jueves, 21 de junio de 2012

La hora celeste

Yo quiero
peligros
extremos:
delirios
en cielos
precisos
y tersos
(Jorge Guillén)

Imagen por Lindseyy.

Imagino que amanece, que una chica está a mi lado. La miro desde un costado y su piel cambia a celeste. Es la luz que no termina de ser clara por sí sola. Necesita de su alcoba, de su sexo y su piel fina. Luz que es mínima ante ella, que no solamente arde, tampoco deja besarle ni sus labios ni su estrella.

Una por una, hundo mis caricias en sus sueños, abro la rosa con mis manos y dibujo su rostro con mis labios convencido de que el mejor amor es el que todavía no se hace. Procuro no cometer una torpeza y a la vez me pregunto en qué punto de su cuerpo encontrarla pero ella sigue y juega a las escondidas detrás de sus párpados. Quiere seguir durmiendo, así que la dejo libre, la suelto, la vuelvo a mirar y allí están sus ojos como dos lamparitas. Me mira, la descubro y cierra sus ojos otra vez.

No la miro, es más honesto decir que la vigilo. Tengo entre ceja y ceja a la Caricatura de lentes gruesos y gigantes, cabello corto y una terquedad que le suda por las patillas. Hace rato hablan muy cerca. Ella no aleja su rostro. La Caricatura no se percata de nada, lo veo ansioso, quería intentar algo, me pregunto de dónde habrá salido aquel advenedizo. No conocerlo me deja extrañamente tranquilo. Claramente ella coqueteaba, le daba pie al enano subido en la mesa. Lo abrazaba, lo tomaba del rostro, se apoyaba en sus piernas; ella, ella, ella. Parecía dominar la escena, ¿lamentaba no corresponderle? Es una maestra.

Pocos conocen el color del cielo cuando amanece. Todavía el día no se enciende, pero la piel vainilla de ella era fotosensible a ese momento celestial. Yo, que esa noche no cerré los ojos, la quedé mirando y sorprendido veía que su oreja izquierda, y lo poco que veía de su cuello, mutaba del azul añil de la noche a vestirse con el celeste intenso del cielo a esas alturas de la mañana. La frazada abrazaba su respiración y sus movimientos, pero su aliento enamoraba una y otra vez al viento. No suelo habitar en estas horas pero quiero buscar su rostro, quiero verla despertar, yo sé que no hay chica más bella cuando despierta que ella, se lo he dicho y no me cree. Quiero escribir un poema y la poesía ya vive dentro de ella, sueña con ella, gatea con ella. Quiero acercarme y, ¡hora de levantarse!, la alarma del celular derrumba el paraíso que nos cobija.

Todos escuchan el silbido que desvía las miradas en el bar Kekos. Voltean y acompañan al batutero de la facultad de Comunicaciones. Se inicia el himno que ha sido cantado en todas las canchas en las últimas dos semanas de olimpiadas Interfacultades: “¡Yo soy del cuervooo, la hinchada más grande, la que te alientaa por todas parteees. La que hace correeeeerr a esos cagoones, yo lo sabíaaa son maricooones!”. El bar es un infierno, compañeros y amigos en estado de putrefacción ligera deambulan y conversan del fin del mundo y de morir allí mismo. A mí, un dolor de garganta y una gripe leve me impide tomar helada la cerveza. Aprovecho y pongo en práctica mis poderes de Cupido, quiero unir corazones esta noche. Por ejemplo, ahí está José con Adriana. Sé que se gustan, los reúno en mi mesa y los dejo conversar. Me quedo solo un momento, ella me ve, está ebria y se acerca a mí. ¿Estás molesto conmigo?, me preguntó.

Estoy contento, mucho. Tanto que no puedo disimularlo. Respiro sin tregua, mi pecho late rápido, no sé qué me pasa, mi cuerpo no obedece. Le echo la culpa silenciosamente a las pelusas que dejan sus gatas cuando duermen con ella. Seguro soy alérgico, descubro. De pronto, señal que duerme, ella suelta unos ronquidos leves, los cuales escucho con curiosidad sin dejar de analizar cada fracción del ruido. En un momento, la empujo un poco con el codo. Basta moverla un poco para que deje de vibrar. Dormir con la nariz al cielo es lo que creo que origina sus ronquidos. Mi respiración espasmódica no cesaba, felizmente no sudaba pero mi cuerpo temblaba y la habitación a mi ritmo. Tuve que moverme y darle la espalda. Renacían sus ronquidos, la volvía a mover y nuevamente quedaba de costado. Dormía pacífica y yo la envidiaba. Si notó mi nerviosismo, creo que lo comprende.

Tú qué crees, le dije. ¿Por el agarre con Chito?, preguntó. Ya lo dijiste, respondí. Te juro que no me acuerdo de nada, dijo. Estuve con pastillas dos meses, no tomaba nada, la cerveza me chocó muy rápido, tú también me diste de tomar un montón, arguyó. No entiendo, si dices que no te acuerdas cómo sabes que te lo chapaste, te contradices, apuntillé. De verdad no me acuerdo, dijo. Nos quedamos callados. No le creo, sabe que no le creo. Le jode que la mire como si la odiara. Me jode que se ponga más roja que un tomate cuando nos cruzamos en la facultad. Ya no quiero fingir que no la veo: en las piletas, en la cafetería o en los simulacros que se han puesto de moda. Pensaba no hablarte nunca más, le dije. Nos quedamos callados. No entiendo para qué has venido, le dije. quería saber si estabas molesto conmigo, respondió. Bueno, ya lo sabes, dije arisco. Ella quiso irse. Besé a S la frente, es lo último que hago por ella. No quiero cuidarla más.

Beso a S las manos, está en pijamas. Estamos abrazados. No fue difícil aceptar su invitación. Me voy a quedar con ella, quiero mimarla un poco, quiero besarla más, quiero despertarla y que vaya a su clase de las ocho de la mañana. Me pregunta si ronco, le dije que no y la alivio. No le molestó cuando le advertí que me movía mucho cuando dormía porque ella dijo que también lo hacía. Cierra los ojos y no sabe que le hago el amor desde que la conozco, con la mirada, con las palabras, con mis besos que ha olvidado. Siempre pensé que la solución para esas lagunas mentales era despertar juntos, pero no se lo digo. Seguimos abrazados. Quiero decirle lo más importante. Sin embargo, ella, con un movimiento rápido, se desprende de mis brazos, me clava la mirada y ¿somos enamorados?, me pregunta.

Haz algo rápido que ese patín te va a atrasar, me dice mi amigo el gordo Batalla. Caricatura ha vuelto a atacar, ella lo llevó a conversar al fondo del bar. Eres libre, no tengo ningún derecho sobre ti, tú sabes que puedes hacer lo que quieres sin remordimientos, le dije antes. El gordo Batalla me dijo que conversó con ella y en su opinión debo ir a buscarla una vez más. Ella piensa que la odias, me dice Batalla. No te creo, gordo, le dije, eres mi amigo y lo dices para alentarme. Batalla no ha descubierto la pólvora, me ha dicho lo que me dicen todos, que la luche, que vaya, joda y joda, pero el gordo lo ha logrado, me vendió las mismas ideas en un envase distinto. Agarré la botella de ron, me serví un vaso puro y me lo sequé. No me importa lo que pase, camino directo a ella, que camina en dirección a Magda, su mejor amiga. Pero ella está ocupada con uno de los cachimbos. Magdalena no se quiere ir, aprovecho el momento y la cojo fuerte de las manos y le digo vamos. Salimos del Kekos, lo primero que hice fue besarla. Para recordar el sabor de tu boca, le dije. Nos besamos otra vez, sólo importa ese momento, nada antes ni después. Le digo que la llevaré a su casa. Me dice que no es necesario. Sus amigos la buscan, Felipe y la Caricatura vienen juntos a querer llevársela. Me presento ante ambos, Felipe me dice que le diga “Felp”, así que le pido diez minutos a Felp mientras la Caricatura se quita los anteojos, los limpia y sigue sin entender. Todo pasó rápido. Ellos insisten. Les pido cinco minutos, ya acabamos, les dije. Ella me apoyó. Le pregunté, celoso, por qué la Caricatura la busca tanto. Me dijo que no sabe, que la Caricatura le contaba que su novia lo dejó y ella lo consolaba. Pienso que la Caricatura es un pendejo y un sabido por usar la clásica excusa de la ex novia para agarrarse a mi chica. Me dice que igual Chito y la Caricatura “no significan nada”. Me lo ha dicho varias veces. Sigo molesto, pero ella voltea la discusión. En condicional, me preguntó: ¿y si a mí me jodiera que te chaparas a Viviana en año nuevo? ¡Tú me juzgas y haces lo mismo!, reclamó airada. Le digo que la chata Viviana no me importa, que sólo es mi amiga. Pienso inmediatamente en Magdalena: ella le ha contado a S lo que ahora sabe. Queda claro que esta noche nadie viste santos.

Llegamos a la esquina de su casa. pago el taxi y caminamos. Le prometí dejarla en su puerta y quise cumplirlo de no ser porque el ron me pasó factura y me dieron ganas de descargar el líquido y como no pensaba hacerlo en su calle, le pedí prestado el baño. Dijo que sí. Subimos las escaleras en puntillas para que sus tías no se despierten. Entro al baño, hago lo que tengo que hacer, lavo mis manos y salgo. Su sala está oscura, es el reino tenebroso de las gatas que pasean y lanzan rumor y donosura y encuentran el placer en las cortinas cerradas. La única luz venía de su habitación, escucho que remueve unas cosas y la veo salir. Es hora de despedirme. Viene con un chocolate Chocman en la mano. Para el camino, dico cuando me lo entrega. Alegre, la beso de nuevo. Esa barra de chocolate me calentará mientras espero el micro. ¿No quieres quedarte a dormir?, me invita.

Acepté acompañarla al paradero. Sus amigos iban adelante. Magdalena había salido del Kekos y apuró para que nos fuéramos. Ante las chanzas del grupo por vernos  juntos, le digo que debemos ir a la otra vereda para conversar tranquilos. La avenida universitaria está en refacciones, así que cruzamos a la otra orilla pisando los montículos de tierra. No escuchamos a nadie, sólo nuestras verdades. Llegamos al paradero tomados de la mano. Sólo restaba decir que la quería, habíamos discutido mucho y es tonto dar paso a los celos o recalcitrar en las mismas peleas. Nos sentamos en el paradero. La abrazo, me abraza. En voz baja, nos decimos te quiero. Ella me pide paciencia, que hace tiempo no está con alguien y que ha aprendido a hacer sola todas sus cosas. Yo acepto porque mi situación es parecida. Si ese fue el primer día con ella, creí conveniente no etiquetar nada, dejar que el viento nos lleve y nos traiga. Ninguno se acordó que los micros no iban a venir en ese paradero fantasmal, los amigos se cansaron de esperarla pero sólo Magdalena se acercó, tenía los ojos inyectados, quería dormir en casa y planeaba llevársela, ellas habían quedado en eso. Alejó a todos de nosotros, tomó el rostro de su amiga y le preguntó: ¿S, te quedas o te vas? Ella respondió: me quedo con él.

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Esta historia en una canción.

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