lunes, 28 de marzo de 2011

Al lado del camino (segunda parte)

"Hay que darle un sentido a la vida, 
por el hecho mismo de que carece de sentido"
(Henry Miller).


Redoblaron las campanas a nuestra llegada y me gusta creer que tocaron para recibirnos. Cajamarca es una ciudad mágica. Atrapada en el tiempo, de calles serpenteadas, casas andinas, colonias, y republicanas; de montañas verdes que tocaban el cielo. Un cielo  azul, despejado, claro, inmenso. A cada paso que daba me sentía más peruano y menos limeño. Mientras que los lugareños se preparaban para su carnaval y llenaban los postes de luz, de cadenetas, mascaras y uno que otro adorno para esas fechas.

Yo miraba asombrado, con falta de oxigeno. El clima era seco y el aire puro, tal vez demasiado para mis contaminados pulmones. La señal era defectuosa y mi nextel obsoleto, como el de Salomé. Llamamos de un teléfono público a “Chule”. Un viejo amigo de Miguel, que conoció mucho tiempo atrás, originario de Sullana. El destino y  un mejor trabajo lo hicieron mudarse a aquella ciudad que lo ha adoptado como suyo.

Chule vivía en un caserón rentado. Ubicado en la calle Francia, a ocho cuadras del centro de la ciudad. Nos alojó en su cuarto. Que contaba con una cama extra, televisión con cable e Internet. Lo que me pareció extraño fue que familias enteras residían en otros cuartos, pero eso es muy común en la sierra, me explicaba Chule.

La ducha era compartida, así que me recomendó bañarme de una vez. El agua era helada, realmente congelante. Pero no quedo más remedio que bañarse de manera rápida. En la noche iríamos a conocer la ciudad.

Diario, 20 de febrero del 2011.
Llevó seis horas postrado en una cama. Tengo dolor de cabeza, además de constantes mareos, falta de oxigeno, me cuesta respirar. No tengo hambre, ni tampoco puedo beber agua. Me siento débil, enfermo. Salomé y Miguel han salido a recorrer la ciudad, me traerán unas pastillas o mate de coca, pues creen que tengo soroche  y Chule se encuentra en el trabajo. Pienso que moriré solo, desahuciado, sin amor, y lejos de casa. Es la primera vez en todo el viaje que quiero regresar, quiero estar en mi casa.  

La noche anterior, por insistencia de Chule, nos alistamos para recorrer los antros nocturnos de la ciudad. Él, nos presento a  Iván, un cajamarquino tímido pero bueno, noble y sencillo. Abordamos un taxi al centro de la ciudad iríamos al “Rincón del Ángel”, una de las discotecas más exclusivas de este lugar, repetía Chule. Pero estaba cerrado. No quedo más remedio que ir al frente.

Así que entramos a “El Club”, que tenía aspecto de peña. Iván a su vez, nos presento al resto de amigos con los que conversaríamos el resto de la noche. Me dieron de tomar una garra de un extraño elíxir verde, en pequeñas copas de tequila. Era fogosito. Un trago local, que es básicamente: cañazo, sprite y limón. La música era extraña, y todas tenían la pegajosa melodía de la “Matarina”.

Muchas copas, de fogosito más tarde. Miguel, pesado, fastidioso como siempre insistía que, hablara con los músicos en su break  para que pudiera cantar una canción. Su insistencia fue tanta, que no pude negarme.

Miguel cantó, y cantó como nunca, aunque a todas sus canciones suenen a Bunbury .Esa vez lo hizo bien. Yo lo había grabado todo. Me dio gracia, cuando dos tipos de lo más raros, me preguntaron de donde era. Y yo, de Lima, les dije. Ellos, insistían que Lima era horrible. Que habían estado ahí, ya que tienen casas, en el Agustino, Villa el Salvador, y Comas. Por educación callé y asentí con la cabeza, me invitaron unas cervezas. Y traté de alejarme de ellos con sutileza.

Cuando regrese a mi mesa, Iván y el resto de muchachos habían comprado unas cuantas cervezas y tres garras del maldito fogosito. No sé, en qué momento me sentí mareado. No sé en qué momento ya no podía más. Salí a tomar un poco de aire. El aire helado de Cajamarca, me pasó factura.

Debido al estado etílico en el que encontraba Miguel y yo decidimos volver a la casa de Chule. Fue en la madrugada que, el fogosito hizo efecto. La noche entera expulse media vida por el inodoro. Hasta el punto de sentir que me desmayaba. Aún siento el olor a fogosito, juro nunca más volver a tomar, aunque sé que, como la mayoría de mis promesas no las cumpliré.

(…)

Salomé, me ha alcanzado un poco de agua, ya me siento mucho mejor. Debe ser la pastilla que Miguel me ha comprado. He recuperado el apetito y vuelvo a comer. Hace demasiado frio. Esta tarde, creo que me quedaré todo el día en la cama.

Tiene una enorme nostalgia, el humor sarcástico de Cartman. Me recuerda a otros tiempos, a Lima, a mi casa, a mis amigos, a ella. Pero no lo dijo. Una vez finalizado el programa, me pongo una chompa que, muy gentilmente me ha prestado Chule, me pongo un jean, para dar una vuelta por el parque. Fumar un cigarrillo, y pensar, pensar. Hablar solo. Tal vez alguien me escuche.

Salomé pasa horas conectada al Facebook. Que es uno de sus hobbies favoritos y Miguel está durmiendo. Salgo de la casa, y me voy a una tienda, llamo a Lima. Contesta mi madre, hablo con ella, me agrada escuchar su voz, se apodera la nostalgia de mi cuerpo, y le cuento que en quince días, volveré a verla, mientras tanto le mando un enorme beso. Lo único que me ha impacto en lo que ha dicho son los temblores frecuentes en Lima, me cuenta temerosa mi mamá, y me pregunta si en Cajamarca, ha ocurrido algo similar, le respondo que pierda cuidado, que no ha pasado nada. Cuelgo, me siento más tranquilo.

Doy una vuelta para comprar cigarrillos, me siento una banca de un parque que, tiene la estatua de un héroe anónimo. No tiene placa, ni grabado, está quebrada, sucia y descuidada. Miro el cielo que, me hace sentir parte de algo más grande que yo. Aparece Miguel. Se sienta conmigo, me ha estado buscando, no decimos palabras, simplemente fumamos en silencio.

Pienso que Miguel, es un buen tipo, algo raro y arrogante, pero un buen tipo. La mayoría de personas tiene un mal concepto de él. Que es gordo, sucio, drogadicto, mentiroso, y ladrón. Cosas que sin duda es. Pero quizás sea solo un sobreviviente más, un cuasi genio atrapado en el dilema de odiarse a sí mismo, como casi todos a él.

Me mira y me pregunta en qué pienso, yo le respondo que en las estrellas, en Cajamarca, y en ella. Él ríe, me cuenta que extraña a Carla, su enamorada, me habla de Argentina, de sus viajes, de Máncora, y yo lo escucho. Lo escucho, y pienso en otras cosas, quiero estar solo, pero no se lo digo.

Regresamos a casa, vuelvo a salir, quiero pensar. Salomé me encuentra, damos una vuelta, la acompaño a comprar “la cena”. Pan con palta, lo mismo del almuerzo. Aún así, nos sentimos libres, más libres que nunca, adultos, o quizás un par de jóvenes que juegan a serlo.

Diario, 23 de Febrero del 2011.
He llamado a Lima una vez más. Le he pedido a mi madre un poco de dinero para seguir este viaje. He sido directo y ella también. Ella quiere que regrese, una parte de mí también, quizás una parte de mí, está cansada de pasar hambre, frio y a veces mucho calor. Pero la otra me pide que siga, que llegue hasta Máncora, que cumpla a partir de ahora y para siempre las metas que me he trazado, que el verdadero significado del viaje está más allá, que no necesariamente encontraré la respuesta en el camino o alguna ciudad, si no, tal vez en mi regreso.

Hemos dejado atrás Cajamarca. Me llevó hermosos recuerdos. Pero sobro todo me llevo a nuevos amigos conmigo. No pude meterme a los baños del Inca, a pesar que costaban dos soles, fui con Miguel caminando desde la casa de Chule hasta un poquito más allá de la Universidad de Cajamarca, además ese día llovió. Tampoco entre al “cuarto del rescate”, me parecía demasiado pagar cinco soles, por entrar a una pequeña habitación de piedra, con una huella en la pared. Sin embargo, subimos a la silla del Inca que, tampoco fue lo que esperaba, pero vencí mi miedo a las alturas y vi, lo bello que es Cajamarca desde las alturas.

Chule nos preparó sanguchitos de pollo para el camino. Realmente  se ha comportado dadivoso con nosotros, y le estaré eternamente agradecido. Inclusive habló con un amigo para que nos llevara lo más lejos posible a las afueras de Cajamarca, para poder llegar a la costa y seguir con nuestro viaje.

A lo largo del camino, la gente nos ha brindado su apoyo y admiración, aunque no siempre, pero  nos han dado un par de frutas, agua, y panes. Nos llaman “los caminantes”, otros se atreven a vernos como hippies, y no entienden nuestros motivos para recorrer las enormes distancias “caminando”, les explicamos que pedimos aventones.

Mi mayor preocupación es llegar a la costa antes del anochecer. Luego de estar casi tres horas varados en un grifo a las afueras de Cajamarca, conseguí mi segundo carro, en mi cuenta personal, para que nos llevase al norte.

Conocimos a César y Franco, dos tipos que se ganan la vida viajando, recorriendo casi todo el Perú manejando, César el piloto, nos comenta que es la primera vez que, recoge a “caminantes”; sin embargo, vio la guitarra y él como nosotros, es un artista que ha recorrido casi toda Sudamérica guitarra en mano, quien pensaría, que la guitarra seria nuestro boleto de ida, que los políticos deberían hacer lo mismo, y que votara por Ollanta, quiere un cambio. Todo a ritmo de William Luna. La sierra se hace más nostálgica a medida que avanzamos, las zampoñas, las guitarras todo se presta a sentirse conectado con la pacha.

(…)

Tres horas después, llegamos a la panamericana norte, nos despedimos de César y Franco, ellos van de regreso a Lima, nosotros al norte. Nos sentamos en un grifo, el calor es realmente insoportable. Decidimos caminar, pero la caminata es más pesada que antes, siento que mi mochila pesa el doble. Salomé me pide casi de forma autoritaria que le ayude a cargar las dos maletas extras que trae, además de su enorme mochila, me rehusó a llevar algo extra, ella me mira con mala cara, y Miguel también, me dicen que  soy desconsiderado ¿dónde está el caballerito que siempre he sido, acaso se quedó en Lima? No respondo nada, molesto cargo, la mochila extra que me veo obligado cargar a  regañadientes.

La tarde esta avanzada, y posiblemente dormiremos en el próximo grifo me dice Miguel. Bajo esa premisa atino, a levantar los pulgares y conseguir un aventón, parece que la racha de conseguir aventones se me ha ido. Salomé hace lo propio. Ella consiguió un tráiler que nos llevara a nuestro próximo destino: Chiclayo.

Viajo en el camarote con Andrés, un chimbotano de cara cortada, Miguel y Salomé viajan en la parte de adelante, me siento usado, pero no lo digo, solo me queda conversar con Andrés por las próximas dos horas. Me pregunta de dónde soy, a qué me dedico y de que parte de Lima vengo, le respondo de forma coloquial y amigable, serán dos horas largas y un parece ser un tipo que ha sufrido mucho. Hasta que me pregunta el verdadero motivo de mi viaje, y yo le digo que es por una chica a la cual quiero olvidar.

Andrés conmovido por la historia relatada, me dice que parezco ser un tipo de alma noble y pura, como poca gente, tal vez por eso decidieron darnos un aventón. Yo le agradezco, hasta que llegamos estamos a media hora de Chiclayo, nos despedimos de ellos, nos regalan una bola de manzanas que Salomé me obliga a cargar. Además de unas cajas de Frugos. Nos despedimos de ellos, con la promesa de mandarles fotos de Máncora y sobre todo de las chicas de aquellas playas.

Chiclayo está a media hora, no queda más remedio que tomar un bus, que cobra dos soles y cincuenta centavos. Pagamos y llegamos al terminal de buses de aquella ciudad. Esta parece ser una ciudad hermosa, muy parecida a mi recordada Lima. Salomé ha llamado a Dayhana, una de sus mejores amigas que a su vez ha hablado con su padre, para que nos dé posada aquella noche.

Llegamos a la casa del papá de Dayhana. Es una casa grande y hermosa, todo lo contrario de su padre que, parece ser un señor amargado, desconfiado, tacaño y avaro. No nos recibe de buena forma, nos interroga, nos pregunta de dónde conocemos a su hija, en que colegio estudio, y el nombre de su madre, preguntas que solo podía responder Salomé. Luego de responder el test de comisaria. Nos dice que Dayhana le ha dicho que son dos y no tres.

Salomé se despide del señor y no nos quedara más remedio que dormir en el parque, que me recuerda mucho a los parques de Pueblo Libre, esos con banquitas de madera y una virgen en el medio. Cargamos nuestras cosas rumbo al parque y el papá de Dayhana nos detiene exclamando que solo por esta vez hará una excepción.

Entramos y el señor nos hace un pequeño recorrido por las instalaciones de aquella casa. Nos habla de lo mucho que extraña a su hija y esposa. Sobre todo cuando habla de esta última se le quiebra la voz, ya no parece ser el tipo prepotente y omnipotente, no obstante, puedo comprender cierto resentimiento en sus palabras. No lo juzgo, simplemente no lo entiendo.

Pedimos permiso para ir a la bodega que se encuentra a dos cuadras de su casa, empero, nos dirigimos al terminal para poder cenar algo “decente”, comida de verdad. Pido un pollo broster. Salomé esta a “dieta”, así que le invito a cenar al insaciable de Miguel. Devoramos el plato.

Regresamos a la casa del papá de Dayhana, quien anuncia nuestra llegada con bombos y  platillos, a lo lejos escucho a voz ronronearte y quejambrosa de una anciana, que parece decir a lo lejos, cuida la casa, Abraham, cuida la casa. Nos dio una habitación, amplia, y espaciosa. La señal de los nextels volvió a funcionar, llamé a mi madre, a Reiner y un par de amigos más. Luego, hicimos turno para bañarnos y dormir.

Aquella noche, no pude dormir, mientras Salomé y Miguelón roncaban a lo lejos. Nunca me había sentido tan lejos de casa. Y fue la primera y única noche que solté una lagrima por la distancia, por los recuerdos y por ella.

Diario, 25 de Febrero del 2010.
El papá de Dayhana, ha puesto boleros a las 6 de mañana, lo que ha causado que nos levantemos de forma instantánea, y no quedo más remedio que hacer maletas y volver a partir, recorrimos la mitad de Chiclayo, mientras trataba de inmortalizar recuerdos en fotografías.

Caminamos alrededor de dos horas, hasta que caímos exhaustos, tomamos un taxi que nos llevo hasta Lambayeque, donde almorzamos papas rellenas, tortillas de atún, y tomamos emoliente de cebada, además de probar ceviche con frejoles. En un mercado local.

Caminamos hasta llegar a la panamericana norte. El sol no tuvo piedad de nosotros y nos castigo con rayos impalpables. Salomé, contaba chistes para amenizar la espera.

Dos horas más tarde conseguimos un camión de cebollas rumbo a Piura. Las palabras de aliento de Miguel me motivaron, al decirme que faltaban solo dos escalas más para poder llegar a Máncora. El paisaje se ha transformado en desierto, arboles y pequeñas casas aisladas. Dormiré, tal vez cuando despierte ya estemos en Piura y ella esté conmigo.

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Fotografía por reii
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Este post en una canción



A dos semanas de la elección, ¡las Plumas Invitadas se pusieron calientes! Empate técnico entre JimenaCB y AAC. ¿Tendremos campeona? No se olviden de votar.

martes, 22 de marzo de 2011

VI. Buzón de reclamos



Hechos-sin-fechar
Ayudada por la luz tenue de la lámpara, Lucía observa el reloj, tuerce la cabeza y de pronto advierte que las agujas no sólo avanzan, retroceden. Como si fuera un péndulo, el segundero da un paso adelante y otro atrás. Piensa un poco y no logra concluir si el tiempo se ha detenido o ha tomado un curso equívoco en esa madrugada amarga.

Javier ha vuelto de su viaje. A pesar que sus aires no son los mismos, no sabe si está mejor o peor. Pasado el trajín de los papeleos de entrada en el aeropuerto, le sorprende cómo ha cambiado su barrio: las parejas que parecían inseparables han roto sus compromisos; y aquellos viejos zorros solitarios han encontrado dueñas temporales, uno o dos años menores que ellos curiosamente.

Cierra fuerte los ojos, piensa que son los ataques de migraña otra vez. Un silbido la atraviesa por detrás de los ojos cuando posa los índices al costado de sus párpados. Patea sus sábanas, resuelve ir por un vaso de agua y unos Panadol extrafuerte para calmar el dolor punzante que la acecha desde que era adolescente. El tiempo se ha colgado, insiste en no avanzar y Lucía quiere que esa noche acabe rápido.

De entre la fauna de sus amigos, le llama la atención el gordo Jorge que no veía hace tanto tiempo y lo saluda efusivamente: “¡Javicho!, una de las grandes leyendas”. Mientras lo abraza, Javier recuerda los años divertidos de la secundaria cuando Jorge y él eran los primeros en las clases de Literatura, pero los últimos en los otros cursos que incluían números, fórmulas químicas o fechas para memorizar.

Tiger ha terminado con Lucía inexplicablemente o de la manera más perra posible, sin dar la cara, a través de un correo electrónico extraño para ella. Mail asesino que ha leído 13 veces antes de intentar dormir. No logra reconocer al remitente de esa horrible carta de despedida, un hombre al que cobijó muchas veces dentro de ella y que ha escrito con mucha dosis literaria y talento innegables el adiós que jamás imaginó. Parece que la redactó un extraterrestre que no sabe nada de ella, que no la conoce y supone cosas que ella no se cansaría de desmentir ante cualquier tribunal amañado.

Su amigo Jorge quiere ser poeta y quiere salir en la televisión. Son, claro, dos aspiraciones contradictorias, que se raspan la una a la otra, intermitentes de fuerza, carentes de coherencia, pero el convencimiento con que lo dice contagia a Javier. Tal vez primero quiera ser poeta y luego estrella de televisión, o al revés, teniendo claro que lo será en tiempos separados. “Los poetas y la fama no se llevan bien”, dice Javier mirando a su amigo, “y los famosos no soportarían la soledad necesaria de los poetas”. El gordo Jorge no parecía hacerle caso, siguió soñando con esas dos aficiones como quien ama a dos mujeres hermosas y no sabe a cuál elegir. “Estás jodido, gordo, igual te apoyo”, consoló Javier. “No te preocupes, preparé unos versitos para tu llegada”, dijo Jorge mientras sacaba una servilleta arrugada y escrita a mano.

(…)

Lucía,
no me queda otra elección. Tengo claro lo que haré contigo desde que fui a buscarte al malecón de Chorrillos y no notaste que te espiaba cuando mirabas las estrellas que se insinuaban a las siete menos quince de la noche. Te vi desde una esquina escondida detrás de un árbol, saltabas de un punto de luz a otro con la mirada y hacías las conexiones con tus dedos. Estabas tan concentrada que no merecías mi interrupción, aguanté el paso y dudé en acercarme hasta que el viento dobló tus ojos hacia mí y, como un flechazo, supe que nunca más podríamos mirar el mundo con los mismos ojos.



Viernes, 12 de junio de 2009
Luego de bostezar en clase, Lucía piensa, con un lápiz apoyado en su frente, que se encuentra bajo tortura por varias razones: como ejemplo, soportar profesores aburridos y amargados con su profesión; compañeros (no amigos) cuyos temas de conversación versan sobre el nuevo Código Procesal Penal y los líos de su universidad con el cardenal Cipriani; lecturas que serían un poco más interesantes si vinieran en inglés, o mejor, en francés, lenguas que domina casi a la perfección. Decide eliminar todo lo que contribuya a su desdicha, para eso tiene un atajo: toma su celular, escribe un mensaje de texto y busca un destinatario: Javier Marsano. Recuerda que esa semana lo ha visto pulular por la universidad en un terno que mal no le queda. “¿Puedes venir? Salvame”, escribe. “Sending message”, aparece en su pantalla.

Las señales suben hasta un satélite que orbita la tierra, luego desciende y se aplasta de golpe contra el celular Movistar de Javier que vibra en un momento inoportuno: la reunión con el jefe supervisor. Por esa semana, Javier ha conseguido trabajo de medio tiempo como encuestador en su universidad, su tarea consiste en recorrer muchos salones llevando unas fichas que los alumnos deben llenar con lápices especiales 2B. Le alegra no haber encontrado la desidia que imaginó en los alumnos, por el contrario, casi todos colaboran así que eso le tiene de buen humor, de vez en cuando entabla conversación con alguna dulce chica de la facultad de Educación o con las misteriosas de Arte. Ahora su jefe le asigna sus comisiones del día: tres salones en la facultad de Letras y dos en Gestión.

Javier desvía la atención de las palabras del supervisor hacia su celular, siendo tan temprano sólo puede ser un maldito mensaje de los que prometen planes tarifarios más cómodos a primera vista, pero que sólo lo hacen esclavo de una rutina de boletas que esperan pagarse en el banco más cercano. Logra leer las tres palabras y la remitente le sorprende: Lucía Castello. El brillo fugaz en los lentes de su supervisor lo traen de vuelta desde sus cavilaciones.

-Señor, le estoy hablando -le dice-.
-Perdón, jefe, voy ahora mismo a Letras.
-No pues, te me dormiste, tu compañera ya fue a tu comisión.
-¿Qué?, pero usted me dijo a mí.
-Para qué te distraes. Igual tienes la otra en dos horas.
-Imposible, qué haré en tanto tiempo –dijo molesto, haber perdido una encuesta significaba menos dinero-.
-Allí tienes para corregir tus anteriores encuestas.
-Antes voy a tomar desayuno y vuelvo.
-Vale, también lávate la cara, que no creo que hayas dormido bien.

Una vez libre, Javier llama a Lucía, le propone ir a la cafetería Central a tomarse algo. Lucía abandona su clase y, como estaba más cerca, llega primero que él. Le sigue pareciendo que Javier ha cobrado un atractivo debajo de ese terno Pierre Cardin con el que hace su entrada, pero es una confesión que se guarda para ella misma y para hacerle creer lo contrario le dice: “ya quítate esa ropa, pareces un pingüino”. Javier le recuerda que no tiene otra opción si quiere ganar dinero fácil.

-¿Cuánto te están pagando? –pregunta Lucía-.
-Y eso a qué viene.
-Para saber qué puedo pedir.
-Lo que quieras, Lucía, yo invito.
-Genial, primero quiero un pan con chicharrón.
-Está bien ya te lo traigo.
-Apúrate, que tengo hambre.
-Tranquila, soy encuestador pero no mesero.

Desde que Tiger terminó con Lucía, ella se había refugiado en la amistad de Javier, que era dócil para consentir sus caprichos.  Él acostumbraba tocar el tema de Tiger sólo después que ella lo hacía, aunque algunas de las cosas que decía eran un poco pesimistas, siempre terminaba dándole aliento para que lo olvide de una vez. “Si te gusta, lucha por él hasta que te destruyas”, decía primero Javier, que no entendía que las palabras de Tiger eran determinantes. “Es que no has leído sus mails, son tajantes, no me quiere ver y yo nunca me arrastraré por un hombre”, decía Lucía. Javier percibió el futuro de la frase, “nunca me arrastraré”, ¿acaso antes lo había hecho?, según le había contado, ella siempre salió ganando de esos casos. O probablemente escondió detalles para quedar mejor parada en sus relatos.

-Felizmente nunca se enteró de nada -acotó Lucía-.
-¿De las sacadas de vuelta, el estríper y eso?
-No hables así, además fue sólo una vez.
-Tal vez se hizo el de la vista gorda y recién quiso entrar en razón.
-Imposible, Tiger era celoso pero despistado.
-Para mí que se las olía y dejo de pasarlo por agua tibia.
-No, cariño. Él sigue pensando que soy una santa.
-Tú eres la mejor actriz.
-Lo sé y quiero que dejes de decirlo.


Cuando acabaron el desayuno, Lucía recogió su mochila en el salón y se fue a leer al sótano de la biblioteca. Javier, por su parte, llegó con las justas para cumplir con la comisión de las diez de la mañana. Acordaron verse en la noche.

(…)

Aprovecho esta carta para aceptar mi más fiel error: los celos. Que yo los entiendo como protección (hacia mí, hacia ti) mas nadie los entiende como yo. Te quería; y no te quería compartir con nadie, si tengo celos es porque tengo miedo de perderte o que te vayas con el primer imbécil que te deslumbre con su floro barato. Apuesto que cuando estabas conmigo no faltaban esos charlatanes cuyo único arte, reconozco, es el de esconder bien lo que no saben. Que se hacen pasar por amigos y viven embobados por ti.
No voy a cambiar lo que pienso, por ejemplo, de ese tal Javier que tanto te buscaba. Era obvio darse cuenta que quería algo contigo y más fácil aun saber lo cobarde que era. Siempre me dio la impresión de que se corría de mí, no me miraba a la cara. Me da risa las poses de bohemio fracasado que se mandaba, ¿acaso ir al Centro de Lima es ser bohemio? Y ya sabes lo que pienso de todos tus amigos de Derecho, sarta de pendejeretes cuyo único mérito fue llevarte en auto hasta tu casa las veces que yo no podía.


Viernes, 12 de junio de 2009
Se citaron en la sala de computadoras a las siete y media de la noche. Javier llega y encuentra un panorama desolador por lo bello del asunto: Lucía sentada frente al mismo monitor que una chica de rizos dorados, casaca morada y ojos verdes que lloran indefensos. El mar es la tristeza que brota de sus ojos.

Espera con respeto a que termine de llorar. Están leyendo la carta que Tiger le envió cuatro meses antes y que ella descubrió casi un mes después. Lucía lagrimea un poco, acaso porque ya no le sorprende ni golpean esas líneas inentendibles que Tiger escribió, para ella, en un momento de enojo.

Lucía le cuenta que su amiga se llama Cristina y que lloraba porque había pasado por una situación similar.

-Entonces, fue inoportuno que le enseñes la carta –dijo Javier-.
-Por favor, tú qué sabes de esas cosas –atacó Lucía-.
-No deberías cagar a las personas a las que puedes ahorrarle sufrimiento.
-Sólo salió el tema, tenía que enseñarsela para que me entienda mejor.
-Y qué has ganado con eso.
-No es de tu incumbencia. Si vas a joderme la existencia, vete.
-¿Si te digo que puedo solucionar que Tiger te hable? No olvides que lo conozco.
-Imposible, él te odia.
-Ayer estuve con él un rato, cruzamos un par de palabras.
-¿Dónde?
-En la biblioteca, fui a sacar un cuento de Allan Poe, y él sacaba algo sobre sociología.
-Cuándo no. ¿Qué te dijo?
-Se interesó por mirar el título de mi lectura, El hombre de la multitud. Fue extraño, no pensé que tuviéramos esas confianzas.
-Tiger es así, no quiere decir que el caigas bien.
-Como sea, ¿no te gustaría saber porqué Tiger te escribió eso?
-Ya no hay nada que hablar con él. Está cerrado, no quiero verlo si él no quiere verme.
-Piénsalo, debo ir a realizar mi última encuesta a un salón en este piso, ¿me acompañas?
-A ver.

Lucía ve a Javier ingresar a un salón de seis alumnos, al parecer es un seminario de Tesis, pues están divididos en dos grupos, cada uno con un jefe de práctica. Desde el marco de la puerta, observa cómo Javier se presenta y distribuye las fichas de su encuesta. “Buenas noches, vengo de la Oficina de Publicaciones para realizar la encuesta de docentes, voy a repartir estas fichas que tienen que llenar con lápiz 2B, quien no tenga me avisa y yo le presto”, lleva repitiendo el mismo rollo toda la semana.

Una vez afuera, encuentra a Lucía, bajan por el ascensor, en un viaje que parece interminable. Le provoca besarla, pero ella se adelanta y pregunta.

-¿Cómo harías para juntarme con Tiger?
-Dame su teléfono, le pido encontrarnos, pero en vez de mí vas tú.
-¿Y por qué va a querer verte?
-Le diré que quiero discutir unas opiniones sobre Poe.
-Por si acaso, no es que quiera ver a Tiger, sólo me da curiosidad.
-Entiendo, es normal, el cuerpo te lo pide –dice y se ríe-.
-¡Nooo, sonso!, como te conté, él se masturbaba con mi cuerpo, nada más.
-Pero algo tiene que haber hecho, ¿no?
-Algo que no era propiamente sexo.
-Sino propiamente un fiasco.
-Exacto, dime Javi, ¿puedo confiar que no me fallarás?
-Déjalo en mis manos, hablarás con Tiger la otra semana.

Hablaron un poco más y se fueron a sus casas. Tomaron el mismo micro de la línea 18.

(…)

Ha sido duro comprender lo que tú querías: libertad. Que tú confundes con libertinaje, fiestas, desbande, retornar a casa a las cinco de la mañana. Yo no necesito una chica tan irresponsable, no tengo tiempo para perderlo llamándote, buscándote, intentando saber adónde te metiste esta vez y con quienes.
Lucía, no creas que no me doy cuenta. No estoy ciego. Cada vez que estás conmigo, siento que terminas siendo una copia mal hecha de ti misma, perdona la dureza, procuro ser franco en mis palabras como tú tienes que serlo en tus actos. No te estreses intentando ser alguien que no eres sólo por un chico. No sé si confiar en todas las mentiras que me dijiste o desconfiar nada más. ¿Creíste que no me daría cuenta del lamentable estado con que llegaste luego de año Nuevo? Tu amabilidad exagerada para conmigo te delató y esa fue la gota que derramó el vaso.
No quiero volverme una cárcel para ti, me enferma que te aferres a mí del modo insano en que lo hiciste. Sé que cualquiera estaría contento de que eso haya pasado, pero tener una chica comiendo de mi mano es un cuadro que me gusta pero no soporto.
Las mentiras que le decías a tu madre para tapar tus salidas, sentía que me las hacías a mí. Por eso digo que eres una inmadura, egoísta y coqueta, sólo que ahora será diferente porque tendrás todo el margen de acción que yo te negué. Lamentablemente, te portaste como una pequeña cretina infantil que no sabe otra cosa que hablar sin hacer las cosas realmente. Confío que entiendas mis razones y no me busques más.

Suerte,
Tiger.

PD. Esperaba que leas esta carta mucho tiempo después de escrita, por eso no la mandé al Hotmail, sino al Yahoo.



Miércoles, 18 de febrero de 2009
Tras escribir lo sustancial de la carta que quiere enviarle a Lucía, Tiger abre el refrigerador en busca de una bebida fría. Lo que sigue será releer el mail para corregir las imperfecciones. Lo que le preocupa decir ya está puesto en oraciones simples que condensan su amargura y sus ideas sobre ella (“eres una irresponsable”; “no seré tu obstáculo”; “ahora tendrás todo el espacio que buscaste”). Ahora faltan los arreglos necesarios para que el texto suene sino poético, por lo menos se eleve por sobre el común de las cartas de despedida, es lo que le dicta su vanidad.

Sufre para encontrar la metáfora de entrada que adorne el texto y le dé sentido, es la última consideración que puede tener con ella. A pesar que teme perder la claridad ganada, empieza a volcar algunas ideas al documento escrito en Word 2007.

Se le ocurre iniciar la carta con la referencia al último día que la vio. Aquella vez se citaron en el malecón de Chorrillos, un lugar especial para Lucía porque se conecta con las estrellas a las que les guarda una fe silenciosa. Cree que por lo menos una de ellas es suya y está pintada en el cielo para contarle algo que no sabe todavía, que no recuerda, que su alma ha olvidado por estar ocupada en el ajetreo que es su vida.

Espera que esta alusión a los cuerpos celestes sea entendida como un claro ejemplo de que no apuntan a lo mismo. Los últimos acontecimientos le mostraron que sus aspiraciones no son iguales, que alguien allá arriba no espera lo mismo de los dos, cree también que Lucía todavía es una chiquilla inconsciente que se preocupa más por las fiestas del fin de semana que por su futuro como abogada. Lo han conversado y ella dice que ese paradero aun está muy lejos, que no debe hacerse problemas, pero él piensa que ella se escabulle de sus responsabilidades. En una reciente pelea, él llegó a reclamarle su dejadez como hermana mayor.

Sin embargo, sabe que no puede cambiarla, cualquier intento sería en vano. Tampoco piensa pedirle que corrija sus manías o sus rabietas, al fin y al cabo él se enamoró de la misma chica traviesa que hoy no soporta más. Han sido incómodas las veces que ha tenido que pedirle que desista de asistir a las fiestas, pues aparte de convencerla, choca tácitamente con las mejores amigas que él ha preferido no conocer, sin saber que es un grave error enamorar a una chica sin hacer lo mismo con sus amistades más cercanas: en este caso, las Meras.

No se engaña, cada vez que ha leído el mail, elimina dos o tres palabras. En general, todas sus líneas están bien sustentadas y conectadas de manera pulcra. Ha querido ser claro y evitado las indirectas que el tiempo vuelve estúpidas.

Una idea retorcida que tenía Tiger y dudaba en ejecutar era la de alargar la desolación de Lucía. Para esto, había elegido enviarle la bomba a su cuenta de Yahoo, que no revisaba tanto como su cuenta de Hotmail. Esto contribuiría a cultivar la incógnita en la cabeza de ella por los días o meses hasta que revisara el buzón de su correo alterno. También la llevaría a preguntarse por qué no la llamaba o le respondía las llamadas y alimentar así una culpa que Tiger le pudo ahorrar.

No niega que tiene pena de despedirse así. No sabe que Lucía, en los próximos meses, tendrá muchas teorías a propósito del mail, por qué desaparece así, se preguntará ella. La verdad, él tampoco lo sabe. Tal vez no podría decirle lo mismo cara a cara, sus piernas flaquearían a medida que avanzaran sus argumentos. Escribirlo implica cosas no dichas, gestos que no serán leídos, sólo letras en Arial 10 puestas en un fondo blanco dirigidas a remecer sus sentimientos.

Está decidido. Él no quiere interferir en el camino que ella quiere. Le toca despedirse sin más trámites que un correo desalmado mientras sorbe un yogurt de fresa de noche.



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Imagen por OpheliaChong


Este post en una canción



domingo, 13 de marzo de 2011

Al lado del camino (primera parte)



Todo lo que hagas en tu vida será insignificante. Pero es necesario que lo hagas tú, porque nadie más lo hará por tí.

Gandhi.



Cuántos hemos querido o pensado hacer maletas y recorrer el mundo. Cuántos sueñan y quiènes lo hacen. No lo sabía en aquel entonces pero yo lo hice. Aunque mi pequeño mundo giraba entorno a los distritos tradicionales de la ciudad, las playas del sur, los bares del centro y las discotecas de Barranco y Miraflores. Mis tardes eran monótonas y repetitivas. Había conseguido una entrevista de trabajo para ser cajero en un ostentoso Banco, y hacer dinero en el verano. Sin embargo, no me sentía cómodo, y una tarde recostado en mi cama dándome vueltas, me preguntaba que cosa trascendental había hecho yo con mi vida. Sin encontrar respuesta a esta interrogante mientras sonaba una canción que parecía tener un mensaje subliminal pensé ¿un viaje? Si, un viaje, ya que la idea de irse es volver siendo otro: renovado de ideas, sueños e ilusiones, y yo las necesitaba. Pero cómo, cuándo, adónde y con quién.

Miré mi habitación, y mi mente me llevo a divagar en la historia. A los diecisiete años Neftalí Reyes, ya había publicado su primer poema “La canción de la fiesta”; bajo el seudónimo de Pablo Neruda; a los veinte, John Lennon ya era líder de la banda de más éxito comercial en la historia de la música pop; y con veinticuatro años, Ernesto Guevara recorría por primera vez Latinoamérica. Son estos personajes excepcionales que han venido al mundo para crear grandes reformas y cambiar el curso de la historia para siempre. Y yo, en cambio, no me atrevía a escribir la primera línea de una novela. No obstante, escribía eventualmente sobre amor, del cual no sabía nada y solo se suman mis fracasos amorosos que divierten a mis amigos y unos cuantos seguidores. Fue entonces que decidí hacer algo que cambie si no es el mundo, mi vida para siempre.

Unos días antes del viaje había ido a visitar Miguel y su hermana, Salomé. Quienes me había invitado a formar parte de su aventura por todo el norte del país hasta Mancora, donde nos esperaba trabajo, comida, fiesta y chicas lindas. Aseguraba él. La idea era tentadora aunque no me convencía del todo. Al día siguiente, llegó una hermosa francesa, Emilie quien me cautivo desde el primer momento en que la vi. Lamentablemente, ella tenia novio, Luigi un cajamarquino simplón que había conocido en aquellas playas norteñas. Así que, en un arrebato de osadía, me senté a hablar con mi madre, y decirle que quiera irme a recorrer el Perú aprovechando mis vacaciones, la idea no la tomo por sorpresa pero se hecho a llorar, no entendía porque su primer hijo se quería ir de casa ¿acaso no tenia suficiente amor? No es eso mamá le dije, simplemente necesito hacer esto, por mí. Ella me miro con ternura e impotencia y me dijo, si te quieres ir a la aventura anda. Pero eso si, no financiare esta locura. Y yo, no te preocupes mamá tengo todo lo que necesito conmigo. Aquella tarde me pase seleccionando maletas, ropa, sandalias. Sacando y metiendo ropa, mi madre pensaba que se trataba de un juego que no seria capaz de irme. Llegada la hora, me dirigí a su cuarto, le toque la puerta, le di un fuerte abrazo, soltamos unas lagrimas y me fui rumbo a la casa de Miguel.

Cuando llegue a su casa, me recibió Salomé no podía creer que iría a mochiliar con ellos, sin embargo, Emilie y Luigi no aparecían, así que nos quedamos a esperarlos. Muchas horas después, cuando yo dormía en el mueble tocaron el timbre, eran ellos. Desperté a Salomé y Miguel de inmediato, se levantaron somnolientos, y les pregunte si nos iríamos esa misma noche o al día siguiente, ellos afirmaron que en la madrugada estaría durmiendo fuera de Lima.
Salimos un martes 15 de febrero con las mochilas en las espaldas desde Jesús María a Lince, donde tomamos un bus que nos llevara hasta Ancón, un lejano y famoso balneario a las afueras de la ciudad donde en 1883 se había firmo el tratado de paz con Chile. La ciudad se iba alejando y Ancón cada vez estaba más cerca, me asaltaban recuerdos de la infancia y me preguntaba cuánto abra cambiado desde aquel verano del 98. Casi dos horas después llegamos algo aturdidos y emocionados. Conforme fuimos avanzando los edificios se convertían en barriadas y ya no era el balneario que yo recordaba en mi niñez. Miguel y yo nos acercamos a hablar con un oficial de policía, preguntándole si podíamos acampar en la playa, nos dijo que sí, pero quedaba bajo nuestro criterio pasar una noche ahí, ya que era tierra de nadie. Al escuchar esa palabra un miedo rodeo todo mi cuerpo, aunque trate de hacerme el fuerte y el disimulado. Vallan mejor a Miramar es más seguro que Conchitas. Bajo esta última recomendación tomamos un mototaxi hasta dicho lugar. Armamos las dos carpas sin complicaciones, en una dormiría Emilie y Luigi y en otra los demás. Empero, la noche era virgen, así que desforre la guitarra, Miguel me la arrebato de las manos, mientras Emilie recogía troncos secos para hacer una pequeña fogata, nos dejamos llevar por la música acústica que nos regalaba Miguel, coreamos las canciones y disfrutamos de la brisa del mar. Dado que escribir es un acto en que necesita soledad espere que el cansancio se apodera del grupo y con ayuda de una linterna saqué de mi morral un pequeño cuaderno azul que me serviría de diario, nunca he tenido uno así que hice lo mejor que pude, escribiendo todo lo que pasaría en a donde fuera y me recordaría lo mejor y peor de cada lugar, hasta llegar a nuestro destino: Màncora.

Diario, 15 de Febrero del 2011:
Ha sido difícil hacer maletas y tomar la decisión de irme. Dejar atrás a mi familia, mis amigos, mis cosas, mi mundo y sobre todo a ella, a que llame para despedirme y como era obvio no contestó. Me gustaría que sepa aunque suene cursi que ella viaja conmigo, bueno una parte de ella: su guitarra, que ahora uso para apoyar este cuaderno y escribir estas líneas. Me voy porque necesito encontrarme conmigo mismo, me voy para regresar siendo un hombre nuevo, para demostrarme que no necesito de nadie, que puedo valerme por mi mismo. No sé cuando vuelva escribir en este diario. Que siento que es lo más personal que he escrito y tal vez escribiré.
Llegamos a Ancón cerca de las 11 pm, la brisa era helada y las calles daban un aspecto tétrico de ser un pueblo olvidado por dios, y los limeños. Durante el viaje hable con Emilie, creo que es una europea orate que se ha dejado llevar mucho por los libros de Paulo Cohelo y el Karma y las energías; aun así, me agrada escucharla con su hermoso acento francés. Pero la nostalgia me abarca y es una extraña sensación, veo las estrellas y me pregunto se ve verán igual desde mi casa. Prendo el mi ultimo cigarrillo, el mismo que he escondido como oro, lo fumo pausado. Sin nada más que decir dormiré esta noche pensando en ella la que no esta conmigo, y en mí.

Mientras dormíamos bajo la sombra de las estrellas, no me percate de que había alguien merodeando nuestras carpas. Escuche gritar a Emilie con fuerza. Miguel se paro en acto, lo seguí por inercia, Luigi hizo lo mismo, y perseguimos al ladrón mas por compromiso que por reacción, Miguel se detuvo, se cayo me pidió que avanzara mientras que, Luigi se había raspado el pie. En fracción de segundo sentí que todo dependía de mí, me enfrentaría al ladrón a mano desnuda, era hora de probar de qué estaba hecho. Corrí, con las piernas temblantes, y seguí corriendo, y lo tuve a dos centímetros cuando le solté un golpe fallido, luego le solté otro con odio reprimido, con mi impotencia, lo golpeé, y no me enorgullezco de eso. De pronto, se logro zafar de mi dominio. Luigi me miro molesto y me dijo, porque no lo detuviste, y yo, hice lo que pude, no regresamos sin antes escuchar lo alaridos de Luigi “te voy a matar ya se quien eres”. No volví a pegar un ojo en toda la noche. A primera hora de la mañana levantamos carpa y nos enrumbamos camino a la carretera. No sé exactamente cuanto caminamos ni por cuanto tiempo, pero desde aquel robo las tenciones eran más fuertes entre Emilie y Miguel. Está acusaba al segundo, por tener energías negativas y no purificar su karma. Él por su lado, la trataba de loca de remate, una europea alienada que quería ser más peruana que todos nosotros.

Nos detuvimos cerca de un grifo, y esperamos alrededor de dos horas, cuando conseguimos un camión de papas que se dirigía rumbo a Trujillo, las chicas abordaron al sujeto coquetearon con cuanto camionero pasase, es el precio de mochilear pensé, a Luigi no parecía importarle. Fue decisión de Emilie bajarnos en Huacho ella quería conocer esa ciudad, y a ninguno parecía molestarse, bueno en aquel momento.

Diario, 18 de febrero del 2011:
La brisa de Ancón ha quedado atrás. Hemos caminado alrededor de cuatro horas desde que salimos de Huacho a Huaral. El viaje se hace cada vez más pesado, nos hemos quedamos sin comida, sin agua, y sin dos compañeros de viaje: Emilie y Luigi, quienes han tenido tremenda gresca con Miguel, causada por su arrogancia y poca paciencia, éste mando a volar a la francesa debido de sus ideas fuera de lugar sobre el karma, el cosmos y las energías. Desde aquella tarde en que estábamos hambre y sed, y quería pedir comida donada a un exclusivo restaurant, hasta juzgarla por cosas que nuestra idiosincrasia latina no nos permite entender. Ella es ser libre, hace lo que quiere, impone sus propias reglas. Sin embargo, el detonante de nuestra separación fue cuando se metió a bañar a la laguna municipal, a pesar de que las duchas públicas estaban a dos cuadras, por primera vez, me sentí peruano y condene con severo reproche la estupidez de aquella francesa de burlarse de nuestro patrimonio. Cuando Salomé y yo, regresamos de las duchas públicas todo estaba consumado. Miguel y Emilie discutían al unisonó, Luigi era tan solo un espectador más como nosotros. Para culminar su ira Miguel, revelo que Luigi estaba solo con ella por la visa a Francia. Nos despedimos y comenzamos nuestro viaje, por un momento quise retroceder quedarme con ellos pero no lo dije solo lo pensé. Llegamos cerca de un desvió en Sayán, estaba molesto, fastidiado, y con miedo de estar en medio de la nada. La necesidad me ha convertido en un experto “tira dedo”, y luego de muchos intentos y casi haber perdido las esperanzas se detuvo un carro cuatro por cuatro, que nos pregunto de donde éramos, Lima dijimos, él también, nos comento que se iba hasta Cajamarca, pero era casi seguro que esa noche pernoctaríamos en Chimbote. William se comporto como un ángel de la guardia, era de tez moreno, sin cabello, gordito, alto, fanático de Arena Hash pero sobre todo de Pedro Suarez Vertiz. Además, nos conto aspecto tristes y nostálgicos de su vida, sus tres divorcios, el fallecimiento de su padre, y lo bien que se llevaba con sus cuatro hijas. Yo por mi parte le conté el verdadero motivo de mi viaje: Ella, a lo que él me contesto: Dale tiempo, y búscala, veras que el tiempo me dará la razón. Al llegar nos invito un pollo a la brasa, debe ser la comida más rica que he probado en días. Pagamos la habitación de un hotel a medias. Esta noche dormiré bajo un techo pero en el piso, luego de darme un buen duchazo. Miguel y Salomé dormirán juntos en una cama, William dormirá en la cama solo, y aprovecho el tiempo que me queda para poder escribir. Mañana partiremos a Trujillo la ciudad de la eterna primavera.

Él sol penetra por las ventanas, y sabemos que es hora de partir, William arregla sus cosas nosotros también, nos lavamos la cara, y cogemos nuestras costas. Subimos al carro de y empezó el recorrido, nos despedíamos de Chimbote y su gente. La carreta cambiaba de paisaje y el calor era cada vez más insoportable. Casi dos horas y media, los paneles publicitarios anunciaban que estábamos a las afueras de Trujillo, William compro un diario local,” La hora” que mencionaba de que los mercenarios causaban terror y perjudicaban el peligro en aquella ciudad. Cuando llegamos la ciudad me embrujo por su encanto, sus calles, su arquitectura y sus chicas. Era la segunda vez que pisaba aquella ciudad, la primera fue en el 2006. Aunque esa ya es otra historia. Desayunamos un extraño y típico plato regional: Tallarines, ceviche y huancaína. Barriga llena corazón contento, emprendimos nuevamente rumbo, Cajamarca era el próximo destino. William era un excelente conductor y se convirtió en un amigo, hablamos mucho durante el trayecto, parado cada vez que algún paisaje nos seducía para fotografiarla. Me ofreció su casaca cuando me bajo la presión a ir subiendo por las montañas, me costaba respirar al pasar por Choten, un pueblo a las afueras de Cajamarca. El cielo era despegado, inmenso, infinito. A nuestra llegada a Cajamarca, dos horas después nos emprendió la tristeza de tener que despedirnos de William, que pidió que hablase de él, si alguna vez publicaba algo con respecto a este viaje. Cajamarca nos recibía con un cálido sol y brisa serrana.

Continuara…