domingo, 22 de mayo de 2011

Carta a los amigos que perdí

Hay recuerdos que no voy a borrar,
personas que no voy a olvidar,
silencios que prefiero callar
Fito Paéz.
Imagen por pedromedeiros

Era una de esas noches frías, en la que ni una tibia cama podía abrigarme. No conciliaba el sueño. Un sentimiento de culpa me embargaba. Mi alma hablaba por mi cuerpo. Aún con la laptop prendida, una taza café y una media cajetilla por fumar, me senté a escribir, no una carta si no varias, a los amigos perdidos. A manera de disculpas o recuerdo. Aunque para algunos sea muy tarde o viceversa. Las teclas viajaron de lado a lado  y dibujaron el primer nombre.

Queridísima Ximena:
Hace pocos días, después de años sin hablarnos, debido a tu onomástico decidí romper mi silencio con una llamada, además de arreglármelas siempre para saludarte, aunque sea de forma indirecta. Fue grande mi sorpresa al saber que seguías teniendo el mismo número. Estaba  nervioso. No sabía bien qué decirte, o por dónde empezar. Probablemente, balbucearía y en mi desesperación te ametrallaría con tantas palabras que no entenderías ni jota de lo que hablo. Me mata el timbre de espera. Pensé: ojala me conteste la grabadora. Así fue. Escuché tu voz, el corazón me salto de emoción y nostalgia, seguías teniendo esa vocecita aguda y chillona que muchas veces me hizo reír. No sé si me alegró saber que estás de novia. Supongo que sí. A pesar que al novio ya lo conozco no le guardo rencor y lo recuerdo con simpatía. En realidad lo vi hace un par de meses atrás, una tarde en la que yo esperaba a mí chica de entonces, en la misma Universidad donde él también estudia.

Xime, siempre estuviste enamorada de él, aunque te decepcionó varias veces, y pasaron cientos de años y muchas peripecias para ahora estar juntos. Siempre consigues lo que quieres ¿no? Pero, remontémonos en el tiempo. Tú estabas sola. Creías necesitar un hombre, mejor dicho a un adolescente. La ilusión del amor. No sospeché siquiera vagamente que ese chico tímido, cuyo rostro no logro recordar era yo, seis años más joven, delgado, temeroso, cursi, aspirante a escritor y más soñador lo que ahora soy ahora.

Traté de hablar con la grabadora con mi mejor voz: hola Ximena, soy yo, Jorge Luis. Feliz cumple. Te llamo para saludarte. Conseguí tu número gracias a Bárbara, la única de tus amigas que, sigue siendo la mía, y que se entristeció mucho cuando terminamos y defendió nuestra relación, pienso. Espero que no te moleste esta llamada. Te llamo porque me voy de la ciudad en dos semanas y me encantaría verte. Si te provoca que nos veamos, llámame a mi casa  01-423-6099. Me encantaría saber de ti. Si no te mando un abrazo, espero que estés bien, te recuerdo con mucho cariño. Hasta Siempre. Me sentí bien al haber llamado. No dudo que notaste mis nervios y mi inseguridad. Detestaría que pienses: Es otra vez el pesado de Jorge, entrometiéndose en mi vida, para luego escribir de mí. Te llamé simplemente porque te extraño. Y no me atrevo a decirte que nunca más escribiré de ti, pensando en ti. Es lo que estoy haciendo ahora. Es mi tonta manera de decirte que, aunque no me llames y no hables más, siempre te voy a querer.

La mañana siguiente me levante temprano, quizás pensando que llamarías. Cuando sonó el teléfono era equivocado. No había ni un mensaje, ni una llamada perdida. Todavía no me has llamado. Sé que no llamarás. Por eso me he sentado a escribirte.
Recuerdo la última vez que te vi. Fue en la casa de Barbará, un par de años atrás. Como siempre estabas hermosa, más hermosa de lo que recordaba. Quise acercarme a saludarte pero te encontrabas al otro extremo de la sala, Solo intercambiamos un par de miradas y una sonrisa comprometedora. A tu costado estaba Diana, y no sé qué te habrá dicho de mí, pero  tuvimos un pequeño romance que no significo nada para ambos. Salí al jardín y pensé las miles de cosas que podría decirte, en realidad quería llegar a empujones adonde  estabas, llamarte a un costado, salir de la casa de Bárbara, tomarnos el café que no nos prometimos, conversar, pedirte perdón, reírnos y al finalizar nuestro encuentro me des un abrazo sincero con la promesa que llamaras después, al irte pagar la cuenta, prender el cigarrillo que tanto quise fumar desde que te vi, pero sé cuánto te molesta que fumen, o mejor dicho que lo haga yo. Te preocupabas por mi salud que es tan paupérrima como mi alma; y quizás nadie se ha preocupado por mí como tú.

Por dos años sufrí al ver que seguías con aquel tipo por el cual me cambiaste, el mismo de uñas pintadas de negro y converses del mismo color. Fanático de Nirvana, Diazepunk, Daniel F, AC DC, pero sobre todo de the Offsprings. Por pequeñez del mundo o esta ciudad, empecé a salir con una amiga tuya, o que lo era. Sin saber que yo ya te conocía, y bien. Hasta cierta tarde que, me contó sobre tus intimidades amatorias, y cada palabra que decía era como un dardo a mi englobado corazón. Rompí en llanto. Esa fue la última vez que la vi.  Aún me cuesta escuchar Queen sin pensar en ti.

Una vez finalizada tu relación con el “harcordcito” ese, creo que intentamos ser amigos, aún te preocupabas por mí, de cuando en cuando preguntabas a mis amigos cómo estaba. Yo seguía enamorado de ti, y tú ya no eras la misma. Me conformaba chatear horas contigo por Messenger. Empero, a veces te molestabas sin razón, tal vez por lo que nos había pasado, o por lo que te había hecho. Buscabas herirme e insultarme. Lo merecía, pero ya creo haber expiado mis culpas, por contarle a tu tía aquella vez que nos encontramos, yo estaba algo ebrio, me llevó a  su casa, le conté lo que nos había pasado, nuestras peleas, las cosas buenas, malas y nuestra primera vez. Nunca he llorando tanto como ese día.

Tú me llamaste una vez, posiblemente algo ebria y con el corazón destrozado por algún imbécil y me dijiste con voz sollozante: “Como quisiera que seamos amigos, que me des un abrazo, pero te odio, vete a la mierda” y colgaste. No pude devolverte la llamada. Estabas en anónimo y las ganas de responderte se perdían en el celular.

Luego vino Christian, con el que tuviste una relación plenamente física, basada en la atracción de los cuerpos, por eso  puedo entender que, sus ojos verdes te deslumbraron más que los míos, pero te aburriste de él y lo dejaste. Él, como yo, le costó recuperarse del vacío que le propiciaste. No obstante, con el tiempo volvieron a ser lo que tú y yo, no podemos: ser amigos. Es curioso pero una vez recordando una carta que me escribiste decía: “Si no soy tu novia, no quiero ser tu amiga”, tenias razón.
Sin embargo, me decepcioné cuando me contaron que te encerrabas en cuarto de Gonzalo a “escuchar música”. En las noches con sus amigotes alardeaba que te hacia suya, cuanto le diera la gana. Yo te pregunté de la forma más decorosa si todo eso era verdad. Quería que me mientas, que me digas que no. Pero no confirmaste ni negaste nada.

La última vez que nos escribimos fue gracias al complicado Facebook que me cree a raíz de una invitación tuya, no sabía que serías la primera que borraría de esa red social. Me contaste que tenías nuevo novio. Qué te había prohibido hablar conmigo y me odiaba. Se llama André ¿Acaso no era el mismo del colegio? Aquel que te ofendía y se burlaba de ti. Pensaba, aunque no podía ser él. Estaba saliendo con mi mejor amiga que, además era su ex novia. Tu romance comenzó cuando le escribiste al Facebook y él salía con ambas. Y le decía a ella que eras tú quien lo buscaba, además de estar trabajando para el Ministro de justicia con sueldo irrisorio, con la posibilidad de irse a UCLA, como siempre alardeaba de algo que nunca pasó. Pero sé cuanto lo quieres y le perdonarías de todo. Ahora estas de novia, y la próxima vez que te vea dentro de unos meses en el cumpleaños de la hijita de  Bárbara, serás  la señora Ibáñez. Espero tener el valor suficiente para poder hablarte. Yo te recuerdo como la primera vez que te vi y aún así, me parecías hermosa, con los frenillos de colores, cola de caballo, graciosa y flatulenta. Debes en cuando la mente toma por asalto los recuerdos de nuestros paseos, bromas, regalos, peleas, y reconciliaciones, aunque se pierden con el tiempo. El tiempo que necesitamos para ser amigos.

Recordado André:
El otro día me contaron que te casabas. Xavier, un amigo nuestro, me dijo que se encontró contigo, cuando salía de la sala de un cine, y  que, ambos conversaron por escasos minutos, mientras Ximena conversaba con su tocaya, como si fueran las grandes amigas que no son. Le contaste emocionado que estabas comprometido, ni él ni yo, lo podíamos creer. Quién pensaría que tú, el chico rompecorazones de la secundaria, se casaría con la chica que aborrecía y que alguna vez fue mi primera enamorada.

La primera vez que llegaste al salón de clases, me contaste que tu impresión sobre mí, fue la de un nerd, amante de las letras. Debido a que  Xavier y yo, discutíamos la autoría de un poema que había escrito yo para otra Jimena, el último día de clases, de primero de secundaria. Te presentaste con nosotros y no demoramos mucho tiempo en hacer migas, realmente quedé impresionado con las cosas que decías de las chicas, las playas del sur, el whiskey y los cigarrillos, yo te escuchaba atento. Sin embargo, debido a tu arrogancia y prepotencia con la que mirabas a todos por debajo de los hombros con aires de millonario acomplejado, por vivir en uno  distrito tradicional de la ciudad, no te daban ese derecho a menospreciar a los demás. En respuesta  Xavier, te apodo “pituquito huevón” sobrenombre que te acompaño buenos años en secundaria.

Sin darnos cuenta coincidíamos mucho en la forma en la que mirábamos el mundo, aquellos años de nuestra lejana adolescencia, tal vez por eso nos hicimos mejores amigos, inseparables, casi hermanos. Al punto de convencerte que formaras parte de nuestro taller de música folklórica, y sé cuánto odias el Perú profundo, pero lo hiciste por esa amistad que nos unía. Tú en cambio me enseñaste a golpear cigarrillos, hacerle nudo a las corbatas y vestir mejor. Adopté algunas palabras, poses y tics tuyos que, de alguna forma, me daba esa seguridad que nunca tuve. Al punto de que en algunas fiestas nos podían confundir de espaldas o perfil fácilmente. No debe haber chica en la época escolar que no se haya fijado en ti, Andresito. Por esa indiferencia con las que las tratabas y te dabas el lujo de ignorarlas todo el tiempo, más que por tu presencia. Es decir, con los años descubrí que ignorarlas es un gran estimulante para las conquistas, pero en aquel entonces no lo sabía. Hasta que cierto día aparecieron  Clarisa y Ximena, para cambiar nuestras vidas. Sin lugar a dudas, Clarisa me parecía la chica más hermosa del colegio. El problema surgió cuando ella se enamoro de ti, al igual que Ximena, y tú estabas enamorado de Chiara, prima de ella, y está a la vez  estaba de novia con Piero. Vaya enredo sentimental en la que terminamos metidos todos.

Clarisa y Ximena nos abordaban casi todos los recreos, mientras tú planeabas como deshacerte de Ximena, a quien odias por la única razón de que, la considerabas una niña llorona  en potencia, que te escribía cartas cursis y te acosaba cada vez que podía. Sin motivo aparente te alejaste de nosotros, y ya no querías estar todos los recreos con ellas y cada vez menos conmigo. Hasta cierta tarde de un sábado que te fui a buscarte a tu casa. Yo no había ido a escuchar tus cientos de historias y saber si eras dueño de media residencial como me dijiste. Yo estaba ahí para decirte que estaba enamorado de Clarisa y quería tu aprobación, tú te molestaste, dijiste que estabas confundido y que también la querías y cómo podía hacerte eso yo. Años después me sigo preguntando, si te propusiste conquistar a Clarisa, sólo porque a mí me gustaba, para demostrarme que eras más que yo, que a ti no te costaba nada conseguir las cosas que yo más deseaba.

Fue el día de su quinceañero que delante de todos la besaste, ilusionaste y me partieron entre ambos el corazón. En defensa solo atiné a decirte que no la lastimes, que ella no se lo merece. Me dijiste que no lo harías, que la quieres. Nunca estuviste con ella, y una semana después estuviste de novio con Yumiko, una hermosa niponcita que había nacido en el Perú y que había vivido casi toda su vida en el Japón. Ella termino contigo y volviste a ser el de siempre.

El tiempo pasó por nosotros y habíamos llegado al último año de secundaria. André, tú y yo, ya no hablábamos y lo hacíamos eran porque explícitamente necesario. Un verano atrás me encontré en una fiesta a Ximena, lucia unos hermosos rulos con el cabello suelto, y como sabrás yo me enamoré de ella tiempo atrás y supongo que ella de mí. Pero siempre le decía que sea mi novia cuando estaba ebrio, tal vez así disuadir de la realidad por si me lastimaba, fue lo más estúpido que hice en mi adolescencia.

Ella empezó a escribirme cientos de cartas, sus amigas también. Creo que fue la época más contradictoria de mi vida, ya que por un lado las chicas se fijaban en mí por cómo era yo, y no por tratar de imitarte, pero por otro lado, tú tratabas que los demás me dejaran de hablarme, querías aislarme por haberle dicho a todos que, eres un fanfarrón y mentiroso, que no tenias que mentir o alardear, para que la gente te aprecie por quien eres y no por esa imagen que quieres dar.

Mi mejor amiga, como muchas ingenuas se enamoró de ti, y tú la hiciste tu novia, la obligaste a que dejara de hablarme, lo cual me causo mucha tristeza. Había perdido a una chica muy especial, y solo me concentré en acabar el año y en mi inestable relación con Ximena.

El verano para la Universidad, dejaste de buscar a mi mejor amiga, nunca terminaste con ella,  nunca sabrás como sufrió por ti, las veces que la vi llorar en tu nombre, mientras que tú te preparabas para ingresar a la Católica. Ese año no ingresó ninguno. Yo seguía con Ximena, a pesar de nuestros altibajos y sus constantes depresiones, hasta una vez  me amenazo con cortarse las venas, si la dejaba.

Los años nos hicieron madurar y crecer. Empero, aún tenias revanchas por jugarte, volviste a ver a mi mejor amiga, a la que besaste de forma desaforada, ilusionándola de nuevo cuanto querías. Te odié por eso, mi relación con Ximena había acabado hacia un año, y no iba a dejar que jugaras con ella de nuevo. Sin embargo, meses después me enteré del divorcio de tus padres y el accidente de uno de ellos, sé cuanto te costó recuperarte, pero te conozco y sé que lo hiciste como siempre, Andresito.

Yo creía estar enamorado de mi mejor amiga, pero  tú  salías con ella y Ximena. Con los años comprobaste que más allá de la chica llorona de frenillos de colores se encontraba una hermosa mujer, que algún tiempo fue anfitriona de conocidas marcas, los años le hicieron justicia. Por otro lado  mi mejor amiga, ya no era la chica de figura cuadrada, sus primeros años juveniles le sentaron más que bien. ¿A qué querías jugar, André? Arrebatarme todo como siempre. Ella se dio cuenta de que jugabas con ambas. Se fue, la perdiste de nuevo. Ximena, era la opción más segura, a pesar de lo confundido que estabas, te atraía supongo el odio mutuo que me tienen. Como aquella vez en el parque Kennedy en la que se pasaron cerca de una hora para hablar de lo imbécil y patético que soy para ustedes.

La última vez que te vi, yo estaba bien enternado y fumando un cigarrillo, afuera de tu Universidad. Esperando a mi chica de entonces que, paradójicamente estudia lo que tú siempre quisiste y aun no puedes, no porque no lo desees, si no que aún no pasas a facultad, y si calculamos el tiempo, deberías estar en noveno ciclo o por graduarte. Yo, había llegado de mi primer día de trabajo como practicante de un diario de mediano  prestigio, esperando a mi chica para recogerla.

Me da mucho gusto saber que estas con Ximena, a la que hay que tener mucha paciencia, perseverancia y respeto. Y aunque sé que no estaré el día en que sean desposados y formen una nueva familia, quiero que sepas que les augurio un prospero futuro, pues sé que serás un gran abogado de éxito  y yo un gran escritor, como aquella vez, desde la terraza de un edificio en que jugamos a ser inmortales.

Ay, cuánto hemos cambiado Andresito, cuánto. Ya no somos los mismos: ni amigos, compañeros, conocidos, enemigos, ni nada. Creo de alguna forma que, nuestras vidas buscan la manera de entrelazarse, quizás nunca escapemos de la sombra dejada por el otro, como recordando que aún el destino no ha escrito el final.

Tierna Salomé.
A diferencia de los demás, a nosotros nos separo ni amor, desamor, tus adicciones, ni mis defectos, si no una suma irrisoria de dinero. Ahora me preguntó si eso realmente valía nuestra valiosa amistad. Lo dudo. No puedo negar que me sorprendió leer hace  poco un mensaje tuyo, en que me pedias perdón por lo sucedido, que me quieres y que siempre lo harás. Me agarraste por sorpresa, me llenaste de nostalgia y de alegría, además de recordar episodios y anécdotas del viaje más largo que he realizado, contigo y tu hermano. Entonces decidí escribirte, pero Facebook me había bloqueado por agregar a decenas de personas en pocas horas. Debido a que un arrebato de ira borraste a todos mis contactos, ya que te di mi contraseña para que subieras las fotos del viaje, y nuevamente me llené de cólera.

A veces me pregunto cómo surgió nuestra amistad, creo que fue aquella vez, que hiciste una reunión en tu casa, y me guardaste un paquete de papas fritas y me dijiste, pensé que tendrías hambre, me quedé desubicado, confundido y agradecido. O tal vez fue aquella vez, en la que nos quedamos a dormir Mario y yo, casi por todo un fin de semana en tu casa, y me trataste como a uno más de tu familia. Qué tiempos aquellos.

Por aquel entonces, estudiabas publicidad en un prestigioso instituto. Eras la mejor de tu clase, además ya habías terminado de estudiar inglés, tenías tantos sueños, metas y logros que no hacían que me sintiera orgulloso de ser parte de ti y de tu vida.

Sin embargo, llevabas una doble vida. La que nunca juzgue ni comprendí. Te perdías siempre en el sexo, alcohol, drogas. Muchas veces traté de hacerte entender que estabas perdida y que quería rescatarte, te vi llorar un par de veces y lloré contigo un par más, querías cambiar.

Tu inestabilidad emocional, tus constantes cambios de humor, la histeria de tu madre, tu hermano más perdido que el Niño Goyito y la desaparición de tu tía terminaron hundiéndote. Ya no llegabas a dormir a tu casa, siempre estabas ebria, con algún chico, haciendo qué diablos sabe dónde. Tu madre intentó internarte en el centro de rehabilitación, tus amigos se fueron alejando de ti y fuiste quedándote sola.

Aún no entendías la magnitud de tu problema, ni yo tampoco. Pensé que era una etapa tuya, hasta que cierta madrugada tu madre me llamó desesperada, te había dado una sobredosis y estabas internada en el hospital. Aquella noche, no pude dormir, lloré por ti, en que te habías metido ahora.

Con el tiempo, tu madre y tú hicieron las paces, y para desintoxicarte te llevó a Máncora con ella por todo un verano, el remedio fue peor que la enfermedad. Hablábamos de cuando en cuando, no habíamos perdido contacto, me contestabas con mucha gracia tus travesuras y desgracias. Yo te echaba de menos y prometí visitarte a tu regreso.

A tu regresó, me contaste acerca de Máncora, de los chicos, las chicas, las playas, las fiestas y la vida del norte. Yo por el contrario, te conté de mi ruptura con Malena, lo triste y decaído que andaba. Tu hermano, del que ni siquiera vale la pena hablar, nos propuso viajar a la aventura; es decir, mochileando desde Lima hasta Máncora, y aunque lo dudé cientos de veces, hice maletas y me enrumbe contigo.

Aún en noches como esta, Salomé, pienso en lo que dejamos atrás, los paisajes, los pueblos, la brisa, la aventura y la libertad, tu sonrisa, tu voz y tu compañía. Pero ya no estás más.

Un día antes de irme, mi madre me había depositado dinero para mi regreso, mis clases se habían adelantado, y tenía que partir, despedirme de ustedes. Así que una noche antes de volver a mi tan bizarra ciudad, decidiste enseñarme la vida nocturna de Máncora.

Así fue, tomamos cervezas y reímos. Tu hermano se puso pesado, y empezó a pedirme dinero prestado, y tú me decías que respondías por él, que me lo devolverías todo cuando regresemos. La seguimos en el Coco Loco, y decidí comprar más cervezas por qué creí que la situación lo ameritaba, a nuestra salida, nos dio hambre, y me pediste más dinero para comer, no me rehusé a prestarles, lo hacía por ti Salomé. Pero escuché murmurar a tu hermano, que no iban a pagar, y no tenía como regresarme a Lima. Al llegar a casa, no me devolvieron ni un sol, decías que se te había perdido la plata, que harías lo posible por devolverme el dinero pronto, que llamarías a Lima para que te manden un giro, mentira.

Desesperado y dolido. Llamé a mi casa, para costear un pasaje de regreso, mis últimas horas en Máncora, la pasé solo en la playa con mis maletas, y media hora antes de irme, se aparecieron en el terminal de buses, me diste un abrazo y me diste cinco soles, que tome porque los necesitaba, mientras el parasito de tu hermano me pedía mi guitarra prestaba en ese momento hicimos las paces, prometiendo que veintidós horas después, en otras palabras, cuando llegue a Lima, podría recoger el monto prestado.

Nunca sucedió aquello, me sentí traicionado, por ti más que por tu hermano. Me llamaste para acusarme de haber robado un shampoo, a lo que respondí: Salomé, no me pagues ahora ni nunca, ya no quiero saber nada más de ti.

Al cortar, supe que los días se pondrían amargos. Como todo roquero, tu hermano no se quedaría tranquilo y yo debería asumir sus represalias. Escribo esta carta que, te aseguro, nunca tendrás el mal gusto de leer, pues con ella me defiendo. Reclamaba lo justo, que es la forma en la que no me trataron desde que pisamos ese centro de comidas, que fue la forma en la que tu hermano planeó todo. El monto, claro, no me sirve para alimentar a una chica en una cita, y no siento rencores hacia ti por eso, no es necesario que me lo devuelvas, pero también es cierto que nada cuesta tanto como una traición. Aprendí eso con ustedes, que probablemente tú aprendiste al lado de otros.
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