“Supongo que cuando encuentras lo que siempre has deseado,
ese no es el principio de un comienzo, es el principio del fin”
(Elizabeth Taylor, en “Retratos” – Truman Capote)
HE RETROCEDIDO muchos años, más de los que tengo, menos de los que sueño y ligeramente igual a los que esta vez necesito. Me abro paso por las callejuelas, pero son ellas las que abren mi mente. A medida que avanzo, el tiempo retrocede y la plaza San Martín dibuja sus colores en mi mirada traviesa.
Puedo percibir que es una plaza entrecruzada por microcosmos aparentemente desiguales. Voy al encuentro con Amanda, la amiga del colegio que no veo desde que salí de él. Ella es muy coqueta y risueña. Ella no lo sabe, pero ha salido en un cuentito de un post pasado (La mandada). Me ha dicho expresamente que quiere que escriba de ella, piensa que este blog me hace un intelectual, le gusta que escriba pero no me lee. Eso me hace sentir más cómodo en esta conversación de amigos que pactamos, por capricho suyo, en la plaza del libertador porteño.
No niego sentirme un remedo misio del virrey Amat que va en busca de su “perricholi” pituca. La veo esperando en las mesas de afuera del bar Zela, bajo la sombra, resguardada del sol que inesperadamente alumbró esos días.
– ¡Hola, reii! –saluda Amanda, todavía a cinco metros–.
– ¡Amanda!, ¿cómo has estado? –digo al abrazarla sin permitir que se ponga de pie–.
– Bien, viajando tanto que ya me cansé.
– Imagino que luego de cinco años, tres continentes y un español, querrás vacaciones.
– Sí, pero tengo varias historias. Siéntate, pídete algo –y golpetea tres veces mi silla–.
Me senté, no pedí nada. Me interesaba escuchar esas historias descarriadas que Amanda seguro tendría. Ella es del tipo de “amigas fashion-news”. Siempre tendrá algo que contarte y querrá contarlo. Recuerdo que, apenas acabó el colegio, conoció a un español por internet que le pagó un pasaje a Madrid. Al llegar, la consintió en todo y la convirtió en su esposa.
Amanda admitió sentirse abrumada, de un día para otro era la señora de alguien (la primera amiga de la “promo” que se casaba). Con el tiempo, fue leal pero no fue fiel. Aprovechaba las horas de trabajo de su esposo español para mantener una relación secreta con Alfredo, un argentino. Sólo atino a decirle que es una sabida. A continuación me cuenta que al divorciarse, las leyes españolas obligaban al ex–esposo a pasarle una mensualidad con la cual costeaba sus caprichos europeos. Eso sí, me aclara que nunca pagó por hombres, pero sí por consoladores. “En España hay muchos sex-shops”, comenta.
Era raro, las veces que veía las fotos de Amanda en el Facebook junto a su marido español, me daba la impresión de ver una pareja feliz. Alguna vez vinieron a Lima, lo presentó y cayó bien en el círculo de amigos de ella. Se separaron más por aburrimiento que por problemas en la relación, Amanda se dio cuenta que no valía la pena casarse y amarrarse a un hombre si la vida la esperaba por delante. “Menos mal no es rencoroso y tengo una ex suegra que es un amor”, confiesa mi amiga sin apartarse de su dejo español.
Poco después de divorciarse, sacó un poco de dinero de su cuenta para visitar Marruecos, que estaba relativamente cerca. La travesura le gustó y decidió hacer maletas nuevamente para conocer Hamburgo. Luego siguieron Londres, Marsella, París y Moscú. “Lo más lejos que llegué fue Australia”, dijo ligeramente, como si no hablara del otro lado del planeta. Añadió que era un lugar lleno de ovejas.
Entre sus planes contaba continuar viajando. Su estancia en Lima respondía al mal estado de salud de su abuela. Aparte de eso, consideraba Lima como una escala de su siguiente viaje. No se hacía muchos dramas por dejar a su familia aquí, pero se había dado cuenta que no le gustaba viajar sola.
– Aquí es donde entras tú –dice Amanda–.
– ¿Dónde entro yo? –pregunté–.
– Es que tengo una idea, no sé si te gustará.
– Dímela, fácil te ayudo.
– Quiero irme de viaje contigo.
– ¿A dónde? –dije, pensando que no pasaríamos de Huacho–.
– Vámonos a Suecia –y mostró los dientes–.
– ¡Coño, a Suecia! –exclamé sorprendido, abrí los ojos–.
– Sí, se te nota un chico aventurero y quiero irme contigo – ¿me habrá querido decir chico fácil?, bueno, vale el cumplido–.
– Pero, Amanda, la verdad, estoy misio para costearme un pasaje hasta allá.
– Hay qué cosas dices, ¡yo te lo pago todo!
– ¿Todo, todo?
– Sí, toditito.
– Pero no tengo Visa.
– Joder, no es problema, yo puedo invitarte y todo arreglado.
– ¿Y cuándo viajaríamos?
– Yo me voy en Octubre, el 7, ya compré mi boleto en Delta, haré escala en Amsterdam, compro algún souvenir y vuelo a Suecia. Ahí te esperaría.
– Uhmm… después de las elecciones, y ¿por quién vas a votar?
– ¡Chaval, no me cambies el tema! No demora mucho hacerte los papeles. Pasaremos el verano en Estocolmo, prometo tratarte bien si vas conmigo.
Yo no planeaba moverme de Lima los próximos años. No así, dejándolo todo, estaba enjaulado, ante semejante emboscada sólo quedaba pensar que todo estaba planeado para que yo acepte; Suecia, el perfecto roce de la democracia en el mundo, sonaba interesante. Y todo pagado, sonaba mejor. Pero desde chiquito me enseñaron a que nadie regala nada en esta vida. Fue por eso que, apelando a la confianza del pasado, luego de cruzar un par de comentarios más, estuve obligado a preguntarle.
– ¿Y me obligarías a tener sexo contigo? –disparé–.
– No creo que tenga que obligarte.
– Quería saber si era parte del contrato –dije ásperamente–.
– Cómo dices, no es contrato, te estoy invitando.
– Sí, perdona, todo es tan repentino, tú sabes, tendría que pensarlo.
Análisis de desprendimiento: Amanda se irá pronto, si me voy con ella, me obligaría a abandonar, primero, la comida peruana, después, mi familia, mis amigos, la universidad, mis metas a corto plazo y este blog. Sin embargo, podría mutar mi tono escritor e inaugurar una columna de viajes impensados desde mi nueva base: Suecia. La llamaría Crónicas desde Estocolmo. Suena bien.
Lo correcto sería pedirle tiempo, las cosas hechas rápidamente no salen bien. Que aguante un poco sus ganas de viajar por el norte de Europa hasta comienzos del 2011. Además, mi buena amiga S dice que viajará a San Francisco el otro año, se irá seis meses. Yo me quedaría solo y qué mejor que distraerme un poco en el frío de ese país seductor.
Ese es otro problema, si viajamos este octubre, llegamos allá en pleno verano. Si viajamos, como le propuse, a inicios del 2011, abandono la universidad un ciclo y me pierdo el circo de las elecciones del 2011, alcanzamos el invierno sueco y nos pelaremos la piel de frío (aunque, de cualquier forma, Amanda me quiere pelar) y no se podría ir a turistear por ahí.
Amanda viaja de todas maneras en octubre. No quiere cambiar la fecha. “España me aburre como para quedarme seis meses más estacionada ahí sola”, se queja y sorbe la cañita de su jugo. Me sigue pidiendo que me vaya con ella, dice que soy opuesto a ella y por eso le gusto, que complementaríamos bien en el viaje, que ella sería la loca y yo quien la calme; pero yo sospecho que ella quiere ser mi ama y hacerme su esclavo gigoló.
Tampoco hay que descartar que Amanda pueda ser una secreta traficante de órganos a nivel internacional y me va a llevar tan lejos para extraerme, sin dificultades, uno de mis riñones, mis ojos o mis pulmones. La miro bien a los ojos, buscando alguna oscura intención que la delate. Me resulta extraño que esta amiga de la promo, de buenas a primeras, sin meditarlo, me ofrezca cambiar radicalmente mis calmos días por unas vacaciones pagadas. Qué suerte tan loca, pienso.
La noche dibuja otro paisaje en la plaza, las luces y las piletas se encienden, el frío vuelve, la juerga se asoma, vampiros surcan el cielo. Observo el antiguo teatro Colón y medito una respuesta: sí o no, qué difícil, le digo que mejor, aprovechando la oscuridad, vayamos a pensar a uno de los bares prohibidos del frente, uno de paredes rojas, imágenes colgadas de “La naranja mecánica” y mil canciones de Calamaro al hilo.
Salimos del lugar, cruzamos la plaza de norte a sur, observamos a los putos agazapados a la espera de un cliente que los levante y a unos viejos pelados entretenidos en la lectura de mensajes estrambóticos sobre política. Desvío la mirada hacia el imponente Hotel Bolívar y luego al cielo negro.
¡Ya tengo la respuesta! Quiero hacer con ella nada que incluya viajes. Quiero hacer el viaje, pero no con ella.
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Fotografía por Weidotcom
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Esta historia en una canción
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