lunes, 10 de octubre de 2011

Apuntes de un guerrero caído


Como un ir y venir de ola de mar

así quisiera ser en el querer
dejar a una mujer para volver
volver a una mujer para empezar.
(Leónidas Yerovi, RECÓNDITA)

No sé si estoy preparado para escribir, o ustedes para leer, lo siguiente.

Imagen por El Comercio

CUANDO UNA VEZ le dije a una chica que la quería desde siempre, no quise decir para siempre

Recuerdo la primera vez que vi a la señorita aludida entrar tarde al salón 310 que estaba con las luces apagadas, el profesor proyectaba un video sobre la comisión de la verdad. Se sentó en el único asiento que quedaba libre, delante de mí. Yo la miraba adusto desde la carpeta de atrás, había llegado para taparme el panorama o nublarme la visión que casi es lo mismo.

Aquellas dos horas que conservo a retazos en mi mente ocurrió una serie de imprevistos que me incomodaron. El momento que volteó a preguntarme si había apuntado algo. Malo, le dije que no para deshacerme de ella. Cuando al profesor le ligó un chiste y ella soltó una risotada alharacosa que rápidamente reprimió. Sus movimientos al voltear a buscar a sus dos amigos. Mirar sus vaqueros gastados, su delgada chompa turquesa; su cabello, una catarata de hilos que iba a morir a sus hombros, el color de su rostro de vainilla; la sola mención de su nombre en la lista de asistencia. Al echar la vista atrás, aquella búsqueda rápida que hice de sus defectos creo que era una reacción natural ante lo que sería mi futura derrota.

Por supuesto que yo no existía para ella y no lo hice hasta muchos meses después. Ella salía de un examen parcial y quién más tonto que yo para esperarla turulato en la puerta, simular un encuentro casual y utilizar una boba excusa para pedirle finalmente su celular.

Cada vez que estuve en esa misma situación de inminente embobamiento reproduzco esa misma alergia a enamorarme y busco la quinta pata del gato. El amor a primera vista no existe. Valoro primero mi libertad y el amor te encadena, pero no quiero llevarlos por ese lado filosófico de la argumentación.

Más que un sentimiento, fue un sentimiento de fastidio, una molestia que se escondía y, por lo tanto, estuvo instalada desde siempre en mí. Así como una escultura está presente en el mármol antes de que sea esculpido por el cincel de un artista, así también se justificaba la expresión: te quiero desde siempre, que desde aquella única vez que la dije (y espero no volver a utilizarla) me ha intrigado y he analizado en muchas noches de soledad y silencio.

A mis 22 años, calculo rápidamente que no me debo haber enamorado en serio más de cinco veces, todas ellas sin mayor éxito. Siempre es raro preguntarme a mí mismo a ver, quién te gusta, y responder nadie. Quien dijo que el amor mueve el mundo, tenía algo de razón, si no es para encontrarme con ella, entonces para qué salgo a la calle, para que hago lo que hago si no es por ella. No digo que viva por ella, sólo estoy en permanente estado de alerta por si aparece al doblar la esquina o la veo sentada un viernes en el patio de la facultad.

Siempre me enamoro de mujeres que no me hacen caso, y quedo involucrado con las chicas que, palabra, no me interesan, preferiría evitar y de las que no me molesta escribir. De las chicas que de verdad me interesan he escrito poco. Qué se va a hacer, me faltan huevos, dicen algunos.

Admito que mi espíritu enamoradizo me ha llevado a no pocas dudas los últimos meses que vengo escribiendo una novela de mediano éxito. Ahora creo firmemente en las contradicciones. Una vez Alfredo Bryce dijo que él no sería escritor si no creyera en las contradicciones. Cuando defiendo una posición, es inevitable no pensar por un momento en el valor de la contraria: el derecho al aborto, el candidato a presidente, la existencia de Dios, etc. Lo mismo se aplica cuando te gusta alguien. Al primero que enfrentas es a ti mismo, te preguntas qué de especial hay en ella que no haya en otras, si acaso no tiene defectos como todas. Inmediatamente tu mente elegirá a las candidatas a sucederla en el trono de tus pensamientos.

Si te pasa como a mí, que no puedo deshacer a una chica de mi cabeza por varios meses o años, y no me explico por qué, no te preocupes. Sácale el jugo. Aprovecha a esa sola chica a la que idolatras para que no te vuelvas a enamorar de otra (como lo hacía el caballero Seiya de Pegaso, que era indiferente a varias flacas porque ya tenía a su diosa Atenas). Con un amor imposible, los demás ya no serán posibles. A menos que cambies de opinión, la chica con la que agarraste el fin de semana, y que es tal vez la más linda de la fiesta, no te causará el menor resquemor o duda si tienes claro que no quieres enamorarte más.

Pues bien, aquello mismo ocurre cuando disfrutas de una fiesta entre amigos y estás ebrio y ves el mundo de distinta manera. En una de las últimas reuniones de ese tipo a las que asistí y estuve ebrio la noche entera, mostrando la peor versión de mi alma deambulante y sempiterna, recuerdo haber conversado con, por ejemplo, Clarisa Moyano, estudiante de periodismo, como todos en esa fiesta, que vive una relación con un chico peruano que radica en la ciudad de Baltimore, ML.

Clarisa me repite en las clases de Periodismo Televisivo que odia a su novio por estar tan lejos. Como su novio es un gran amigo mío, le digo en broma que no se vaya a portar mal, que estoy vigilándola para escribir semana a semana un informe de ocurrencias que envío vía fax a Maryland. Me intriga saber cómo llevarán ellos su relación, apostaría que ella no tiene culpas si acaso sale en Lima con otro chico. Está bien, ella es libre.

También me junté a Tracy Chávarri, una chica de ojos verde-grisáceos que esconden varios misterios y un pasado amoroso que todavía no me atrevo a preguntarle. A nadie le puede confundir que su recatada forma de vestir o sus ganas de pasar toda la fiesta en una silla, conversando, fumando y tomándose unos tragos la hace una chica aburrida. Al contrario, ella aguardaba la llegada de sus amigas y de varios cazadores, mas nunca la he visto con novio.

A Tracy se le vincula con un tipo que también estaba en la fiesta. Cuando le dije que se notaba que ese chico la quería conquistar, ella se reía, negaba y agregaba: “si se va con la primera fulana que aparece”. La fulana mencionada era la chica más guapa de la fiesta: una rubia apretada y encorsetada de morado. Lucía un bronceado ganado recientemente en las playas de Sitges. Él la escuchó y se volvió a decirle: “¡Qué va a ser!, si mi novia es el doble de esa gringa”. Y tiene razón, le he comprado libros a su novia y para no decir menos: es cien veces más guapa.

Me acuerdo también de Alessandra, que hace poco tiempo se vio involucrada en un trío amoroso en el que no quiso nunca estar. Un periodista deportivo salía con ella y con otra a la vez. Tras enterarse de ello en una borrachera en los bares del frente de la universidad, decidió volver a su casa herida. El periodista habló con ella, le pidió perdón, ella no lo perdonó completamente y la prueba es que en la fiesta lo buscaba con la mirada y cuando cruzaba palabras era para decirle una que otra frase encendida que el periodista sabido respondía atizándola más.

Estuve en la puerta de la fiesta cuando llegó Grazzia, otra chica deslumbrante. Cualquier reunión a la que asista, siempre es de las más bonitas, como se dice: rankea. Tiene los rulos más largos y bien cuidados que he visto. Apenas la vi con un tipo a su costado, tras saludarla, le pregunté si ese plomazo era su novio, con esas palabras, sin anestesia. Coqueta, soltó una risa blanca y me dijo que sí. Su novio volteó, me lanzó una mirada desconfiada y. como un perro de presa, no me soltó. Por supuesto, un poco picón, seguía susurrándole al oído de Grazzia unas cuantas diatribas contra él. Ella sonreía más con mucha correa de periodista.

Micaela es otra amiga de la noche. Después de dos fiestas sin poder bailar con ella, y habiendo cruzado ríos de mensajes de texto, me animé a practicar unas vueltas con ella en el preciso instante que Clarisa, Tracy, Alessandra y Grazzia bailaban con sus respectivas parejas pertenecientes a esa secta viperina que es la juventud del periodismo peruano. Animados, practiqué varias piruetas con Micaela, cuya risa dudosa me hizo pensar que no le gustaba nada lo que hacía. Así que le dije:

– ¡Está muy buena la fiesta!
– ¡Gracias!... ¿y ya cayó alguna? –preguntó curiosa, tras haber yo inquirido a las demás por sus estados amoriles, ella era la primera que se interesaba por el mío–.
–Ja ja, bueno fuera –dije, la verdad, sin negar ni afirmar–.
– ¡Pero si hay muchas chicas!
–Ninguna como tú –dije y tropecé con mis propios pasos.
–Ya, no mientas –me contuvo, que te he visto bien cariñoso con Tracy.

Quería responderle y yo te he visto cariñosa con Zutano y Mengano, con el chinito, con el catalán y con el dueño de la casa. Pero tal vez pecaba de suspicaz y hubiera sido muy duro. Tuve que controlarme y cerrar el pico por única vez en la noche.

–La verdad es que no me interesa ninguna. Si pudiera acabar esto e irme contigo no dudes que lo haría –le dije a Micaela, al parecer la asusté porque se fue a bailar con el cumpleañero, con quien ha sido vinculada en los últimos comentarios en las redes sociales–.

¡Bah!, y por qué me hago bolas, me preguntaba resaqueado al día siguiente. Cada una de ellas tiene una historia diferente, un recorrido distinto en el camino del amor, algunas bien recompensadas, otras desagradecidas y maltratadas por el destino. Las historias eran tantas en esa fiesta que uno siente empequeñecidos sus problemas sentimentales.

Imagen por revolution11com


En un momento de la noche llamé a Lucía (la protagonista de la novela que me engaño escribiendo y viene llegando a su desenlace) con el celular de mi amiga Viviana Dallas, ya que no me contesta las llamadas cuando ve mi número palpitar en su Ericsson. El sonido ambiental de la conversación con Lucía me dio unas primeras pistas del lugar donde estaba: una fiesta. Ella me aseguró que era una discoteca del boulevard de Los Olivos. Me sorprendió, siempre tan exótica esta chorrillana, pensé de inmediato.

–¿Pero quién eres? –pregunta ella–.
–Eso no importa, quiero verte.
–¡No puedo y no quiero!, ¿Tiger? –dijo, me molestó que me llame como a su ex novio, que haya olvidado mi voz, pero a eso me expongo cada vez que hago llamadas de otro celular y no me presento–.

Sus gestos despertaron la incomodidad de un amigo que estaba cerca y le quitó el celular. Quién es ah, oí que le preguntaba el gandul a Lucía. No sé, respondía ella. Así que quiso zanjar el asunto como abogado metiche que es. Yo esperaba armado en la línea.


–Con quién hablo, cómo te llamas –me dijo–.
–Quién eres tú que me preguntas mi nombre –respondo altanero y alcoholizado–.
–Me llamo Roberto Rojas, ¿y tú? –transmitía seguridad, era un rival de fuste–.
–Cómo estás, Roberto, yo me llamo José Paolo Guerrero y quiero hablar con Lucía.
–Ja ja ja, ¡dice que es Guerrero! –es buena señal arrancarle una sonrisa al enemigo.

Supongo que Lucía estaba mirando al idiota de Roberto, su amigo o quizá algo más. Por la disparatada identificación que había dado, calculé que ya había pensado en mí como probable autor de la llamada.

–Vamos, yo le paso tu encargo, dime, qué se te ofrece –se entregó el idiota–.
–Quiero invitar a Lucía a la celebración que haré, acabo de meterle dos golazos a la selección de Paraguay.
–Sí huevas, yo le digo, ¿algo más?
–Sí, ojalá que en persona seas tan gallito como por teléfono, abogado hijo de puta.

No sé si me escuchó, Lucía le quitó el celular. En ese momento Viviana Dallas me riñó desde lejos por gastarme el poco saldo que le quedaba.

–¡Tiger, ya te he dicho que no me llames!
–Lucía, se corta, te mando un abrazo. Espero verte pronto.
–Espera, no me vas a dejar así.
–Lo siento, sólo dile al rechucha de tu amigo que le queda poca vida.

La llamada se cortó. El saldo se había terminado. Lucía nunca me reconoció.

Así, podría mencionar las charlas con anónimas, por ejemplo, en la cola para el baño, las miradas en la pista de baile con tres chicas más o los saludos chapuceros a las extranjeras que pulularon por allí y, me daba rabia, eran acosadas por bricheros amaestrados. Por mi parte, todas esas seducciones fueron hechas por el puro gusto de joder, de probar los poderes de conquista que la cerveza se encarga de despertar en mí.

Las fiestas son la mejor prueba de que el amor no existe, sólo el cariño sino efímero. No te puede gustar una persona cuando conoces a varias más que interesantes. Para qué te vas a encaprichar con una única chica si hay, como está dicho, muchos peces en el agua. En vez de entristecer, hay que agradecer que la existencia de las chicas imposibles permita olvidarlas a su vez saliendo con otras.

Si te sentías bendecido por haber conocido a la “mujer de tus sueños”, ahora siéntete blindado, nadie volverá a hacerte daño. Eso sí, recuerda, cuando vuelvas a estar frente a la chica que te puede cambiar la vida lo mínimo que tienes que hacer es rebelarte y resistir estoico a los encantos que despliegue para dominarte. Porque es inevitable, más temprano que tarde, ella, esta o aquella te vencerá gloriosamente.

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Esta historia en una canción de barra.



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2 comentarios:

  1. jajaja qué lío tu vida.

    Clarisa Moyano es libre, ciertamente, y elige odiar a su novio porque quererlo a la distancia hace las cosas más difíciles... Pero cuando llega a verla, no duda en darle vuelta, como debe ser. Yeah... you didn't wanna know, but now you do ;)

    Abrazo.

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  2. Apoyo y quiero a mi amiga Clarisa Moyano del Perú porque le pone su sazón para extrañar a su chico de Maryland. Pero sobre todo porque sabe compartir sus meriendas después de las clases de Televisivo donde todos terminamos cansados y con hambre de cerveza. Salúdamela si la ves por ahi, conycontratodos. Abrazos.

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Aunque sea una carita feliz... )=D