domingo, 4 de diciembre de 2011

Novios de mentira

Mi tía Elena cumple sesenta años y lo va a celebrar a lo grande. Pienso, mientras viajo en el asiento trasero de un bus disfrazado de pingüino. Viajo en bus porque no tengo auto, visto de traje no por mi ostentoso trabajo, si no porque hoy ha sido mi exposición final y tenía que ir formal. Se me ha pasado el tiempo volando, y debo llegar puntual para el brindis de honor que darán en su nombre.

Imagen por x_cooooona

Gastón es un idiota. No puedo creer que me haya dejado plantada nuevamente. Quién diablos se cree que es para tratarme así. Llevo más de media hora deambulando por la facultad de comunicaciones para que me mande un frio mensaje de texto, diciendo que no podrá venir. Está no se la perdono. Se acabó.

Me acomodo la corbata al bajar del bus. Prendo un cigarrillo mientras camino las tres largas cuadras de distancia que faltan para llegar a casa de mi tía. Detesto las reuniones familiares, sobre todo las mías. Me aburren. Me incomodan. Me enferman. Todas tan diplomáticas, superficiales e impostadas. Llena de gente que tiene un lazo sanguíneo contigo, de tías y tíos que presumen de sus hijos y sus carreras. Primos que alardean de sus trabajos, maestrías, autos y novias. En medio de ese caos que conlleva llevar el apellido que tengo, estoy yo. Tocando el timbre, parado con mi mejor pose, esperando que un mozo me abra la puerta.

Esto me pasa por estúpida, por creerle todas sus tonterías y creer que podrían cambiar. Pero cuántas oportunidades hay que darle un hombre, cuántas para que se dé cuenta de que esta vez me ha perdido para siempre. Mejor me tranquilizo. No gano nada poniéndome así. Es tan difícil encontrar alguien que me entienda.

El mozo que me abre la puerta, me pregunta mi nombre, y yo le respondo con desdén. Voy caminando por el corredor y entro por la puerta falsa, solo quiero saludar a mi madre, tomar unos cuantos vasos de whisky, hacer mi acto de presencia en el brindis y largarme antes que vengan esas bola de ineptos egocentristas o también llamados primos y primas, que lo único que hacen es hacer notar que mi vida es más miserable de lo que es.

Por extraña que es la mente y los recuerdos, pienso en él. El chico de humor agridulce y sonrisa de niño bien. Qué estará haciendo. Dónde se abra metido. Con qué nueva historia me sorprenderá ahora. Necesito verlo. Debo verlo. Lo llamo o voy por él. Voy por él, no, mejor lo llamo.

Entre el gentío que rodea la cocina, los pasadizos, el patio y la sala busco a mi madre. Cuando por fin la encuentro, me saluda con un efusivo beso en la mejilla y me lleva a un rincón de la sala, donde se encuentran señoras de las que no recuerdo ni sus nombres y aseguran tener un parentesco conmigo. Todas con el mismo discursito trillado, cuánto has crecido, que buen mozo se te ve, eres el vivo retrato de tu abuelo, y una que otra me pellizca la cara como si quisiera arrebatarme un trozo de piel del rostro. Hasta que suena mi teléfono con una llamada salvadora, me excuso y me pierdo en el baño.

Lo llamo una vez sin fortuna, parece estar ocupado. Intento de nuevo. El ruido del ambiente no me deja escuchar su voz. Repito que me hable más fuerte, él me dice que está muy cerca al centro comercial y que vaya a su encuentro. Se nota nervioso y emocionado como si él también hubiese intentando llamarme con la mente. No puedo ocultar mis nervios. Estoy emocionada de verlo. De verlo después de casi un mes.

Salgo del baño con algo de prisa, mi madre nota mi apuro y me pregunta adónde voy, le digo sutilmente que voy a fumar un cigarrillo en la terraza, ella me dice que no me demore pues, en media hora mi tío José dará su tradicional discurso, el mismo que siempre lleva palabras de amor, picardía y uno que otro chiste en doble sentido. Voy a verla, no quiero hacerla esperar.

No sé por dónde empezar. No sé si sea prudente contarle mi situación actual. Mis problemas con Gastón o que vi a su ex con su nuevo novio. Quizá sea mejor dejar que él empiece, que me cuente que ha estado haciendo todo este tiempo. Si terminó definitivamente su relación con aquella tipita que conoció en un bar del Centro. Solo espero que me haga reír como siempre.

Ella está de espaldas, aún no me ha visto. Estamos a doce pasos de distancia. Mi móvil empieza a sonar. Me disculpo por la demora, le digo que voy a llegar algo tarde. Su tono de voz cambia se le nota algo triste, decepcionada. Tres pasos después le tomo el hombro, mientras ella se da la vuelta lentamente y me regala su mejor sonrisa sin decir  ni una sola palabra.

Lo llamo, llevo parada siete largos minutos. No puede ser, primero Gastón y ahora él. Me dice que lo disculpe porque se demorará en llegar, parece ser que hoy es un mal día para salir con un chico. De pronto alguien me toma del hombro, giro despacio. Es él. Sí, es él. No puede ser. Ha cambiado. Esta más guapo, delgado o será el terno y la barbita de cuatro días. Me quedo sin palabras, solo le regalo una leve sonrisa y tardo cuantiosos segundos en reaccionar para darle, disimulada, un beso y un abrazo. Si supiera cuánto lo he extrañado.

Damos unos cuantos pasos en silencio como si la alegría de vernos hubiera desaparecido al encontrarnos. Le ofrezco unos de mis cigarrillos para romper el silencio. Ella es directa en sus preguntas, aunque mi apariencia de practicante de derecho la intriga más. Luego, hace otra con respecto a Alejandra. Le cuento que terminamos, o mejor dicho ella terminó conmigo, pero mejor así, casi no nos veíamos, finalizo. Hablamos y no dejamos de hablar, mientras caminamos sin prisa por las calles aledañas del centro comercial.

Él parece ser otro. Seguro de sí mismo. Dueño de una confianza inquebrantable que me deja perpleja. Sólo quiero caminar cerca de él, no importa si no hablamos. Me siento segura, segura de caminar con alguien después de mucho tiempo. Él sentirá lo mismo, me pregunto. Sé que él es un orador nato, no sé si el pequeño silencio que hay entre ambos lo perturbara. Me ofrece un cigarrillo, mientras damos varios pasos en silencio. Le pregunto por su traje, y él, hace un pésimo chiste sobre abogados y yo me río. No puedo dejar de preguntar, le pregunto por aquella chica con la que llevaba saliendo un tiempo. Sin embargo, el tiempo pasa por nosotros. No quiero que la vereda se acabe.

Observo disimuladamente mi reloj, es hora de regresar a la casa de mis tíos. No sé si sea buena idea llevarla conmigo, aún más con una familia tan tradicional como la mía. Pensarán que es mi novia, aunque la idea no me desagrada del todo, la tomo de la mano y entramos juntos por la puerta de atrás. Tampoco se trata de llamar la atención de los invitados, pero, será una gran excusa para retírame después del brindis de honor.

Él me toma de la mano o me dejo llevar por él, me pide que lo acompañe a casa de su tía. No sé si mis jeans, converses y blusa negra sea apropiadas para la ocasión. Pero así es él, impredecible siempre con una extraña sorpresa bajo el brazo. Me detiene en la puerta trasera, me pide unos segundos para hacerme entrar, dos minutos después estamos sentados en unas improvisadas sillas más cerca de los mozos que de la fiesta.

No quiero que ella pase por un mal momento. Solo quiero tenerla cerca, ofrecerla algo de comer y tomar. Pero es demasiado tarde. Una de las señoras que hablaba con mi madre se ha acercado hasta las sillas que he colocado cerca a la cocina. No vas a presentarme a tu novia, arremete la señora de cabellos pintados de rubio cenizo, mientras saca su cámara y pide que nos tomemos una foto. Posamos tiernamente para la posteridad.

Todo es tan nuevo y extraño, las sillas improvisadas entre el patio y la cocina, la señora de voz aguda y graciosa que nos ha invitado cordialmentea pasar un fin semana en el sur, en su casa de playa en Punta Hermosa. Después  de habernos tomado un foto graciosa. Él, por otro lado, no es más el chico seguro que encontré en el centro comercial. Se ha reducido a su mínima expresión, aunque trata de lucir relajado entre broma y broma y varias copas de vino.

La risa exagerada y desencajada que escucho desde la sala me hace saber que han llegado mis primos a los cuales no veo desde hace mucho tiempo, dado que dejé de ir a reuniones familiares desde los 17 años. Por otro lado, ella luce más linda. Las copas de vino han trepado a mi cabeza y me han bajado a los pantalones. Entre risas, la convenzo de dar una vuelta por el inmenso jardín detrás de la casa.

Él quiere enseñarme las hermosas rosas que crecen detrás del jardín de su tía. Aún llevo la copa de vino conmigo. Nos sentamos en el gras. A él parece no importarle ensuciar su traje, eso lo hace más sexy ante mis embriagados ojos; luego cita a Neruda, o Benedetti, solo sé que es un poema que habla de las estrellas. Coloco mi cabeza en su hombro, el lugar donde siempre debió estar, solo quiero que me bese. Aunque no sé si él lo hará.

Ella está sentada muy cerca de mí, la noche está estrellada y los astros tiritan a lo lejos, le digo. Ella me suelta una risa coqueta, y apoya su cabeza en mi hombro, el corazón me late tan rápido que parece que se me fuera a salir del pecho. No sé si sea políticamente correcto besarla ¿Pero qué es lo correcto? Acaso eso no lo delimitan las propias personas. La madre de ella es la mejor amiga de mi ex; además es su vecina, ambas viven en la misma cuadra. Qué diablos, la beso. En ese preciso instante irrumpe una sombra a lo lejos.

Un ligero malestar me sube a la cabeza, él me pregunta si tengo frio, se saca la chaqueta, la coloca entre mis hombros, pienso por un instante que es el tipo más romántico del mundo, su mano toma mi sien, estoy tan confundida, no sé si tanto como él, luego me toma el rostro, lo hace con suavidad. Me besará. Me va a besar, me pregunto. Hazlo ahora, antes que piense en las consecuencias o remordimientos.

Escucho mi nombre. Es mi madre, que ha estado buscándome por toda la casa. No parece estar de buen animo, me pregunta por la chica que me acompaña en el hermoso jardín, es un momento incomodo, las presento, ambas se saludan, y me madre me susurra al oído que hablaremos de traer chicas ajenas a la familia, o con alguna que este lejos de tener una relación seria. Nos dirigimos a la sala.

Nuestro beso ha sido interrumpido por su madre, que no parece estar de buen humor, le pide que se acomode la camisa y la corbata. Saludo a la señora que me trata de forma muy amable. Nos dirigimos al salón principal de la sala. Está lleno de gente. Él me toma de la mano, nos alejamos de su madre, y rehuimos a una esquina del lugar. Un primo lo saluda con entusiasmo quizás demasiado, para el abrazo tibio que le da él. Todo esto sucede, mientras un maduro y bien parecido  señor da un flamante discurso.

No vas a presentarme a tu novia, arremete Javier, mi primo, con el que siempre me han comparado, él que es todo lo contrario a lo que ahora soy. Javier, ha sido jugador de Adecore, los años que dura el colegio. Se fue de viaje a Ayacucho a construir casas para el programa del Estado. Tiene un hermoso auto estacionado muy cerca a la casa de mi tía, además de una novia de infarto que le hace compañía. Yo, me quedo en silencio, no obstante, Rozzenda salva la noche.

Es curiosa toda la atención que he recibido está  mágica noche. Él queda en silencio cuando le preguntan acerca de nuestra extraña relación. Salgo en su rescate, hablo que llevamos saliendo hace un año. Que fuimos amigos mucho tiempo, lo caballeroso y detallista que es conmigo, de sus viajes de mochilero por el Perú y su afán de querer ser escritor. Él me agradece todo con una enorme sonrisa y un beso en la frente, mientras la plástica novia de Javier y los tres hacemos un brindis, al mismo tiempo que se da el brindis de honor metros más allá. Luego, irrumpen en la sala, cantantes de música criolla que dan vida al lugar.

Ha sido una noche larga. Nos despedimos de Javier, de su novia, de algunos tíos que están cerca, y de mi madre a lo lejos, le hago señales con la mano que voy a dejarla en su casa, y después voy directo a la nuestra. Salimos de la casa de mi tía Elena. Unas cuadras más allá, le muestro la mitad de un vino que oculté en mi saco tras las risas cómplices que me da Rozzenda.

Tomamos un taxi que me dejará en mi casa, aunque quiero bajar antes, quiero caminar por las calles con él por última vez antes que termine la noche. Camino con su chaqueta en mis hombros, mientras el fuma un cigarrillo en silencio. Estamos en la puerta de mi casa, mi celular suena, es un mensaje de Gastón. Lo apago, lo miro a él.  Nos quedamos varios segundos entre pequeñas sonrisas en silencio. La he pasado genial, le respondo, él me mira, se acerca gira su cabeza lentamente hacia la izquierda y me da un suave beso, en la mejilla, se da media vuelta y se va. Sueño con él.


Hemos terminado la mitad del vino que saqué sutilmente de la cocina, ella dice pequeñas frases sueltas  y nos reímos juntos, mientras detengo un taxi para dejarla en su casa. Con la promesa de vernos pronto. Sin embargo, me pide bajar unas cuantas cuadras antes. Le coloco mi saco entre los hombros, prendo un cigarrillo. Pienso en ella, aún estando tan cerca de mí, tal vez aquella noche en la que volví a ver a Malena era para conquistarla a ella. Estamos parados en la puerta de su casa, ella me dice que la ha pasado genial, y yo, le agradezco su compañía. Me acerco muy sutilmente hacia su cara, pero su teléfono empieza a sonar, entonces decido besarla en la mejilla, me despido con un leve abrazo, y prometo llamarla pronto.



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Esta historia en una canción



Aviso para las Plumas: El 15 de diciembre vence el plazo para el envío de sus textos. 

El domingo 18 haremos el sorteo de los turnos. Que estén bien.

3 comentarios:

Aunque sea una carita feliz... )=D