martes, 13 de diciembre de 2011

Cicatrices de la noche


Imagen por Conejo721

No quiero despertar. Doy vueltas en mi cama, mientras pequeños rayos de sol penetran por mi ventana. Mi celular suena una, dos, tres veces. Lo tomo soñoliento. Es ella, Rozzenda. No logro escuchar muy bien lo que quiere decir, solo que está a dos cuadras de mi casa, espera que esté despierto para cuando llegué. Cuelga antes de que pueda decirle que no. Que venga después. Mi sueño es sagrado pero no se lo digo, ella ya ha colgado.

Mi reloj de la pared apunta las doce con tres. Tomo un polo cualquiera, unos cortos, y mis eternas converses verdes. Me lavo la cara y bajo los diecinueve peldaños hasta la puerta.

Ella está ahí, esperándome. Me mira con cierta ternura y sorpresa, la invito a pasar, pero ella prefiere dar una vuelta, sin embargo, olvido uno de los motivos por el cuales me ha despertado tan temprano, su película, me excuso por dos minutos mientras la bajo.

-Por qué tienes esa cara, acaso no te alegra verme, me pregunta curiosa ella.

La observo en silencio y rompo con una leve sonrisa -No, no es eso, simplemente que ayer fue mi fiesta de fin de ciclo y como veras he llegado muy temprano, le respondo.

Ella me mira ingenua, mientras me toma del brazo y caminamos por las calles aledañas a mi casa, hasta  sentarnos en una banca de un parque pueblolibrino. Ella prende un cigarrillo mentolado y me ofrece uno. Sé que tiene algo que decir, pero no lo hace, tiene algo que contar, aunque no sabe como decirlo.

Da varias vueltas sin decir nada concreto. Dice frases sueltas y comentarios poco profundos, sobre el último libro que está leyendo, de la película que me prestó, de la fiesta que tendrá en la noche, pero al hablar sobre música, siento que está cada vez más cerca de decir lo que no sabe cómo empezar.

-¿Aún conservas la guitarra de Malena?, me pregunta insegura. Mientras yo, soplo el último humo de mis labios, para responderle un desorientado sí.

Sus ojos cafés dorados, que brillan con más luz que el sol de mediodía, me observan consternados, quizás esperando una mejor respuesta, pero yo quedo en silencio.

Quizá la guitarra, sea el único vínculo que aún me une con ella, ha sido mi compañera, mi amiga, mi alimento durante todo el tiempo que me fui a recorrer el norte del Perú, encontrarme a mí mismo y olvidarme de ella. De algún modo aún está presente  entre sus cuerdas y en todas aquellas canciones que nunca le pude cantar.

-Estás ahí, me pregunta nuevamente, Rozzenda.

Me disculpo por la pequeña distracción que turbó mi mente -Alguna vez quise dársela, devolvérsela, pero creo que ya era demasiado tarde. Había intervenido su madre, y cuando intentéhablar con ella en la calle, me ignoró. Arremeto.

-Bueno, bueno, pues yo creo que para te olvides de ella definitivamente, tienes que dármela. Yo se la devolveré; así  que, para que nada los ate, que nada que los una. Sólo así podrás liberarte por completo de ella.

Un  breve silencio.

-Sí, tienes razón. ¿Cuándo sería el desarme?, le preguntó.
-Cuando quieras, pero tiene que ser antes de fiestas. Sería muy noble de tu parte. Esa guitarra nunca te perteneció y quizás ella tampoco. Todo debe regresar adonde pertenece. Todo.

El celular de Rozzenda empezó a sonar. Antes de contestarlo, me pide silencio con sus dedos. No puedo escuchar con quién habla, da unos cuantos pasos hacia adelante. Aunque, de su cara se ha borrado la sonrisa con la que me hablaba, le pregunto sutilmente quién era, y ella, me responde sin fuerzas que era Gastón. Ambos callamos, mientras caminamos hacia su casa por inercia con la promesa de que la llame en la noche, a las siete.

De regreso a mi casa volví a mi cama. Observo las paredes de mi cuarto, y a la derecha colgando de un pequeño clavo la guitarra, la tomo, la toco y canto, quizás por última vez.  Llamaré a Rosenda, le invitaré a comer algo, y devolverle la guitarra antes de que vaya a su fiesta, pienso.

Guitarra en hombro, estoy  muy cerca de su casa. Quiero sorprenderla  y marco su número móvil desde un teléfono público. No me contesta. Intento de nuevo. Responde su madre, la cual muy amable me dice, que ella se ha olvidado su celular en la sala. Yo sé que no se lo ha olvidado, no quiere que nadie la interrumpa en su reencuentro con Gastón. La fiesta de fin de ciclo es una excusa para verlo de nuevo y amarlo.

Ella vive a tan solo seis calles de distancia de la mía, y tres casas de Malena. Es decir,  son vecinas. Camino en dirección a la mía. Cuando diviso en la esquina, una chica de cabellos negros lacios, acompañada de un chico de cabellera frondosa y desordenada que no soy yo. Ambos están de espaldas a mí. Es ella. Es Malena. Estoy seguro. Tiene el cabello mojado y él la ropa desalineada. Mis piernas están paralizadas, mi cuerpo no responde.

Diez meses después y aún no lo he asimilado por completo, no sé adónde ir. No sé adónde moverme. Me siento en jaque, como un rey que ha perdido el tablero y la reina, ambos en una sola jugada, ambos en la misma noche.

Camino desorientado, un pequeño mareo se apodera de mi mente. Mis ojos están húmedos, y unas diminutas perlas caen de mi faz al suelo.

Por un instante pienso en quebrar y romper la guitarra. Pero me contengo, no lo hago. No me pertenece, es de ella, no mía. Me siento tan solo deambulando por las calles de la Magdalena Vieja, me siento en una banca, prendo un cigarrillo. Me pierdo entre el humo y las cenizas. Un extraño  se sienta conmigo, me pide encendedor. Para decirme ´nada sucede por casualidad´, se levanta y se pierde entre las callejuelas de la Plaza Bolívar.

Mi celular vuelve a despertarme del letargo emocional, es Reiner. Está tan emocionado que no logro entender lo que me dice, solo que pasara por mí, tenemos que celebrar, pasé el ciclo invicto, y además ya me pagaron. Se ríe.

Veinte minutos después, estamos en el bar de siempre, escuchando las mismas canciones, tomando las mismas cervezas, y conversando sobre lo que ha pasado en la semana y media que no lo he visto.  Me cuenta sobre la posibilidad de que empiece a trabajar en un nuevo canal de cable, sobre amigos en común; mientras yo, le cuento sobre Rozzenda,  Malena y su guitarra, la cual he colocado en la maletera de su auto, y la tristeza que me produjo verla de nuevo. Mientas él me da unas palmadas en los hombros.

-Llamamos a una par de amigas para continuar la noche. Además, qué te parece si compramos un ron. Pero eso sí, guardo mi carro, no voy a manear tomado, me amina él.
-Sólo si es puro, le respondo entre risas y en serio.
-Vos nunca vas a cambiar, ¿verdad?. Dispara mi compañero de armas.

Subimos el volumen del auto, envalentonados por las dos ´margaros´ que hemos tomado. La música suena a todo volumen con las ventanas cerradas. Regresamos del Centro a nuestras casas, antes de pasar por las chicas que conocimos dos semanas atrás en unos de los antros de Plaza San Martín.

Estacionamos y guardamos su carro, en el lugar de siempre, entre la Av. Brasil y Pueblo Libre. Lo acompaño a su casa, cuando se percata que se ha olvidado las llaves y sobre todo el ron. Lo miro, resignado por la típica torpeza que lo caracteriza.

Al encontrar las llaves de su casa, su alivio es instantáneo. Toma con fuerza la bolsa negra que sostiene la flor de caña con la Pepsi que hemos comprado. Prendo nuevamente un cigarrillo, cuando de la recta continua sale de un hotel una joven pareja. A mi viejo amigo, lo seduce la idea de molestar a las parejas que salen del hotel, más cuando está con un par de vasos encima. Pero esta vez era diferente. Es Malena y su nuevo novio.

-¡Espera!, me detengo, es Malena, le susurro a mi viejo amigo.
-¿Estás seguro?, me responde él.
-Sí, sí, cállate.

Ellos están en la misma vereda que nosotros, es inevitable, nos cruzaremos en menos de 45 segundos. Los besos acalorados que se dan no les permiten vernos. Luego, él la toma por atrás, camina sosteniéndola con una mano en la cintura y otra en medio de los pechos. La escena es desgarradora. Nuestras miradas se topan por un instante, ella balbucea al hablar, se pone roja, mira de reojo a su nuevo amante, mientras una tormenta de recuerdos destroza mi cabeza.

El rostro de aquel chico me es familiar, aún no ha terminado la cuadra y ya los hemos pasado en silencio. Sin decir una sola frase, hasta que en una estupidez de Reiner, que  exclama, un escandaloso ´¡A La mierda!´. Lo codeo sin decirle nada en el brazo.

-¿No vas hacer nada?, me provoca él.
-No. Sentenció.
-Si quieres los seguimos, normal.
-No. Le respondo.
-Mierda, acabo de presenciar la escena de una película que jamás quisiera protagonizar. Y tú actúas indiferente, hay que tener cojones, hay que de vedad tenerlos y no querer destrozarle la cara a ese remedo de Cantinflas.
-Ella no me pertenece. No es nada mío. Mejor así.

Luego, guardo silencio. Trato de hacer memoria y pensar cuándo he visto ese rostro y dónde.  Ese mismo rostro que me parece tan familiar. Sí, no hay dudas, es él. Es Daniel, el chico del cual me hablaba siempre, el mismo que les presento Julio, su mejor amigo gay, una noche en el Averno, una de las tantas veces que terminamos.

El mismo que habla quechua, aymara y es estudiante de últimos ciclos de sociología, y más conocido como “camarada Ernesto”, en homenaje al Che Guevara, por esa bola de desadaptados izquierdistas del Centro y sobre todo de Quilca.

-¿Estás bien?, me pregunta mi viejo amigo.
-Sí, le respondo en silencio.
-¿Seguro?, llevas más de siete minutos sin decir nada. Tranquilo viejo, ella estaba gorda.
-Eso es peor entiendes, eso quiere decir que está tomando pastillas anticonceptivas  y esas cosas.
-Bueno que te sirva de consuelo, él es solo uno más del par de chicos con el que todos la hemos visto durante todo el año. Lo único que necesitas es descansar, vamos te dejo cerca de tu casa.

Ahora, que estoy solo en mi cuarto. Me arrepiento de haberle aceptado ver esas películas de dibujitos, en vez de ver las de terror cuando íbamos al cine. De haberme quedado en Lima algunos fines de semana, en vez de estar con algunos de mis amigos en las playas del sur. De regalarle más flores que botellas de vino, más  CDs de música que chocolates. De haber cantado con ella un par de canciones de Ximena Sarimaña, cuando ceo que es lo más pop, fresa y marica que existe. De haberme arrastrado a un concierto de Smashing Punkies, cuando yo quería ir al de Mar de Copas la misma noche. De haber  regalado más poemas que libros, los mismos poemas de Benedetti que ella le dedica a él. De disparar indiscriminados te quieros, cuando ahora sé que hay que ganárselos. Pero sobro todo me arrepiento de haberle dado aquel peluche oso panda, que me dio mi padre. Qué es el único recuerdo que conversaba de él, y que ahora duerme con su nuevo amante.

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Esta historia en una canción





Este jueves es el cumpleaños de Blue (antiguo personaje que ya superé), ella ha pedido recomendaciones de un lugar para desmadrearse. Avisen si hay sugerencias y quieren conocerla.


El mismo jueves 15 se cierra el plazo para que las Plumas Invitadas envíen sus textos. A los que faltan, mándenlo al correo blog.choteadas@yahoo.com ¡Gracias!


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