lunes, 28 de marzo de 2011

Al lado del camino (segunda parte)

"Hay que darle un sentido a la vida, 
por el hecho mismo de que carece de sentido"
(Henry Miller).


Redoblaron las campanas a nuestra llegada y me gusta creer que tocaron para recibirnos. Cajamarca es una ciudad mágica. Atrapada en el tiempo, de calles serpenteadas, casas andinas, colonias, y republicanas; de montañas verdes que tocaban el cielo. Un cielo  azul, despejado, claro, inmenso. A cada paso que daba me sentía más peruano y menos limeño. Mientras que los lugareños se preparaban para su carnaval y llenaban los postes de luz, de cadenetas, mascaras y uno que otro adorno para esas fechas.

Yo miraba asombrado, con falta de oxigeno. El clima era seco y el aire puro, tal vez demasiado para mis contaminados pulmones. La señal era defectuosa y mi nextel obsoleto, como el de Salomé. Llamamos de un teléfono público a “Chule”. Un viejo amigo de Miguel, que conoció mucho tiempo atrás, originario de Sullana. El destino y  un mejor trabajo lo hicieron mudarse a aquella ciudad que lo ha adoptado como suyo.

Chule vivía en un caserón rentado. Ubicado en la calle Francia, a ocho cuadras del centro de la ciudad. Nos alojó en su cuarto. Que contaba con una cama extra, televisión con cable e Internet. Lo que me pareció extraño fue que familias enteras residían en otros cuartos, pero eso es muy común en la sierra, me explicaba Chule.

La ducha era compartida, así que me recomendó bañarme de una vez. El agua era helada, realmente congelante. Pero no quedo más remedio que bañarse de manera rápida. En la noche iríamos a conocer la ciudad.

Diario, 20 de febrero del 2011.
Llevó seis horas postrado en una cama. Tengo dolor de cabeza, además de constantes mareos, falta de oxigeno, me cuesta respirar. No tengo hambre, ni tampoco puedo beber agua. Me siento débil, enfermo. Salomé y Miguel han salido a recorrer la ciudad, me traerán unas pastillas o mate de coca, pues creen que tengo soroche  y Chule se encuentra en el trabajo. Pienso que moriré solo, desahuciado, sin amor, y lejos de casa. Es la primera vez en todo el viaje que quiero regresar, quiero estar en mi casa.  

La noche anterior, por insistencia de Chule, nos alistamos para recorrer los antros nocturnos de la ciudad. Él, nos presento a  Iván, un cajamarquino tímido pero bueno, noble y sencillo. Abordamos un taxi al centro de la ciudad iríamos al “Rincón del Ángel”, una de las discotecas más exclusivas de este lugar, repetía Chule. Pero estaba cerrado. No quedo más remedio que ir al frente.

Así que entramos a “El Club”, que tenía aspecto de peña. Iván a su vez, nos presento al resto de amigos con los que conversaríamos el resto de la noche. Me dieron de tomar una garra de un extraño elíxir verde, en pequeñas copas de tequila. Era fogosito. Un trago local, que es básicamente: cañazo, sprite y limón. La música era extraña, y todas tenían la pegajosa melodía de la “Matarina”.

Muchas copas, de fogosito más tarde. Miguel, pesado, fastidioso como siempre insistía que, hablara con los músicos en su break  para que pudiera cantar una canción. Su insistencia fue tanta, que no pude negarme.

Miguel cantó, y cantó como nunca, aunque a todas sus canciones suenen a Bunbury .Esa vez lo hizo bien. Yo lo había grabado todo. Me dio gracia, cuando dos tipos de lo más raros, me preguntaron de donde era. Y yo, de Lima, les dije. Ellos, insistían que Lima era horrible. Que habían estado ahí, ya que tienen casas, en el Agustino, Villa el Salvador, y Comas. Por educación callé y asentí con la cabeza, me invitaron unas cervezas. Y traté de alejarme de ellos con sutileza.

Cuando regrese a mi mesa, Iván y el resto de muchachos habían comprado unas cuantas cervezas y tres garras del maldito fogosito. No sé, en qué momento me sentí mareado. No sé en qué momento ya no podía más. Salí a tomar un poco de aire. El aire helado de Cajamarca, me pasó factura.

Debido al estado etílico en el que encontraba Miguel y yo decidimos volver a la casa de Chule. Fue en la madrugada que, el fogosito hizo efecto. La noche entera expulse media vida por el inodoro. Hasta el punto de sentir que me desmayaba. Aún siento el olor a fogosito, juro nunca más volver a tomar, aunque sé que, como la mayoría de mis promesas no las cumpliré.

(…)

Salomé, me ha alcanzado un poco de agua, ya me siento mucho mejor. Debe ser la pastilla que Miguel me ha comprado. He recuperado el apetito y vuelvo a comer. Hace demasiado frio. Esta tarde, creo que me quedaré todo el día en la cama.

Tiene una enorme nostalgia, el humor sarcástico de Cartman. Me recuerda a otros tiempos, a Lima, a mi casa, a mis amigos, a ella. Pero no lo dijo. Una vez finalizado el programa, me pongo una chompa que, muy gentilmente me ha prestado Chule, me pongo un jean, para dar una vuelta por el parque. Fumar un cigarrillo, y pensar, pensar. Hablar solo. Tal vez alguien me escuche.

Salomé pasa horas conectada al Facebook. Que es uno de sus hobbies favoritos y Miguel está durmiendo. Salgo de la casa, y me voy a una tienda, llamo a Lima. Contesta mi madre, hablo con ella, me agrada escuchar su voz, se apodera la nostalgia de mi cuerpo, y le cuento que en quince días, volveré a verla, mientras tanto le mando un enorme beso. Lo único que me ha impacto en lo que ha dicho son los temblores frecuentes en Lima, me cuenta temerosa mi mamá, y me pregunta si en Cajamarca, ha ocurrido algo similar, le respondo que pierda cuidado, que no ha pasado nada. Cuelgo, me siento más tranquilo.

Doy una vuelta para comprar cigarrillos, me siento una banca de un parque que, tiene la estatua de un héroe anónimo. No tiene placa, ni grabado, está quebrada, sucia y descuidada. Miro el cielo que, me hace sentir parte de algo más grande que yo. Aparece Miguel. Se sienta conmigo, me ha estado buscando, no decimos palabras, simplemente fumamos en silencio.

Pienso que Miguel, es un buen tipo, algo raro y arrogante, pero un buen tipo. La mayoría de personas tiene un mal concepto de él. Que es gordo, sucio, drogadicto, mentiroso, y ladrón. Cosas que sin duda es. Pero quizás sea solo un sobreviviente más, un cuasi genio atrapado en el dilema de odiarse a sí mismo, como casi todos a él.

Me mira y me pregunta en qué pienso, yo le respondo que en las estrellas, en Cajamarca, y en ella. Él ríe, me cuenta que extraña a Carla, su enamorada, me habla de Argentina, de sus viajes, de Máncora, y yo lo escucho. Lo escucho, y pienso en otras cosas, quiero estar solo, pero no se lo digo.

Regresamos a casa, vuelvo a salir, quiero pensar. Salomé me encuentra, damos una vuelta, la acompaño a comprar “la cena”. Pan con palta, lo mismo del almuerzo. Aún así, nos sentimos libres, más libres que nunca, adultos, o quizás un par de jóvenes que juegan a serlo.

Diario, 23 de Febrero del 2011.
He llamado a Lima una vez más. Le he pedido a mi madre un poco de dinero para seguir este viaje. He sido directo y ella también. Ella quiere que regrese, una parte de mí también, quizás una parte de mí, está cansada de pasar hambre, frio y a veces mucho calor. Pero la otra me pide que siga, que llegue hasta Máncora, que cumpla a partir de ahora y para siempre las metas que me he trazado, que el verdadero significado del viaje está más allá, que no necesariamente encontraré la respuesta en el camino o alguna ciudad, si no, tal vez en mi regreso.

Hemos dejado atrás Cajamarca. Me llevó hermosos recuerdos. Pero sobro todo me llevo a nuevos amigos conmigo. No pude meterme a los baños del Inca, a pesar que costaban dos soles, fui con Miguel caminando desde la casa de Chule hasta un poquito más allá de la Universidad de Cajamarca, además ese día llovió. Tampoco entre al “cuarto del rescate”, me parecía demasiado pagar cinco soles, por entrar a una pequeña habitación de piedra, con una huella en la pared. Sin embargo, subimos a la silla del Inca que, tampoco fue lo que esperaba, pero vencí mi miedo a las alturas y vi, lo bello que es Cajamarca desde las alturas.

Chule nos preparó sanguchitos de pollo para el camino. Realmente  se ha comportado dadivoso con nosotros, y le estaré eternamente agradecido. Inclusive habló con un amigo para que nos llevara lo más lejos posible a las afueras de Cajamarca, para poder llegar a la costa y seguir con nuestro viaje.

A lo largo del camino, la gente nos ha brindado su apoyo y admiración, aunque no siempre, pero  nos han dado un par de frutas, agua, y panes. Nos llaman “los caminantes”, otros se atreven a vernos como hippies, y no entienden nuestros motivos para recorrer las enormes distancias “caminando”, les explicamos que pedimos aventones.

Mi mayor preocupación es llegar a la costa antes del anochecer. Luego de estar casi tres horas varados en un grifo a las afueras de Cajamarca, conseguí mi segundo carro, en mi cuenta personal, para que nos llevase al norte.

Conocimos a César y Franco, dos tipos que se ganan la vida viajando, recorriendo casi todo el Perú manejando, César el piloto, nos comenta que es la primera vez que, recoge a “caminantes”; sin embargo, vio la guitarra y él como nosotros, es un artista que ha recorrido casi toda Sudamérica guitarra en mano, quien pensaría, que la guitarra seria nuestro boleto de ida, que los políticos deberían hacer lo mismo, y que votara por Ollanta, quiere un cambio. Todo a ritmo de William Luna. La sierra se hace más nostálgica a medida que avanzamos, las zampoñas, las guitarras todo se presta a sentirse conectado con la pacha.

(…)

Tres horas después, llegamos a la panamericana norte, nos despedimos de César y Franco, ellos van de regreso a Lima, nosotros al norte. Nos sentamos en un grifo, el calor es realmente insoportable. Decidimos caminar, pero la caminata es más pesada que antes, siento que mi mochila pesa el doble. Salomé me pide casi de forma autoritaria que le ayude a cargar las dos maletas extras que trae, además de su enorme mochila, me rehusó a llevar algo extra, ella me mira con mala cara, y Miguel también, me dicen que  soy desconsiderado ¿dónde está el caballerito que siempre he sido, acaso se quedó en Lima? No respondo nada, molesto cargo, la mochila extra que me veo obligado cargar a  regañadientes.

La tarde esta avanzada, y posiblemente dormiremos en el próximo grifo me dice Miguel. Bajo esa premisa atino, a levantar los pulgares y conseguir un aventón, parece que la racha de conseguir aventones se me ha ido. Salomé hace lo propio. Ella consiguió un tráiler que nos llevara a nuestro próximo destino: Chiclayo.

Viajo en el camarote con Andrés, un chimbotano de cara cortada, Miguel y Salomé viajan en la parte de adelante, me siento usado, pero no lo digo, solo me queda conversar con Andrés por las próximas dos horas. Me pregunta de dónde soy, a qué me dedico y de que parte de Lima vengo, le respondo de forma coloquial y amigable, serán dos horas largas y un parece ser un tipo que ha sufrido mucho. Hasta que me pregunta el verdadero motivo de mi viaje, y yo le digo que es por una chica a la cual quiero olvidar.

Andrés conmovido por la historia relatada, me dice que parezco ser un tipo de alma noble y pura, como poca gente, tal vez por eso decidieron darnos un aventón. Yo le agradezco, hasta que llegamos estamos a media hora de Chiclayo, nos despedimos de ellos, nos regalan una bola de manzanas que Salomé me obliga a cargar. Además de unas cajas de Frugos. Nos despedimos de ellos, con la promesa de mandarles fotos de Máncora y sobre todo de las chicas de aquellas playas.

Chiclayo está a media hora, no queda más remedio que tomar un bus, que cobra dos soles y cincuenta centavos. Pagamos y llegamos al terminal de buses de aquella ciudad. Esta parece ser una ciudad hermosa, muy parecida a mi recordada Lima. Salomé ha llamado a Dayhana, una de sus mejores amigas que a su vez ha hablado con su padre, para que nos dé posada aquella noche.

Llegamos a la casa del papá de Dayhana. Es una casa grande y hermosa, todo lo contrario de su padre que, parece ser un señor amargado, desconfiado, tacaño y avaro. No nos recibe de buena forma, nos interroga, nos pregunta de dónde conocemos a su hija, en que colegio estudio, y el nombre de su madre, preguntas que solo podía responder Salomé. Luego de responder el test de comisaria. Nos dice que Dayhana le ha dicho que son dos y no tres.

Salomé se despide del señor y no nos quedara más remedio que dormir en el parque, que me recuerda mucho a los parques de Pueblo Libre, esos con banquitas de madera y una virgen en el medio. Cargamos nuestras cosas rumbo al parque y el papá de Dayhana nos detiene exclamando que solo por esta vez hará una excepción.

Entramos y el señor nos hace un pequeño recorrido por las instalaciones de aquella casa. Nos habla de lo mucho que extraña a su hija y esposa. Sobre todo cuando habla de esta última se le quiebra la voz, ya no parece ser el tipo prepotente y omnipotente, no obstante, puedo comprender cierto resentimiento en sus palabras. No lo juzgo, simplemente no lo entiendo.

Pedimos permiso para ir a la bodega que se encuentra a dos cuadras de su casa, empero, nos dirigimos al terminal para poder cenar algo “decente”, comida de verdad. Pido un pollo broster. Salomé esta a “dieta”, así que le invito a cenar al insaciable de Miguel. Devoramos el plato.

Regresamos a la casa del papá de Dayhana, quien anuncia nuestra llegada con bombos y  platillos, a lo lejos escucho a voz ronronearte y quejambrosa de una anciana, que parece decir a lo lejos, cuida la casa, Abraham, cuida la casa. Nos dio una habitación, amplia, y espaciosa. La señal de los nextels volvió a funcionar, llamé a mi madre, a Reiner y un par de amigos más. Luego, hicimos turno para bañarnos y dormir.

Aquella noche, no pude dormir, mientras Salomé y Miguelón roncaban a lo lejos. Nunca me había sentido tan lejos de casa. Y fue la primera y única noche que solté una lagrima por la distancia, por los recuerdos y por ella.

Diario, 25 de Febrero del 2010.
El papá de Dayhana, ha puesto boleros a las 6 de mañana, lo que ha causado que nos levantemos de forma instantánea, y no quedo más remedio que hacer maletas y volver a partir, recorrimos la mitad de Chiclayo, mientras trataba de inmortalizar recuerdos en fotografías.

Caminamos alrededor de dos horas, hasta que caímos exhaustos, tomamos un taxi que nos llevo hasta Lambayeque, donde almorzamos papas rellenas, tortillas de atún, y tomamos emoliente de cebada, además de probar ceviche con frejoles. En un mercado local.

Caminamos hasta llegar a la panamericana norte. El sol no tuvo piedad de nosotros y nos castigo con rayos impalpables. Salomé, contaba chistes para amenizar la espera.

Dos horas más tarde conseguimos un camión de cebollas rumbo a Piura. Las palabras de aliento de Miguel me motivaron, al decirme que faltaban solo dos escalas más para poder llegar a Máncora. El paisaje se ha transformado en desierto, arboles y pequeñas casas aisladas. Dormiré, tal vez cuando despierte ya estemos en Piura y ella esté conmigo.

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Fotografía por reii
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1 comentario:

Aunque sea una carita feliz... )=D