Llevaba mucho tiempo en silencio. Sentado frente a una hoja en blanco, vacío, inerte, cuasi muerto. No había nada más espantoso que sentarse casi tres horas frente al monitor sin que, una sola palabra viaje por el teclado, dibujando, ordenando palabras y que se conviertan en oraciones, y así engendrar el tan anhelado texto semanal al cual estaba acostumbrado, mi suerte de diario, mi catarsis sentimental donde plasmaba de forma irónica, delirante y graciosa los sucesos cometidos en una o dos semanas de farra, siempre burlándome de la situación, de mis amigos y sobre todo de mí mismo y del cómo las situaciones inverosímiles de nuestros primeros años de juventud se veían siempre envueltas o entrelazadas por musas de las noches limeñas.
Imagen por Michael Erhardsson. |
Sin embargo, con el devenir del tiempo las musas que eran muchas dejaron de importarme. No sé si había aprendido algo de ellas, o ellas habían aprendido algo de mí. Pero lo cierto es que, al ir conociendo más a fondo a cada una de ellas, se fue desdibujando esa imagen casi celestial, misteriosa de chica independiente con más experiencia que yo. Tenían esa falsa seguridad que me atraía y condenaba. Pero eran tan solo chicas confundidas, inclusive, más que yo.
Pero como sucede siempre con el primerizo, caí, caí decenas de veces algunas sin amortiguador. Algunas caídas tardaron tiempo en cicatrizar pero ahí estaba yo, siempre dispuesto a caer de nuevo y más profundo.
Quizás al escribir sobre lo sucedido no tomaba muy en cuenta la realidad, cambiándola, moldeándola a mi antojo, deformando casi siempre la historia. Aquí, en los textos podía darle el final que quisiera a una infantil historia de amor. Tiempo después me sentía avergonzado como describía a aquellas chicas que solo eran fantasmas, tan lejanas a las reales que casi siempre volvía a mis textos donde eran como yo quería que fueran. Creo que me enamoré más de los personajes que había descrito que de ellas mismas, no sé si a todos los que escriben les pasa lo mismo, pero a mí me pasó.
Creo que inclusive buscaba enamorarme simplemente para llegar a casa y escribir, escribir sobre ellas, sobre todos, sobre mí. Buscando sacar frases de películas, de libros, de poemas, de textos de otros y usarlos como míos cambiando pequeños detalles que, me hacía sentir como un gran escritor, bah, pamplinas, jugaba a ser escritor. Soñaba alcanzar la inmortalidad.
Pero había pasado mucho, mucho que no me sentaba frente al monitor. ¿Acaso no tenía que contar? Sí, y mucho pero sentía que ya no podía escribir sobre los demás, ya no podría escribir sobre mí, era todo tan personal, tan vergonzoso que dejé de hacerlo. Dejé de escribir.
No obstante, el comportamiento humano es más complejo que antes, y siento que aunque no escriba todo lo que deba escribir. Siento que estoy en deuda con ustedes y conmigo. Ahora estoy aquí de nuevo sentado frente al monitor explicando las razones por las cuales deje de hacerlo, ahora las preocupaciones han cambiado, y aunque las chicas quizás siempre serán un tema recurrente hay muchas otras cosas de que escribir, por ejemplo, las razones para volver hacerlo.
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Esta historia en una canción.