HOY VOY A HABLAR de la niña con el cielo en el rostro, las estrellas en los ojos y una sonrisa de cuarto creciente. Con motivo de los 2190 días de su nacimiento.
–reiiiiiiinnner ¡ven! –me grita desde su cama–.
–Un rato, voy al baño primero –digo, pues mi urgencia no espera; sé que se va a molestar, hace un tiempo se siente primera que todo–.
–No, ¡ven! –insiste–.
–Es que no aguanto, Luchi, ya voy, espera.
No le gusta esperar. Con ella no puedo mantener esa postura malosa mucho tiempo. Apenas termino de ocuparme corro a derretirme a sus pies, pues Su Alteza ha tenido la deferencia de llamarme, y yo como súbdito fiel debo ir donde ella disponga, cuantas veces sea necesario, antes que se arrepienta.
Me ha llamado para enseñarme su nueva lonchera roja de Hannah Montana. Yo me alegro, la quiero saludar pero no me deja. Ella ya no es la misma de antes, cuando me daba besitos a cada rato, cada vez que se los pedía, pero a medida que ha ido creciendo aprendió a repartirlos con cordura y sin precipitarse, como si sus besitos en el cachete fueran un recurso no renovable: se puede decir que es muy ecologista con sus abrazos y besos, aunque reniega de La Hora del Planeta y yo reniego gustoso con ella. Y al diablo los hielos del mundo, nosotros no apagamos las luces porque no nos gusta la oscuridad.
Este último verano, las cosquillas se pusieron de moda entre nosotros. No recuerdo cómo, pero ha descubierto que mi punto débil son las cosquillas bajo el brazo, en la axila. Estoy almorzando, me descuido y desliza sus dedos juguetonamente por ahí. Estoy viendo los partidos de la Copa Libertadores y, de nuevo, cosquillas. Estoy pintando en su muro y, otra vez, sin misericordia, cosquillas. Estoy escribiendo y, sin avisar, descarga sus cosquillas, la electricidad de sus dedos. Trato de responderle pero nada puede contra sus rápidas manos que se cuelan al borde de mi corazón.
Sus dedos, párrafos aparte. Al tercer día de nacida, la trajeron a casa. Yo no estaba muy entusiasmado con su llegada (lo digo sin orgullo), es más, a esas alturas de mi vida adolescente (tenía 14) los niños pequeños me causaban humana repulsión. No los aguantaba: si crean toneladas de basura sólo en pañales y cuando lloran nadie los detiene. Son estresantes, bullangueros y pichilones. Pero Luciana me enseñó a atenuar esas ideas empezando por sus dedos: qué despellejadas serpientes tan misteriosas eran aquellos dedos que no dejaban de moverse a ciego y suave ritmo prensil.
Los mismos dedos que me guían por las calles las veces que puedo recogerla del colegio parroquial en el que ha despegado la Primaria. Felizmente todavía me da la mano para cruzar la pista. Si no hace mucho Sol, caminamos hasta la casa con paciencia y una galleta Margarita. Pero si el Sol nos degüella, tomamos el bus después de acabarnos el helado tricolor de barquillo en el parque enrejado de la vuelta.
Esos dedos con los que hace sus tareas escolares hasta que mamá decide que ya es tiempo de dormir cuando el lápiz ya no corre por el cuaderno. Luciana puede estar sentada cinco, seis horas haciendo su tarea. ¿Cómo hará para no avanzar?, no lo quiero descubrir. No deja de fascinarme que ya esté aprendiendo a escribir. No es que quiera que siga mis condenados pasos, sino que, a sus cinco años, escribir es dibujar letras sin mayor compromiso, que es una circunstancia que quisiera revivir pero ya no puedo.
Así como las tareas, lo mismo ocurre con el almuerzo, que es calentado dos o tres veces para que lo coma por fin: esos dedos aun no están entrenados en el difícil arte de tomar la sopa. No le gusta comer carne, no sé si va a ser vegetariana, tampoco es de probar verduras, pero es gracioso verla comer todos los días arroz con huevo frito con las manos limpias.
(...)
Pero no son sus dedos, sino ya sus ojos los que sonámbulos me piden cuentos por la noche. Felizmente, si no me vence el sueño, se me ocurre algo, ella debe pensar que soy un pozo inacabable de cuentos. Las últimas veces la he barajado con los “cuentos más cortos del mundo”, que no duran más de un minuto, le digo. Es difícil ese su último momento de la jornada, pero debo esmerarme para no lanzarle cualquier cuentito facilón, para que duerma con una aventura que le que le relaje: se duerme tranquila bajo el arrullo de un cuento, sobre todo cuando se duerme antes de que acabe el cuento y me deja hablando solo al viento, el efímero elemento al que le parece confiar sus memorias.
El viento del que yo no me fío para guardar nada. Tal vez por eso la primera vez que me animé a abrir un bloJ fue, en buena parte, gracias a Luciana. Quería escribir, no sabía de qué y no me pareció mala idea contar algunas historias que pasaba con Lu: ella y yo en el mundo y contra él. Si antes las familias conservaban los recuerdos celosamente en los álbumes de fotos (regordetes compendios de los momentos más importantes de la historia familiar) por qué no podía hacer lo mismo a través de la escritura. Y dejarle un testimonio personal, desde mi afectada mirada, de algunas cosas que pasamos juntos, para que los lea de aquí a diez años, por hacer un cálculo simple.
(De cuando no quería ir al colegio; de cuando paseamos en el Malecón; de cuando me dice las mejores mentiras del mundo; de cuando estaba enferma y me vomitó la cena; de cuando le invento cuentos; de cuando vamos al cine a ver La Princesa y el Sapo; de cuando hizo que Beatriz, la chica más linda de la Universidad, me mirara por fin; de cuando celebramos separados la Navidad.)
Hay que tener cuidado al acercarse a Luciana. No te va a hablar con cariño así nomás, tampoco te va a morder. Ella es tímida, casi como yo cuando era un nene (aunque ahora también). Han sido vanos los intentos de varios amigos y amigas que fueron choteados y no supieron ganarse su sonrisa ni sus recuerdos. Apenas una amiga se la ganó con tal naturalidad que hasta Luciana terminó mostrándole mi álbum de fotos personal (ese donde siempre tienes una foto mostrando las pequeñas y pudendas joyas de la tribu).
Yo no sé si Luciana será una doctora, gran empresaria o boxeadora, yo espero y confío que ella haga lo que más le guste y divierta. Si se me concede la gracia de pedir algo de ella sería, primero, que me mime siempre; lo último, que nunca me pierda la confianza (si es que ya la tengo ganada) de contarme las cosas que le pasan o le dejan de pasar.
Por ejemplo, que me cuente si le sale un pretendiente pajerito de esos que nunca faltan. Claro que si le hace derramar media onza de dolor, es seguro que le torceré el cuello, lo momificaré y lanzaré a los acantilados de Magdalena (porque yo vivo por Magdalena…). En el colmo de mis delirios, hasta he llegado a imaginar el día que me cuente la primera vez que haga una gran travesura o tome alguna droga (en general, cualquier tipo de “primera vez”). Que me cuente todo: es como un sueño, cada quien tiene su privacidad y sabe a quien selo cuenta, pero es divertido pensar que tendré tal conexión con ella en un futuro no muy separado de este presente.
El asunto es que este fin de marzo Luciana cumplirá la miniatura pero considerable suma de seis años junto a la familia. Hace unas semanas dijo que no quería una estruendosa fiesta con miles de amigos comelones correteando en el Kentucky, que le hacía feliz una reunión con la familia, sus tres primos favoritos y su guapa madrina; lo que sorprendió a todos: fue lo que se llama una decisión madura y comprensiva, habida cuenta de la situación apretada de estos tiempos en la casa.
Como sea, la verdadera fiesta es estar con ella cada día, ver sus pasos adelante, oír sus chistes, llantos, gritos y bostezos; ya van a ser 2190 días de eso, así que será motivo para adornarla con todos los soles del cielo que ella merece.
------------------
La canción del post. "She is like a rainbow", es original de los Rolling Stones, pero este es un cover hecho por Nena.