miércoles, 30 de mayo de 2012

Dulce coincidencia

Imagen por VWPhotog.com

Era un largo fin de semana, donde la noche y la madrugada eran lo mismo. Con días horizontales y ligeramente aburridos. Era yo casi echado en cama, dando vueltas abrazado de mi almohada. Era mi dedo pulgar apretando descontroladamente los botones del control remoto. Eran días llenos de música ensordecedora, novelas clásicas, internet con sus redes sociales y series cómicas en la tele. Eran días en los que esperaba encontrarme con ella sin ni siquiera moverme de la cama o mi cuarto.

Días de maratones de los simpsons y Padre de Familia. De noches sin sueños. Días eternos con incoherentes charlas conmigo mismo y de cervezas solitarias en una banca después del almuerzo. Instantes de sueños de una mujer que sí conocía y se desvanecía al mismo tiempo. Casi había olvidado el recuerdo de su olor, de lo larga que es su sonrisa, de sus ojos negros como mis noches. Me había enamorado de ella y nuestras conversaciones interminables en internet.

Pero uno de esos días se interrumpió con una llamada de Javier. Mi compañero de armas y desahuciado en la batalla el día anterior. Lo más probable era que su llamada se debía a una de esas juergas repetitivas. De monólogos de ligue armados, de botellas de un ron barato, cervezas en vasos de plástico, cigarrillos a medio consumir, más música ruidosa observando bailar siempre a las chicas ‘hardcore chick’ más lindas y vagas conversaciones filosóficas entre coincidencias y casualidades .

Aquel día comenzó por la tarde, había que cubrir un super evento. Era simplemente la oportunidad de hacer un buen reportaje a las bandas, organizadores e invitados, y público asistente en general. Él se encargaría de las escenas más consistentes y yo en hacer tomas de apoyo para una página conocida de internet como practicantes. Dado que el evento comenzó más temprano de lo esperado y se prolongó más de lo debido decidí darme licencia y regresar a mi casa para poder comer algo y volver.

La música ha parado entre silbidos y aplausos. No he llegado a ver el final del concierto, me lamento. Pero Javier lleva un buen rato esperándome en una banca que, hace un poco más de veinte minutos hubiese sido imposible divisar. Él está solo y por eso me devolvió la llamada, Gina se fue hace poco para encontrarse con su novio español, me dice cuando lo encuentro.

Lo que no me dice es que ella lo ha rechazado olímpicamente a quedarse a beber unas copas. Por otro lado, yo justifico mi demora y le echo la culpa al tráfico de la ciudad, aunque tampoco le dije que intenté llamar a Mafer, mi chica del Facebook, y que ella está en una reunión familiar cuando en realidad estaba paseando por las calles de Miraflores acompañada de su ex novio. Debe ser que ninguno quiere decirle al otro que había sido ponchado.

Javier propone pasar por unas hamburguessas antes de regresar a nuestras casas, aparentemente era un viernes sin novedades; sin embargo, aprovechando la cercanía de los bares de la Plaza San Martín lo convenzo para tomar unas copas. Todos cobran entrada y Javier y yo no estamos dispuestos a seguirles el juego. Así que decidimos ir hacia los bares de Quilca cuando un loco salido de Cinema Paradiso empieza a gritar: “¡La plaza es mía! ¡Mía es la plaza! Y de nadie más” con una bolsa de basura en el brazo.

El loco está cada vez más cerca de nosotros. Agita la bolsa contra los peatones y la lanza hacia adelante. Corro unos cuantos pasos, lo que provoca la risa de Javier y de algunos extraños que pululan por allí. Sin darme cuenta tropiezo con una chica. Le pido disculpas y sigo caminando avergonzado, no la he reconocido, es Mercedes. A pesar de que he pensado en ella y la probabilidad de encontrarnos un fin de semana en la misma calle de la ciudad parecía remota.

Sí, sí es ella. No ha sido necesario buscarla en una discoteca, un concierto o un bar. Ella está ahí parada delante de mí. Y no la reconozco pero ella a mí sí, me llama por mi nombre y no por mi apellido como hacen muchos. Me gusta la fuerza que pone cuando pronuncia la jota y la erre. Se la presento a Javier y él la saluda pensando en la chica de la que le vengo hablando las últimas tres semanas con cierta emoción y alegría. Pero ve a su acompañante, la ‘Pollo’ y sabe que no se quedará ella esa noche. Sabe que se portará como un santo entonces, viéndome jugar mis pobres fichas por Mercedes.

– ¿A dónde van ustedes?, pregunta ella.
–Íbamos por unas cuantas cervezas antes de volver a casa, ¿y ustedes?
–Vamos a recoger a Valeria a la Plaza Mayor.

Ante el malestar de Javier nos dirigimos a buscar a Valeria sin saber que aquella noche él terminaría besándola. Sus pesados huesos le pesaban cuando pensaba en el largo trecho para recoger a la desconocida. Trato de romper el silencio con algún chiste improvisado. Hablamos de cine, de cámaras y semiótica, sin sospechas que entretenía más a la Pollo que a Mercedes.

Quizás tratando de sonar más intelectual, pero ella no se sorprenden, también estudian lo mismo. Hasta que llegó la bella Minaya. Nos saludó a Javier y a mí, y después a sus amigas, nos contó el incidente que sufrió en el taxi, que casi le roban de no ser que el taxista conocía a los delincuentes. Sin percatarse que Javier observaba sus piernas mientras ella contaba su relato.

Era obvio que a mí me gustaba Mercedes y a Javier Valeria. Era obvio para todos menos para la Pollo, ella era el problema, pues parecía ser la madre de ambas y por el contrario parecía ser la más tímida pero una vez en copas era la más extrovertida y jovial de las tres. Valeria sostenía una bolsa de papel marrón donde guardaba un pisco y tres “Coronitas” como llamaba a la cerveza mexicana.

¿Dónde las pensaban tomar? Me preguntaba, ellas me dicen que en la Plaza de Armas. Les digo que eso no se puede, que está prohibido. Y las tomamos a la espalda del Real Plaza, ellas eran unas chicas distintas, eran como nosotros pero mejores. Javier empezó a soltarse de a pocos y fue robándome el protagonismo (sobretodo cuando lo vieron orinar en el jardín del Sheraton) mientras yo, me reprimía las ganas de orinar y me iba quedando sin ideas y quedaba fuera del marco de la noche.

Javier afirma que me gusta más de la cuenta Mercedes, porque de alguna forma se parece a Malena, (mi ex novia) quizás no en sus ojos ni en su mirada, pero hay algo en ella que es igual. Aunque sé que es verdad lo niego tajantemente. Me gusta porque ella es divertida, espontánea y libre.

Sin embargo, cuando las botellas de pisco y las cervezas se acabaron, las chicas llenas de coraje se dirigieron al Sheraton mientras Javier y yo esperábamos en la puerta. Aun era relativamente temprano así que las convencimos de ir a continuar de la noche en cualquier antro de la Plaza San Martín. Pero ‘Pollo’, la chica risueña, tenía que irse, no había pedido permiso a su madre y la hora la comprometía a regresar. Nos quedaríamos los cuatro solos. Aunque las chicas trataton de convencer a Pollo de que se quedara y ella no lo hizo. Nos quedamos con ellas decidiendo si entrar o no a los bares del Centro.

Al final, entramos al Etnias a regañadientes, un viejo bar que nunca falla en el ala este de la plaza. De haber escogido como en un principio escogió Javier el Zela hubiera terminado aquella noche en el hospital, dado que en la silla que hubiese estado sentado hubiese caído una botella cortada producto de una gresca entre dos ebrios por una chica, chica que también conocía pero no tanto como yo.

Una vez en aquel antro con el pisco y la cerveza encima no nos quedó otra cosa que bailar. Si es que de alguna manera se puede decir a los saltos descoordinados que dábamos de aquí para allá y viceversa. Mientras la noche nos iba bailando, Mercedes, la chica en la que había pensado constantemente, empezó a abrumarse con mi presencia y el correr de las horas, parecía no divertirse tanto como lo hacía Valeria con Javier, cuyos pasos eran propios de dos almas que han bailado siempre.

Nos sentamos en una de las muchas mesas vacías que aun quedaban en el local. Pensé en decirle que todo este tiempo he pensando en ella. Pero no lo hice. Ella tenía sed y le ofrecí una cerveza, ella pidió agua. Javier se ofreció a ir por la botella a la barra y Valeria le sugirió que la compre afuera y que vamos, te acompaño, le dijo.

Bailamos un par de canciones más, siempre intercambiando de parejas. Ahora era yo quien bailaba más con Valeria, cosa que incomodaba ligeramente a Javier, pero sin decírmelo. Al cabo de diez minutos, las chicas decidieron que era hora de marcharnos. Decidimos acompañarlas hasta sus casas, cosa que Valeria negó rotundamente. Nos despedimos de ella y la noche pasó por nosotros.

Camino a casa, mientras camino algo descontento, Javier me confiesa visiblemente emocionado que ha besado a Valeria. Hay un pequeño silencio entre ambos, luego abordamos un taxi. La vida es una suma de coincidencias y no de casualidades me dice. Mientras yo tengo la imagen en la cabeza de Valeria besando a Javier, le doy una falsa palmada en el hombro, sin saber en qué momento pasó que no me di cuenta.

Javier parece leer mis pensamientos y me dice, no te mortifiques, no significó nada. Pero lo que no me dice es que él la ha forzado. Que ha intentado besarla cuatro veces y que al último intento logró hacerlo. Quizás era para olvidarse de su pequeña publicista, o quizás porque estaba empezando a enamorarse de ella.

Cuando me pregunta por Mercedes, yo me quedo callado, lo mío ha sido todo lo contrario. No le miento, no puedo hacerlo, siento que el taxista ríe. La situación entre ambos es tensa. Ya habrá tiempo para otras victorias, me responde Javier cuando baja del taxi.

No parece ser el mismo de una noche atrás que fue derrotado por la pequeña publicista. Es un hombre nuevo de mirada dura y herida. Le digo que Valeria es una chica que vale la pena, que no juegue con ella, me dice que no quiere jugar con ella, que no sabe lo que siente. Que no lo regañe, que yo le hablé de Mercedes hace tres semanas, que no vale que ahora me ponga celoso por Valeria sólo porque se han besado, que nunca imaginó besarla, que yo debo perseguir a Mercedes hasta que se canse de mí o la conquiste, porque yo ya elegí y no hay vuelta atrás, compadrito.

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Esta historia en una canción




martes, 22 de mayo de 2012

XVI. La noche de las Cantuarias

Imagen por Sunshine´s Photography

Sábado, 30 de octubre de 2010
El deseo siempre traiciona. Lo incorrecto tienta muchas veces. Pocas de ellas, triunfa la lógica y los impulsos son la primera y última plegaria. Javier sintió que los muslos de Vanessa se colaban por su entrepierna, su sonrisa desvestida a pocos centímetros era el demonio que lo embrujaba nuevamente. Las nubes de humo cegaban su mirada. Javier olvidó por un momento que estaba allí para rescatar a Lucía cuando Vanessa, visiblemente ebria, le pidió un porro.

Javier tenía un defecto, o una virtud (según de dónde se mire): se enamoraba de las mejores y más cercanas amigas de la chica que le gustaba. Cuando vio a Vanessa en la universidad, no dudó del poderoso monumento que era su cuerpo. Tal vez, pensó muchas veces, en un grupo de amigas, cada una lleva un poco de todas y estar con una era estar un poco con todas. Lucía y sus amigas compartían costumbres, eran de la misma tribu. Vanessa era de “Las Intocables” para Lucía, una lista de mejores amigas con las que sus chicos no debían enrolarse. Allí también estaban anotadas Las Meras.

Simplemente, zanjó Javier, Lucía se había convertido en una tarea imposible por deméritos propios. De una buena amiga, pasó a ser una idea que flotaba en su mente. Y en cada chica se conformaría con encontrar un pedazo de Lucía, que la extrañaba e iba al Jafetti para cuidarla y besarla un poco sin importarle las veces que ella le había dicho que no quería verlo más.

No podía quejarse con nadie, dejaba pasar atónito los acontecimientos hasta que se dio cuenta del doble filo de su pena. Si Lucía no correspondía al cariño de Javier, se desdibujaba sola poco a poco. El sentimiento era más grande que ella, la traspasaba. El orgullo de Lucía germinaría el silencio a la que estaba condenada la memoria de ellos dos.

–No tengo porros ––le responde a Vanessa––.
–Lucía me dijo que sí.
–Ni siquiera fumo cigarros.
– ¿Fumas marihuana, pero no cigarros?
–Sólo fumo de la buena.
–Tonto, ven para juntarte al grupo.
– ¿Quiénes son esos tipos de camisa que están tan melosos?
–Ellos tienen la hierba, pero no me agradan, no quiero pedirles. Son de la chamba de Lucía.

Javier recordó que Lucía le contó acerca de ese jefe, Andrés Iturbe, un abogado alto y galante, calzaba 44 según Lucía, de cuerpo atlético y camisa rosada. Tenía un trago de color rojo en una mano y con la otra atenazaba a Lucía, que hizo contacto visual con Javier en ese momento.

– ¿A dónde va? ––preguntó Javier, al ver caminar a Lucía con pasos firmes––.
–Mi amiga sólo hace eso por una cosa: te odia.
–He venido a pedirle perdón.
–Tranquilo, iré con ella ––Vanessa toma dirección al baño––.
– ¡Espera!, ¿por qué me ayudas?
–Mejor no preguntes.

Vanessa encuentra a Lucía pensativa, sin saber qué hacer en el baño. “¡Andrés se quiere ir conmigo y ese huevón de Javier está acá!”, dijo Lucía. Vanessa la calmó, todavía era la voz de la razón a pesar de llevar encima dos vasos de chilcano, no por gusto tenía dos años más que Lucía, que no sabía cómo actuar y no resistía el trago. Vanessa le aconsejó que no hiciera problema y se fuera con ella y Las Meras que, en ese momento, se materializaron en forma de Fiorella y Raquel.

Fiorella exclamó orgullosa: “¡Qué le pasa a todo el mundo que me quiere cachar ah!”.  Raquel le pide que se calle, vieron a Lucía y se acercaron. Está roja, “quiere irse y no sabe con quién”, las pone al tanto Vanessa.

– ¡Chola, vamos! Yo también me llevo a tu otro compañero, ¿es el segundo luego de tu jefe, no? ––curioseó Fiorella, que quería ganar sí o sí––.
–Es un idiota––responde Lucía––.
– ¿El tal Andrés?
–No, Javier, un tipo de la universidad que me ha venido a buscar.
– ¡O sea que por fin lo voy a conocer!
–No es gran cosa ––advierte Lucía––.
– ¿Qué, es misio?

Vanessa no aguantaba a Fiorella y sus preguntas rocambolescas. Lucía ya estaba calmada y la dejó un rato para que discuta con sus amigas.

–Estudia comunicaciones, saca tu línea ––continuó Lucía––.
–Pero qué quieres hacer tú: ¿el misio de Javier o Andrés tu jefe? ––Raquel rompió su mutismo––.
–Me da igual.
–En uno tienes que confiar más ––dijo Raquel––.
–En Javier ––eligió, el pasado pesó más que la aventura––. Pero ni cagando me voy con él.
–Habla con él. Si te quiere te comprenderá.
–No le importo, es un huevón.
–Nunca nos contaste qué te hizo ––dijo Raquel––.

Eran mejores amigas, si bien se veían poco, pero cuando trataban los asuntos relacionados a chicos y sus cacerías de fin de semana, se reservaban los derechos al contar. Nunca daban el nombre del chico, sólo lo describían físicamente. Le ponían un sobrenombre entre ellas y no se animaban a presentarlo al grupo. Tal vez tenían miedo de la desaprobación, quizás sabían que el chico era feo a pesar que les gustaba o, quién sabe, preferían vivir en el misterio hasta que llegue el indicado. Las más desesperadas llegaban a inventar identidades de chicos que no existían o que existían pero no las gileaban y ellas montaban una obra de teatro en su cabeza para justificarse ante el grupo, cuando era más que evidente que el chico ni pensaba en ellas. Estos eran los casos más tristes.

–Sí, dinos para ir a cagarlo ––añadió Fiorella––.
–Se pasó de pendejo. No quería nada serio, sólo divertirse conmigo. Y yo no estoy para ser puta de nadie ––recalcó Lucía––.
–Me lo señalas ahorita mismo, tú sabes que yo lo perjudico, ¿sí o no, Raquel? Recuerdas que te defendí del bribón ese.
– ¡Cállate! ––dijo Raquel––. No es necesario que me lo recuerdes ––se refería a la noche que un gandul le quitó su “tesoro”––.
–No fue tan grave, sólo me lo tiré una vez ––habló Lucía––.
– ¿Sólo una? ––dijeron ambas––.
–Sí, lo juro.
–Entonces no es tan grave ––concluyó Fiorella––.

Lucía asintió mentirosamente. Había llorado por Javier una vez. No lo iba a admitir frente a ellas. Fue después de una noche de besos en el malecón, cuando todo parecía posible y Javier confiable, hasta que le dijo que quería estar con ella y con varias más. “¡Te he llorado una hora y ya te olvidé, maldito!”, le dijo Lucía a Javier por Messenger. Él se sintió culpable y le pidió perdón electrónicamente, no hizo más, lo que incomodó más a Lucía. Él sentía por primera vez lo que era hacer llorar a una chica. No lo había hecho antes y no quería hacerlo más. Javier se propuso buscar el perdón de Lucía, sólo que no se daba cuenta y ya caía muy espeso. Lucía no quiso recordar más y fue a la mesa por un trago.

Pocas parejas bailaban, no había mucha conexión entre las mesas de esa discoteca. Javier y Vanessa hablaban de cómo conseguir porros, en realidad él le seguía la corriente, le dijo que conseguiría en la calle, mentira, sólo quería hablar con Lucía que se demoraba. Vanessa era todavía una extraña para él, aunque “buena onda”. De pronto, Lucía le tocó el hombro y con voz forzada le dijo “qué quieres”. Sostenía un chilcano en la mano.

–Resolver esto, Lucía.
–No hay nada que resolver ––ignoró ella––.
–Te debo unas disculpas, siempre te las deberé.
–No, no te las he pedido. Ahórratelas.
–Ven, vamos a bailar.
– ¡Suéltame!

Llegó Andrés. Horondo y alegrón, abrazó a Lucía. Ambos ignoraron a Javier, que se quedó parado un rato escuchándolos. La billetera había matado al galán de nuevo. “¡Lucía!”, la llamó de pronto. Ella se acercó, él quiso herirla. “Siempre te gustó la billetera gruesa, pendeja”, le dijo y ella abrió los ojos. “¡Y no sólo eso, el zapato mata billetera!”, exclamó y abrazó y besó a Andrés.

Javier salió del Jafetti con destino incierto. Hasta trató mal al de la seguridad que se dio cuenta que había entrado gratis: “Qué me vas a cobrar, payaso, ya te metí la rata”, le dijo. La cólera lo invadía. Otra vez Lucía se había burlado. Golpeó la maletera del auto, lo abrió, prendió la radio, recostó el asiento y se echó a pensar.

Un golpeteo de la ventana de enfrente lo sorprendió, era Lucía a punto de caerse. Salió, rodeó el auto y la atrapó antes que se siga chorreando por el capot. Abrió el auto e hizo que se siente atrás. Estuvo junto a ella en silencio por varios minutos. Ella no hablaba, tenía el cuello torcido y la boca abierta. Le dieron ganas de besarla cuando la acomodaba. Lo hizo. Ella cerró la boca, estaba despierta pero cansada. Los postes arrojaban una pizca de luz amarilla sobre su rostro cubierto por los hilos de sus cabellos, sus hombros estaban descubiertos, su perfume invadía nuevamente el auto. Recorrió sus pechos con la nariz, sumergió la mano en sus muslos y volvió a besarla.

Ella reaccionó y al verlo encaramado resopló fuerte y lo apartó. “¡Me voy!, es suficiente”, dijo. “Qué tienes”, Javier la intentó retener, la tomó del brazo. No lo dejaría calenturiento.

– ¿Cómo me encontraste? ––pregunta él––.
–Una tarde de agosto del 2008 en una clase de Historia del Perú moderno. Te sentabas al lado de la cortina negra e hicimos grupo ––ironizó ella––.
–Ja já. Me refiero a cómo sabías que estaba aquí. Pensé estar bien escondido en este pasaje.
–Es fácil encontrarte porque eres de los cobardes que no saben esconderse.
–No derrames lisura, Lucía. En cambio yo te encontré recién esta noche.
– ¿Cómo así?
–Verte junto a esos tipos con tus coqueterías mal hechas me hizo recordar a la Lucía de la que tú misma me hablaste una vez pero que no conocía realmente.
–Hombres. Como si tú no coquetearas con tus perras.
–Yo primero les advierto que no ganarán nada si están conmigo.
–Es verdad. Yo por ejemplo no gané nada, tampoco perdí mucho. Yo lo planeé todo, Javier. Yo te volví a hablar aquella vez en la biblioteca porque sabía lo que quería y lo obtuve. Me divirtió la idea de estar contigo, y admito que me pude enamorar pero tú te encargaste de mandar todo a la mierda con tus poses de conquistador.
– ¿Lo planeaste? Pruébalo.
–Date cuenta, nunca tuviste el control de nada, por si acaso pensaste eso alguna vez. Y si estás aquí arrastrándote es porque yo quise que así fuera.

Ella lo planeó todo, pensó Javier. Las cosas no cambiaban mucho pero le descuadraba saber, primero, que nunca la sedujo de verdad. Y último, que la espontaneidad que creía respirar las veces que salía con ella estaban signadas por las ganas que tenía Lucía de enrolarse con alguien, con cualquiera. Ella sólo quería sexo, siempre quiso nada más que eso.

–Mi jefe me ha dicho para irnos al telo ––disparó ella––.
– ¡Putamadre, Lucía! ¿Por qué me dices esto ahora?
–Tarado, por nada.
–No te voy a impedir que vayas. Sólo te digo que pienses bien las cosas que haces.
–Yo sé lo que hago, no eres mi viejo para prevenirme de nada.
–Ese pelotudo te quiere cachar nada más.
– ¡Puedo acostarme con todo el estudio de abogados si quisiera!

Javier quedó alelado. Esas confesiones nunca le vienen bien. A él no le gusta enamorarse de una puta y Lucía hablaba como tal. Ella abrió la puerta del auto. Se irá y tirará con su jefe, pensó Javier. Lucía pone una mano en el piso, va a arrastrarse hasta el Jafetti. Javier no dice nada. La sujeta de la cintura y la trae de nuevo al auto, ella se deja llevar, está borracha. Él la sienta en sus piernas, a horcajadas en el silencio, con ropa y cegados por la oscuridad, se dicen adiós con los besos, se piden perdón para siempre.

Javier se quitó el polo, abrió la cremallera de su pantalón, Lucía se acercó peligrosamente al sexo de Javier, lo miró, lo tocó, lo iba a chupar y en un arrebato de lucidez, viró el rostro y se alejó lo más que pudo.

“Voy a volver”, le dijo. “¡No te creo, a dónde vas!”, responde Javier. “Toma, voy a volver por eso”, abre la puerta y se va. Había dejado un pedazo de papel metálico. Javier no tuvo que abrirlo para saber lo que envolvía. “¿Cómo lo conseguiste?”, le preguntó. “Mi jefe me la dio, lo voy a dejar, me voy contigo”, prometió cuando Javier la agarraba de nuevo y la soltó. “Está bien, te espero aquí”, dijo él. “Espérame en tus sueños”, dijo ella y dio un portazo.

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Esta historia en una canción




El final se hizo más largo de lo que pronostiqué. Esta novela muere el próximo capítulo. ¿Alguna sugerencia para el final?

miércoles, 16 de mayo de 2012

Los besos en el Kekos

Imagen por Chibelle
Él es un hombre derrotado. Lo abarca una soledad tan concurrida como mil rostros de ella desvaneciéndose entre las sombras, sombras que crea de sí mismo al pasar por los faroles de neón. Tiene el cabello desordenado, la nariz tapada y los ojos enrojecidos de impotencia. Camina contra el viento con su pantalón ligeramente mojado de cerveza. Sus pies son livianos y sus pasos largos como si deseara escapar de todos pero no de su tristeza. Se lleva las manos a los bolsillo, aunque no sabe exactamente lo que busca y quizás ya se haya perdido junto con su vergüenza unas cuadras atrás en el Kekos Bar.

Él suele ser alguien nervioso, tímido, más ligero que una pluma y casi siempre vive en el aire. De humor voluble, camleónico, amante del movimiento y los espacios abiertos. Es un comediante que se burla de todos y de todo, pero con más severidad de sí mismo. Hábil, pícaro, malicioso y, en consecuencia, inestable.

Su vida está marcada por impulsos sucesivos y pasiones desordenadas. Siempre buscando un presente tan intenso como maravilloso en lo posible. Ha dado a parar como muchos otros en el Kekos. Alguna caerá, piensa, pues cree que los dos soles que se encontró en el camino al bar le aseguran algo más que suerte. Esa noche se reunieron casi todos los estudiantes de Comunicaciones, dado que el nombre de dicho evento era “Yo también soy Facu”. Pero a él lo trae delirando una risueña chica publicista, que pasará su primera noche reunida con la facultad que recién ha pisado este año.

Quizás lo que le atrae de ella es esa alegría embriagante, vivaz. Esa personalidad simpática, arrolladora pero poco sensual. Su pasión por lo desconocido y que sea la única chica con la que no sabe qué decir o cómo actuar. De belleza no exagerada que parten de sus imperfecciones, a pesar de que para él es perfecta, o casi. Sin embargo, al mismo tiempo aun no está dispuesto a renunciar a su libertad, tan suya como la de nadie.

Se ha situado en una esquina del local, donde los estudiantes de periodismo levantan las primeras cervezas, los vasos chocan unos con otros. Han aislado dos mesas juntas que hacen las veces de trinchera al grupete de estudiantes. Unos hablan de política, dos de arte surrealista, otro le recita en la oreja poemaco que aprendió en el camino para conquistar a su “cachimba” (la más pedida tiene nombre de ave). Mientras el grupo más grande no habla sino que emula cantos alegóricos hacia la carrera que representan. ¡Periodismo, periodismo, periodismo! ¡La hinchada que nunca fallará!

Fue en medio de esas vivas que entré al Kekos. El ambiente era festivo y bastante embriagador, siento que he llegado tarde. He tenido que pagar algo más, dado que yo no soy de periodismo, de la facultad, ni de la universidad. sólo soy un chico confundido que ha tenido el buen gusto de mandar al diablo la universidad y verse forzado a estudiar cine en un instituto.

A pesar de eso, siento que soy uno más. Conozco a todos, o todos ellos me conocen a mí. Aunque no lo he dicho, siempre he querido estudiar ahí y ser uno de ellos. intenté ingresar dos veces, la primera no entré por vago, la segunda por dinero, el problema de siempre. Ahora saludo a todos y Adriana, una chica voluptuosa se acerca a abrazarme, las copas de más se le han subido a los pechos que parecen asfixiarse el uno a otro en ese escote. Me empujó hacia ellos y me dice que está feliz de verme. Que me quiere como mierda, y que no me ría que es verdad. Que no malinterprete las cosas que es sólo como amigos, y yo, soy feliz, aunque de reojo nos mira un chico de cabeza cuadrada que la pretende o sale con ella. En verdad no sé que le ha visto ella a él. Adriana me ha dicho que es redactor en el suplemento deportivo del desprestigiado diario decano que lo envía a cubrir los entrenamientos del Sporting Cristal.

Luego saludo a mi viejo amigo, el cachetón Javier, como le decimos de cariño. Me recibe con una palmada en la espalda y un vaso de cerveza, me dice algo entre dientes que no logro comprender, sólo muevo la cabeza en señal de aprobación. Creo que habla de ella, de aquella chica de consonante que sigue de la R y anterior a la T. su pequeña publicista que ha entrado al Kekos dando pequeños saltos de alegría, nos saludo y se pierde entre la gente. Ambos la seguimos con la mirada hasta que se encuentra con Magdalena, su mejor  amiga y confidente.

Converso con Tomás sobre los problemas que tiene el sport boys y el fútbol peruano. Él es un buen tipo, centrado y apasionado, no puede ocultar su simpatía por el cuadro rosado, más aun cuando hace un buen tiempo hace sus prácticas ahí. Su efusividad me contagia, me motiva mientras hacemos tediosas comparaciones con los años luz que nos llevan el Barcelona de Messi y el Madrid de Ronaldo.

Adriana regresa hacia mí. Necesita un amigo, alguien que la escuche, alguien que la vea como amigo, y no sólo como la chica bella que es. Debe ser la maldición de las chicas lindas, dicen.

Por otro lado, Magda pulula por todas las mesas de la fiesta dejando sola a su amiga. Cuenta los shots que bebe y grita un número exagerado cada vez que pasa por mi mesa. Es una mick Jagger pelirrojo tropezándose contra las sillas y dejándose abrazar por uno que otro extraño. La publicista de sonrisa alegre conversa con un chino obeso que le habla moviendo mucho sus manos, quizás le esté enseñando la técnica secreta del señor Mijagi, piensa celoso Javier, que, como un portero que forma su barrera antes de un tiro libre, cuida cada movimiento de esa chica desde su esquina. Adriana y yo le servimos de pared para observarla de lejos.

Me deshago sutilmente de Adriana. Ella ha bebido de más y mi cuarta copa empieza a hacer efecto. Es mejor disculparme para ir al baño antes de que salga herido por el cihco de cabeza cuadrada y sus secuaces. Ahora es Javier quien en otra oportunidad sería el hombre más feliz del mundo por el hecho de que Adriana lo abrace como su enamorado. Pero aquella noche no. Cuando está la publicista, todas las demás se anulan y le repelen. Es que ella es todas para mi amigo enamorado.

El cinco de cabeza cuadrada se la lleva. Javier y yo nos quedamos con la impresión de que no la dejamos en buenas manos. Cuando Magda grita “¡voy 18! ¡18 secos!”. Nos saluda de nuevo y nos da un fuerte abrazo, nos enseña su delgado pero fuerte bíceps producto de arduas horas en el gimnasio. Un chico de polo verde la llama y se despide de nosotros, le sirve un vaso lleno de cerveza cuando en el grupo empiezan a corear el seco, seco, seco. Magda no pone resistencia, parece gustarle ser el centro de atención aquella noche. Parece que quiere morir.

A espaldas mías, un tipo baila con la publicista, la toma por la cintura, la estruja con sus brazos y trata de besarla pero no lo logra, ella se resiste aunque no se aleja. Él mismo tipo arremete contra ella, intenta hacerlo de nuevo hasta que lo logra. Me doy cuenta a tiempo; sin embargo, me quedo inmóvil, no sé qué hacer. Así que le toco el hombro a Javier quien conversa con Tomás. Lo llamo a un costado, le señalo sutilmente la escena que no quiere mirar, en el fondo piensa que si es ella quien quiere besarlo a él, es libre de hacerlo. Se equivoca, le pregunto que si no va a hacer nada. Me detiene y va al rescate de ella como sólo Quijote lo haría por Dulcinea del Toboso.

Ella desaparece de la imagen. Javier se ha quedado conversando con aquel agresor, veo que se toman unas copas, brindan entre colegas, mientras que la pequeña publicista es abordada por un nuevo galán de la misma carrera que ella. Me siento en una de las mesas y observo el mundo desde ahí. Las risas, los besos, las confesiones y Javier abrazado al que minutos atrás era su enemigo. La pequeña publicista me abraza, me pide que la cuide, que se encuentra algo mareada. Me siento comprometido a cuidarla. No quiero que nadie se aproveche de su estado pero no me atrevo a decirle que es mejor embarcarla en un taxi camino a su casa. Antes de que pueda decir algo se pierde entre la multitud. Tampoco observo a Javier, así que me quedo tomando unas cervezas con otros periodistas.

Javier sostiene a la publicista contra la pared. La siente frágil, indefensa, más linda que de costumbre. Tiene la cara roja, signo de haberse pasado de copas. Sus poses de niña que los sacan de quicio y le encantan. Para qué me has traído aquí, le pregunta ella; y él, para cuidarte. Para que tomes algo de aire y pedirte que dejes de tomar tanto; y ella, por qué siempre haces esto, por qué siempre tratas de cuidarme, hasta cuando vas a seguir con esto; y él la interrumpe y dice, a mí también me gustaría saberlo, me gustaría que no me importes tanto. Pero no puedo o, peor, no quiero. Ambos están en silencio. Él la besa y ella lo abraza. Antes de entrar al loca, él le promete dejarla en la puerta de su casa. Aunque sabe que mañana no se acordará de nada. Ella solo atina a sonreírle. Una vez dentro, cada uno se va por su lado, como siempre.

Yo hago mi juego aparte. Converso con una cándida morena de nuestros amigos en común. Cuando Javier entra confundido y buscando a su publicista. Me acerco hacia él para preguntarle a quién busca, y él,  a nadie. Bueno a Magda. Y es que Magda ha bebido de más, es increíble cómo puede estar de pie. Entonces comprendo todo. Javier quiere convencer a Magda de dejarla en su casa, para asaí poder dejar a su amiga también. no obstante, no creo que lo logre. Magda es tan necia con él, mientras más pugne por llevarla a casa más fuerte será su coraje por quedarse.

Fue entonces que Javier empezó a perder algo más que su vergüenza. Le enseña la hora a Magda, le recuerda sus clases de Diagramación por la mañana y a ella no parece importarle. Pero has visto cómo estás, arremete Javier; y ella, a ti qué te importa; y él, Magda sólo trato de cuidarte como siempre; y ella, no te hagas el pendejo conmigo. Dime dónde está mi amiga, pendejo, dónde chucha está. La escena es patética, ambos embriagados buscando a la misma persona.

He visto salir a la pequeña publicista, con “Chito”, un tipo poco agraciado que se ha mostrado más que cariñoso con ella. Ambos se conocen desde Generales. En mi función de escudero y amigo, les pregunté a dónde iban, ella entre risas me dijo a buscar una licorería. Tonto e ingenuo les creí.

Magda y Javier y yo estamos en la puerta del Kekos esperando a la pequeña pblicista. Ha llegado hasta opidos de Magda que se fue con Chito a buscar más alcohol. Grita eufórica. Mientras Javier hace lo propio e intenta desesperadamente llamarla, hasta dejarle un penoso mensaje de voz.

Javier discute con Magda, como nunca antes ni después lo han hecho. Ninguno entiende razones, Magda es libre de quedarse, pienso. Pero el problema está en que su amiga se quedará a dormir con ella, en su casa. Javier déjame en paz, grita Magda; y él sólo quiero que estés bien. Mira la verdad no me importa, sólo quiero que ella esté bien, es todo; y ella, ¡no sé que tiene en la cabeza para quitarse con Chito que es un feo de mierda, y no te hagas ilusiones que tú también lo eres! ¡Nadie te quiere!, entiende.

Las discusiones terminaron cuando la publicista apareció en escena. Magda la llevó a un costado, se dijeron algunas cosas y Javier fue detrás de ella como pidiéndole explicaciones. Magda lo botó con los mismos gritos y él se rehusaba a hacerlo. Intervení para calmarlo y pedirle que ambas terminen de conversar. Los brazos largos de Javier me empujan, no sabe lo que hace. está cegado, ebrio y enamorado, lo cual es una combinación mortal.

Ambas se despiden de mí con un beso en la mejilla. Y entran nuevamente al Kekos al que también entra Javier. Quizás sea hora de irme. No puedo hacer nada. Nadie entiende razones. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero siento que no puedo abandonar a mi amigo, al cual siempre he cuidado en sus borracheras, esperando que él haga lo mismo por mí.

Javier va detrás de Magda y su amiga; pero, un gigante obeso le restringe el camino, es el asqueroso gordo renato. Las chicas se han escondido en el baño del bar. Le pido a Javier marcharnos antes de complicar las cosas. No entiende. Me dice que tan solo se irá cuando ella, la chica de su sueños, le pida que se vaya. Por lo poco que la conozco ella no lo hará. En todo caso, Magda hablará por ella, le digo. Javier no entiende.

Cuando las chicas ssalen del baño. Es sólo para refugiarse en otro grupo. Pero tomo del hombro sutilmente a la publicista, le digo que mi amigo no se irá hasta que ella lo decida y que yo me iré con él. Para irnos todos, sólo espero que ella se despida de él. Pero no lo hace, sólo sonríe. Y es quizás por un milagro que Javier acepta su derrota y salimos del lugar.

Camina muy rápido, tanto que no logro alcanzarlo, quizás quiere caminar solo hasta su casa. Si él está triste no puede esperar al mundo. Tal vez quiere escaparse de él, que nadie lo vea. El problema de estar enamorado de la chica de tus sueño, es que se convierten en personas reales, le digo cuando lo alcanzo. Él me dice que sería un buen guión para una película, y yo le digo que mejor para un corto, y él se ríe.

Suena el celular, es Sofía. Dice que me espera en un concierto en el Centro de Lima, miro a Javier, antes de proponerle juntarnos con ella en el Zela, pienso si a mí esa noche podrá pasarme lo mismo que a él.

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Esta historia en una canción.

domingo, 6 de mayo de 2012

La reportera y el mar

Algunos podrán tomar en broma si digo que el verano pasado andé mis primeros pasos en el periodismo nacional. Una plaza abierta en un diario chicha para practicar en la sección Policiales me animó a tomar el puesto. Me atraía la idea de olvidarme de los demás asuntos de la vida y pasar el verano escribiendo crónicas con sangre.

Sara Carbonero, la novia del mundial.

Mi amiga Rozzenda me llevó, ella trabajaba en Espectáculos y me presentó a la editora de Policiales, mi primera editora-jefa: Marielita Burgos, una morena bien despachada y deseada por media redacción de “El Chirrión”, así se llamaba el periódico que insistía en sus portadas del fin del mundo y compartía el mismo edificio con los conocidos “El Men”, “Todo Sport” y “La Razón”.

Tanto el director de El Chirrión, Danilo “Chino” Fresán, como el editor de Política, Pedro “las manos duras” Carreño, le tenían hambre a mi jefa. Ella mantenía una relación con un camarógrafo de ATV, lo último que supe fue que iban a casarse.

– ¿Has visto TintaRoja? Ya. Así no es ––me dijo Marielita en la primera entrevista––.

El primer día me decepcioné al sentarme frente a una Pentium I (le decían las “Lentium”), los monitores de color blanco. Allí esperé a que Marielita llegase de su comisión. Verla me recordaba a Paty o “Puty”, personaje de la novela “Los últimos días de la Prensa” de Jaime Bayly. La saludé educadamente.

– ¿Cómo estás, Marielita? ––le pregunté por ser cortés––.
–Bien, gracias. Te traje varios muertitos para que escribas en tu primer día ––dijo y me saludó con un besito––.
–Qué bien ––dije y observé un granito en sus labios. Más educado, pregunté––. ¿Qué fue, y ese granito?

Inmediatamente supe la respuesta que buscaba. Los granitos en la boca brotan por transmisión sexual, es decir, el camarógrafo de ATV no se había lavado la entrepierna cuando le hizo sexo oral a mi editora jefa. No es conveniente enterarse el primer día de trabajo que tu editora jefa es una mamona. Todo eso vino a mi mente al segundo siguiente. Marielita tuvo que torear la pregunta.

–Es Herpes… no de ese, sino del otro.

Mis días en la crónica roja no empezaron bien: ¿cuál era el “otro” Herpes? Tal vez fue ese el origen de nuestro trato frío y distante los siguientes dos meses. No llegamos a congeniar.

Felizmente contaba con una compañera leal: Nancy, la segunda al mando después de la jefa. Nos hicimos amigos desde el primer fin de semana. Recuerdo que los colegas infiltraron un pisco Cuatro Gallos a la redacción, era viernes y de allí salimos guascazos. Recuerdo que Pedro trató ilusamente de iniciar una relación entre Nancy y yo. Me preguntó si tenía “flaca”. Le dije que sí tenía una flaca y que ese verano se había ido lejos, mentí.

Mi labor periodística consistía en entrevistar policías, perseguir ladrones, desactivar bombas y, de sobrevivir a ello, escribir. Recuerdo mi primera aventura en el AAHH Mi Perú de Ventanilla. Un ex convicto mató a su hermano con la complicidad de la mujer de la víctima por cobrarle cupos para una construcción. Llegué hasta allá acompañando a mi amigo Vladimir de El Men, puedo decir que él fue, sin proponérselo, mi mentor. Era un tipo con valores, comprometido con la sociedad debido a que también era bombero y sabía primeros auxilios. Además soltaba siempre la pregunta correcta, cuya respuesta configuraba el titular de su nota y quizás de la portada del día siguiente.

Marielita no había autorizado que yo vaya a Ventanilla. Recuerdo que me regañó por haberme ido en la movilidad con Vladimir y Estradita. Si bien perdí su confianza, gané una aventura. Creo que los periodistas fingen lo que no saben. Simplemente toman las frases que sus entrevistados, los verdaderos curtidos del tema, declaran. Con Vladimir y con el famoso “Estradita”, chofer que nos llevaba a las comisiones, recorrimos todos los distritos marginados de Lima, donde los crímenes se repetían con terquedad sorprendente.

Conocí los confines de San Juan de Lurigancho, el lejano Independencia, las playas de la Costanera, las arenas en forma de montaña rusa de Villa el Salvador, ascendí cerros, descendí barrancos y miré directo a los ojos de los asesinos. Me equivoqué, apunté mal, tuve miedo de llamar a las fuentes.

Yo no escribía para vender. Al inicio no me adapté al Chirrión. Tuve que buscar el adjetivo más escandaloso y amarillo, igualé mi escritura a la sangre de las fotos. Yo, que venía de una escuela donde lo primero que te enseñan es la ética, la pluralidad y guardar la independencia como si de un tesorito se tratara, no encontré lo mismo en la cancha. Me volví un mercenario de la palabra, lo admito.

Con el paso del tiempo, ese tipo de escritura industrial me llegó a cansar. Le conté estas dudas a Rafael Sender, un profesor de la universidad, y me calmó diciéndome que no tenga reparos, que mi labor es remover la emoción y la sensibilidad del fantasma que es el público lector. Podré ser un tipo aburrido y sin novia, pero mi pluma tiene que darle vuelta a todo y nutrirse de mis circunstancias. El día que alguien se aburra de mis líneas habré muerto.

Dejo en claro que nunca recibí un solo centavo por esos dos meses y medio de trabajo honrado. Lo hice por diversión, lo consideraba un taller de vacaciones útiles de periodismo policial. Las prácticas en prensa escrita sólo son remuneradas en El Comercio y la República. En los demás, no hay sueldo, trabajas gratis o no trabajas (como practicante). Es decir, la cosa no funciona. Jamás recibí un solo sol del periódico de los hermanos Winter ni de Uri Ben Schmuel. Robé experiencia, nada menos.

***

Me compré un televisor de pantalla plana para ver las noticias solo en mi cuarto sin que nadie me molestase. La primera noticia grande que vi fue en la madrugada del 20 de febrero, sintonicé CNN y me enteré del terremoto de 8.8 grados en Japón. Observé en vivo el remolino gigante que se formó en el océano. Las vueltas del agua me arrullaron hasta quedarme dormido.

Al día siguiente, llegué temprano a la redacción, la Marina de Guerra no quería confirmar la alarma de tsunami en Lima. Vladimir me dijo que probablemente iríamos al Callao. Primero debíamos ir a una comisión allí cerca, en San Martín de Porres por un crimen pasional.

Marielita Burgos estaba en la DIRINCRI, en el Centro de Lima, pescando otros casos. En vista de su lejanía, ella autorizó que me suba a la movilidad para buscar datos en la Escuela Naval. Estoy seguro que quería ir al Callao en mi lugar, lastimosamente mi ubicación y su rutina la obligaban a quedarse en la avenida España todos los días. Nancy estaba de vacaciones. Recogimos los datos del caso y partimos al Callao. Estaba nervioso, tenía entre manos la nota abridora del periódico.

Llegamos a la Plaza Grau, donde había un centenar de policías en formación que iban a patrullar la zona de riesgo de La Punta. ¿Por qué no lo hacían todavía? Querían salir en vivo en la televisión para mostrar que algo hacían. Vladimir conversó con un teniente PNP mientras yo tomaba nota junto a él. Luego tuvo la idea de ir al municipio, fuimos recibidos por el Presidente Regional, al que también entrevistamos. Ya teníamos material de primera, faltaba confirmar que La Punta desaparecería con olas de seis metros. ¡Apura, Vladi!, le dije emocionado. Iríamos a la Escuela Naval, adonde yo quise postular un tiempo confundido de mi vida que llegué a admirar la vida navegante y honorable del marino leyendo las cartas de Miguel Grau a la viuda de Prat.

Y no queda nada de ello. Al final, fuimos a la Dirección de Hidrografía de la Marina de Guerra. Iban llegando de a pocos la televisión y la prensa escrita. Nunca vi tanta prensa junta. Se pintaba como mi comisión más interesante, hasta que la belleza de una ola perfecta hecha mujer cruzó a mi lado. Era la diosa del periodismo nacional de hoy, ayer y siempre: Marisel “la Chinita” Linares. Qué pedazo de hembra, pensé apenas la vi.

Todos los mediodías, en la redacción, sintonizaba Frecuencia Latina (canal 2) para verla presentar noticias. Su estilo es difícil de copiar. Generalmente, una presentadora lee las noticias en un prompter y petrifica su sonrisa mientras espera que el director de cámaras lance el reportaje. Acabados estos, pocas hacen algún comentario al respecto, por más que haya sido un caso lamentable.

Ya. Para todos los reportajes, la reportera Linares siempre tiene el comentario justo, la voz pausada, la mirada filuda y la entonación serena para darle con palo a quienes lo merecen, reclamar lo urgente y, entre otras cosas, brindar soluciones. Pocas periodistas en el Perú llegan al Olimpo de la inteligencia, la belleza y el carisma donde se sitúa Marisel Linares, cuyos ojos orientales iluminaban más que el sol esa mañana y sus caderas no le daban tregua a mi garganta.

La prensa estaba afuera. Marielita Burgos me telefoneaba a cada rato para saber si había entrado. La Marina acondicionó una sala para que el contralmirante recibiera a la prensa. Yo me escurrí por los pasillos y encontré un cuadro de Miguel Grau iluminado por la luz del día con la que me tomé una foto a riesgo de que un alférez nos descubra.

Los reportes llegaban a razón de uno por hora. Los de televisión conectaban sus cables para salir en vivo y los demás conversaban, departían. Yo intentaba estar cerca de Marisel para intentar alguna conversación casual aunque no sabía qué decirle. Noté su manía por repararse la nariz con el dedo índice.

Llegó el primer reporte: el Callao se salvaría. Llegaría una ola de 18 centímetros a las costas de Tumbes. Como no había que confiarse, los periodistas siguieron allí, otros bromeaban diciendo que no habría tiempo para evacuar Tumbes.

Fue en uno de esos descansos que logré acercarme a Marisel. Mi periódico, por ser amarillista, no estaba considerado dentro de “la gentita” de los canales y los diarios importantes. Vi dos asientos solitarios y vi que Marisel daba señales de cansancio. Me senté primero. Le pregunté sobre filtros y luces al camarógrafo del canal 7 para barajarla.

De pronto, ella caminó con los pies molidos hacia mí. Pude sentir su perfume, utilizaba Victoria Secret perfume de uva. Un aura la envolvía, los cabellos negros vestían su perfil, miraba sus apuntes y escribía las preguntas que le haría al contralmirante. Era la oportunidad que la tierra me daba antes que Poseidón derramara su furia de 18 centímetros sobre el Callao.

– ¿Marisel?
–Sí. Hola –dijo con ternura, sus ojos parecían caer.
–No estás ocupada, ¿no?
–No. Pero quién eres.
–Trabajo en El Chirrión. Te quiero… decir algo.
–Claro, dime.
–Soy tu fan, Marisel. Siempre te veo al mediodía. Soy tu fan.

Ella no supo verbalizar lo que mostró su sonrisa inmediata ante mi primariosa confesión. Fue lo más estúpido que dije para lograr la sonrisa que menos pude olvidar. Su silencio tuvo una gran elocuencia y su excesiva prudencia para decir “gracias” tuvo un atractivo diabólico en mí. Ahora el mar podía tragarme de la vergüenza.

Reparé bien en sus facciones, tenía una mirada stone totalmente cautivante. Me pregunté por su pasado, si acaso alguien había hecho llorar a mi musa del periodismo. ¿Estabas sola, Marisel? En una entrevista dijiste que sí. No te lo pude preguntar en ese momento, porque el contralmirante entró al salón nuevamente a comunicar la buena nueva: lo ola perdió fuerza y sólo seis centímetros golpearían La Punta en las próximas ocho horas. Ahora todos nos podíamos ir a las redacciones a escribir lo que por la mañana ya sería una obviedad.

Sólo espero que el periodismo me vuelva a juntar con Marisel y preguntarle si tiene novio, y en vista de nuestra diferencia mínima de edad, espero invitarte, entre broma y broma, a salir a bailar al Centro de Lima. Ahora la periodista Linares trabaja en las mañanas, muy temprano, a las cinco y media abre los ojos de todo el Perú. Como no puedo despertarme tan temprano, madrugo todas las noches para verla un rato antes de cerrar los ojos. Puedo decir que amanezco con ella, con Mariselita que Dios tenga en su gloria.


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Tinta Roja (2000), película que habla sobre el periodismo policial. Todos los días pisaba la redacción con ella en mi mente.



ANUNCIO: en mi próximo post escribiré el último capítulo de la cyber novela de Lucía y las meras. Luego la imprimiré y repartiré en las plazas de Lima. Espero que puedan leerla en cualquiera de los dos formatos. Que tengan buena semana.
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