domingo, 31 de octubre de 2010

I. Dulces dieciséis (parte final)



Sábado

Las meras pisaron Naútica pasada la medianoche, querían completar la faena. La discoteca estaba llena de chicos-conejillos-de-indias a quienes debían hacerles creer que correteaban en un parque de diversiones, siendo la verdad que estaban presos en una celda de barrotes fundidos con su propia arrechura. La similitud entre un hombre torturado y un hámster feliz y enjaulado era aun incomprendida en esa discoteca. Náutica sería desmantelada.

El desfile de strippers se anunciaba para las dos de la madrugada. Debían realizar primero un sutil trabajo de campo para elegir a sus potenciales víctimas, desperdigados aquí y allá: acodados en la barra, encerrados en grupos o flirteando con mujeres. Raquel y Fiorella fueron al baño. Allí escucharon cuando dos chicas atolondradas conversaban sobre un tal Mauricio. “Si no me saca a bailar a la siguiente, Mauricio se caga, total, él se lo pierde”, decía una de las desconocidas.

Fiorella no perdió de vista a las chicas cotorras que fueron a sentarse a la mesa de dos hombres, supo que el de camisa a cuadros era Mauricio y si no lo era no importaba: la presa estaba elegida. Según el relato de las niñas quejonas estaba soltero así que no había problema. Le contó a Lucía la “Operación Mauricio”, le pidió ayuda para sacar a bailar a los dos tipos. “Darling, date cuenta que no vienen solos”, advirtió Lucía, pero Fiorella le dijo que no preguntara y confiara en ella. El único problema eran los gringos del semáforo que  siguieron a las meras a pedido de Lucía, ahora ella debía deshacerse finamente de ellos “al menos por un ratito”, no se vayan a ofender. Para eso, les pidió que compren trago, los gringos “of course, Lucy” accedieron, momento aprovechado por Lucía y Fiorella para buscar a Mauricio y su amigo.

Ella se acercó y, sin dudar de sus encantos juveniles, les ofreció bailar con ella y Lucía. Sonaba una salsa antigua y, apenas cinco segundos de baile, Fiorella supo que su chico elegido de camisa a cuadros era una estatua, un plomazo. La amiga sacrificada la pasaba mejor: “¿Cómo te llamas?”, preguntó él, “Lucía ¿y tú?”, preguntó ella. “Mauricio. Sígueme, Lucía”, susurró él y sacó de la manga un paso salsero extravagante: hizo girar a Lucía, cruzaron sus manos en el aire, cuando ella volvió a darle el rostro, él metió su cabeza entre sus brazos cerrados y la pose resultante la sorprendió abrazándolo. Fue obra de la inercia juntar un poco más sus cuerpos y besarse suavemente. Era el primero en Náutica y el cuarto de la noche.

Entretanto, los chicos de pasaporte azul, observaban a Lucía besar, se preguntaban si esos bailes avezados incluían siempre esos ósculos furtivos. Carina le respondió que no necesariamente, “perhaps, if you know how to dance with her”, dijo ella, que se compadeció de esos gringos indefensos y decidió que apenas pueda, pues no quería dejar una amiga sola, le diría a Grecia o Raquel para enseñarle unos pasos salseros a esos blancos paracaidistas.

Una voz omnipotente se hizo escuchar. Anunciaba, en pocos minutos, una “¡sorpresa muy mojada!”, esas fueron sus palabras. La multitud respondió coreando un grito animoso e ininteligible. El anuncio no calmó a Fiorella que ya se había dado cuenta que Mauricio era el otro. Quiso calmarse, dejó a su pareja y fue a sentarse. Quería chapar con alguien, igual que Lucía y Mauricio. Quedamente, despacio, con un poco de lengua, abrazados como si se amaran de tiempo atrás, tal vez ese fue el error de Mauricio, creer que Lucía se entregaba en ese chape minúsculo. Besa bien, pensó Lucía, pero cuando una manada de chicas sale a cazar, el corazón es un hueco, no existe, se suspenden los sentimientos. Estuvo a punto de soltar los labios de Mauricio, cuando un chorro de espuma los sorprendió desde el cielo.

Lucía emitió un largo pitido, “¡aaaaaaaaaaaahhh!”, que hizo tragar un poco de espuma y toser a Mauricio, pero no despegarse de su cintura. “¡Suéltame, me voy!”, dijo Lucía ciegamente colérica. “Qué pasa, es sólo espuma”, replicó Mauricio. Lucía zafó con un movimiento histriónico y volvió a la mesa de las meras, no quiso explicar que la espuma la tomó desprevenida y había hecho sentir ridícula. Para su sorpresa, sólo encontró a Grecia aburrida y excluida de la conversa de Carina y el segundo gringo; el otro estaba entretenido en la pista de baile con Raquelita.

La verdad es que Lucía estaba arrepintiéndose un poquito. La idea de ahogarse debajo de toda esa espuma empezaba a atraerla. Se culpaba por haber abandonado a Mauricio a mitad del clímax. Le dieron ganas de volver a su mesa y buscarlo, pero significaba pasarse de la raya o de la frontera que un hombre merece. Le pidió a Grecia que la acompañe a la pista. Tal vez forzaría un encuentro casual con Mauricio, nada que parezca voluntario.

No esperaron mucho tiempo, un chico invitó a Grecia a bailar. Élla aceptó sin saber que, dos meses después, éste chico se volvería su novio. Lucía no vio a Mauricio y volvió a la mesa con el gringo y Carina, tampoco soportaba estar sola parada en la pista de baile. Vio a Raquel bailar contenta, Fiorella también había conseguido otro chico y ella, cuando menos lo esperó, fue raptada a la espuma por un tipo con casaca de cuero negra.

Minutos después, Lucía bamboleaba sus nalgas con el encuerado que la sacó furibundamente. Éste chico, de ojos reventados, tuvo el valor de sacarla luego de meterse un poco de coca. Bailaron dos canciones y Lucía se aburrió, vio a sus amigas alegres, bailando, intercambió un par de frases con el encuerado, no resultó muy divertido así que por hacer algo, decidió besarlo debajo de la espuma. “A no hacer nada”, pensaba mientras. Empujaron juntos a las parejas hasta que llegaron al cráter invertido de dónde chorreaba la nube de espuma. Poco importaba a Lucía si alguien la veía, pero debajo del líquido llameante se sentía protegida y podía agarrar libre hasta que a otra pareja se le antojara tomar su lugar. El beso le pareció rico, no había Quinto malo.

(…)

Raquel enrojecía con sus movimientos al gringo del semáforo. Fiorella y Grecia se perdieron en la disco. Carina conversaba con el segundo gringo en la mesa. Lucía debajo de la espuma no se quejaba de su suerte. Sin embargo, éste fue el momento crítico de la noche. Cada una por su lado, el grupo estaba fragmentado, por tanto debilitado. Cada una de ellas quedaba libre a sus propias pulsaciones, a merced de las circunstancias, autorizada al desbande más cínico.

Lucía aceptó unos tragos exóticos de colores que el Quinto tipo le invitó, ella no encontró nada malo en aceptar la invitación del nuevo amigo al que nunca más volverá a ver. Apenas hicieron salud con sus tragos, el tipo adelanta sus fichas y propone llevarla a un lugar más cómodo donde puedan jalar tranquilos. Ella retrasa la respuesta dos vasos del trago exótico que estaba dulce, luego no se hace problemas, le dice sosegadamente que no es de esa clase de chicas, seca el vaso y se despide educadamente, es toda una dama. “Por qué los hombres serán tan tontos, por qué tendrán que apurarse”, pensaba Lucía.

El Sexto tipo no se hizo esperar y vino tan rápido como se fue. Es más, Lucía bailaba con el Séptimo tipo de la noche cuando pasó todo. Se introdujeron a la espuma salvadora, Séptimo buscaba sus labios pero Lucía lo evadía, deseaba primero los besos del Sexto tipo que estaba a sus espaldas, así que solamente volteó, aprovechó el pánico espumoso y besó a Sexto en la cara pelada de Séptimo, sin mayores dilemas.

Éste sintió que ella le debía una explicación por su proceder, si se miraba al espejo en ese momento éste le devolvería el reflejo de un calzonudo.

–Ey, flaca, ¿qué tienes? –reclamó Séptimo, llevándose el dedo índice a la sien–.
–Ahmmm, nada. ¿Qué pasa? –repuso ella–. ¿Tienes algún problema?
– ¿Lo has besado en mis narices y crees que todo bien? Mira, María…
– ¡Lucía!, soy Lucia –rectificó ella–. Yo hago lo que quiero. No te molestes y vamos a la espuma.
–Pero no te hagas la pendeja pues.
– ¿Perdón?
–No puedes andar besando huevones así porque sí.
– ¿Por qué no? –preguntó Lucía, con la seguridad de quienes llevan la razón–. Yo sólo he venido a divertirme, ¿tú no?
–Si bailas conmigo, estás conmigo –dijo y, nervioso, viró la mirada a sus amigos que lo veían discutir. Lucía se dio cuenta–.
–Si te jode que tus amiguitos se rían, mejor vete, me divertiré sola.

La voz omnipotente anunció, a continuación, el desfile de strippers. Pidió que se acerquen a la barra para “¡expectar las carnes del Perúuu!”, esas fueron sus palabras. Lucía entendió que ahora lo más importante era dejar a Séptimo y sus reclamos por los mentados modelos. Probablemente, en ese tumulto, reencontraría allí a sus amigas las meras.

La realidad sobrepasó las expectativas de Lucía. Dos hombres de prominentes músculos, vestidos de vaqueros ensayaban una coreografía a ritmo de electrónica, subidos en la barra. Ella logró estar en primera fila, no logró ver a sus amigas, pero le quedaba la opción de subir en cualquier momento para llamarlas y que la vieran bailando con uno de los strippers, ella prefería al moreno de bemba colorada. Al lado de ellos, acompañaban dos señoritas bien apretadas para deleite de los hombres.

Las modelos rozaban la entrepierna de los strippers y desataban el grito de la discoteca entera, y más cuando realizaron esos pasos arriesgados de alto voltaje sexual en que elloa cargaban muy estilísticamente a ellas. Poco a poco se fueron desvistiendo hasta quedar en un bóxer morado fosforescente, un sombrero de ala corta y pañoleta en el cuello. Lucía se gileó a un tipo al pie de la barra y le apostó una cerveza a que se subía a bailar con el stripper belfo. El pata apostó con ella, pensando que no se atrevería, pero Lucía cobró su apuesta antes de tomar el reto: secó su cerveza y saltó a la barra a bailar con el stripper, que se sorprendió al ver una niña loca acercársele. No por eso dejó de mostrarle sus argumentos de bailarín de cabaret.

La tomó por la cintura, aprovechó la contextura delgada de Lucía para ponerla a horcajadas sobre él. Lucía galopó afiebrada, olvidó el futuro, las consecuencias y lo besó apresuradamente, como queriendo succionarlo. Era el octavo de la noche. Llamó la atención de las meras, que la divisaron a lo lejos y las sorprendió: Lucía atrapada por un mastodonte. Los brazos del stripper bailarín le brindaban seguridad, no había temor a las alturas, sentía que podía, en esa y otras circunstancias, siempre con el stripper, romper el techo y tocar el cielo de Lima.

Carina se abrió paso hasta la barra, el gringo todavía la acompañaba. Gritó el nombre de su amiga, cuyos ojos emblanquecidos indicaban que se encontraba en estado de gracia y no deseaba ser interrumpida. Sólo quería rescatarla, su espectáculo era poco menos que pornográfico. El stripper se puso detrás, la cargó de nuevo, esta vez de las piernas, la colgó a su hombro y giró en su eje hasta marearla. La música cambió a una zamba. El gringo ayudó a subir a Carinita que caminó con paciencia por la barra y no observó el reguero de cerveza derramado, pasó por encima y se deslizó hasta caer en las piernas del stripper.

Apenas sintió eso, el vaquero semi-desnudo terminó con Lucía, “gracias, puedes bajar, tus amigas te esperan”, le dijo, y volteó a ayudar a Carina. Todavía confundida, ella se sujetó de las piernas del stripper y sin darse cuenta por la oscuridad, apretó el bulto de su trusa, sintió una preocupante suavidad. Carina volvió a tropezar y tocó con sus cachetes el pene erguido del mulato fosforescente. El stripper la tomó del brazo, la elevó, le dijo “qué atrevida eres, nena” y la besó sin mayores trámites.

La zamba obligaba a todos a estar más alegres, pero Carina quería llorar. Luego de unos segundos, se liberó del stripper y, lacrimosa, bajó de la tarima. El gringo trató de consolarla, “What happened, Karina?”, pero ella fue corriendo al baño a esconderse. Grecia fue a ayudarla y ver qué pasaba. Mientras Lucía balbuceaba “¿dónde está el morenaje?, ¡quiero volver con él!”, sus amigas la contenían.

Carina lloraba profusamente en el taxi, nadie sabía si de emoción o de tristeza. “Cari, no es para tanto, sólo le tocaste el pipilín”, consolaba Grecia y soltaba una risita discreta. En cambio, Lucía borracha seguía delirando. “Ya Lucía, cálmate, parece que te clavó un toro”, bromeaba Fiorella. No hay una estadística que sustente lo que Lucía pensaba en ese momento, ella creía simplemente haber obtenido el recórd mundial de besos en Barranco, nueve tipos en una noche no era poco. Fueron ocho, claro, pero, como decía ella desde la profundidad de sus sueños locos, “¡ese tío vale por dos, vale por dos!”.

Domingo

Fiorella fue la única que salió cabizbaja del examen de admisión. Las demás sólo atinaron a decir que les fue bien y no tocaron más el tema. Debían planear la tarde en casa de Lucía, donde verían la noticia por internet a las siete de la noche. Carina se despidió de las chicas, pues no tenía permiso de salida los domingos. La notaron un poco retraída.

A las siete de la noche, entraron a la página web de la universidad. Una por una fue ingresando sus datos para conocer los resultados. De las cuatro, Lucía había entrado en mejor puesto, entre los 50 mejores, seguida por Grecia entre los 100 mejores y Raquel en el puesto 187. De Carina no sabían nada hasta que la llamaron: puesto 10, sacó la niña genio besapenes. Fiorella fue la única que no ingresó, quedó a más de 200 puestos del último ingresante. Fue un golpe triste, sus amigas ya lo sospechaban, siempre fue la más relajada, pero trataron de animarla a no rendirse y postular nuevamente. Fiorella guardó sus lágrimas, se hizo la fuerte. No quería dar pena. No le gustaba que la vieran llorar.




(CONTINUARÁ...)

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Fotografía por kurvandeweerdt
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2 comentarios:

  1. esTa es tu noVela? baaagggh

    la song s de cabritos pato pato

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  2. Espero el proximo capitulo, no puede terminar asi me muerooooo.

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Aunque sea una carita feliz... )=D