¿Qué sucedió primero la música o las penas? A la sociedad le preocupa que los jóvenes jueguen con armas, vean videos violentos y que los absorba una cultura de caos. Pero a nadie le interesa que escuchen miles, literalmente miles de canciones sobre corazones rotos, rechazo, dolor, desgracia y pérdida. ¿Acaso escuchaba música ‘pop’ porque era infeliz? ¿O era infeliz porque escuchaba música ‘pop’?
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Morrisey me susurra a los oídos. Camino mientras recuerdo sus labios delgados en su larga sonrisa, sus palabras absurdas, sus movimientos caricaturescos y situaciones inesperadas todas entrelazadas entre sí. Todas dibujan el sabor que me ha dejado ella tras tomar el bus que la llevara a casa. Debí ir con ella. Debo llamarla luego. Será mejor esperar un par de días. O tal vez debo esperar que ella tome la iniciativa, reflexiono. Han dado las once y estoy rumbo a mi destino, dejo caer el cigarrillo consumido que sostiene mi mano derecha y mis pensamientos divagan una vez más hasta mi almohada.
Creo que me estoy enamorando de fotos superficiales en el Facebook, de mensajes texto inocuos, de actualizaciones de estado incoherentes, de mensajes irrelevantes en el teléfono, canciones cursis y tiernas. Quizás es la impertinente soledad que me había rodeado desde que terminé con mi enamorada. O quizás es producto de sumergidas noches solo, o simplemente sea el deseo de sentir amor.
Sin embargo, ahí está ella. La chica con rostro a pasado y fragancias de presente. Me había hecho sentir algo. Aún cuando me era extraño sentir algo. Compartir algo, intentar algo. Caminar con alguien. Comer con alguien. Sonreír con alguien. La extrañaba, la echaba de menos aún cuando no se había ido.
El viernes que quedamos en vernos llegué tarde. Ella llevaba casi veinte minutos esperándome, sentada con un libro en la mano, y en la otra un cigarrillo. Tenía la mirada perdida, y mi voz la guiaba hacia mí, aún no me había visto cuando le dije que estaba cerca. A lo lejos pude observar que se arreglaba el flequillo, a lo lejos se presentía lo nerviosa que estaba por verme. Ahí estaba yo, parado. Observándola, regalando mi mejor sonrisa y luego un suave beso en la mejilla.
No había venido a hacer una crónica .Había venido a verme a mí, sin embargo, no me lo dijo. Así que caminamos por calles, jirones y plazuelas recorriendo el Centro y desembocamos en la alameda Chabuca Granda. Me tomó de la mano y me llevó a ver ‘al hablador’, el río que alguna vez fue el ‘Rímac’ y suspiro.
-¿No es hermoso? Me dijo.
-¿Qué cosa?
-Esto, el río, el puente, la vista, el cerro.
-¿Cuál río? Sí no más que un surco y por cierto lo atraviesa un río de basura, la vista es de combis con tráileres y el cerro es como cualquiera de las decenas que hay en la ciudad.
-Hablas en serio, te parece sólo eso, dice ella. Frunzo el ceño.
Al comprender que su tono de voz había cambiado, atine a tomarla de las manos y decirle.
-Es broma, en realidad, no había visto lo ‘pintoresco’ que es.
-Oh, me alegra que lo entiendas, creo que al otro lado está el verdadero Perú.
Ambos guardamos silencio.
Creo que aquella noche, mientras observaba un río seco y el cerro con una enorme cruz de fondo, la fui conociendo. Cada vez que nos encontrábamos sabía un poco más de ella. Lo primero que noté fue quizás ese misterio que la embriagaba, su sentido lógico de la vida y sus ansias de justicia social. Su humor negro y su blanca sonrisa sarcástica.
Muy cerca de nosotros, apareció una señora entrada en carnes como en años, ofreciendo llevarnos al mirador de la ciudad por una suma irrisoria. Quería mostrarme experto, así que tome su mano y subimos al bus. En el trayecto, hablamos en nuestro lenguaje y nos entendíamos. Nos mirábamos y nos comprendíamos. Sin tocarla la toqué.
Mientras ella mueve la boca, observo sus ojos, que la hacen ver tierna, debajo de esos lentes rojos que le hacen ser sensual sin quererlo. Se quedó en silencio pues quiere saber de mí. Quiere conocer mi pasado, mis amores, mis sueños. Nuevamente quedé mudo. Quizá por temor de arruinarlo todo. De contarle que me enamore tres veces. Que la eche a perder dos. Que me fui de mochilero por el Perú para olvidar uno. Así que fui tajante y le conté cualquier cosa, trataba siempre de cambiar la conversación y que esta no torne a mí. Por primera vez en mi vida, no quería hablar de las cosas que había hecho.
Lima está a tus pies. Le susurro desde el mirador. Lima está a tus pies y tú eres su reina, le susurro lentamente, ella me pregunta sutilmente si puede abrazarme, y lo hace con fuerza. Ella levantó su mentón y me miró a los ojos por unos segundos. Yo la busqué. Tomé su cara con mis manos y le di un beso, un beso tímido, nervioso y lento. Luego, ella me besó de nuevo. Sus labios contra los míos, su lengua explorando la mía. Su pecho respirando cerca al mío y sus, manos desordenando mi cabello. Morimos en silencio.
Quizás fue después de ese instante que, ambos sabíamos que no nos pertenecíamos. Fue solo el instante que duró el beso. De vuelta en el Centro, nos sentamos en una banca, y ella me dijo que lo había estado pensando, que realmente le gustaba, le gustaba como era y cómo la hacía sentir, pero (siempre en vida sentimental están presentes) primero tenía que arreglar las cosas con su ex novio, quería aclararle que ella no es una chica que sale con dos chicos, no es de esas. Que la entienda y que no la juzgue.
Guardé silencio para decir que la entiendo. Me besó nuevamente. Me sentía consternado una vez más, desorientado casi arrancado del presente. No sabía cómo actuar o qué decir. Miró la hora de su reloj y me pidió que la acompañase, ya que vivía lejos del Centro, y el camino era largo. Te volveré a ver, pregunto. Ella me respondió, yo te llamo.
Esa fue la última vez que la vi. Los días siguiente, fueron de conversación superfluas en el Facebook, mensajes almacenados, y promesas de vernos pronto. Una de ellas, fue precisamente esta nota que ella escribió para mí, me etiquetó públicamente (en un acto que me alegró) y ahora cito.
“
Sé que quizás no mereces mis desplantes
Sé que quizás no mereces que te hable
Sé que quizás no encuentras en mi más calor del que buscas
Pero sé que hay algo más que puede hacernos sobrevivir a todo ello
No quiero evitarte, no pretendo hacerlo
Perdón por todas aquellas veces que sí parecieron
No quiero que te sientas solo o triste siquiera
Pero quizás busco una manera, no cualquiera, de estar contigo
Dices que me preocupo demasiado, pero quizás así vivo
Puede que no sea la mejor forma pero intentaré, por ti y por mí, que así yo te mantenga vivo
Pues no quisiera hacerte daño ni lastimarme a mi misma
Yo lo que busco es a alguien nuevo en ti
Ese alguien que llegó a mi vida una noche
Y que aún persiste en querer deslumbrarme con palabras
Quiero volver a escribir como ahora, y quizás como ahora, encontré motivo para hacerlo
Quiero descubrir si nos merecemos el uno al otro y sí…
Estaría dispuesta a hacerlo de la mejor manera
Quiero que seas esa luz, que mientras brille me guie en cada paso
Y si en cada beso, no funcionamos, hagamos como si nunca hubiera pasado
Comencemos de nuevo y así, quizás, encontremos un camino de vuelta
Hacia algo o un lugar más especial que esto, que todo esto.
Honestamente quisiera tener al chico que escribe que viva así conmigo
Quisiera que sean ambos la misma persona
No sé de qué dependa, pero quiero darte toda la confianza que tengo
Pues me interesaría encontrar que eres más que tus palabras
Y puede que todo ese quizás se convierta en un sí rotundo
”
Fin de la cita. Hasta cierta tarde en la que me llamó, me citó como siempre en el Centro. Está vez llegue temprano, y me dijo que le daba mucho gusto verme, y yo, a mí también. Pero había algo en su mirada que no lograba comprender.
Claro, ahora lo entiendo todo. Lo imbécil que fui. Sabía que estaría ahí siempre que él no le prestara atención. Me usó, me utilizó siempre y permanentemente. Soy un pobre diablo, sin duda. Fui su peluche parlante que la acompañaba como guía turístico. Ahora que lo pienso bien, no era tan bonita. Que se joda.
Sin embargo, cuando se quedaba en silencio atinaba a besarme, como si nunca hubiese besado a nadie, no entendía lo que estaba pasando, y me dijo, eres muy bueno para mí y antes que comenzara el discurso protocolar de la despedida no le pedí más explicaciones. Me fui con la poca valentía y dignidad que me quedaba.
Dos semanas después, estoy sentado en la misma banca, el mismo bar donde empezó todo. Me acompaña un viejo amigo, de fondo suena una banda desconocida que toca covers de los Beatles. Mientras mi amigo se sirve otro vaso de cerveza y yo le pregunto si el alcohol ayuda a borrar las penas de amor, él me responde que no. Pero saben mejor. Ambos reímos y brindamos por la próxima tormenta.
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