miércoles, 30 de mayo de 2012

Dulce coincidencia

Imagen por VWPhotog.com

Era un largo fin de semana, donde la noche y la madrugada eran lo mismo. Con días horizontales y ligeramente aburridos. Era yo casi echado en cama, dando vueltas abrazado de mi almohada. Era mi dedo pulgar apretando descontroladamente los botones del control remoto. Eran días llenos de música ensordecedora, novelas clásicas, internet con sus redes sociales y series cómicas en la tele. Eran días en los que esperaba encontrarme con ella sin ni siquiera moverme de la cama o mi cuarto.

Días de maratones de los simpsons y Padre de Familia. De noches sin sueños. Días eternos con incoherentes charlas conmigo mismo y de cervezas solitarias en una banca después del almuerzo. Instantes de sueños de una mujer que sí conocía y se desvanecía al mismo tiempo. Casi había olvidado el recuerdo de su olor, de lo larga que es su sonrisa, de sus ojos negros como mis noches. Me había enamorado de ella y nuestras conversaciones interminables en internet.

Pero uno de esos días se interrumpió con una llamada de Javier. Mi compañero de armas y desahuciado en la batalla el día anterior. Lo más probable era que su llamada se debía a una de esas juergas repetitivas. De monólogos de ligue armados, de botellas de un ron barato, cervezas en vasos de plástico, cigarrillos a medio consumir, más música ruidosa observando bailar siempre a las chicas ‘hardcore chick’ más lindas y vagas conversaciones filosóficas entre coincidencias y casualidades .

Aquel día comenzó por la tarde, había que cubrir un super evento. Era simplemente la oportunidad de hacer un buen reportaje a las bandas, organizadores e invitados, y público asistente en general. Él se encargaría de las escenas más consistentes y yo en hacer tomas de apoyo para una página conocida de internet como practicantes. Dado que el evento comenzó más temprano de lo esperado y se prolongó más de lo debido decidí darme licencia y regresar a mi casa para poder comer algo y volver.

La música ha parado entre silbidos y aplausos. No he llegado a ver el final del concierto, me lamento. Pero Javier lleva un buen rato esperándome en una banca que, hace un poco más de veinte minutos hubiese sido imposible divisar. Él está solo y por eso me devolvió la llamada, Gina se fue hace poco para encontrarse con su novio español, me dice cuando lo encuentro.

Lo que no me dice es que ella lo ha rechazado olímpicamente a quedarse a beber unas copas. Por otro lado, yo justifico mi demora y le echo la culpa al tráfico de la ciudad, aunque tampoco le dije que intenté llamar a Mafer, mi chica del Facebook, y que ella está en una reunión familiar cuando en realidad estaba paseando por las calles de Miraflores acompañada de su ex novio. Debe ser que ninguno quiere decirle al otro que había sido ponchado.

Javier propone pasar por unas hamburguessas antes de regresar a nuestras casas, aparentemente era un viernes sin novedades; sin embargo, aprovechando la cercanía de los bares de la Plaza San Martín lo convenzo para tomar unas copas. Todos cobran entrada y Javier y yo no estamos dispuestos a seguirles el juego. Así que decidimos ir hacia los bares de Quilca cuando un loco salido de Cinema Paradiso empieza a gritar: “¡La plaza es mía! ¡Mía es la plaza! Y de nadie más” con una bolsa de basura en el brazo.

El loco está cada vez más cerca de nosotros. Agita la bolsa contra los peatones y la lanza hacia adelante. Corro unos cuantos pasos, lo que provoca la risa de Javier y de algunos extraños que pululan por allí. Sin darme cuenta tropiezo con una chica. Le pido disculpas y sigo caminando avergonzado, no la he reconocido, es Mercedes. A pesar de que he pensado en ella y la probabilidad de encontrarnos un fin de semana en la misma calle de la ciudad parecía remota.

Sí, sí es ella. No ha sido necesario buscarla en una discoteca, un concierto o un bar. Ella está ahí parada delante de mí. Y no la reconozco pero ella a mí sí, me llama por mi nombre y no por mi apellido como hacen muchos. Me gusta la fuerza que pone cuando pronuncia la jota y la erre. Se la presento a Javier y él la saluda pensando en la chica de la que le vengo hablando las últimas tres semanas con cierta emoción y alegría. Pero ve a su acompañante, la ‘Pollo’ y sabe que no se quedará ella esa noche. Sabe que se portará como un santo entonces, viéndome jugar mis pobres fichas por Mercedes.

– ¿A dónde van ustedes?, pregunta ella.
–Íbamos por unas cuantas cervezas antes de volver a casa, ¿y ustedes?
–Vamos a recoger a Valeria a la Plaza Mayor.

Ante el malestar de Javier nos dirigimos a buscar a Valeria sin saber que aquella noche él terminaría besándola. Sus pesados huesos le pesaban cuando pensaba en el largo trecho para recoger a la desconocida. Trato de romper el silencio con algún chiste improvisado. Hablamos de cine, de cámaras y semiótica, sin sospechas que entretenía más a la Pollo que a Mercedes.

Quizás tratando de sonar más intelectual, pero ella no se sorprenden, también estudian lo mismo. Hasta que llegó la bella Minaya. Nos saludó a Javier y a mí, y después a sus amigas, nos contó el incidente que sufrió en el taxi, que casi le roban de no ser que el taxista conocía a los delincuentes. Sin percatarse que Javier observaba sus piernas mientras ella contaba su relato.

Era obvio que a mí me gustaba Mercedes y a Javier Valeria. Era obvio para todos menos para la Pollo, ella era el problema, pues parecía ser la madre de ambas y por el contrario parecía ser la más tímida pero una vez en copas era la más extrovertida y jovial de las tres. Valeria sostenía una bolsa de papel marrón donde guardaba un pisco y tres “Coronitas” como llamaba a la cerveza mexicana.

¿Dónde las pensaban tomar? Me preguntaba, ellas me dicen que en la Plaza de Armas. Les digo que eso no se puede, que está prohibido. Y las tomamos a la espalda del Real Plaza, ellas eran unas chicas distintas, eran como nosotros pero mejores. Javier empezó a soltarse de a pocos y fue robándome el protagonismo (sobretodo cuando lo vieron orinar en el jardín del Sheraton) mientras yo, me reprimía las ganas de orinar y me iba quedando sin ideas y quedaba fuera del marco de la noche.

Javier afirma que me gusta más de la cuenta Mercedes, porque de alguna forma se parece a Malena, (mi ex novia) quizás no en sus ojos ni en su mirada, pero hay algo en ella que es igual. Aunque sé que es verdad lo niego tajantemente. Me gusta porque ella es divertida, espontánea y libre.

Sin embargo, cuando las botellas de pisco y las cervezas se acabaron, las chicas llenas de coraje se dirigieron al Sheraton mientras Javier y yo esperábamos en la puerta. Aun era relativamente temprano así que las convencimos de ir a continuar de la noche en cualquier antro de la Plaza San Martín. Pero ‘Pollo’, la chica risueña, tenía que irse, no había pedido permiso a su madre y la hora la comprometía a regresar. Nos quedaríamos los cuatro solos. Aunque las chicas trataton de convencer a Pollo de que se quedara y ella no lo hizo. Nos quedamos con ellas decidiendo si entrar o no a los bares del Centro.

Al final, entramos al Etnias a regañadientes, un viejo bar que nunca falla en el ala este de la plaza. De haber escogido como en un principio escogió Javier el Zela hubiera terminado aquella noche en el hospital, dado que en la silla que hubiese estado sentado hubiese caído una botella cortada producto de una gresca entre dos ebrios por una chica, chica que también conocía pero no tanto como yo.

Una vez en aquel antro con el pisco y la cerveza encima no nos quedó otra cosa que bailar. Si es que de alguna manera se puede decir a los saltos descoordinados que dábamos de aquí para allá y viceversa. Mientras la noche nos iba bailando, Mercedes, la chica en la que había pensado constantemente, empezó a abrumarse con mi presencia y el correr de las horas, parecía no divertirse tanto como lo hacía Valeria con Javier, cuyos pasos eran propios de dos almas que han bailado siempre.

Nos sentamos en una de las muchas mesas vacías que aun quedaban en el local. Pensé en decirle que todo este tiempo he pensando en ella. Pero no lo hice. Ella tenía sed y le ofrecí una cerveza, ella pidió agua. Javier se ofreció a ir por la botella a la barra y Valeria le sugirió que la compre afuera y que vamos, te acompaño, le dijo.

Bailamos un par de canciones más, siempre intercambiando de parejas. Ahora era yo quien bailaba más con Valeria, cosa que incomodaba ligeramente a Javier, pero sin decírmelo. Al cabo de diez minutos, las chicas decidieron que era hora de marcharnos. Decidimos acompañarlas hasta sus casas, cosa que Valeria negó rotundamente. Nos despedimos de ella y la noche pasó por nosotros.

Camino a casa, mientras camino algo descontento, Javier me confiesa visiblemente emocionado que ha besado a Valeria. Hay un pequeño silencio entre ambos, luego abordamos un taxi. La vida es una suma de coincidencias y no de casualidades me dice. Mientras yo tengo la imagen en la cabeza de Valeria besando a Javier, le doy una falsa palmada en el hombro, sin saber en qué momento pasó que no me di cuenta.

Javier parece leer mis pensamientos y me dice, no te mortifiques, no significó nada. Pero lo que no me dice es que él la ha forzado. Que ha intentado besarla cuatro veces y que al último intento logró hacerlo. Quizás era para olvidarse de su pequeña publicista, o quizás porque estaba empezando a enamorarse de ella.

Cuando me pregunta por Mercedes, yo me quedo callado, lo mío ha sido todo lo contrario. No le miento, no puedo hacerlo, siento que el taxista ríe. La situación entre ambos es tensa. Ya habrá tiempo para otras victorias, me responde Javier cuando baja del taxi.

No parece ser el mismo de una noche atrás que fue derrotado por la pequeña publicista. Es un hombre nuevo de mirada dura y herida. Le digo que Valeria es una chica que vale la pena, que no juegue con ella, me dice que no quiere jugar con ella, que no sabe lo que siente. Que no lo regañe, que yo le hablé de Mercedes hace tres semanas, que no vale que ahora me ponga celoso por Valeria sólo porque se han besado, que nunca imaginó besarla, que yo debo perseguir a Mercedes hasta que se canse de mí o la conquiste, porque yo ya elegí y no hay vuelta atrás, compadrito.

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Esta historia en una canción




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