Imagen por Conejo721 |
No quiero despertar.
Doy vueltas en mi cama, mientras pequeños rayos de sol penetran por mi ventana.
Mi celular suena una, dos, tres veces. Lo tomo soñoliento. Es ella, Rozzenda.
No logro escuchar muy bien lo que quiere decir, solo que está a dos cuadras de
mi casa, espera que esté despierto para cuando llegué. Cuelga antes de que
pueda decirle que no. Que venga después. Mi sueño es sagrado pero no se lo digo,
ella ya ha colgado.
Mi reloj de la pared
apunta las doce con tres. Tomo un polo cualquiera, unos cortos, y mis eternas
converses verdes. Me lavo la cara y bajo los diecinueve peldaños hasta la
puerta.
Ella está ahí,
esperándome. Me mira con cierta ternura y sorpresa, la invito a pasar, pero
ella prefiere dar una vuelta, sin embargo, olvido uno de los motivos por el
cuales me ha despertado tan temprano, su película, me excuso por dos minutos
mientras la bajo.
-Por qué tienes esa
cara, acaso no te alegra verme, me pregunta curiosa ella.
La observo en silencio
y rompo con una leve sonrisa -No, no es eso, simplemente que ayer fue mi fiesta
de fin de ciclo y como veras he llegado muy temprano, le respondo.
Ella me mira ingenua,
mientras me toma del brazo y caminamos por las calles aledañas a mi casa,
hasta sentarnos en una banca de un
parque pueblolibrino. Ella prende un cigarrillo mentolado y me ofrece uno. Sé
que tiene algo que decir, pero no lo hace, tiene algo que contar, aunque no
sabe como decirlo.
Da varias vueltas sin
decir nada concreto. Dice frases sueltas y comentarios poco profundos, sobre el
último libro que está leyendo, de la película que me prestó, de la fiesta que
tendrá en la noche, pero al hablar sobre música, siento que está cada vez más
cerca de decir lo que no sabe cómo empezar.
-¿Aún conservas la
guitarra de Malena?, me pregunta insegura. Mientras yo, soplo el último humo de
mis labios, para responderle un desorientado sí.
Sus ojos cafés dorados,
que brillan con más luz que el sol de mediodía, me observan consternados,
quizás esperando una mejor respuesta, pero yo quedo en silencio.
Quizá la guitarra, sea
el único vínculo que aún me une con ella, ha sido mi compañera, mi amiga, mi
alimento durante todo el tiempo que me fui a recorrer el norte del Perú, encontrarme
a mí mismo y olvidarme de ella. De algún modo aún está presente entre sus cuerdas y en todas aquellas
canciones que nunca le pude cantar.
-Estás ahí, me pregunta
nuevamente, Rozzenda.
Me disculpo por la
pequeña distracción que turbó mi mente -Alguna vez quise dársela, devolvérsela,
pero creo que ya era demasiado tarde. Había intervenido su madre, y cuando intentéhablar con ella en la calle, me ignoró. Arremeto.
-Bueno, bueno, pues yo
creo que para te olvides de ella definitivamente, tienes que dármela. Yo se la
devolveré; así que, para que nada los
ate, que nada que los una. Sólo así podrás liberarte por completo de ella.
Un breve silencio.
-Sí, tienes razón. ¿Cuándo
sería el desarme?, le preguntó.
-Cuando quieras, pero
tiene que ser antes de fiestas. Sería muy noble de tu parte. Esa guitarra nunca
te perteneció y quizás ella tampoco. Todo debe regresar adonde pertenece. Todo.
El celular de Rozzenda
empezó a sonar. Antes de contestarlo, me pide silencio con sus dedos. No puedo
escuchar con quién habla, da unos cuantos pasos hacia adelante. Aunque, de su
cara se ha borrado la sonrisa con la que me hablaba, le pregunto sutilmente
quién era, y ella, me responde sin fuerzas que era Gastón. Ambos callamos, mientras
caminamos hacia su casa por inercia con la promesa de que la llame en la noche,
a las siete.
De regreso a mi casa
volví a mi cama. Observo las paredes de mi cuarto, y a la derecha colgando de
un pequeño clavo la guitarra, la tomo, la toco y canto, quizás por última
vez. Llamaré a Rosenda, le invitaré a
comer algo, y devolverle la guitarra antes de que vaya a su fiesta, pienso.
Guitarra en hombro,
estoy muy cerca de su casa. Quiero
sorprenderla y marco su número móvil
desde un teléfono público. No me contesta. Intento de nuevo. Responde su madre,
la cual muy amable me dice, que ella se ha olvidado su celular en la sala. Yo
sé que no se lo ha olvidado, no quiere que nadie la interrumpa en su
reencuentro con Gastón. La fiesta de fin de ciclo es una excusa para verlo de
nuevo y amarlo.
Ella vive a tan solo
seis calles de distancia de la mía, y tres casas de Malena. Es decir, son vecinas. Camino en dirección a la mía.
Cuando diviso en la esquina, una chica de cabellos negros lacios, acompañada de
un chico de cabellera frondosa y desordenada que no soy yo. Ambos están de
espaldas a mí. Es ella. Es Malena. Estoy seguro. Tiene el cabello mojado y él
la ropa desalineada. Mis piernas están paralizadas, mi cuerpo no responde.
Diez meses después y
aún no lo he asimilado por completo, no sé adónde ir. No sé adónde moverme. Me
siento en jaque, como un rey que ha perdido el tablero y la reina, ambos en una
sola jugada, ambos en la misma noche.
Camino desorientado, un
pequeño mareo se apodera de mi mente. Mis ojos están húmedos, y unas diminutas
perlas caen de mi faz al suelo.
Por un instante pienso
en quebrar y romper la guitarra. Pero me contengo, no lo hago. No me pertenece,
es de ella, no mía. Me siento tan solo deambulando por las calles de la Magdalena
Vieja, me siento en una banca, prendo un cigarrillo. Me pierdo entre el humo y
las cenizas. Un extraño se sienta
conmigo, me pide encendedor. Para decirme ´nada sucede por casualidad´, se
levanta y se pierde entre las callejuelas de la Plaza Bolívar.
Mi celular vuelve a
despertarme del letargo emocional, es Reiner. Está tan emocionado que no logro
entender lo que me dice, solo que pasara por mí, tenemos que celebrar, pasé el
ciclo invicto, y además ya me pagaron. Se ríe.
Veinte minutos después,
estamos en el bar de siempre, escuchando las mismas canciones, tomando las
mismas cervezas, y conversando sobre lo que ha pasado en la semana y media que
no lo he visto. Me cuenta sobre la
posibilidad de que empiece a trabajar en un nuevo canal de cable, sobre amigos
en común; mientras yo, le cuento sobre Rozzenda, Malena y su guitarra, la cual he colocado en
la maletera de su auto, y la tristeza que me produjo verla de nuevo. Mientas él
me da unas palmadas en los hombros.
-Llamamos a una par de
amigas para continuar la noche. Además, qué te parece si compramos un ron. Pero
eso sí, guardo mi carro, no voy a manear tomado, me amina él.
-Sólo si es puro, le
respondo entre risas y en serio.
-Vos nunca vas a
cambiar, ¿verdad?. Dispara mi compañero de armas.
Subimos el volumen del
auto, envalentonados por las dos ´margaros´ que hemos tomado. La música suena a
todo volumen con las ventanas cerradas. Regresamos del Centro a nuestras casas,
antes de pasar por las chicas que conocimos dos semanas atrás en unos de los
antros de Plaza San Martín.
Estacionamos y
guardamos su carro, en el lugar de siempre, entre la Av. Brasil y Pueblo Libre.
Lo acompaño a su casa, cuando se percata que se ha olvidado las llaves y sobre
todo el ron. Lo miro, resignado por la típica torpeza que lo caracteriza.
Al encontrar las llaves
de su casa, su alivio es instantáneo. Toma con fuerza la bolsa negra que
sostiene la flor de caña con la Pepsi que hemos comprado. Prendo nuevamente un cigarrillo,
cuando de la recta continua sale de un hotel una joven pareja. A mi viejo
amigo, lo seduce la idea de molestar a las parejas que salen del hotel, más
cuando está con un par de vasos encima. Pero esta vez era diferente. Es Malena
y su nuevo novio.
-¡Espera!, me detengo,
es Malena, le susurro a mi viejo amigo.
-¿Estás seguro?, me
responde él.
-Sí, sí, cállate.
Ellos están en la misma
vereda que nosotros, es inevitable, nos cruzaremos en menos de 45 segundos. Los
besos acalorados que se dan no les permiten vernos. Luego, él la toma por atrás,
camina sosteniéndola con una mano en la cintura y otra en medio de los pechos.
La escena es desgarradora. Nuestras miradas se topan por un instante, ella
balbucea al hablar, se pone roja, mira de reojo a su nuevo amante, mientras una
tormenta de recuerdos destroza mi cabeza.
El rostro de aquel
chico me es familiar, aún no ha terminado la cuadra y ya los hemos pasado en
silencio. Sin decir una sola frase, hasta que en una estupidez de Reiner,
que exclama, un escandaloso ´¡A La mierda!´.
Lo codeo sin decirle nada en el brazo.
-¿No vas hacer nada?,
me provoca él.
-No. Sentenció.
-Si quieres los
seguimos, normal.
-No. Le respondo.
-Mierda, acabo de presenciar
la escena de una película que jamás quisiera protagonizar. Y tú actúas indiferente,
hay que tener cojones, hay que de vedad tenerlos y no querer destrozarle la
cara a ese remedo de Cantinflas.
-Ella no me pertenece.
No es nada mío. Mejor así.
Luego, guardo silencio.
Trato de hacer memoria y pensar cuándo he visto ese rostro y dónde. Ese mismo rostro que me parece tan familiar.
Sí, no hay dudas, es él. Es Daniel, el chico del cual me hablaba siempre, el
mismo que les presento Julio, su mejor amigo gay, una noche en el Averno, una
de las tantas veces que terminamos.
El mismo que habla
quechua, aymara y es estudiante de últimos ciclos de sociología, y más conocido
como “camarada Ernesto”, en homenaje al Che Guevara, por esa bola de desadaptados
izquierdistas del Centro y sobre todo de Quilca.
-¿Estás bien?, me
pregunta mi viejo amigo.
-Sí, le respondo en silencio.
-¿Seguro?, llevas más
de siete minutos sin decir nada. Tranquilo viejo, ella estaba gorda.
-Eso es peor entiendes,
eso quiere decir que está tomando pastillas anticonceptivas y esas cosas.
-Bueno que te sirva de
consuelo, él es solo uno más del par de chicos con el que todos la hemos visto durante
todo el año. Lo único que necesitas es descansar, vamos te dejo cerca de tu
casa.
Ahora, que estoy solo
en mi cuarto. Me arrepiento de haberle aceptado ver esas películas de
dibujitos, en vez de ver las de terror cuando íbamos al cine. De haberme
quedado en Lima algunos fines de semana, en vez de estar con algunos de mis
amigos en las playas del sur. De regalarle más flores que botellas de vino,
más CDs de música que chocolates. De
haber cantado con ella un par de canciones de Ximena Sarimaña, cuando
ceo que es lo más pop, fresa y marica que existe. De haberme arrastrado a un
concierto de Smashing Punkies, cuando yo quería ir al de Mar de Copas la misma
noche. De haber regalado más poemas que
libros, los mismos poemas de Benedetti que ella le dedica a él. De disparar
indiscriminados te quieros, cuando ahora sé que hay que ganárselos. Pero sobro
todo me arrepiento de haberle dado aquel peluche oso panda, que me dio mi
padre. Qué es el único recuerdo que conversaba de él, y que ahora duerme con su
nuevo amante.
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Esta historia en una canción
Este jueves es el cumpleaños de Blue (antiguo personaje que ya superé), ella ha pedido recomendaciones de un lugar para desmadrearse. Avisen si hay sugerencias y quieren conocerla.
El mismo jueves 15 se cierra el plazo para que las Plumas Invitadas envíen sus textos. A los que faltan, mándenlo al correo blog.choteadas@yahoo.com ¡Gracias!
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