Imagen por massimo.iudicelli |
No sé adónde voy. No sé de dónde vengo. No sé cuál es mi lugar en el mundo. Estoy ebrio y necesito tomar aire. Salgo de un bar, aunque aún es temprano. Me subo a un taxi y le digo que me lleve al malecón más cercano. En el camino siento el sabor salado de mis lágrimas resbalando hasta mi boca. La vida no es más que una puta mierda, pienso.
Humos siniestros
desprenden de mi boca. Camino sin andar. Mis pasos son más seguros que yo. Voy
por las calles de siempre. Las mismas que saben más de mí de lo que yo sé de
ellas. Contemplando una vez más sombras que se pierden, mil historias, cientos
de cuentos, decenas de risas, más de cinco besos repartidos, una pareja; y yo camino como siempre a los lejos, tan
lejos de casa y tan cerca, tan cerca de mí.
Me detengo muy cerca de
los riscos. Observo como las olas se estrellan contra las piedras. El viento
sopla fuerte, tan fuerte que me despeina. Si me lanzo se acabará todo. Será un
duro viaje. Volaré al menos 50 metros hasta estrellarme contra suelo. Lo
pienso, y mientras más lo pienso mil recuerdos pasan por mi cabeza, como una
proyección de película muda, en blanco y negro y las más tristes a colores.
Una chica me reconoce a
lo lejos: es Sofía. ¿Qué hace aquí?, ¿Llevará mucho tiempo observándome? Ella
se sienta muy cerca de mí. Es una bella noche para morir, me dice. Yo me quedo
callado, no sé si es que ella puede leer mis pensamientos, o será que el
destino la trajo hasta mí. Será acaso que sabe lo que quiero hacer, pero no
dice nada más, espera una respuesta.
Siento más miedo de
explicarle lo que quería hacer que de las rocas que esperaban abajo. Pero lo
único que se me ocurre es preguntarle, qué hace ella aquí. Sentada con unos
jeans ajustados, su blusa blanca que trasluce su brasier negro, negro como sus
botas.
-¿Qué haces por aquí?,
le preguntó.
-Pensaba en ti y
apareciste. Pequeñas risas.
-¿Es enserio?, le
preguntó consternado.
-No, me timbraste hace
algunas horas, luego me mandaste un extraño mensaje de texto en el que te
despedías de mí. Así que vine a despedirte ¿Pero tú qué haces aquí, en serio?
Silencio.
-Bueno, salí de un bar
muy cerca de aquí. Me siento algo extraño y pensé en tomar aire.
Saca una lata de sus bolsillos,
prende un cigarrillo, golpea un par de veces. Se echa en el pasto húmedo, me toma
de la mano y caigo con ella.
No sé qué decirle a la
mujer que me acompaña, no sé cómo decirle que estoy idiotizado por su belleza,
por su capacidad de estar callada y decirme todo con una mirada lo que me hace
feliz, y por eso no le digo nada más. Sólo la beso, la aprieto contra mi
cuerpo, devoro sus labios con un placer que nadie más podría darme.
Pienso entonces que
ella me llena de vida, me hace olvidar la existencia gris y mediocre a la que me
he condenado en esta ciudad de la que quiero irme. Me convence de irnos del
malecón.
Será que las mujeres
son seres muy sensibles, que buscan hombres con ternura femenina, o porque
tuvieron un padre ausente que las abandonó y fue duro con ellas; o porque
crecieron con una madre mandona, egoísta y caprichosa, que no supo darles amor
propio; o simplemente porque tuvieron mala suerte o poco criterio para elegir
novio. Sea el motivo que fuera ella está conmigo ahora. Caminando juntos.
Aún es temprano y me
convence de ir un bar muy cerca donde aquella noche toca un amigo suyo. Sospecho
que han sido amantes pero no quiero arruinar el momento con mis clásicas
inseguridades, no le refuto nada. Pedimos un vino que ella ofrece en pagar, no
pongo resistencia. Pongo la cajetilla de Marlboro Ligth en la mesa. Escuchamos
como suena la banda. El baterista no deja de mirarla desde hace un buen rato.
Me incomoda, me saca de mis casillas, sin embargo, trato de contenerme, ella
parece gustarle aquel juego de seducción y celos que desprende el ambiente.
La banda toca una
canción lenta, sale a la pista, aunque no soy tan malo bailando, quiero dar mi
mejor esfuerzo y que todos sepan que ella ha venido conmigo. Bailamos cerca,
tan cerca que puedo sentir su olor a vainilla y canela. No creo que sea su
perfume debe ser su olor natural, pienso.
Ella está algo cansada
luego de bailar cuatro piezas seguidas. Trato de convencerla de irnos, pero
aquel baterista irrumpe en escena. Ella me lo presenta y ambos nos apretamos
las manos en señal de duelo, luego habla de lugares, amigos en común y yo salgo
de cuadro. Me excuso para retirarme al baño. La he perdido, soy un loser que no
sabe hacer nada bien ¿Qué posibilidades podría tener yo contra él? Me miro en el
espejo, me mojo la cara, mientras el vocalista de la banda me toca el hombro y
me pregunta si soy amigo de Sofía, no le respondo, salgo del baño.
Sofía aún sigue
conversando con aquel baterista. Me siento en la mesa donde estábamos sentados
minutos atrás. Prendo un cigarro y me fumo mi ira, mi rencor. Ella se acerca
hasta la mesa. Toma su cartera, se despide de aquel baterista. Me toma del
hombro y nos perdemos entre la muchedumbre del lugar.
-¿Estás celoso? Me
pregunta con una sonrisita irónica.
-¿Yo Sofía? No, sabes
que yo no soy celoso. Le miento. No importa con quién bailes, o con quién
hables, porque el que te dejará en tu casa seré yo.
-Estás loco. Pero debe
ser eso lo que me gusta de ti. Que eres tan predecible.
Al salir del bar, me
siento vivo, más vivo que nunca. Sofía camina conmigo y con ella todo lo malo
de la vida desaparece. La noche es abrumadora, el calor insoportable, las copas
de más hacen que ella sea más cariñosa de lo habitual conmigo. Como rehusarme a
sus encantos.
Esa noche hacemos el
amor en un colchón de un hotel de dudosa reputación. Ella está sentada sobre
mí, la ventana está medio abierta y no nos importa que puedan vernos. Ella
grita de placer cuando termina. ¿Nunca habías gritado así, le preguntó? Es que
nunca me habían querido como hoy.
-Realmente me gustas.
Le digo muy suave a la oreja derecha pues un amigo me dijo que el hemisferio
izquierdo del cerebro controla el lado izquierdo del cuerpo, donde está el
corazón.
-Ya me lo habían dicho
antes, me dice ella. Pero está es la primera vez que lo siento. Me besa con
mucha fuerza.
Nos damos una ducha muy
larga, la mejor de nuestras vidas, y luego nos tumbamos en la cama y caemos
dormidos. Despierto asustado horas después. No sé donde estoy. Tengo miedo que
todo haya sido un sueño. Pero Sofía me sonríe, me da un beso y vuelvo a la
realidad. Has dormido por tres horas, dormilón, me susurra. Jorge, la vida
tiene estas cosas siempre. Son los pequeños instantes de alegría que hacen que
valga la pena estar vivo. Nosotros hacemos la diferencia.
Sin darse cuenta ella
me ha dado el regalo más hermoso. Aquella noche ella me devolvió algo más que
su amor, me devolvió la vida.
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