viernes, 31 de agosto de 2012

El país de tus sueños

Imagen por (Loli)

La noche anterior a su llamada él tuvo un sueño. Corría por los exteriores del aeropuerto, subiendo y bajando escaleras para llegar al área Internacional sin aliento. No sabía a quién esperaba pero estaba, más que agitado, nervioso. No podía diferenciar el rostro de quien esperaba entre el mar de gente. Hasta que del gentío apareció ella que caminaba hacia él, entonces lo supo, ello lo esperaba, tenía algo de estirpe dividida, vestida de humano. Se mantuvieron callados por un instante, luego se quedaron fundidos en un abrazo, pero él seguía sin poder reconocer su rostro contrastado por las luces que aclaran y ocultan su faz. El sonido de un mensaje de texto la alejó de nuevo, era otro anuncio publicitario. Volvió a dormir, esta vez sin soñar ni recordar nada.


Aquel domingo era el último antes que empezaran las clases, así que fue monótono y rutinario hasta que una llamada telefónica lo volvió a despertar, pensó que era otra promoción, así que dejó sonar su móvil por un pequeño rato; sin embargo, era su amiga amiga del otro lado del teléfono, tanto había pasado desde la última vez que se vieron que casi había olvidado su voz.
-¿Te desperté?, se escucha el susurro al otro lado del teléfono.
-Que no, que no. ¿Y ese milagro?, se escucha soñoliento.
-He llegao hace un par de días a Lima y quiero contárte todo, más aun que estoy enamorada. Pero no creas que me he olvidado de ti, te traje unas playeras, un sombrero de escritor como los que usaba Neruda y una bufanda. Quizás los uses cuando salgas a la calle.
-Sí pero aquí aun hace calor.
-Ya no m eimporta, vienes a buscarme. Quiero verte, te he echado mucho de menos.
-Tu noticia me ha sacado de cuadro, pero va. ¿Qué hora es a todo esto?
-Más del medio día, dormilón.
-Bueno, deja que me bañe y voy para allá, ¿te apetece que almorcemos juntos?
-Sí, pero es que ya he quedado, pero estaría bien si vienes después del almuerzo a las cuatro o cinco, sí cinco, mejor.
-No se diga más, a las cinco entonces. Nos vemos, un beso.

Había pasado casi tres meses desde que se despidieron en el aeropuerto, aquella vez lo acompañaron Reiner y Piero, ella se iba de viaje por primera vez a los Estados Unidos en un programa de intercambio estudiantil, él siempre admiró ese espíritu aventurero que caracterizaba a su amiga. Siempre con una sonrisa pegada a los labios, siempre tan llena de vida. Aunque había algo diferente en su mirada, él la abrazó con fuerza para que parte de él viajase con ella, porque sabía que ella no sería la misma a su regreso, sabía también que ella viajaba para olvidarse de un viejo amor.

Uno, dos, tres pasos para llegar al intercomunicador. Toco, llamo a la puerta y esta se abrió, subió las escaleras mientras iba poco a poco recordando sucesos ya olvidados como auqella tarde en la que él venía del cine con Malena y leyó un mail donde le contaba que Wisconsin era una ciudad tranquila, llena de tiendas baratas donde encontraba ropa de tres dólares, parques temáticos y que nevaba como en las películas que alguna vez habían visto juntos, pero sobre todo que había conocido un chico que le atraía como nadie lo había hecho antes. Un tal Sergio, el único impedimento es que él era de Trujillo y que estudiaba en Piura, pero ese inconveniente lo resolverían después, ahora estaba enamorada de él y eso es lo único que le importaba.

Ahora Jorge estaba en el umbral, esperando a que Blue le abriera las puertas de su amistad. Cuando la vio, la abrazó por instinto y ella a él, ya no era la chica fría y dura, de ojos de plata y mirada azul, aquella que le costaba demostrar sus emociones a él, quien había sido siempre su único y verdadero amigo.

Lo llevó a la sala y le enseñó las tres maletas llenas de ropa que se había traído, entre ellas las playeras que le había prometido, Jorge no supo cómo reaccionar pero estaba emocionado no por el regalo, si no por la molestia que se tomó de pensar en él, cuando él se había alejado mucho de ella por la relación tormentosa que tenía.

-¡Ahora podremos salir los cuatro!, exclamó contenta su amiga.
-¿A qué te refieres?, preguntó él.
-No te hagas pues, ¿que tal va tu relación con Malena?
-Bueno, no te he querido contar nada, pero terminamos hace meses y también viajé por todo el norte del país mochileando, fue increíble.
Qué lindo. Pero ya quiero que conozcas a Sergio, sé que te agradará, yo le he hablado mucho sobre ti. Ya te conoce sin conocerte.
-Vaya, qué privilegio.
-Nada, tú eres mi mejor amigo y tienes que conocerlo. Punto.
-Sí, normal, pero no tomes las cosas demasiado rápido.
-Jorge, hemos convivido un mes, pagábamos juntos la renta.
-Anda con calma, Blue.
-Como sea, mira las fotos del viaje, ¿no salgo linda?, mira, es él, el que tiene zapatillas grises y la camisa blanca. Esta fue la noche que lo besé por primera vez.

La tarde pasó entre risas y conversaciones bizantinas. Le enseñó varias fotos de Sergio y le confesó que pospuso su viaje dos semanas más por irse con él a Chicago. Jorge nunca había visto a su amiga de esa forma, con un brillo en los ojos únicos, que él ni otros nunca pudieron lograr. Todas las oraciones terminaban con “pero a Sergio le gustaba más tal cosa”.

Cuando se despidieron, hicieron la promesa de viajar ella a Trujillo y él a Lima para verse. ella, por otro lado, estaba emocionada de juntar a los hombres más influyentes en su vida, su mejor amigo y Sergio.Ya que el padre de ella había viajado hace muchos años a Europa y el contacto con él era cada vez menos, lo que hizo que la relación entre ambos decayera notoriamente. En casi todos los momentos difíciles, Jorge, su mejor amigo, siempre estuvo con ella.

Fue un viernes en la tarde en la que ella y Sergio tocaron la puerta de Jorge, éste los recibió y les ofreció algunas bebidas. Conversaron por escasos minutos. Aquellos breves minutos fueron suficientes, para que Segio y su amigo saquen conclusiones uno del otro. Sergio pensaba que su amigo era un tipo de lo más simplón que trataba de parecer un “sabelotodo”, mientras que para Jorge, su novio no era más que un chico pedante de una universidad del Opus Dei que soñaba con vivir en Lima. La tensión en el ambiente era disimulada ante los ojos de ella.

El motivo de la visita era pedirle un sleeping para su enamorado, y este se lo dio sin objeción por ella, por su amiga. Ambos celebraron aquel encuentro con unas pizzas. Se despidieron con un fuerte apretón de manos y a ella le dio un beso en la mejilla. Así fue la última vez que lo vio.

Mientras la relación entre Sergio y su amiga crecía y se hacía más fuerte, Jorge fue desapareciendo otra vez de la vida de ella, claro que de vez en cuando se ponían en contacto y hablaban lo necesario para saber del otro. Sergio iba y venía a Lima y ella se fue a hacer un estudio de campo a su ciudad, que también podría haber hecho aquí, pero es que ella lo amaba con desmesura. Y se comunicaban por medio de las redes sociales y las redes privadas de telefonía móvil.

Había veces en las que Sergio se sentía asfixiado por las constantes llamadas a deshoras que hacía su novia para preguntarle siempre si estaba bien y cómo le había ido en el día. Y fue uno de esos días después de desaprobar Legislaciones Jurídicas que él se desquitó con ella. dos horas más tarde habían terminado por teléfono.

Ella era un mar imparable de lágrimas. No entendía la razón por la cual Sergio terminaba con ella. Es casi probable que sea la desconfianza e inseguridad que tiene él de ti, fueron las palabras de Jorge cuando su amiga lo llamó llorando y él prometió verla después de clases y pasar por su casa.

Era la segunda vez que la veía llorar por amor y ninguna fue por él. La abrazó con fuerza y dejó que se desahogue brevemente, Jorge le aseguró que volvería a llamarla, que la mayoría de chicos son algo idiotas, pero su expresión cambió cuando le contó que las inyecciones que utilizaba para tener relaciones le habían causado ciertos cólicos menstruales y malestar. Sin embargo, Jorge sabía que de alguna forma ella le decía los reclamos que no se atrevía a decirle a Sergio.

Me siento atado de brazos, no puedo hacer nada que tú no quieras. Pero también sé que estás dispuesta a volver con él, le dijo Jorge a su amiga, ella guardó silencio. Reiner, que de traiciones sabe un poco, me aseguraba que Sergio siempre tuvo otra chica en Trujillo. Estaba clarísimo. Las relaciones a distancia no funcionan. Todos tenemos necesidades y un hombre no espera cada tres meses para estar con una flaca, opinaba Reiner, que de esto sabía un poco como se recalca. Él también lo vio una vez, en una fiesta que la feliz pareja abandonó temprano, pero no quiso saludarlo porque lo notó incómodo.

Dos semanas después habían regresado juntos, la relación era más fuerte que antes. Sergio trató de enmendar sus errores, pero su desconfianza hacia ella lo perturbaba. No podía creer que ella fuera tan noble, sumisa y dependiente de él, en vez de tener una novia tenía una hija, o al menos eso le contó entre copas a un par de amigos de la universidad.

Sergio se quedó unas semanas en Lima y ella lo hospedó en su casa mientras buscaba un sitio donde alojarse. Sergio estaba fascinado, Lima era la ciudad más cálidad y cómoda que había conocido. Si bien Norteamérica estaba a cien años luz, Lima era más parecida a él o a su forma de pensar, tradicionalista y cucufata.

Fue a mitad de año cuando Sergio vino por última vez a Lima a terminar con su novia, las cosas no eran iguales. Si bien es cierto ella le parecía una chica atractiva, divertida y extrovertida, sentía que sus conversaciones eran tontas y frívolas. Era una chica común que no despertaba en él ningún interés especial, el mayor problema de ella, es que para Sergio, ella no pensaba o al menos no pensaba como él.

Dos semanas después de que Sergio regresara al norte, Blue llamó a Jorge, era nuevamente Sergio y su corazón quebrado en mil pedazos, los cuales Jorge con su picardía y buen humor trató de recoger. Quizás no existan príncipes azules le dijo, mientras Jorge la contemplaba en silencio, quizás no existan, le dijo él, pero hay quienes no merecen una princesa.

Tres días después ella volvió a llamarlo, esta vez se iba a Europa. El silencio se apoderó una vez más de la línea telefónica. Él pensó tantas cosas que no pudo decir ninguna, sólo espera que la historia no se repita y que el país de sus sueños está donde esté ella.

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Esta historia en una canción.


miércoles, 15 de agosto de 2012

El ladrón de inocencias

Imagen por geminiangelus

Bajo en Moquegua con Tacna y envío un mensaje. “Estoy en el paradero”. Me preocupa que una buena porción de mis últimos mensajes recibidos tenga a la misma remitente. Son nueve dígitos que me recuerda a la extraña Viviana Dallas. Tal frecuencia en los mensajes sólo puede significar dos cosas: está interesada en mí o yo en ella. En ese caso, sigo el juego con una broma fácil que antes utilicé con otras chicas o ellas conmigo.

La constancia de los mensajes de texto no puede soslayar una verdad: no tengo saldo para llamarla. Tras una lectura económica de mi situación, sonrío pues los mensajes son buenos aliados para un gilero misio como yo, que practica en un periódico chicha que no le paga ni un centavo y se engaña creyendo que lo hace por amor al arte y se aferra con terquedad a la idea de que su oficio de escribidor le dará de comer en el futuro.

En los mensajes, ella juraba que no pasaría nada con el chico que invitó a su cumpleaños, pues ha decidido pasarla en casa. Yo no sería suspicaz de no haber sabido que aquel chico de marras (ella insiste en llamarlo “mi ex”) es el único invitado a la fiesta que empezará a las once de un viernes por la mañana.

No sé quien lo invitó, ¿manyas? Yo estaba sola, él vino, tocó la puerta. Estaba ahí parado con unos chocolates holandeses que me regaló. No podía dejarlo ahí afuera, lo hice pasar. Me dijo feliz cumpleaños, me abrazó y me besó. En ese momento no me importó porque nadie nos veía. Además, darse un beso es como darse la mano, como acariciarse, ¿verdad? Un beso no significa nada, pero continuamos en el mueble. A veces los besos suben escaleras y, cansados, se acuestan. Pero no pasó nada. Mis besos no reclaman almuerzos ni lonches porque los besos se tienen a sí mismos y se esfuman si corren el peligro de ser descubiertos por alguien más. Para mis besos, la privacidad es una promesa y el público los afea. ¿Satisfecho?

“Feliz cumpleaños, pásala bien con tu chico”, le escribí temprano por mensaje, entre parco y celoso. “Estoy pasándola bien :P Gracias, él sí vino”, respondió ella. Al mediodía le conté que escribiría mi primera nota en la página central del periódico chicha. “Qué paja, en serio me alegro por ti, amiguito”, me respondió antes de finalizar la tarde. Sospeché del vocativo “amiguito”. Cuando los besos satisfacen a una mujer, no necesitan de nadie más. Para Viviana, ahora era su “amiguito”.

Espero que no parezca que eso me fastidia, tal membrete (amiguito) me acomodaba para hacer lo que quisiera. Como le decía a ella: quiero estar solo, quiero salir con todas (las que pueda), no me gusta que me limiten ni mucho menos salir con una sola. La pregunta sigue siendo para mí. ¿Me tiene que importar entonces lo que haga con otros?, ¿le reclamo?, ¿me hago el de la vista gorda y sigo mi juego?, ella piensa que yo salgo con muchas chicas que quieren besarme, que todavía no olvido a Lucía, incluso duda que mi relación sea solo laboral con mi editora-jefa de Policiales, Marielita Burgos. O con Nancy, la segunda redactora.

Nada es verdad, son mitos que yo he creado en su cabeza y no me encargaré de desmentir, creo estar perdido si una chica se sabe la única. Este no es el caso, pero no quiero que se me escape de las manos. Decidí seguir el juego y escribí cualquier cosa reclamándole. “ÉL y yo nada que ver. Acabo de confirmar que NADA por él”, respondió Viviana para defenderse.

Cuando me dijo para estar, todo murió. No me volvió a buscar, yo tenía que llamarlo. Cuando nos vimos, le pregunté qué pasaba, si todo seguía igual. Él estaba apático, me cambiaba de tema, me contaba sus ideas existencialistas acerca del amor, que nunca estaba hecho, que el amor siempre era un proyecto que al terminar de hacerse se volvía inmóvil como las piedras. A mí me gustaba escucharlo, decía cosas coherentes y a veces tontas, pero me hacía reír. Estuvimos un mes y sólo nos vimos dos veces, cuando empezamos y cuando cortamos. Tienes razón, creo que sólo quería eso de mí. Yo ni cagando se lo iba a dar, si quieres eso tienes que estar conmigo, le dije. Qué hago, no sé por qué te cuento esto. Yo, Viviana Dallas, juré que no le contaría a nadie sobre mi querido ex. Mejor apaga la luz.

Avanzo media cuadra, sigo en jirón Moquegua y llego a la puerta del supermercado. La veo saliendo con una bolsa en la mano. Sus cabellos están recogidos, deja ver el largo camino de su cuello al escote que llega a sus senos pequeños en punta. Un jean diminuto promete un más largo paraje de piernas frotadas innumerables veces en las academias de baile a las que asiste desde los siete. Cruzo la pista, esquivo a los que cargan carretillas con naranjas peladas y a los autos que entran al estacionamiento del Súper.

“A dónde vas a llevarme”, me dice. Le pido que me muestre lo que ha comprado. “Es un short playero, como te demorabas me dieron ganas de comprar algo, ¿te gusta?”, me dijo y se la puso encima, como probándosela. No tenía ninguna opinión de la prenda pero, mentiroso, sonreí. Le digo que esta vez sólo tengo ganas de caminar. Ella inspecciona mi mirada, sospecha que tengo los bolsillos agujereados.

Viviana quiere ir al Jockey. Ese antro me va a salir muy caro, pienso. Cruzamos el semáforo de Colmena y esperamos el micro blanco de rayas rojas y amarillas. Aprovecho el trayecto lento del micro por la Arequipa para convencerla de no ir al cine. Logro que cambie de idea, ahora quiere comer. ¡Quiere hacer algo!, no puede caminar y conversar nomás. No importa, ella se comprará un helado, yo la miraré, no tengo hambre, le digo.

Justifico las cucharadas de helado que le gorreo contándole mis aventuras policiacas en El Chirrión, los roches con mi jefa y el primer muerto que vi en un hostal de la avenida Uruguay, al frente de un templo masón. Sorbo su gaseosa, me cuenta que no irá a la integración periodística del sábado, su madre no le da permiso para llegar tan tarde. Me apeno por ella, aunque pienso celosamente que es mejor separarla de los chapes de Pietro. Hay varios postulantes para el cariño de Viviana, no sé porqué elige estar conmigo en el KFC del Jockey pagándose ella misma sus postres.

Fue en su casa, me llevó con la excusa de enseñarme su nueva cámara profesional y prestarme un libro. “El animal moribundo”, de Philip Roth. Es un pendejo, es el mismo libro que le presta a todas las chicas con las que sale. Las he visto caminar con él y con ese libro. Así les lava el cerebro, trata de un viejo que se enamora de una de sus alumnas, pero en realidad es un tratado sobre la libertad. Me contó unos pasajes de la historia y me gustaron, estábamos en su cama sentados y no sé en qué momento me comenzó a besar, ya lo habíamos hecho antes pero no tan hardcore como esa vez, ¿manyas? Llevábamos seis meses saliendo, él insistía, yo me dejaba llevar. Se quitó el polo, su delgadez me gustaba, ahí mismo me dijo para ser enamorados y le dije que sí. Intentó pero yo no quise, le faltaba pasar una prueba más, tú sabes que yo no hago esas cosas tan rápido, así que sólo mírame y abrázame.

Los “acompáñame a tomar taxi”, con Viviana Dallas se convierten en “llévame a mi casa” y, ante mi negativa, pues ella vive en un lejano cerro de La Molina, encontramos el justo “te doy plata para tu regreso”, respuesta que lesiona mi dignidad. No tengo de otra si pienso en el viento que corre por mis bolsillos.

Ella no puede tomar sola el taxi, quedó traumada desde los nueve años, cuando salvó a su tía Doris de un atraco. Iban juntas y el taxista se desvió por las calles de La Victoria y las asustó diciéndoles que las dejaría calatas. Era verano, Viviana tenía una pistola de agua y apuntó al ladrón que tenía camiseta de Alianza Lima, el tipo ni se inmutó, volteó a gritarle, perdió el control y se estrelló contra un poste de la avenida México, Viviana y su tía felizmente ilesas salieron del auto y corrieron sin mirar atrás.

Por eso, cuando me acerqué a ella para besarla, me empujó porque veía en mí al taxista que la quiso calatear de niña. “Soy yo, está todo bien”, le dije. Me miró y dijo “no vuelvas a hacer eso, por favor”. Asentí y me lancé de nuevo, esta vez abrió su boca pequeña y en esos juegos gastamos el trayecto hasta el penúltimo cerro del distrito.

Su madre no me podía ver. Sospecharía. Viviana siempre la pasa con amigas o se queda a dormir en casa de ellas, no aparecen chicos en ninguna de las historias que le relata a su madre, ella piensa que su hija todavía no ha tenido novio porque tampoco se lo permitiría. “No te quiero ver con ningún cholifacio”, le suele decir. Así que dimos la vuelta por la calle anterior, observé un terreno baldío y la empujé hacia allá donde la besé un poco ansioso, como si quisiera estar con ella ahí mismo. Le pido que se quede, pero es tarde, no puede.

Me silenció dándome diez soles, los tomé y sentí que me estaba pagando por los chapes esmerados que le di. Dallas soltó mis manos y caminó sigilosa hacia su puerta, la seguí hasta verla entrar a casa. Fin. Vuelvo al paradero. Una señorita de mirada alegre y mejillas chaposas que cubre con un manto su cabello me acompaña. Le pregunté si a esa hora pasaban combis para la Javier Prado. Responde sí, “vamos por el mismo Camino”. De dónde viene tan alegre, pregunté. “Vengo de estar con Dios”, me dijo y señaló el templo del frente que no había visto. Sacó una hojita de su maletín y me la entregó: “Jesucristo vendrá pronto, ¿estás preparado?”, rezaba el encabezado.

Pensé en Viviana Dallas, no estoy preparado para estar con ella ni con nadie. Quiero decirle a la señorita chaposa que no estoy mínimamente preparado para nada y que mucho menos tenemos el mismo Camino, el suyo está con Dios y el mío en otro infierno, pero cuando vuelvo a mirarla, ella ya se ha ido.

El cobrador me pregunta si voy a subir o no.

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Esta historia en una canción

martes, 7 de agosto de 2012

Entre las dunas y el cielo

Imagen por correanilson

El viento sopla fuerte. Tan fuerte como el soplido de Bóreas expulsando a los intrusos de su reino. El viento ruge y la arena huye dejándonos solos a merced del tiempo y el silencio. Mis pies están enterrados en la arena y las luces que se dibujan a lo lejos muestran lo distante que está la ciudad. La oscuridad poco a poco se va apoderando de todo, es casi imposible distinguir  las dunas del cielo. Camino entre las nubes.


-Mercedes me ha confirmado que irá al Contigo Perú, me dice Javier mientras caminamos rumbo al Averno.
-No puede ser, ¿es en serio?
-Se te juntaron las musas. Pequeñas risas.
-Eso es justo lo que quiero. Porque yo aprendí de Meche y Valeria que las chicas no quieren que las cuiden. Yo no pienso cuidar a nadie. Quiero que vayan todas para que ellas se muevan entorno a mí y no ser yo quien gire en torno a ellas.
-No juegues a ser el sol, pequeño Copérnico.
-No, no. No es que quiera ser Copérnico. Creo que el olvido y la indiferencia son las mayores venganzas. No voy a hacer el papel del buenito, las junto a todas como en “Bastardos sin gloria”, cierro la discoteca y las quemo. Risas escandalosas.

Ahora no parece tener importancia. Pero no he podido descender la primera duna para asombro de mis amigos. Le tengo miedo a las alturas, temor que creí haber superado pero no es así. De las tres dunas, me deslicé sólo en una: la segunda, la más pequeña. Mis amigos se han deslizado por las tres. No podía regresar a Lima sin haber peinado por lo menos una duna. Lo hago para poder contar algo a mi regreso y presumir con Javier.

-Puta madre, quisiera ir pero ya me engancharon al sur.
-Déjate de jodas. ¿Por qué no vas a ir? Si vamos a ir todos. Hasta Nicolás y los poseritos de su banda popera irán. De todas las fiestas que se hacen en el Centro esta es la más importante y no vas a estar.
-No es que no quiera. Quiero estar ahi con ustedes, pero ya le dí mi palabra a ella que iría y mi palabra es una de las pocas cosas que aún valen en mí. O así espero que sea.
-Bueno, esta vez no quisiera estar en tus zapatos. Yo te conozco y si ves esa noche besar a Meche a otro chico preferirías haber estado fuera de la ciudad.
-De hecho a nadie le agradaría la idea de ver a la chica que te gusta besarse con otro tipo. Pero ella y yo sólo somos amigos y los amigos no pueden reclamarse nada.

Uno no puede escapar de sus problemas, ellos viajan contigo, se sientan a tu costado y cantan canciones de Lennon. Pero de qué huyo, me pregunto. De qué huyo ahora. Pienso mientras tenía mi cabeza recostada contra la luna del bus. Soy un chico lleno de nostalgias, miradas tristes, quizás por eso esté viajando. Para extrañar algo que no extraño, para sentir soledad y buscar compañía. Viajo para buscar algo o alguien, ese algo y ese alguien soy yo.

-¿Pero cuando decidieron ir a Ica juntos?
-Fue la noche en la que ella nos invitó al cumpleaños de su mejor amigo, un tal Velazco. Para mi sorpresa el cumpleañero era de Ica como casi todos los invitados. Y entre copas y saludes acepté ir a Ica con ellos. Era una de esas promesas vacías que a veces hace uno. No sabía que se lo había tomado en serio.

No sirve de mucho saber la hora y tener señal. Me sorprende lo bien que se han tomado mis amigos, y el resto de desconocidos (entre ellos la chica del ringtone de Help de The Beatles) que me acompañan en el tubular averiado en las dunas de Ica. Horas antes la había visto jugar entre la sombra de las palmeras y la arena en la Huacachina y ahora tengo su belleza delante mío y me pregunta si saldremos de esta y yo le digo: mujer de poca fe, te prometo que esta noche bailarás conmigo afuera del desierto. Eran las únicas palabras que crucé con ella hasta ese momento. El rescate viene en camino o al menos eso quiero creer o eso es lo que nos ha dicho el piloto.

-Qué y entonces cuándo te vas, pregunta Javier cuando faltan menos de una cuadra para llegar al Averno y juntarnos con el resto de los muchachos que nos esperan con un ron destapado.
-Mañana por la tarde, después del almuerzo. Ella ya compró los pasajes.
-¿O sea que te la vas a brincar?
-Qué hablas, ni que fuera conejo. Ella y yo somos patas. Además está un poco gordita y está yendo por puro despecho hacia el sur.
-Eso no vas a decir cuando estés borracho.
-Una cosa más, no quiero que les digas nada a los chicos, no me gusta hablar con todos de mi vida privada.
-Cuánto has cambiado de verdad. Ahora eres más discreto que antes. Antes alardeabas de tus aventuras, de lo que hacías y de lo que no también.
-Sí, el de antes, el que era ya no está.
-Pase lo que pase no puedes volver a Lima sin una historia.
-La aventura está siempre regresando, amigo.
-¡Muchachos!, silba Nicolás levantando la mano sobre las cabezas del Averno.
-¡Cántala, carajo!, me dice Javier al escuchar el cover de The Ramones que un flaco interpreta subido en la tarima que allí llaman escenario.

La amiga que me ha pagado los pasajes y me ha convencido de llegar hasta esas lejanas tierras del sur está asustada; no obstante, no lo demuestra, me toma del brazo y se aferra a mí. Los motivos que la han traído hasta aquí son diferentes a los míos. La única excusa por la que ha recorrido más de cinco horas es para poder sacarle celos al tipo de turno con el que sale, porque aunque ella no quiere admitirlo está enamorada de él, y no del tal Velazco, hijo del dueño de los viñedos y la panadería que lleva su apellido en Ica, que intenta enamorar a mi amiga antes que llegue su verdadera novia. Pero qué importan las formalidades mientras el viento sopla y nos llena de arena.

*****

Ella se fuma la noche entre sus dedos. Tiene las piernas cruzadas, la blusa entreabierta y el corazón quebrado. Ella es la reina de la noche, la diosa del sur, la que he visto horas antes, la misma de las dunas, la de la Huacachina. Ella no lo sabe pero hemos recorrido cientos de millas para verla. Yo no lo sé, pero Lima no era una ciudad para nosotros, para conocerla, y he tenido que venir cinco horas al sur. Me quedo sin palabras.

-¿Te parece simpática Milena?, me pregunta Velazco de forma cómplice y compinche de farra.
-Bueno, y sí. La verdad es que sí.
-Entonces qué esperas, anda, anda háblale o quieres que yo los presente.
-Sí, excelente idea, eso sería lo mejor.

Todos compartimos la mesa. La mayoría de los amigos de Velazo y mi amiga bailan a ritmo de las canciones que suenan en Casa Arena, discoteca a la que hemos entrado por cortesía del dueño del tubular en que nos quedamos varados varias horas atrás. Sin embargo, no vale la pena hablar con ella sobre aquello.

Milena se esconde entre el vaso de whisky y sus cigarrillos. Yo la escucho mientras me habla algo entre Sabina y Cortázar. Sin embargo, el ruido del ambiente no me permite escucharla, no me atrevo a invitarla a bailar, estoy cautivo e idiotizado por su belleza.

Nuestra conversación es interrumpida por un energúmeno que la saca a bailar y ella accede. Se disculpa, siempre tan diplomática, me pierdo entre la barra y la pista de baile. La cerveza es barata y tengo la garganta algo seca.

Hay tanta gente que me es imposible llegar hasta donde está ella. Me abro camino con dificultad pero lo consigo. Ella sabe lo que quiere y es directa, se ofrece a ser mi guía en la parte posterior de la discoteca, donde se puede ver la laguna reflejar la luna y su rostro embelesado por las estrellas. No sé si sea buena idea intentar besarla o no. Pero ella se adelanta, me dice que está con el corazón en las rodillas, que mandó al diablo a su novio y que no me haga ilusiones con ella, que está tan sola y caliente como los desiertos de Ica. Me besa. La oscuridad poco a poco se va apoderando de todo, es casi imposible distinguir las dunas del cielo. Camino ahora entre las nubes.


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Esta historia en una canción