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Era un largo fin de
semana, donde la noche y la madrugada eran lo mismo. Con días horizontales y
ligeramente aburridos. Era yo casi echado en cama, dando vueltas abrazado de mi
almohada. Era mi dedo pulgar apretando descontroladamente los botones del control
remoto. Eran días llenos de música ensordecedora, novelas clásicas, internet
con sus redes sociales y series cómicas en la tele. Eran días en los que
esperaba encontrarme con ella sin ni siquiera moverme de la cama o mi cuarto.
Días de maratones de
los simpsons y Padre de Familia. De noches sin sueños. Días eternos con
incoherentes charlas conmigo mismo y de cervezas solitarias en una banca
después del almuerzo. Instantes de sueños de una mujer que sí conocía y se
desvanecía al mismo tiempo. Casi había olvidado el recuerdo de su olor, de lo
larga que es su sonrisa, de sus ojos negros como mis noches. Me había enamorado
de ella y nuestras conversaciones interminables en internet.
Pero uno de esos días
se interrumpió con una llamada de Javier. Mi compañero de armas y desahuciado
en la batalla el día anterior. Lo más probable era que su llamada se debía a
una de esas juergas repetitivas. De monólogos de ligue armados, de botellas de
un ron barato, cervezas en vasos de plástico, cigarrillos a medio consumir, más
música ruidosa observando bailar siempre a las chicas ‘hardcore chick’ más
lindas y vagas conversaciones filosóficas entre coincidencias y casualidades .
Aquel día comenzó por
la tarde, había que cubrir un super evento. Era simplemente la oportunidad de
hacer un buen reportaje a las bandas, organizadores e invitados, y público
asistente en general. Él se encargaría de las escenas más consistentes y yo en
hacer tomas de apoyo para una página conocida de internet como practicantes. Dado
que el evento comenzó más temprano de lo esperado y se prolongó más de lo debido
decidí darme licencia y regresar a mi casa para poder comer algo y volver.
La música ha parado
entre silbidos y aplausos. No he llegado a ver el final del concierto, me
lamento. Pero Javier lleva un buen rato esperándome en una banca que, hace un poco
más de veinte minutos hubiese sido imposible divisar. Él está solo y por eso me
devolvió la llamada, Gina se fue hace poco para encontrarse con su novio
español, me dice cuando lo encuentro.
Lo que no me dice es
que ella lo ha rechazado olímpicamente a quedarse a beber unas copas. Por otro
lado, yo justifico mi demora y le echo la culpa al tráfico de la ciudad, aunque
tampoco le dije que intenté llamar a Mafer, mi chica del Facebook, y que ella
está en una reunión familiar cuando en realidad estaba paseando por las calles
de Miraflores acompañada de su ex novio. Debe ser que ninguno quiere decirle al
otro que había sido ponchado.
Javier propone pasar
por unas hamburguessas antes de regresar a nuestras casas, aparentemente era un
viernes sin novedades; sin embargo, aprovechando la cercanía de los bares de la
Plaza San Martín lo convenzo para tomar unas copas. Todos cobran entrada y Javier
y yo no estamos dispuestos a seguirles el juego. Así que decidimos ir hacia los
bares de Quilca cuando un loco salido de Cinema Paradiso empieza a gritar: “¡La
plaza es mía! ¡Mía es la plaza! Y de nadie más” con una bolsa de basura en el
brazo.
El loco está cada vez
más cerca de nosotros. Agita la bolsa contra los peatones y la lanza hacia adelante.
Corro unos cuantos pasos, lo que provoca la risa de Javier y de algunos
extraños que pululan por allí. Sin darme cuenta tropiezo con una chica. Le pido
disculpas y sigo caminando avergonzado, no la he reconocido, es Mercedes. A pesar
de que he pensado en ella y la probabilidad de encontrarnos un fin de semana en
la misma calle de la ciudad parecía remota.
Sí, sí es ella. No ha
sido necesario buscarla en una discoteca, un concierto o un bar. Ella está ahí
parada delante de mí. Y no la reconozco pero ella a mí sí, me llama por mi
nombre y no por mi apellido como hacen muchos. Me gusta la fuerza que pone
cuando pronuncia la jota y la erre. Se la presento a Javier y él la saluda
pensando en la chica de la que le vengo hablando las últimas tres semanas con
cierta emoción y alegría. Pero ve a su acompañante, la ‘Pollo’ y sabe que no se
quedará ella esa noche. Sabe que se portará como un santo entonces, viéndome
jugar mis pobres fichas por Mercedes.
– ¿A dónde van ustedes?,
pregunta ella.
–Íbamos por unas
cuantas cervezas antes de volver a casa, ¿y ustedes?
–Vamos a recoger a
Valeria a la Plaza Mayor.
Ante el malestar de
Javier nos dirigimos a buscar a Valeria sin saber que aquella noche él
terminaría besándola. Sus pesados huesos le pesaban cuando pensaba en el largo
trecho para recoger a la desconocida. Trato de romper el silencio con algún
chiste improvisado. Hablamos de cine, de cámaras y semiótica, sin sospechas que
entretenía más a la Pollo que a Mercedes.
Quizás tratando de
sonar más intelectual, pero ella no se sorprenden, también estudian lo mismo. Hasta
que llegó la bella Minaya. Nos saludó a Javier y a mí, y después a sus amigas,
nos contó el incidente que sufrió en el taxi, que casi le roban de no ser que
el taxista conocía a los delincuentes. Sin percatarse que Javier observaba sus
piernas mientras ella contaba su relato.
Era obvio que a mí me gustaba
Mercedes y a Javier Valeria. Era obvio para todos menos para la Pollo, ella era
el problema, pues parecía ser la madre de ambas y por el contrario parecía ser
la más tímida pero una vez en copas era la más extrovertida y jovial de las
tres. Valeria sostenía una bolsa de papel marrón donde guardaba un pisco y tres
“Coronitas” como llamaba a la cerveza mexicana.
¿Dónde las pensaban
tomar? Me preguntaba, ellas me dicen que en la Plaza de Armas. Les digo que eso
no se puede, que está prohibido. Y las tomamos a la espalda del Real Plaza,
ellas eran unas chicas distintas, eran como nosotros pero mejores. Javier empezó
a soltarse de a pocos y fue robándome el protagonismo (sobretodo cuando lo
vieron orinar en el jardín del Sheraton) mientras yo, me reprimía las ganas de orinar y me iba quedando sin ideas y
quedaba fuera del marco de la noche.
Javier afirma que me
gusta más de la cuenta Mercedes, porque de alguna forma se parece a Malena, (mi ex novia) quizás no en sus ojos ni en su mirada, pero hay algo en ella que es igual. Aunque
sé que es verdad lo niego tajantemente. Me gusta porque ella es divertida,
espontánea y libre.
Sin embargo, cuando las
botellas de pisco y las cervezas se acabaron, las chicas llenas de coraje se
dirigieron al Sheraton mientras Javier y yo esperábamos en la puerta. Aun era
relativamente temprano así que las convencimos de ir a continuar de la noche en
cualquier antro de la Plaza San Martín. Pero ‘Pollo’, la chica risueña, tenía
que irse, no había pedido permiso a su madre y la hora la comprometía a regresar.
Nos quedaríamos los cuatro solos. Aunque las chicas trataton de convencer a
Pollo de que se quedara y ella no lo hizo. Nos quedamos con ellas decidiendo si
entrar o no a los bares del Centro.
Al final, entramos al Etnias
a regañadientes, un viejo bar que nunca falla en el ala este de la plaza. De
haber escogido como en un principio escogió Javier el Zela hubiera terminado aquella
noche en el hospital, dado que en la silla que hubiese estado sentado hubiese caído
una botella cortada producto de una gresca entre dos ebrios por una chica,
chica que también conocía pero no tanto como yo.
Una vez en aquel antro
con el pisco y la cerveza encima no nos quedó otra cosa que bailar. Si es que
de alguna manera se puede decir a los saltos descoordinados que dábamos de aquí
para allá y viceversa. Mientras la noche nos iba bailando, Mercedes, la chica
en la que había pensado constantemente, empezó a abrumarse con mi presencia y
el correr de las horas, parecía no divertirse tanto como lo hacía Valeria con
Javier, cuyos pasos eran propios de dos almas que han bailado siempre.
Nos sentamos en una de
las muchas mesas vacías que aun quedaban en el local. Pensé en decirle que todo este tiempo he pensando en ella. Pero no lo hice. Ella tenía sed y le
ofrecí una cerveza, ella pidió agua. Javier se ofreció a ir por la botella a la
barra y Valeria le sugirió que la compre afuera y que vamos, te acompaño, le
dijo.
Bailamos un par de
canciones más, siempre intercambiando de parejas. Ahora era yo quien bailaba
más con Valeria, cosa que incomodaba ligeramente a Javier, pero sin decírmelo. Al
cabo de diez minutos, las chicas decidieron que era hora de marcharnos. Decidimos
acompañarlas hasta sus casas, cosa que Valeria negó rotundamente. Nos despedimos
de ella y la noche pasó por nosotros.
Camino a casa, mientras
camino algo descontento, Javier me confiesa visiblemente emocionado que ha
besado a Valeria. Hay un pequeño silencio entre ambos, luego abordamos un taxi.
La vida es una suma de coincidencias y no de casualidades me dice. Mientras yo
tengo la imagen en la cabeza de Valeria besando a Javier, le doy una falsa
palmada en el hombro, sin saber en qué momento pasó que no me di cuenta.
Javier parece leer mis
pensamientos y me dice, no te mortifiques, no significó nada. Pero lo que no me
dice es que él la ha forzado. Que ha intentado besarla cuatro veces y que al último
intento logró hacerlo. Quizás era para olvidarse de su pequeña
publicista, o quizás porque estaba empezando a enamorarse de ella.
Cuando me pregunta por
Mercedes, yo me quedo callado, lo mío ha sido todo lo contrario. No le miento,
no puedo hacerlo, siento que el taxista ríe. La situación entre ambos es tensa.
Ya habrá tiempo para otras victorias, me responde Javier cuando baja del taxi.
No parece ser el mismo
de una noche atrás que fue derrotado por la pequeña publicista. Es un
hombre nuevo de mirada dura y herida. Le digo que Valeria es una chica que vale
la pena, que no juegue con ella, me dice que no quiere jugar con ella, que no
sabe lo que siente. Que no lo regañe, que yo le hablé de Mercedes hace tres
semanas, que no vale que ahora me ponga celoso por Valeria sólo porque se han besado, que nunca imaginó besarla, que yo debo perseguir a Mercedes hasta que
se canse de mí o la conquiste, porque yo ya elegí y no hay vuelta atrás,
compadrito.
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Esta historia en una canción
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