martes, 7 de agosto de 2012

Entre las dunas y el cielo

Imagen por correanilson

El viento sopla fuerte. Tan fuerte como el soplido de Bóreas expulsando a los intrusos de su reino. El viento ruge y la arena huye dejándonos solos a merced del tiempo y el silencio. Mis pies están enterrados en la arena y las luces que se dibujan a lo lejos muestran lo distante que está la ciudad. La oscuridad poco a poco se va apoderando de todo, es casi imposible distinguir  las dunas del cielo. Camino entre las nubes.


-Mercedes me ha confirmado que irá al Contigo Perú, me dice Javier mientras caminamos rumbo al Averno.
-No puede ser, ¿es en serio?
-Se te juntaron las musas. Pequeñas risas.
-Eso es justo lo que quiero. Porque yo aprendí de Meche y Valeria que las chicas no quieren que las cuiden. Yo no pienso cuidar a nadie. Quiero que vayan todas para que ellas se muevan entorno a mí y no ser yo quien gire en torno a ellas.
-No juegues a ser el sol, pequeño Copérnico.
-No, no. No es que quiera ser Copérnico. Creo que el olvido y la indiferencia son las mayores venganzas. No voy a hacer el papel del buenito, las junto a todas como en “Bastardos sin gloria”, cierro la discoteca y las quemo. Risas escandalosas.

Ahora no parece tener importancia. Pero no he podido descender la primera duna para asombro de mis amigos. Le tengo miedo a las alturas, temor que creí haber superado pero no es así. De las tres dunas, me deslicé sólo en una: la segunda, la más pequeña. Mis amigos se han deslizado por las tres. No podía regresar a Lima sin haber peinado por lo menos una duna. Lo hago para poder contar algo a mi regreso y presumir con Javier.

-Puta madre, quisiera ir pero ya me engancharon al sur.
-Déjate de jodas. ¿Por qué no vas a ir? Si vamos a ir todos. Hasta Nicolás y los poseritos de su banda popera irán. De todas las fiestas que se hacen en el Centro esta es la más importante y no vas a estar.
-No es que no quiera. Quiero estar ahi con ustedes, pero ya le dí mi palabra a ella que iría y mi palabra es una de las pocas cosas que aún valen en mí. O así espero que sea.
-Bueno, esta vez no quisiera estar en tus zapatos. Yo te conozco y si ves esa noche besar a Meche a otro chico preferirías haber estado fuera de la ciudad.
-De hecho a nadie le agradaría la idea de ver a la chica que te gusta besarse con otro tipo. Pero ella y yo sólo somos amigos y los amigos no pueden reclamarse nada.

Uno no puede escapar de sus problemas, ellos viajan contigo, se sientan a tu costado y cantan canciones de Lennon. Pero de qué huyo, me pregunto. De qué huyo ahora. Pienso mientras tenía mi cabeza recostada contra la luna del bus. Soy un chico lleno de nostalgias, miradas tristes, quizás por eso esté viajando. Para extrañar algo que no extraño, para sentir soledad y buscar compañía. Viajo para buscar algo o alguien, ese algo y ese alguien soy yo.

-¿Pero cuando decidieron ir a Ica juntos?
-Fue la noche en la que ella nos invitó al cumpleaños de su mejor amigo, un tal Velazco. Para mi sorpresa el cumpleañero era de Ica como casi todos los invitados. Y entre copas y saludes acepté ir a Ica con ellos. Era una de esas promesas vacías que a veces hace uno. No sabía que se lo había tomado en serio.

No sirve de mucho saber la hora y tener señal. Me sorprende lo bien que se han tomado mis amigos, y el resto de desconocidos (entre ellos la chica del ringtone de Help de The Beatles) que me acompañan en el tubular averiado en las dunas de Ica. Horas antes la había visto jugar entre la sombra de las palmeras y la arena en la Huacachina y ahora tengo su belleza delante mío y me pregunta si saldremos de esta y yo le digo: mujer de poca fe, te prometo que esta noche bailarás conmigo afuera del desierto. Eran las únicas palabras que crucé con ella hasta ese momento. El rescate viene en camino o al menos eso quiero creer o eso es lo que nos ha dicho el piloto.

-Qué y entonces cuándo te vas, pregunta Javier cuando faltan menos de una cuadra para llegar al Averno y juntarnos con el resto de los muchachos que nos esperan con un ron destapado.
-Mañana por la tarde, después del almuerzo. Ella ya compró los pasajes.
-¿O sea que te la vas a brincar?
-Qué hablas, ni que fuera conejo. Ella y yo somos patas. Además está un poco gordita y está yendo por puro despecho hacia el sur.
-Eso no vas a decir cuando estés borracho.
-Una cosa más, no quiero que les digas nada a los chicos, no me gusta hablar con todos de mi vida privada.
-Cuánto has cambiado de verdad. Ahora eres más discreto que antes. Antes alardeabas de tus aventuras, de lo que hacías y de lo que no también.
-Sí, el de antes, el que era ya no está.
-Pase lo que pase no puedes volver a Lima sin una historia.
-La aventura está siempre regresando, amigo.
-¡Muchachos!, silba Nicolás levantando la mano sobre las cabezas del Averno.
-¡Cántala, carajo!, me dice Javier al escuchar el cover de The Ramones que un flaco interpreta subido en la tarima que allí llaman escenario.

La amiga que me ha pagado los pasajes y me ha convencido de llegar hasta esas lejanas tierras del sur está asustada; no obstante, no lo demuestra, me toma del brazo y se aferra a mí. Los motivos que la han traído hasta aquí son diferentes a los míos. La única excusa por la que ha recorrido más de cinco horas es para poder sacarle celos al tipo de turno con el que sale, porque aunque ella no quiere admitirlo está enamorada de él, y no del tal Velazco, hijo del dueño de los viñedos y la panadería que lleva su apellido en Ica, que intenta enamorar a mi amiga antes que llegue su verdadera novia. Pero qué importan las formalidades mientras el viento sopla y nos llena de arena.

*****

Ella se fuma la noche entre sus dedos. Tiene las piernas cruzadas, la blusa entreabierta y el corazón quebrado. Ella es la reina de la noche, la diosa del sur, la que he visto horas antes, la misma de las dunas, la de la Huacachina. Ella no lo sabe pero hemos recorrido cientos de millas para verla. Yo no lo sé, pero Lima no era una ciudad para nosotros, para conocerla, y he tenido que venir cinco horas al sur. Me quedo sin palabras.

-¿Te parece simpática Milena?, me pregunta Velazco de forma cómplice y compinche de farra.
-Bueno, y sí. La verdad es que sí.
-Entonces qué esperas, anda, anda háblale o quieres que yo los presente.
-Sí, excelente idea, eso sería lo mejor.

Todos compartimos la mesa. La mayoría de los amigos de Velazo y mi amiga bailan a ritmo de las canciones que suenan en Casa Arena, discoteca a la que hemos entrado por cortesía del dueño del tubular en que nos quedamos varados varias horas atrás. Sin embargo, no vale la pena hablar con ella sobre aquello.

Milena se esconde entre el vaso de whisky y sus cigarrillos. Yo la escucho mientras me habla algo entre Sabina y Cortázar. Sin embargo, el ruido del ambiente no me permite escucharla, no me atrevo a invitarla a bailar, estoy cautivo e idiotizado por su belleza.

Nuestra conversación es interrumpida por un energúmeno que la saca a bailar y ella accede. Se disculpa, siempre tan diplomática, me pierdo entre la barra y la pista de baile. La cerveza es barata y tengo la garganta algo seca.

Hay tanta gente que me es imposible llegar hasta donde está ella. Me abro camino con dificultad pero lo consigo. Ella sabe lo que quiere y es directa, se ofrece a ser mi guía en la parte posterior de la discoteca, donde se puede ver la laguna reflejar la luna y su rostro embelesado por las estrellas. No sé si sea buena idea intentar besarla o no. Pero ella se adelanta, me dice que está con el corazón en las rodillas, que mandó al diablo a su novio y que no me haga ilusiones con ella, que está tan sola y caliente como los desiertos de Ica. Me besa. La oscuridad poco a poco se va apoderando de todo, es casi imposible distinguir las dunas del cielo. Camino ahora entre las nubes.


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Esta historia en una canción

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