Yo soy el río.
Pero a veces soy bravo y fuerte
pero a veces no respeto ni a la vida
ni a la muerte.
(Javier Heraud, 1960)
Varías posibilidades saltan de tu mente cuando un chico extraño de pelo enjabonado y de casaca negra se acerca a pedirte ayuda al cierre de una jornada de sonidos tridimensionales, momento en el que sientes que tu aporte a la noche ha sido consumado y sólo quieres arroparte en una cama, la más cercana que encuentres.
-¿Puedo caminar con ustedes? –fue la pregunta con la que nos abordó un ser ambulante en la entrada de La Calle de las Putas. Cuadras abajo, abandonaría el mundo, raptado por una de ellas–.
La noche para mí, como un barco de piratas, había navegado de una isla a otra. No busqué estacionarme en una, sino arrebatar los tesoros de todas. Nada hacía sospechar que terminaría contando esto, y menos interrumpir la novelilla que venía escribiendo para compensar a Homer el Desamparado de esta forma quizá inútil y tardía.
Todo comenzó en la fiesta de Luciana, mi hermana menor, quien cumplió siete años, acaso una edad atractiva. Advertido de los niños revoltosos que poblarían mi casa, y como tengo genes ariscos a ellos, decidí ausentarme la primera hora de esta fiesta en la que no tenía mucho que ver. Al regresar, como me temía, tuve que ayudar en las labores domésticas de repartir panecillos y demás viandas a los invitados –vale recalcar, los niños- y a los papás de los invitados.
Como mi residencia no está preparada para tantas personas a la vez, y no había otro lugar, tuvieron que prestarle mi habitación al Payaso y su amiga asistente para que se cambien los trajes. Su show se dividía en dos partes o actos. En el primero, divertía a los niños con una serie de juegos truchos, pero, como payaso, le faltaba ser más cruel con los menores y eso no me daba buena espina. Fue muy benevolente al momento de asignar los castigos, concedía muchas “vidas” a los niños cuando debió expulsarlos sin contemplaciones al primer error (salvo a mi hermana que era la cumpleañera).
La segunda parte fue la Hora Loca, donde noté a un payaso menos acartonado que el anterior, como más feliz (activado con el reggaetón). El problema fue ese, que los payasos decidieron cambiarse de ropa entre el primer y segundo acto. Entraron a mi cuarto, cerraron con llave y por un lapso de largos 20 minutos mudaron sus ropajes y se maquillaron con mucha lentitud. Puedo apostar que usaron mi colchón para tener un sexo rápido y violento, practicado en cada hogar que pisan por el puro gusto de hacerlo, del que salieron inspirados para animar a los niños. Yo sólo estaba preocupado por las pertenencias más preciadas que tenía allí adentro: mi laptop, mis libros, mi pasaporte y mis ahorros para la entrada del concierto de Paul McCartney.
Acabada la fiesta, nos dedicamos a limpiar la casa rápidamente, a mérito de lo cual pude conseguir un par de soles más con los que fui al encuentro de Teni y Bruno. Los encontré sentados en la estrella del parque Osores, acompañados por botella de Cristal vacía que Tenicela pagó para que Bruno le contase su historia.
Los últimos sucesos eran desalentadores para él. Un día antes, Bruno celebró su cumpleaños en su casa, rodeado de sus amigos más cercanos entre los que me incluyo si la pequeña infidencia que contaré no se interpone. Alma, la ex que lo terminó por su falta de carácter y decisión, había prometido que saldría con Bruno esa noche, para celebrar su cumpleaños número 23. Horas antes, ella canceló todo con la excusa de que sus padres no le habían dado permiso. Bruno encajó el golpe y consiguió pactar la salida con otra chica, con la que buscaría agarrar en represalias a la malvada Alma.
Por su parte, Teni consiguió una fiesta en Lince, donde estaba su amiga Kimberly, a quien tenía interés de conocer para cerrar unos negocios turbios que tengo en mente. Lástima que Kimberly canceló a Teni y nos quedamos en el aire. Además, Bruno debía separarse de nosotros para recoger a Alexandra, su chica de rebote.
Una noche más solos, Teni y yo optamos por lo más sano: beber en las cantinas del Centro de Lima. El micro nos llevó a la sombría avenida Quilca, donde nos posamos en una de las librerías al paso para ver las novedades editoriales. Era noche de metaleros y las cantinas estaban cerradas, no pudimos entrar.
Dejamos atrás la bulla de esa indómita calle y llegamos a la Plaza San Martín. Un suave coqueteo de nuestra vista con ciertos bares claves –El Mirador, De Grot, El Directorio– no distrajo el objetivo de esa noche: el Etnias.
Cruzamos la Plaza en diagonal. Preguntamos al robusto vigilante de la puerta por el costo de la entrada. Cinco soles y la cerveza doce, dijo, no hay presentación de banda, pura discoteca nomás, añadió con seriedad. Entramos.
Tras cruzar el umbral, pisamos el hall, habían cuatro sillones rojos, sólo uno estaba ocupado por una chica que hablaba por celular. Detrás de ella, estaba la cara del último Jhon Lennon. En rigor, todavía no estábamos adentro. El descenso continuó hasta la barra de cervezas, donde la visión esquinada de la discoteca brindaba una perspectiva endiablada. Las pintas de las paredes eran una mescolanza entre reclamos ecológicos y arengas cerveceras. Un cuadro mostaza colgaba con las notas de “I want to hold your hand” de Los Beatles.
Introdujimos más las narices y llegamos a la “Zona Beach”, al costado de los baños, un ambiente completamente independizado de la discoteca, aunque dentro de ella, lleno de arena, donde encontré a Pachacuteq, un pinchadiscos que conocí una semana atrás. Pensé pedirle las sustancias prohibidas.
La clientela estaba compuesta por hombres con fachas norteamericanas. Un lema brillaba sobre las cabezas de todos: “Amor, Paz y Armonía”, era lo que había que hacer. En nombre de esos tres pilares, Teni y yo salimos a la pista, evadimos a otros danzantes y ensayamos unos pasos, yo con menos éxito que él. DJ Pachacuteq a lo alto, combinando los sonidos en el mixer, estaba acompañado por unos sujetos, de entre los cuales no se distinguía a la morena de oro que luego bajó a bailar con nosotros: los mortales.
Teni no quiso respetar la órbita de baile de cada danzarín y provocó un grosero acercamiento a la Morena Dorada, apenas vestida con un ceñido de cuerpo entero que llevaba los tres colores de la bandera etíope: rojo, amarillo y verde. La dama en cuestión se bamboleaba sin exagerar, estiraba su corto cabello entre sus dedos, sonriéndole al vacío, apropiándose con parsimonia de la pista, a la vez que la compartía.
Pronto advertí que tenía novio y jale a Teni del brazo, quizá salve su pellejo. Él me dijo que no pasaría nada, que los tipos eran buenos, que jamás se peleaban por chicas. Le respondí cholo, mejor no te arriesgues. Nos sentamos al lado de una cerveza abandonada. Esperamos un tiempo prudente a que alguien viniera a recogerla y nadie se presentó. Tuvimos que llevárnosla, escápamos al otro lado de la disco, al Etnias más discotequero, con canciones más rock-pop.
Una vez allí, tomamos asiento para beber la cerveza. Al ver a tantas chicas emparejadas, prometimos que esa noche no nos retirábamos si una chica no nos choteaba a cada uno. ¡Salud!, cerramos el trato. Hicimos una inspección rápida.
El ambiente era grande, tenía dos niveles, abajo la pista y arriba las mesas, donde estábamos nosotros. Debajo de nosotros, tres mujeres se divertían con cuatro chicos. Más allá, un chico ocupaba una mesa con quien seguramente sería su eterna mejor amiga, a quien él no tuvo los cojones de confesarle sus sentimientos y se conformaba a acompañarla a las discotecas donde la veía coquetear con otros. No había mucho más.
En el segundo nivel todo era más aburrido. Eran grupos de parejas visiblemente de base tres que habían salido a divertirse. Otra pareja se daba arrumacos en la barra. Detrás de nosotros, los asistentes bailaban allí mismo, a pesar del espacio que había abajo.
Acabamos nuestro trago de maracuyá reciclado y en vista que la buena carne estaba reservada, salimos a buscar lo que sea con tal de bailar el último rato. Habían tres muchachas no muy agraciadas que bailaban solas. “Ya qué chucha”, dijimos y les preguntamos cordialmente si bailaban con nosotros. Lo dudaron cinco segundos y aceptaron. Desde aquí un saludo a esas chicas malagracia, que no nos inspiraron ni las ganas de preguntarles su nombre, en todo caso, gracias por la compañía.
Acabó la canción y volvimos a la Zona Beach. Pedí hablar con Pachacuteq, quien me hizo pasar a su “oficina”, donde mezcla y lanzaba los sonidos. Pachacuteq es un hombre blanco sano y sagrado, de mediana estatura y barba hirsuta. Su aura misteriosa lo ha llevado a impulsar el “Pachamama Hatunfestival 2011”, un evento lleno de música y talleres de aprendizaje que se desarrollará en el Valle Sagrado del Cosco, como lo llama él. “En el día aprendes y por la noche te diviertes”, me contó el último DJ Inca sobre su Woodstock cusqueño.
Le pregunté a Pachacuteq si tenía la sustancia prohibida para que me invite en nombre de nuestra incipiente amistad, me dijo que no tenía. Le pregunté entonces si vendía, me volvió a decir que no. Luego me dijo que nunca vendía, que no consumía ningún alucinógeno. Le dije que lo comprendía, que estaba bien. Para cambiar de tema, le pregunté por quién votaría, me dijo que por Ollanta Humala, le pregunté el motivo. Es hora de un cambio, hermano, ya basta de los políticos de siempre, de la misma medianía, Ollanta es el verdadero cambio.
Yo, en cambio, le dije, iba a votar por Pedro Pablo, que de todos, me parece quien conoce mejor sus propuestas y, raro en un candidato, las puede explicar. No me trago, Pachacuteq, la moda del PPKuy, pero el cambio que buscas, no es el que propone Humala, él tiene un plan de estatizaciones de las empresas y de la prensa, por ende compromete la libertad del ciudadano, es un lobo vestido de oveja. No va a esperar a llegar a la presidencia, apuesto que en la segunda vuelta veremos al verdadero Humala, el de los gritos acalorados y las arengas sin sentido. Sin embargo, Pachacuteq, respeto tu voto.
Igual, para evitar que gane Humala, votaré por Toledo, le dije finalmente. Todos son la misma mierda, dijo Pachacuteq para zanjar la discusión y volver a sus rolas.
Volví donde Teni, que ya se quería ir, en vista de que las chicas lindas estaban cautivas. Acabamos la última cerveza y salimos del Etnias, dispuestos a volver otra noche. Enfilamos la retirada raspando el Hotel Bolívar, bajamos por Colmena, La Calle de Las Putas, que cobija diversos antros denominados “A-Luca-La-Barra”, donde los parroquianos asisten por unos pocos y nada baratos escarceos con mujeres de la vida desabrigada (muy dignas todas).
Teni se sorprendió al ver que las prostitutas que se ofertaban en las calles eran solamente mujeres, a diferencia de las de la avenida Arequipa. Lamentablemente, para el ojo del buen observador, estaban un poco acabadas, al parecer, La Colmena es la Calle de las Putas acabadas, revejidas, retiradas de las Ligas Mayores de la otrora avenida Arequipa, hoy ocupada por impostores de genitales compartidos.
Caminamos sin hacerle más caso al paisaje, estábamos aturdidos por la noche de sonidos tridimensionales y nos cogió un semáforo. De pronto, un joven de aproximadamente unos 25 años, trigueño, chato, apareció y nos preguntó si lo podíamos ayudar. Se acercó sospechosamente, pensé que nos haría daño. Extrañamente, Teni no corría, su actitud me tranquilizó.
El tipo estaba desamparado, necesitaba ayuda pero no me compadecí de él. “¿Puedo caminar con ustedes?”, preguntó el extraño aparecido. “Qué fue”, dijo Teni. “Estoy perdido, llévenme a Tacna para tomar mi micro, por favor”, rogó. “No te conocemos”, me apresuré a decirle para que no molestara. Teni me reclamó, me dijo que fui malvado, que llevaba cara de asustado, seguro sí necesitaba ayuda. No hice caso de sus argumentos, no es que huya de los extraños, simplemente no es mi rollo, no tengo la culpa que un tipo no pueda encontrar su paradero.
Además, ¿qué hacía allí tan tarde?, ¿por qué no fue antes a su casa viviendo tan lejos?, ¿y si estaba actuando, si sacaba una pistola en un momento inesperado? Era muy extraño y mil teorías despertaron en mi cabeza, no debía ser ingenuo, era de las pocas cosas que aprendí este verano en mi paso por la sección Policiales de un diario popular. Habiendo visto a la cara a muchos asesinos y ladrones de fuste, entrenado en desentrañar casos de bandidos y “peperas”, habiendo aprendido a desactivar bombas, creo que tenía cierta autoridad para alejar a Teni del extraño sujeto.
Pensaba en eso cuando llegamos a la avenida Tacna. El muchacho nos siguió, se puso adelante, se detuvo y buscó contacto visual. “Vivo en Los Olivos, acompáñenme a tomar mi carro”. Le iba a repetir que no, cuando Teni le dijo “Ok, ven con nosotros”. Sin saber lo que vendría, hice lo básico que hay que hacer con un extraño, preguntarle su nombre, su edad, sus señas. No parecía tener dotes histriónicos para engañarnos, así que si mentía se delataría solito. Si no mentía, aceptaría acompañarlo a tomar su micro.
“Homer, me llamo Homer”, respondió el desdichado. Nos sorprendió su nombre de poeta griego, incluso me despertó un rápido rapto de solidaridad, el que suelo tener con personas de nombres extraños (como Pachacuteq o el mío). El detalle lo escuchó una señorita mayor, una puta que se acercó sigilosa, lo escuchó decir su nombre, se le pegó, repitiendo su nombre tres veces: “¡Homer, Homer, Homer!”, vociferó con voz de bruja. Lo cogió de la casaca, le apretó los hombros y lo empujó hacia la oscuridad de la avenida.
Desde aquel altercado fugaz no hemos vuelto a ver a Homer. Teni me hostigó en el taxi de vuelta a casa, decía que Homer sería una carga para mí, para siempre. Es cierto que no olvidaré los ojos asustados de Homer, tal vez fui muy desconfiado con él, ahora creo que Homer soy yo. Escribo esto a modo de desagravio con todos los que, como Homer, poblamos el mundo en busca de un paradero sin poder encontrarlo y tropezamos con el indeseable y puto destino de siempre.
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Fotografía por lemper
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Este post en una canción
Reiner, hace mucho no disfrutaba tanto de leerte y cagarme de risa, hacia falta picara al escribir, si picara, que reune todos los ingredienets entretenidos y el final me llegó; es decir me llevo a la reflexión.
ResponderEliminarPor otro lado, estoy esperando de una buena vez, el desenlace de tu novela, en la que ha habido más personajes que candidatos al sillon presidencial.
Suerte y sigues escribiendo. Se puntal.
Un abrazo.
Renato.
Hola Renato, qué bueno que te haya gustado el post. Calculo que la novela tendrá tres capítulos más, a lo menos. Tengo que terminarla y luego la venderé al regateo en la Plaza San Martín. Saludos.
ResponderEliminarNo la vendas , cuelgala en internet =)
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ResponderEliminarEso sólo pasa en centro de Lima.
ResponderEliminarAlguna vez volveré a ver a Homer para pedirle perdón y beber una chela con él. Le pediré que me explique, y nos cuente a todos, cómo hizo para encontrar el camino a casa desde el Centro de la nada.
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