lunes, 8 de agosto de 2011

Las despedidas siempre son tristes

Imagen por BrendonQ

Aun si pudiera retroceder el tiempo él haría exactamente lo mismo. Escogería el mismo parque, la misma banca, fumaría de sus manos, Bob volvería a susurrarles al oído, intentaría besarla sin éxito, diría un par de frases cursis, trilladas y, sin embargo, la dejaría nuevamente irse con sus sollozantes y grandes ojos café. Iría por ella, la tomaría del brazo y le regalaría una falsa sonrisa y fingiría  que todo está bien.

Es solo en ese lapso, que dura menos de un segundo, en el que él haría lo que sea por ella. Ese instante en donde su corazón late despavorido y su respiración es tan rápida que lo asfixia. Un pequeño momento donde las dudas se reproducen como un virus y la ansiedad es la que controla todos sus actos y sentimientos. Ese instante que es capaz de hacerlo soñar una vida entera con ella. Ese momento que quiere que se repita por siempre.

Él camina sin rumbo. Solo una cajetilla de cigarrillos le hace compañía en su largo recorrido por las calles bien iluminadas de San Isidro. Anda a paso lento arrastrando los pies, como si el tiempo no le importase. Las cuadras son eternas y los cigarrillos muy pocos. Mira al cielo y parece estar perdido, consternado, fuera del presente, como si el mundo entero entrase en una cámara lenta que lo lleva y arrastra al pasado. 

Sabe que nada será igual de nuevo. Solo desea que sea mañana para despedirse de ella. Aunque, es probable que no la vea. Aquella noche fue su despedida. No le dijo todo lo que sentía por ella. Solo la abrazó con fuerza, como si reteniéndola entre sus brazos no fuera a dejarlo nunca. Se equivocó de nuevo.

¿Pero cómo fue que ambos terminaran en aquella paradójica situación? Él: caminando sin rumbo exacto. Extrañando a alguien que nunca pensó extrañar. La chica llena de problemas, actitudes alpinchistas y carácter indomable, familia caótica e imprescindible, look estrafalario, converse moradas, cabello castaño teñido de colores oscuros y flores en la oreja.

Cómo es qué ella tuvo una especie de romance con él, que es tan diferente desde todo punto de vista al resto los chicos que ha conocido. Él que hace una película de su vida. Que vive soñando y nunca viviendo. Qué siempre promete y nunca cumple. Un niño grande que piensa que es un hombre. Un inmaduro que cree tener algo de artista. Dos polos opuestos que fueron descubriendo las muchas cosas que tenían en común.

El amor nace cuando una mujer no puede resistirse a la voz que llama a su alma asustada; el hombre no puede resistirse a la mujer cuya alma es sensible a su voz, o al menos eso es lo que dice Kundera. O quizás fue aquella vez, en la que saliendo juntos de estudiar y, ella le pidió que la acompañase a la casa de su abuela. Que está a ocho cuadras de la suya. Casualmente también fueron  ocho minutos de más que se quedo en el salón de clases leyendo poemas de Benedetti para que ambos se cruzaran de nuevo. Ella terminaba de revelar ocho fotos, cuando se encontraron en el salón de clases 808 y ella le pidió que la acompañe.

Nada sucede por casualidad y las grandes historias de amor están llenas de casualidades imprescindibles a nuestros ojos pero no a nuestros corazones. Él sabía que aquella palabra encerraba mayores connotaciones. Ser su compañero de viaje implicaba escucharla todo el camino y, de alguna forma recuperar aquella amistad vuelta abajo por el carácter de ella y la indiferencia de él. Aunque esta vez era distinto, ella estaba sola, había terminado con su novio. Por la misma razón que lo dejaría a él. Pero no nos adelantemos a los hechos. Necesitaba un amigo, un chico que la cuide y sobre todo que escuche de vez en cuando. A él lo había dejado su novia y lo único que necesitaba era a alguien a quien engreír o intentar salvar. Esto se debe probablemente a su complejo de superhéroe, cree que ayudando a una chica a resolver un problema él se sentirá menos culpable consigo mismo.

Los sucesos sin importancia en los lugares sin trascendencia fueron los mejores momentos que pasaron juntos y, dado que a él ni a ella les había pasado nada importante desde que se volvieron a estar juntos, en un bus camino a casa de su abuela se pusieron al día.

Ella no le había dicho nada pero iba a la casa de su abuela a pedirle dinero prestado, ya que atravesaba una fuerte crisis económica y sentimental. Él la espero afuera, ella no demoro ni diez minutos en salir, quizás fueron ocho. Pero fue suficiente para que salga con lágrimas en los ojos. Salió a toda prisa, sin mirar atrás, ni siquiera responder a los llamados, de su amigo quién la había acompañado hasta ese pedacito de suburbio de la ciudad.

Él la miro atónito e impotente, como discutía con su padre, ella no respondía a sus llamados, y él como la última vez que se vieron, fue tras ella.

-Detente, le dijo agitado. Mientras ella, más calmada caminaba más lento. ¿Estás bien?, volvió a preguntar.
-Sí, sí estoy bien. Le dijo, mientras su mano derecha limpiaba uno de sus ojos.
-Pero sí estás bien por qué lloras.
-No, no estoy bien, dijo y soltó unas cuantas lágrimas.
En ese momento, lo único que se le ocurrió fue abrazarla, por primera vez, quizás con la misma intensidad de la última. Caminaron un par de cuadras y se sentaron en un parque, ella le contaba sus problemas con su padre, mientras él buscaba la manera de hacerla reír. Quién pensaría que los chistes repetitivos y mal contados la divertirían tanto.

Después de mucho tiempo, ella volvía a sonreír. Estaba contenta, y tal vez porque él estaba junto con a ella, escuchándola.
-‘Nunca dejes de sonreír ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes quién se pueda enamorar de tu sonrisa’. Le dijo con voz juguetona. Ella sonrío de nuevo.
-Dime, siempre dices ese tipo de palabrería a todas las chicas con las que sales.
-No, y además no son palabrerías, son frases y esa no es mía sino de García Márquez.
-Justo, ese es tú problema, que pasas más tiempo en las bibliotecas que con las chicas. Ellas no se encuentran en los libros, están afuera y debes ir a buscarlas.
-Yo no busco a nadie. Estoy bien así. Pero ahora eres tú quién se está burlando de mí ¿No? Ambos rieron.

Desde ese momento ambos se hicieron más que amigos, y también fue aquella noche en la que él empezó a enamorarse de ella. Aunque no lo sabía. Fue en el cine club donde, subida algo de copas, ella le confesó que quería acostarse con uno de sus estudiantes de último ciclo, incomodo por la respuesta, él le respondió enfurecido si estaba segura, en fondo ella lo hacía para provocarlo. Es que él debió saber que, las chicas prueban a los chicos constantemente para saber cómo reaccionamos ante una situación.

Esa noche él hizo lo que la mayoría de chicos haría en el mismo aprieto: bebió hasta desfallecer y ella  al verlo en ese estado sintió, más que lastima, ternura quería cuidarlo, tal vez con la conciencia de saber que él se puso así por ella. Pero nunca se lo dijo.

Todos los días después de clases, ella le pedía a él que se quedase un momento ir a dar una vuelta y disfrutar de los frutos que da la naturaleza. Fue así, como iban a elevarse de vez en cuando por un conocido parque miraflorino. Ella le enseñó todos los secretos de la planta, le contó acerca de sus sueños, sus miedos, sus amantes y su religión.
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Él, agnóstico por convicción, vio en su extraña religión la forma de creer en algo. Una tarde saliendo de clases, mientras estaban echados en un parque mirando el cielo, ella lo miró a él de forma extraña y diferente, exactamente de la misma manera que él la miraba a ella hacía algún tiempo. Como cuerpos imantados, se acercaron uno al otro y se besaron por primera vez.

Él estaba como en un sueño, del que no quería despertar. Ella le regalo una sonrisa como si también lo hubiese deseado de tiempo atrás. Por aquellos días se volvieron inseparables, y más de uno pensó que eran una pareja, sin embargo, ella se encargaba de ponerle en claro a todos que simplemente eran muy buenos amigos. Ocho días antes de que acabe el ciclo, ella le dijo que se iría un tiempo a vivir al Cuzco para llenarse de energía, que iban a vivir de lo que cultivaran y que le gustaría que él vaya con ella.

Él por su lado creyó que era de las tantas cosas sueltas que soltaba ella y no le tomó mucha importancia, su vestimenta como su apariencia había cambiado. Se había dejado crecer la barba y su ropa ya no era tan ostentosa.

Una semana después que terminó el ciclo, decidieron citarse entre las avenidas de siempre e ir al parque y conectarse con la Tierra, en el fondo, a él no le gusta del todo el estilo de vida que tenía ella, en el fondo lo hace con el único fin de poder cambiarla poco a poco. Una vez, sentados en la banca, mientras él fumaba de sus manos, la mira como solo los que están enamorados lo hacen, la mira le toca el rosto y se ríe, ella lo mira y se echa en su hombro, son como una portada perfecta de una revista. Él se acerca e intenta besarla como otras tanta veces y ella lo detiene.

-Qué pasa estás molesta conmigo, le pregunta.
-No, no es eso. Le responde ella.
Un breve silencio, se apodera del ambiente.
-¿Entonces?, pregunta él.
-Mira, tengo miedo de que te enamores de mí y la verdad yo te quiero, de verdad te quiero, pero no quiero hacerte daño.
-Pero ya es demasiado tarde estoy enamorado de ti y yo creo que tú también.
-El amor, no es tan simple como crees, por Dios, o caso crees que somos protagonistas de una de las novelas que lees. Piensa, esto se va acabar en algún momento o crees que va durar para siempre.
-No sé, pero si no arriesgamos esto que sentimos nunca vamos a saber hasta dónde llega esto.
-La verdad, la verdad. No, no eres mi tipo. Se excusa ella.
-Bueno, entonces dejemos de ser amigos, no podemos seguir así.
Al parecer las palabras de él resonaron dentro del cuerpo de ella, tal vez porque fueron las mismas palabras que ella debió usar con su ex novio.
-Entiende, yo te quiero y quiero contar contigo siempre, si estamos juntos la vamos a echar a perder y yo no quiero perderte. Dijo ella, con la voz quebrantada y ojos sollozantes.
-Pues, yo sí.
-Estás seguro.
-¡Sí¡
-Entonces creo que es hora de irme, y el reloj marcaban ocho minutos para las ocho, por primera vez aquel número que los había juntado los separaba. Pero como siempre se puede cambiar el destino, él, al observar que ella se marchaba, le tomó del brazo, la detuvo y la abrazo con mucha fuerza y entendió que su amor era a veces como una madre, otras, era su hermana mayor, a veces jugaba a ser su novia, pero sobre todo era su amiga. Quizás nunca aprenderá algo mayor de lo que ella le enseñó. El amor que está más allá de besos y abrazos, es amor que libre que no puede ser atado y necesita explorar nuevos cuerpos sin necesidad de dejar de amar.

Camino a toda prisa. Se me ha hecho tarde para llegara a la reunión de ex compañeros de colegio. Fue en ese instante en que lo observó. Es mi viejo amigo, el poeta, amante de Benedetti y Neruda. Él va caminando lento, como si le pesará los pies, parece que aún no me ha reconocido, lleva la mirada hacia el cielo, y parece algo perdido. Cuando estoy muy cerca de él lo saludo y me reconoce. Tiene la mirada extraviada, y algo acongojada. Luego me cuenta todo sin preguntarle nada. Le ofrezco un cigarrillo mientras caminamos juntos ocho cuadras.

Se despide de mí. Me da la mano y la ajusta, como queriendo probar su fuerza. Se aleja. A mitad de camino noto que ya no mira al frente sino al suelo y que sus hombros se van cayendo a cada paso. Vuelve a prender un cigarro, como si fuera una muleta que le permite caminar. Otra vez no sabe a dónde va.

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Esta historia en una canción

2 comentarios:

  1. No hay nada mejor que un escritor en formación y es por eso Teni, que me he tomado el atrevimiento de seguir tus post, y visto como haz ido evolucionando, hombre. De Cisneros, Bayly, y ahora tienes algo de Borges, bueno sigue en esa senda, abrazos.

    Realmente me gusto tu post. Suerte.No se demoren en postear.

    C.R.

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  2. Solitaria respuesta:

    C.R.

    Gracias por la critica constructiva pero de Borges solo tengo el nombre y un poster.

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Aunque sea una carita feliz... )=D