viernes, 3 de diciembre de 2010

III. Princesa herida (parte final)



Viernes 20 de abril

Con las luces apagadas y la puerta abierta, Tiger recibió a Lucía, se abrazaron, dieron vueltas lentamente hacia la cama. Regaba los besos desde los hombros hasta las orejas, sus manos caminaban al norte y al sur de su cintura. Lucía se enfrascó en la lucha por no despojarse del sostén, sus pechos pequeños la avergonzaban. Tiger era paciente, sabía que con otro poco de insistencia, Lucía terminaría por ceder.

(…)

Como lo hizo, pocos meses atrás, una mañana de playa. El sol despuntaba, enero recién nacía, pasaron las fiestas juntos, que no significaba una juerga imparable o cualquier tipo de salida, sino quedarse viendo películas en el hogar de Tiger. Más que eso, La Punta era para Tiger su hábitat natural. Un barrio silencioso de estilizadas casas, botes cabeceándose entre ellos y cometas amarradas a niños felices. Un capricho geográfico de tierra, lamida una y otra vez por un mar de olas inofensivas; y franqueada por un viento indeciso.

Tiger, vestido de blanco, lanzaba piedras al mar y escuchaba a Lucía. Hablaba de su padre.

-Se quitó y nunca le pasó ni un cobre a mi mamá -se quejó Lucía-.
-¿Y cómo volvió? -preguntó Tiger-.
-No sé, cosas de ella que lo perdonó, yo era una niña, obviamente estaba feliz porque con él en casa volvíamos a ser una familia y etecé, etecé -dijo Lucía-.
-Claro, comprendo.
-Pero se fue de nuevo y ahora lo visito de vez en cuando en su trabajo.
-¿Cómo, no dijiste que tu mamá…?
-Él mismo confesó que tenía otra familia. Su otra mujer lo había votado a la calle y por eso volvió con nosotros.
-Bueno, estaba solo.
-No, siempre sacó provecho de todos. Fue un perro.
-No deberías ser tan malo con él.
-¿Lo estás defendiendo?
-Mal que bien es tu padre y debes entenderlo.
-¿Entender qué?
-Que es un ser imperfecto, no le pidas que sea tu salvador, el sólo te trajo al mundo pero no tiene idea de lo que es una familia.
-Hablas como si tú lo supieras.
-Sólo lo intuyo. Nadie puede negar la presencia de su padre, así nunca lo haya visto.
-Me llegas cuando te pones filosofito.
-¿No crees que fue honesto al contar que tenía otra familia?
-Es que no debió tener otra familia.
-Bueno, yo hace tiempo que dejé de creer que mi papá y mi mamá deben estar juntos hasta sus muertes. Yo mismo no me veo cumpliendo tamaña tarea.
-¡Qué dices! Para mí no es así –las palabras de Tiger la incomodaron, las trasladó automáticamente a la relación de ellos-.
-Lo siento, es lo que pienso.
-¡Aysh, eres imposible!–dijo Lucía al levantarse, quería irse-.
-Te llamo en la noche –dijo Tiger antes de hacer rebotar una piedra más en el agua-.
-No, aquí se termina esto –sentenció Lucía, haciendo equilibrio en una piedra-.
-Lucía, no estés molesta, te llamo más tarde. Puedes irte si quieres.

Lucía perdió los papeles, Tiger se daba el lujo de adivinar sus estados de ánimo y predecir que ella lo perdonaría. Tocar el tema de su viejo con Tiger fue un error, le molestaba que le dieran la contra cuando ya tenía una posición sentada. La hizo quedar como una resentida. Ella no se pensaba así, si visitaba a su papá cada dos meses en el Ministerio donde trabajaba. Lucía dobló la esquina y él no la siguió.

En la noche, estuvo más calmada y, como había anunciado, Tiger llamó. Respondió Doña Estela que lo saludo con afecto y llevó el inalámbrico al cuarto de Lucía, que leía una novela de Kafka, “El proceso”, en su escritorio. “Es Tiger, hija”, dijo con voz amable y medio cuerpo en la puerta. “Gracias, mami, déjalo allí”, dijo Lucía, señalando su cama. Viendo a su madre retirarse y cerrar despacio la puerta, pensó en las cosas que Tiger le dijo esa mañana.

El teléfono esperaba ser recogido, los segundos se alargaron, cada uno tenía un peso específico de tristeza que Lucía sentía extrañamente, cómo si yo tuviera la culpa, pensaría meses después. Volteó, miró el aparato, puso una cara triste y se paró a recogerlo. Se echó en su cama. Antes de decir “aló”, la colación de unos ruidos metaleros la sorprendió. Tiger había pasado los minutos de espera escuchando melodías venidas del infierno, parecían los arpegios del cruce con una señal de radio extraterrestre. Bajó el volumen y dijo suelto de huesos, “hola, Peluchita, te fuiste muy rápido en la mañana”.

-Qué querías, si defendías lo indefendible -dijo Lucía. Tiger quedó en silencio por dos segundos, ya había dicho todo lo que tenía que decir del tema, Lucía esperaba su defensa-.
-¿Quieres ir a comer mañana? –preguntó en cambio-.
-¿Comer qué? -dijo Lucía-.
-No sé, un ceviche tal vez. Por aquí, por mi casa. Te puedo pasar a recoger como siempre.
-En Chorrillos hay mejores points  y pescado fresco –Lucía se sorprendió colaborando en la causa, debía reducir sus palabras hasta la indiferencia-.
-Sabes que no almuerzo en cualquier lado, ¡con qué cuchillo sucio picaran esos pescados!
-Exageras –hizo una pausa retórica de dos segundos-, sigo enojada.
-No vayas a llevar esos ánimos a la comilona de mañana.
-Bien, ¿algo más?
-Me terminarás comiendo.
-Ya quisieras.

Por eso Tiger tenía el poder de convencer a Lucía. Era algo en su actitud, en su insistencia, en su mirada hacia la vida, su tendencia a minimizar las peleas, lo que la subyugaba, la oprimía sin darse cuenta.

(…)

Encaramado en ella, le procuraba caricias en zonas inexploradas por otros amantes del pasado con la profundidad con que Tiger lo hacía ahora. “Hazme tuya”, susurró Lucía. Apretó a Tiger con sus piernas, lo abrazó con fuerza, “sigue, sigue, no pares”, Tiger ensalivaba la piel de Lucía sin querer y automáticamente la refregaba con sus barbas, cochinada que le producía la sensación de una orquesta de cosquillas patinando en su piel. Dolía como mierda, sí, pero pedía más, quería que entre con más fuerza, más rápido, antes que la abuela sospeche de su ausencia. Se agitaron y, en menos de un minuto, Lucía sintió una bomba nuclear allí abajito. Exhaló hondamente, había alcanzado la plenitud.

Escucharon cerrarse el portón de abajo, “¡tu vieja!”, dijo Tiger que brincó de la cama, se puso el calzoncillo, el pantalón, se acomodó el cabello y fue a la sala. Todo eso mientras Doña Estela subía por las escaleras rojas. La abuela seguía dando cabezazos al aire, cuando entró Doña Estela con la torta en la mano y lo encontró instalado en el asiento con el control remoto en la mano. Antes de saludarla, la conciencia lo obligó a decir “por si acaso, seño, Lucía está en el baño”, Estela no entendió la aclaración, “ay, hijo, había una colaza, perdón por la demora”, atinó a decir, “vamos a partir la torta, no te tienes que ir temprano, ¿no?”. “No se preocupe, señora me quedo todavía”, dijo Tiger y pensó con los ojos todavía revueltos “¡la colaza que tiene su hija!”.

Hechos-sin-fechar

Subida en la cama, dominando la acción, el encuadre triangular de las piernas de Lucía, nos entrega a Marcelo amarrado y esperanzado en la gracia que pronto, pensaba, le caería del cielo. Esperaba, cual damnificado que ve caer alimentos no perecibles desde aviones de carga, que Lucía se retire una por una las prendas que la tapaban. “Ya empieza lo bueno, niño malo”, advirtió Lucía desde arriba. Marcelo se había dejado amarrar y sólo quedaba por ejecutarse la última fase del plan.

Malo Marcelo estaba sin polo, las muñecas amarradas y la bragueta abierta. La mansedumbre con que aceptó ser crucificado en su cama divirtió a Lucía, que caminaba en el colchón como un felino enjaulado, su sombra repasaba el rostro de Marcelo una y otra vez. La luz naranja de la lámpara en el piso confería al cuarto una atmósfera infernal, rayos de viento que despeinaban a Lucía se colaban por la puerta abierta. Ella clavó sus botas rozando las orejas de él, le dijo dulcemente “cierra los ojos, Marce”, éste obedeció con su última sonrisa.

Acto seguido, Lucía alzó los brazos, aprovechó la proximidad de la ventana para enviar la señal clave a sus amigas, todo estaba controlado. Desde abajo, escondidas en un jardín, las Meras divisaron la silueta de Lucía cruzando los brazos, había llegado el momento de castigar a Marcelo. Empezaron el ascenso cautelosamente por la escalera metálica de caracol, en orden de arriba a abajo eran Raquel, Carina, Grecia y Fiorella (que había subido antes, ella golpeó la puerta). Llevaban ropa negra, el pelo suelto y las zapatillas en las manos para evitar el ruido, cada una se colocó un antifaz de color distinto. Se detuvieron ante la puerta abierta, la estrechez del camino las obligaba a seguir en fila. La segunda miró al vació, pensó en la muerte horrible de Marcelo si caía por allí. La tercera hizo la cuenta regresiva: “a la una, a las dos, ¡y a las tres!”.

Cuatro muchachas ninja invadieron el cuarto de Marcelo, tomaron posesión de cada esquina. La de antifaz celeste, que entró última, cerró la puerta, pateó la lámpara, desconectó el cable y sumió a la habitación en la oscuridad. La de antifaz color magenta tomó a Lucía del brazo y la bajó de la cama bruscamente. Esto lo vio Marcelo antes que la de antifaz amarillo se parara a su lado y le nublara la vista con un chorro de aerosol negro. “¡La mierda!”, rugió la víctima que sacudió sus piernas pues las manos estaban ocupadas. La que entró primero montó encima de Marcelo y le tapó la boca con las manos. Ella era Raquel, la de antifaz negro.

Para que no gritara o pidiera auxilio, le jalaron el pantalón, le quitaron el bóxer y lo usaron como esparadrapo. Como no era suficiente, la de antifaz celeste se quitó el sostén, lo rodeó en la cabeza de Marcelo y lo amarró con fuerza. Marcelo tuvo la desfachatez de mantener la erección.

“¡Hola Marcelino pan y vino!”, saludó la de antifaz magenta con una voz aguda. “Si te portas bien, seremos buenas contigo”, dijo la de antifaz amarillo que también impostó la voz. “¿Quienes son ellas?, Marcelo huevón, ¡mira en lo que me has metido!”, intervino Lucía desde su oscura esquina, adonde había sido relegada estratégicamente. “¿Ella es otra de tus putitas, Marcelino?”, preguntó la diosa maldita de antifaz celeste, sujetándolo del pelo.

Al pie de la cama, Raquel miraba el cuerpo desnudo, amordazado y pintado de Marcelo, cuya grosería se acentuaba al sumarle el horror impreso en su rostro. El miedo y la confusión se mezclaron en la cara de Marcelo, miraba suplicante, como pidiendo que no le hicieran daño. ¿O era la mirada del pecador que reclama en vano su inocencia? Se acercó, se tapó la nariz y dijo “sé que sabes quiénes somos”, le cogió los cachetes negros, “si colaboras, todo será un susto solamente”, concluyó, “y mañana recordarás esto como una bonita pesadilla”.

Debían dejarse de advertencias o sentimentalismos y actuar lo antes posible. Las Meras disfrazadas de ninjas con antifaces del siglo XVIII, decidieron rápidamente el primer castigo, era de carácter estético-sexual. Le raparían el vello púbico que lucía. “Te vamos a hacer un favor, Marcelino”, habló el antifaz magenta. “Yo tenía un ex mechacortaza que se rapaba para aparentar más centímetros”, dijo la de antifaz celeste. Marcelo hizo no con la cabeza, intentó gritar, su bóxer se lo impidió. Ellas se encaramaron sobre él, lo cogieron duro para que no se mueva y Raquel, con dos tajos, despobló toda la zona. “Agradece que si estaba borracha te cortaba esa cosa que no se te baja”, ironizó Raquel.

“Pucha, todavía no la veo grande”, dijo la ninja celeste. “Échale aerosol porque pipí negro se ve más grande”, dijo ninja magenta. La ninja amarilla salió de las sombras y le pintó la entrepierna. Las Meras notaron que el pene de Marcelo estaba contaminado, pero permanecía altivo, al parecer, ver un concierto de energúmenas castigándolo le producía un placer inenarrable.

El segundo castigo tenía un carácter decorativo. El verde opaco de las paredes se prestaba para una intervención grafitera, “escríbele una frase”, dijo ninja celeste. “Tú, cómo te llamas”, dijo ninja magenta. “Lucía”, respondió la rehén. “¿Qué frase te recuerda a Marcelino?”, dijo la ninja amarilla, que tenía una paleta de aerosoles en la mochila. “Hay una, pero quiero que déjen que me vaya, no tengo nada que ver aquí”, dijo Lucía. “Que diga la frasesica y se vaya de una vez”, ordenó de lejos la robusta chica de antifaz negro. La frase fue escrita y Lucía fue liberada. Todo era un montaje por si a Marcelo le quedaban ganas de sospechar de Lucía y acusarla como orquestadora de su desgracia.

El tercer y último castigo era de carácter psicológico. “Te vamos a dormir, Marcelino, y adivina qué…”, Marcelo abrió los ojos cuando vio un inmenso plátano salir de la mochila de una de las ninjas. “Es de plástico, te lo meteré bien duro por atrás, qué te parece”, dijo la ninja. Marcelo intentó patalear, gritar, pedir ayuda, fue en vano, estaba apresado y sería sodomizado con un plátano de plástico. La ninja amarilla sacó de su mochila un frasco de vidrio rojo, “no preguntes cómo conseguimos esto, pero sirve para dormir gente”, dijo la de antifaz amarillo. En la etiqueta estaba escrito con plumón rojo la palabra “Escopolamina”, un fármaco de uso terapéutico, conocido en el mundillo como burundanga. Las Meras tenían acceso a ese y más medicamentos que no se conseguían sin receta médica.

Ellas engañaron al pobre Marcelo. No le meterían el plátano, era solamente una joda, una bacanería que se permitieron. Querían que escarmiente, que luego de esa noche pensara dos veces sus acciones. Esta era una advertencia más de las Meras hacia los hombres malos del mundo. No importa donde estén o donde se escondan, siempre habrá un grupo de Meras dispuestas a degollarles los huevos silenciosamente, a aplastar las vidas de quienes juegan haciendo trampa, como se trabaja en las mejores agencias de contraespionaje.

Ninja amarilla sacó un comprimido del frasco y vertió el polvo sobre un vaso de ron medio lleno, medio vacío. Con ese brebaje, empaparon una franela, el olor era fuerte y si no actuaban rápido podían caer dormidas al lado de su víctima. Le enrostraron la franela mojada a Marcelo. El olor demoró minuto y medio en llegar a las terminaciones nerviosas de su cerebro. Sus pupilas se dilataron, se le secó la boca y no pudo detener la caída de sus párpados como de su erección. Lo último que vio Marcelo fue a Raquel mostrándole el plátano de plástico: “¡Ya te la meto, cabrón, cierra los ojos y te la meto, ciérralos!”.

(…)

El efecto duró dos horas. Luego de ellas, Marcelo despertó, la madrugada no acababa, su visión era difusa, una frazada lo cubría del frío pero seguía atrapado, las Meras no lo desamarraron del catre, le importó poco su estado y la forma en que sería encontrado, le dolía la boca, ya no estaba amordazado, pero tenía mucha sed.

Al mediodía, ni dormido ni despierto, fue encontrado por su madre que subió a ver porqué su hijo no bajaba a desayunar. Desde la escalera metálica, observó el tumulto y unas pintas en la pista que la asustaron. Apuró el paso. El cuadro que encontró fue de espanto: Marcelo en la cama, calato, pintarrajeado, crucificado y un “MOTHERFUCKER” escrito en la pared. Lo liberó y despertó con cachetadas, “¡Chelito, despierta!”, fue lo primero que dijo, cuando abrió un ojo volvió a decirle “¡quieres explicarme quién escribió tu nombre allá afuera!”.

No tenía fuerzas para mandarla a rodar. Así que todavía drogado, caminó convaleciente hacia su puerta, salió y vio desde lo alto la consumación, en mayúsculas, de la venganza de Raquel. El alma lo abandonó, se le aceleró el pulso, ¿alucinaba?

¡SOY MARCELINO
UN CERDO VIOLADOR
CHANCAMUJERES!

Estaba escrito en la pista con aerosol negro, de manera proporcional, en tres líneas de seis sílabas como máximo, respetaba mínimas reglas de diseño gráfico, ocupaba todo el ancho de la pista y un puñado de personas, entre ancianos y niños, rodeaban la frase. A lo lejos, unas sirenas alumbraban la mañana, un patrullero se acercaba. Marcelo no miró a su madre, no lamentó nada, endureció la mirada, pegó un grito y se lanzó de cabeza al vacío. Una muerte innecesaria, grosera, indecorosa por demás.

(Las Meras no volverían a juntarse en un largo tiempo).


____________________________
Fotografía por oladios
____________________________



_____________________________
PLUMAS INVITADAS: Queremos recordarles que hasta el 16 de diciembre tienen tiempo para enviarnos sus textos que serán publicados en nuestra sección veraniega llamada "Plumas Invitadas": a quienes se comprometieron a hacerlo y a quienes quieran participar. Necesitamos sus textos con anticipación para armar un buen y bonito calendario. Envíenlo a la dirección blog.choteadas@yahoo.com Gracias.
__________________________
CONFIRMACIÓN DE MAIL:
Confirmamos la recepción del post del señor "DONKY DON". Primera pluma invitada. Entras a la lucha por el trofeo Choteadas Awards II, cuyo flamante premio anunciaremos en pocas semanas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aunque sea una carita feliz... )=D