Siendo las 4:52 pm, llamó a mi casa un sujeto que se hizo pasar por policía. En mi teléfono, quedó registrado el número 98146-8720. Contestó mi madre; estaban solas, ella y mi hermana menor. El tipo dijo que yo estaba detenido en la comisaría, que me habían intervenido en un auto station wagon tomando drogas con cinco amigos más. El supuesto efectivo policial solicitó a mi madre mi número celular para saber cuál de los seis celulares que tenían en su poder era mío. Mi madre, ingenua, cayó en la treta y, habiendo conseguido mi número esos ladronzuelos, choros de mala concha, decidieron ir por mí.
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Yo, que todo el día estuve en la universidad (en teoría, secuestrado ahí adentro), volvía de almorzar con unos viejos amigos. Luego de eso me había quedado con dos de ellos, mi amigo periodista y mi amigo grafitero. El primero nos invitó a fumar: accedimos y se cumplía así la primera pista que el tonto hampón le dio a mi madre.
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El policía mentiroso dijo que me tenía a su lado y un chico dijo llorando “ayúdame, me han detenido” (imitar mi modo quinceañero de llorar ya era un mérito). Mi madre no sabía que yo estaba fumando pero, como sospecha que cultivo esas prácticas astronáuticas, creyó en los falsos comisarios, no sin antes reñirme por teléfono “¡con quién paras hijo, cuántas veces te ha dicho tu hermana que no andes con gente malograda!, ¡ya ves lo que pasa por desobedecer!”. Pobre mi madre, realmente la lastimó tremendamente la noticia de que su hijo había caído en una redada policial.
Inmediatamente, el tipo que hablaba con mi madre, la comunicó con el “Comandante” para que le dijera sus requerimientos. “Señora, ¿quiere que la ayudemos o no?”, dijo antes de lanzarle un chantaje a mi madre. Ella dijo “sí, sí, pero díganme si está bien”.
Todo fue cuestión de minutos.
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Por mi lado, a las 5:01 pm recibí un mensaje del número 98820-0934, que no leí en ese momento. Decía “FELICITACIONES, GANASTE UN BONO DE 250 minutos Mensuales… ¡VIVE LA PROMOCION OSIPTEL 2010. RECIBIRÁ SU BONO EN 60 minutos. MANTENGA SU EQUIPO APAGADO X 60 minutos”.
Un minuto después, a las 5:02 pm, me llamó un sujeto de un número privado dándome la buena nueva: que era ganador de una bolsa de minutos y que debía darle mis datos para confirmar la entrega. Dije en voz alta, para que mis amigos escucharan, “¡me vas a dar 250 minutos gratis, que tengo que hacer!”. Mis amigos rieron, uno se animó a decir que era floro, que me cobrarían luego. Pero me interesó más el efecto que causó en el cochino ladrón, mentiroso y perdonavidas: se quedó lelo durante dos segundos, larguísimos, ladrón que se respeta no está callado ni medio segundo.
Su nerviosismo demostró el engaño del que me quería hacer víctima. Volvió a pedirme mis datos, le dije que me esperase y le corté la llamada. El tipo insistió y le di el celular a mi amigo grafitero para que lo mandase bien lejos. Él contestó y le dijo sin más, “oye, ¿no me quieres chupar la wasa?”. Reímos, pero el sujeto insistió, pero ahora sólo timbraba. Me dio un poco de temor, pensé que podía haber estado clonando mi línea, o hackeandome.
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Ofuscado, el malhechor del teléfono confesó a mi madre que eran unos secuestradores, que me tenían atado y que si me quería rescatar, debía depositar la suma de 10 000 dólares en una cuenta bancaria para liberarme. Mi mamá escuchó mal y preguntó “¿500?”. El del teléfono respondió “¡esos 500 métaselos por el culo!”. O sea que encima de menospreciarme al pedir un rescate tan humilde, se puso bravucón con mi madre.
Nunca le perdonaré a ese bribón hijo de fruta, haber engañado y provocado el llanto de mi sacrosanta madre. Imaginar los 20 minutos terribles en que ella no se pudo comunicar conmigo, me produce una ira irreversible contra esa tramposa alimaña.
A las 5:12 pm, una chica me llamó de un teléfono público y me preguntó si estaba bien y dónde estaba: era mi madre. Apenas me preguntó eso, entendí todo. El aprendiz de raptor, había querido que yo apague mi celular por una hora para que mi madre, desesperada, al no responder mi celular, depositara en alguna cuenta bancaria los menudos 10 000 dólares americanos. Dinero que tampoco tenía.
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Pero esos tipos qué creían, que yo les iba a dar mis datos para que me ubiquen, o para que me clonen el número. Creyeron que yo, el rey de los posts que destruye su propia privacidad, les iba a dar mis números bancarios (cuentas sin fondo, claro). Que les iba a dar el gusto de que ellos me calateen antes que yo mismo lo haga. Qué creen, que yo no conozco sus métodos, que no he leído novelas de espías y hackers, que no me he ido entrenando en el oficio de engañar gente, de vender cebo de culebra, de contrabandear con mi propia vida. Me creyeron tan ingenuo y barato que me ofenden.
Algo sí es seguro, esos cabrones saben mi número de casa; lo buscaron en la guía telefónica. Por lo tanto, les sería fácil encontrar mi dirección. Eso me preocupa, me jode pensar que podrían un día tocar mi puerta. Espero que me encuentren porque tengo unas cosas que conversar con ellos. Otra posibilidad que se me ocurrió fue que me hayan encontrado por el blog. Si fue así, y están leyendo esto, envío desde aquí un saludo a mis queridos plagiadores, encomiéndense a Dios, putos, que ya los denuncié, pero antes que los agarre la policía, les enviaré un sobre cerrado con ántrax o los caparé por haber sido tan descuidados de haber hecho llorar a mi madre a los ojos de mi hermana menor.
Vengan por mí, no les tengo miedo. Después de aniquilarlos, este planeta será un poquito más habitable.
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Al día siguiente, acudí a la comisaría del sector para notificar la denuncia (sólo para dejar constancia). El teniente de turno (parecido a Porky) me atendió casi a regañadientes. Me hizo esperar sentado al lado de una chica joven, no mayor de 24 años calculo, de pelo castaño y tez blanca, lo que hizo la espera menos larga. Al levantarse un silencio entre nosotros, ella me habló, me preguntó qué hacía yo allí. Le conté un resumen efectista del caso. No se sorprendió y me contó una experiencia parecida que le había ocurrido a su vecina.
Me animé a preguntarle qué hacía ella allí. No me quiso contar mucho, “nada importante, un lío con mi enamorado”, dijo acomodándose el cabello detrás de las orejas. Llegaron los tenientes y cada uno fue a declarar los hechos ocurridos. Por mi parte dije lo que tenía que decir. Pero me llamó la atención lo que aquella mujer ojerosa, con las manos hundidas en las piernas, declaraba.
Su novio la había agredido. Un tal Joseph Chacón por lo que pude escuchar. Un maldito hombre que no ama a las mujeres, que las repudia y que, en su impotencia, no sabe tratarlas. Yo creo eso firmemente. La violencia (física y psicológica) se funda en la impotencia de no poder controlar a una persona. De no tener la capacidad de arreglar un problema con palabras. La violencia no se justifica en ningún caso, por eso celebro que aquella chica denuncie al tal Joseph Chacón Vegas, y digo su nombre verdadero para desenmascarar a este violentista, poco hombre y chanca-mujeres.
Era la segunda vez que asistía a una comisaría. La primera fue para denunciar el robo de mi bicicleta doce años atrás. Mi querido teniente demoró un poco en entender mi caso, en parte porque otro policía caminaba por los pasillos gritando “¡Sargento Gómez Huarcaya donde está!”.
Porky tampoco sabía qué delito me correspondía, si extorsión, estafa, chantaje u otro. Recordé que mi amiga abogada Lucía, a quien le conté el caso, me dijo que correspondía “delito contra la fe pública”, y como la ignorancia es atrevida, le dije que era tal delito, pero Porky hizo una mueca de sonrisa como diciendo “tú qué sabes, huevón, déjame hacer mi trabajo”.
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Quiero terminar esta crónica roja reflexionando sobre la preocupación de las madres. Comentando mi caso con unos amigos, me di cuenta que todas las madres caen al recibir una llamada de éstas. Ya sea por unos segundos, ellas se preocupan tanto que son capaces de cambiar su vida ahí mismo, por teléfono, para salvar la de su hijo. Sobre esto, mi mami sabe mucho.
Al salir de la comisaría me llamó otra chica, adivinen, quién más que Teni. No sé cómo se había enterado pero llamaba para preguntar cómo estaba. Le dije que bien y que no se preocupe, que de todas maneras cerrábamos esta semana anormal al lado de los subnormales que asistan al día del blog, y en lo posible haré todo lo que esté a mi alcance para robarnos algún premio, así me atrape la policía. Él cortó contento.
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Esta historia en una canción.
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Esta historia en una canción.
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Fotografía por :)gab(: