domingo, 6 de mayo de 2012

La reportera y el mar

Algunos podrán tomar en broma si digo que el verano pasado andé mis primeros pasos en el periodismo nacional. Una plaza abierta en un diario chicha para practicar en la sección Policiales me animó a tomar el puesto. Me atraía la idea de olvidarme de los demás asuntos de la vida y pasar el verano escribiendo crónicas con sangre.

Sara Carbonero, la novia del mundial.

Mi amiga Rozzenda me llevó, ella trabajaba en Espectáculos y me presentó a la editora de Policiales, mi primera editora-jefa: Marielita Burgos, una morena bien despachada y deseada por media redacción de “El Chirrión”, así se llamaba el periódico que insistía en sus portadas del fin del mundo y compartía el mismo edificio con los conocidos “El Men”, “Todo Sport” y “La Razón”.

Tanto el director de El Chirrión, Danilo “Chino” Fresán, como el editor de Política, Pedro “las manos duras” Carreño, le tenían hambre a mi jefa. Ella mantenía una relación con un camarógrafo de ATV, lo último que supe fue que iban a casarse.

– ¿Has visto TintaRoja? Ya. Así no es ––me dijo Marielita en la primera entrevista––.

El primer día me decepcioné al sentarme frente a una Pentium I (le decían las “Lentium”), los monitores de color blanco. Allí esperé a que Marielita llegase de su comisión. Verla me recordaba a Paty o “Puty”, personaje de la novela “Los últimos días de la Prensa” de Jaime Bayly. La saludé educadamente.

– ¿Cómo estás, Marielita? ––le pregunté por ser cortés––.
–Bien, gracias. Te traje varios muertitos para que escribas en tu primer día ––dijo y me saludó con un besito––.
–Qué bien ––dije y observé un granito en sus labios. Más educado, pregunté––. ¿Qué fue, y ese granito?

Inmediatamente supe la respuesta que buscaba. Los granitos en la boca brotan por transmisión sexual, es decir, el camarógrafo de ATV no se había lavado la entrepierna cuando le hizo sexo oral a mi editora jefa. No es conveniente enterarse el primer día de trabajo que tu editora jefa es una mamona. Todo eso vino a mi mente al segundo siguiente. Marielita tuvo que torear la pregunta.

–Es Herpes… no de ese, sino del otro.

Mis días en la crónica roja no empezaron bien: ¿cuál era el “otro” Herpes? Tal vez fue ese el origen de nuestro trato frío y distante los siguientes dos meses. No llegamos a congeniar.

Felizmente contaba con una compañera leal: Nancy, la segunda al mando después de la jefa. Nos hicimos amigos desde el primer fin de semana. Recuerdo que los colegas infiltraron un pisco Cuatro Gallos a la redacción, era viernes y de allí salimos guascazos. Recuerdo que Pedro trató ilusamente de iniciar una relación entre Nancy y yo. Me preguntó si tenía “flaca”. Le dije que sí tenía una flaca y que ese verano se había ido lejos, mentí.

Mi labor periodística consistía en entrevistar policías, perseguir ladrones, desactivar bombas y, de sobrevivir a ello, escribir. Recuerdo mi primera aventura en el AAHH Mi Perú de Ventanilla. Un ex convicto mató a su hermano con la complicidad de la mujer de la víctima por cobrarle cupos para una construcción. Llegué hasta allá acompañando a mi amigo Vladimir de El Men, puedo decir que él fue, sin proponérselo, mi mentor. Era un tipo con valores, comprometido con la sociedad debido a que también era bombero y sabía primeros auxilios. Además soltaba siempre la pregunta correcta, cuya respuesta configuraba el titular de su nota y quizás de la portada del día siguiente.

Marielita no había autorizado que yo vaya a Ventanilla. Recuerdo que me regañó por haberme ido en la movilidad con Vladimir y Estradita. Si bien perdí su confianza, gané una aventura. Creo que los periodistas fingen lo que no saben. Simplemente toman las frases que sus entrevistados, los verdaderos curtidos del tema, declaran. Con Vladimir y con el famoso “Estradita”, chofer que nos llevaba a las comisiones, recorrimos todos los distritos marginados de Lima, donde los crímenes se repetían con terquedad sorprendente.

Conocí los confines de San Juan de Lurigancho, el lejano Independencia, las playas de la Costanera, las arenas en forma de montaña rusa de Villa el Salvador, ascendí cerros, descendí barrancos y miré directo a los ojos de los asesinos. Me equivoqué, apunté mal, tuve miedo de llamar a las fuentes.

Yo no escribía para vender. Al inicio no me adapté al Chirrión. Tuve que buscar el adjetivo más escandaloso y amarillo, igualé mi escritura a la sangre de las fotos. Yo, que venía de una escuela donde lo primero que te enseñan es la ética, la pluralidad y guardar la independencia como si de un tesorito se tratara, no encontré lo mismo en la cancha. Me volví un mercenario de la palabra, lo admito.

Con el paso del tiempo, ese tipo de escritura industrial me llegó a cansar. Le conté estas dudas a Rafael Sender, un profesor de la universidad, y me calmó diciéndome que no tenga reparos, que mi labor es remover la emoción y la sensibilidad del fantasma que es el público lector. Podré ser un tipo aburrido y sin novia, pero mi pluma tiene que darle vuelta a todo y nutrirse de mis circunstancias. El día que alguien se aburra de mis líneas habré muerto.

Dejo en claro que nunca recibí un solo centavo por esos dos meses y medio de trabajo honrado. Lo hice por diversión, lo consideraba un taller de vacaciones útiles de periodismo policial. Las prácticas en prensa escrita sólo son remuneradas en El Comercio y la República. En los demás, no hay sueldo, trabajas gratis o no trabajas (como practicante). Es decir, la cosa no funciona. Jamás recibí un solo sol del periódico de los hermanos Winter ni de Uri Ben Schmuel. Robé experiencia, nada menos.

***

Me compré un televisor de pantalla plana para ver las noticias solo en mi cuarto sin que nadie me molestase. La primera noticia grande que vi fue en la madrugada del 20 de febrero, sintonicé CNN y me enteré del terremoto de 8.8 grados en Japón. Observé en vivo el remolino gigante que se formó en el océano. Las vueltas del agua me arrullaron hasta quedarme dormido.

Al día siguiente, llegué temprano a la redacción, la Marina de Guerra no quería confirmar la alarma de tsunami en Lima. Vladimir me dijo que probablemente iríamos al Callao. Primero debíamos ir a una comisión allí cerca, en San Martín de Porres por un crimen pasional.

Marielita Burgos estaba en la DIRINCRI, en el Centro de Lima, pescando otros casos. En vista de su lejanía, ella autorizó que me suba a la movilidad para buscar datos en la Escuela Naval. Estoy seguro que quería ir al Callao en mi lugar, lastimosamente mi ubicación y su rutina la obligaban a quedarse en la avenida España todos los días. Nancy estaba de vacaciones. Recogimos los datos del caso y partimos al Callao. Estaba nervioso, tenía entre manos la nota abridora del periódico.

Llegamos a la Plaza Grau, donde había un centenar de policías en formación que iban a patrullar la zona de riesgo de La Punta. ¿Por qué no lo hacían todavía? Querían salir en vivo en la televisión para mostrar que algo hacían. Vladimir conversó con un teniente PNP mientras yo tomaba nota junto a él. Luego tuvo la idea de ir al municipio, fuimos recibidos por el Presidente Regional, al que también entrevistamos. Ya teníamos material de primera, faltaba confirmar que La Punta desaparecería con olas de seis metros. ¡Apura, Vladi!, le dije emocionado. Iríamos a la Escuela Naval, adonde yo quise postular un tiempo confundido de mi vida que llegué a admirar la vida navegante y honorable del marino leyendo las cartas de Miguel Grau a la viuda de Prat.

Y no queda nada de ello. Al final, fuimos a la Dirección de Hidrografía de la Marina de Guerra. Iban llegando de a pocos la televisión y la prensa escrita. Nunca vi tanta prensa junta. Se pintaba como mi comisión más interesante, hasta que la belleza de una ola perfecta hecha mujer cruzó a mi lado. Era la diosa del periodismo nacional de hoy, ayer y siempre: Marisel “la Chinita” Linares. Qué pedazo de hembra, pensé apenas la vi.

Todos los mediodías, en la redacción, sintonizaba Frecuencia Latina (canal 2) para verla presentar noticias. Su estilo es difícil de copiar. Generalmente, una presentadora lee las noticias en un prompter y petrifica su sonrisa mientras espera que el director de cámaras lance el reportaje. Acabados estos, pocas hacen algún comentario al respecto, por más que haya sido un caso lamentable.

Ya. Para todos los reportajes, la reportera Linares siempre tiene el comentario justo, la voz pausada, la mirada filuda y la entonación serena para darle con palo a quienes lo merecen, reclamar lo urgente y, entre otras cosas, brindar soluciones. Pocas periodistas en el Perú llegan al Olimpo de la inteligencia, la belleza y el carisma donde se sitúa Marisel Linares, cuyos ojos orientales iluminaban más que el sol esa mañana y sus caderas no le daban tregua a mi garganta.

La prensa estaba afuera. Marielita Burgos me telefoneaba a cada rato para saber si había entrado. La Marina acondicionó una sala para que el contralmirante recibiera a la prensa. Yo me escurrí por los pasillos y encontré un cuadro de Miguel Grau iluminado por la luz del día con la que me tomé una foto a riesgo de que un alférez nos descubra.

Los reportes llegaban a razón de uno por hora. Los de televisión conectaban sus cables para salir en vivo y los demás conversaban, departían. Yo intentaba estar cerca de Marisel para intentar alguna conversación casual aunque no sabía qué decirle. Noté su manía por repararse la nariz con el dedo índice.

Llegó el primer reporte: el Callao se salvaría. Llegaría una ola de 18 centímetros a las costas de Tumbes. Como no había que confiarse, los periodistas siguieron allí, otros bromeaban diciendo que no habría tiempo para evacuar Tumbes.

Fue en uno de esos descansos que logré acercarme a Marisel. Mi periódico, por ser amarillista, no estaba considerado dentro de “la gentita” de los canales y los diarios importantes. Vi dos asientos solitarios y vi que Marisel daba señales de cansancio. Me senté primero. Le pregunté sobre filtros y luces al camarógrafo del canal 7 para barajarla.

De pronto, ella caminó con los pies molidos hacia mí. Pude sentir su perfume, utilizaba Victoria Secret perfume de uva. Un aura la envolvía, los cabellos negros vestían su perfil, miraba sus apuntes y escribía las preguntas que le haría al contralmirante. Era la oportunidad que la tierra me daba antes que Poseidón derramara su furia de 18 centímetros sobre el Callao.

– ¿Marisel?
–Sí. Hola –dijo con ternura, sus ojos parecían caer.
–No estás ocupada, ¿no?
–No. Pero quién eres.
–Trabajo en El Chirrión. Te quiero… decir algo.
–Claro, dime.
–Soy tu fan, Marisel. Siempre te veo al mediodía. Soy tu fan.

Ella no supo verbalizar lo que mostró su sonrisa inmediata ante mi primariosa confesión. Fue lo más estúpido que dije para lograr la sonrisa que menos pude olvidar. Su silencio tuvo una gran elocuencia y su excesiva prudencia para decir “gracias” tuvo un atractivo diabólico en mí. Ahora el mar podía tragarme de la vergüenza.

Reparé bien en sus facciones, tenía una mirada stone totalmente cautivante. Me pregunté por su pasado, si acaso alguien había hecho llorar a mi musa del periodismo. ¿Estabas sola, Marisel? En una entrevista dijiste que sí. No te lo pude preguntar en ese momento, porque el contralmirante entró al salón nuevamente a comunicar la buena nueva: lo ola perdió fuerza y sólo seis centímetros golpearían La Punta en las próximas ocho horas. Ahora todos nos podíamos ir a las redacciones a escribir lo que por la mañana ya sería una obviedad.

Sólo espero que el periodismo me vuelva a juntar con Marisel y preguntarle si tiene novio, y en vista de nuestra diferencia mínima de edad, espero invitarte, entre broma y broma, a salir a bailar al Centro de Lima. Ahora la periodista Linares trabaja en las mañanas, muy temprano, a las cinco y media abre los ojos de todo el Perú. Como no puedo despertarme tan temprano, madrugo todas las noches para verla un rato antes de cerrar los ojos. Puedo decir que amanezco con ella, con Mariselita que Dios tenga en su gloria.


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Tinta Roja (2000), película que habla sobre el periodismo policial. Todos los días pisaba la redacción con ella en mi mente.



ANUNCIO: en mi próximo post escribiré el último capítulo de la cyber novela de Lucía y las meras. Luego la imprimiré y repartiré en las plazas de Lima. Espero que puedan leerla en cualquiera de los dos formatos. Que tengan buena semana.
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1 comentario:

  1. quien no podría estar enamorado de Marisel, la periodista mas bella de la televisión peruana, una gran profesional

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Aunque sea una carita feliz... )=D