jueves, 16 de junio de 2011

Déjala dormir (Episodio Final)


Duerme, hermosa. Sigue durmiendo por siglos. Tus ojos ya no conocerán más lágrimas ni adioses. Ahora tu reino es magnífico y se extiende desde el sueño hasta el sueño. 
(Lorenzo Helguero).

Fotografía por Gabriele Chiapparini
No estábamos solos en la cocina. Agazapados en una esquina, al costado de la refrigeradora, donde normalmente dejan secar los platos, un sitio estratégico sin duda, el paciente Athos intentaba besar a Rozzenda. Reprimieron sus juegos de seducción cuando vieron que S entraba conmigo por un vaso de agua. Se quedaron como estatuas, arruinamos su momento, hicieron silencio a la expectativa de lo que pasara.

Estoy concentrado y derretido por los ojos de S, lo demás no quiero entenderlo, me avoco a resolver su enigma y esperar la comunión. Como un nadador sumergido en una piscina olímpica, desatiendo las imágenes del exterior. Las risillas de esos dos espías entran por mis oídos como arpegios interestelares. Sólo estoy para escucharla, sólo vine para eso.

–Perdóname por estar confundida –dispara S–.
–Perdóname tú a mí por no buscarte todo este tiempo –admito–.
–Perdóname por jugar contigo, de verdad no quisiera –confiesa–.
–No te preocupes, es imposible querer a una sola persona a la vez.
–… –se entrega a un pedazo de mis labios–.
–Te he extrañado mucho, he querido llamarte cada día, cada noche, S.
–Yo también –la beso, dejo que me bese–.

Otra vez ella no me va a liberar tan fácil, minimiza mis fuerzas que se concentran en un solo punto, el de su boca. S, con la cara despintada, me mira dulzona, oficialmente no nos besamos, sólo nos entregamos a un pedazo de nuestros labios, lentos, sin mojarse mucho, con S prefiero el erotismo antes que el sexo. A diferencia del pasado que la besaba apresurado, como un niño loco, ahora quiero disfrutar todos los sabores de su cuerpo.

–Hey, acuérdate, primero es el agua –interrumpo– dime dónde está el agua –¿qué estudio científico avalaba mi creencia de que el agua, a menos que se la echara encima, le curaría el malestar etílico?–.
–No sé, no hay agua –y me miraba con cara de bésame, pero yo pudoroso, lo sé, la cagué, no quería aprovecharme–.

Athos y Rozzenda se ríen en la otra esquina, se toquetean, bien que deseaban hacer lo mismo. Por mi parte deseaba que desapareciera la escenografía, los micrófonos, la perfecta iluminación, los actores y actrices de reparto, extras, guiones, sólo deseaba que sobrevivieran S y los bocaditos.

–Eres muy bella, S.
–No mientas.
–No miento, te he visto en pijamas y…
–¿Cómo?
–Aquella foto con tus gatitas y sales preciosa –se ríe–.

Me mentí yo mismo, no a ella. Me pasé el tiempo pensando que el día que volviera a besar a S sería, no sé: en un cine, una banca de la universidad, el último piso del Centro Cívico, un mitin de Ollanta, una celda para reos primarios, cualquier esquina del mundo, incluso el cuarto de un hotel, y no en su cocina, espacio pulcro donde seguramente había desgranado arvejas o picado las cebollas de un rico lomo saltado que debo haber comido en un mundo imaginario. El poeta Toño Cisneros tuvo razón cuando dijo que el amor nunca se separa de la comida. Son dos momentos enlazados, irrompibles, ancestrales.

De repente, llevada por un arrebato, S huye de mí, abandona la cocina y vuelve a la fiesta. La tomé del brazo, quería irse y la solté. Rozzenda y Athos se acercaron a preguntarme por lo sucedido hace unos minutos. Debí soltar una frase cursi y procedí a contarles un poco de lo acontecido para creérmela yo mismo.

–Entonces qué haces acá, ¡anda por ella! –dice Rozzenda–.
–Dale unos minutos, que descanse –le respondo–.
–Huevón, si se duerme te olvidas de ella –aumenta Athos–.
–No puedo entrar, no es mi casa.
–Pato, pendejo, toda la fiesta te está envidiando y te quieren sacar la mierda –ingresa Teni a la cocina con los puños cerrados y altaneros–.
–Ja ja ja. No te preocupes, sabes que con medio ron encima ya soy invencible.
–¡Buena, Pato! –me choca las manos–. Esas retorcidas que te diste para besarla, sólo las haces tú.
–¿Cuáles retorcidas? –pregunto–.
–Por favor, esta es una conversación privada –interviene Athos un poco sonrojado, causando el arrobamiento de Teni que se retira resignado. Rozzenda sale con él, pero enrumba al cuarto de S–.
–Huevón, te está esperando en su cuarto –continua Athos–.
–Athos, por favor, cómo hablas así.
–Es que tú eres muy monce.
–Sí, lo sé. No quiero parecer apresurado, viejo.
–Cholo, esa huevona te quiere, me ha hablado de ti –la pregunta sería hace cuánto que no lo hace–. ¿Qué le dijiste?
–Bueno, lo necesario, que la extrañaba –dije–.
–¿Nada más?
–Ya me ha pasado, luego no se acuerda de nada.
–Cholo, ¡tú sí la haces!
–Espera, Athos. “Sí la haces” es una frase un poco machistona, por favor, mejor dime tú sí puedes.
–Como quieras, brother, pero ella te está esperando en su cuarto.
–Viejo, d´Artagnan va a querer pegarme.
–Qué chucha, huevón.
–No quiero broncas.
–¡Pasa nomás!
–Yo voy a ir, yo voy. Contemos hasta diez.
–No, loco, pídele permiso a su hermana nomás.

No era mi casa, me sentía un extraño, un ladrón que acaba de robarse la joya de la fiesta, el alma más brillante de ese castillo sumergido en las tinieblas. No se descarta que algún invitado que camufla mejor que yo su cariño por S, o alguno de los muchachos a los que acusé de robar mi ron Cartavio Superior, me apuñale aprovechando la oscuridad y esconda mi cadáver en una de las bañeras de la casa.

–Charlotte, ¿puedo entrar a hablar con S?
–Sí, con toda confianza.

“Gracias, bella”, digo en mi mente, “lástima que tengas novio”. Avanzo, veo tres puertas, elijo la que recuerdo es la habitación de mi amada dormida. Abro la primera de la izquierda, con miedo de encontrar a otro chico tendido a sus pies, aprovechando el pánico. No hay luz en la habitación, entreabro la puerta, saludo, pido poder pasar, nadie responde, ¿se quedó dormida? Prendo la luz y compruebo que no hay nadie, sólo una cama distendida, nada es como recuerdo, el olor tampoco es igual.

Recuerdo que cuando conversé en la baranda con Charlotte, ella me dijo que, ya que hospedaban a tres francesas de intercambio, estaba durmiendo en el mismo cuarto con S, dato que me llevó directo a la tercera puerta. Intenté y estaba cerrada con llave. Tal vez d´Artagnan o algún otro mosquetero había tomado la precaución de encerrarla como a Cenicienta en su cuarto. Imaginaba a sus gatitas ayudándome a encontrar las llaves.

Espero unos segundos luego de tocar por segunda vez. Nadie abre. Quién soy yo para pedirle que abra la puerta. Al fin y al cabo, ¿por qué, después que dejé pasar tanto tiempo, quiero reclamarle algo?, ¿y qué le quiero decir? pienso. ¿No me dijo ella que sólo jugaba?, ¿Que estaba confundida? ¿sabía lo que decía? Ebria no recordará nada, esa será su coartada. Me refugié en la idea de que los caminos antes transitados no deben volver a caminarse cuando de repente su cerquillo, soplado por el viento de la puerta abriéndose, descubrió sus ojos abismales.

No sé cómo pudo abrir la puerta y mantenerse en pie. Sin pensarlo dos veces, avanzo como una luz, pongo el pestillo a la puerta, la conduzco a la cama y veo a sus dos gatitas dormidas y flanqueándola a través de ronquidos que parecían gruñidos. Camino con cuidado, no son agresivas pero siendo su territorio es natural que no me quieran allí. Ella adopta la posición del Cristo del Pacífico para echarse a dormir, paso mis brazos sobre ella, los hundo en el edredón y pronuncio su nombre.

Unas arcadas la disparan de la cama, no la dejo sola, quiere arrojarlo todo. Abro la puerta, la tomo de los brazos nuevamente y caminamos a compás hasta el baño. La oscuridad no me permite dar cuenta del supuesto chico gay que, totalmente privado, cuelga del cuello en el wáter. Tal vez fue él quien quiso encerrarse con S y el vómito lo obligó a irse. Sujeto la frente de S y recojo sus cabellos para que no se manche nada. “¿Por qué eres tan bueno conmigo?”, preguntan los restos de S mirándome.

Le digo que quiero que esté bien, que primero es ella y yo no intentaré nada, que está segura conmigo, le prometo que me quedaré a cuidarla hasta que el amanecer le devuelva la lucidez necesaria para escuchar los sentimientos que debo desnudar.

No le digo que me siento culpable, que tal vez sus vómitos no se deban a los tragos que ha tomado sino a la presencia extraña de los pocos besos que nos dimos en la cocina.

“Ven, vamos a la azotea”, ordena acaso para buscar la tranquilidad que no tenemos allí. Ofrecimiento que no sé declinar, le sigo la corriente y subimos con mucho cuidado para que no tropiece. El ambiente se aligera, abajo quedó el infierno esperándonos y no pensamos volver. La azotea, donde unos calcetines cuelgan del cordel, está cubierta por una sábana invisible que la convierte en una burbuja, un espacio marginado de la torre.

Nos dirigimos hacia la izquierda, sigo en sus manos, ella prende la luz de una habitación secreta, se posa al lado de una bicicleta de llantas desinfladas y yo me detengo en el umbral de una puerta que todavía no existe. Nuestras miradas cadavéricas se sostienen la una a la otra, me acerco con ganas de embestirla a besos, nada me lo impide salvo el propio juramento de no aprovecharme de su estado, que ahora pienso no debí haber seguido tan al pie de la letra. Su mirada ya no se posaba en mí.

¡Claro que quería besarla!, no agarrar, chapar o picotearla, sino besarla como Dios manda y el colchón recostado en la pared sugiere. Apenas entré, lo vi con el rabillo de mis ojos sosegados por el ron. Ella, sabedora de las señales silenciosas, se quedó callada, todo fue un juego de miradas que desembocó en ingeniármelas para acomodar el colchón sin perderla de vista.

La recuesto, acomodo sus piernas y descansa por fin, quieta y tierna, belleza incorruptible, ¿acaso cuidaba lo fugaz? Más razón tenía el poeta Watanabe: “Yo soy el guardián del hielo”, dijo, esta chica se derrite en mis manos y no puedo hacer nada más que despedirla. Los latidos de la fiesta se apagan poco a poco. Le digo unas palabras como lanzándole un salvavidas. No te duermas, no te voy a besar pero no te duermas.

Mientras tanto, en la fiesta se arma un bochinche: un D´Artagnan ofuscado prepara la “Operación Rescate de S”: lo primero que hace es preguntarle a Teni, que estaba dopado, por el paradero de ella. “Creo que se fue a comprar”, responde Teni con la intención de desviarlo y darme un poco más de tiempo antes de mi apanado. D´Artagnan, guerrero pulido en las mentiras de la Realeza, no se come el cuento. Teni debe buscar aliados y pronto.

Aramis resucita y me vende con ojos asustados: “yo los he visto entrar ahí, no sé qué estaban haciendo”, dice. Convertido en el Loco del Martillo, D´Artagnan derriba la puerta del baño y no hay nadie. Aquí, Teni encuentra la aliada perfecta, la domadora de leones Rozzenda, que con su látigo castigaría a quien me hiciera daño. ¡Al otro baño, al otro baño!, presagia el jodido Aramis con aires de adivinador. La multitud se mueve presurosa al otro baño, encontrando solamente al chico que besaba el wáter.

Lo despiertan, le preguntan por S, responde: “¡arriba, arriba!” y lo dejan ahogarse en sus vómitos. Puedo oír cómo les cuesta forzar la puerta de abajo, miles de pisadas militares invaden la escalera. La nación entera, otra vez, sube corriendo las escaleras, ¿Estoy contra el reloj, los guerreros llegan para recluirme en la mazmorra? “¡Están arriba, envíen refuerzos!”, grita algún desubicado.

“Tienes unos buenos amigos, S. ya llegaron por ti”, le cuento a la dormilona. El cuento se ha terminado pero ningún esgrimista amateur me la quitará, pienso aguerrido. La espada de d´Artagnan es la primera en aparecer. Nos encuentran tendidos en el colchón blanco. Como todos queríamos, S dormía.

–¡Os encontré! –dice el espafachín, me ve sentado con ella–. Es hora de irse a dormir, cumpleañera.
–No quiero –despierta S–.
–Tienes que... no lo voy a discutir –su tono mandón me obliga a intervenir con voz firme, mirando a los ojos del hábil mosquetero–.
–Amigo d´Artagnan, qué pasa –le digo–.
–Vengo a llevarme a S a su dormitorio. Tiene que dormir.
–Pero acá está bien –replico–.
–Sí, d´Artagnan, estoy bien –balbucea S inconsciente–.
–Amigo d´Artagnan, ¿cuál es el problema?, no me estoy pasando de pendejo.
–No es eso, sólo que es mejor que bajemos.
–Te aseguro que no he hecho nada, sólo la quiero cuidar.
–Por favor, me han encargado la casa.
–No me florees.
–Soy el escudero de la Cumpleañera, es mi deber.

Una de las francesas interrumpe la contienda. Entra rauda y ayuda a S a levantarse. A ella no le voy a decir nada. Otra vez me la quitan, no puedo hacer nada, la llevan por la escalera y bajamos. Vueltos a la fiesta, veo que S es recluida en su dormitorio y yo soy enviado a la sala por un movimiento de ojos de su hermana Charlotte.

Sólo instantes después de volver a la celebración es la oportunidad para enterarse de todas las historias que se tejieron alrededor nuestro: las opiniones y diatribas que luego todos olvidarán que luego todos olvidarán según convenga. Busco a Teni con la mirada para que me las cuente desde su perspectiva. Está en una esquina, defiende una botella de ron que no ha soltado en toda la noche, hecho que me conmueve. Yo compré ese ron y él lo cuidó con su vida, el padre del ron no es el que paga por él, sino el que lo arropa y cuida de que no se pierda. Teni más que mi fiel escudero, era un fiel ronero, erase un borracho a una botella pegado. Preocuparse por mi ron es una forma de preocuparse por mí.

“¡Apareció el ron!”, me cuenta extasiado. Yo le cuento los últimos acontecimientos y él me aconseja esperar. Mientras tanto tráete una gaseosita de la mesa para combinar. Con todo gusto, le digo, me acerco a la mesa y un ser seboso se acerca y me habla.

–¿Qué fue amigo, la hiciste?
–Hacer qué.
–Ahí te vimos con la S, pues.
–Todo bien con ella, ¿por?
–Se desaparecieron hace rato.
–Tenía sueño, ya está mejor, ¿y tú quién eres?
–Dime Porthos, soy el cuarto mosquetero –se presenta. Ahora debía moverme con cuidado, identificar primero si estaba de mi lado–.
–Qué gusto, Porthos. ¿Has visto la gaseosa?
–Está por allá, pero mira aquí hay una servida –eleva un vaso misterioso–.
–¿Qué le han hechado?
–Es el último shot de Tequila.

Porthos parecía una bruja disfrazada de mosquetero que, subrepticiamente, me ofrece la manzana envenenada travestida en un brillantino vaso de cristal. Entiendo en cual lado de la fuerza quiere estar, este tipo no me quiere aquí y busca mandarme al suelo con un poderoso combinado de trago azteca. Pruebo un bocado y se lo devuelvo, acaso más indignado por sus intenciones que por la baja calidad del trago, según los mismos mexicanos, es el trago más barato allá y en Perú es costoso por el milagro de los aranceles.

Abandono al enemigo, vuelvo donde Teni que me cuenta que el tal Porthos es el ex novio de Rozzenda. Ellos estuvieron bailando muy animosamente toda la noche, me cuenta. No les presté atención pero se corren los rumores de que van a volver. Dato que me apena por lo que me vine a enterar luego, cuando el mosquetero Athos, relegado a las montañas ermitañas, viene a sentarse a mi lado.

Athos se sorprende cuando le digo que Rozzenda ha terminado con su novio el gordo Oliver Barrionuevo por un lío de faldas. Luego le pregunto por su novia, la chica vegetariana con quien estudia siempre en el sótano de la biblioteca, me cuenta que su relación con ella está muriendo y no profundiza más. Lo animo a ir por Rozzenda, como él me animó a ir por S. Sin embargo, el fastidioso de Porthos, le digo, ha hecho grandes avances esta noche. Athos maldice a su compañero de caballería y promete separarlos. Le ofrezco mi ayuda, le digo que si él quiere yo puedo traerle a Rozzenda ahora mismo.

Se resiste, no le gusta mi idea. Quiere ir él mismo y tomar de las greñas a esa muchacha cabeza dura y decirle que la quiso desde siempre. Le advierto que tenga cuidado, que ha pasado mucho tiempo siendo el mejor amigo y eso le jugará en contra.

Motivado por su acto valeroso, le digo que yo también buscaré a S por última vez. No le parece una buena idea tampoco. “Ya fue suficiente por hoy”, son sus palabras, “déjala dormir y mañana le hablas”. No le hago caso, tengo que hacer algo para que mi espada llegue adonde otras espadas no han llegado.

Camino a la cocina otra vez, ahora está llena de danzantes arremolinados alrededor de la francesa Lucy. Veo a d´Artagnan salir del dormitorio de S con otras personas más. Lo veo deambular, creo que es hora de cruzar unas palabras más con él.

–¿Podemos hablar?
–Claro, qué pasa.
–Hay que sentarnos primero –y tomamos asiento–.
–Dime, te escucho.
–Amigo D´Artagnan, nunca he dado explicaciones al mejor amigo de la chica que…
–De la chica que te vacila –completa rápidamente–.
–¡No!, “vacila” es una palabra muy…
–Entiendo.
–… Informal. Que me gusta está bien dicho.
–Ya, ¿y? Al grano.
–Sólo quiero que sepas que no quiero que nadie salga herido, mucho menos S. Si acaso siento que la molesto, me retiraré. Antes también lo hice.
–No me hables tan bonito ah.
–Prefiero que se olvide de mí. Pero mientras sienta que puedo hacer algo por ella, seguiré buscándola.
–Está todo bien. Como te dije, sólo cumplo mi deber de amigo y la protejo.
–D´Artagnan, te agradezco que la defiendas, incluso de mí, finalmente yo quiero hacer lo mismo.
–Bacán, pero ahora es mejor que duerma, no hay que molestarla.
–Yo no quiero molestarla. Como tú, quiero cuidarla, se lo he prometido.
–Está bien, pero ahora no. Por ahora tienes mi venia –concluye D´Artagnan–.

No muy seguro de lo que significa tener su venia, camino alegre esta vez sí a la cocina. Es el único lugar donde encuentro una superficie que me acomoda para escribirle una nota de despedida a S, siendo éste mi último intento de la noche por alcanzarla. Casualmente, llevaba conmigo una hoja y un lapicero, los elementos más rústicos para decirle a una chica lo que sientes si no la puedes ver.

Escribo trepado en la mini-refrigeradora, alrededor está la bulla de los borrachos. En condiciones normales, no podría escribir con tanta bulla. Pienso un momento y no me sale nada. Escribo, borro, tacho, vuelvo a empezar. No advierto cuando Lucy de Francia me queda mirando. Le digo hola, si bien me responde lo mismo, su acento parisino magnifica su ternura. Le digo que ya no podré ver a S, así que le estoy escribiendo. Para no aburrirla con mis problemas, le cuento que hace poco vi una película francesa muy buena del año 1991 llamada “Los amantes del Pont-Neuf”. Ella dice no conocerla, le cuento que la puede encontrar en Polvos Azules y por si acaso, le hago repetir: “Poulvouz Azoulez”, dice ella.

El pesado de Porthos interviene en la conversa. Muy libidinoso, le ofrece a Lucy acompañarla al lugar mencionado. “Es el paraíso de las películas”, dice Porthos con total huachafería estirando los brazos en círculo.

Vuelvo a mi papel, al verme tan concentrado d´Artagnan grita: “¡ya no seas tan romántico!”. No le hago caso y suena otra interrupción más, ahora es Teni que me dice “¡ya vamos, Pato, apúrate!”. Nadie entiende que esto es más importante que sus ganas de irse, de brichear, o parecer un romántico. ¡ya sé qué escribirle!, cuatro oraciones, una más larga que la anterior, y la última, la más importante, de menor tamaño.

“Si vuelvo a entrar voy a caer muy espeso. El bonsái de tu frigidaire me acaricia los cabellos. Tu amiga Lucy quiere ir a Polvos Azules, si no la llevas tú la llevo yo. Te llamo más tarde”.

Cierro el papelito y otra vez me topo con Lucy, que aletea sus ojos. Me inspira confianza, quiero darle el papel a ella, pero tal vez las barreras idiomáticas conspiren contra mi mensaje. Me divierto un momento con Lucy, le pido que me traduzca ciertas palabras al francés y reímos. No me despido de ella, pues un tiburón se la lleva a un costado. La alegría duró poco.

Llamo a Teni, le digo que me espere en la puerta. Me acerco a Charlotte, me siento en el piso y le digo que necesito un favor. “Ya no puedo entrar, quiero que le entregues esto a S”, le digo. Ella acepta.

Salgo a la puerta, es otra la ciudad cuando estás tan arriba, si bien los techos de otras casas afean la vista, las luces te hipnotizan, alguien te habla desde el oscuro cerro que está al fondo. Está muy frío, es junio pues, por algún motivo inusual venido de los besos, estocada letal que ilusiona y encierra los deseos en el calabozo de mis recuerdos, me siento abrigado.




FIN.
______________________
Ella planeándolo todo dentro de sus sueños.




6 comentarios:

  1. Qué paja que hayas contado lo que sucedió como un cuento (princesa, torre - utiizaste mazmorra también o yo me emocioné? jaja). Y bueno, acerca de la situación, tu ya sabes qué pienso, hermaniwi.

    Viviana Dallas

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  2. RESPuESTAi:

    ¡Pero cuéntanos, vomita tu pensamiento! gracias por comentar Viviana Dallas, espero que te conviertas en nuestra seguidora número cien.

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    Sin embargo, el post de Teni no ha sido publicado por problemas técnicos que serán resueltos a más tardar el miércoles. No pierdan la paciencia, no pierdan el fervor.

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  3. Reii, ya quiero leerte.

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  4. Créeme, son las 4 de la mañana y lucho por cumplir tu deseo. ¿Quién eres?

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  5. Una noctámbula como tú.

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  6. Vale, noctámbula. Esta madrugada patriotera publicaré un nuevo post. Ojalá lo puedas leer y si comentas agradecería que te pongas un nick para recordarte mejor. Feliz 28!

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Aunque sea una carita feliz... )=D