Una mujer orgullosa te puede buscar, seducir…y lograr hacerte suya, hasta incluso puede soportar jugar el papel de la otra para convencerte que su amor supera a la de la titular. Puedes poner en una cuenta de ahorros sus besos, fluidos y sentimientos, y utilizarlos cuando quieras en corto y largo plazo. Puedes dejarla en el escondido anonimato, en la caverna platónica de los desconocidos. Pero nunca, jamás de los jamases, podrá aceptar ser rechazada.
Así es Fernanda, quien con ahínco obsesionado, desde que me creyó el chico más tranquilo o menos puto que conoció, no dio tregua al tiempo para atraparme en sus pasiones. Quería destronar sí o sí a la celosa Carmencita, dar el golpe de estado a mi corazón e instalar su insensata reforma.
Pasaron dos semanas desde nuestro primer beso, desde que mordisqueé la infiel manzana, y más que haber llegado ese violento golpe de estado y su supuesta reforma, gobernó la puñetera confusión que me envolvía en la huachafa duda shakesperiana del ser o no ser: La firme ya se había aburrido de mí- después de años y años de relación nuestras medias naranjas seguían desencajando exprimiéndose las unas a las otras. Seguíamos discutiendo, peleando y reconciliándonos (de lo más rico, lo bueno, pero ya aburre pues)… ¿que toda relación tiene sus altibajos? ¿que todo puede ser mientras se ame? ¡Cojudo pretexto! Siendo realista, desparramaba mi tiempo toda una chorreada (dejando de estudiar, de trabajar y hasta de parrandear rico, imagínense) al esforzarme con cursilerías sobrehumanas para obtener el perdón de algo que, probablemente, no había hecho. ¡Y ahí! por obra y gracias del espíritu in-santo, en esos suburbios sentimentales apareció la “incondicional” Fernanda, para bien o para mal, quien feliz y sin reclamo, recibía mis limosnas de cariño y confundidos besos.
No podía seguir así…tenía que romper una relación, y dejar de sentir ese fregado sentimiento de culpa. Tenía que cortar con alguien y esa era Carmen. Y lo tenía que hacer esa misma tarde. Pero justo, para fregar mi plan, por mañoso que sea el destino, recibí una llamada desde su casa: se había desmayado…y qué creen, le dio sarampión.
Mierda, ¿qué chiste era ese? No podía ser tan cruel y darle infiel noticia en plena cuarentena. Sería muy animal de mi parte. Pero esperar cuarenta días y cuarenta noches mientras seguía devorando la infiel manzana, me haría sentir como Jesús en la Última tentación de Cristo. Atarantadamente apliqué el método de Descartes (la cosa se había vuelto una disyunción excluyente): si con una no puedo romper, con la otra sí. Tenía que romper a Fernanda. Ella, la que de algún modo se propuso, caprichosamente, por competencia, e insensato amor, conquistarme.
-Carlos Arturo, esta noche vamos al cine, plis, ¿sí?-me dijo esa tarde, casi noche.
-Fernanda, tengo que hablar contigo.
Era una plazuela privada las que nos abrigó, en una vieja banca. Ella, con la misma sonrisa feliz de siempre, me miró y esperó despreocupada mi maldita sentencia. En ese instante me acordé de los médicos y sus fríos y matemáticos términos para dar cagona noticia. Me envolví en una serie de palabras nerviosas y balbuceantes, y más que ser el médico frío y calculador fui la reencarnación del drama misma panelista de top show. Después de tantos cursis rodeos al asunto, le di al fin la rebanada improvisada que daría payaso final a nuestro fatuo amor.
-Fernanda, yo te quiero. Pero ahora no puedo. Mi enamorada tiene sarampión.
-¿Sarampión?
Pareciera el pretexto más imbécil, ingenuo y falso del mundo…no me creía, ¿raro, no? Ella acababa de perder el videojuego con un torpe y ridículo monstruo llamado Carlos Arturo, quien le estampaba en su frente el gameover. Se le perdió la mirada, sus dedos tiritaron y sus ojos brillaron misma pitonisa maldiciente. Se le enduró la sonrisa, y un montón de burbujas convulsionaron desde su estómago hasta explotar en su cerebro. En ese instante con una velocidad maldita, se paró bien calladita, para luego azotarme diciendo:
Métete el sarampión al culo -llorosa y oscura la noche, corriendo como chistosa quinceañera, se fue-.
En ese momento más que preguntarme cómo podría meterme dicha quimera, razoné sobre las incoherencias cómicas del destino. Me sentí un verdadero payaso, pero de esos que asustan a los niños.
Aviso: Pueden conocer a Ricuy a través de este video: Las amigas que perdí.
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Choteada de Campeonato (por Jesús Rosas)
Para cumplir con las bases de esta encuesta/concurso, tengo que contar NO una historia ni un relato cualquiera sino una oleada y sacramentada CHOTEADA.
Y no puede ser un común y silvestre desplante en los que como siempre terminas cabizbajo deshojando margaritas en el parque que esta a la vuelta de tu casa, NO, ésta tiene que ser una CHOTEADA MEMORABLE, un desprecio de proporciones bíblicas, un desaire DE CAMPEONATO, de esos que alguien con micrófono en mano y acento gringo gritaría: “¡From Perú…!!” anunciando tu entrada…
¿Y ahora de dónde saco una choteada así? …Créanme que no exagero cuando digo que toda ésta semana día tras día, noche tras noche y cigarro tras cigarro, por decirlo de una manera coloquial y entendible: Me he masturbado la cabeza esperando que fluya, expulse o evacue alguna idea o recuerdo tragicómico que sea digno de contar acá.
Pero nada, no recuerdo nada. Más aun si tengo la presión de “que sea máximo en una hoja o 600 palabras. Lo que ocurra primero” como sentenciaron los organizadores de éste “Reality Blog”.
…
Volviendo al tema, era más digno perder por Walk Over frente a TucuyRicuy que contar los patéticos y mísios desplantes mirada de desprecio y giro de 180ª de cabeza para botar el pelo de los cuales he sido víctima tantísimas veces. Desanimado por el fantasma de la derrota que de nuevo rondaba mi puerta, me queda un último recurso: contar lo que pasó con Analí en ésta última semana:
Resumamos la historia:
Analí además de inteligente, es el tipo de chica por la que creo, tú amigo lector voltearías la mirada, y tú amiga lectora, te meterías a un gimnasio. Con ella pasé 7 abundantes meses de intensa, cursi y demencialmente pervertida relación amorosa. Terminamos coincidentemente el día de mi cumpleaños, pasaron los meses y al extrañarnos volvimos a juntarnos ya no con el rótulo de enamorados, sino siendo –muy modernos nosotros- “Amigos con derechos de exclusividad” que es supongo, en orden de jerarquías, un escalón más alto que ser “Amigos cariñosos” simplemente.
Ése pasaporte sentimental que tenía ella para entrar y salir de mi corazón cuando quisiera, caducó un día en el que al llamarla y por problemas de conexión, ella contestara con un: “Amor? …amorcito eres tú? …Aló, mi amor no te escucho bien… amorcito!??”… Dulces palabras que lamentablemente sabía, NO ERAN PARA MÍ.
Ardido y herido como estaba, sólo atiné a gritarle un poco afectuoso pero efusivo: “¡¡¡Te jodiste conmigo!!!” antes de colgarle el teléfono y correr a buscar margaritas para deshojarlas. Supongo que en realidad lo que me dolió más fue el hecho de no tener la potestad de reclamarle nada. Como éramos “amigos”, técnicamente, no me había sacado la vuelta.
Días van, días vienen; semanas van, semanas vienen, una canción de Estopa dice que el tiempo y el olvido son como hermanos gemelos. Debe ser cierto, porque olvidé el odiarla y como la buena bestia inconforme que soy, comencé de nuevo a extrañarla. Volví a verla hace menos de una semana y sin decirnos nada ambos nos besamos, nos amamos y nos disfrutamos –no precisamente en ese orden- un solo día. Al día siguiente conversamos vía Messenger y sin darme cuenta en un momento ya estábamos discutiendo por la “confusión” que tuvo ella por el teléfono. Ya saben como se discute por Messenger: Zumbidos, palabras en mayúsculas, muchos signos de admiración…No recuerdo bien, pero en algún momento mi violado orgullo le puso algo como “¡¡YO PODRÍA ESTAR CON CUALQUIER OTRA CHICA!!” o algo parecido.
… Pa’ qué le dije eso… Los papeles se intercambiaron y con escribir esa línea pasé de ser agraviado a malhechor, de ser víctima a victimario, de ser la inocente y huérfana Sarahí a ser el mal padre de Toledo.
Siempre es mejor dejar que el otro tenga la culpa de algo, lo que fuera, así te libras tú del cargo de consciencia. Cuando uno se sabe o se siente ofendido de algo –tenga o no tenga razón- te da un extraño poder y derecho a chotear cuanto quieras a tu ofensor.
Analí parece saber también eso, es por eso que cuando la llamé hace dos días por un extraño sentimiento de culpa, ella no pudo ser más explícita y vengativa al responderme: “¡¡¡Te jodiste conmigo!!!” después de pedirle que nos viéramos.
Se supone que YO debería ser el ofendido no? Entonces díganme, porqué me dan ganas de volver a llamarla, pero más aún, porqué tengo tantas ganas de ser yo quien haga las choteadas?
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Nunca confies en Micky. El último viernes fuimos a la presentación del nuevo libro de Renato Cisneros. Aquí está el video, un poco tarde, de esa noche infiel. Sigan votando por una de las Plumas.