Miércoles, 17 de junio de 2009
-Ayer hablé con Tiger–escribió Javier en el Messenger–.
-Huevón, ¿por qué te metes? –dijo Lucía–.
-Te advertí que lo haría y estuviste de acuerdo.
-Idiota. ¿Y qué hablaron?
-Un poco de todo y mucho de ti.
-Al grano –dijo Lucía, que estaba apurada, debía terminar un informe–. ¿Cómo se encontraron?
-Por pura casualidad. Lo encontré en el sótano de la biblioteca, estaba leyendo.
-Clásico en él, siempre lee allí.
-No perdí oportunidad, lo saludé, fingí interés.
-¿No que era tu amigo?
-Después de anoche, comprobé que jamás lo será. El caso es que salimos juntos y le animé para invitarle una cerveza al frente.
-Mentiroso, él no toma.
-Eso dijo, así que tuve que ser directo y decirle que hablaríamos de ti.
-¡Tarado!
-¿Quieres que te cuento o no?
-Debiste ser menos obvio –se molestó Lucía–. Bueno, sigue.
-Cómo está ella –dijo Tiger casi sin preguntar pero interesado, sorbiendo su gaseosa con cañita–.
-Bien, avocada a la facultad y un poco ajetreada–respondió Javier–.
-Qué bueno, ¿está trabajando no?
-¿Cómo supo eso? –se removió Lucía en su asiento, tapó su boca con la mano abierta–.
-Tranquilo, la vi con un vestido muy formal hace unos días–aclaró Tiger, para no sonar acosador–.
-Sí, lo está. Practicando no sé exactamente en donde, sabes que ella nunca especifica bien sus cosas.
-Y para qué hemos venido, Javier.
-Le prometí a Lucía que encontraría la verdad de tu actitud y hemos venido a que me expliques.
-Eso me temía, pero ya sabes que esto no te incumbe.
-Es cierto, tampoco estoy ciego para saber que no soy tu amigo, pero lo soy de Lucía y me jode que juegues con ella.
-Si lo que quieres es impresionarla llevándole mi versión de los hechos, no la tendrás.
-Al contrario, tú eres quién ha dramatizado todo esto. He leído la carta que le enviaste, Tiger, a qué quieres jugar, ¿al típico escritor fatalista que se despide por carta con la excusa de no herirla?
-No juego a nada –resumió Tiger–.
-He visto casos parecidos, lo que creo es que te faltaron huevos. Debiste dar la cara.
-Nunca fue necesario –Tiger se dio cuenta que hablaba de más-. No te contaré, no insistas.
-A eso vine, eres un engreído, las palabras que usas en tu carta te delatan, es insalvable, has hecho un drama de todo esto –lo acusó Javier, señalándolo con el dedo, los codos en la mesa–.
Lucía pidió que le explique esta parte de la conversación. En opinión de Javier, Tiger había querido echarle la culpa de todo a Lucía, y ella se devanaba los sesos preguntándose qué hizo mal. “Hice lo mismo alguna vez”, confesó Javier. Como cualquier chica abandonada, antes que echarle la culpa al novio, buscaban los motivos dentro de ellas, en sus actitudes.
-Lucía no era ella a mi lado, quizás nunca lo sería. Sólo aceleré las cosas –dijo Tiger–.
-Cabrón maldito –dijo Lucía–. A nadie le permito que me cuide, y menos de mí misma, fuck.
-¿No crees que ella estaba grandecita para darse cuenta? –preguntó Javier–.
-Lucía es niña y muy mentirosa –respondió Tiger–. Dentro de ella habita otra persona, la verdadera Lucía, una más libre y rebelde, a tal punto que no me hacía bien ni yo a ella, ella lo sabía, por eso lo escondía y me molestaba que lo hiciera, conmigo era muy cobarde para decir lo que sentía –palabras que le dolieron a Lucía–.
-Supongo que me defendiste –cortó Lucía–.
-Qué podía decir, sonaba sensato –respondió Javier a Lucía–.
-Sabía que no debí confiar en ti para estas tareas. O sea que, para ti, estoy loca.
-¿No piensas volver a hablarle o acercarte?, ¿te borras? –inquirió Javier a Tiger–.
-Estoy saliendo con alguien más, Lucía ya no me importa.
Lucía estaba triste y furiosa, le sorprendió saber que Tiger tenía ese concepto de ella, lo había hecho otra vez, él siempre estuvo un paso delante de ella, o al menos se las arreglaba para simular que siempre controlaba la situación. Ella siempre creyó engañarlo, creyó que taponaba bien su lado “rebelde”, que sus travesuras eran perfectas, indescifrables, se equivocaba totalmente. Fue por un vaso de agua para seguir leyendo lo que le contaba su espía Javier, quien la empezó a irritar.
-Era eso, había otra –dijo Javier–.
-Deja de referirte a las mujeres con palabras machistas como la otra –Tiger intentó cambiar el tema–.
-Debiste decírselo a Lucía, no tirar todo por la borda con ella.
-Como termine mis relaciones no le debe importar a nadie –sentenció Tiger, cortando el aire con su mano derecha–.
-El punto es que, por tus miedos, no podías cagarla así.
-¡Ya! Deja de meterte en esto –intervino Lucía–. No quiero que me cuentes más, ¡no sirves para esto!
-Lucía, tranquila, te estoy contando lo que me dijo. No te molestes.
-Sí me molesto. Prefiero quedarme con lo que sé. No quiero que venga ningún sonso como tú a decirme cosas que ya sé –mintió Lucía–.
-Cálmate, Lucía, mejor te cuento mañana cuando te vea en la universidad.
-Tú y yo no nos veremos más –advirtió Lucía, llevada por la ira–. Aléjate de mi vista.
-Está bien, lo dejamos aquí –dijo Javier, desatendiendo la ira de Lucía, lo que la molestó más–. Te llamo mañana.
-Te dije que no. Lo único que haces es contarme de él y de él. Quiero que desaparezcas.
-Relájate, no me trates así.
-Te trato como me da la regalada gana.
Javier no soportó que Lucía fuera tan despiadada, en anteriores ocasiones lo había sido y no le gustaba, siempre se tragaba el sapo, él era el que cedía. Esta vez, desesperado por ganarle, tuvo que recurrir a una artimaña para ganarle la pelea a su malva amiga.
-Ah, le dije una cosa más –empezó Javier–.
-Qué cosa.
-Le conté lo del francés, del emo del concierto y del estríper que vale por dos.
-Cállate que no te creo.
-Sí, ya sabe que le sacaste la vuelta mil veces. Y también le conté tu pasado, la gran vida libertina que te diste a los dieciséis y que agarraste en una noche con ocho tipos.
Sus ojos se convirtieron en dos pequeños monstruos antes de gritar: “¡Ándate a la mierda!”, alarido que traspasó las paredes de su cuarto, a la vez que una punzada le cruzaba el cerebro. Jeremías, su hermano, la escuchó y no se interesó debido a su mala relación con ella, Doña estela, su madre, no estaba en casa. El Messenger le advirtió que Javier está escribiendo, tal vez se venía algo mucho peor, no quería saber más, le hacían daño las cosas que Javier le contaba sin parar. De repente, tomó la radical decisión de anularlo de su vida, había colmado su paciencia. Llevó el cursor a la opción “no admitir” y pinchó en él.
-Te aconsejo que te alejes de Lucía–dijo Tiger–.
-¿Alguna razón en especial? –indagó Javier–.
-Es un poco complicada, terminará odiándote.
-Si hay algo en lo que nos parecemos, Tiger, es que yo también sabré odiarla primero.
-Te advierto nomás, antes que termines pareciéndote a mí.
Hechos-sin-fechar
¿Recuerdas el cactus, Tiger? Apenas leí tu carta (tan cobarde) lo boté a la basura. No creas que estoy molesta, en estos meses que te supiste borrar de mi mundo he intentado comprender la tontera que has hecho. Lamento si cometí algún acto que tú ves como inmoral (atacar a la naturaleza a través de la muerte del cactus que me regalaste), si seguía viendo una noche más en mi ventana ese puto cactus seco, que según tú simbolizaba la fortaleza humana pero para mí no era más que un genital con espinas (parecido al tuyo), iba a terminar lanzando otras cosas por la ventana, y créeme que todavía no estoy lista para protagonizar el suicidio más hermoso. Como digo, no estoy molesta, porque molesta no habría podido escribir esta misiva en la que me place informarte que tú, tus misterios, tus cartas pueden irse al cacho, expulsé todo más rápido que una bala. Tus razones tendrás para no querer verme, te conozco y sé que tu problema no está en darme la cara una última vez, así como mi problema tampoco está en torturarme sopesando los motivos (íntimos, me queda claro) que tuviste para borrarte súbitamente. Después de todo este tiempo que recién me animo a responder la carta a quemarropa que me enviaste (al Yahoo, que sabías que no usaba), aprendí a controlarme, a reclamarle a las nubes, al vacío, por tus actitudes, pero de ninguna manera a ti: arrebatos de chiquilla despechada nunca. Si nunca compartimos esa zalamera costumbre de preguntar y preguntar hasta llegar al final del asunto (dónde has estado, con quiénes, qué hicieron), menos empezaremos ahora que todo se acabó. Cada mañana que me levanto, y a medida que te esfumas de mis recuerdos, olvido el dolor que sentí al inicio y siento que nunca lo conocí. Una amiga me hizo entender que mujer que ama, también odia, y esconde esa energía desde el primer segundo que toma cariño por un chico. Por eso las mujeres tenemos un escudo para estos casos, y no es que olvidemos más rápido a los hombres. Simplemente sabemos separar la paja del trigo. Si bien salí con otros tipos, no estuve con ninguno (que sólo fueron dos) en el sentido más profundo del verbo. Si no me crees, no importa, ¿debo justificar mis acciones?, nada de mí o de mi pasado (que pasé contigo) es ahora de tu incumbencia, salvo que conozcas mi posición ante esto que has hecho. No tienes la sartén por el mango, tú te borraste, yo no, si quieres pelear es mejor que te ahorres esas ganas y no me busques. No es necesario, pero te contaré: lloré muchas noches, sí, lloré a mares, eché por tierra el mito de tu cariño, congelé el olvido que no supe igualar a tu traición, no aplaqué mi ira y después de todo, lo reconozco, te guardo cariño, Tiger. No le vuelvas a hacer eso a una chica, claro, quién soy ahora para pedirte eso, no sé. Ahora que terminó todo me alivia pensar que volvemos al inicio, cuando tú babeabas y yo ponía el orden.
Lucía exhaló hondamente, miró el reloj de la pantalla, no releyó la carta, el tiempo la apremiaba, saldría esa tarde con su amigo Peter al cine. Presionó enviar, dejó la computadora prendida, tiró la puerta y salió corriendo. Se refugió en la primera sombra de árbol que encontró.
Sábado, 12 de setiembre de 2009
Los meses siguientes, Lucía distrajo su mente aceptando salidas a fiestas, se dejaba llevar a donde querían sus amigas de la facultad de Derecho. No le molestaba tampoco aceptar invitaciones de amigos a los que conocía horas antes, todos claro no sabían que, si bien encantadores, también eran pensados como futuros y simples contactos profesionales.
La excepción era Peter Argüello, el único chico de su salón al que nunca sintió venir con intenciones segundas. Peter llevó dos ciclos en la facultad de Ciencias antes de decidirse por las leyes. Había estado relacionado a las computadoras desde adolescente por lo que se quemó los ojos al pasar muchas horas pegado a la pantalla. La consecuencia devino en su principal característica: los gruesos y redondos anteojos que ocupaban la mitad de su cara. Su peinado raya al medio asemejaba su cabeza a un libro abierto que hablaba de todo menos del amor. Nunca le habían roto el corazón, pues ninguna vez lo había puesto en juego.
Lo conoció al inicio del octavo ciclo, en el curso de Derecho Civil. El profesor había entrado al salón y todos se callaron. “Perdón, tu cabello está tapando mi cuaderno”, dijo Peter, luego de tocarle levemente el hombro con un dedo. Lucía volteó su cuerpo, su evidente fastidio se calmó con el susto de ver a Peter mirándola, “ah, disculpa, siempre me trae problemas”, le dijo Lucía. “Pierde cuidado”, respondió Peter suavemente y pegó sus ojos a las anotaciones de las primeras cosas que dijo el profesor.
El profesor ordenó un break, pidió que nadie se vaya pues a la vuelta formarían grupos para analizar unos casos sobre transacciones. Fue en el descanso que Lucía le preguntó a Peter si quería hacer grupo con ella, que le caía bien y no tenía más amigos en esa clase. Peter no oyó nada, llevaba puestos unos audífonos verdes que se tuvo que destaponar.
La bondad con que Peter la trató todo el ciclo, le hacía recordar al primer Javier, al que conoció en Letras, cuando todavía estaba con Tiger. No lo veía desde finales del ciclo anterior, cuando se entrometió en sus problemas, casi difamándola ante Tiger. Creyó que era tiempo de perdonarlo. Hace meses que no lo veía, se preguntó qué sería de él.
Esa noche, había salido con unos amigos de la facultad. Un par de amigos intentaron algo con ella. Se defendió como pudo cuando uno de ellos quiso besarla en el fragor del baile, se acercó demasiado y ella tuvo que empujarlo y mirar a Peter como quien busca un salvavidas. Peter no se pelearía con nadie, simplemente que a su costado se blindaba ante los amigos que buscaban gilear o tener sexo rápido con ella, quizás a manera de olvidar que tienen poco para amar.
En la barra con Peter, Lucía le preguntó si debía perdonar a Javier o no. antes le contó todo el rollo. Nunca le contaba sus cosas personales a Peter, menos lo que había pasado con Tiger.
-Para entender tu rollo con el tal Javier, debes contarme lo que pasó con el tal Tiger –dijo Peter–.
-Confórmate con que fue mi novio dos años y cuatro meses.
-Ni borracha sueltas la lengua, ¿no?
-No me gusta la palabra borracha, Peter. Pero no, no estoy ebria. ¿Cómo hago con Javier?
-Por qué te preocupa tanto.
-No sé, creo que ya es tiempo de perdonarlo.
-Si no me cuentas cuál fue su error, no entenderé la magnitud del asunto.
-Eres un chismoso –recriminó Lucía–. En pocas palabras, le habló mal de mí a Tiger y le corté toda comunicación.
-Eso no merece perdón –juzgó Peter–.
-Lo que le contó no fue verdad, digamos que tampoco fue mentira.
-Entiendo. No te juzgo, Lucía. Estoy de tu lado. Si sientes que debes perdonarlo, hazlo.
Supo que no debía contarle nada. La actitud pasiva de Peter sesgaba su opinión hacia el perdón del prójimo. Peter era un ángel, incapaz de mantener odio hacia nadie.
-Tengo miedo que lo malinterprete –dijo Lucía–.
-En el fondo eso es lo que quieres. ¿Te gusta no?
-Hablas piedras, Peter. Él es un buen amigo. Sólo una vez…
En ese momento, un sujeto la tomó del brazo y la llevó a bailar. Ella aceptó, utilizó ese momento para reflexionar. Ciertamente no podía bailar y pensar, tuvo que dejar que el sujeto la besara para cerrar el plan que tramaba para Javier. Estaba decidido, tenía ganas de jugar en serio con él. Sólo había un inconveniente, el desconocido que cometió el error de besarla, así que lo dejó solo en medio de la pista de baile, humillado, con el labio mordido.
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Imagen por Miss_Salander (fotógrafa oficial de esta novelita)
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Esta semana, el recordado “Tucuy Ricuy” grabó un video muy divertido con el propósito de entregar su corona de Rey de las Plumas 2010 a la nueva campeona y Patrona de las Plumas 2011 “AAC”. Aquí colgamos el video para que toda la familia choteada se divierta.