasar por amigos y viven embobados por ti.
No voy a cambiar lo que pienso, por ejemplo, de ese tal Javier que tanto te buscaba. Era obvio darse cuenta que quería algo contigo y más fácil aun saber lo cobarde que era. Siempre me dio la impresión de que se corría de mí, no me miraba a la cara. Me da risa las poses de bohemio fracasado que se mandaba, ¿acaso ir al Centro de Lima es ser bohemio? Y ya sabes lo que pienso de todos tus amigos de Derecho, sarta de pendejeretes cuyo único mérito fue llevarte en auto hasta tu casa las veces que yo no podía.


Viernes, 12 de junio de 2009
Se citaron en la sala de computadoras a las siete y media de la noche. Javier llega y encuentra un panorama desolador por lo bello del asunto: Lucía sentada frente al mismo monitor que una chica de rizos dorados, casaca morada y ojos verdes que lloran indefensos. El mar es la tristeza que brota de sus ojos.

Espera con respeto a que termine de llorar. Están leyendo la carta que Tiger le envió cuatro meses antes y que ella descubrió casi un mes después. Lucía lagrimea un poco, acaso porque ya no le sorprende ni golpean esas líneas inentendibles que Tiger escribió, para ella, en un momento de enojo.

Lucía le cuenta que su amiga se llama Cristina y que lloraba porque había pasado por una situación similar.

-Entonces, fue inoportuno que le enseñes la carta –dijo Javier-.
-Por favor, tú qué sabes de esas cosas –atacó Lucía-.
-No deberías cagar a las personas a las que puedes ahorrarle sufrimiento.
-Sólo salió el tema, tenía que enseñarsela para que me entienda mejor.
-Y qué has ganado con eso.
-No es de tu incumbencia. Si vas a joderme la existencia, vete.
-¿Si te digo que puedo solucionar que Tiger te hable? No olvides que lo conozco.
-Imposible, él te odia.
-Ayer estuve con él un rato, cruzamos un par de palabras.
-¿Dónde?
-En la biblioteca, fui a sacar un cuento de Allan Poe, y él sacaba algo sobre sociología.
-Cuándo no. ¿Qué te dijo?
-Se interesó por mirar el título de mi lectura, El hombre de la multitud. Fue extraño, no pensé que tuviéramos esas confianzas.
-Tiger es así, no quiere decir que el caigas bien.
-Como sea, ¿no te gustaría saber porqué Tiger te escribió eso?
-Ya no hay nada que hablar con él. Está cerrado, no quiero verlo si él no quiere verme.
-Piénsalo, debo ir a realizar mi última encuesta a un salón en este piso, ¿me acompañas?
-A ver.

Lucía ve a Javier ingresar a un salón de seis alumnos, al parecer es un seminario de Tesis, pues están divididos en dos grupos, cada uno con un jefe de práctica. Desde el marco de la puerta, observa cómo Javier se presenta y distribuye las fichas de su encuesta. “Buenas noches, vengo de la Oficina de Publicaciones para realizar la encuesta de docentes, voy a repartir estas fichas que tienen que llenar con lápiz 2B, quien no tenga me avisa y yo le presto”, lleva repitiendo el mismo rollo toda la semana.

Una vez afuera, encuentra a Lucía, bajan por el ascensor, en un viaje que parece interminable. Le provoca besarla, pero ella se adelanta y pregunta.

-¿Cómo harías para juntarme con Tiger?
-Dame su teléfono, le pido encontrarnos, pero en vez de mí vas tú.
-¿Y por qué va a querer verte?
-Le diré que quiero discutir unas opiniones sobre Poe.
-Por si acaso, no es que quiera ver a Tiger, sólo me da curiosidad.
-Entiendo, es normal, el cuerpo te lo pide –dice y se ríe-.
-¡Nooo, sonso!, como te conté, él se masturbaba con mi cuerpo, nada más.
-Pero algo tiene que haber hecho, ¿no?
-Algo que no era propiamente sexo.
-Sino propiamente un fiasco.
-Exacto, dime Javi, ¿puedo confiar que no me fallarás?
-Déjalo en mis manos, hablarás con Tiger la otra semana.

Hablaron un poco más y se fueron a sus casas. Tomaron el mismo micro de la línea 18.

(…)

Ha sido duro comprender lo que tú querías: libertad. Que tú confundes con libertinaje, fiestas, desbande, retornar a casa a las cinco de la mañana. Yo no necesito una chica tan irresponsable, no tengo tiempo para perderlo llamándote, buscándote, intentando saber adónde te metiste esta vez y con quienes.
Lucía, no creas que no me doy cuenta. No estoy ciego. Cada vez que estás conmigo, siento que terminas siendo una copia mal hecha de ti misma, perdona la dureza, procuro ser franco en mis palabras como tú tienes que serlo en tus actos. No te estreses intentando ser alguien que no eres sólo por un chico. No sé si confiar en todas las mentiras que me dijiste o desconfiar nada más. ¿Creíste que no me daría cuenta del lamentable estado con que llegaste luego de año Nuevo? Tu amabilidad exagerada para conmigo te delató y esa fue la gota que derramó el vaso.
No quiero volverme una cárcel para ti, me enferma que te aferres a mí del modo insano en que lo hiciste. Sé que cualquiera estaría contento de que eso haya pasado, pero tener una chica comiendo de mi mano es un cuadro que me gusta pero no soporto.
Las mentiras que le decías a tu madre para tapar tus salidas, sentía que me las hacías a mí. Por eso digo que eres una inmadura, egoísta y coqueta, sólo que ahora será diferente porque tendrás todo el margen de acción que yo te negué. Lamentablemente, te portaste como una pequeña cretina infantil que no sabe otra cosa que hablar sin hacer las cosas realmente. Confío que entiendas mis razones y no me busques más.

Suerte,
Tiger.

PD. Esperaba que leas esta carta mucho tiempo después de escrita, por eso no la mandé al Hotmail, sino al Yahoo.



Miércoles, 18 de febrero de 2009
Tras escribir lo sustancial de la carta que quiere enviarle a Lucía, Tiger abre el refrigerador en busca de una bebida fría. Lo que sigue será releer el mail para corregir las imperfecciones. Lo que le preocupa decir ya está puesto en oraciones simples que condensan su amargura y sus ideas sobre ella (“eres una irresponsable”; “no seré tu obstáculo”; “ahora tendrás todo el espacio que buscaste”). Ahora faltan los arreglos necesarios para que el texto suene sino poético, por lo menos se eleve por sobre el común de las cartas de despedida, es lo que le dicta su vanidad.

Sufre para encontrar la metáfora de entrada que adorne el texto y le dé sentido, es la última consideración que puede tener con ella. A pesar que teme perder la claridad ganada, empieza a volcar algunas ideas al documento escrito en Word 2007.

Se le ocurre iniciar la carta con la referencia al último día que la vio. Aquella vez se citaron en el malecón de Chorrillos, un lugar especial para Lucía porque se conecta con las estrellas a las que les guarda una fe silenciosa. Cree que por lo menos una de ellas es suya y está pintada en el cielo para contarle algo que no sabe todavía, que no recuerda, que su alma ha olvidado por estar ocupada en el ajetreo que es su vida.

Espera que esta alusión a los cuerpos celestes sea entendida como un claro ejemplo de que no apuntan a lo mismo. Los últimos acontecimientos le mostraron que sus aspiraciones no son iguales, que alguien allá arriba no espera lo mismo de los dos, cree también que Lucía todavía es una chiquilla inconsciente que se preocupa más por las fiestas del fin de semana que por su futuro como abogada. Lo han conversado y ella dice que ese paradero aun está muy lejos, que no debe hacerse problemas, pero él piensa que ella se escabulle de sus responsabilidades. En una reciente pelea, él llegó a reclamarle su dejadez como hermana mayor.

Sin embargo, sabe que no puede cambiarla, cualquier intento sería en vano. Tampoco piensa pedirle que corrija sus manías o sus rabietas, al fin y al cabo él se enamoró de la misma chica traviesa que hoy no soporta más. Han sido incómodas las veces que ha tenido que pedirle que desista de asistir a las fiestas, pues aparte de convencerla, choca tácitamente con las mejores amigas que él ha preferido no conocer, sin saber que es un grave error enamorar a una chica sin hacer lo mismo con sus amistades más cercanas: en este caso, las Meras.

No se engaña, cada vez que ha leído el mail, elimina dos o tres palabras. En general, todas sus líneas están bien sustentadas y conectadas de manera pulcra. Ha querido ser claro y evitado las indirectas que el tiempo vuelve estúpidas.

Una idea retorcida que tenía Tiger y dudaba en ejecutar era la de alargar la desolación de Lucía. Para esto, había elegido enviarle la bomba a su cuenta de Yahoo, que no revisaba tanto como su cuenta de Hotmail. Esto contribuiría a cultivar la incógnita en la cabeza de ella por los días o meses hasta que revisara el buzón de su correo alterno. También la llevaría a preguntarse por qué no la llamaba o le respondía las llamadas y alimentar así una culpa que Tiger le pudo ahorrar.

No niega que tiene pena de despedirse así. No sabe que Lucía, en los próximos meses, tendrá muchas teorías a propósito del mail, por qué desaparece así, se preguntará ella. La verdad, él tampoco lo sabe. Tal vez no podría decirle lo mismo cara a cara, sus piernas flaquearían a medida que avanzaran sus argumentos. Escribirlo implica cosas no dichas, gestos que no serán leídos, sólo letras en Arial 10 puestas en un fondo blanco dirigidas a remecer sus sentimientos.

Está decidido. Él no quiere interferir en el camino que ella quiere. Le toca despedirse sin más trámites que un correo desalmado mientras sorbe un yogurt de fresa de noche.



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Imagen por OpheliaChong


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2 comentarios:

  1. me vacilaba mas cuando escribias pequeñas historias, bien que quieras escribir tu novela pero podrias variar o hacer ambas

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  2. creo que esta mininovela, llena de pequeñas historias, ha causado pocas histerias. la terminarè y volverè "variado". gracias por hacerme notar eso. saludos.

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Aunque sea una carita feliz... )=D