Tanto camino, tanto buscarte en otra piel. A tu destino, querías mantenerte fiel, princesa herida, el teatro de la vida cambia tu papel. (“Raquel”, Jorge Drexler)
Hechos-sin-fechar
Cada arista del último plan que urdían las Meras debía ser perfecta, nada podía fallar, la venganza había macerado por años en los pozos del silencio. Debían obligar a la víctima a cometer los errores necesarios, inducirlo a hacer todo lo que ellas quisieran porque él lo deseara, que los espermatozoides pensaran por él, ¿qué cosa, qué le damos, cómo lo volvemos loco?, un premio, una mujer, una de nosotras, ¿un sacrificio?, no, mejor que eso, una máquina de calentar hombres: ¡tú, perra!
Raquel contó el tiempo desde la última vez que vio a Marcelo, su indeleble ex: más de tres años, suficiente para que no la señale como la autora intelectual de lo que le pasaría. Los años tranquilos se acabaron, Marcelo, no te van a quedar ganas para salir a la calle, miserable. Debiste terminar conmigo simplemente, no necesitabas alargar tanto la ilusión para finalmente guillotinarme con la arrogancia de tus estúpidas palabras. La herida, felizmente, no ha cerrado, todo lo que hizo fue alimentarme.
Aquella noche, Marcelo aprovechó que sus viejos no estaban y organizó una reunión. Raquel invitó a Lucía, pero ella enfermó y no pudo ir. Raquel tuvo que ir sola, las otras Meras tenían fiesta en La Herradura. Lucía, de haber estado allí, la hubiera protegido. Raquel fue casi obligada a beber litros de alcohol que no cupieron en su cabeza de pollo y terminó abierta de piernas en la cama de Marcelo. Él montó encima y pudo entrar por unos momentos hasta que el alcohol desvaneció su erección y la convirtió en un colgajo menor. Esto lo enfureció tanto que echó la culpa violentamente a Raquel por su impotencia prematura. “¡Gime, grita, tú eres mi putita!, ¡si no para qué has venido!”, graznaba el malo Marcelo.
Si Raquel enmudeció después de fijarse en la sangre regada en las sábanas, después de oír esas palabras canallescas, preñadas de odio y maltrato que Marcelo profirió, se sintió reducida a una vagina, apestosa y espinosa, ambulante y despreciable. La frase infeliz, ¡si no para qué has venido!, no era producto de una locura propia del sexo, clarificaba las intenciones del desgraciado Marcelo que, años después, por fin, tenía las horas contadas.
La reunión de las Meras tuvo lugar en un hotel del centro miraflorino dedicado a turistas: el Flying Dog Hostel, negocio familiar de Fiorella. Luego de desaprobar el examen de la Católica, y mientras encontraba qué hacer o estudiar, Fiorella se ganaba los frejoles improvisando el papel de contadora en la empresa de sus padres. Le fascinaba decir que vivía en un hotel, siempre aclaraba que no era un “hostal” de mala muerte para parejas ocasionales, en el Flying la atención era exclusiva para turistas visionarios y mochileros incomprendidos. Tenía un cuarto para ella sola donde, a pedido de Raquel, organizó el cónclave donde se sortearía a la elegida.
La torcedura más corta del palito de chupete de Carina dictaminó que Lucía vengaría a Raquel. Como ninguna quería, en principio, hacer el trabajo sucio, tuvieron que eliminarse. Lucía y Fiorella, tras perder en la instancia del yan-ken-pó, las dos decidieron que la piedra, el papel y la tijera eran insuficientes para administrar la suerte, así que le arrebataron de la boca el chupetín a Carina, escupieron el chicle y doblaron el palo que, al inclinarse, convirtió a Fiorella en vencedora.
El plan era simple y el primer paso era readmitir a Marcelo al Messenger, Lucía siguió las indicaciones de cabo a rabo, él se conectó y lo saludó con cariño, le insinuó un par de cosas para que él hiciera lo demás. Ni tonto ni perezoso, Marcelo le pidió verse uno de esos fines de semana. “Ya, normal, quiero celebrar que se acabaron mis primeros exámenes parciales”, alentó Lucía a Marcelo El gileo electrónico era evidente y fructífero, pero a Raquel le dolió mucho que él no la mencionara en una sola línea, y más todavía pues quien hablaba era ella misma desde el Messenger de Lucía. Ella mantuvo enfermizamente su recuerdo, a diferencia de él que la había olvidado, probablemente sumergiéndose en muchas chicas a lo largo de esos años.
Aquella noche de venganzas, Lucía se ciñó un jean que realzaba su delgado cuerpo, todo para contentar a Marcelo. Él vivía en el cuarto piso (el último) de su casa, siempre llevaba chicas allí. Lucía no era la excepción, sabía a lo que iba cuando tocó el timbre de la casa. Abrió Marcelo, la condujo por unas escaleras negras metálicas, el único acceso al cuarto donde dormía solitario todas las noches sin pensar en nadie.
“Cómo estás, Lucía. Adelante, estás en tu cuarto”, dijo Marcelo picaronamente. Lucía percibió el rico perfume que despedía ese tipejo. De espaldas a él, peinó la habitación de un vistazo: paredes verdes, colillas de cigarro, posters de Nirvana, revistas de Etiqueta, cama tendida, cerró los ojos y pensó culposamente: “diablos, un hombre que huele bien, tiene ganada la mitad de la batalla”.
Viernes 20 de abril (2007)
Poco después de cortar la llamada, la bella Lucía amarró su pelo y cogió las llaves, su novio la esperaba en el primer piso. Regalo en mano, no tocaba el timbre para no molestar a la familia, llamaba antes de llegar al portón. Era el cumpleaños de la niña Lucía, no avisó a las amigas, ninguna fiesta la esperaba después, reservó esa tarde y su noche para el chico al que amaba ciegamente. “Llegaste, gordo”, susurró con voz suave la niña de rostro angelical. Tiger respondió con la circularidad de una desafeitada sonrisa.
“Mamá, llegó Tiger, ¡me trajo rosas!”, anunció Lucía. Su madre, la señora Estela, bajó de la azotea para saludarlo, contenta de ver a su hija en buenas manos. Un chico estudioso, sonrisa de peluche, con metas altas, aspiraciones antropológicas y aficiones que no traspasaban las fronteras de su casa, salvo su enamorada y los campeonatos de Ajedrez en las mesas del parque Kennedy. Tiger cuidaba su salud como oro, todavía no acababa el verano y puso al corriente la chalina que tejió con mucha dedicación la abuela de Lucía, quien se animaba algunas veces a llamarlo “nieto”. Tiger tenía las credenciales, el perfil del yerno perfecto, tenía la aprobación de la madre, incluso lo dejaba usar la cocina para prepararle la cena a Lucía, “a ver si así se anima a comer más esta chica”, alegaba Doña Estela.
A Lucía le fascinaba que Tiger se llevara bien con su familia. Incluso logró contactar con Jeremías, él le hizo descubrir el placer oculto de jugar a las Damas antes que al Ajedrez. Se enfrascaban por horas en batallas silenciosas: blancas contra negras. Sólo en esos lapsos de tiempo, Lucía lograba conversar con su hermano enemigo. “¿Quieren gaseosa?”, preguntaba ella. “Ya pues”, contestaba seco Jeremías y abría la cancha. Tiger sólo asentía, no quitaba los ojos del tablero, temía perder la ilación, el zigzag de la jugada. Se daba cuenta que el Ajedrez exigía construir estrategias constantemente, mientras que las Damas le planteaban la lucha palmo a palmo, con las mismas armas, en paridad de fuerzas, por coronar una ficha en territorio enemigo.
Llegada la noche, Doña Estela le pidió secretamente a Tiger que se quede con Lucía, que la cuide mientras ella iba con Jeremías al supermercado a comprar una pequeña torta de chocolate. Estela confiaba que no pasaría nada pues se quedarían cuidando a la abuela Fina. Sin embargo, Lucía quería salir de casa e hizo un pequeño berrinche. “¡Pero por qué no quieres ir!”, dijo. “Sabes que no me gusta el aire acondicionado, me mata, Peluchita”, dijo Tiger, obviamente no podía contarle del acuerdo que tenía con su mamá. Por poco, Lucía deja a Tiger con su abuela, al fin y al cabo se llevaban tan bien que no había problema, pero fue convencida, ella estaba acostumbrada a torcer su voluntad por él, extrañamente Tiger siempre hablaba como si tuviera la razón y supiera las consecuencias de cada cosa que Lucía hacía o se atrevía a ser.
La abuela Fina, cegatona desde el primer gobierno de Belaunde, sentaba en el mueble, en medio de la oscuridad, no se percataría de las caricias que Lucía y Tiger intercambiaban en el mueble grande. Fina cabeceaba escuchando la carcajada forajida de Magaly, una estrella de TV, y roncaba un poco. Tiger se acaloró, se quitó la polera, dejó ver un poco de sus pelos ventrales, Lucía dijo “qué haces, gordo, mi abuela”. Pero él introdujo su mano derecha en los muslos de Lucía, eso la relajó y terminó por convencerla de refugiarse en el cuarto.
Tiger aumentó dos puntos el volumen de la televisión y rodeó el sillón donde descansaba el alma de Fina. Se retiró descalzo, de puntitas. Cuando Lucía intentó cruzar, Fina abrió los ojos, su cara terrorífica, por las arrugas, parecía decirle que estaba atenta a todo. Asustó a Lucía, “abue, voy al baño”, fue lo que dijo y pasó veloz como un relámpago. Para despistar a Fina, hizo sonar las bisagras de la puerta del baño, ella quedó afuera, siguió caminando y abrazó la oscuridad.
Hechos-sin-fechar
Conocía perfectamente el territorio que pisaba. Apenas un error bastaría para dejarla en jaque. Años atrás, Marcelo, en una fiesta que se salió de control, obligó a su amiga a tener relaciones. Él estuvo borracho cuando le tapó la boca a Raquel semidesnuda, la forzó y humilló con palabras ásperas. Acabó, sin remordimientos, con la virginidad que ella laboriosamente cuidó para él y que no pensó perder así, de un braguetazo. Abrió las cortinas, la Lima mundana entregaba su mejor fachada. Nada bueno podía pasar, la migraña volvió a punzar encima de los ojos.
Raquel había dibujado el cuarto de Marcelo en la mente de Lucía. Las instrucciones eran claras: emborracharlo, calentarlo y dormirlo a cualquier precio, esperaban que no al más alto, le repugnaba el solo hecho de tirárselo hasta cansarlo, ahora menos que nunca que un chico de la Católica, un barboncito, la cortejaba graciosamente. Lucía nunca apoyó a Raquel en sus gustos, le parecían estrambóticos, desubicados. Marcelo tenía los dientes chuecos y paraba sus pelos con jabón pepita. Su voz lechosa y su risa de pajarito la tocaban de nervios, no la dejaba pensar con libertad el siguiente paso. Ya estaba adentro, nadie la vio subir, el guachimán de la cuadra se distrajo cuando vio cuatro chicas pasar, la segunda fase estaba cumplida.
Marcelo bajó a su casa un momento, Lucía aprovechó la chance y llamó a las Meras. Les dijo que estaba bien, que él había ido a traer tragos. Encontró marihuana en sus gavetas y unos condones que lanzó al vacío por si se calentaba, lo que era natural con ella adentro, en todo caso ella exigiría que se los ponga. “Todo saldrá bien, amiga”, alentó Raquel. El maullido de un gato alertó a Lucía, que cortó inmediatamente. Al lado de Marcelo, entró Sandrito, el gato negro de ojos verdes que se acomodó lejos de ellos. “¡A ver quién cae primero, Lu!”, retó él.
El gato miraba desde la ventana los intentos de Marcelo por caerle a Lucía. El ron iba a la mitad, cada vez que era servido y combinado sin mesura con Coca Cola, venía acompañado de un piropo mal hecho para Lucía. “Ereshun monumento, Lushía, tú debiste sher mi embrague, ¿shabes?”, farfullaba Marcelo. Lucía guardaba el trago en su boca y lo escupía apenas Marcelo tenía un acceso de eructos, se tomó en serio el reto.
Todo podía escapársele de las manos, las horas pasaban, el alcohol estaba haciendo su trabajo. Se le habían subido los colores a Marcelo. Hablaron un rato. Él le preguntó porqué lo había buscado, “¿se estaba dando cuenta?”, pensó Lucía, que desvió el tema, inventó que la amistad había terminado hace meses por una tontería. “Sí, pues, el deporte favorito de Raquel es pelearse”, creyó Marcelo, nostálgico. “Es de pésimo gusto hablar de otra cuando estás con una chica, ¿sabes?”, dijo Lucía erróneamente. “¡Tienes razón, ven para acá nomás!”, arremetió él y la besó. Lucía no sabía cómo defenderse. Él dirigió sus deseos a su culo poderoso, ella se dejó manosear un rato, cogió su celular y marcó un número: dos timbradas y cortó. Menos de un minuto después, la puerta fue golpeada dos veces.
“Quién es”, renegó Marcelo. Fue a abrir y no había nadie, ¿lo había imaginado todo?, Lucía se arregló la ropa. Marcelo, confundido, se rascó la cabeza. “¿Quieres fumar?”, propuso. Prendieron el porro, nuevamente Lucía hacía la finta. “¡Golpea, golpea!”, se alteró Marcelo, trago en mano. “No puedo, es difícil”, respondió ella. Enojado, la echó en la cama, ella se resistió, pataleó pero él lo hacía de nuevo, levantó su polo y besó sus senos descubiertos. “¡Despacio, huevón!”, exclamó Lucía, “¿conseguiste las sogas?”. Él señaló el ropero, lo abrió rápidamente y lanzó las cuerdas a la cama. Lucía lo miró con picardía, “aquí mando yo, échate, extiende los brazos y déjate amarrar, rápido”.
[...CONTINUARÁ...]
_______________
Fotografía por Lissy Elle
[...CONTINUARÁ...]
_______________
Fotografía por Lissy Elle
(El final de este capítulo será posteado el jueves en la noche (disculpen el cambio). ¡Hasta entonces!)
________________
_________________________________
PLUMAS INVITADAS: Queremos recordarles que hasta el 16 de diciembre tienen tiempo para enviarnos sus textos que serán publicados en nuestra sección veraniega llamada "Plumas Invitadas": a quienes se comprometieron a hacerlo y a quienes quieran participar. Necesitamos sus textos con anticipación para armar un buen y bonito calendario. Saludos.
No dejas de soprenderme Reiner, com ono sentirse, un de esos personajes al ir leyendo, cada parrafo, como no sentirse Tiger, como no ver reflejado a tu primera o última novia en Lucia, simplemente genial; no obstante Reiner, insisto se puntual, en las entregas de tus post.
ResponderEliminarReiner, que paso, tal vez los pocos comentarios te desanimen un poco tu pluma, sin embargo, yo tambien leeo casi siempre, auqnue hay veces que no hay nada que comentar, solo leer, que roche si, pero si esto te levanta el animo hazlo. Ademas, quiero decir que paso, no puedes dejar una historia a medias, eso si es falta de respeto, creo que debes mejorar.
ResponderEliminarTe dejo un besito, exitos cachetoncito lindo.
RESPUESTA 1 Y 2
ResponderEliminarTeni, el tiempo es un chicle que se estira y estira. Ahora más que nunca por los exámenes finales. Un beso de argentino a argentino.
Estimada Silvia, no estoy desanimado, yo sigo escribiendo por las madrugadas este cuentito. La segunda parte no pasa de hoy JUEVES en la noche, cuando vuelva de mis clases. Creo que será lo mejor que he escrito. Gracias por las palabras, me cae bien tu buena onda. Un beso.
__________________________
YA VIENE LA SEGUNDA PARTE MENOS ESPERADA DE LA BLOGOSFERA!!!