martes, 12 de abril de 2011

Al lado del camino (fin del viaje)

El destino tiene dos formas de herirnos: negándose  a nuestros deseos y cumpliéndolos.
Henry Frederick

A menudo la gente me toma por aventurero; nada podría estar más alejado de verdad. Mis aventuras han sido siempre casuales, impuestas, sufridas en lugar de emprendidas. Soy de espíritu inquieto pero no aventurero. Pues sólo existe una gran aventura y es hacia dentro, hacia uno mismo, y para ésa ni el tiempo ni el espacio ni los actos, siquiera, importan.


¿Estaré soñando? Me pregunto mientras camino en la letanía de un sueño. Avanzo a paso cauteloso entre flores y girasoles gigantes de un colorido jardín, de entre las sombras aparece ella, no puede ser, es tan real, la tengo tan cerca que tiemblo. Ella me toma de la mano sin pronunciar palabra alguna hasta el final del camino donde se ve el mar. Me abraza y yo a ella, con inmensidad que ahora nos separa, ella está llorando, y yo la beso, una y otra vez con ternura, con fuerza, quizás como nunca he besado a nadie. Luego me susurra de forma delicada: te extraño.

De pronto la voz Miguel de, me aleja del aquel paraíso ¡Despierta, ya llegamos! Me rehusó a levantarme, sin embargo, es demasiado tarde, ella se ha ido. Cuando abro los ojos estoy en medio de un camión de carga y un cartel luminoso: Caja Municipal de Piura.

Son las nueve de la noche y hemos viajado 138 kilómetros, desde que nos recogieron desde el último control de peaje, desde entonces hemos viajado como polizontes en la parte trasera de un carro de cebollas y verduras, el olor se nos ha impregnado en el cuerpo y sobre todo en la ropa.

Intercambiamos unas cuantas palabras con los sujetos que muy amablemente nos han cogido en medio de la nada, les doy la mano y nos despedimos. Estamos en medio de la ciudad y estamos tan emocionados como perdidos y nostálgicos, Miguel nos alienta, me da una palmada en la espalda y me dice, que es probable que mañana lleguemos a Sullana y finalmente a Máncora, nuestro último destino.

Uno sabe que ha llegado lejos cuando escucha a la gente hablar diferente que nosotros, los piuranos, hablan lento y pausado poniendo énfasis a las últimas letras que pronuncian. Mientras que nosotros para ellos hablamos cantando.

Me las arreglo para preguntarle a un oficial de policía donde queda el terminal de buses, él me dice ,que está a tan solo a cuatro cuadras de distancia, pero es recomendable que tome una moto taxi, Piura es peligroso y es mejor prevenir riesgo.

Por la recomendación del policía viajamos algo incómodos en un moto taxi, sujetando las cosas con fuerza, puedo observar que, efectivamente, es una ciudad peligrosa, más del noventa por ciento de robos se cometen a esta hora de la noche en motos particulares.

Una vez en el terminal de buses pagamos dos soles y cincuenta centavos para llegar a Sullana, ahí nos esperarían Iron y Harold, dos gemelos, amigos de Miguelón, que nos darían estadía, comida y sobre todo agua y una ducha fría.

Esperamos dos horas hasta que llegue el bus; luego nos sentamos en nuestros respectivos asientos, Salomé se ha sentado conmigo pero no intercambiamos palabras, y rápidamente soy vencido por el sueño.

Hemos llegado a Sullana, en el terminal de buses nos recibe Harold, han pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi, cuando vivía en Lima y soñaba con ser un reconocido chef, como a la mayoría de nosotros Lima destruyo sus sueños. Volvió a su tierra y aquí le va mejor, y no las ve negras (haciendo alusión a su tez).

Hemos llegado a Bellavista, fiel retrato de uno de los barrios más bravos del Callao, pero el más peligroso de todo Sullana, sin embargo, Harold, o el negro, como lo llamamos de cariño, se las arreglado para hacernos sentir en casa, con las cajas de cerveza que ha comprado para recibirnos, y por el seco de chávelo que ha preparado su mamá. Sin lugar a dudas, me siento como en casa, el papá de los gemelos desenvuelve la guitarra de su funda y nos deleita con canciones memorables, que me hacen sentir más peruano y extrañar Lima.

Nos hemos quedado hasta altas horas de la madrugada, cantado cuando llora mi guitarra, somos amantes, la mitad del repertorio de los panchos, y uno que otro vals ecuatoriano.

La noche es extremadamente calurosa, tanto que me he bañado dos veces y sigo traspirando. He decidido fumar un cigarro en la puerta de la casa, he encontrado a Salomé nostálgica y pensativa, junto a ella hay una cajetilla de cigarrillos que son la compañía perfecta para noches como aquellas. Entonces le pregunto en qué piensa, y ella en el viaje, mientras golpea su cigarrillo, pero sé que miente y no me cuenta todo.

Me siento a su lado, mientras tomo un cigarrillo, y después de golpear le pregunto, si no quieres hablar está bien te hare compañía hasta terminar el cigarro, y ella, no es eso, está bien, pienso en Rubén, me hace falta, necesito besarlo, llamarlo o verlo, pero esta a cientos de kilómetros de distancia, sabe dios con qué perrita, sabe dios en qué hotel, y yo, si es tanta tu urgencia, llámalo pregúntale como esta y eso sería todo, y ella, yo no puedo hacer eso, no que no, nunca he llamado un chico y menos en este estado, que irá a pensar de mí, y yo sácate de dudas y hazlo.

El problema estaba en que Rubén, efectivamente estaba con otra chica, aquella noche mientras hablaba con Salomé. Él como otros tantos estuvo enamorado de ella, pero la infidelidad, promiscuidad y dependencia de los estupefacientes que necesita Salomé para escapar de la realidad hicieron que la dejase, y ella nunca se recupero del todo.

Diario, 27 de Febrero 2011.
Todo lo que me ocurre, cuando tiene importancia, es contradictorio por naturaleza. Solía pensar que las soluciones para todas las cosas se encontraban en algún lugar en el exterior, en la vida como suele decirse. Cuando extendí los brazos en busca de que aferrarme, y no encontré nada, descubrí algo que no había buscado: a mí mismo. Descubrí que no deseaba vivir como lo hacen los otros, si no por lo que hago ahora, algo que es paralelo a la vida, pertenece a ella al mismo tiempo que lo sobrepasa; sólo me interesa lo que imagino ser, lo que quiero es decir lo que siento y pienso de forma libre sin la asfixia del día a día para vivir.

(…)

He llamado a Lima para saludar a mi madre, mi hermano, me ha sorprendido saber que, la mayoría de mis familiares comentan  y envidian mi viaje. Mi abuelo, ha hecho algunos arreglos y me  ha pedido de  forma muy prudente que durante mi estancia en Sullana pase a visitar a mi tía Flor, hija de tio René.

Horas más tarde después de aquella llamada he decidió visitar a aquellos parientes norteños, los cuales no he visto nunca en mi vida y me da ciertos nervios y curiosidad de conocerlos. Ellos viven en Ugarteche, que a diferencia de Bellavista es una de las zonas más pudientes de la ciudad. A mí llegada me recibe una hermosa señorita de unos 28 años, me pregunta mi nombre y el motivo de mi visita, mientras observo el impotente estudio de abogados que posee mi tía, le respondo que soy su sobrino de Lima, y que estoy de visita en la ciudad, que vengo de parte de mi abuelo, Pedro Cárdenas, me hace esperar unos cuantos minutos, hasta que soy recibida por ella.

Mi tía flor ha sido muy amable, me ha recibido como a un huésped de honor, me ha presentado a Carlos, su esposo, un señor hecho y derecho de su misma edad, luego de una charla para encontrar mi parentesco con su esposa, me invita a recorrer la ciudad en su Mustang blanco.

Luego del paseo, me invita a quedarme en su casa. En el almuerzo tuvimos una larga y ostentosa conversación, ella está admirada por la forma en la que he estado viajando, o al menos eso dice, me pide que me quede y que traiga mi cosas a su casa, que acondicionara un cuarto para mí, los días que me quede en la ciudad.

La idea me parece de lo más tentadora y acepto, el problema será como decírselo a mis dos amigos, pero pienso en recompensarlos llevándolos a Colán. Hablo con Salomé y decirle que pasare la noche en casa de mis tíos.

Por otro lado, Miguel y Salomé iban a una fiesta en una de las zonas más bravas de la ciudad. Aquellos días, me vida transcurría ente dos mundos, almorzando con regidores municipales y comiendo en “Don Carlos”, y tomando cerveza por las noches en Bellavista.

Gracias a mis tíos conocí Colán, y sus alrededores, disfrute la belleza natural de sus playas y me rompí el ojo con sus mujeres, definitivamente mi tío Carlos tenía razón las chicas más hermosas del Perú están aquí.

Mi último día en Sullana fue nostálgico y me costó mucho trabajo despedirme de mis primitos, a los cuales les había agarrado un cariño especial, y sobre todo de Gena la hermosa empleada de mis tíos a la cual nunca tuve la oportunidad de intimar con ella.

Nuestro retraso a la hora de partir se debió a la escapada de media tarde que se dio Salomé cuando estamos ya en casa de Harold, empacando nuestras cosas y hacer maletas rumbo a Máncora. Salomé había decidido tener una aventurilla con Jamir, un pueblerino con el que se acostaba desde su llegada a Sullana, lo que me causó molestia, no por celos, si no por retrasar nuestro viaje.

Debido a su aventura viajamos en la noche, y quebramos así la regla impuesta de nunca viajar a oscuras, fue así que tuvimos que cruzar caminado el puente de Sullana, tal vez la parte más difícil y peligrosa del viaje, mientras lo cruzábamos me encomendé a todas las vírgenes que conozco y recé como hacía mucho tiempo no lo hacía.

Por última vez estuvimos sentados por unas largas tres horas en medio de la carretera, esperando la voluntad de un camionero que se apiade de nosotros y nos deje en nuestro último destino: Máncora.

Quizás cuando habíamos perdido las esperanzas y pensábamos armar las carpas y dormir en un grifo, intento por última vez probar suerte y  “tirar dedo”, funcionó y conseguí un modesto carro que trasportaba comida para aves y se dirigía a Tumbes, pero nos dejaría en Máncora.

Recuerdo la expresión de satisfacción de Salomé y Miguel cuando llegamos a Máncora un lunes primero de marzo del mismo año. Reímos de emoción.

Máncora tenía una sola avenida, la Panamericana norte o  la avenida Piura, como se le llama allá. Máncora era Macondo y yo era Buendía, había encontrado mi lugar en el mundo, era el último rincón de libertad del mundo o al menos eso parecía cuando llegué.

Nos alojamos en casa de Aní Lu, una señora campechana de modales modestos pero de un gran corazón, nos brindo una cómoda habitación con tres camas, un baño y ducha fría, era sin duda el paraíso. Luego de instalarnos propuse una excursión de la zona, a lo que Salomé y Miguel, debido al cansancio de negaron rotundamente. No me quedo más remedio que bañarme nuevamente e irme a dormir.

La mañana siguiente paseamos por el boulevard de Máncora, quedé impresionado por los sombreros de paja, las artesanías, los puestos de madera, la estatua de un surfer en medio pero sobre todo de sus mujeres que eran en su mayoría europeas, australianas y estadounidenses.

Fueron los días más felices de mi corta vida estoy seguro, yendo a la playa en las mañanas, durmiendo por las tardes y paseando por las calles de noche, hasta que se nos acabo el dinero, y no habíamos conseguido trabajo. Aquella noche en la que nos quedamos sin comer, me llamó una amiga desde Lima, contándome que las clases comenzaban el lunes y que regresara cuanto antes a Lima.

Debido a aquella premisa decidí llamar a Lima y pedirle a mi madre que me mandase el pasaje cuanto antes para regresar. Desmotivados por mi pronta partida, Miguel y Salomé planearon mi despedida y me acompañaron a comprar mi pasaje a Lima que saldría en dos días.

Por aquellos días, conocí a Lagarto, un conocido Chaman de la zona, me reconoció en el acto y me convenció de conocer los secretos del Ayahuasca. Usó esta introducción: tú nunca debes buscar el Ayahuasca, él te encuentra a ti, pues esto no es un juego, es un viaje del que muchos no vuelven ; sin embargo, tú pequeño forastero llevas algo en la mirada que te produce dolor, una carga que no ha sido liberada, un vieja herida, tal vez un amor. No respondí.

Lo seguí hasta su casa a pocas cuadras de donde me alojaba, estaba lleno de cuadros de santos, velas aromáticas, espadas y calaveras. Procedió a llenarme de escupitajos de agua ardiente, me pasó un medio cuy marrón, se murió en el trayecto, luego pronunció unas palabras imposibles de repetir y me brindo una copa de Ayahuasca, la bebí y sentí una conexión con la tierra, mejor dicho con la pacha.

De pronto la habitación se tornó oscura, el chamán desapareció y de pronto vi abismos, extraños animales, lamentos y gemidos, rostros conocidos y llovían lágrimas del cielo, vi un enorme perro con aspecto de lobo que me aullaba a los lejos, de improvisto un hermoso león salió a mi rescate, y me pidió no tener que estaría cerca de mí hasta que yo logre espantar a mi gran temor. Seguí avanzando con un sendero de flores de colores, de pronto me embargo un terrible miedo, mi temor más grande era yo, lo demás es confuso borroso, solo sé que lloré mucho, y desperté arrojando y golpeando la pared.

El chaman me ofreció una colcha caliente y me dijo estas limpio del mal, eres un hombre nuevo, ve y regresa a Lima forastero que el verdadero viaje no estuvo nunca aquí, si no en tu regreso.

El día siguiente era mi último día en Máncora, para lo cual Miguel y Salomé me harían recorrer la vida nocturna y porqué es tan conocida esta parte del país, comenzamos en una de las discotecas del boulevard para terminar en School Sufer bar, con unos tragos de encima Miguel se pone espeso y su hermana no deja de tomar, son la misma mierda convertida en desgracia ajena.

Miguel quería que gaste todo mi dinero en alcohol, mientras consumía cocaína y fumaba marihuana, su hermana hizo lo propio y cuando quise probar me lo prohibió, me dijo, nosotros ya estamos cagados, no te cagues tú también, durante todo el viaje y desde que los conozco nunca los había visto así, endemoniados.

La seguimos en Coco loco a las tres de la mañana, al final compré tres cervezas más, por insistencia de Miguel, mientras abordaba a una italiana que me cantaba muy de cerca una canción antigua y pegajosa de Glewn Stephany, bajo el ritmo de la canción bailamos juntos, mientras me susurraba al odio “do you really love me?”, y yo le regalaba mi mejor sonrisa, por otra parte estaba Salomé bajo besos prohibidos debajo de una escalera, y Miguel parchándose en los baños.

Ni tres minutos después, Miguel me toma del cuello y me pide retirarnos sin darme oportunidad de despedirme de aquella extranjera, lo único que quiero es irme repetía, además los amigos de aquella chica te querían sacar la mierda y para evitar mechas te rescaté, me escupía.

Al pasar por un puesto de comidas, Salomé y Miguel insistieron pedirme algo de dinero hasta el regreso a casa, la gorda Dayhana, les había mandado dinero para aguantar el hambre un par de días. Bajo esa premisa y la amistad me hicieron creer en ellos, a pesar de haber escuchado balbucear al cerdo de Miguel: no le pagues.

Efectivamente una vez que llegamos a la me casa, no me dieron ni un sol, y me pidieron que espere hasta mañana, no me quedó más remedio que llamar a Lima y contar lo sucedido, y pedir dinero para poder comer hasta llegar a Lima. Me fui molesto de la casa, y casi toda la tarde la pasé en la playa con mis cosas, ellos trataron de disculparse conmigo, pero no me devolvieron  ni un sol, más que el dinero me duele más la traición, subir a mi carro, viajar por 20 horas hasta llegar a Lima, y esa fue la última vez que vi a los hermanos Gardos Barriga.


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Fotografía por reii
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